La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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¿Por qué las cosas duran cada vez menos?

Apenas un mes después de la Navidad, la mayoría de los juguetes de mis hijos ya no funcionan. O se han roto o resulta imposible repararlos. Lo mismo ocurre con el móvil, es más barato comprar uno nuevo que cambiarle la batería. Y con la impresora, cuyo cartucho resulta más caro que todo el aparato completo, incluido el cartucho. ¿Por qué las cosas duran cada vez menos? La respuesta es evidente: han sido diseñadas para romperse en poco tiempo, para quedarse anticuadas en unos meses, para empujarnos en esta loca carrera del consumo compulsivo. Se llama “obsolescencia programada” y está provocando el mayor derroche de recursos de todos los tiempos.

Comprar, tirar, comprar” es un documental recientemente emitido por Televisión Española (TVE 2) donde se descubren los orígenes de este maquiavélico diseño industrial, motor de la economía global y azote del planeta. Una práctica empresarial surgida a comienzos del siglo XX que reduce de forma deliberada la vida de los productos para incrementar su consumo porque, como ya instruía en 1928 una influyente revista de publicidad norteamericana,

“un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios”.

Empezaron con las bombillas. Todavía hay una en un parque de bomberos de California que lleva encendida ininterrumpidamente desde 1901 [la puedes ver a tiempo real en una webcam], pero se modificó el exitoso diseño inicial para que no duraran más de 1.000 horas. Lo mismo se hizo con las medias de nylon. Las primeras no se rompían ni a mordiscos y ahora no resisten una mañana sin hacerse carreras y acabar en la basura. La moda rápida nos ha troquelado aún más en este despilfarrador comportamiento del usar y tirar, en el deseo de tenerlo todo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario.

El consumo nos dará la felicidad, o no, pero producirá miles de toneladas de desechos cuidadosamente programados para terminar en el vertedero. Y a este ritmo, queridos amigos, nuestra sociedad se acercará demasiado pronto a su fecha de caducidad.

Os dejo a continuación el vídeo de «Comprar tirar comprar», el espléndido documental sobre la caducidad programada dirigido por Cosima Dannoritzer.


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El sucio negocio de las carnes baratas, peligroso para la salud y el medio ambiente

Crisis económica y aumento en el consumo de alimentos baratos ha sido todo uno. Huevos, carne de cerdo y pollo se han convertido en el recurso fácil de la cesta de la compra. ¿Pero sabemos a qué precio?

En Alemania lo saben bien. La alerta decretada en ese país por la contaminación por dioxinas en los piensos de animales de granja es un ejemplo claro: 4.700 granjas cerradas por el uso de piensos tóxicos en explotaciones avícolas y porcinas. Quizá en España lo tengamos más controlado, pero cuando vamos al supermercado, pocos, muy pocos, se fijan en el lugar de procedencia de esas carnes.

No sólo estas explotaciones industriales pueden ser un peligro para la salud humana, sino también para la salud ambiental. Os recomiendo un documental esclarecedor: Pig Business. Es la historia rodada por Tracy Worcester, ecoactivista británica que nos descubre quién paga el precio real de la carne de cerdo importada a bajo precio. Lo habéis acertado, siempre pagan los mismos, los pobres, los hábitats contaminados, los animales obligados a vivir en unas condiciones dantescas. Y siempre ganan los mismos, los grandes capitales, capaces de hacer pingües negocios con tan sucios productos.

Como Smithfield Foods, el productor de carne de cerdo más grande del mundo, 52.000 empleados procesando 27 millones de cerdos al año en 15 países y acumulando ventas anuales de alrededor de 11.000 millones de dólares en 2010. Lo de menos para estas grandes empresas es que su lucrativo negocio dañe la salud humana, contamine el medio ambiente, acelere el calentamiento global, destruya las comunidades rurales y cause un sufrimiento inaceptable a los animales. Lo único importante para ellos son los dividendos.

Al final, si echamos cuentas, esas carnes baratas importadas de vaya usted a saber dónde y en qué condiciones nos salen caras, muy caras. ¿No os parece?

Os dejo el documental completo para que saquéis vuestras propias conclusiones.

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Convocada para hoy una huelga de carritos caídos

Este fin de semana ha vuelto a repetirse la locura (consumista) en los centros comerciales de toda España, abarrotados y, como la película y bares de mala reputación, «abiertos hasta el amanecer. Si era domingo o sábado por la tarde daba igual. Sólo los pobres trabajadores de esos centros aguantaron con estoicismo la avalancha humana a cambio de irrisorios sueldos, a sabiendas de que aún les queda un largo mes de aluvión navideño. En el fondo, y con tanto paro, muchos se sentirán privilegiados.

Visto lo visto, la convocatoria prevista para hoy, una Huelga de Consumo, huele a rotundo fracaso. Tan sólo 20Minutos ha difundido la noticia. Y es que con crisis o sin ella, los carritos seguirán transportando miles de toneladas de productos innecesarios de los almacenes a nuestras casas, ajenos al desequilibrio social, ético y medioambiental que muchas de estas compras provocan en todo el planeta y, por qué no decirlo, en nuestros maltrechos bolsillos.

Los organizadores justifican así esta huelga de carritos caídos:

Es una invitación para tomar conciencia del peso del consumo en nuestra vida, plantear unas nuevas pautas de consumo como una crítica hacia un modelo de sociedad capitalista que ha fracasado social y ecológicamente, y orientar esta reivindicación no contra el pequeño comercio local sino contra los grandes conglomerados comerciales, industriales y financieros.

¿Qué es una Huelga de Consumo?

Se trata de no adquirir ningún tipo de bien, producto o servicio a lo largo de todo el 21 de diciembre, con el objetivo de paralizar gran parte del sistema productivo y presionar a nuestros gobernantes para que corrijan su actual política económica insostenible.

El poder del consumidor está en entredicho

Siempre decimos que los consumidores tenemos el poder. Hasta ahora ese poder es básicamente destructivo, pues consumimos mucho más de lo que el planeta puede producir. ¿Somos en realidad víctimas del mercado o tenemos en nuestras manos el poder de cambiar un patrón insostenible de consumo que está agotando las posibilidades de supervivencia de la Tierra?

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La silicona amenaza al bosque

Una buena cena entre amigos es siempre con un buen vino. Pero cada vez con más frecuencia, coges el sacacorchos para abrir la botella… y no hay corcho. En su lugar aparece un famélico tapón de silicona marrón con vetitas longitudinales pintadas. Te sientes estafado ante tan burda falsificación. ¿Quién ha cambiado el tapón?

Vino y corcho son inseparables desde que el monje Dom Perignon los uniera en los primeros champañas hace ahora cuatro siglos, aunque mucho tiempo antes romanos y fenicios ya utilizaban la esponjosa corteza del alcornoque para sellar sus ánforas. Hasta ahora.

Desde hace apenas una década el plástico está arrinconando al corcho. Dicen los defensores de estos nuevos cierres artificiales que así se evita el problema del acorchamiento, algo que tan sólo afecta a un 0,6% de los caldos y que también se produce con los sintéticos, pues en realidad es enmohecimiento. Sin embargo, el cambio resulta mucho más grave y dramático. La silicona está haciendo caer el consumo mundial de corcho, poniendo en peligro a los alcornocales, uno de los bosques con mayor biodiversidad del mundo, refugio de águilas imperiales y linces. Sustento de 100.000 trabajadores del igualmente muy amenazado mundo rural, quienes utilizando viejas técnicas artesanales producen 12.000 millones de tapones al año, la mitad en Portugal y un tercio en España.

Volvamos a la cena y a la botella. En la contraetiqueta aparece claramente la denominación de origen, el método de crianza, una pequeña ficha de cata y hasta la advertencia del uso de sulfitos. Pero en ningún lado se dice que el tapón sea de corcho, que con su uso protegemos el bosque, a sus gentes y a sus animales.

No sé vosotros, pero yo el próximo día en que me abran una botella con el tapón de silicona se la devuelvo al camarero. Si el tapón no es de corcho el vino no puede ser bueno. Ni ecológicamente admisible.

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Nos comemos el mundo

La crisis está reduciendo nuestro crecimiento económico. El Producto Interior Bruto (PIB) de España debería aumentar al menos un 2% al año, como lo está haciendo Alemania, o un 10,5% como lo hace China, pero apenas lo hace un 0,2%. Qué desastre, necesitamos crecer, y crecer, y crecer… ¿Sin límites?

No todos piensan así. La Fundación por la Nueva Economía (NEF) acaba de publicar su informe “Growth isn’t posible” (el crecimiento no es posible), donde evidencia la imposibilidad de lograr un crecimiento económico indefinido basado en el consumo desenfrenado de los recursos naturales de la Tierra. Sus conclusiones tan sólo han sorprendido a los economistas, esos seres tan ajenos a la realidad y a la lógica de lo evidente. Mientras los recursos naturales no sean capaces de crecer a nuestro trepidante ritmo actual de desarrollo, y no lo pueden hacer, el resultado final resulta evidente: nos vamos a comer el planeta.

Por si alguno (político o banquero) no lo entiende, NEF ha creado un corto de animación titulado El hámster imposible, donde se hace un terrorífico símil entre la economía general y un hambriento hámster que acaba devorando el mundo.

El planteamiento es sencillo. Desde su nacimiento hasta la pubertad un hámster dobla su peso cada semana. Si al hacerse adulto este crecimiento no se detuviera, como ocurre con todos los animales, y continuara duplicando su peso, al cumplir el primer año de vida pesaría 9.000 toneladas. Este hámster sería capaz de comerse en un solo día todo el maíz producido en el mundo entero durante un año, y seguiría hambriento.

Hay un motivo por el que las criaturas solamente crecen en la naturaleza hasta alcanzar cierto tamaño. ¿Por qué piensa la mayoría de los economistas y políticos que la economía mundial puede crecer indefinidamente?


Fuente: Ladyverd.com

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Bill Clinton se hace vegano

El ex presidente de los Estados Unidos Bill Clinton, famoso por su afición a la comida basura (especialmente hamburguesas) en cantidades ingentes y frecuentes, se ha hecho vegano. ¿No sabes lo que significa ser vegano? Consiste en ser aún más estricto que un vegetariano. Te obliga a renunciar a comer cualquier proteína no vegetal, incluidos los productos lácteos, los huevos y todo tipo de carne o pescado.

Muchos lo hacen porque no quieren ser culpables del sufrimiento animal, pero en el caso de Clinton las razones han sido médicas y estéticas. Llevaba un  bypass cuádruple desde 2004 y su corazón le suele dar sustos periódicamente. Aunque el cambio de dieta lo hizo sobre todo con el fin de perder peso para estar presentable en la boda de su hija Chelsea. Desde entonces ha perdido 24 kilos y dice sentirse muy bien.

“Estoy intentando mantenerme lo suficientemente sano para poder ver a mis nietos”, afirmó Clinton con una sonrisa al ser preguntado por la posibilidad de que su hija pueda hacerlo abuelo en un futuro próximo.

Algunos aseguran que esto del veganismo es una moda de la gente snob. Porque además de Clinton ya han abrazado la dieta herbívora el cofundador de Twitter, el presidente de Ford, el multimillonario propietario del diario Daily News e incluso la popular Madonna o la sirena Daryl Hannah.

Pero quienes lo defienden recuerdan el impacto ambiental de la producción ganadera en el planeta y sus terribles efectos tanto para el medio ambiente como para nuestra salud, cada día más habituados a una dieta cárnica donde las verduras son poco más que adornos en el plato.

Otros, sin embargo, acusan a los veganos de ser una secta que antepone el bienestar de los animales al de las personas.

¿Y tú que opinas? ¿Es el veganismo una moda o la necesidad de una sociedad más sensible y comprometida con el futuro? Yo todavía no lo soy y quizá vuestras respuestas me ayuden a decidirme.

Foto: Getty Images.

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¿Quién contamina más, un perro o un coche?

Robert y Brenda Vale, dos arquitectos neozelandeses, han escandalizado al mundo con su libro Hora de comer al perro, una pretendida guía de vida sostenible. En ella calculan la huella ecológica de las mascotas y concluyen que es el doble que la de un todoterreno.

Según sus cálculos, un perro mediano se come al año 164 kilos de carne y 95 kilos de cereales, para cuya producción es necesaria una superficie de 0,84 hectáreas. Un perro grande necesita más de una hectárea. Sin embargo, un 4×4 que recorra unos 10.000 kilómetros anuales, teniendo en cuenta la energía necesaria para su fabricación y el gasto de combustible, tendría una huella ecológica de 0,41 hectáreas, la mitad que el perro. La de los gatos sería de 0,15 hectáreas, algo menos que un Volkswagen Golf.

A mí todo este baile de cifras me parece pura demagogia. Es importante conocer nuestro impacto real en el entorno, pero sin pasarnos. Probablemente, con el ahorro de bajar dos grados la calefacción de la oficina podría alimentar a mi perro durante 10 años. Por no hablar de la enorme carga afectiva que conseguimos con nuestras mascotas, imposible de cuantificar. Cualquiera de nosotros renunciaría al coche antes que a su animal de compañía, pero no se trata de escoger. Tampoco de hacerlos vegetarianos (harto difícil). Se trata de tomar conciencia del problema fundamental. Que cada uno de nuestros actos, hasta una caricia, tiene repercusión ambiental.

Echemos mano otra vez a las estadísticas. Hablemos de nosotros. Se ha establecido en 1,8 hectáreas la biocapacidad del planeta por cada habitante, el espacio necesario para satisfacer nuestras necesidades durante un año. En España esta huella ecológica es de 5,7 hectáreas, así que necesitaríamos tres planetas para abastecernos. Desgraciadamente sólo tenemos uno. Piénsalo y actúa, pero no te comas al perro.

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Comedores escolares ecológicos ¿Por qué no?

La mayoría de nuestros hijos come diariamente en los comedores escolares. Allí no sólo les deben enseñar a comer bien, sino que también les deben de dar de comer bien. Y si queremos una alimentación sana debemos exigir que en esos comedores escolares se apueste por los productos ecológicos y de proximidad, como ya se hace en varias escuelas públicas andaluzas.

Diferentes estudios científicos han demostrado los beneficios para la salud de una dieta basada en este tipo de alimentos, especialmente en grupos tan sensibles a las sustancias tóxicas como son los críos. Según estos trabajos, los niños con alimentación biológica tienen unos niveles de pesticidas hasta seis veces más bajos que los que consumen productos no biológicos. Los organofosforados utilizados en la agricultura aparecen en su orina, pero prácticamente desaparecen cuando pasan a comer productos orgánicos. Las concentraciones habituales son muy bajas, es verdad, pero hay dudas más que razonables de hasta qué punto no nos estamos envenenando todos poco a poco, los niños primero.

España es el primer productor europeo de productos ecológicos, pero el 98 por ciento de esa producción se destina a la exportación. Evidentemente tenemos capacidad para acometer el cambio en los comedores escolares. Casi ilimitada, pues cuanto mayor sea la demanda más serán los agricultores que abandonarán la producción tradicional para pasarse a la orgánica, de mayor rentabilidad, bajo impacto ambiental, alta calidad nutritiva, libre de residuos tóxicos y llena de aromas y sabores auténticos. Además fomentaríamos el desarrollo del mundo rural, manteniendo su cultura y paisaje ahora gravemente amenazada.

¿Por qué no se hace? Por ahorrar, aunque el pescado venga de Vietnam, las manzanas de Chile y el aceite (o algo así) de vaya usted a saber dónde.


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¿Volveremos al botijo?

La abuela está asustada. Cuando ella iba a trillar al campo hacía tanto calor como ahora y se pasaban todo el día al sol, pero tan sólo llevaban un botijo de agua para toda la familia “Y qué rica y fresca estaba”, me asegura. Los más pequeños eran los encargados de ir todos los días a la fuente a por ella. Ahora nos ve a todos acarreando pequeñas botellas de plástico por las que pagamos un dineral, cuando el grifo nos la ofrece en abundancia y casi gratis. No lo entiende.

Resulta difícil de explicar que en apenas 25 años los españoles hayamos pasado de beber exclusivamente agua de grifo a ser el sexto país del mundo que más agua embotellada consume, 5.500 millones de litros al año. Máxime si se tiene en cuenta que la calidad de ese líquido elemento de marca suele ser similar a la de las cañerías, pero su precio resulta 300 veces mayor.

En realidad el agua embotellada no vale nada. Más del 90% del precio se lo lleva el embotellado, el transporte, la distribución y la publicidad. Y para producir esos 2,7 millones de toneladas de botellas de plástico anuales que apenas reciclamos y tardan casi mil años en degradarse es necesario consumir millones de litros de petróleo. El mismo oro negro que está destruyendo las playas paradisíacas de Florida, donde la gente bebe compulsivamente aguas traídas de países remotos cuya población local no tiene garantizado el acceso a agua potable.

No se trata de volver al botijo pero ¿por qué no podemos volver al agua de grifo? ¿Por qué no optar por filtros para reducir el mal sabor? ¿Por qué no rescatar del armario las viejas cantimploras o reciclar botellas? ¿Por qué no pedirla en los restaurantes? Es verdad, resulta cutre. Y además, no vamos a estropearle el negocio a las grandes multinacionales de la alimentación, con el calor que hace.

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Toneladas de pan acaban en la basura

Los españoles no podemos comer sin pan. Es nuestro alimento estrella, el más natural y básico. También el más diverso, pues sólo en España tenemos más de 300 variedades diferentes de todos los tamaños, formas y texturas.

No por casualidad, su consumo ha estado siempre rodeado de un aura de sacralidad. ¿Recuerdas? Nuestras abuelas lo besaban si se caía al suelo, nunca se podía poner boca abajo («Llora la Virgen»), se le hacía una cruz al amasarlo y se guardaba en bolsa blanca. “Está bendito”, nos decían. Si se tiraba al fuego se alimentaba al diablo, y si se le pinchaba con el tenedor se atraían desgracias a la casa.

En los pueblos se cocía a lo sumo un par de veces a la semana y, a decir de nuestros mayores, cuanto más duro se quedaba más rico estaba. Nunca se desperdició un solo mendrugo, por lógica y por que hacerlo daba mala suerte. El sobrante, si es que alguna vez sobraba, se usaba para empanar carnes, hacer torrijas o dar consistencia a las sopas, tanto las de leche de los desayunos como las de ajo de las comidas. Pero todo eso era antes.

Ahora seguimos comiéndolo, aunque ajenos a supersticiones ya no lo reverenciamos. En realidad lo desperdiciamos. Al día siguiente de comprado lo consideramos duro y lo tiramos. Da igual que caiga hacia arriba o hacia abajo. Como resultado, miles de toneladas de pan fresco acaban todos los días en el vertedero. Según las estadísticas más conservadoras, un 30 por ciento de todo lo que se elabora al año en España, 660 millones de kilos de los 2.200 producidos, terminan en el cubo de la basura.

Pienso en el hambre en el mundo, en la tragedia de Haití, y se me cae la cara de vergüenza. Con todo este despilfarro podríamos ayudar a mucha gente, reciclándolo, repartiéndolo, pero no lo hacemos. Preferimos comprar todos los días el pan calentito.

Pero seamos positivos. Aportemos entre todos soluciones.

Una fantástica es la de la ONG francesa Pan contra el Hambre. Sus voluntarios recogen por las panaderías todo ese pan duro, lo preparan como comida para animales, y el dinero de la venta lo destinan a proyectos de ayuda al Tercer Mundo.

Seguro que se pueden hacer otras muchas cosas para acabar con este despilfarro. ¿Qué ideas se te ocurren a ti para no desperdiciar el pan duro? Por ejemplo, nosotros en casa hacemos unas crepes y un puding buenísimos.

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