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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Morir para contar: Martin Adler y los crímenes de EEUU en Irak

Desde sus albores, la invasión de EEUU demostró ser fatal para la población civil iraquí. Como señala un exhaustivo informe de Human Rigths Watch, la mayoría de los muertos durante los primeros ataques aéreos de 2003 fueron ancianos, mujeres y niños.

Eran los tiempos en que aún se usaban absurdos eufemismos como «bombas inteligentes» o «daños colaterales», mientras Dick Chenney y Donald Rumsfeld esperaban con ansias el titular que en alguna ocasión se adelantaron erróneamente a dar a la prensa: que Sadam Hussein había muerto bajo los escombros.

Menores en prisión

Después vino otra clase de abuso, aún más perverso, y que salió a la luz en abril de 2004: las torturas y vejaciones en la prisión de Abu Ghraib. Si bien se depuraron responsabilidades, una nueva denuncia de Human Rights Watch acaba de poner en tela de juicio al sistema penitenciario montado por las fuerzas de ocupación en Irak.

Según este informe, medio millar de niños, algunos de hasta 10 años de edad, permanecen detenidos por los militares. Además de ser sujetos a prolongados interrogatorios, se les priva del derecho a defensa y asesoría jurídica.

Aunque EEUU no ha firmado la Convención de los Derechos del Niño, lo cierto es que sí ha suscrito un protocolo adicional sobre la situación de los menores en conflictos armados.

Más de lo mismo

Después Abu Ghraib, a finales de 2005 y principios de 2006, se dio una perturbadora sucesión de crímenes de guerra. Parecía como si las fuerzas de EEUU, a medida que acusaba mayores bajas y fracasaba en su intento por contener a la insurgencia, cometía más y más atropellos contra los inocentes.

Casos como las matanzas de Haditha o Hamdania. O, quizás el más brutal de todos, la violación y asesinato de la joven de 14 años Abeer Qasim Hamza.

En anteriores entradas del blog analizábamos las razones de estos atropellos de las tropas estadounidenses, de esta ristra de abusos continuados, esta propagación de la cultura del llamado “gatillo fácil” que se ha perpetuado hasta las últimas ofensivas en ciudad Sadr, que dejaron cientos de civiles muertos.

Razones que van desde la frustración, la rabia, el estrés postraumático, propias de un ambiente hostil, hasta el racismo, el odio, el desdén por la población local, pasando por laxo reclutamiento de los soldados, hasta los mensajes contradictorios tanto de la dirigencia castrense como de esos políticos, carentes de moral, que pusieron en marcha una guerra en base a mentiras.

La otra pregunta que nos hacíamos es si se trata de incidentes aislados o si responden a un patrón. Las declaraciones realizadas recientemente por veteranos de guerra en Washington, y que casi no tuvo repercusión en la prensa, permite concluir que son mucho más habituales de lo que se podría imaginar.

Un anuncio de lo que vendría

Ayer repasamos la vida del extraordinario reportero Martin Adler, asesinado en Somalia. De las decenas de reportajes realizados por este cámara en zonas en conflicto, el más destacado es sin dudas En patrulla con la compañía Charlie.

Vistas en retrospectiva, las imágenes que grabó durante diez días junto a esta unidad, por las que recibió el premio Rory Peck, constituyen sin dudas una suerte de premonición de lo que sucedería en Irak.

Desde los soldados que golpean a los detenidos en las calles, que se sacan fotos con prisioneros encapuchados en medio de risas, antes de que saltase a la luz el escándalo de Abu Ghraib, hasta la actitud del jefe de la unidad, que se comporta como un vaquero, como un personaje de película, mostrando desprecio hacia los iraquíes.

Podéis ver aquí el corto documental, que nos lleva a lamentar y comprender mejor el horror que aún padecen los niños, hombres, mujeres y ancianos de la nación del Tigris y el Éufrates, así como la ausencia de ese magnífico reportero que intentó darles voz.

Morir para contar: Martin Adler, reportero asesinado en Somalia

Aprovecho el repaso y la reflexión sobre los crímenes de guerra de soldados de EEUU en Irak, para rendir homenaje al extraordinario reportero Martin Adler, que tras haber cubierto conflictos armados en al menos una docena de países, murió el 23 de junio de 2006 en Mogadiscio.

Nacido en Estocolmo, Adler estudió antropología en Londres. Aunque luego se dedicaría al periodismo, su gran pasión, que le trajo en la profesión, aunque no ante el gran público, un merecido reconocimiento a lo largo de su carrera.

Desde el premio Amnistía Internacional en 2001 por la historia que filmó sobre el secuestro y venta de mujeres en China, hasta el galardón que lleva el nombre de Rory Peck, otro gran periodista que falleció haciendo su trabajo, y que recibió en 2004 por la pieza documental: En patrulla con la compañía Charlie.

El último encuentro

Unai Aranzadi, joven reportero vasco, y otro habitual en las zonas de conflicto, fue el último periodista extranjero en encontrarlo con vida en Somalia. “¿Cómo está la cosa por allí?, me preguntó Martin en la carretera que sale de Mogadiscio a Jowhar. «Más o menos. Has de andar con cuidado cuando te acerques a ellos. También verás muchos niños soldado». Gracias, respondió y nunca más le volví a ver”, escribió.

Según su descripción: “Martin Adler era para mí un ejemplo. El reportero completo e independiente capaz de producir, grabar y editar por su cuenta. Un sueco valiente de esos que no ponen la cara frente a la cámara; de esos que no trabajan desde el lobby del hotel”.

Muerte en Somalia

Adler estaba cubriendo en Mogadiscio una manifestación a favor de la paz. Aún no había tenido lugar la invasión etíope patrocinada por EEUU, y el país parecía tener alguna esperanza de no caer en el abismo en el que se encuentra ahora. El Gobierno Transicional del presidente Abdullahi Yusuf Ahmed y la Unión de Cortes Islámicas acababan de firmar un acuerdo de alto el fuego en Sudán.

La capital somalí llevaba dos semanas en manos de los islamistas cuando un hombre apareció de la multitud y le disparó a boca jarro a Martin Adler para luego huir. Asesinato que los propios líderes del movimiento integrista condenaron.

Adler, que en aquel momento tenía 48 años, dejaba tras de sí mujer y dos hijas. Y se sumó a la larga lista de profesionales que perdieron la vida en ese país, como Kate Peyton, de la BBC, que murió un año antes.

En 2007, Somalia fue después de Irak el lugar del mundo en el que más reporteros perecieron. Ocho profesionales dejaron de informar en el peor año que se recuerda para la prensa en el Cuerno de África.

Anticipando Irak

El Salvador, Ruanda, Congo, Angola, Sierra Leona, Chechenia, Liberia, Chechenia, Bosnia, Afganistán, Sri Lanka, Irak, son algunos de los países en los que Adler se había desempeñado cubriendo conflictos armados, genocidios, violaciones de derechos humanos.

Casi siempre había trabajado como periodista independiente, free lance, vendiendo su material para numerosos medios entre los que se encontraban Channel 4 y el periódico sueco Aftonbladet.

Tenía una gran habilidad para ir más allá, para meterse en la noticia, tanto con una cámara de vídeo como una máquina fotográfica, como muestra una de sus fotos de El Salvador de 1992.

De sus reportajes destacan los que dedicó a la vida de los musulmanes en Cachemira, la magia negra en Congo, el tráfico de drogas en Portugal, las luchas en Monrovia y el tsunami en Banda Acheh.

Pero el más admirable de todos es En Patrulla con la compañía Charlie , que fue una suerte de anticipación de los crímenes que los soldados de EEUU cometería en Abu Ghraib y en tantos otros lugares del país del Tigris y el Éufrates. Y al que dedicaré la próxima entrada.

Continúa…

Crímenes de guerra: soldados de EEUU violan y matan a una niña

De todos los crímenes de guerra que hemos repasado de soldados de EEUU en Irak, éste resulta sin dudas el más perturbador.

Claro que tratar de conmensurar el dolor ajeno, el horror de esas vidas arrebatadas sin sentido, es un ejercicio fútil. Porque la muerte de cada inocente constituye en sí, no un daño colateral e inevitable, sino un hecho vil.

Una vida que ya no estará. Y cuya ausencia dispersa el dolor, la sensación de rabia e indefensión, entre la población local como la piedra que cae en un estanque de agua.

Pero el asesinato de Abeer Qasim Hamza, de 14 años de edad, se presenta hondamente repugnante, por la alevosía, la premeditación, la frialdad y el sadismo con que fue perpetrado, a diferencia de los crímenes de Haditha, Thar Thar y Hamdania, que tuvieron lugar en esas mismas fechas.

El miedo

Abeer Qasim Hamza no era una joven que destacara por su belleza. Alta, delgada, su tío la describe como una “chica ordinaria”.

Sin embargo, tuvo la desgracia de llamar la atención de los seis soldados de EEUU que controlaban el puesto de control situado a unos 200 metros de su casa, en la salida de la ciudad iraquí de Mahmudiya, ubicada al sur de Bagdad.

Según narra un vecino, Abeer le dijo a su madre el 10 de marzo de 2006 que los soldados habían intentado propasarse con ella. Y Fakhriyah, la madre Abeer, había visto en varias ocasiones cómo se comían con los ojos a su hija, cómo le levantaban los pulgares y le gritaban very good, very good, cuando la joven pasaba por allí.

Como tenía miedo, le preguntó al vecino si la niña no se podía quedar a dormir en su casa durante las noches. Omar Janabi, el vecino, recuerda que accedió y que le dijo a la madre, para tranquilizarla, que “los soldados estadounidenses no hacen esas cosas”.

Tampoco el padre de Abeer le dio excesiva importancia al asunto al afirmar que la “niña es demasiado pequeña”.

Asesinato y violación

Pero los soldados de EEUU sí se comportaron de la forma más brutal imaginable. Soldados de la 101 División Aerotransportada, con base en Fort Campbell (Kentucky), que habían registrado la casa en varias ocasiones en “busca de terroristas”.

Se pusieron ropas oscuras para no ser identificados, salieron del puesto de control y entraron a la vivienda de la familia Qasim.

Metieron a los padres de Abeer y a su hija pequeña de siete años en una habitación contigua y uno de los hombres los mató. Después, tres de ellos se turnaron para violar a la niña.

Cuando terminaron le destrozaron la cabeza y le quemaron el torso y las piernas para borrar posibles evidencias.

La venganza iraquí

Al principio, el Ejército de EEUU echó la culpa a la insurgencia. Un traductor militar estadounidense le dijo a Mahdi Obeid Saleh, primo de Abeer, que «eso les pasaba por dar cobijo a terroristas”.

Y la verdad del asunto se comenzó a saber cuando miembros del Consejo Muayahidín de la Sura, una de las seis organizaciones suníes islámicas que en Irak luchaban contra la ocupación, se vengaron de los sucedido a Abeer.

Mataron a un integrante del mismo cuerpo militar, David J. Babineau, y decapitaron a otros dos: Kristian Menchaca y Thomas Lowell Tucker. Fue entonces cuando un soldado habló a un consejero castrense de lo sucedido en Mahmudiya.

Los culpables

Los dos hermanos varones de Abeer se salvaron porque estaban en la escuela. Uno de ellos, Mohammed, de 13 años, declaró que había visto a un militar pasar el dedo por la cara de su hermana en el puesto de control.

Ese era Steve Green, de 21 años, soldado raso considerado el principal responsable de lo ocurrido. Las confesiones señalan que fue él quien disparó a sangre fría a los padres con un AK 47, a su hija y a la propia Abeer.

Sus cómplices fueron tres hombres. James Barker, que el 15 de noviembre de 2006 se declaró responsable de violación y asesinato para evadir la pena de muerte siendo condenado a 90 años de prisión. El sargento Paul Cortez también asumió su culpa, por lo que recibió una sentencia de 100 años. Ambos podrían salir bajo fianza dentro de una década.

El tercero en cuestión, Jesse V. Spielman, se declaró no culpable de los cargos más graves, por lo que fue el único en enfrentarse al tribunal militar. Afirma que no violó a Abeer, que sólo le tocó el pecho cuando estaba muerta, aunque sí sabía del plan y sí acompañó a los otros.

Durante el juicio salió a la luz que los soldados habían estado hablando en el puesto de control, mientras bebían whisky irakí y jugaban a las cartas, de «matar iraquíes» y de «follar». Temas recurrentes en sus conversaciones.

Otro de los imputados, Bryan Howard, señaló que cuando los hombres volvieron al checkpoint, los escuchó decir «eso fue asombroso», «matamos a una familia«, y que uno de ellos saltaba en la cama.

Paul Cortez admitió que odiaba a los iraquíes, incluidas las mujeres. Un elemento que salió a relucir una y otra vez en el juicio por parte de numerosos testigos: el odio a los locales, a los que llaman «haj», y de quienes no distinguen a civiles de combatientes.

Cuando a Barker se le preguntó si el odio de Green era distinto al del resto, dijo que la única diferencia era que lo expresaba más a menudo.

«Vine porque quería matar»

Originario de Texas, cuando en enero de 2005 Steven Dale Green se alistó en el ejército se le retiraron los cargos que pesaban en su contra por abuso de alcohol y drogas. Un procedimiento conocido como moral waiver (renuncia moral) y que benefició a 34,476 reclutas sólo en 2006 a los que se les perdonaron desde infracciones tráfico hasta delitos graves.

Nueve meses más tarde estaba en Irak, donde poco tiempo duró, ya que lo dieron de baja en mayo de 2006 por “comportamiento deshonroso y antisocial” antes de que se supiera nada de la violación y asesinato de Abeer. Crimen acerca del cual Bryan de Palma estrenó en 2007 una película llamada «Redacted».

Al encontrarse fuera del Ejército, Green va a ser juzgado por la justicia ordinaria de su país en abril de 2009. Hasta ahora se ha declarado inocente. Su abogado ya ha dicho que alegarán enajenación mental.

Un artículo de The Washington Post cita estas palabras de Green: “Vine porque quería matar gente… La verdad es que no es para perder la cabeza. Quiero decir, pensé que matar a alguien iba a ser una experiencia que te iba a cambiar la vida. Y cuando lo hice, me dije: Muy bien, lo que sea».

«Maté a un tío que no quiso parar en el puesto de control y fue como si nada… Matar gente aquí es como pisar una hormiga. Quiero decir, matas a alguien y es como decir ok, vamos a comprar pizza”.

Criminales de guerra: soldados con problemas mentales en Irak

Al repasar esta semana algunos de los más sonados crímenes de guerra de EEUU en Irak, nos preguntamos por las posibles causas de estos hechos. Sin duda, responden a multitud de factores que van desde el estrés postraumático, que sufre uno de cada seis combatientes, hasta el abierto desprecio por la vida del otro.

Pero en algunos casos, como señala el profesor James Kelly, estos brutales actos contra civiles indefensos podrían estar relacionados con la imperiosa necesidad del Pentágono de conseguir nuevos reclutas, lo que lo habría llevado a reducir los niveles de exigencia en los procesos de selección.

No es que antes hubiese que ser doctor en derecho internacional y tener un historial moral exquisito para sumarse a las fuerzas armadas, pero la laxitud en el reclutamiento ha abierto la puerta a personas que antes no hubiesen sido destinadas a zonas de combate.

El sargento Jeffrey D. Waruch podría resultar paradigmático en este sentido, pues ya en EEUU había dado muestras de tener evidentes problemas psicológicos. No en vano se le había impuesto una orden de alejamiento de dos mujeres de las que supuestamente había abusado, y la policía le había requisado las armas que tenía en su casa.

Una vez en el terreno, Waruch reaccionó de forma brutal cuando el convoy en el que viajaba, por las proximidades de la ciudad de Al Abbassi, fue alcanzado por una bomba en febrero de 2004.

Aunque el explosivo sólo les hubiera causado heridas leves, Waruch se bajó y corrió hacia una madre, Shaha al Jabouri, y sus dos hijas, que estaban trabajando en un campo de judías. Les disparó cuando intentaban huir. Intisar al Jabouri, de 13 años, murió debido a las heridas.

Tiempo después se supo en la prensa que el sargento Marcus Warner trató de prevenir que Waruch viajase a Irak, ya que lo consideraba “un cáncer para sus hombres”.

Si la experiencia de un conflicto armado resulta profundamente perturbadora para quien está en pleno uso de sus facultades, mucho más lo es para personas inestables emocionalmente y con problemas psicológicos.

Estas últimas tienen aún más probabilidad de cruzar la línea y cometer un crimen de guerra . Sin embargo, el Pentágono las envía a ganarse “el corazón de los iraquíes”.

Pero no sólo eso, ya que en algunos casos EEUU parece dispuesto a amparar sus crímenes. Waruch, que diez días más tarde se vio involucrado en otro asesinato de un civil iraquí, nunca se sentó frente a un tribunal. Sólo fue dado de baja del ejército en 2006.

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Lawrence Hutchins y el asesinato de un hombre inocente en Irak

Como consecuencia de la Matanza de Haditha, cuya génesis e intento de ocultación describimos en las últimas entradas de este blog, 24 civiles iraquíes perecieron a manos de una patrulla de marines de la compañía Kilo.

Furiosos tras perder a uno de sus compañeros al estallar una bomba en la carretera, los soldados se bajaron del vehículo humvee en el que viajaban y entraron en las dos primeras casas que encontraron. Allí dispararon contra ancianos, mujeres y niños.

Resulta curioso que, justamente cuando un reportaje de la revista Time destapaba el escándalo de Haditha, varios miembros de la misma compañía de marines entraban a la casa de otro iraquí, lo sacaban con las manos atadas y lo mataban a sangre fría en la ciudad Hamdania.

A diferencia de lo sucedido en Haditha, las autoridades castrenses no intentaron ocultar los hechos y pusieron a disposición judicial a los culpables de lo ocurrido el 26 de abril de 2006.

La primera llamada de atención sobre el comportamiento de las tropas de ocupación de EEUU en Irak vino como consecuencia de las torturas en Abu Ghraib. Después le siguió la matanza de Hadihta y ahora este nuevo incidente que venía a demostrar que las cosas no iban bien.

La pantomima

Dos hechos resultan estremecedores en este crimen. En primer lugar, los soldados habían salido a buscar a otro hombre, Saleh Gowad, líder de la insurgencia. Pero al no encontrarlo mataron a su vecino: Hashim Ibrahim Awad, de 52 años.

La confesión del contramaestre Melson J. Bacos resultó crucial durante el proceso jurídico militar. Según su versión, los soldados estaban molestos porque Sahed Gowlad había sido capturado y liberado en tres oportunidades. Entonces decidieron que tomarían la justicia por sus manos.

¿Cómo se explica esto? Quizás del mismo modo que la masacre de Haditha. La compañía Kilo había perdido más de 20 hombres en la región a causa de las bombas situadas en la carretera, por lo que intentaban golpear a la insurgencia y vengarse de ella como fuera.

El segundo elemento perturbador pasa por la pantomima que representaron los soldados para tratar de ocultar su crimen. Bacos cogió un AK47 y disparó al cielo. Acto seguido, el sargento Lawrence Hutchins III llamó al cuartel diciendo que los estaban atacando y pidiendo permiso para responder a la agresión.

A Hashim Ibrahim Awad lo colocaron en un hoyo. Hutchins le disparó en tres ocasiones en la cabeza. El cabo Trent Thomas le pegó siete tiros en el pecho. Y un cuarto hombre, Robert Pennington, cogió la mano del fallecido y la apoyó en el gatillo del AK47 para que quedaran marcadas sus huellas dactilares.

«Sabía que estaba haciendo algo malo”, afirmó Bacos, quien añadió que luego de intentar decir algo un marine le respondió: «deja de comportarte como una mujercita».

Aunque tal vez lo más estremecedor de todo el asunto sea que Hashim Ibrahim Awad era físicamente un hombre mermado. Sus vecinos los conocían como «Hashim el cojo». Tras combatir en la guerra contra Irán de los años 80, había perdido parte de una pierna. También sufría de problemas en la vista.

Los acusados

Siete marines y un médico de la marina se enfrentaron a la justicia militar por esta caso en la base de Campo Pendleton, California. El galeno era Melson J. Bacos.

Trent Thomas fue hallado culpable de conspiración y secuestro. Se lo destituyó de su cargo pero no ingresó en prisión.

El abogado defensor dijo que su cliente no hizo más que seguir las instrucciones del sargento Hutchins. “Un marine en combate no desafía las órdenes de los mandos”, afirmó.

El cabo interino Robert Pennington se declaró culpable y fue sentenciado a ocho años de prisión el 19 de febrero de 2007. Otro de los condenados fue Marshall Magincalda, de 24 años. Aunque no disparó, sí se lo considera responsable de trazar el plan la noche anterior junto a sus compañeros.

“Quiero decir que siento las ofensas que he cometido”, declaró. “Me gustaría pensar que podré seguir para hacer buenas cosas en mi vida y dejar una mejor impresión de la que estoy dando ahora”.

Uno de los testigos que habló a favor de Magincalda dijo que lo consideraba un héroe por su actuación en Faluya, donde perdió a dos compañeros. Un psiquiatra castrense afirmó que sufría depresión y estrés postraumático como consecuencia de los combates.

Sargento Lawrence Hutchins III

Señalado como el principal responsable de la acción por sus compañeros, el sargento Hutchins fue hallado culpable de asesinato premeditado, de falsedad testimonial y latrocinio. El 2 agosto de 2007 se lo condenó a 15 años de prisión.

“Participé en los eventos del 26 de abril por la sensación de que era parte de nuestra misión”, afirmó este joven de 22 años. “Cada día explotaban bombas no identificadas en nuestra área de operación. Sabíamos quién lo hacía… No habíamos hecho todo lo posible, sin dudas».

Originario de Plymouth, Massachusetts, sus compañeros de colegio lo recuerdan tocando el piano para entrener a su familia, trabajando como guardavidas en la playa y como un buen amigo.

Se graduó en 2002. Tenía 17 años cuando se unió a los Marines. Venía de una familia de soldados y decidió que la universidad podía esperar. Su excelente desempeño le permitió ascender rápidamente a sargento.

Hutchins está casado con una compañera de escuela, Reyna Griffin, y es padre de una niña de dos años. Su abogado sostuvo que se había comportado de esa forma como consecuencia del pobre ejemplo de los oficiales al mando y de la aprobación que les habían dado para usar la violencia al capturar e interrogar a los presuntos insurgentes.

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Criminales de guerra: Frank Wuterich y la matanza de Haditha

La versión oficial afirmaba que los civiles iraquíes habían muerto como consecuencia de la explosión de una bomba casera al paso del convoy de los marines. Pero eso no fue lo que sucedió el 19 de noviembre de 2005 en la localidad iraquí de Haditha.

Los marines de la compañía Kilo se bajaron del humvee en llamas y descubrieron que el explosivo había matado al conductor, Miguel Terrazas, de 20 años. Tras superar los primeros momentos de aturdimiento, uno de ellos se puso al mando y se dirigieron a las casas más cercanas que encontraron y mataron a hombres, mujeres, ancianos y niños.

Los detalles de estas acciones, que fueron saliendo progresivamente en la prensa resultan estremecedores. Como que el dueño de la primera casa, Abuld Hamid Hassan Ali, de 76 años, que tenía una pierna amputada y estaba en silla de ruedas, recibió nueve disparos en el pecho, según señala un reportaje de The Washington Post de mayo de 2006.

O los gritos de horror y las súplicas de las cuatro hijas mujeres de los dueños de la segunda vivienda, Khafif y Aeda Yasin Ahmed, que se escucharon en todo el vecindario antes de que fueran asesinadas.

Los culpables

De los ocho marines acusados de la que es conocida como la Matanza de Haditha, y que costó la vida a 24 civiles iraquíes, sólo tres siguen a la espera de ser juzgados.

El sargento Frank Wuterich es considerado el principal responsable de la masacre. Se le imputaron en un principio 12 cargos de asesinato no premeditado, que luego pasaron a ser de homicidio negligente.

Otro de los imputados, Sanick Dela Cruz, acusado al principio y ahora testigo con inmunidad, declaró en contra de su antiguo compañero de armas. Recordó que Wuterich había dicho, tras otro incidente similar, que debían “enseñar una lección a los iraquíes”.

Lo cierto es que la Compañía Kilo de los Marines, a la que pertenecía Frank Wuterich, llevaba meses luchando junto a las fuerzas iraquíes contra la insurgencia y había perdido a más de 20 hombres en la región.

La familia de Wuterich, que ha creado una página web, sostiene su inocencia. Y afirma que la prensa lo ha condenado antes del juicio.

Nacido en Connecticut, Wuterich está casado y tiene tres hijas. En el secundario había destacado por su excelencia académica, por tocar la trompeta y ser el presidente del club de teatro.

Se trataba de su cuarta misión en Irak. La primera vez que había sido destinado a este país lo había hecho por voluntad propia, porque como dijo en alguna ocasión: «Quería conocer la guerra».

También está a la espera de una corte marcial Jeffrey Chessani, el comandante de la Compañía Kilo. Se lo acusa de encubrir los hechos. En primer lugar, a través del comunicado oficial difundido al día siguiente, que da un versión distorsionada de los hechos. Así como el hecho de que pagaran a los supervivientes entre 1.500 y 2.500 dólares por cada persona muerta en las dos casas.

La verdad

La verdad se comenzó a saber gracias al vídeo filmado en la morgue por un joven estudiante iraquí de periodismo, que mostraba que los civiles habían muerto por disparos de bala.

A esta evidencia se sumó después el reportaje publicado por Tim McGirk en la revista Time, y tantas otras pruebas forenses, así como fotografías y otros vídeos, que fueron apareciendo.

Fue tal la presión que se abrió el caso y que hasta el presidente Bush salió a decir que se investigaría lo sucedido. John Murtha, parlamentario demócrata y antiguo marine, fue uno de los que más fuerza ejerció. Tanto es así que Wuterich se ha querellado contra él alegando que perjudicó su imagen al popularizar la matanza de Haditha.

Otros hechos similares

La primera señal de que las cosas se estaban torciendo en Irak vino desde Abu Ghraib, con las torturas de prisioneros cuyas imágenes dieron al vuelta al mundo. Después surgió el escándalo de la matanza de Haditha, acerca de la cual se acaba de estrenar una película dirigida por el cineasta británico Nick Broomfield.

Pero los actos de barbarie contra las civiles iraquíes no se quedaron allí. Siguieron las acciones desmesuradas, los crímenes impunes. Cuya enumeración y conocimiento, así como de sus protagonistas, quizás nos acerque más a la respuesta que estamos buscando: ¿en qué medida se los puede calificar como hechos aislados? ¿A qué razones responden esta clase de actos?

Continúa…

Criminales de guerra: 24 iraquíes muertos en la matanza de Haditha

El 19 de noviembre de 2005, un vehículo humvee que circulaba por una carretera próxima a la ciudad de Haditha, situada en el Valle del Éufrates, a 200 kilómetros de Bagdad, fue alcanzado por una bomba colocada por la insurgencia.

El cabo Miguel Terrazas, de 20 años de edad, y perteneciente a la Compañía Kilo del Tercer Batallón del Primer Regimiento de Marines, murió como consecuencia de la explosión. Dos de sus compañeros resultaron heridos.

Al día siguiente, el comunicado oficial castrense daba cuenta de esta baja. Y afirmaba que 15 iraquíes habían fallecido también debido a la bomba. Así como otros ocho que supuestamente habían disparado con armas cortas al convoy en el que viajaban los marines.

La otra versión

Pero los relatos de los testigos presenciales, así como de las autoridades locales, coinciden en señalar que los civiles no perecieron por la explosión.

Furiosos tras la muerte de su compañero, los marines entraron a las primeras casas que encontraron. Asesinaron a 15 personas a sangre fría, entre las que se cuentan siete mujeres y tres niños. Además, dispararon a cinco jóvenes que viajaban en un coche.

Un hecho que recuerda, aunque a menor escala, a la masacre de My Lai cometida en Vietnam y rebelada al mundo por el periodista Seymour Hersh.

En esta ocasión el reportaje realizado por el veterano corresponsal de guerra Tim McGirk para la revista Time marcó un punto de inflexión, ante el silencio que había intentado guardar el Pentágono sobre lo sucedido.

Y poco a poco comenzaron a aparecer más pruebas, desde fotografías hasta vídeos, datos forenses y confesiones de marines (como Sanick Dela Cruz), que son las que han llevado al banquillo de los acusados al sargento Frank Wuterich, considerado el principal responsable de las muertes.

Refutaciones de la tesis oficial que en su momento generaron las mismas preguntas que suelen despertar esta clase de crímenes: ¿se trata de hechos aislados? ¿Cuán comunes son estos actos en un conflicto armado?

Continúa…

EEUU, Israel y las lápidas de hormigón que dividen Oriente Próximo

Al recorrer la Cisjordania ocupada desde 1967 por el Estado de Israel, que el próximo día 14 cumple sesenta años de vida, se encuentran a cada paso estas construcciones de hormigón que parecen enormes lápidas.

Todo un símbolo de la marginación por la raza, así como por el mesianismo religioso, los intereses relacionados con el agua, la tierra, la especulación inmobiliaria y la industria armamentística, que sufren los palestinos.

Un símbolo que se repite en Irak, donde los EEUU han desperdigado estas enormes construcciones de concreto por todo el país, replicando el modelo israelí de dominación a través de la segregación y la exclusión a las que, en un giro dialéctico imposible de aceptar desde el derecho y la razón, llaman “medidas de defensa”.

Exportar el modelo

Claro que todas las ocupaciones a lo largo de los siglos han seguido características similares, pero cuando los historiadores miren hacia las primeras décadas del siglo XX, quizás concluyan que el modelo que hoy se ha extendido por Oriente Próximo fue en buena medida creado, ensayado y desarrollado por Israel.

País destacado en la detención preventiva y en la tortura de los ciudadanos de los territorios que no le pertenecen, en el bombardeo de las zonas civiles, y en el desarrollo de tecnologías de última generación para la subyugación de la población dominada.

Un negocio fantástico, tanto para el sector público como para las empresas privadas, que comienza con los aviones no tripulados de reconocimiento y ataque, en los que Israel es sin duda líder mundial, y que exporta a países como India, China, Francia y Suiza por unos 600 millones de dólares anuales.

Siguiendo por los zeppelines de observación, que en algún momento se dijo que EEUU compraría para vigilar la frontera con México, donde la compañía militar israelí Elbit Systems ha conseguido un suculento contrato, y donde en estos días se supo que Blackwater va a establecer una nueva base. ¿Para llevarse su parte del negocio de cazar inmigrantes ilegales?

Para terminar con los cursos de entrenamiento que militares hebreos en activo y retirado imparten en decenas de países, incluido Zimbabue, como explica Justin Raimondo en Antiwar a través del artículo «Israel loves Mugabe».

Todo esto sin contar el armamento convencional, del que Israel se ha convertido en 2007 el cuarto vendedor a nivel planetario con contratos India, Turquía, EEUU y Gran Bretaña que alcanzan los 2.932 millones de euros.

Las vallas de EEUU

Ya en su momento Robert Fisk denunció la participación de militares israelíes en la construcción de los diversos muros de hormigón que dividen Bagdad, pues la sinergia entre ambos países en cuestiones estratégicas y armamentísticas es fluida.

Los bloques de hormigón se producen en la ciudad de Gopala, en el Kurdistán iraquí, al vertiginoso ritmo de 50 toneladas de concreto al día.

La colocación tiene lugar durante la noche, bajo la protección de helicópteros Apache. En algunas semanas se han llegado a instalar unos 2.000, según informa The Washington Post. A tal velocidad que cuando los soldados se paran frente a ellos al día siguiente, aún el cemento está fresco.

El más destacado de estas sucesiones de bloques de hormigón es el que encierra al miserable distrito chií de Sadr City, donde viven 2,5 millones de personas, y cuya puesta en sitio se aceleró últimamente, como informa el New York Times.

Justamente allí tuvieron lugar durante las pasadas semanas enfrentamientos que han dejado como saldo más de mil muertes. La CNN afirma que el 60% de las víctimas han sido mujeres y niños, una proporción de asesinatos de civiles similar a la que Israel obtiene cada vez que invade la franja de Gaza con sus tanques Merkava.

La misma manipulación

Y una respuesta, por parte de las fuerzas castrenses estadounidenses que recuerda al argumento que tan a menudo dan los altos mandos hebreos: “Los terroristas usan a los civiles como escudos humanos”.

En este sentido, la sinergia entre ambos países va más allá del ámbito militar y también tiene lugar en el sector de la propaganda, con el uso reiterado hasta el paroxismo de la excusa del terrorismo para perpetuar la ocupación, y la perversa lógica de culpar al enemigo por las muertes de inocentes provocadas por ataques indiscriminados en zonas civiles.

Esos muros de hormigón con forma de lápidas que florecieron en Gaza y Cisjordania, para luego extenderse al Líbano durante la ocupación, y reproducirse ahora en Irak y Afganistán, son todo un símbolo de los intereses espurios y las mentiras que han cubierto de sangre la región.

Día Internacional de la Libertad de Prensa: la detención de Bilal Hussein

El único «delito» aparente cometido por Bilal Hussein, fotógrafo de la agencia AP en Irak, fue hacer bien su trabajo. Jugarse la vida y moverse con destreza para situarse en primera línea y contar la noticia.

No en pocas ocasiones supo estar en el lugar adecuado en el momento adecuado para reflejar la sangrienta realidad de la nación del Tigris y el Éufrates. Desde las calles hasta los hospitales, como muestra una de sus instantáneas.

Esto hizo sospechar a los miembros de las fuerzas estadounidenses de ocupación en Irak, que en abril de 2006 lo detuvieron alegando que tenía vínculos con la insurgencia iraquí.

Un año antes, Bilal Hussein había ganado el premio Pulitzer por su brillante cobertura de la guerra de Irak. Un escenario, vale la pena recordar, durísimo para trabajar que en el 2007 mató a 57 periodistas y que poco tardó en cobrarse más vidas de reporteros que Vietnam.

Sin pruebas

Según Joel Simon, director del Comité para la Protección de Periodistas, organización con base en Nueva York, la entrada en prisión de Bilal Hussein “se suma a la creciente lista de periodistas detenidos en zonas de conflicto por los militares de EEUUpor prolongados períodos y eventualmente puestos en libertad sin que nunca se hubiesen sustanciado cargos o crímenes en su contra».

«Esta práctica deplorable debe preocupar a todos los periodistas. Básicamente permite a los militares de EEUU sacar a los reporteros del terreno, encerrarlos y nunca decir por qué”.

No fueron pocas las voces que a lo largo de estos años presionaron al gobierno de EEUU para que Bilal Hussein fuera puesto en libertad. La agencia AP sostuvo en todo momento la inocencia de su fotoperiodista.

«Nosotros no hemos visto una prueba que disminuya nuestra convicción de que Bilal Hussein no es culpable de nada excepto de periodismo comprometido“, afirmó Curley, director de AP, para el que “se trata de evitar que los periodistas cubran las noticias“.

Finalmente, la libertad

La liberación se produjo finalmente el pasado 16 de abril, cuando los militares estadounidenses pasaron el caso a la justicia iraquí, y los jueces de este país, cuya independencia de la fuerzas de ocupación queda otra vez en entredicho, decidieron sacarlo de la cárcel.

El caso de Bilal Hussein no es el único de este tipo en Irak. Otros periodistas, como Abdul Amir Younis Hussein, cámara de la cadena CBS, también fueron encarcelados sin cargos.

Aunque el atentado más grave de los EEUU a la libertad de expresión es el referido al cámara sudanés de Al Yazira, Sami al-Haj, que fue liberado sin cargos el pasado jueves 1 de mayo tras pasar más de seis años en Guantánamo sin haber sido acusado ni juzgado.

Este tipo de atropellos son los que hacen que EEUU aparezca en el puesto número 112 de la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2007, realizada por la organización Reporteros sin fronteras.

Una clasificación que tiene en último lugar a Eritrea, y que hoy, Día Internacional de la Libertad de Prensa, vale la pena recordar. Así como el informe que esta mañana se presentó en Madrid sobre los Predadores de la Prensa y sobre el que me extenderé mañana.

¿Por qué?

Por ahora, lamentar los meses perdidos en la vida de Bilal Hussein, que acaba de cumplir 36 años. Y lamentar el silencio informativo que su ausencia, nunca justificada legalmente, provocó en la cobertura de la guerra de Irak, como recuerda otra de las valiosísimas imágenes que tomó antes de ser detenido.

Una fotografía que al verla nos lleva a preguntarnos si la verdadera razón de la entrada en prisión de Bilal pasó por el intento de la fuerza ocupante de querer que el dolor de la nación del Tigris y el Éufrates se redujera a la frialdad de los comunicados oficiales y las comparecencias del general David Petraeus en Washington, con sus tablas y gráficos sobre el descenso en el número de víctimas y el aumento de la seguridad, en lugar de por las salas de guardia y los quirófanos de los maltrechos hospitales de Bagdad.

Cinco años desde que Bush “ganara” la guerra en Irak

Hoy se cumplen cinco años del día en que George W. Bush, que se salvó de pelear en Vietnam gracias a los contactos de su familia, aterrizó vestido de piloto en la cubierta del buque USS Lincoln para dirigirse al mundo bajo una pancarta en la que se leían las palabras: “Mission Accomplished”.

En aquel momento Bush pensaba que con poner al frente del Ejecutivo iraquí al corrupto lobista Ahmed Chalabi, y dejando unas 20 mil militares en tierra, el asunto estaría resuelto.

Otro país democratizado por proceso express, y servil hasta la última gota de petróleo, para agregar a la lista de los que pensaba «liberar» en su cruzada personal: la Guerra Global contra el Terror.

De aquel discurso, que pasará a la historia universal de la infamia y la estupidez, vale la pena rescatar un párrafo:

Al vencer a la Alemania nazi y al Imperio japonés, las fuerzas aliadas destruyen ciudades enteras, mientras que los enemigos que empezaron el conflicto permanecieron seguros hasta el final. El poder militar fue empleado para terminar con un régimen destruyendo una nación. Hoy tenemos mayor poder para liberar a una nación quebrando a un régimen peligroso y agresivo. Con las nuevas tácticas y las armas de precisión, podemos alcanzar objetivos militares sin dirigir la violencia hacia los civiles…

Como bien menciona Juan Cole, si tomamos en cuenta que más de 200 mil iraquíes han muerto hasta hoy, que ciudades como Faluya han sido reducidas a escombros igual que la mismísima Dresden, comprobamos que este es el pasaje más premonitoriamente perverso e ineficiente de todo lo que dijo aquel 1 de mayo de 2003.

Abril, el mes más sangriento

Abril ha sido el mes más sangriento para los EEUU desde 2007, con 50 soldados muertos. Pero también para los iraquíes, 1.745 civiles fallecidos, debido no sólo a los atentados suicidas sino a los ataques de los últimos días en Ciudad Sadr.

En el enfrentamiento que tuvo lugar ayer, como si se tratase del Tsahal, los comandantes de EEUU achacaron la culpa a la insurgencia, ya que dicen que usó a la población local a modo de “escudos humanos”.

Pero en realidad se trató de una lucha frontal con las milicias, según explica la CNN. Una lucha a la que los soldados norteamericanos respondieron de manera brutal y desesperada lanzando misiles que mataron a mujeres, ancianos y niños en ese miserable distrito de Baghdad, que cuenta con 2,5 millones de habitantes, y en el que desde marzo han perdido la vida 925 personas.

Una larga lista de despropósitos

A esta orgía de sangre, mentiras y despropósitos hay que sumarle el esperpéntico espectáculo de Abu Ghraib, la aceptación legal de la tortura «waterboarding» por parte de EEUU, los vuelos secretos de la CIA y Guantánamo.

También se deben mencionar los casi dos millones de refugiados iraquíes, que no terminaron en EEUU sino en países vecinos como Jordania y Siria, que son los que llevan la carga de brindar atención a estas personas.

Hace una semana, en relación a los piratas, reflexionábamos sobre cómo los estados fallidos contribuyen a incrementar la inseguridad en el mundo. Si observamos la lista de estados fallidos de 2007 de Foreign Policy, en los primeros puestos se encuentran tres países en los que la mano de Bush actuó directamente: Irak, Afganistán y Somalia.

Un mundo menos seguro

Y el último error garrafal de la administración Bush, señalado por Daniel Kroslak en el Herald Tribune, ha sido incluir en su lista de grupos terroristas – algún día se tendría que crear también un ranking de Estados que difunden el terror – a la organización islámica al-Shabaab, cuyos miembros pertenecen al clan somalí hawiye, que controla Mogadiscio.

Justamente en el momento en que el primer ministro de Somalia, Nur Hassan Hussein, ha puesto en marcha una oferta de diálogo con todos los grupos del país para tratar de pacificarlo.

Propuesta que incluye a al-Shabaab, pero que podría verse complicada debido al veto de EEUU, y que parece ser hoy la única viable para terminar con el caos que ha generado 750 mil desplazados internos en los últimos 15 meses, y que tiene al borde de la hambruna, y casi sin posibilidad de ayuda humanitaria, a 2,5 millones de personas.

Si el día en que, tras el atentado contra las Torres Gemelas, Bush se quedó rumiando en silencio sus ideas frente a una clase llena de niños, pensó que sería la oportunidad para crear un planeta más seguro – además de hacer menos pobres a sus amigos empresarios neoconservadores – lo cierto es, cuando abandone la Casa Blanca en enero de 2009, habrá dejado a sus espaldas un legado de destrucción y muerte que, en el corto plazo, parece imposible de revertir.