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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La empresa KBR y los soldados electrocutados en Irak

En este blog hemos hecho un seguimiento exhaustivo de los casos de ineficiencia, corrupción y abuso de poder que han señalado a no pocas empresas relacionadas con la gestión privada de las guerras.

Compañías que han amasado auténticas fortunas gracias a un proceso de privatización que se comenzó a imponer en los años noventa, con la idea en parte de reducir los gastos fijos de las fuerzas armadas, y que ha vivido su gran momento de enriquecimiento y eclosión de la mano de la administración Bush.

Una vez más, ponemos la mirada en KBR, antigua subsidiaria de la empresa Halliburton, que tuvo como CEO a Dick Cheney. Una vez más, esta empresa es acusada de malas prácticas, de recortar costes en base a poner en juego la seguridad de los soldados y del personal civil. Una vez más, en este enésimo escándalo, parecen quedar expuestas a la luz todas las miserias – tráfico de influencia, falta de mecanismos de control – del tan cuestionado proceso de privatización.

Al menos diez muertos

El 2 de enero de 2008, el sargento Ryan Maseth, de los Boinas Verdes, murió electrocutado cuando se bañaba en una base en Irak. La familia de Maseth demandó a la empresa KBR, encargada de las instalaciones eléctricas.

Según San Antonio News, 16 soldados y dos civiles estadounidenses han muerto electrocutados en el país del Tigris y el Éufrates. Se estima que diez de ellos lo hicieron como consecuencia de malas instalaciones.

A lo largo del último año se han sucedido las comparecencias en el Congreso de EEUU para tratar esta cuestión. La agencia AP recoge la última que ha tenido lugar:

Este miércoles, Jim Childs, un inspector electricista contratado por el Ejército para revisar las instalaciones en Irak, señaló frente al comité de políticas del partido Demócrata que el 90% del cableado realizado por KBR en edificios de nueva construcción en Irak no se hizo bien. Esto significa que unos 70 mil edificios en los que viven y trabajan las tropas no son seguros.

En marzo, la CNN entrevistó a antiguos empleados de la empresa que ya habían dado la voz de alarma en 2005, y que señalan que la labor de KBR en Afganistán también ha sido igual de negligente.

Dinero, a pesar de todo

En total, la compañía KBR ha cobrado 84 millones de dólares por las instalaciones eléctricas. La indignación de los mandos castrenses y de los representantes del partido Demócrata deviene no sólo de los fallecimientos, sino de que la empresa recibiera 34 millones de dólares en bonos apenas tres meses después de la muerte de Ryan Maseth.

Pero lo que resulta pero aún: a pesar de que había una investigación en marcha, a principios de año se adjudicó un nuevo contrato a KBR por 35 millones de dólares que incluye labores eléctricas. William P. Utt, director de la empresa, achacó el problema al peligroso ambiente laboral en Irak, y también a la diferencia entre los sistemas eléctricos británicos y estadounidenses.

El «paradigma Gaza»: miseria y robots en el campo de batalla

En 2003 no había ni un sólo robot en los conflictos de Irak y Afganistán. Ahora hay más de 12 mil. Algunos analistas afirman que estamos apenas en los albores del desarrollo y empleo de estos ingenios. Señalan al año 2025 como fecha estimada en que las fuerzas armadas de EEUU serán «mayoritariamente robóticas».

Cada día llegan más imágenes que dan testimonio de esta presencia de los robots en los campos de batalla. Ya hemos visto en este blog la curiosa relación que los soldados establecen con ellos al ponerles nombres y hasta darles condecoraciones.

Dos soldados de la Cuarta División de Infantería, en la base Hawk de Irak, practican con un PakBot, del que hay unas dos mil unidades en el terreno y que es fabricado por la empresa iRobot, que fuera del ámbito militar también desarrolla robots caseros, de escaso éxito hasta el momento, como la Roomba 532, que es una suerte de aspiradora inteligente.

La sargento Kasandra Deutsch enseña a soldados iraquíes del Noveno Regimiento de Ingenieros la fuerza del robot TALON, que al igual que el PackBot es empleado para detonar explosivos.

En 2007 se confirmó la presencia en Irak de los primeros robots armados. De la familia del TALON surge el SWORD, que lleva una ametralladora ligera M249. La empresa que lo fabrica, al igual que a otro robot armado llamado MAARS, niega en su página web supuestos casos en que los SWORD dispararon a los propios soldados de EEUU.

En la categoría de los robots se suele incluir a los aviones no tripulados. Los Predator y Reaper, a los que se acaba de agregar una tercera generación aún más letal, son los que realizan la mayor parte de las operaciones de la CIA en Pakistán, con una cifra de efectividad y de bajas entre civiles muy cuestionada.

En la fotografía se ve al artificiero Jerry Reidy, del 73 Regimiento de Caballería, lanzar un drone RQ-11 Raven durante el curso de entrenamiento. Los Raven se lanzan antes de las misiones para anticipar cualquier peligro que pueda esperar a los soldados en el trayecto.

Futuro y debate

Bill Gates comparó recientemente el momento de desarrollo, próximo a un gran salto cualitativo, en el que se encuentran los robots, con la situación en la que estaban los ordenadores a principios de los años ochenta.

Poco tiempo pasa sin que alguna revista especializada anuncie la aparición de un nuevo ingenio de esta clase. El último en salir a escena se llama Ember. Lo fabrica también iRobot. Apenas supera en tamaño a un libro de bolsillo y funcionaría en red, como un regimiento de arañas que antecederían a los soldados en el acceso a una zona o vivienda peligrosa.

Lo que también continúa en alza es el debate legal y ético del uso de los robots en la guerra, que ya hemos discutido aquí. Hace unos días, el profesor de filosofía Peter Asaro, afirmaba con entusiasmo que los robots podrían saber distinguir mejor entre enemigos y civiles, por lo que podrían reducir los llamados daños colaterales.

Peter Singer, uno de los mayores especialistas en robots, autor del libro Wired for War, le respondió con ironía que si es por poder, él también «podría ganarse la lotería» o «vencer a Lebron James en un duelo de baloncesto».

Lo que no está en discusión es una realidad a la que podríamos llamar el «paradigma Gaza». Las últimas tecnologías del siglo XXI empleadas para luchar contra insurgentes que se mueven en escenarios como Gaza o Afganistán, donde la población carece de electricidad, de agua corriente y vive en niveles de postergación propios del Medioevo.

Halliburton, Blackwater y la privatización de la guerra

Hay dos libros que resultan reveladores para vislumbrar el lado más oscuro y alarmante de la creciente privatización de la gestión de los conflictos armados que tantas veces hemos denunciado en este blog.

Dos libros que demuestran también que el periodismo de investigación sigue vivo a pesar del empeño de algunos de dar por muerta y enterrada, de escribir sentidas elegías, a esta profesión. Eso sí, resulta interesante tomar nota de que su autores son reporteros independientes, ajenos a los grandes medios de comunicación.

Una de mercenarios

El primero es Blackwater: El ascenso del ejército mercenario más poderoso del mundo. Publicado en 2007, constituye el primer documento exhaustivo sobre los abusos y corrupciones de la empresa de Eric Prince, ahora dividida y llamada Xe.

Su autor, Jeremy Scahill, habitual de páginas como Counterpunch, Commondreams, Antiwar y Huffington Post, además de corresponsal de Democracy Now!, el programa de Amy Goodman, cuyo trabajo pudimos seguir de primera mano.

Fue justamente junto a esta periodista que realizó en 1998 el premiado documental Drilling and Killing: Chevron and Nigeria’s Oil Dictatorship, en el que investigaban la relación de la petrolera Chevron con el asesinato de dos activistas medioambientales en el conflictivo Delta del Níger.

Otra de negocios opacos

El segundo libro fue publicado el pasado mes de febrero. Se titula «El ejército de Halliburton: cómo una bien conectada compañía petrolera tejana revolucionó la forma en que EEUU hace la guerra». Lo escribió Pratap Chatterjee, otro premiado periodista independiente de investigación, editor de Corp Watch y habitual también de Democracy Now!

El libro comienza con la génesis del ascenso de Halliburton/KBR hasta convertirse en el gigante por antonomasia de la gestión privada de la guerra. Los sustanciosos contratos en Angola, Irán y Nigeria que Dick Cheney consiguió cuando era CEO de Halliburton (la cronología precisa aquí). Aunque el gran salto cuantitativo llegaría después del 11 S, con Cheney ya como vicepresidente de EEUU, y con la inestimable ayuda y promoción de Donald Rumsfeld.

Los beneficios y castigos de Cheney y Rumsfeld en su revolución de los asuntos militares ha sido profunda… Junto a esta nueva industria surgió el potencial para los sobornos, la corrupción y el fraude. Docenas de trabajadores y subcontratistas de Halliburton/KBR han sido arrestados y acusados, y otros están cumpliendo condenas, por robar millones de dólares… Sin embargo, la mayoría de los empleados no verán nada por el estilo, pues son trabajadores asiáticos que cobran probablemente unos mil dólares al mes… Estos hombres y mujeres constituyen el verdadero ejército de Halliburton, que emplea el mismo personal que un centenar de batallones. Más de 50 mil personas trabajan para KBR bajo un contrato de 150 mil millones de dólares.

Para llevar a cabo parte su investigación, Chatterjee se hizo accionista tanto de Halliburton como de su subsidiaria KBR. Estas son algunas de las denuncias que hace en su obra:

* La red de sobornos, comisiones y fraude que involucra a empleadores y subcontratistas de Halliburton/KBR en Kuwait e Irak.

* Los contratos sin licitación conseguidos por Halliburton/KBR.

* Cómo Halliburton/KBR consiguió el contrato para la reparación de los pozos petroleros iraquíes con el propio dinero de Irak.

* El rol que las negligencias Halliburton/KBR han tenido en la muerte de civiles americanos y trabajadores extranjeros, y el consecuente rechazo a asumir las responsabilidades.

* El “tráfico humano” que los subcontratistas de Halliburton/KBR emplean para atraer a trabajadores extranjeros a Irak bajo falsas promesas.

* El sistema de castas, de pagos por nacionalidad, a los trabajadores de la empresa.

* Cómo aquellos civiles y militares que denunciaron los abusos y cuestionables prácticas contables de Halliburton/KBR fueron desacreditados por el gobierno de EEUU.

* Los groseros sobrecostes aplicados por Halliburton/KBR y sus subcontratistas.

Para terminar de cerrar la ecuación de su denuncia, Pratterjee señala cómo las acciones de la compañía pasaron de 10 dólares a 80 dólares gracias a la gestión de Dick Cheney y los sustanciosos beneficios de la llamada guerra contra el terror.

Un cementerio para los robots de la guerra

Cuenta el Wahington Post que entre los soldados estadounidenses y los robots que emplean en Afganistán e Irak ha surgido una estrecha relación. Algunos les ponen nombres, les dan rangos militares, los condecoran. Una forma de apreciar que sean muchas veces estos artilugios los que se la avanzan al frente del pelotón en un campo minado o al entrar a una casa.

Eso sí, viendo la facilidad con que se los cargan a la hora de desactivar explosivos, el próximo paso quizás sea dedicarles un cementerio, o un memorial con sus nombres, no digo en los jardines de Washington pero al menos en el ciberespacio. Como en este caso, en el que soldado comenta acongojado: «oh, mierda… pobre robot».

Bajas aparte, el uso de estos dispositivos – que pueden ser autónomos, semiautónomos o manejados a control remoto-, no es reciente en los conflictos armados.

Como antecedente podríamos recordar al Goliath, aquel vehículo de demolición no tripulado, que lleva hasta cien kilos de explosivo y que la Wehrmacht empleaba por control remoto para destruir tanques, puentes y edificios durante la segunda guerra mundial.

Los pequeños de la familia

Aunque ayer veíamos al BigDog, una suerte de mula destinada a la carga, lo cierto es que la mayoría de los dispositivos que se usan hoy en la guerra son de pequeñas dimensiones, con una fisonomía que se asemeja a la de los tanques. Su principal función consiste en desactivar explosivos.

En esta categoría destaca el TALON, que pesa 28 kilogramos, aunque hay versiones más livianas, y que cuenta con un brazo mecánico y dispositivos para la transmisión de sonido e imagen. Se empleó ya en Bosnia, en las ruinas de las Torres Gemelas. Otros artilugios similares son el MATILDA, de la empresa Mesa Robotics, con base en Alabama, o el MARCbot, de la empresa Exponent Inc.

Pero la estrella sin dudas es la familia PackBot, que cuenta con más de dos mil unidades en Irak y Afganistán, y otras tantas en camino. Su creadora es la empresa iRobot, que fuera del ámbito militar también desarrolla robots caseros, de escaso éxito hasta el momento, como la Roomba 532, que es una suerte de aspiradora inteligente.

“La entrega de dos mil PackBot y su demanda sostenida confirman la necesidad de vehículos no tripulados terrestres para que asistan a nuestras tropas en el terreno» afirma Joe Dyer, presidente de iRobot Government and Industrial Robots. “El PackBot permite al personal neutralizar bombas, coches bombas y otra clase de explosivos, ayudando a salvar la vida de los soldados».

El PackBot surge de un plan de investigación lanzado en 1998 por la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa(DARPA), que buscaba la creación de una nueva generación de estos ingenios para acompañar a los soldados. En 2007 iRobot firmó con el Departamento de Defensa un contrato por 286 millones de dólares.

Se empezó a usar en Afganistán para inspeccionar cuevas, bunkers y edificios, y para cruzar campos minados en el año 2002. En 2003 desembarcaron en Irak, con el fin de revisar vehículos y desactivar explosivos. iRobot también a vendido numerosos modelos a Gran Bretaña y Alemania.

Más liviano, más rápido

El PackBot es más liviano que el TALON, por lo que un soldado lo puede llevar a sus espaldas. De hecho, está diseñado para entrar en la mochila standart de un efectivo del Ejército de EEUU, conocida como MOLLE, y que se comenzó a emplear en 2001. Se tarda apenas unos minutos en ponerlo en funcionamiento.

Cuesta entre 40 y 200 mil dólares, dependiendo del modelo, como lo deja bien en claro este soldado, que comenta de forma casi premonitoria: «Quiero ver si nos los cargamos ahora, la carretera se llenaría de trocitos. Cuarenta mil dólares tirados a la basura».

Resulta un 30% más rápido que sus competidores, alcanzando los 14 k/h. Cuenta con dos palas que permiten a superar diversos obstáculos. Se puede sumergir en agua. Cuenta con GPS, compás electrónico y sensores de temperatura. Se maneja a través de un PC portátil.

El modelo Packbot 510 es el más popular de la línea. Tiene controles por joysticks, por lo que su uso resulta sumamente sencillo. En 2006, iRobot lanzó el programa Sentinel que permite a un solo operador dirigir a un escuadrón de robots semiautónomos.

La puesta en el terreno de modelos como el TALON, pero armados con ametralladoras M249, da para un largo debate que quizás podamos abordar en otra ocasión.

Miseria y olvido para las viudas de la guerra de Irak

Al tiempo en que Muntadar al-Zaidi hacía volar sus zapatos en dirección a George Bush, le gritaba que eran “un regalo de despedida de los asesinados, los huérfanos y las viudas de Irak”.

Un gesto que ya otros han repetido alrededor del mundo, como la estudiante sueca Ylva Kronheffer, que se encaró en Estocolmo el pasado 5 de febrero con un par de zapatillas Nike rojas contra el embajador israelí Benny Dagan en nombre de las víctimas de Gaza.

Se acerca el Día Internacional de la Mujer, y la Cruz Roja prepara un exhaustivo informe sobre la situación de las viudas en Irak, que constituyen sin dudas el colectivo más postergado y necesitado de ayuda dentro de la sociedad iraquí.

Mendigar para sobrevivir

Tras décadas de guerra, y debido al caos que aún impera en el país del Tigris y el Éufrates, resulta difícil estimar el número de mujeres que se han quedado sin marido. En 2006, la ONU calculó que entre 90 y 100 se convertían en viudas cada día.

La violencia sectaria y de las fuerzas de ocupación había alcanzado se punto más alto, desde el que comenzaría a descender. Un cambio de escenario que es el que permite ahora tanto a la prensa como a las organizaciones humanitarias acercarse a estas mujeres y conocer su realidad.

El New York Times, sitúa la cifra de viudas en 750 mil.

“En grandes ciudad como Bagdad, la presencia de las viudas resulta difícil de ignorar. Ocultas en abayat negras, avanzan entre la columnas de coches que aguardan en los puestos de control, pidiendo dinero o comida. Esperan en las puertas de las mezquitas para recibir mantas gratis, o se sumergen en las montañas de basura que se acumulan en las calles. Algunas viven con sus niños en parques públicos o en los baños de las estaciones de servicio”.

Al Jazeera coloca la cifra en millón y medio. Y estima que hay otro millón y medio de mujeres en la misma situación, en estos casos divorciadas o abandonadas por sus maridos.

En un reciente reportaje, denuncia que el gobierno haya reducido la partida presupuestaria para ayudar a estas mujeres de 750 millones a 500 millones de dólares, lo que provocó la renuncia de Nawal Al Samarai, Ministra para la Mujer, que llevaba sólo seis meses en el cargo.

“Mi ministerio carece de medios materiales y humanos. Así que mi presencia en este ministerio nada significa. No puedo lograr nada. Las mujeres iraquíes valen más que esto, valen más que el puesto de una ministra. Las mujeres iraquíes necesitan ayuda y protección. Necesitan un ministerio en condiciones y no sólo algo nominal”, declaró Nawal Al Samarai.

Antes del recorte presupuestario, la ayuda era de por sí escasa. La recibían unas 120 mil mujeres. Consistía en una prestación mensual de 50 dólares, con un extra de 12 dólares por hijo. Cifra insignificante si se tiene en cuenta que un bidón con cinco litros de gasolina, empleada para hacer funcionar los generadores de las casas debido a la escasez de electricidad, cuesta 4 dólares.

Otros medios, como la NBC, se hacen eco de una estimación que elevaría a tres millones la cantidad de viudas. Y la ONU, en un artículo publicado por su agencia de coordinación humanitaria, de uno ocho millones a nivel nacional y 330 mil en Bagdad, a la que algunos ya han bautizado como la «Ciudad de las viudas».

Sociedad machista

Además de la poca asistencia pública, en un estado que intenta levantarse de las cenizas de seis años de guerra, y del brutal embargo de los años 90, la mujer sufre también por el sistema patriarcal que impera en la sociedad iraquí.

El lugar tradicional de la mujer es el hogar. En la mayoría de los casos carece de formación para salir a ganarse el sustento, para vivir sin la tutela del hombre, ni tampoco el ambiente en el que se han criado parece preparado para ello, sin contar la miseria generalizada que ha provocado el conflicto.

Además de la mendicidad, esto ha movido a no pocas mujeres hacia salidas desesperadas: suicidarse, vender sus cuerpos a los hombres, o entregar a reclutadoras como Samira Ahmed Jassim, que mandó 28 mujeres a cometer atentados bomba, y que fuera arrestada el pasado 2 de febrero.

Un reportaje de la CNN de 2007 aborda la cuestión de la prostitución, tema tabú en una sociedad tan conservadora como la iraquí:

“Hay una gran población de mujeres víctimas de la guerra que han tenido que vender sus cuerpos, sus almas y que lo han perdido todo”, declaraba Basman Rahim, miembro de un equipo de derechos humanos… “Muchas de las mujeres que encontramos en los hospitales, y que intentaron suicidarse, se han dedicado a la prostitución… Rahmin cuenta la desgarradora historia de una mujer que encontraron que vive en una habitación con sus tres hijos: “Tenía sexo en la habitación mientras sus hijos estaban allí, los hacía pararse en las esquinas”.

Sociedad devastada

A esta situación desesperada hay que sumar la devastación que la guerra ha provocado en las familias iraquíes, que como en tantos otros países sumidos en la violencia y la miseria constituyen la única red de seguridad social.

Un entramado social mermado tanto a través de las matanzas como de los desplazamientos forzados en el rediseño del mapa étnico del país, escindido como nunca antes entre suníes y chiíes.

Algunas historias, como la de Nacham Jaleel Kadim, que tiene 23 años y sobrevive junto a su hija en un parque, ilustran esta realidad. Sus dos hermanas gemelas murieron en 2004 cuando trataban de huir de Faluya. Acababa de quedarse embarazada cuando un coche bomba ubicado en Bagdad terminó con la vida de su marido. Fue otra bomba, esta vez en un mercado, la que se llevó la vida de su hijo de cinco meses de edad.

Generation Kill

La narración periodística de la guerra desde la perspectiva de los soldados suele tener bastantes detractores. No goza de excesivo prestigio eso de acercarse a un conflicto “empotrado” con uno de los bandos en combate.

Sin embargo, el libro “Generation Kill”, que parte de la serie de artículos que Evan Wright escribiera para la revista Rolling Stone bajo el título «Killer Elite», demuestra que más importante que el punto de vista narrativo es aún la voluntad por contar la verdad.

Porque aunque la única voz que presenta el libro sea la de los marines de EEUU, los cierto es que constituye uno de los documentos más descarnados y honestos escritos en los últimos años sobre la estupidez de la guerra.

La invasión de Irak

Ausente de experiencia en un conflicto bélico, mal preparado y pertrechado, Evan Wright se une en Kwait a la Primera División de Reconocimiento del Cuerpo de Marines de EEUU en vísperas de la invasión de Irak que tuvo lugar en marzo de 2003. Cuando llega el momento de cruzar la frontera, parte con ellos en dirección a Bagdad.

Llama la atención, en primer lugar, que los soldados también carecen de parte del equipamiento que necesitan: baterías para los equipos de visión nocturna, aceite para evitar que se traben las ametralladoras calibre .50 que viajan en lo alto de los humvees, expuestas a la arena y el viento, según señala en repetidas ocasiones el cabo Gabe Garza, artificiero del vehículo perteneciente a la compañía Bravo en el que se desplaza el periodista de Rolling Stone.

“Su trabajo es el más peligroso y exigente. A veces de pie veinte horas, tiene que escudriñar el horizonte en busca de amenazas. Los marines lo consideran uno de los hombres más fuertes del batallón”, describe Wright al soldado de 19 años.

Civiles muertos

Después, lo que conmueve es la cantidad de civiles inocentes que van matando por el camino. En la mayoría de los casos, por meros descuidos, por la confusión que implica toda guerra, y no porque constituyesen amenaza alguna.

. Los miembros de la compañía Bravo lanzan una granada de humo para movilizar a una multitud pacífica de refugiados que huye de Bagdad. Por error, le pegan en la cabeza un anciano que, acto seguido, cae fulminado al suelo.

. Otro integrante del equipo junto al que viaja Wright, el cabo Harold Trombley, que lleva una ametralladora liviana SAW M249, dispara a unos camellos para divertirse y, como más tarde sabrá, termina asesinando a un niño.

“Trombley es un chico delgado, pálido y de cabello negro de Farwell, Michigan. Habla con voz suave pero a la vez profundamente resonante que no concuerda con su cara de niño”, escribe sobre ese otro joven que conversa con su arma, que no parece encontrarse en sus cabales.

. Más adelante, los miembros de la compañía Bravo vigilan una aldea. Sólo ven a mujeres y niños. No hay amenaza alguna. Sin embargo, la humilde población es bombardeada. Nada queda en pie.

. Aunque carecen de formación en labores de control de la población civil – se definen a sí mismos como “guerreros”, “asesinos” – van montando checkpoints a lo largo del camino que recorren. No pocas veces disparan a los coches de civiles confundidos que no atinan a parar.

. Sin quererlo, matan a una niña iraquí que viaja en la parte trasera de un coche. Enfadados, le preguntan al padre por qué no se ha detenido cuando le hicieron señas. El hombre, con la pequeña muerta en brazos, les pide perdón.

Resulta, en este sentido perturbador ver cómo rápidamente los soldados se acostumbran a matar inocentes. Cómo sólo quedan unos pocos, y al final ninguno, que expresan consternación ante este rosario de muertes gratuitas.

Generación asesina

Despistados ideológicamente, preocupados ante todo por sobrevivir, el único valor tangible que parece guiar a los jóvenes soldados es la camaradería. Velar por el compañero, arriesgar inclusive la vida por él. Demostrar que son dignos integrantes del equipo. Hacer honor al espíritu gregario que los nutre y protege. Y, en segundo término, una lealtad, aunque más difusa, al cuerpo de Marines.

No hay héroes ni idealistas, como quizás los pudo haber habido en la lucha contra el fascismo durante segunda guerra mundial, sino muchachos que buscan un futuro mejor y volver a casa en una pieza. De allí seguramente el título, Generation Kill, ya que, despojados de toda justificación, de un interés común superior o de un imperativo moral, sus actos dan la impresión de quedarse en una única consecuencia: la muerte.

Muchachos que vienen de la cultura de la MTV, de la comida basura, de los videojuegos (como vimos el año pasado en Afganistán), que son parte de un mundo globalizado. Muchachos que hablan constantemente de follar, masturbarse o cagar, que en su mayor parte se criaron en la periferia de las ciudades, o en el campo, y que sufren algunas tensiones raciales entre sí, según lo demuestran los diálogos en los que participa el sargento Tony Espera, de origen latino.

Muchachos como el cabo Josh “Ray” Person, que mientras canta a viva voz conduce el humvee de los protagonistas aunque carece de licencia, y que parece obsesionado durante los primeros días de la guerra por saber si el rumor sobre la supuesta muerte de Jennifer López es cierto.

«Es de Nevada, Missouri, una pequeña ciudad donde el Nascar es como una suerte de religión estatal. Habla con un acento que no es del todo del sur, sólo rural, y fue educado orgullosamente pobre y trabajador por su madre. ‘Vivíamos en una caravana en la granja de mi abuelo, yo recibía un par de zapatos al año de Wal Mart'», escribe Wright.

Honestidad narrativa

El hecho de que se tratara de una guerra basada en mentiras y espurios intereses económicos, torpemente planificada y ejecutada en sus esferas más altas, da la impresión de reflejarse también en algunos de los oficiales de la trama.

Un comandante dubitativo y servil a pesar de su voz ronca de mafioso: el teniente coronel Stephen «Godfather» Ferrando; otro torpe y de pocas luces: el capitán Craig «Encino Man» Schwetje; otro asustado y delirante, peligroso para propios y ajenos, que se dedica a coleccionar fusiles AK47 iraquíes: el capitán David «Captain America» McGraw.

Quizás el personaje más estimulante sea el sargento Brad “Iceman” Colbert que, con su fusil M4 siempre en los brazos, está al mando del coche en el que viaja Wright. Uno de los pocos que puede articular un discurso complejo, aunque no por ello parece menos impasible al sufrimiento de los iraquíes.

«Si bien se considera un ‘marine asesino’, también es un empollón que escucha a Barry Manilow, Air Supply y prácticamente todo la música de los años ochenta, excepto rap», escribe Wright en relación al joven que seguramente fue su guía a lo largo de la experiencia.

Lo que no hay en la narración son personajes estereotipados, arquetípicos, buenos o malos. No parece haber juicio moral o segundas intenciones en el retrato coral que Wright traza de ellos. Da un paso atrás, coloca un espejo frente a la realidad de la guerra que viven esos muchachos y describe su comportamiento con todas sus complejidades y contradicciones.

La serie

Del libro sale la impecable serie de televisión «Generation Kill» (agradezco a David Beriain la recomendación, que me ayudó a vencer las reticencias iniciales), cuyos productores tuvieron la inteligencia de mantenerse fieles al relato original.

Una producción fidedigna hasta la médula en cómo recrea los equipos, los combates, los escenarios, que no cede al espectáculo del modo en que lo hace Black Hawk Down, que realmente muestra cómo es hoy en día una guerra, y que contrasta con las absurdas crónicas que televisiones como CNN o Fox emitían desde el terreno en aquellos días.

Los ultras de la guerra

La guerra es el momento en el que poder da libertad a los hombres, inclusive los alienta y legitima, para hacer aquello por lo que serían severamente castigados en tiempo de paz: destruir, aterrorizar, matar.

Como señala Gwynne Dyer en su libro “Guerra”, no resulta sencillo convertir a un joven recluta en alguien capaz de matar. Hay que realizar un complejo trabajo de desprogramación. Se lo debe convencer de que llegada la ocasión tendrá que renunciar a algunos de los valores fundamentales, como el respeto a la vida, que mamó desde la niñez y que constituyen la base de su sociedad.

Sin embargo, el caos inherente a todo conflicto armado genera el escenario propicio para que otra clase de individuos, carente de frenos morales, ausente de vislumbre alguno de empatía hacia el sufrimiento ajeno, pueda regodearse justamente en la posibilidad de realizar actos por los que sería severamente juzgado en tiempos de paz: destruir, aterrorizar, matar. Una vía de escape a sus frustraciones, a sus deseos más lóbregos, a sus patologías.

Criminales de guerra

No faltan ejemplos de esta clase de sujetos. Ya en este blog hemos contado la historia de Steven Dale Green, el soldado tejano que de forma premeditada violó a Abeer Qasim Hamza, de 14 años de edad, en Irak.

Primero mató a su familia y después quemó su cuerpo para que no quedara rastro. De no haber sido por el levantamiento entre los propios iraquíes, los altos mandos del Ejército de EEUU nunca hubiesen tenido noticia de lo ocurrido.

“Vine porque quería matar gente… La verdad es que no es para perder la cabeza. Quiero decir, pensé que matar a alguien iba a ser una experiencia que te iba a cambiar la vida. Y cuando lo hice, me dije: Muy bien, lo que sea», había declarado el soldado, que contaba con no pocos antecedentes criminales antes de sumarse a las Fuerzas Armadas.

Por supuesto que entre estos dos extremos, el hombre de bien tiene reparos morales en matar, y el psicópata que campa a sus anchas en la guerra, hay numerosos matices y procesos, dependiendo de las experiencias de cada soldado, de su reacción ante el dolor y la muerte, ante la presión del grupo, ante el miedo y la rabia.

El tifosi israelí

Ayer aparecía un artículo de Neve Gordon y Yigal Bronner en el que afirmaban que los hinchas del fútbol israelí, que volvieron a los estadios tras el final de la ofensiva en Gaza, entonaban un nuevo cántico: “¿Por qué han cerrado las escuelas de Gaza? Porque todos los niños han sido asesinados”.

Esta noticia me trajo a la memoria una de las historias más reveladoras que he conocido jamás sobre los abusos y crímenes que cometen los soldados en la guerra, sobre sus motivaciones más íntimas, y que publicaremos en próximas entradas de este blog.

Tuvo como protagonista justamente a un ultra del Beitar, equipo de fútbol de Jerusalén, que con una excavadora Caterpillar D9 intentó crear un estadio de fútbol en medio de un campo de refugiados palestinos.

Juguetes y armas: las peripecias de Papá Noel en Bagdad

El gusto por ciertos juguetes, así como por determinados programas de televisión y grupos musicales, permiten rescatar de tiempos pretéritos las pasiones, idiosincrasia y realidad histórica de generaciones de adultos que algún día fuimos niños.

En mi infancia, encontrar bajo el árbol de navidad un coche Matchbox siempre despertaba un brillo en los ojos. Se trataban de réplicas en miniatura de vehículos reales que uno hacía correr por los pasillos de casa, por los bordillos de las aceras, por los bancos de la escuela, imitando con la boca el sonido del motor, bruuuuuuuuum, o el pitido del claxon, piiii, piiiii, en el caso de que se encontrara con el cochecito de otro niño.

Por la noche, aquel modelo a escala, con las ruedas de plástico gastadas de tanto trajinar por todas partes, volvía a su caja azul, donde descansaba junto a sus compañeros a la espera de otro día de juegos.

Hoy, en algunos mercadillos así como en Ebay, se pueden comprar esos mismos cochecitos que no pocos nostálgicos de las autopistas imaginarias, pobladas de onomatopeyas y carreras a toda pastilla, compran con la esperanza de recuperar aquel sabor inocente, aquella infancia de remolonas e interminables tardes con amigos, que caracterizaron a los años setenta.

Todavía no existía el universo de los videojuegos, al que me asomé por primer vez en mi vida hace unos meses en Afganistán, cuando pasaba las noches jugando junto a los soldados de EEUU al Call of Duty, en la valle de Tagab (para ser siempre derrotado de forma humillante).

Lo que tendríamos, años más tarde, sería un primitivo dispositivo en el que dos rectángulos se movían de forma vertical para pegarle a un punto blanco. Aún había espacio para la imaginación, ya que se suponía que aquello era una pista de tenis.

Juguetes por juguetes en Bagdad

Ciudad Sadr era, hasta la tregua firmada en el mes de mayo, un lugar inexpugnable para las tropas de EEUU en Irak. Desde allí, las milicias del «Ejército de Mahdi» atacaban las zona verde de Bagdad. Algunos de los enfrentamientos más sangrientos de la capital tuvieron lugar justamente en las calles de ese barrio chií rodeado hoy de muros y sometido a una estricta vigilancia.

La decisión del gobierno de Nuri al Maliki de terminar con la vieja ley de “un AK47 por casa”, empuja a las fuerzas estadounidenses e iraquíes a realizar rutinarias inspecciones en las que confiscan cuantas armas encuentran. Sólo pueden permanecer con ellas quienes cuenten con un permiso en regla o que pertenezcan a las fuerzas de seguridad locales.

Según informa Danger Room, los soldados de EEUU también se llevan consigo todo juguete que se asemeje a un arma: tanto sea la réplica de madera de un fusil o una pistola de plástico. Intentan evitar las muertes de inocentes, pues en la distancia aquellos juguetes pueden ser confundidos con armas reales.

El capitán Andrew Slack, que dice que nunca se había imaginado que su misión en Irak pasaría también por confiscar juguetes, no quiere dejar a los niños con las manos vacías.

Consciente de la rabia y el hartazgo de la población civil tras seis años de ocupación, les entrega a los chavales de Bagdad un cochecito Matchbox y una carta en árabe explicando las razones del obligado canje.

Por lo que el Papá Noel iraquí en lugar de traje rojo lleva uniforme de diseño digital, casco, fusil M4 y más que a regalar se dedica al intercambio. Por otra parte, es él quien escribe las cartas.

Generación perdida

Quizás, dentro de algunos años, ellos no sólo se recuerden como la generación que sufrió las consecuencias de las mentiras, los abusos y la guerra inmoral de la peor administración que pasó por la Casa Blanca, que quiso convertir en realidad el sueño imperial de los neoconservadores, y que hizo aún más ricos y poderosos a sus empresarios amigos de la extrema derecha cristiana.

La generación que fue testigo de la lucha fratricida entre suníes y chiíes, y del odio cobarde e inhumano de Al Qeda. La generación del hambre, de los refugiados, de las escuelas cerradas y los hospitales sin médicos, de las calles y los mercados tapizados de cadáveres de inocentes.

Tal vez también se recuerden a sí mismos como la generación a la que le cambiaron los fusiles de madera por los cochecitos Matchbox. Aunque vislumbro que, a diferencia de nosotros, lo harán sin rastro alguno de nostalgia.

El poder destructivo del helicóptero Apache

Ayer hablábamos del diseño y coste del Apache, como una forma de conocer la dimensión de los recursos humanos, materiales y financieros que se dedican a los conflictos armados. Sin embargo, una de las facetas más impresionantes de este helicóptero de combate es su poderío armamentístico, que cuenta con tres elementos principales:

1) Un cañón M230, de 30 mm, situado debajo de la aeronave y que se emplea principalmente para objetivos individuales. La punta de esta munición está diseñada para que no tenga demasiados problemas en penetrar vehículos blindados y edificios.

Su cuerpo se fragmenta al impacto como hacen las granadas, lanzando cientos de trozos afilados de metal incandescente. Pero su poder no termina allí, una vez que penetra el objetivo se prende fuego. Cada Apache es capaz de cargar 1.160 unidades de esta munición, que puede disparar en ráfagas de 10, 20, 50, 100 o todas al mismo tiempo.

2) Además, tiene dos estructuras alares en los laterales que le permiten transportar hasta 76 cohetes CRV7 (en la versión británica) que son empleados para atacar objetivos dispersos, como infantería. Habitualmente se usan dos clases de cohetes: los Flechettes, que contienen ochenta dardos de tungsteno; y los HEISAP, para edificios, vehículos y barcos.

3) Finalmente, el Apache suele llevar misiles Hellfire II, aire-tierra, guiados por laser y destinados a edificios y vehículos blindados en movimiento. Cada helicóptero puede transportar 16 de estos misiles.

Estreno y desarrollo

El cañón 230M se empleó por primera vez durante la invasión de Panamá de 1989. Pero la gran salida a la escena del Apache tuvo lugar durante la Primera Guerra del Golfo, conflicto que de hecho tuvo su punto de partida cuando un escuadrón de este helicóptero destruyó un radar próximo a la frontera con Arabia Saudí.

Apoyados por aviones A10, fue impresionante el daño que causaron a los vehículos iraquíes que huían de Kwait. Unos 270 tanques y más de 500 vehículos de transporte terminaron retorcidos y en llamas en la que se bautizó como La carretera de la muerte.

En 1998 salió el modelo AH64D del Apache. Según afirma el piloto británico Ed Macy: “400 veces más letal que su predecesor”. La incorporación más significativa fue el radar Longbow, que le permite detectar 1.024 objetivos potenciales de forma simultánea en un área de ocho kilómetros, clasificar los principales 256 y desplegar los 16 más amenazantes. Todo en tres segundos.

Esto hace que un escuadrón de ocho Apache pueda terminar con 128 tanques enemigos en menos de medio minuto, empleando los misiles Hellfire II, en lo que se conoce como dispara-y-olvídate (su nombre viene de HELicopter FIRE-and-forget).

Lo que cuesta un misil

Lo que resulta aún más espectacular de la descripción que Ed Macy hace en su libro Apache, es el coste económico de cada misión de estos helicópteros en Afganistán, que en su versión británica, AH Mk1, resultan aún más poderosos.

Como primer dato, señalar que cada misil Hellfire II cuesta 48 mil euros. Y que tanto en Afganistán como en Irak se han empleado hasta ahora más de siete mil unidades.

En enero de este año, el gobierno de EEUU realizó el último pago de 246 millones de euros, en la mayor compra de la historia, a la empresa Lockheed Martin, encargada de su producción.

Pasado y presente de la violación como arma de guerra

Desde tiempos pretéritos, las mujeres han sido consideradas como un mero botín de guerra: violadas y raptadas de forma sistemática, obligadas a casarse no en pocas ocasiones con sus captores para sobrevivir.

En el Antiguo Testamento no faltan alusiones a los abusos sexuales perpetrados por las tribus conquistadoras:

«Mujeres violadas en Zion; vírgenes en Judea”, Lamentaciones 5:11.

“Yo (Dios) voy a congregar a todas las naciones para combatir contra Jerusalén, y la ciudad será tomada y las casas saqueadas y las mujeres violadas; la mitad de la ciudad se irá al exilio, pero el resto de la gente no lo hará”, Zacarías 14:2

Tanto los antiguos griegos como romanos tenían la costumbre de violar y raptar a las mujeres cada vez que conquistaban una ciudad.

Cambio de perspectiva

Como veíamos en la entrada de ayer, hace muy poco tiempo que la humanidad ha comenzado a comprender, y a tratar de actuar en consecuencia, que la violación no puede ser tolerada en los conflictos armados.

Tan postergada estaba la condición de la mujer en el pasado, que el abuso sexual se entendía principalmente como una ofensa a los hombres de la familia, sin contemplar siquiera el sufrimiento de las propias víctimas.

La resolución 1820 del Consejo de la ONU, aprobada en junio de este año, significa un importante avance en la lucha contra la impunidad. Dos aspectos del texto deben ser resaltados: la petición de que los crímenes de violencia sexual queden al margen de las amnistías, y el recordatorio a los Estados miembros de su obligación de enjuiciar a los responsables de tales actos.

Responsables que no sólo son los soldados, sino principalmente los hombres al mando de los ejércitos, aquellos que ordenan que los abusos tengan lugar como una forma de humillar al enemigo, de limpieza étnica. Porque es cuando se ejecuta de forma sistemática que la violación se convierte en una arma de guerra, en un crimen contra la humanidad.

Historia reciente

En la última mitad del pasado siglo, la violación se ha empleado en casi todos los conflictos. Desde Vietnam, Bangladesh y Camboya, pasando por Chipre, Perú, Liberia, Somalia, Uganda, Haití, Cachemira, Liberia y Afganistán, hasta Ruanda, Bosnia y Kosovo.

Durante la segunda guerra mundial, los nazis la articularon también en su expansión por Europa, y los soviéticos en su conquista de Berlín. Hechos que tienen un antecedente terrible, que narraré mañana: la conocida como masacre de Nanking, perpetrada por los japoneses en China a lo largo de seis semanas, en la que más de 80 mil mujeres fueron violadas.

Hoy, más allá de los esfuerzos de la comunidad internacional, el abuso sexual sigue siendo parte integral de la estrategia militar en Darfur, República Centroafricana, Uganda, Somalia y, por supuesto, en el peor de todos los escenarios: la República Democrática del Congo (el testimonio de cuyas víctimas hemos podido conocer recientemente en este blog).

De forma aislada, se han dado casos de violaciones en Irak, como el cometido por soldados de EEUU contra la adolescente Abeer Qasim Hamza.