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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Matan 43 zorros a pesar de las protestas ecologistas

No lo consiguieron evitar, pero el terrible asesinato legalizado de 43 zorros realizado impunemente el sábado pasado en la localidad de Rodeiro (Pontevedra), durante el VI Campeonato Nacional de Caza del Zorro, no le salió gratis al casi un millar de escopeteros allí reunidos.

Convocados por Equanimal, más de un centenar de ecologistas pertenecientes a 20 asociaciones diferentes se concentraron allí bajo el lema «Matar por matar, non«, con pancartas y haciendo todo el ruido posible para tratar de impedir la carnicería. Y es que tras su prohibición en Inglaterra, tan despreciable convocatoria se mantiene únicamente en Galicia.

La protesta transcurrió sin incidentes graves. Según informó Europa Press, la Guardia Civil tan sólo destacó que una cuadrilla de cazadores habría denunciado a los activistas por «bloquearles el paso», y éstos a su vez hicieron lo propio cuando un miembro de Equanimal dijo recibir amenazas «con un cuchillo, una escopeta o verbalmente» mientras hacía fotografías de la competición.

Por su parte, el delegado de Medio Ambiente en Pontevedra reivindicó la legalidad de este tipo de campeonatos y el hecho de que el número de zorros muertos no supone «ni el 10 por ciento del cupo que se calcula para esa zona«, establecido en 400, aunque no reconozca la falta de rigor que tienen tales estudios. De hecho, la Xunta de Galicia permite cazar esta temporada la espeluznante cifra de 25.995 zorros en toda la región. Y ha autorizado decenas de matanzas legales en todo su territorio para los próximos meses.

El presidente provincial de la Federación Galega de Caza, Javier Nogueira, da lógicamente la razón a la Administración gallega y afirma que estas carnicerías no sólo no ponen en peligro al zorro, sino que son «un elemento de gestión cinegética imprescindible en Galicia«.

El año pasado, en una convocatoria semejante, los escopeteros lograron abatir 69 zorros en Portomarín, 26 más que ahora. Aunque sólo sea por las vidas inocentes salvadas de estos salvajes, ha merecido la pena el esfuerzo y la valentía de los ecologistas llegados desde todos los rincones de España. Quienes, de forma pacífica, están haciendo reflexionar a muchos cazadores sobre las supuestas bondades del supuesto deporte cinegético.

Los que no hemos sido tan valientes como para acompañaros os damos desde aquí las gracias por vuestro valioso esfuerzo.

Siempre hubo ecologistas y malos cazadores

Ecologismo, respeto a los animales, caza sostenible no son conceptos modernos.

Un libro de principios del siglo XX titulado Tradiciones hispanas, de la editorial barcelonesa Araluce, escrito por María Luz Morales, ya defendía hace más de cien años esta filosofía de respeto a la Naturaleza que ahora todos abrazamos. E incluso mucho antes, pues apoyándose en una bellísima leyenda catalana de tradición oral, la escritora compone el cuento de El Mal Cazador.

En época ahora de tiradas, ojeos, batidas y otras masacres cinegéticas varias, bien está que los cazadores, buenos y malos, los que cumplen con la ley y los que se la saltan a la torera, tengan bien presente tan ejemplar y edificante historia que os paso a copiar a continuación.

Érase que se era un cazador tan aficionado a su oficio, con tan buenas piernas y mejor puntería que, como suele decirse, “donde ponía el ojo ponía la bala”. Es fama de toda Cataluña que jamás hubo en el mundo entero cazador como él.

Pero tanto y tanto llegó a cazar y siempre con tan buena fortuna, que los bosques de la tierra catalana empezaron a quedarse sin la gente menuda que suele poblarlos. Liebres, conejos, perdices, ardillas, gorriones, palomas torcaces o patos silvestres, no había casta de animal, corriera entre las matas o se elevara sobre los árboles, que estuviera libre del certero tiro de su escopeta o de la dentellada de sus perros.

(…)

Y sucedió que un día los moradores del bosque, cansados de sufrir, y viendo extinguirse, por culpa de aquel dichoso cazador, sus especies y castas, acordaron dirigirse al mismísimo Dios, Padre de todos, para suplicarle que se compareciera de ellos y pusiera término a tanto mal.

Y Dios se compareció de los pobres animalillos inocentes, y llamando al cazador a su presencia le orden que desde aquel instante no cazara sino lo indispensable para alimentarse.

El cazador prometió cumplir el mandato divino, y desde aquel instante empezó a padecer lo que no es ara dicho. Porque cuando tenía el estómago lleno no debía ya disparar un solo tiro, y las liebres pasaban entre sus pies, y las perdices volaban sobre su cabeza, y él tenía que hacer esfuerzos para dominar su impulso, que era echar el dedo al gatillo inmediatamente. Y tenía que sujetar a sus perros, lo que tampoco era flojo trabajo. Mas se contenía al fin y seguía cumpliendo el recepto divino.

Un domingo sucedió que el cazador pasó por delante de una ermita cuando el ermitaño estaba celebrando la misa. Y como el cazador era buen cristiano, dejó sus perros en la puerta, entró, y se arrodilló devotamente. Pero en el momento preciso en que el ermitaño alzaba el cáliz, cruzó por entre las piernas del cazador arrodillado una liebre tan magnífica como él no había visto jamás en sus largos años de correría por los bosques; los perros en la puerta empezaron a ladrar desesperadamente y el cazador, sin poder resistir aquella tentación, más fuerte que toda su buena voluntad, se levantó y echó a correr monte arriba, seguido de sus perros, tras la imprudente liebre.

Y dicen que tras ella corre todavía. Porque Dios le castigó a correr, correr siempre detrás de aquello que era para él más que nada de este mundo… ni del otro. Hace siglos que dura su carrera, y la liebre fantástica sigue corriendo delante de él, sin detenerse nunca ni para comer, ni para beber, ni para dormir.

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Las gentes de la montaña de Cataluña dicen que en las noches de tempestad, cuando silba el viento y retumba el trueno, es el Mal Cazador quien sale ruidosamente a cazar.

Dicen también que oyen el ladrar de los perros, el galopar del caballo, el sonar del cuerno y el renegar del escopetero y de los demonios que le sirven de séquito. Entonces cierran bien la puerta, se acercan al fuego y se santiguan.

Fuera, en la fría noche, el cazador maldito sigue corriendo, corriendo eternamente, tras esa imposible liebre fantástica.

¿Son peligrosos los osos del Pirineo?

La noticia la conocéis todos de sobra. Durante una batida de jabalí en el Val d’Aran (Lérida) una osa parda eslovena reintroducida en el Pirineo por el Gobierno francés, de nombre Hvala, preñada y asustada, mientras huye de los perros se encuentra de bruces con un cazador que comienza a gritarle. Le da un zarpazo, hiriéndolo levemente, y sigue su carrera montaña arriba, aterrorizada.

Desde entonces, los araneses, con los políticos al frente, han declarado la guerra al oso. Tratan de capturarla, viva o muerta. Dicen que es un peligro para ellos y para su turismo. Sólo la llegada de la nieve y su pronta hibernación le dará un respiro al perseguido animal, al menos hasta la primavera.

En peligro de extinción

En 1996 sólo quedaban en el Pirineo cinco osos (un macho y cuatro hembras), los últimos de una población de miles, exterminados por los cazadores tras siglos de persecución. Ese año el Gobierno francés soltó un macho y dos hembras eslovenos para reforzar la población. En 2006 se soltaron cinco ejemplares más, uno de ellos Hvala. Contando sus crías y descontando varias muertes, quedan 20 osos en los 35.000 kilómetros cuadrados pirenaicos repartidos entre Francia y España.

Paradójicamente, mientras en la Coordillera Cantábrica sus 130 osos son un atractivo turístico e incluso marca de calidad natural de toda una región, Asturias, en el Pirineo se les considera un peligro.

¿Pero de verdad son peligrosos los osos pirenaicos?

Estadísticamente no, pero sacar vuestras propias conclusiones. Como nos recuerdan desde el blog La Cementera, las cifras reales apuntan en sentido opuesto:

Cazadores muertos por ataque de oso en el estado español (datos 2007): 0

Cazadores heridos leves por ataque de oso (o cualquier otro animal de la fauna silvestre) (datos 2008): 1

Cazadores heridos leves por otro cazador en el estado español (2007): 846

Cazadores heridos de gravedad por otro cazador durante el ejercicio de la caza en el estado español(2007): 13

Cazadores muertos por otro cazador durante el ejercicio de la caza en el estado español (datos de 2007): 20

Y me falta un dato, el elevado número de cazadores heridos por ataques de jabalíes en monterías, varias decenas sin duda. O por avispas. O por perros de caza.

Pero claro, la noticia: «Cazador mordido por el perro de su compañero de caza» no tiene interés mediático, aunque ese mismo perro quede abandonado y después mate un par de ovejas. Nadie saldrá a aniquilarlo, ni le acusarán de asustar a los turistas, de ser un animal sanguinario, peligrosísimo. Tampoco pedirán la extinción de los jabalíes, a pesar de su peligrosidad y de los daños que provocan en cultivos y praderas.

La cabeza de Hvala. Eso es lo que quieren. Su cabeza y la del resto de los osos pirenaicos.

¿La razón? Odio atávico al oso.

¿El culpable? Hay varios, pero sin duda la mayor culpa es la de los responsables políticos del proyecto de reintroducción del plantígrado, quienes han soltado a los animales en el campo sin haber desarrollado antes un profundo trabajo de educación ambiental en las localidades pirenaicas para lograr el apoyo decidido de estas, incluido el de ganaderos y cazadores.

Porque hacer las cosas en contra de la gente acaba siempre mal. El oso, la pobre Hvala, se ha convertido ya, de hecho, en un triste mal ejemplo de ello, y acabará pagando con su vida nuestros errores.

Un cazador mata accidentalmente a un ciclista

Domingo, 26 de octubre por la tarde, en el bellísimo bosque Lagorce, cerca de Vallon-Pont d’Arc y de la reserva natural Gorges de l’Ardèche, un espacio protegido del sureste francés.

El joven ciclista Fabio Butali, 24 años, animador juvenil en su pueblo (sobre estas líneas puedes ver su foto), pasea en bicicleta junto a un amigo por una pista pública. Probablemente no vio el cartel que advertía de la celebración de una cacería en las proximidades y donde se pedía a los caminantes que estuvieran atentos. ¿Atentos a qué?

De repente, suena un disparo y el ciclista cae fatalmente herido en la espalda por una bala perdida disparada accidentalmente por un cazador escondido a tan sólo 20 metros de distancia. Dice que le confundió con un jabalí. La víctima murió poco después de la llegada del equipo de socorro, según informó el periódico digital Le Dauphine.com.

El autor del disparo, un hombre de unos cincuenta años, ha sido acusado de homicidio por imprudencia temeraria, a la espera de que la investigación judicial abierta determine las circunstancias exactas de la tragedia y si la caza se llevaba a cabo bajo todas las medidas de seguridad necesarias.

Se llegue a la conclusión que se llegue, nadie devolverá la vida a este infortunado ciclista, amante de la naturaleza, cuyo único pecado fue querer disfrutar del otoño un domingo por la tarde cualquiera. Su sensibilidad, frente al punto de vista diametralmente opuesto de algunos de sus vecinos, más partidarios de mostrar ese amor a la naturaleza a tiro limpio, le ha costado la vida.

Todos coinciden que fue una imprudencia, pero no en quién la cometió.

Para algunos, la culpa la tuvo el cazador, pues disparó hacia un camino público, incumpliendo con ello las normas básicas de la caza.

Para los cazadores, la imprudencia la cometió el ciclista, por adentrase en un coto de caza cuando se desarrollaba dentro de él una batida.

Precisamente el domingo participé en una larga ruta en bicicleta de norte a sur de Fuerteventura, la FudeNas. A lo largo de todo el recorrido me crucé con varios cazadores. No tuve ningún problema con ellos, pero confieso que pasando cerca de sus escopetas me sentía intranquilo. Otras veces me los he encontrado cazando y, por las buenas o por las malas, me conminaron a irme lejos, «no se escapara alguna bala perdida», avisaban.

Y yo me pregunto y os pregunto: ¿De quién es el campo? ¿Es compatible la caza con actividades mucho más inocuas como el senderismo o el ciclismo? ¿Quienes son más peligrosos, los osos o los cazadores?

Sobre estas líneas, fotografía de la zona donde murió el ciclista, con el cartel que avisaba del desarrollo de una cacería en las inmediaciones, pero que en absoluto indica el peligro real que supone para el caminante.

Un mes matando pajaritos en Castellón

Decenas de cazadores de pajaritos de Castellón darán rienda suelta desde esta semana y durante más de un mes a su pasión más primaria: matarlos.

Hasta el próximo 22 de noviembre, la Guardia Civil y los agentes de Medio Ambiente no podrán hacer nada contra ello por una razón de peso. Dicha matanza es legal, está autorizada, y cuenta con todas las bendiciones políticas pues, supuestamente, no se matan, tan sólo se capturan. Se encarcelan.

Los pajareros castelloneses hacen gala de dos eufemísticas denominaciones, clara muestra de hasta dónde se puede manipular el lenguaje. Se les llama silvestristas otoñales o, más técnicamente, «cazadores de enfilat Opción-B». Son más de medio millar.

A pesar de las protestas de la Unión Europea y de los grupos conservacionistas españoles, cazaron el otoño pasado y lo vuelven a hacer ahora durante 35 días seguidos, como también se lo permitieron hacer este verano. ¿La razón? Una única. Es un sistema de caza tradicional, algo tan supuestamente divertido como la caza inglesa del zorro, sólo que con aves y en versión valenciana.

Les explico el método. Cada pajarero sale al campo con 20 pequeñas jaulas donde tienen encerrados jilgueros, pardillos u otros pequeños fringílidos capturados en otras ocasiones con el mismo método. Montan grandes redes abatibles de 8 metros de largo por dos metros de ancho, en unos amplios cazaderos fijos construidos a propósito en sitios estratégicos por donde pasan habitualmente los mayores bandos de pajarillos, la mayoría de ellos agotados migradores europeos en su viaje otoñal hacia el sur de Europa y norte de África.

Allí los cazan a diario por cientos, haga frío o llueva, y sin ningún control especial ni de los agentes de Medio Ambiente ni del Seprona. Tampoco lo necesitan, pues el final último de la mayoría es siempre el mismo e inconfesable. Muchos de esos amantes de la naturaleza los matan con sus propias manos, asfixiándolos o retorciéndoles el pescuezo, para tras desplumarlos y destriparlos guardarlos en arcones congeladores para su aprovechamiento culinario. Como pajaritos fritos o, mucho más tradicional, en paella de pajaritos. ¿Delicioso? Deleznable.

Me dirán algunos que no, que muchas de esas decenas de miles de aves así capturadas se utilizan como aves de jaula.

Pues tampoco. Para esa clase de gente está la licencia valenciana del Enfilat Opción-A que les permite hacer capturas todos los fines de semana de julio y agosto, pero sólo de pajarillos jóvenes machos,

“por ser los únicos aptos para aprender el canto limpio y sin copiar notas de otras especies”.

Desengañados, los conservacionistas ya han presentado dos denuncias en el Juzgado, una por la vía civil y otra por la vía penal, con las que confían tanto en desenmascarar a estos pajareros asesinos como a esos funcionarios presuntamente corruptos, que a sabiendas de que las aves acabarán en la sartén, conceden estas 500 licencias sin ningún control.

No es por desanimarlos, pero dudo que lo consigan. Tradición, política, gastronomía y pasteleo van siempre demasiado unidos.

Piden el regreso de los alimañeros

El presidente de la Asociación de Guardas de Cotos de Caza de Andalucía (Aguardas), Gaspar Malia, ha reivindicado la vuelta de los alimañeros al campo, personas éstas encargadas de controlar el supuesto aumento de especies aparentemente perjudiciales para los cazadores como las rapaces o los carnívoros salvajes.

Los alimañeros existieron toda la vida, dedicados a atrapar animales para vender sus pieles y plumas. Dentro de una nueva mentalidad franquista de gestión de la naturaleza, en 1953 se crearon en España las Juntas de Extinción de Alimañas, cuyo fin único era el exterminio total de estas especies que ahora consideramos protegidas.

Todo el mundo podía ser entonces alimañero, niños incluidos, una manera como otra cualquiera de escapar del hambre. En Soria se llegaron a pagar hasta 40 pesetas por cada ejemplar de gineta presentado a la Junta. En Burgos 25 pesetas por cada par de garras de águila. En Andalucía, poco más de 4 pesetas por cada lince muerto.

En sus 29 años de funcionamiento las Juntas acabaron oficialmente con 4 millones de alimañas entre las que había 19.064 aves rapaces.

¿Volverán las Juntas de Alimañas? Es el sueño de muchos gestores de cotos y guardas de caza, como el mencionado Gaspar Malia, al que vuelvo a citar textualmente:

«Dentro de los diferentes depredadores hay algunos que hay que vigilarlos y respetarlos como pueden ser el águila imperial y real, que son sagradas, pero otros hay que controlarlos».

En su opinión, las alimañas más malas y remalas son tres: el meloncillo (Herpestes ichneumon), el búho real (Bubo bubo) y la gineta (Genetta genetta).

Dice Malia que las tres especies cazan demasiados conejos, y que el mejor control sería darles matarile con la ayuda de alimañeros profesionales bien formados y pagados por la Administración, a los que prefiere llamar «controladores de predadores».

Le ha faltado añadir a la lista otros animales con igual o peor fama entre los cazadores como el turón, la garduña y, sobre todo, el zorro, el rey de todas las alimañas, del que ya os enseñé hace unas semanas como hacen algunos los descastes. Sin olvidarnos del furtivo escopetero. Y de que la generalizada mala gestión de un coto hace más daño a los conejos que cualquier otro bicho.

En Cataluña ya existe el control oficial de depredadores por parte de los cotos de caza que lo soliciten, aunque para ello deben presentar un estudio científico previo donde se demuestre esa supuesta sobrepoblación dañina. La decisión se tomó en 1996, después de que los cazadores emprendieran la aniquilación masiva e indiscriminada de zorros junto con otros carnívoros en respuesta a su supuesto impacto negativo sobre las especies cinegéticas.

¿Y tú, qué opinas? ¿Deben volver los alimañeros?

Italia declara la guerra al gorrión

Me había prometido dejar el tema de la caza por unos días, pero hay cosas que no se pueden silenciar. Como el que los cazadores transalpinos hayan incluido este otoño a los gorriones italianos (Passer italiae) en la lista de especies cinegéticas. Quieren controlar sus poblaciones de la única manera que saben, a tiro limpio.

En el Reino Unido la noticia les ha puesto los pelos de punta. Allí, aunque os parezca mentira, el gorrión común está en gravísimo peligro de extinción. En unas pocas décadas ha desaparecido de la mayor parte de las ciudades inglesas. Y lo que es peor, nadie sabe a ciencia cierta a qué es debido. Cambio climático, virus e incluso el uso de la gasolina sin plomo, todo son de momento especulaciones.

Y mientras los ingleses se afanan por proteger al pequeño pájaro urbano, en Lombardía, Emilia-Romagna y Veneto las autoridades regionales han anunciado la inclusión de su gorrión endémico en la lista de las especies cazables junto al gorrión molinero (Passer montanus), el estornino pinto (Sturnus vulgaris), el bisbita común (Anthus pratensis), el pinzón común (Fringilla coelebs) y el real (Fringilla montifringilla), y que se unen a las especies tradicionales de paseriformes abatibles como, nos os lo vais a creer, la alondra, el mirlo común y los zorzales real, común y alirrojo. Vamos, que no van a dejar un pájaro vivo.

Lo cuenta escandalizado en AvesForum el ornitólogo británico John Adams, quien hace su propia contabilidad del problema: Si cada cazador tiene derecho a matar tres individuos de cada especie durante cada uno de los 55 días en que está establecida la presente temporada cinegética, y teniendo en cuenta que hay 150.000 cazadores en estas regiones, suponiéndoles una efectividad máxima supondrá la muerte autorizada de 25 millones de gorriones, además de otros muchos millones de ejemplares de especies protegidas, la mayoría insectívoras, la mayoría altamente beneficiosas para el campo.

¿Alguno me explica cómo esta carnicería de pajaritos puede considerarse un deporte que hace un supuesto bien inestimable a la naturaleza? Yo no lo entiendo.

Una epidemia deja ciegos a los rebecos del Pirineo

Un brote de queratoconjuntivitis está diezmando a las poblaciones de rebeco (Rupicapra rupicapra) del Pirineo aragonés. En algunos valles ha muerto hasta el 70 por ciento de toda la población de este bello ungulado.

La enfermedad surgió el pasado verano en Pineta y Viñamala (Sallent de Gállego) pero, lejos de remitir, este año se ha extendido a las Reservas de Los Valles y Benasque, por lo que el Gobierno de Aragón ha prohibido este otoño la caza de hembras en dichos parajes.

La epidemia no se transmite a los humanos. Tampoco mata directamente a los animales pero los deja ciegos, que es igual que matarlos. Siempre enriscados en lugares imposibles, sin vista y desorientados, la mayoría de los rebecos enfermos acaban despeñándose.

La infección, transmitida por un mosquito, está afectando igualmente a los rebaños domésticos de vacas, ovejas y cabras, donde la posibilidad de administrarles tratamiento veterinario reduce su incidencia mortal.

Paralelamente, en el Pirineo catalán los rebecos o sarrios se van recuperando de otra enfermedad que desde hace seis años los está aniquilando, el Virus de la Enfermedad de la Frontera, que desde mediados de 2005 hasta finales de 2007 afectó a la Reserva Nacional de Caza y Parque Natural del Cadí-Moixeró.

Dicen los cazadores que estas enfermedades «emergentes y reemergentes» se deben al exceso de población, y que sólo una gestión cinegética eficaz logrará controlarlas.

Por una vez los conservacionistas están de acuerdo con el fondo, aunque no con las formas. Porque para ellos la verdadera caza selectiva no es la que dispara a los ejemplares más hermosos, los de cuernos más espectaculares, como hacen los amigos del rifle, sino a los más viejos o los más enfermos.

El auténtico control de las poblaciones de rebeco y de otros ungulados sólo lo hacen los superdepredadores naturales, los lobos. Pero en el Pirineo no hay lobo y nadie quiere que vuelva. Los cazadores prefieren seguir quitándoles el trabajo a tiro limpio.

¿Quienes están más ciegos, los rebecos con su enfermedad o los humanos con nuestras escopetas?

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La preciosa fotografía que acompaña a este post es de Álvaro Tobar Prieto y procede de su galería en FotoNatura.

Matanza de zorros con alevosía criminal

Doce zorros colgados por el cuello de doce cuerdas, de doce ramas de una misma encina. Ajusticiados. ¿Su crimen? Tan sólo existir.

La imagen ha sido realizada por Arturo Fernández, un agente andaluz del Servicio de Protección de la Naturaleza (SEPRONA) de la Guardia Civil. Quedó tan conmocionado que decidió colgarla en una página de fotografía de la Naturaleza, Fotonatura.

Por toda explicación añadió el siguiente mensaje:

Esta foto muestra el «trabajo» de unos desalmados, que amparandose en el supuesto daño que estos animales realizaban en su ganado, realizaron la carnicería que se puede ver. ¿Quién es la mayor alimaña de este planeta?

Creo que no hace falta añadir nada más.

En mi opinión pienso que Alberto se equivoca, hace falta añadir mucho más. Como por ejemplo los nombres de estos salvajes, el pueblo donde viven, el lugar donde masacraron de una manera tan vil a estos pobres animales.

Pero Alberto pertenece a la Guardia Civil y no puede hacerlo. Lo que sí hizo, y eso le honra, fue cumplir con su obligación y denunciar a estos bestias ante el juez.

Nos quedamos con las ganas de saber la cuantía de la multa impuesta, aunque sea cual sea, sin duda habrían merecido una dura condena de cárcel que no han tenido. ¿Cuándo se incluirá el daño a los animales en el Código Penal?

Me los imagino a la vuelta de la cacería, satisfechos de haber dado un escarmiento a esas alimañas, brindando por la feliz idea de colgarlos como advertencia para el resto de los animales, ajenos a que los auténticos animales sin civilizar son ellos. Y esto ocurre en pleno siglo XXI, en plena Europa.

No cambiaremos nunca. Siento asco y vergüenza de nuestra especie.

Menos codornices para los cazadores

Cumpliendo la vieja tradición cinegética, más de un millón de cazadores han salido este largo fin de semana con sus perros a matar codornices. Una vez más la Virgen de Agosto marcó el comienzo de la media veda en una gran parte de España, pistoletazo de salida de una nueva temporada en la que se matarán unos 30 millones de animales.

Para alegría de las codornices y desesperación de los cazadores, las primeras jornadas se han presentado muy desiguales, aunque con el denominador común de haberse abatido muchos menos pájaros que en años pasados. Salvo excepciones, las perchas no han pasado de 3-4 codornices por escopeta.

A los que nos gusta el campo ya lo sabíamos. Quizá por el frío y exceso de lluvia, quizá por el cambio climático, quizá por la cada vez mayor presión cinegética, este año las africanas han criado poco y mal.

Me lo reconocía el día antes de comenzar la media veda el catedrático de Prehistoria Germán Delibes, hijo del famoso escritor vallisoletano y, como toda la familia, entusiasta cazador:

Apenas hay codornices en el campo. Cerca de nuestra casa en Sedano siempre se oían tres o cuatro machos cantando y este año no escuchamos ninguno. Yo no saldré a cazar, me recuerda demasiado a esos días calurosos de verano acompañando a mi padre por las rastrojeras en busca de unos pájaros de los que cada vez quedan menos.

Miguel Delibes se confesaba siempre «un cazador que escribe antes que un escritor que caza», afición que contagió a todos sus hijos. Muy mayor para salir al campo (88 años), sin perros adiestrados y cada vez más preocupado por el medio ambiente, las escopetas poco a poco han ido arrinconándose en la casa familiar que los Delibes tienen en la localidad burgalesa de Sedano.

¿Cundirá el ejemplo? El empobrecimiento del campo, la confirmación de que hay demasiados cazadores y pocas piezas, de que es más el daño que hacen a la Naturaleza que el beneficio obtenido, ¿les hará colgar las escopetas y cambiarlas por unos prismáticos o un cámara de fotos? Mucho me temo que no.