Una mujer de unos 48-50 años y su hija de 15 o 16 comen juntas en un restaurante. Tal vez sería más correcto decir que comen una frente a la otra. No se dirigen apenas la palabra en toda la comida. La madre pasa todo el tiempo pendiente de su teléfono móvil. Primero contesta una llamada, después hace otra y a continuación escribe y recibe varios mensajes.
La hija reclama su atención con miradas, parece triste y aburrida, pero su madre no parece advertirlo, está demasiado ocupada con el móvil. Ya en los postres, la hija también saca del bolso su teléfono y empieza a jugar con él hasta que llega la hora de pedir la cuenta y ambas salen del restaurante.
Un hombre de unos 55 años, vestido con traje negro y corbata, y su hijo de 16-17 esperan en una parada de autobús. El chaval lleva cresta, tres pendientes en la oreja derecha y unos vaqueros tan caídos que además del calzoncillo casi se le ve la pierna. Está fumando mientras oye la bronca que le dirige su padre. Es el único que habla: no le gusta el aspecto del joven, ni sus pantalones sucios y raídos, ni las manchas que luce en su camiseta, ni las mugrientas zapatillas con las suelas despegadas.
Pero su hijo ni se inmuta. Sigue fumando como si oyera llover, tiene la mirada perdida en el horizonte y no dice una sola palabra. Al menos durante los diez minutos que tardó en llegar mi autobús.
He visto estas dos escenas con muy pocos días de diferencia, aunque en dos países diferentes. Creía que el problema de la incomunicación entre padres e hijos no era tan grave ¿Se estará generalizado?