Ayer, cuando recibí la confirmación oficial del destino al que iré empotrado en Afganistán, tomé conciencia de que hay un tema del que apenas hemos hablado en estos seis años de Viaje a la guerra. Paradójicamente, una cuestión que está siempre presente cuando uno se acerca a la violencia y que tiene una íntima relación con esta clase de trabajo: el miedo.
Pensé que casi no habíamos reflexionado en estas páginas sobre el miedo – cuando sí lo hemos hecho de forma prolija y exhaustiva de casi todo aspecto relacionado con la guerra – justamente en el momento en el que volvió a hacerse presente.
Porque apenas te llega el correo electrónico en el que te dan luz verde para irte empotrado a Afganistán, experimentas la alegría de ver que has conseguido tu objetivo, que tu reportaje avanza, prospera, al tiempo en que sientes un profundo miedo.
El miedo a ser alcanzado por un explosivo en la ruta y regresar a casa mutilado, para ser más exacto. El miedo a que tu existencia cambie de forma brutal para siempre, que se llene de dolor, de pérdida, de limitaciones. El miedo último a no volver a ver a la gente que quieres.
Lo que intento hacer en momentos como esos, para paliar el miedo, es poner mi vida en perspectiva. ¿Qué clase de existencia he llevado hasta el momento? ¿Ha sido plena, honesta, comprometida, generosa, divertida? ¿Estoy dispuesto a dejarla, a ponerla en juego por hacer lo que tanto quiero?
Vencer el miedo, cualquier clase de miedo, es uno de los grandes desafíos de nuestra vida. El miedo a la soledad, al fracaso, a la marginación. Y, sobre todo, ese miedo final, insoslayable, de saber que todo esto no es más que una experiencia efímera, con fecha de caducidad.
No a la histeria
Por eso estos días de naufragio colectivo en España resultan especialmente dolorosos y frustrantes. Si algo parece en alza, parece estar triunfando sobre nosotros como sociedad, es el maldito miedo. El miedo en su peor versión, esa que paraliza, enfría y desconcierta el alma.
En vez provocar en nosotros la rebelión, el desapego, de ayudarnos a poner todo en su justa perspectiva, el miedo se ha sobredimensionado y nos está ganando la batalla. No estamos comprendiendo que son en circunstancias como estas, en las que no tenemos nada que perder, en las que podemos ser verdaderamente libres y artífices de nuestro destino.
Entre todas las marchas y protestas que se están siendo convocadas en estos días, extraño una gran concentración, de miles de personas, para decir “no” al miedo. Una catarsis colectiva contra tanto titular de prensa histérico, contra tanto pesimismo. Si no fuera porque me voy a Afganistán, ya mismo estaría preparando las pancartas…