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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Afganistán y una gran marcha contra el miedo

Ayer, cuando recibí la confirmación oficial del destino al que iré empotrado en Afganistán, tomé conciencia de que hay un tema del que apenas hemos hablado en estos seis años de Viaje a la guerra. Paradójicamente, una cuestión que está siempre presente cuando uno se acerca a la violencia y que tiene una íntima relación con esta clase de trabajo: el miedo.

Soldados de la 101 Aerotransportada en patrulla a pie en el valle del Tagab, Afganistán, tras aviso de bomba (Hernán Zin)

Pensé que casi no habíamos reflexionado en estas páginas sobre el miedo – cuando sí lo hemos hecho de forma prolija y exhaustiva de casi todo aspecto relacionado con la guerra – justamente en el momento en el que volvió a hacerse presente.

Porque apenas te llega el correo electrónico en el que te dan luz verde para irte empotrado a Afganistán, experimentas la alegría de ver que has conseguido tu objetivo, que tu reportaje avanza, prospera, al tiempo en que sientes un profundo miedo.

El miedo a ser alcanzado por un explosivo en la ruta y regresar a casa mutilado, para ser más exacto. El miedo a que tu existencia cambie de forma brutal para siempre, que se llene de dolor, de pérdida, de limitaciones. El miedo último a no volver a ver a la gente que quieres.

Lo que intento hacer en momentos como esos, para paliar el miedo, es poner mi vida en perspectiva. ¿Qué clase de existencia he llevado hasta el momento? ¿Ha sido plena, honesta, comprometida, generosa, divertida? ¿Estoy dispuesto a dejarla, a ponerla en juego por hacer lo que tanto quiero?

Vencer el miedo, cualquier clase de miedo, es uno de los grandes desafíos de nuestra vida. El miedo a la soledad, al fracaso, a la marginación. Y, sobre todo, ese miedo final, insoslayable, de saber que todo esto no es más que una experiencia efímera, con fecha de caducidad.

No a la histeria

Por eso estos días de naufragio colectivo en España resultan especialmente dolorosos y frustrantes. Si algo parece en alza, parece estar triunfando sobre nosotros como sociedad, es el maldito miedo. El miedo en su peor versión, esa que paraliza, enfría y desconcierta el alma.

En vez provocar en nosotros la rebelión, el desapego, de ayudarnos a poner todo en su justa perspectiva, el miedo se ha sobredimensionado y nos está ganando la batalla. No estamos comprendiendo que son en circunstancias como estas, en las que no tenemos nada que perder, en las que podemos ser verdaderamente libres y artífices de nuestro destino.

Entre todas las marchas y protestas que se están siendo convocadas en estos días, extraño una gran concentración, de miles de personas, para decir “no” al miedo. Una catarsis colectiva contra tanto titular de prensa histérico, contra tanto pesimismo. Si no fuera porque me voy a Afganistán, ya mismo estaría preparando las pancartas…

Rumbo a Afganistán: Diccionario del periodista empotrado (3)

Esta tecera entrega del Diccionario del periodista empotrado podría perfectamente titularse «Comer, follar, cagar», en honor al libro de Elizabeth Gilbert y a la producción que inspiró con Julia Roberts a la cabeza del reparto. Esa clase de película que explica en parte por qué algunos sentimos la recurrente necesidad de tomarnos un avión y sumarnos a un grupo de soldados en el culo del mundo, lo más lejos de cualquier televisión o pantalla de cine.

Soldados de la 101 Aerotransportada descansan tras regresar de una misión en el valle de Tagab, Afganistán. (Foto: Hernán Zin)

Al repasar las notas que tomé la última vez que estuve con la 101 de Aerotransportada de EEUU en Afganistán, me sorprendo al redescubrir la vasta, rica y compleja jerga que manejan los soldados. Como decía en la primera entrada de esta serie, una suerte de idioma con entidad propia que el periodista extranjero debe manejar tanto como el inglés si es que quiere enterarse de algo, en especial cuando las cosas se ponen calientes.

Supongo que esta riqueza de vocabulario no responde a que el ejército de EEUU intente fomentar la creatividad verbal de los combatientes y los tenga todo el día jugando al apalabrados y leyendo a Shakespeare.

Jerga juvenil

Más bien se trata de un fenómeno comprensible: si tienes a unos 100 mil veinteañeros durante meses y años en Afganistán, es lógico que terminen creando su propio metalenguaje, que a su vez está enriquecido por el de otros cientos de miles de jóvenes que estuvieron antes en Vietnam, Corea o la Segunda Guerra Mundial, pues hay expresiones que se usan hoy en día que vienen de aquellos tiempos, y por el prolijo diccionario de acrónimos, neologismos y abreviaturas que a diario usan los militares.

Hasta ahora hemos visto aquí los términos castrenses más formales sobre la distribución de las bases y las tropas. Ahora, las palabras y expresiones más creativas de los propios soldados que están íntimamente ligadas, como no podía ser de otra manera, a la comida, el retrete y el sexo. De allí lo de «Comer, follar, cagar» del título que merecería esta entrada.

Un par de vocablos, para abrir apetito, o todo lo contrario… el resto, en la próxima entrada.

Jesus Cruisers: Si hay algo que no debes olvidar de poner en un mochila o maleta de periodista empotrado es un par de sandalias, sobre todo para cuando vuelvas de alguna misión y debas dirigirte al servicio para tomar una ducha. Sandalias, chanclas, a las que llaman flip-flops y que también responden a un nombre mucho más creativo: cruceros de Jesús o Jesus Cruisers.

Shitter: Una vez que te has puesto el calzado del hijo de dios, te diriges al retrete al que llaman, literalmente, y para no perderse en elelegantes recursos retóricos: cagadero. Si estás en un Outpost puede ser un mero agujero en el suelo cuyo contenido es rociado con gasolina y quemado con regularidad, cosa que hace que los talibanes lleguen hasta a ti por el perfumado olor. En un FOB ya se trataría de un baño en condiciones, eso sí, plagado de moscas y henchido de calor, que estás en Afganistán en plena época de combate y no en el polo norte.

Pisser o Piss-Tube: Se refiere al urinario, y significa «meadero» o «tubo para el pis». Otra vez expresiones más que gráficas.

Como recientemente me comentaba con acierto Jon Sistiaga, el shitter es un ámbito narrativo nada despreciable. Las inscripciones que los soldados hacen en las maderas de los lavabos dicen más de la realidad de la guerra que muchos reportajes.

De hecho, el primer día que estuve empotrado me sorprendió encontrar en los servicios de la base de Bagram carteles que advertían de los pasos que el soldado debía tomar en caso de ser violado. Los escalones que debía subir en la cadena de mando para hacer la denuncia. Sobre este tema, y ya hablando en serio, recomiendo el magnífico documental que de Kirby Dick que acaba de ser estrenado: La guerra invisible.

Rumbo a Afganistán: Diccionario del reportero empotrado (2)

En estos seis años de conocer de primera mano en estas páginas las entrañas de la guerra moderna, no son pocos los momentos que hemos compartido con soldados. Tanto fuera en Afganistán con los integrantes de la 101 Aerotransportada, con las tropas paquistaníes de la MONUSCO en la República Democrática del Congo, y en Somalia junto a los soldados ugandeses de la Unión Africana en su lucha contra Al Shabab.

Base Kutschbach, Valle del Tagab, Afganistán, donde en 2008 estuvimos empotrados junto a la 101 Aerotransportada (Foto: Hernán Zin)

De esta convivencia con militares he aprendido que, en general, sienten una irrefrenable pasión por el papeleo y la burocracia. Inclusive, me animaría a decir, mayor que la pasión que experimentan por las armas. Para todo parece hacer falta un permiso, un informe, un albarán. Un papel rubricado con firma y estampado con un sello, que suba unos escalones en la estructura de mando, hasta para ir al servicio si te descuidas.

El otro descubrimiento que he hecho es que el universo castrense no sólo está poblado por una maraña papeles y firmas y sellos, sino que cuenta también con una ingente cantidad de acrónimos, abreviaturas y neologismos. A tal punto llega la terminología militar, en constante evolución y transformación debido a los adelantos tecnológicos, que por momentos parecen hablar un idioma aparte.

En el caso de los soldados de EEUU, con quienes estaremos próximamente de regreso en Afganistán, casi es más importante conocer la terminología propia que suelen emplear que hablar buen inglés para comprender lo que están diciendo.

Sobre todo cuando están por entrar en combate y su lenguaje no es más que una sucesión de frases truncadas. El momento clave en el que algún soldado anuncia nervioso a través de la radio que hay T-I-C en determinado lugar. Osea, troops in contact.

A la hora de dormir

FOB: Acrónimo de Forward Operating Base, es el lugar donde suele comenzar la experiencia junto a los soldados: la base militar. El FOB más grande en Afganistán es Bagram, que se encuentra en la provincia de Parwan, a media hora en taxi desde Kabul.

Bagram tiene una larga y convulsa historia. Su pista aérea fue empleada por los soviéticos en los albores de la invasión del país en 1979 hasta la retirada en 1989. Durante la guerra civil, la Alianza del Norte la usó para lanzar ataques sobre Kabul.

Ya en los primeros tiempos de la ofensiva de EEUU, la cárcel de esta base militar se hizo famosa en el mundo por la muerte de dos prisioneros denunciada por Tim Golden en The New York Times y explorada en profundidad por el oscarizado documental Taxi To The Dark Side (título que hace referencia a uno de los fallecidos, el taxista Dilwar, de 22 años de edad, y que establece un vínculo directo con las torturas en Abu Ghraib).

Fobbies: En 2008 estuvimos en este blog en el FOB Kutschbach, en el valle del Tagab, junto a la 101 División Aerotransportada. En Afganistán hay más de cincuenta FOB y en Irak había unos cuarenta. Los Main Operating Base (MOB) son bases permanentes de EEUU en el extranjero. Los Forward Operating Site (FOS) tiene menos personal estable y se encuentran en Honduras, Singapur, Bulgaria, Rumania, Gran Bretaña, Marruecos, Túnez y Yibuti.

Outpost: Dentro de esta estructura, los conocidos como Outpost (OP) son los puestos de avanzada. Las condiciones de vida en ellos resultan más duras y precarias que en los FOB. Los miembros de las unidades destacadas en los OP se ven a sí mismos con orgullo, como los que realmente están luchando la guerra, y llaman fobbies a los soldados mejor abastecidos y protegidos de los FOB.

La estrategia que impuso la administración Obama fue reducir el número de OP perdidos en medio de la nada, para centrarse en la protección de los civiles. Poner las tropas donde están los locales. La pregunta que uno se hace es qué sentido tuvieron entonces todas estas vidas perdidas por proteger puestos como el del valle del Korengal, cuyas vicisitudes describe tan bien el documental Restrepo, de Sebastian Junger y del fallecido fotógrafo Tim Hetherington.

Hesco: los FOB y los OP suelen surgir con un grupo de soldados que llegan y acampan en una zona determinada (el sargento Kutschbach murió en 2006 cuando estaban construyendo el FOB al que le pondrían su nombre y en el que estuvimos en 2008).

Para erigir las paredes de lo que será la base o puesto de avanzada emplean una vasta cestas de alambre forrada de plástico que recibe el nombre de hesco (que se aprecian en la foto de este post). Para darles peso y resistencia a la munición enemiga, los hesco se van rellenando en muchos casos con piedras que los soldados rompen con sus palas y levantan empleando cajas de municiones.

A la hora de comer y a la hora de los tiros, en una próxima entrada…

Rumbo a Afganistán: Diccionario del reportero empotrado (1)

Nunca falta el amigo o conocido que cuando dices que te vas a ir «empotrado» con las tropas de EEUU en Afganistán, suelta una risita burlona. Por un extraño giro del lenguaje, en su cabeza empotrado es sinónimo nada más y nada menos que de sodomizado, para decirlo con cierta elegancia. O sea, no vas a ir «empotrado con» sino que serás «empotrado por» los soldados. Supongo que cada uno proyecta sus propias fantasías sobre el plácido e inocente discurrir del relato ajeno.

Empotrado junto a la 101 Aerotransportada en el Valle de Tagab, Afganistán, en julio de 2008.

Como vimos en estas páginas hace unos años, justamente después de «empotrarnos» con la 101 Aerotransportada en Afganistán, no se trata algo nuevo. El mismísimo Robert Capa se sumó a los integrantes de la compañía E, pertenecientes al 16 Regimiento de la 1ª División de Infantería, en el arribo a la playa de Omaha el 6 de junio de 1944.

Así que aunque tomó relevancia con la invasión de Irak de 2004, lo cierto es que es una práctica tan antigua como este mismo oficio. Ya en el siglo XIX los cronistas se sumaban a los militares para ir a la guerra.

Supongo, otra vez, que después depende de cada uno dejarse empotrar o no narrativamente por los soldados. Hacer el esfuerzo de recorrer el país en busca de otros puntos de vista desde los que contar la historia. O, simplemente, ser crítico con esos militares que quizás hasta en un momento te protegieron o te salvaron la vida. Saber librarse así de cierta lógica sodomía afectiva e intelectual.

Incrustado y encamado

El término en inglés tampoco ayuda a quitarle connotaciones no deseadas al asunto. Se dice «embed», lo que a simple vista parece querer decir «encamado». Osea, que compartes lecho con la unidad a las que sigue. Lo cual, lamentablemente, en algunas bases muy pequeñas o puestos de avanzada, es literal dada la falta de espacio que duermas codo con codo con la soldadesca.

A empotrado y encamado podríamos sumarle «incrustado», que de vez en cuando aparece en crónicas periodísticas y que tampoco suena demasiado agradable. En este caso, las asociaciones sexuales o de otra índole las dejo en manos de los lectores. A ver qué sombras proyectáis sobre la palabra.

Visto en perspectiva, no resulta llamativo que exista un término propio para describir este asunto, pues si algo caracteriza a los militares es su pasión por las armas, por el papeleo y por crear su propio metalenguaje en base a neologismos y acrónimos impronunciables.

Si nada se tuerce, la cuenta atrás para viajar a Afganistán sigue corriendo y en poco tiempo más estaremos de regreso en el Hindu Kush. Así que es esta una gran oportunidad para que recuperemos y ampliemos el Diccionario del periodista empotrado que comenzamos en 2010 (aquel mismo año hicimos también un Diccionario carcelario argentino, cuando estuvimos fatigando los penales de Buenos Aires en busca de historias).

La mayoría de los términos que componen nuestro Diccionario español-empotrado ofrecen no poco lugar para la reflexión sobre la lógica de la guerra en el siglo XXI, como veremos a partir de la próxima entrada.

Rumbo a Afganistán: las Fuerzas Especiales y los amuletos de la guerra

Pocos países más fascinantes y a la vez tan terribles como Afganistán. De la belleza de sus paisajes, de la supervivencia de sus tradiciones más coloridas, a la brutalidad de la guerra, el hambre y la postergación sistemática de la mujer. Una realidad compleja, contradictoria, que inspira no pocas lecturas para tratar de desentrañarla, para intentar vislumbrar su esencia.

Soldado de la 101 Aerotransportada, Valle del Tagab, Afganistán. Junio 2008 (Hernán Zin)

En estas páginas hablamos hace unos años de algunos de los libros más destacados sobre el país del Hindu Kush. Libros que estaba leyendo justamente antes de nuestro primer desembarco en Kabul. Aquel viaje iniciático en el que conocimos, entre tantas otras historias, la situación de las mujeres quemadas en Herat y la explotación laboral de los niños que hacen ladrillos en el sur, para a terminar empotrados con la 101 Aerotransportada del Ejército de EEUU en el valle del Tagab.

El regreso de las Fuerzas Especiales

En estas noches de desvelo estival, previas a un nuevo viaje a Afganistán, leo y releo Soldados a caballo, otro extraordinario libro de la editorial Crítica (que es, junto a Debate, la que mejores títulos de no ficción publica en España, incluído el extraordinario Los buenos soldados de David Finkel).

Lo más destacado de esta obra es que cuenta la génesis de la invasión de Afganistán a través del testimonio de los primeros soldados que pusieron pie allí. Miembros de las Fuerzas Especiales que buscaban la lealtad de los señores de la guerra de la Alianza del Norte para enfrentarse a los talibanes.

Tras el descrédito de la guerra de Vietnam, en las que fueron responsables de las mayores atrocidades contra civiles, las Fuerzas Especiales habían quedado relegadas. Fueron las prisas de Donald Rumsfeld por poner soldados en el terreno – una fuerza tradicional, de 50 mil hombres, hubiese demorado seis meses – la que llevó a volver a contar con las Fuerzas Especiales como punta de lanza en una invasión.

Y lo más seguro es que, cuando el año que viene las potencias occidentales empiecen a retirar a sus hombres, sean las Fuerzas Especiales las que queden a sus espaldas luchando con los soldados del Ejército afgano contra los talibanes.

Un anillo de rubíes…

Ayer, noche especialmente calurosa en Madrid – pero nada en comparación con lo estimulante que se pone el clima en el sur de Afganistán -, leía un fragmento de Soldados a caballo que empieza en la página 68, en el que el autor, Doug Stanton, habla del amuleto que usan las Fuerzas Especiales: una alhaja.

– Este anillo ha atravesado el infierno y ha vuelto – dijo Lambert -, lo han llevado en sus manos hombres que están muertos o retirados, hombres de cuyo trabajo no se hablará hasta dentro de muchos años, si es que alguna vez se menciona.

El principal amuleto de aquellas dos unidades del Grupo V de las Fuerzas Especiales que pusieron pie en Afganistán antes que cualquier otro soldado de estadounidense, era una anillo de rubíes que había estado en Bolivia, Panamá, Vietnam, Tailandia, Pakistán, el Congo Belga, Bosnia.

Según explica el libro la única advertencia era que el hombre al que se escogiera para llevar el anillo de guerra tenía que traerlo a casa a salvo. «Era poco menos que brujería al estilo militar», sentencia.

…y un reloj

Si bien en alguna que otra ocasión describimos desde el Congo los rituales mágicos de las milicias mai mai, es curioso pero en este blog en el que hemos desmenuzado y conocido de primera mano hasta los aspectos más triviales de la guerra, en muy pocas ocasiones nos hemos referido a los amuletos, tan presentes en todos los conflictos, y más evidentes aún en los africanos. Así que en este nuevo desembarco en Afganistán podría ser una asignatura a cubrir, a retratar: los amuletos de los soldados.

Más allá del componente esotérico, místico, folclórico inclusive, estos objetos nos hablan de las incertidumbres, aspiraciones y miedos de los que los llevan puestos. ¿Quiénes se los regalaron? ¿Qué historia tienen detrás? La guerra es sin duda el escenario más incierto, brutal y paradójico de la condición humana. Y ante tantas incertidumbres tiene cierto sentido aferrarse a algo, así sea un anillo de rubí, una moneda de la suerte o un rosario.

En mi caso, tengo varios amuletos. Uno más evidente que el resto: un reloj marca Fossil con correa de cuero marrón que llevo puesto en cada viaje desde que lo comprara el 22 de enero de 2006 en La Paz, Bolivia, cuando La Voz de Galicia me había enviado a cubrir el ascenso al poder de Evo Morales. Un reloj que no parece ya capaz de aguantar más golpes, más cambios y arreglos, pero que regresará próximamente también al Hindu Kush, quiera o no, pues sin su compañía se me haría mucho más difícil emprender este nuevo viaje a la guerra.

¿Está en Twitter? Que se ponga… (o sobre cómo las redes sociales afectan la guerra)

Si el gran Gila levantase cabeza, descubriría que algunas de sus rutinas más surrealistas parecen haberse hecho realidad. Y que en lugar de un viejo teléfono y unas sacas llenas de arena, tendría que ambientarlas frente un ordenador.

¿Es el enemigo?¿Usted podría parar la guerra un momento?… ¡Que si podría parar la guerra un momento!… Le quería preguntar una cosa… ¿Ustedes van a avanzar mañana?… ¿Entonces cuándo? ¿El domingo? ¿A qué hora?… A las siete estamos todos acostados… ¿No podrían avanzar por la tarde, después del fútbol?

O al menos es la impresión que tiene este reportero – que continúa varado en Madrid a la espera del permiso para volver a Somalia – tras llevar meses siguiendo las cuentas de Twitter de algunos de los referentes militares de Internet.

¿Y van a venir muchos?… Ala, qué bestias… No sé si tendremos balas para tantos… Bueno, nosotros las disparamos y ustedes se las reparten.

Antes de arrancar, que conste en actas que todos los ejemplos que voy a citar a continuación son de esta misma semana. Quien se sumerja en tiempos pretéritos, encontrará otras tantas joyas. Extraño efecto el que las redes sociales ejercen sobre los soldados, tan aguerridos en la práctica y tan curiosos cuando le dan a la tecla.

Ayer estuvo aquí el espía de ustedes, Agustín, uno bajito, vestido de lagarterana… Que se llevó los mapas del polvorín… Que los traiga que sólo tenemos esos.

Empecemos nuestro recorrido por ISAF, la coalición internacional liderada por la OTAN que lucha contra los talibanes en Afganistán. Sí, la coalición de la que formaban parte aquellos muchachos de la 101 División Aerotransportada con los que estuvimos en este blog en el valle del Tagab.

El lunes 11 de abril escribían lo siguiente en su cuenta oficial @ISAFmedia

¡La página de #ISAF en Facebook se está acercando a los 75.000 fans! Ayúdanos a alcanzar este objetivo en www.facebook.com/ISAF

Desde que el general Petraeus decidiera aplicar en Afganistán una estrategia similar a la seguida en Irak durante la famosa surge – menos bombardeos, más hombres en el terreno y más inteligencia… una táctica clásica de contrainsurgencia – el número de muertos ha ascendido vertiginosamente.

Ahora que termina el invierno en el Hindu Kush, se vuelven a recrudecer los combates y aumentan las bajas, ISAF nos sorprende con esta exclamación digna de la web de Britney Spears: ¡Wow, casi llegamos a los 75 mil fans!

Guerra de tuits

¿Me pregunto que harán cuando alcancen los 100 mil? ¿La noticia correrá de base en base, los soldados dejarán de disparar y se pondrán a celebrar alborozados, con sus fusiles M4 en alto?

Quizás firmaron un tratado secreto con los talibanes y no nos hemos enterado. El general Petraeus habló con el Mulah Omar y acordaron que el que llega primero a 100 mil seguidores en Facebook gana la guerra. Imagino a los ulemas en las 10 mil madrasas de Pakistán dirigiéndose a sus acólitos para que una y otra vez le den al ratón.

Nomina a tu blog militar favorito dejando un comentario (las nominaciones son ahora, en directo)

Este mensaje lo lanzó ayer por la noche Military Blogs @milblogging. Al mejor estilo de los premios Bobs – en los que este año estuvimos nominados, por cierto -, los blogs de los soldados de EEUU acaban de entrar en una apasionante competición. Las categorías: Fuerza Aérea, Guardia Costera, Marines, Veteranos y Esposas.

Otra imagen me viene a la cabeza de una madrasa en Paquistán: «El sargento Richards pone en el Twitter de su blog que el domingo han hecho una barbacoa en el FOB de Asadabad. Deberíamos atacar el próximo domingo. ¿Le hago un Follow Friday a los mártires en la zona?».

Los talibanes y el sexo

Os juro que la lista de giladas que se pueden leer en Twitter es inacabable, pero como soy consciente de que vuestra paciencia tiene fronteras, una última cita. Esta es también de ayer, recién salida del horno de la cuenta oficial del @USArmy.

#USArmy agradece a las @GirlScouts del Brooklyn Center por la calurosa bienvenida al Capt. Simone Butler de la 372 Brigada de Ingenieros.

No sé por qué me imagino a los muchachos de las madrasas paquistaníes buscando en google el significado de «Girl scouts». Vislumbro después el silencio incómodo, las miradas perplejas que no saben dónde posarse en esa habitación henchida de salwares sudorosos, pies descalzos y largas barbas. Quizás, inclusive, algún pensamiento fugaz de pasarse al bando contrario.

Der Spiegel publica nuevas fotos de abusos de soldados de EEUU, esta vez en Afganistán

Más allá de Libia, la guerra continúa en Somalia, que vive sus horas más lóbregas desde la salida de las tropas etíopes hace dos años. Apenas la Unión Africana nos dé los permisos, esperamos que en cuestión de días, volveremos a Mogadiscio.

Y la guerra sigue también en Afganistán, donde el número de muertos, civiles y militares, ha alcanzado una cifra record, con el final del letargo invernal como pistoletazo para un nuevo recrudecimiento de la violencia.

Sin embargo, parece que los miembros de ISAF no van a tener que esperar a que se deshielen las cumbres del Hindu Kush para que el ambiente se vuelva a caldear. Las tres fotos publicadas por el semanario alemán Der Spiegel han encendido todas las alertas.

Según informa The Guardian, los empleados de la ONU han recibido la orden de no salir a la calle en Kabul, pues se esperan manifestaciones y ataques de la población local como consecuencia de crueldad y brutalidad de las imágenes.

En realidad, las tres fotos que decidió hacer públicas Der Spiegel, de un total de 4.000, no han hecho más que retratar de forma explícita y tangible los abusos cometidos por una unidad de la 5ª Brigada de la 2ª División de Infantería del Ejército de EEUU, que operaba en Kandahar.

Abusos ya conocidos, pues doce de sus integrantes están siendo juzgados en un tribunal de Seattle. Cinco de ellos por asesinato premeditado.

Un caso que conmocionó recientemente al mundo ya que los militares del bautizado por la prensa como «escuadrón de la muerte», simulaban que sus víctimas habían perecido en combate, además de cortarles parte del cuerpo para llevárselas como trofeos.

Ayer, el Ejército de EEUU pidió perdón públicamente por el comportamiento de estos soldados. Altos mandos de ISAF compararon la dureza de las imágenes con las de Abu Ghraib.

Aquí, en Viaje a la guerra, nos recuerdan a las que publicamos en estas páginas en 2006 de los abusos de soldados israelíes a civiles en Hebrón y Gaza. También jóvenes militares sonriendo estúpidamente junto a cadáveres y personas privadas de libertad.

Fotos: La primera, Abu Ghraib. La segunda, soldados israelíes en un invernadero de Gaza.

Bum, bum, bum… Afganistán (vídeo)

Hace un par de semanas reverberaron en la noche de Madrid estruendos de fuegos artificiales – quizás alguna celebración deportiva o el final de las fiestas de alguna localidad vecina – que me devolvieron a las semanas que pasé junto a la 82 División Aerotransportada del Ejército de EEUU en el Valle de Tagab. Apenas caía el sol en aquel perdido confín de la geografía afgana, comenzaba indefectiblemente la danza de los morteros de 120 mm en dirección a las montañas.

Al poco tiempo de haber llegado, como el martilleo de los cohetes me impedía dormir, me arranqué a escribir un «bum» en el tirante de madera de la cama superior en respuesta a cada detonación. Una suerte de juego, divertido en un principio, pero que luego se volvió tan absurdo y tedioso como las largas noches en vela. En tres días ya había abarrotado de onomatopeyas el lecho de mi vecino próximo al techo. Sin embargo, los artilleros continuaban infatigables en su laboriosa misión de sembrar de metralla cuanto nos rodeaba.

En realidad, la culpa no era de ellos, sino del comandante que había decidido situar la base Kutchbach en medio de un valle que conduce directamente a Pakistán. Los talibanes de la zona, y los que venían del vecino país, no podían reprimir la tentación y se abocaban obstinados a tratar de alcanzarnos con sus viejos e imprecisos cohetes soviéticos desde las laderas de las montañas que nos rodeaban. Éramos un pato de feria en toda regla. La estrategia de defensa de la 82 Aerotransportada consistía en lanzar periódicos disparos preventivos, que se sucedían con mayor velocidad cuando llegaba información de la llamada intel (inteligencia) sobre movimientos de insurgentes por la zona.

En alguna ocasión acompañé a los muchachos de la compañía Able en sus misiones para tratar de cazar a los talibanes en las montañas, pero la mayor parte de las noches las pasaba en la base. Para combatir el insomnio, además de sumar «bum, bum» a las tablas de madera, salía a jugar con los perros o a fumar bajo las redes diseñadas para impedir el impacto directo de los morteros. La luz roja en la cabeza, iluminando las piedras; el run run de los aire acondicionados; y esa detonación, anunciada siempre con un fire, que te hacía agacharte inconscientemente. Una honda sensación de soledad, de estar en el fin del mundo, en la luna. Si caía algún proyectil talibán, el gran acontecimiento de la mañana siguiente era acercarse a ver dónde había impactado.

Los niños de la guerra

Recuerdo la noche en que crucé la hilera de vehículos MRAP y las letrinas para hablar con los artilleros. Me sorprendieron muchas cosas: los pantalones cortos y las camisetas; la forma casual, casi despreocupada, en que lanzaban los morteros; pero sobretodo cuán jóvenes eran. Siempre supe que la guerra es una cuestión de niños que son enviados por sus mayores a matar y morir, pero creo que en esa noche de insomnio lo tuve más claro que nunca.

Desde entonces me he preguntado en más de una ocasión cómo será la existencia futura de esos chavales que pasan de la adolescencia a la edad adulta en conflictos armados. Supongo que dependerá tanto de lo que hayan vivido como de sus familias y educación. Uno de ellos me dijo con orgullo que su abuelo y su padre también habían estado en el ejército durante el mismo período de sus vidas. ¿Qué impacto social tiene esta realidad en países cuyos muchachos se han enfrentado generación tras generación a la guerra?

Mikel y el accidentado avión de Pamir Airways en Afganistán

Nuestro último viaje a Afganistán comenzaba con una crónica en este blog no ausente de cierta ironía sobre el caótico viaje de Dubai a Kabul a bordo de la desconocida aerolínea Pamir Airways. Esto es lo que escribí en julio de 2008:

El único avión que constituye la flota de Pamir Airways aún presenta el legado de sus anteriores dueños. Los carteles que pueblan la cabina se solapan en chino, inglés, ruso y portugués.

Un avión descascarado, con los asientos sucios y la alfombra cubierta de machas negras, cuya tripulación parece superar en número al pasaje. Media docena deazafatas de aspecto caucásico y al menos cuatro pilotos, también de ojos celestes y cabello rubio.

A uno de ellos, el más joven, lo había visto minutos antes a pie de pista, dando patadas a los neumáticos para comprobar si estaban en buen estado.

A las dos semanas de estar en Afganistán apareció Mikel Ayestaran en la mítica Gandmack Lodge de Kabul. Dejó sus cosas a dos puertas de distancia, frente al jardín en el que suele verse al reportero de Fronline y propietario del hotel, Peter Jouvenal, junto a su mujer y sus hijos. Como los que conocen su trabajo ya habrán deducido, la luz de la habitación de Mikel era la última en apagarse y la primera en encenderse. Sólo así consigue este auténtico pluriempleado del periodismo cumplir con su fantástica ración diaria de crónicas para EITB, ABC, Punto Radio… por mencionar sólo algunas.

Conversando en alguno de los escasos momentos en los que no lo encontraba grabando, editando, escribiendo o comunicando por teléfono sus crónicas, me contó que también había tomado desde Dubai aquel vuelo de Pamir Airways. Así lo había contado en Salam Agur, su blog:

Las tres grandes compañías afganas son Ariana –la Iberia en versión Afganistán- Kam Air y Pamir. Vuelan a diario desde Dubai y sus vuelos están llenos. Comprar sus billetes por Internet es posible, pero supone un ejercicio de buena fe que yo hace tiempo perdí con las compañías de este país en las que prima el billete físico y pagado en metálico. Ariana está en mi lista negra, y en la de IATA, por sus retrasos y sus aparatos viejos y desgastados, así que me quedaban Kam Air o Pamir. Opté por esta última.

Me puse a hacer cola a las 12,30 am y estuve en primera línea hasta que su responsable llegó a las 4,30. ¡Quedaba un billete! Sólo uno, pero en Primera. No importa, todo sea por viajar a Kabul, aunque haya que pagar 300 USD por montarse en esa especie de batidora blanca con claros restos de su paso por países como Rusia o China. Pamir, toda una referencia en el mundo de la aviación moderna. Guardaré el billete junto a los de Ariana, Koryo (aerolínea de Corea del Norte), Aseman (reina del Tupolev en Irán) y Yemenia.

Más allá del avión, a los dos nos había llamado la atención otra característica de aquel viaje que habíamos reflejado en nuestros respectivos blogs: los destinos de los aviones que al alba partían de la terminal número dos de Dubai y cuyos nombres parpadeaban en las pantallas. Él los había llamado “El trío de la muerte”. Yo los había comparado con una ruleta rusa:

Los primeros dos vuelos partían hacia Bagdad. El siguiente a Mogadiscio. El tercero a Peshawar. Luego venían los que llevaban a Kabul. Y la lista volvía a comenzar, inquietante, como una ruleta rusa: Peshawar, Kabul, Bagdad…

Aunque meses más tarde me encontré con Mikel en España – en la exposición de los grabados de Goya, «Los horrores de la guerra», que tuvo lugar en Salamanca, por aquello de demostrar que no somos gente monotemática -, no le pregunté si se había animado a volver a Dubai en aquel vetusto avión de Pamir Airways. Ni tampoco sé si repitió experiencia en sus sucesivos retornos al país del Hindu Kush, que no han sido pocos. Yo no tuve el placer de repetir la experiencia, pues los últimos dos años en este blog los hemos dedicado a los conflictos armados en Sudán, Somalia y la República Democrática del Congo.

En realidad, si soy sincero, cuando tuve la oportunidad decidí no hacerlo. Opté por la moderna y eficiente Kam Air, aunque eso me obligara a sacar un nuevo ticket y regalar el dinero de un asiento vacío a Pamir Airways, que tampoco le vendría mal a sus exiguas finanzas. En su momento me dije que estaba exhausto, que ya había tentando a la suerte demasiadas veces en un mismo viaje volando a Herat en la aerolínea estatal Ariana, dando vueltas en coche por doquier junto a Salem y recorriendo el valle del Tagab en los humvees de la 101 División Aerotransportada de EEUU. Supongo que, en el fondo, no fue más que pura cobardía.

Por eso cuando ayer leí en el New York Times que aquel avión de Pamir Airways se había caído a las 8:30 de la mañana en el paso de Salang – que durante años permitió resistir a Ahmed Shah Masud en el valle del Panshir – experimenté una lóbrega sensación. Y recordé que algo había escrito al respecto:

Pamir Airways existe. Difícil saber durante cuánto tiempo más, pero al menos hoy, esta aerolínea de un sólo avión y origen desconocido, es una realidad. El cartel colgado sobre los mostradores de facturación así lo indicaba.

En realidad no se trata del mismo avión. Wikipedia ha actualizado la página dedicada a Pamir Airways y sostiene que la compañía cuenta ahora con cinco aeronaves, más allá del Boeing 707-320 con el que empezó a funcionar. Añade que fue la primera línea aérea privada en recibir en la historia de Afganistán el certificado de operador aéreo por parte del Ministerio de Aviación. Hecho que tuvo lugar en 1995. Lo que el artículo no menciona es que en aquel año el país se encontraba en el peor momento de su guerra civil, con la capital en ruinas y dividida por los señores de la guerra. Difícil imaginar dónde o cómo funcionaba aquel ministerio.

La propia Pamir asegura en su renovada página web – tan moderna en comparación a la versión -5.0 que ofrecía en 2008 -, que ha llevado a miles de peregrinos al haj en Arabia Saudí y que su actual lema es «Viaja con confianza».

Este terrible accidente – que costó la vida a 44 personas, entre las que se cuentan cinco miembros de la tripulación del Antonov 24 siniestrado y tres ciudadanos británicos – constituye sin dudas un revés para el progreso de esta compañía, que podría sumarse a larga lista de aspiraciones frustradas en el corrupto, paupérrimo y asolado Afganistán, con la tan anunciada batalla de Kandahar a punto de comenzar y una campaña bélica estival que promete ser la más cruenta desde la invasión de 2001; con unas frágiles relaciones entre Hamid Karzai y los gobiernos de la coalición internacional.

Seguramente sea Mikel quien pueda dar respuesta a este pregunta ya que, como no podía ser de otra manera, se encuentra de regreso en el país. Habrá que leer en su blog cómo ha llegado hasta allí.

Fotos: HZ

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Morir para contar en Afganistán: Rupert Hamer y Michelle Lang

Rupert Hamer, corresponsal de defensa del dominical británico Sunday Mirror, se convirtió ayer en el segundo periodista extranjero en perder la vida en Afganistán en menos de 10 días. El pasado 30 de diciembre, Michelle Lang, reportera del periódico canadiense Calgary Herald, fallecía en circunstancias parecidas a las de Hamer: como consecuencia de una bomba colocada por los talibanes en la carretera.

Se trataba del quinto viaje de Rupert Hamer a Afganistán, donde se acababa de empotrar con los marines de EEUU en la provincia de Ghazni. Lo acompañaba el fotógrafo Philip Coburn, que resultó herido por la explosión. En el mismo incidente, un soldado afgano y un estadounidense murieron también. Según el Foreign Office se trata del primer periodista británico en fallecer en Afganistán.

Rupert Hamer tenía 39 años de edad. Era padre de tres hijos. Llevaba 12 años trabajando en el Sunday Mirror.

Tenía planeado estar un mes en Afganistán para seguir de cerca la gran apuesta de Barack Obama: el envío de 30 mil nuevos soldados, su surge particular, similar a la que George Bush aplicó en 2007 en Irak. La otra percha mediática era la conferencia que el 28 de enero se realizará en Londres sobre el futuro del país del Hindu Kush.

Reporteras, islamistas y locales

Con respecto a la canadiense Michelle Lang, era la primera vez que viajaba a Afganistán. Tenía 34 años. Su misión no implicaba tanto riesgo como la de Rupert Hamer, pues iba a seguir a un PRT (Provincial Reconstruction Team), aunque Kandahar es ya de por sí un destino nada fácil. Se desplazaba junto a cuatro soldados canadienses cuando los alcanzó la bomba.

Recordemos que de esta forma resultó herido el fotógrafo andaluz Emilio Morenatti, también en Kandahar, del que recientemente apareció un alentador vídeo en Internet de su recuperación, y que fuera secuestrado en Gaza hace poco más de tres años.

Según RSF, suman 19 los periodistas que perdieron la vida en Afganistán desde septiembre de 2001. De estos, 11 eran extranjeros. Y cinco eran mujeres, entre las que se encuentran la afgana Zakia Zaki y la francesa Johanne Sutton. En 2009 fueron 3 los reporteros que murieron en ese país.

La proporción que muestra Afganistán no suele ser la habitual: quienes se llevan la peor parte de la violencia son los reporteros locales, cuyas muertes apenas encuentran resonancia en los grandes medios de comunicación.

En el año 2009, el número de periodistas asesinados mientras hacían su trabajo fue de 77. De estos, siete eran mujeres. Los islamistas radicales, a nivel mundial, son considerados responsables de al menos 16 muertos de profesionales de la información en el mismo período.

Fotos: Sunday Mirror/AP