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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Morir para contar en Afganistán: Rupert Hamer y Michelle Lang

Rupert Hamer, corresponsal de defensa del dominical británico Sunday Mirror, se convirtió ayer en el segundo periodista extranjero en perder la vida en Afganistán en menos de 10 días. El pasado 30 de diciembre, Michelle Lang, reportera del periódico canadiense Calgary Herald, fallecía en circunstancias parecidas a las de Hamer: como consecuencia de una bomba colocada por los talibanes en la carretera.

Se trataba del quinto viaje de Rupert Hamer a Afganistán, donde se acababa de empotrar con los marines de EEUU en la provincia de Ghazni. Lo acompañaba el fotógrafo Philip Coburn, que resultó herido por la explosión. En el mismo incidente, un soldado afgano y un estadounidense murieron también. Según el Foreign Office se trata del primer periodista británico en fallecer en Afganistán.

Rupert Hamer tenía 39 años de edad. Era padre de tres hijos. Llevaba 12 años trabajando en el Sunday Mirror.

Tenía planeado estar un mes en Afganistán para seguir de cerca la gran apuesta de Barack Obama: el envío de 30 mil nuevos soldados, su surge particular, similar a la que George Bush aplicó en 2007 en Irak. La otra percha mediática era la conferencia que el 28 de enero se realizará en Londres sobre el futuro del país del Hindu Kush.

Reporteras, islamistas y locales

Con respecto a la canadiense Michelle Lang, era la primera vez que viajaba a Afganistán. Tenía 34 años. Su misión no implicaba tanto riesgo como la de Rupert Hamer, pues iba a seguir a un PRT (Provincial Reconstruction Team), aunque Kandahar es ya de por sí un destino nada fácil. Se desplazaba junto a cuatro soldados canadienses cuando los alcanzó la bomba.

Recordemos que de esta forma resultó herido el fotógrafo andaluz Emilio Morenatti, también en Kandahar, del que recientemente apareció un alentador vídeo en Internet de su recuperación, y que fuera secuestrado en Gaza hace poco más de tres años.

Según RSF, suman 19 los periodistas que perdieron la vida en Afganistán desde septiembre de 2001. De estos, 11 eran extranjeros. Y cinco eran mujeres, entre las que se encuentran la afgana Zakia Zaki y la francesa Johanne Sutton. En 2009 fueron 3 los reporteros que murieron en ese país.

La proporción que muestra Afganistán no suele ser la habitual: quienes se llevan la peor parte de la violencia son los reporteros locales, cuyas muertes apenas encuentran resonancia en los grandes medios de comunicación.

En el año 2009, el número de periodistas asesinados mientras hacían su trabajo fue de 77. De estos, siete eran mujeres. Los islamistas radicales, a nivel mundial, son considerados responsables de al menos 16 muertos de profesionales de la información en el mismo período.

Fotos: Sunday Mirror/AP

Morir para contar en Birmania: un año del asesinato de Kenji Nagai

Al volver a observar la imagen de los últimos momentos de vida del reportero japonés Kenji Nagai, me sorprendo al descubrir que, a pesar del impacto de bala que lo había dejado en el suelo, insistía en seguir grabando, levantaba con obstinación la cámara al paso de los soldados y policías. Un último gesto de coraje y profesionalidad que define en buena medida su compromiso vital con el periodismo.

Nagai llevaba 20 años cubriendo conflictos armados. Había avanzado junto a la Alianza Norte en Afganistán en diciembre de 2001. Había estado a los pies de la estatua de Sadam Hussein en Bagdad cuando fue derribada el 9 de abril de 2003. Se había encontrado en Gaza en el momento del asesinato por parte de fuerzas israelíes de la familia Galia en la playa de Yabalia.

El fotógrafo japonés Aika Kano, que trabajó con él en Irak, asegura que era una persona “con un fuerte sentido de la justicia y a la que le preocupaban especialmente los derechos humanos».

El hecho de que se dirigiera desde Bangkok a Birmania por iniciativa propia, haciéndose pasar por turista – lo que explica las pequeñas dimensiones de su cámara y el atuendo informal que llevaba en el momento de ser asesinado -, también da testimonio de la forma en que realizaba su labor de reportero.

Protesta y recuerdo

El pasado lunes, amigos, familiares y compañeros del periodista japonés se dirigieron a la embajada de Myanmar en Tokio para entregar más de 100 mil firmas. Al frente de la comitiva estaba Noriko Ogawa, su hermana, que dos días antes, en la fecha exacta del aniversario de su muerte, le había rendido tributo en Imabari, el pueblo que lo vio nacer, junto a cientos de personas.

Además de exigir que se castigue a los responsables del asesinato, pidieron a las autoridades de Rangún que les devuelvan la cámara que estaba empleando en el momento de su fallecimiento.

Aunque el asesinato del reportero japonés Kenji Nagai ha sido uno de los más abiertos y difundidos que ha sufrido el periodismo en los últimos años, nada se ha hecho aún para juzgar a los responsables.

Kenji Nagai, que el pasado 26 de agosto hubiese cumplido 51 años, se encontraba filmando las protestas populares lideradas por monjes budistas contra el gobierno dictatorial de Myanmar cuando recibió un disparo que hizo que muriera desangrado en la calle.

Hasta ahora el régimen de Rangún, que hace poco dejó en el libertad a más de nueve mil reclusos -entre los que el periodista U Win Tin, que llevaba 19 años en prisión –, no ha respondido a las presiones del gobierno de Japón y de las asociaciones de prensa de todo el mundo.

Y resulta muy probable que nunca lo haga. Ya en su momento el periódico oficialista The New Light of Burma afirmó que se trató de un accidente causado por la actitud temeraria del periodista japonés que «invitó al peligro» al decidir confundirse entre quienes protestaban.

Con la cámara en alto

El año pasado murieron 87 periodistas en el ejercicio de la profesión. Según algunos colegas de Nagai, éste solía repetir a menudo que “alguien tiene que ir a dónde nadie quiere”. Una suerte de mantra que empleaba para justificar los riesgos que tomaba.

Y así lo hizo, hasta el último día, cuando en lugar de quedarse atrincherado en el balcón del hotel salió para sumarse a la multitud con su pequeña videocámara y sus bermudas grises.

Esa decisión que critican los militares que desde 1989 no sólo mantienen bajo arresto a Aung San Suu Kyi, sino a toda una nación, pero que para nosotros no es más que una muestra del compromiso de un hombre, de su intento por convertir las cifras en nombre y apellidos, en rostros, voces y miradas, como ese último gesto de seguir con la lente en alto cuando ya se encontraba en el suelo.

Morir para contar en Georgia

Rusia esperaba el momento de poder devolver a Occidente el agravio supuestamente cometido al alentar y amparar la independencia de Kosovo.

El presidente georgiano Mijaíl Saakashviliy, al elevar el 8 de agosto el nivel de confrontación en la provincia separatista de Osetia del Sur, les brindó a Vladimir Putin y Dmitri Medvedev la oportunidad de tomarse la revancha.

Sin dudas, habrá un antes y un después de este conflicto, en el que el Kremlin ha dejado bien en claro su preeminencia en el Cáucaso. Es posible que desde la distancia temporal hasta se llegue a calificar como un punto de inflexión, como el surgimiento de un nuevo equilibrio planetario de poderes posterior a la guerra de Bush contra el terror.

Mucho se ha escrito sobre las motivaciones de Saakashviliy, aspirante a formar parte de la OTAN: que recibió luz verde de Washington, que sobrestimó el apoyo de Occidente más allá de que su ejército fuera entrenado y pertrechado por EEUU e Israel, que sus credenciales democráticas no son tan impecables como se ha hecho creer.

Si algo queda en claro es que no cosechó el éxito esperado, y que resulta posible que la población de su país le pase cuentas en un futuro cercano.

Tampoco se puede negar que, como siempre sucede, ha sido la gente de a pie – más allá de que pueda ser participe o no del espíritu gregario que está también la base de esta disputa – la que se llevó la peor parte, la que pagó el precio de unas estrategias de poder en las que el petróleo una vez más tiene un rol preponderante.

Ataques a la prensa

Entre las víctimas, cuyo número oscila tanto en fallecidos como desplazados, se cuentan tres periodistas muertos y más de diez heridos. Cifra extremadamente alta para un conflicto de tan corta duración y que habla a las claras del nivel de violencia que se sufrió.

En este sentido, no sólo recuerda a Bosnia y Kosovo por la ruptura étnica y por la presencia de algunos de los mismos actores, antes secundarios y ahora en primera fila, y viceversa, sino también por lo sangriento que ha resultado para la prensa.

Alexander Klimchuk, fotógrafo ruso de 27 años, fue encontrado sin vida en la capital de Osetia del Sur. Conocido como Sasha, estaba al frente de la agencia Caucasus Images y colaboraba con ITAR-TASS. Sus imágenes había sido publicadas por The New York Times, Newsweek y Le Monde.

Zaza Chachechiladze, editor del periódico The Messenger, lo recuerda como «un periodista talentoso, inteligente, arriesgado, que no eludía los desafíos».

Bombas de racimo

Giga Chikhladze apareció también muerto junto a Alexander. Era georgiano, colaboraba con la versión rusa de Newsweek y tenía 30 años. Dejó tras de sí a su mujer y a dos niños pequeños, Sophie y Luca.

Stan Storimans era mayor, había cumplido 39 años, y estaba planeando editar un libro con sus memorias tras dos décadas de cubrir conflictos armados desde Afganistán hasta el Congo. Trabajaba como cámara para la cadena holandesa RTL.

Falleció en Gori, bajo fuego de mortero. En un incidente en el que perdieron la vida cuatro civiles y resultaron heridos dos reporteros, uno también holandés y otro israelí. Según Human Rights Watch, entre la munición que mató a Storimans se encontraron evidencias de que se podrían haber tratado de bombas de racimo.

Nuevas amenazas

Expertos explican estas vidas perdidas y mermadas a la falta de un frente único, a la confusión que esto provoca, y a la profusión de grupos armados además de los ejércitos regulares. En el siguiente vídeo se ve cómo se dispara a dos periodistas turcos, cerca de la frontera con Rusia.

El mes de agosto ha sido el peor del año. Trece periodistas perdieron la vida, lo que asciende a 61 el número de fallecidos desde enero.

A pesar de que la violencia está decreciendo en Irak, aún sigue siendo el lugar más peligroso para la prensa, que en 2008 ha terminado con la existencia de una decena de profesionales. Pakistán, México y Filipinas se están perfilando como escenarios cada día más peligrosos para la profesión.

Quizás haya llegado el momento de que los gobiernos den vida a una nueva convención para la protección de los reporteros en conflictos armados. Objetivo por el que persigue la iniciativa Press Emblem Campaign, con base en Suiza.

De Nicaragua a los periodistas muertos en guerra: un modelo de comunicación horizontal

Última etapa de este recorrido por los recuerdos del 2007… Después de Líbano vino Nicaragua, por donde acababa de pasar el huracán Félix. La inmersión en la fascinante cultura de los miskitos y el dolor de descubrir que la ayuda humanitaria no llegaba, y que en muchas de las aldeas arrasadas por el temporal los niños pasaban hambre.

También, a lo largo del año, algunas historias de compañeros que perdieron la vida, en la sección Morir para Contar. Como el gran Tim Lopes, con cuyo hijo Bruno, tuve la suerte de poder conversar tras haber visitado la favela Morro do Alemao.

Se cierra el círculo

Ahora vuelta al comienzo en Argentina, en una suerte de círculo que se cierra. Y otra vez esta mesa, pero con nuevo libro, que os tiene por segunda ocasión como cómplices escribas, al igual que el año pasado con Llueve sobre Gaza

Más allá de ser un espacio en el que se cuentan historias del mundo, en este sentido veo también Viaje a la guerra como un lugar de encuentro de personas con motivaciones similares, con una forma parecida de ver la vida. Algo que sería muy difícil de conseguir hoy en el mundo real, por las prisas, por lo escindidos que normalmente estamos.

Siempre he añorado los cafés de tiempos pretéritos, como el Gijón o el Comercial, en que la gente se sentaba a hablar sin mirar el reloj, sin estar empujada por la realidad. Cafés que eran una escuela de vida. Y creo que el blog tiene algo de eso.

Un modelo horizontal

Viaje a la guerra me ha dado muchas satisfacciones. Desde el premio de la Fundación Bip Bip, hasta numerosas menciones en la prensa, tanto sea el periódico Haaretz de Israel como en El Periódico de Aragón. Rescato una reseña de la periodista Susana Reinoso que salió la semana pasada en La Nación, ya que menciona la relación que mantenemos todos los que nos encontramos aquí regularmente.

Más tarde, Hernán Zin se atrevió con la operación de castigo colectivo del gobierno israelí de Ehud Olmert sobre la población de la franja de Gaza, luego del secuestro del soldado Gilad Shalit en 2006. El resultado fue Llueve sobre Gaza (Ediciones B), un libro asfixiante sobre las condiciones de vida de los habitantes, que Zin compartió en vivo. En una notable combinación de recursos, merced a las nuevas tecnologías, 20 Minutos articula las vibrantes crónicas periodísticas de Zin, con videos de sus recorridos por sitios inenarrables donde malvive la gente.

El más reciente desafío de Zin, encarado desde su blog, ha sido prohijar un libro sobre los muros que dividen al mundo en el siglo XXI. La novedad de este libro es que se nutre, abiertamente, con los aportes reveladores de sus lectores. «Por causa del muro de Cisjordania, declarado ilegal por la Corte Internacional de La Haya, miles de niños pierden buena parte del día en los check points para llegar a la escuela», escribe Zin. Su libro –que parte con la caída del Muro de Berlín–incluye otros conceptuales, como el de muro de la información, la brecha entre ricos y pobres y los muros mentales-espirituales

Lo llamativo, en esa blogocrónica conmovedora que Zin construye con la ayuda de sus lectores es el intercambio que nutre lo que será un libro en el futuro. Y el ritmo en la recopilación de datos sobre los ignominiosos muros de este siglo –México-EE.UU, India-Pakistán, Arabia Saudí-Yemen– es inédito. La comunicación es hoy un impactante camino de dos vías, que se cruzan en el instante exacto en que es imprescindible contar la vida.

Y es una razón de orgullo, algo que tomo como una buena señal, que alguien se haya fijado en la dinámica de un espacio que más que nunca creo que aspira a ser horizontal, de diálogo, de intercambio de ideas, porque hace tiempo que he dejado de creer en la comunicación vertical, en la que uno habla y los demás escuchan.

A través de Internet nos vamos acercando a un modelo más plural y democrático. Y esa es una de las razones de ser de Viaje a la guerra: no sólo dar voz a los oprimidos, a los olvidados, sino ser un lugar para hablar sobre la violencia, sobre la pobreza, sobre el cambio climático, y sobre cómo podemos hacer para construir un mundo más justo.

Lo dicho amigos: ¡muchas gracias por estar allí cada día, por sumaros a esta iniciativa, y los mejores deseos para el 2008!