Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Piratas, tráfico de armas y nueva guerra en Sudán

Se trató de la primera zona de conflicto en la que desembarcamos en Viaje a la guerra, a principios de junio de 2006.

La violencia continuaba. Los dinka se enfrentaban a los nuer por las vacas. Las milicias ugandesas del LRA mataban civiles. Pero la gran contienda entre el norte y sur de Sudán acababa de llegar a su fin, y el optimismo se palpaba en el aire, sobre todo para los cientos de miles de refugiados que regresaban desde Kenia y Uganda a sus hogares.

Una guerra brutal y sangrienta, por la que murieron dos millones de personas y cuatro millones se tuvieron que exilar.

Tanques soviéticos

Las noticias que hoy llegan desde la región permiten vislumbra que el conflicto podría volver a comenzar, para sumarse al otro frente abierto en el país: Darfur.

El reciente secuestro del carguero ucraniano MV Faina, por parte de piratas somalíes que piden un rescate de 20 millones de dólares, ha disparado las alertas. La relación entregada por el capitán del barco indica que transportaba 33 tanques soviéticos modelo T 72 hacia el puerto keniano de Mombasa, pero con el gobierno del sur de Sudán como destinatario final.

Esto ha generado un escándalo en Kenia. Aunque el gobierno afirma que los tanques los ha comprado a título propio, pocas dudas caben de que tienen como destino Juba. Es más, según se asegura en Jane’s Defence Weekly, otro cien tanques T 72 y T 55 habrían llegado al sur de Sudán a través de Mombasa.

El origen

La gente del Norte de Sudán se llama a si misma árabe, aunque tiene la piel oscura. La del Sur se considera a sí misma africana, y tiene una complexión similar a la que prima en el África subsahariana. Los árabes, además de saquear los recursos naturales del Sur, mucho más rico que el Norte, capturaban a los africanos y los hacían esclavos.

Los británicos, que dominaron Sudán hasta 1955, planeaban dividirlo en dos, pero los árabes consiguieron que siguiera siendo un solo Estado, del que tomaron las riendas inmediatamente. Los habitantes del Sur no tardaron en comprender que esto perpetuaría el expolio y el subdesarrollo que padecían, y tomaron las armas para luchar contra el Norte en una guerra que duraría 17 años.

La segunda guerra, que comenzó en 1983, tuvo como factor añadido la lucha por el petróleo que se encontró en el Sur. La paz se firmó en enero de 2005. Establece que los beneficios del petróleo serán para el Sur, y que en el año 2011 tendrá lugar un referéndum para saber si los habitantes del Sur quieren tener su propio Estado.

¿Guerra en el 2011?

Todo hace indicar que el Sur se está preparando para enfrentarse al norte una vez más en caso de que no acepte el resultado del referéndum de autodeterminación establecido para el 2011.

Detrás de Sur estaría su viejo aliado, Uganda, y también Kenia, dado el paso de las armas. Hecho este que lo alinea con Occidente. Detrás de Jartum, se colocarían China y algunos países árabes (todavía se ven en el sur de Sudán los restos de los tanques que Saddam Hussein envío al país durante la guerra).

Pero lo cierto es que, si bien a baja escala, la guerra ya podría haber tenido sus primeros episodios. Aunque casi no tuvo eco en la prensa, en los últimos meses las fuerzas del Sur se enfrentaron a grupos armados supuestamente respaldados por Jartum, en la localidad fronteriza de Abyei, rica en petróleo y que ambas partes reclaman como propia.

La guerra contra las mujeres del Congo: Asima, amada por Dios

La esclavitud subsiste aún hoy, en el siglo XXI, aunque poco o nada se hable de ella. Las milicias hutus, conocidas como FDRL, secuestran a jóvenes y las llevan a los campamentos situados en la República Democrática del Congo desde los que dicen luchar para recuperar el poder en Ruanda.

– Había unos 70 soldados y 20 chicas, entre las que estaba yo – explica Nsimire Aimerida, que acaba de cumplir 18 años.

– ¿Cómo pasabas el día?

– Cocinaba, limpiaba. Si lo que hacía no les gustaba, me pegaban.

– ¿Tenías una buena relación con las otras chicas?

– Si no hubiese sido por ellas, me habría suicidado.

– ¿Abusaban de ti los soldados?

– Sólo dos, los que me habían sacado de mi casa.

– ¿Recuerdas sus nombres?

– Uno se llamaba Robert y el otro, Gasone.

– ¿Qué edad tenían?

– Más o menos como él – responde Nsimire, señalando a Selemani, mi traductor, que tiene 48 años.

– ¿Alguna vez te trataban bien?

– Sí, pero yo no confiaba en ellos. No olvidaba que habían sido ellos los que había asesinado a mi padre y a mis hermanos.

Historia de un secuestro

Nsimire no había cumplido los 13 años cuando la arrancaron de su casa durante la noche. Su madre, que también se llama Nsimire, y que tiene 37 años, recuerda lo sucedido: “Vivíamos en Kaniola, en un pueblo llamado Mwirama. Varios hombres entraron a nuestra casa al amanecer. A mí me ataron a un palo, me llevaron fuera y me violaron. Yo escuchaba gritos en el interior de la casa pero no sabía qué estaba pasando”.

Antes de partir hacia la selva con los cuatro niños de la familia, los soldados prendieron fuego a la vivienda. El marido de Nsimire murió calcinado. “Cuando pude soltarme de las ataduras, ya poco quedaba de la casa. Cogí con todas mis fuerzas el cuerpo de mi esposo y lo saqué. Después caminé como pude, porque me habían pegado mucho en las piernas y en la espalda, en busca de ayuda”.

Nsirime vagó por iglesias e instituciones públicas. Lo había perdido todo. Y no sabía si alguno de sus cuatro hijos seguía con vida aún. La respuesta le llegó un año más tarde, cuando el Ejército congoleño atacó el cuarte del FDRL liberando a la veintena de jóvenes que permanecían como esclavas.

“Por una parte estaba feliz de encontrar a mi hija con vida, por otra, me sentía destrozada de saber que mis otros pequeños habían muerto”, explica Nsimire (madre), que también descubrió en ese momento que iba a ser abuela, pues Nsimire (hija) entraba en el quinto mes de embarazo.

“La noche en que nos secuestraron, los soldados primero mataron a mi padre de un disparo, cuando el trató de protegernos. Después, me usaron a mis hermanos y a mí para cargar hacia el cuartel las cosas de nuestra casa. En el camino los fueron matando uno a uno. Sólo yo sobreviví”, recuerda Nsimire (hija).

Dios te ama

Ahora viven en una chabola situada en las afueras de Bukavu. El poco dinero que tienen lo ganan vendiendo lechuga en el mercado de Panzi. Pasan buena parte del día juntas: madre, hija y nieta.

– ¿Alguna vez piensas en quién es el padre de tu hija, en que es uno de los hombres que te causó tanto daño a ti y a tu familia?

– No, yo sólo veo a mi hija, y lo único que quiero es lo mejor para ella. Sacarla de aquí, de la pobreza, darle una vida mejor. No pienso en otra cosa.

La pequeña corre, juega con otros niños en la calle, mientras hacemos la entrevista. En cada ocasión que visito a su madre y a su abuela, se muestra sonriente, cariñosa. Cuando les pregunto qué quiere decir su nombre, Asima, me explican: “Dios te ama”.

Un aviso de la tragedia que se cierne sobre Somalia

Me escribe un amigo que lleva años coordinando ayuda humanitaria para Somalia. Un amigo valiente, comprometido, por el que siento una honda admiración, ya que el país que dibuja la cresta del Cuerno de África es en estos momentos el más peligroso del mundo.

“Tenemos a 2,6 millones de personas en estado crítico. De aquí a poco estaremos como en 1982. Después la gente se preguntará cómo pudo pasar esta tragedia sin previo aviso”, afirma en su correo electrónico.

Y los informes de la FAO que me adjunta así lo parecen ratificar, del mismo modo que la información que en encuentro en sitios de referencias como Relief Web.

Son varias las causas que han generado esta situación desesperada y a la vez ignorada en Somalia:

1. DEVALUCIÓN DE LA MONEDA: El 60% de los cereales que se consumen en el país son importados, por lo que el aumento de los precios a nivel mundial y la devaluación de la moneda local en casi un 100%, han elevado en un 40% el número de personas en riesgo de hambruna desde enero (hasta alcanzar al 35% de la población).

2. SUBIDA DE PRECIOS: Para hacer frente a la crisis, los somalíes han reducido el consumo de alimentos drásticamente, y se han volcado hacia la insuficiente producción local que, aunque de menor calidad, han aumentado su valor entre un 110 y un 375% a lo largo del último año.

3. SEQUÍA: Al mismo tiempo, una anormal y virulenta sequía, la peor en la historia reciente de Somalia, está asolando zonas del sur y el centro del país. Los pastores, incapaces de dar de beber y de alimentar a sus animales, se encuentran también al borde de la hambruna.

Esta situación ha generado levantamientos populares, al igual que los que sacaron del poder al primer ministro de Haití, para protestar por el aumento de los precios. El que tuvo lugar el pasado lunes en Mogadiscio costó la vida a dos personas.

4. VIOLENCIA: A esto hay que sumar la guerra civil que ya dura 18 años, y que la invasión etíope alentada por EEUU en diciembre de 2006 no ha hecho más que llevar hasta el abismo, como ya anunciamos y criticamos en su momento en este blog.

En lo que ya es una constante de la Administración Bush, que cada país que toca en su infame Guerra Global contra el Terror, no hace más que sumirse aún más en la anarquía, como son los casos también de Afganistán e Irak.

El informe publicado por Amnistía Internacional esta semana sobre las violaciones de derechos humanos de las tropas etíopes, especialmente en el abuso de niños y mujeres, resultan estremecedores.

Tanto como recientes noticias que hablan de violaciones a mujeres y de otros atroces crímenes de guerra de los diversos grupos armados que luchan por el poder.

5. REFUGIADOS Ante la violencia, cientos de miles de familias han tenido que abandonar sus hogares para asentarse en precarios campos de desplazados a los que, la agencia de ayuda internacional, tienen cada día más difícil el acceso debido a la violencia.

Se estima en más de 300 mil el número de personas que huyeron de Mogadiscio a la vecina ciudad de Afgooye, una de las zonas más crítica del país, durante los últimos meses.

¿La prensa española?

Celebrada merecidamente la puesta en libertad de los tripulantes del atunero vasco Playa de Bakio, la catastrófica realidad de Somalia ha vuelto a desaparecer de la prensa española, que sólo pareció importar a los comunicadores en la medida que servía para explicar el comportamiento de los piratas.

Un silencio clamoroso que debería llevarnos a los periodistas a cuestionarnos el criterio con el que seleccionamos las noticias que constituyen nuestra agenda informativa.

Porque como bien menciona mi amigo, lo que está sucediendo en Somalia recuerda a tantas tragedias anunciadas que han sacudido al continente africano, como la hambruna etíope de 1984 y el genocidio ruandés de 1994, y que sólo saltaron a la primera plana de los informativos cuando no quedaba lugar más que para lamentar los cientos de miles de vidas inocentes perdidas.

Las nuevas guerras del hambre

A lo largo del último mes, las protestas violentas y los disturbios callejeros por el aumento de los precios de los alimentos se han sucedido en Egipto, Camerún, Costa de Marfil, Bangladesh, Senegal, Burkina Faso, Etiopía, Indonesia, Mauritania, Madagascar y Filipinas.

En países como Pakistán y Tailandia, el ejército tuvo que intervenir para evitar que la comida fuera saqueada de los almacenes. En Haití, tras el asesinato de un soldados nigeriano de la ONU, el primer ministro Jacques Edouard Alexis podría salir del gobierno en las próximas horas.

Un hecho sin precedente en la historia. Miles de personas que casi de manera simultánea levantaron su voz y su enfado alrededor del mundo para defender su derecho a la alimentación.

Una realidad que demuestra hasta qué punto están globalizados los mercados y cómo las decisiones que se toman en los centros de poder afectan a buena parte de la humanidad.

¿Por qué suben los precios?

El coste del trigo, entre tantos otros productos básicos, se incrementó en un 181% a lo largo de los últimos 36 meses. Y el precio general de los alimentos creció un 86% hasta el pasado febrero.

Una de las principales causas es la especulación, que ahonda la paradoja de siempre: los campesinos de los países pobres no tienen capacidad de decisión sobre los precios de sus productos, que se establecen a miles de kilómetros de distancias, en las cámaras comerciales de los países más prósperos.

La FAO, que ha puesto en marcha un programa de emergencia, señala que el impacto en los países pobres es mayor porque el consumidor de las naciones industrializadas dedica entre un 10 y un 20% de sus ingresos a comprar alimentos, por lo que tiene capacidad de respuesta, mientras que el de una nación en desarrollo gasta entre el 60 y el 80% de su economía familiar para el mismo fin.

También influyen en la subida de precios el aumento del petróleo, de los fertilizantes, la desertificación provocada por el calentamiento global, el empleo de los granos para hacer biocombustibles y el crecimiento poblacional en China e India.

Consecuencias: hambre y guerra

Según Robert Zoellick, del Banco Mundial, la tendencia alcista de los precios de los últimos tres años sumergirá aún más en la pobreza a cien millones de personas, y nos alejará así aún más de alcanzar los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas, por lo que todos los esfuerzos realizados desde el año 2000 desaparecerán de un plumazo.

Para Dominique Strauss-Kahn, del Fondo Monterio Internacional, este desafortunado proceso – al que también contribuye la desidia de los gobernantes de algunos países del Tercer Mundo, que no están aprovechando los beneficios del petróleo para ayudar a su gente – podría provocar inestabilidad política en buena parte del mundo así como hambrunas masivas.

Y, lo que es aún peor, tendría el potencial para generar nuevos conflictos armados. “Por lo que sabemos del pasado, esta clase de cuestiones termina a veces en guerras”, afirmó Strauss-Kahn.

Libros en guerra: «Una oración por la lluvia» en Afganistán

Parece que estoy en racha. Algo que no suele suceder muy a menudo en el mundo de la lectura. Por tercera ocasión consecutiva he dado con un libro que considero una obra extraordinaria, que me hace pasar las páginas con deleite y admiración, que me lleva a preguntarme a cada paso: ¿cómo ha hecho el autor para escribir esto?

Quizás se deba a esa estrategia de las grandes editoriales de inundar el mercado con cientos de títulos al año para ver si con alguno aciertan, en lugar de seleccionar sus apuestas con rigor e inteligencia.

Tal vez se deba a la pasión mercantilista con que los editores se suben al carro de los éxitos propios y ajenos machacándonos con modas “literarias” que generan centenares de libros prescindibles, efímeros, que son descaradas copias de otros libros.

Como la que padecimos hace un tiempo a partir de El Código Da Vinci y todos los sucedáneos que daban la impresión de salir de una misma cadena de producción industrial, y que poblaron las librerías españolas de tramas basadas en absurdos enigmas históricos y sectas secretas.

Una buena racha

Empecé el año con el magnífico “En la carretera”, de Cormac Mc Carthy, que como todo gran libro ofrece varios planos de lectura e interpretación.

Después vino “Blood River”, de Tim Butcher, antiguo corresponsal de The Telegraph en África, que ahora tiene base en Jerusalén. Un apasionante, valiente y lúcido viaje por las entrañas de la República Democrática del Congo.

Un recorrido en el que el aspecto más perturbador quizás no sea la descripción de esa guerra que aún continúa y que ha causado cinco millones de muertos sin que el mundo le preste la más mínima intención, sino la involución de los pueblos que Tim Butcher, con el aliento de los Mai Mai en la nuca, va visitando.

Prósperos, pujantes, modernos, en tiempos del perverso rey Leopoldo de Bélgica, y sitiados por la selva y la violencia en la actualidad. Silenciosos, enfermos, moribundos, en penumbras.

Ojalá llueva en Afganistán

Y el último hallazgo, que os recomiendo fervorosamente, tiene como escenario otro lugar del planeta en el que los relojes han corrido en la dirección inversa, en el que los abuelos de Kabul cuentan a sus nietos cómo era la «modernidad», y en el que la existencia es hoy más precaria y primitiva que hace cincuenta años: Afganistán.

Su título: “Una oración por la lluvia. Historias de Afganistán”. Su autor: Wojciech Jagielski. Periodista polaco que, si es capaz de dar vida a otras obras de semejante calado, su nombre, igual de difícil de difícil de pronunciar que el de Kapuscinski, estará en boca de todos en el futuro.

Y la responsable de su publicación: la editorial Debate, que debe ser una de las pocas en España, junto a Anagrama, Lengua de trapo y Siruela, que se mantiene al margen de las estrategias de mercadotecnia, que no subestima a los lectores, y que suele ser una apuesta segura.

Más allá de la prosa periodística

Hablando de Kapuscinski, justamente escribió acerca de «Una oración por la lluvia» que se trata de “un libro extraordinario, emocionante y bello”. Y ya el comienzo resulta inquietante, atractivo.

Esta sensación me acompaña cada vez que entro en Afganistán… Según se va acercando la frontera, aumenta mi convencimiento, claro pero difícil de explicar, de que no sólo marca límites espaciales, sino también temporales, de que al atreverme a hacer este viaje me estoy introduciendo en una realidad ajena e incomprensible, en la cual los criterios lógicos y éticos que hasta ahora eran válidos resultan por completo inservibles.

Jagielski, que nació en 1960 y que escribe para el periódico polaco Gazeta Wyborcza, ha sido testigo de los algunos de los principales acontecimientos de finales del siglo XX y comienzos del XXI en África, Asia Central y el Cáucaso.

Su conocimiento de la realidad afgana se hace evidente en cada página. Así como la sensibilidad con que la percibe en todos su matices y contradicciones, lejos del trazo grueso, en blanco y negro, de tantos reporteros.

Un ejemplo: el perfil que traza del mulá Mohamed Omar, al que constantemente llama «paleto de pueblo». Con el manto de Mahoma sobre los hombros, deseoso de crear un Estado que volviera a los tiempos de la gestación del Corán, amenazado ante la inminente invasión de ese mundo exterior cuya existencia intenta negar.

Pero quizás el mayor acierto de Jagielski sea el tono narrativo. Por momentos su prosa supera los confines de la escritura periodística y se convierte en literatura.

Cuenta, describe, explica, con una amplia y generosa paleta de colores lingüísticos que parecen llegar al alma misma de la realidad de un sitio tan complejo y distante, desgarrado por la guerra, el fanatismo y el hambre, como Afganistán.

¿Orar por las víctimas de la guerra y la miseria?

Mientras espero a que se me ocurra algo medianamente interesante que escribir para el libro, dedico el tiempo a tareas tan apasionantes como mirar por la ventana, tirarme en la cama, rascarme la espalda. A veces, cuando me animo, me pongo de pie y doblo la ropa en los armarios. Vamos, que tratar de hilvanar algunas frases con sentido no me resulta tedioso ni nada.

En este tiempo muerto en que la escritura no fluye muchas veces me descubro reflexionando sobre cuestiones inesperadas. La mente, ya en marcha y dueña de la acción, da vueltas y vueltas a las ideas perdiéndose por curiosos laberintos.

Normalmente, cuando recibo correos masivos los borro. Pero ayer, con esto de que me sobran las horas para rascarme la espalda, abrí el mensaje que acababa de recibir. El asunto me atrajo: “Fotos del África Infernal”.

Mis amigos, no permitan que esto los tome por sorpresa, porque es REAL. Lo tenemos viviendo en nuestro vecindario, hoy. Y lo podemos cambiar con la ORACIÓN

Esto es África y aún se mendiga por comida…

y por AGUA de la misma manera

muchos mueren de HAMBRE ACTUALMENTE

me siento muy AGRADECIDO por lo que tengo hoy… Somos Bendecidos por el maravilloso trabajo de LA MANO de DIOS en la naturaleza y nuestra vida hoy…

ORA que podamos ser más sensibles ante el sufrimiento

POR FAVOR, MIS AMIGOS, NO ROMPAN ESTA CADENA, GENTILMENTE MANDALO ALGUIEN QUE AMAS, PERMITELE A ÉL O A ELLA VER LO QUE DIOS.

Me pareció acertado lo frontal de la presentación (redactada originalmente en inglés y mal traducida al español). Pero el resto, debo confesar que no me sedujo. Esperaba que afirmase: ora, agradece, y luego actúa. Sin embargo, repetía una y otra vez el mismo mensaje: da gracias a Dios y reza. No había una reflexión ulterior.

Es una cuestión sobre la que muchas veces he debatido: ¿sirve para algo rezar por los demás? Reconozco, aunque no creo más que en la gente y en su capacidad para hacer el bien, que rezar, así como meditar, nos puede ser útil a nosotros mismos para buscar cierta clase de entereza, sobre todo en los momentos duros de la vida.

Pero a ese niño hambriento, atrapado en una guerra, maltratado, ¿de qué le sirve, objetivamente, una oración? ¿Cambia su realidad? La respuesta es no. Aunque quizás, si todos rezásemos o meditásemos, y dejásemos de actuar de forma egoísta como consecuencia, es cierto que el mundo podría llegar a transformarse.

¿Es la piedad un sentimiento constructivo cuando no pasa a cierta acción? ¿O esta clase de mensajes sólo tienen como objetivo acrecentar el número de creyentes, y el poder, de las iglesias evangelistas, católicas o musulmanas? ¿Debemos sentir lástima por los que sufren, piedad, o debemos sentirnos enfadados, rabiosos y enfrentarnos al poder, a través de una ciudadanía responsable, militante, para exigirle que termine con sus abusos?

Pienso en países como EEUU, como Irán o Arabia Saudí, tan beatos sobre el papel, pero tan nefastos en sus políticas.

Tengo otra duda también: se da por sentado que la parte buena del mundo es consecuencia de la obra de Dios. ¿Pero por qué no la parte enferma, abyecta? ¿No sería también Dios, entonces, culpable de las guerras, del hambre?¿Si fuera el CEO de esta empresa multinacional planetaria, no tendría que haberse buscado otro trabajo hace mucho tiempo vistos los resultados?

No tengo respuesta terminantes para estas cuestiones, por eso planteo estas preguntas con todo el respeto a las creencias de cada uno y sin ánimo de ofender. Por eso abro el debate…

Lo peor de la guerra: aquellos que deciden que otros van a morir

Aprovecho este nuevo alto en Madrid para planificar los destinos del próximo año de Viaje a la guerra: Haití, Pakistán, Congo, Afganistán, Irak. Llamo a colegas de profesión, compro libros, mapas, leo informes sobre la realidad de estos países.

Pero también, quizás por este desapacible invierno que se ha ceñido sobre nosotros, por el cielo encapotado y el frío que siempre nos empujan a la introspección, reflexiono sobre lo que he visto a lo largo de estos tiempo. Una experiencia, bajo el sonido de las armas, junto al llanto de los supervivientes, que me ha transformado profundamente. No soy el mismo que se embarcó hace 16 meses en esta aventura.

Debo confesar que, en este momento, y desde la parte próspera del mundo, lo que más me cuesta aceptar y lo que más revuelve de las guerras no es sólo el dolor de la gente de a pie, la que se lleva la peor parte en todo enfrentamiento bélico, sino las tramas de poder que subyacen tras cada conflicto armado.

Tal vez este sentimiento tenga mucho que ver con las últimas entradas del blog, con las historias de hombres como Tim Spicer y Simon Mann, que se han hecho ricos gracias a la violencia, gracias a las influencias de las que gozan, gracias a la connivencia de los políticos.

Esos políticos que se lanzan a delirantes aventuras belicistas por las que nunca pagarán. Como Henry Kissinger, tal vez la persona viva que más muertes lleva en las espaldas, y que no sólo se sigue paseando por las fiestas de Nueva York y vendiendo los millonarios servicios de consultoría de su firma, sino que recibió el premio Nobel de la Paz.

Y toda esa otra clase dirigente que se llena la boca hablando de libertad y derechos humanos, y que si bien no participa en las guerras, es incapaz de levantar la voz, de tomar medidas efectivas, para poner fin a la violencia. En Sudán y Birmania, para no incordiar a China. En Irak e Israel, para no provocar a EEUU. Sin contar la caterva de sátrapas a los que apoyan, en Arabia Saudí, en Guinea Ecuatorial, porque el único valor que realmente las mueve no es otro que el poder.

Y es allí cuando entran las empresas que, a través de sus grupos de presión y desde la aséptica pulcritud de sus despachos, espolean las guerras para defender y expandir sus intereses, ya sea en la producción de armas, en el control de las fuentes de los hidrocarburos o en el negocio de la seguridad privada.

En el tercer nivel de este andamiaje se encuentran los grupos mediáticos que mienten y manipulan para legitimar la barbarie. Como la empresa News Corporation, del magnate Rupert Murdoch, abanderada de la agenda neocon, instigadora en cada una de sus cabeceras de la guerra de Irak, y que cuenta con José María Aznar entre sus asesores.

En definitiva, todos aquellos que se presentan ante la sociedad con un áurea de éxito y respetabilidad, pero que se mueven en la más oscura y hedionda ciénaga moral. Todo aquellos hijos de puta que fríamente deciden, como bien dice Robert Fisk, que para satisfacer sus ambiciones de poder otros tendrán que morir.

Caían bombas como lluvia

Si hay algo estimulante de esta profesión, además de que se trata de un constante aprendizaje, y de que en algunas circunstancias puede llegar a movilizar voluntades para poner fin a determinado problema, es que casi siempre resulta impredecible. No en pocas ocasiones me sucede que en el proceso de buscar historias para levantar los andamios de un reportaje, encuentro otros testimonios igual de estimulantes que los que estaba procurando en un primer momento.

Es lo que me ocurrió el pasado jueves cuando recorría el sur de Líbano recavando información sobre la muerte de 23 civiles cuando huían de la población de Marwahín. Un hecho que el maestro de periodistas, Robert Fisk, describió de la siguiente manera (poniendo énfasis en aquello que siempre intento recalcar: el perverso uso que hacen algunos políticos y medios de comunicación del término terrorista para justificar crímenes contra la humanidad y atropellos de los derechos humanos):

«Será recordada como la masacre de Marwaheen. A todos los civiles asesinados se les había ordenado abandonar sus hogares en el pueblo de la frontera por los mismos israelíes unas horas antes. Váyanse, se les dijo a través de un altoparlante; y se fueron, veinte de ellos en una caravana de automóviles civiles. En ese momento fue que llegaron los aviones israelíes para bombardearlos, matando a veinte libaneses, de los cuales por lo menos nueve eran niños. La brigada de bomberos local no pudo extinguir el fuego, mientras todos se quemaban vivos en el infierno. Otro “objetivo terrorista” había sido eliminado«.

En una localidad próxima a Marwahín, el dueño de una tienda al que entrevisto acerca de la masacre, me dice que debería hablar con Kadija Murua, la única persona que permaneció en el pueblo durante la guerra. Siguiendo sus indicaciones llego junto a Jalal, el traductor, a una modesta casa de dos plantas, al fondo de cuya terraza vislumbramos a una mujer mayor, que permanece sentada en una silla, sola, en silencio, mientras anochece en esta parte del mundo.

«Salaam aleykum», dice Jalal, pero la anciana no lo escucha. Insiste, a viva voz. Ella reacciona. Nos invita a pasar. Jalal le explica que soy un sahafi (periodista) que he venido de España y que me gustaría hacerle algunas preguntas acerca de la guerra.

«Pasé la guerra sin que nadie me ayudara, aquí, encerrada en mi casa», afirma Kadija. Acto seguido, señala hacia el suelo con el bastón. «Como casi no me puedo mover, me encerré en la despensa. No tenía electricidad. Y sólo salía para ir al lavabo, que está al lado».

«¿Y de qué se alimentaba?», quiero saber. “Tenía un poco de keshek y hommos que mezclaba con el agua que cogía del lavabo. Fue todo lo que comí durante 33 días”, afirma Kadija con evidente expresión de sufrimiento al recordar aquellos momentos de angustia, incertidumbre y soledad. El keshek es una suerte de harina de yogurt y trigo, y el hommos, pasta de garbanzos.

«¿Y qué es lo que recuerda de aquellos días? ¿Sabía lo que estaba pasando?», continúo. Al escuchar la respuesta de Kadija, Jalal sonríe. «¿Qué ha dicho?», le pregunto. «Que caían bombas como lluvia», me explica. «¿Por que lo dice, porque caían muchos misiles?», intento profundizar. Jalal le formula la pregunta. A lo que la anciana le responde, lacónicamente, sin extenderse: «Caían bombas como lluvia».

Continúa…

En los actos conmemorativos de la Guerra de Malvinas

La Islas Malvinas, conocidas también como Falkland, son un resabio de aquel fabuloso imperio británico en el que el sol nunca se ponía, que dominaba urbi et orbi con afán supuestamente civilizador y decididamente mercantilista.

Aquel vasto conglomerado de tierras conquistadas a las que tantas veces cantó Kipling, el escriba imperial por antonomasia, que comenzó a desmembrarse tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque el golpe más acusado lo recibió en 1947, cuando perdió a la joya de la corona: la India.

Si se coge un mapa resulta lógico preguntarse qué impulsa a los británicos a mantener el poder sobre esas minúsculas islas situadas a más de once mil kilómetros de la metrópoli. Lo cierto es que esas áridas e inhóspitas porciones de tierra, aunque parezcan apenas un par de comillas desmembradas del territorio argentino, superan en extensión a Líbano o Puerto Rico, y están situadas en una zona abundante y generosa para la pesca.

Pero, además, siempre se ha especulado con la presencia de hidrocarburos en la región. Y cinco de los seis últimos estudios del lecho marino de la zona así lo demuestran, aunque aún no se sabe si la cantidad de petróleo que se irá a encontrar será suficiente para convertir a las Malvinas en una suerte de emirato austral, en el que los kelpers pasen de ser modestos pescadores, criadores de ovejas y vendedores de souvenirs a turistas para convertirse en magnates del negocio del combustible. Sí queda claro que el descuido de los británicos, que olvidaron devolver estas tierras a sus dueños legítimos, estaba motivado por razones que van más allá del ámbito de la mera nostalgia imperial.

Hoy, 2 de abril de 2007, se cumplen 25 años del día en que la junta militar encabezada por Leopoldo Galtieri decidió recuperarlas a través de una invasión armada. Y de la trágica guerra que Margaret Thatcher puso en marcha para dejar bien en claro que las islas seguirían siendo británicas.

Los actos de conmemoración tienen lugar en varios puntos de la ciudad de Buenos Aires, donde he recalado brevemente antes de volver a Madrid tras haber pasado 40 días en las favelas de Río de Janeiro.

Antiguos combatientes que se acercan al monumento a los caídos situado en Plaza San Martín, frente a la antigua Torre de los Ingleses (a la que se puso una bomba durante la guerra), tocan los nombres cincelados en la piedra para recordar a los compañeros desaparecidos durante los enfrentamientos.

Acaloradas marchas de organizaciones sindicales y piqueteras que, más allá del clamor de los bombos y los gritos contra «el imperialismo», sorprenden por la escasa cantidad de personas que se han sumado a ellas. Y eso que hoy es fiesta en la Argentina, ha salido el sol por primera vez en una semana y la gente no tiene nada que hacer.

Donde sí la Guerra de Malvinas ha estado presente ha sido en los medios de comunicación. Los debates y programas especiales se han sucedido en casi todas las cadenas. Por su parte, los periódicos analizan la decisión que anunció la semana pasada el presidente Néstor Kirchner de dar por terminado el acuerdo firmado en 1995 entre Carlos Menem y el premier John Major para la exploración y explotación conjunta de los potenciales recursos petroleros de la región. Un acuerdo que los británicos llevan años incumpliendo en algunas de sus cláusulas fundamentales.

El paso dado por Kirchner – que concluye así de forma definitiva la política de seducción internacional del presidente Menem y del desaparecido canciller Guido Di Tella – pone de manifiesto nuevamente el deseo de la Argentina de recuperar la soberanía sobre este territorio insular. En la mesa vuelve a situarse la resolución 2065 de Naciones Unidas, que en 1965 definió la situación de Malvinas como “colonial”, alentando a las partes a sentarse a negociar.

El gobierno británico, que siempre ha eludido cualquier debate directo sobre la soberanía de las Malvinas, desilusionado por la decisión de Kirchner ha salido a decir que esta medida «perjudica» cualquier posibilidad de diálogo sobre el futuro de las Falkland.

En Londres planean para el 14 de junio un espectacular acto de celebración de la capitulación argentina, con parada militar y todo. Algunos analistas señalan que es una estrategia de Tony Blair para reflotar honores pasado y hacer que se olvide, al menos durante unas horas, el fracaso de su aventura armada en Irak, en la que más de un centenar de hombres de su país ya han perdido la vida.

Acompaño a un grupo de ex combatientes a la ceremonia en la Catedral de Buenos Aires, donde se oficiará una misa en recuerdo a los caídos en combate. Lo primero que me dicen es que 435 soldados se han quitado la vida debido a los traumas de la guerra, pero también a la falta de reconocimiento por parte de los distintos gobiernos argentinos. Desde Bignone y Alfonsín, pasando por Menem, hasta De La Rúa, Duhalde y Kirchner.

Escucho con atención la historia de estos hombres que fueron enviados a las islas cuando no eran más que adolescentes, que se tuvieron que enfrentar mal pertrechados y entrenados a uno de los ejércitos más eficientes del mundo.

Continúa…

Asalto a la favela del narcotraficante Tota (vídeo)

Segundo día de enfrentamientos en el complexo do Alemao, una de las favelas más grandes del norte de Río de Janeiro. Hasta ahora han muerto siete personas, de las que cinco eran traficantes. Un joven de 17 años está en el hospital, recibió un tiro en la cabeza. Estas son las imágenes que grabé ayer.

En la primera parte del vídeo nos vimos sorprendidos por el fuego cruzado de dos facciones cuando estábamos conversando en la calle. Rápidamente nos tiramos al sueño. Después los periodistas se burbalan, cariñosamente, del técnico de la cadena Globo que estaba «cuerpo a tierra» en lugar de asistir al cámara. Un colega le preguntó si se había tirado a «proteger al suelo de las balas». El tráfico se interrumpió en la avenida y la gente bajaba corriendo asustada de los autobuses.

No olvidaré la cara de horror de algunos de los niños que huían en brazos de sus padres de la favela. Apenas empezó el ataque, todas las tiendas cerraron. Para impedir el avance de los vehículos blindados, los traficantes colocaron raíles de tren.

Ahora, vuelvo a la favela, me dicen que los narcos están lanzando bombas. Se espera una noche complicada.