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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Libros en guerra: «Una oración por la lluvia» en Afganistán

Parece que estoy en racha. Algo que no suele suceder muy a menudo en el mundo de la lectura. Por tercera ocasión consecutiva he dado con un libro que considero una obra extraordinaria, que me hace pasar las páginas con deleite y admiración, que me lleva a preguntarme a cada paso: ¿cómo ha hecho el autor para escribir esto?

Quizás se deba a esa estrategia de las grandes editoriales de inundar el mercado con cientos de títulos al año para ver si con alguno aciertan, en lugar de seleccionar sus apuestas con rigor e inteligencia.

Tal vez se deba a la pasión mercantilista con que los editores se suben al carro de los éxitos propios y ajenos machacándonos con modas “literarias” que generan centenares de libros prescindibles, efímeros, que son descaradas copias de otros libros.

Como la que padecimos hace un tiempo a partir de El Código Da Vinci y todos los sucedáneos que daban la impresión de salir de una misma cadena de producción industrial, y que poblaron las librerías españolas de tramas basadas en absurdos enigmas históricos y sectas secretas.

Una buena racha

Empecé el año con el magnífico “En la carretera”, de Cormac Mc Carthy, que como todo gran libro ofrece varios planos de lectura e interpretación.

Después vino “Blood River”, de Tim Butcher, antiguo corresponsal de The Telegraph en África, que ahora tiene base en Jerusalén. Un apasionante, valiente y lúcido viaje por las entrañas de la República Democrática del Congo.

Un recorrido en el que el aspecto más perturbador quizás no sea la descripción de esa guerra que aún continúa y que ha causado cinco millones de muertos sin que el mundo le preste la más mínima intención, sino la involución de los pueblos que Tim Butcher, con el aliento de los Mai Mai en la nuca, va visitando.

Prósperos, pujantes, modernos, en tiempos del perverso rey Leopoldo de Bélgica, y sitiados por la selva y la violencia en la actualidad. Silenciosos, enfermos, moribundos, en penumbras.

Ojalá llueva en Afganistán

Y el último hallazgo, que os recomiendo fervorosamente, tiene como escenario otro lugar del planeta en el que los relojes han corrido en la dirección inversa, en el que los abuelos de Kabul cuentan a sus nietos cómo era la «modernidad», y en el que la existencia es hoy más precaria y primitiva que hace cincuenta años: Afganistán.

Su título: “Una oración por la lluvia. Historias de Afganistán”. Su autor: Wojciech Jagielski. Periodista polaco que, si es capaz de dar vida a otras obras de semejante calado, su nombre, igual de difícil de difícil de pronunciar que el de Kapuscinski, estará en boca de todos en el futuro.

Y la responsable de su publicación: la editorial Debate, que debe ser una de las pocas en España, junto a Anagrama, Lengua de trapo y Siruela, que se mantiene al margen de las estrategias de mercadotecnia, que no subestima a los lectores, y que suele ser una apuesta segura.

Más allá de la prosa periodística

Hablando de Kapuscinski, justamente escribió acerca de «Una oración por la lluvia» que se trata de “un libro extraordinario, emocionante y bello”. Y ya el comienzo resulta inquietante, atractivo.

Esta sensación me acompaña cada vez que entro en Afganistán… Según se va acercando la frontera, aumenta mi convencimiento, claro pero difícil de explicar, de que no sólo marca límites espaciales, sino también temporales, de que al atreverme a hacer este viaje me estoy introduciendo en una realidad ajena e incomprensible, en la cual los criterios lógicos y éticos que hasta ahora eran válidos resultan por completo inservibles.

Jagielski, que nació en 1960 y que escribe para el periódico polaco Gazeta Wyborcza, ha sido testigo de los algunos de los principales acontecimientos de finales del siglo XX y comienzos del XXI en África, Asia Central y el Cáucaso.

Su conocimiento de la realidad afgana se hace evidente en cada página. Así como la sensibilidad con que la percibe en todos su matices y contradicciones, lejos del trazo grueso, en blanco y negro, de tantos reporteros.

Un ejemplo: el perfil que traza del mulá Mohamed Omar, al que constantemente llama «paleto de pueblo». Con el manto de Mahoma sobre los hombros, deseoso de crear un Estado que volviera a los tiempos de la gestación del Corán, amenazado ante la inminente invasión de ese mundo exterior cuya existencia intenta negar.

Pero quizás el mayor acierto de Jagielski sea el tono narrativo. Por momentos su prosa supera los confines de la escritura periodística y se convierte en literatura.

Cuenta, describe, explica, con una amplia y generosa paleta de colores lingüísticos que parecen llegar al alma misma de la realidad de un sitio tan complejo y distante, desgarrado por la guerra, el fanatismo y el hambre, como Afganistán.