Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Charles Taylor y la gran mentira de la justicia universal

Converso con un buen amigo, al que admiro profundamente, experto en Relaciones Internacionales y en Derechos Humanos. Hablamos del juicio a Charles Taylor, cómplice e instigador de la cruel guerra por los diamantes de Sierra Leona que, entre los años 1991 y 2000, costó la vida a casi 200 mil personas, y que indujo a la mutilación y la violación de millones.

El tribunal penal para Sierra Leona sigue la estela de los creados para la ex Yugoslavia y para Ruanda. Personalmente celebro que Charles Taylor sea juzgado, pero siento una gran perplejidad ante la parcialidad de la justicia internacional, que sólo parece actuar contra los dictadores caídos en desgracia como Slobodan Milosevic o Saddam Hussein.

“La justicia internacional compró los vicios de la justicia doméstica. Y entre ellos, su selectividad. Su incapacidad de hacer frente al más poderoso. Su habilidad para atrapar sólo a los peces más pequeños, y dejar pasar a los gordos. Es un tema de poder, en el orden interno y en el orden internacional”, me explica mi amigo.

Le pregunto por qué no se ha juzgado a Henry Kissinger, cuyos crímenes de lesa humanidad ya he descrito de forma exhaustiva en este blog. ¿Por qué la justicia belga no pudo procesar a Ariel Sharón por las matanzas de Sabra y Chatila?

Le pregunto si existe la posibilidad de que algún día veamos en el banquillo a George Bush por la invasión de Afganistán y las mentiras y engaños que ya han provocado medio millón de muertos en Irak.

Y a Ehud Olmert por responder de forma sobredimensionada y brutal al secuestro de dos soldados hebreos por parte de Hezbolá en julio de 2006. Por atacar deliberadamente objetivos civiles, violando la Convención de Ginebra, como en Qaná.

La misma clase de castigo colectivo que aún hoy aplica en Gaza, donde el millón y medio de habitantes – incluidos mujeres, niños, cristianos, extranjeros -, sufren los cortes de luz, los bombardeos, la falta de medicina, de gasolina, de alimentos, porque algunos comandos de la Yihad Islámica insisten en tirar misiles Kassam.

Le pregunto a mi amigo por qué hay víctimas cuyo sufrimiento merece ser resarcido y valorado, mientras que hay otras cuyas penurias parecen invisibles a los ojos de la ley. Y sus respuestas me iluminan.

Continúa…

Lo peor de la guerra: aquellos que deciden que otros van a morir

Aprovecho este nuevo alto en Madrid para planificar los destinos del próximo año de Viaje a la guerra: Haití, Pakistán, Congo, Afganistán, Irak. Llamo a colegas de profesión, compro libros, mapas, leo informes sobre la realidad de estos países.

Pero también, quizás por este desapacible invierno que se ha ceñido sobre nosotros, por el cielo encapotado y el frío que siempre nos empujan a la introspección, reflexiono sobre lo que he visto a lo largo de estos tiempo. Una experiencia, bajo el sonido de las armas, junto al llanto de los supervivientes, que me ha transformado profundamente. No soy el mismo que se embarcó hace 16 meses en esta aventura.

Debo confesar que, en este momento, y desde la parte próspera del mundo, lo que más me cuesta aceptar y lo que más revuelve de las guerras no es sólo el dolor de la gente de a pie, la que se lleva la peor parte en todo enfrentamiento bélico, sino las tramas de poder que subyacen tras cada conflicto armado.

Tal vez este sentimiento tenga mucho que ver con las últimas entradas del blog, con las historias de hombres como Tim Spicer y Simon Mann, que se han hecho ricos gracias a la violencia, gracias a las influencias de las que gozan, gracias a la connivencia de los políticos.

Esos políticos que se lanzan a delirantes aventuras belicistas por las que nunca pagarán. Como Henry Kissinger, tal vez la persona viva que más muertes lleva en las espaldas, y que no sólo se sigue paseando por las fiestas de Nueva York y vendiendo los millonarios servicios de consultoría de su firma, sino que recibió el premio Nobel de la Paz.

Y toda esa otra clase dirigente que se llena la boca hablando de libertad y derechos humanos, y que si bien no participa en las guerras, es incapaz de levantar la voz, de tomar medidas efectivas, para poner fin a la violencia. En Sudán y Birmania, para no incordiar a China. En Irak e Israel, para no provocar a EEUU. Sin contar la caterva de sátrapas a los que apoyan, en Arabia Saudí, en Guinea Ecuatorial, porque el único valor que realmente las mueve no es otro que el poder.

Y es allí cuando entran las empresas que, a través de sus grupos de presión y desde la aséptica pulcritud de sus despachos, espolean las guerras para defender y expandir sus intereses, ya sea en la producción de armas, en el control de las fuentes de los hidrocarburos o en el negocio de la seguridad privada.

En el tercer nivel de este andamiaje se encuentran los grupos mediáticos que mienten y manipulan para legitimar la barbarie. Como la empresa News Corporation, del magnate Rupert Murdoch, abanderada de la agenda neocon, instigadora en cada una de sus cabeceras de la guerra de Irak, y que cuenta con José María Aznar entre sus asesores.

En definitiva, todos aquellos que se presentan ante la sociedad con un áurea de éxito y respetabilidad, pero que se mueven en la más oscura y hedionda ciénaga moral. Todo aquellos hijos de puta que fríamente deciden, como bien dice Robert Fisk, que para satisfacer sus ambiciones de poder otros tendrán que morir.