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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Menos bombas sobre los civiles de Afganistán

Nuestra estancia en Afganistán, el pasado mes de julio, coincidió con un aumento exponencial de muertes entre civiles. Cada semana salían a la luz nuevas matanzas de inocentes provocadas principalmente por los bombardeos indiscriminados, que según un informe de la ONU publicado en el mes de septiembre, se habían incrementado un 39% en lo que iba de año. La cifra total en 2008 alcanzó los 1.620 civiles, de los que 680 fallecieron como consecuencia del fuego aéreo.

Matanzas que generaban una creciente indignación entre los afganos, hasta el punto de que el propio presidente Hamid Karzai pidió en numerosas ocasiones que se suspendieran los ataques.

Ya en junio de 2007, tras la muerte de 90 civiles en dos semanas, había dicho que las “vidas afganas no son baratas, y que no deben ser tratadas de esa manera”, para luego agregar que “nuestros civiles inocentes se están convirtiendo en víctimas de la falta de cuidado de la OTAN y demás fuerzas”.

El 22 de agosto de 2008, 76 no combatientes, que en su mayoría eran niños, perdieron la vida en la aldea de Aziziabad, en la provincia de Herat, lo que generó tanto protestas populares como una investigación interna entre las fuerzas de EEUU.

Un mes más tarde, Karzai se dirigió a la Asamblea General de Naciones Unidas para sostener que “las muertes sostenidas de civiles menoscaban la legitimidad de la lucha contra el terrorismo y la credibilidad del gobierno afgano en su alianza con la comunidad internacional”.

El 3 de noviembre de 2008, el lanzamiento de misiles sobre los asistentes a una boda en la remota aldea de Wech Baghtu, en la provincia de Kandahar, terminó con la vida de 37 personas, entre las que se contaban 22 mujeres y 10 niños. Dos días después, Karzai escribió a Barack Obama, que acababa de ganar las elecciones presidenciales:

Exigimos que no mueran más civiles en Afganistán. No podemos luchar contra el terrorismo con ataques aéreos… Esta es mi primera petición al nuevo presidente de EEUU, que termine con las bajas entre los civiles.

Como sostuvimos tras la experiencia junto a los soldados de EEUU, la supremacía aérea del ISAF, que siempre termina por inclinar la balanza militar hacia las fuerzas extranjeras – pues cuando aparecen los aviones A10 o los helicópteros Apache, los talibanes no pueden sostener más el enfrentamiento directo y se ven obligados a huir -, es también su mayor desventaja estratégica.

Cada misil Hellfire que se lleva por delante la vida de una mujer, de un anciano o de un niño, provoca nuevos apoyos a los talibanes. Y, según afirmaba Mao Zedong, en la lucha contra grupos insurgentes resulta fundamental contar con el apoyo de la población local (el agua en el que se mueven las guerrillas). De otro modo, la guerra está perdida.

Más aún en un sitio donde el sentimiento de independencia, de oposición a toda injerencia extranjera, es tan acusado como en Afganistán. Los soviéticos pudieron comprobar a lo largo de diez años las consecuencias de seguir la estrategia contraria: querer secar el agua en que se mueve la insurgencia.

Alto el fuego aéreo

Datos hechos públicos esta semana por la U.S. Air Force, demuestran una disminución en el número de bombas que se están lanzando sobre Afganistán.

En 2008 alcanzaron las 1.314 toneladas, lo que significa un descenso significativo en relación a 2007, cuando se lanzaron 1.956 toneladas, más aún si se tiene en cuenta que el año pasado fue el más violento desde la invasión de 2001, y la muerte de soldados extranjeros superó a la de Irak. Eso sí, aún se está lejos de las 163 toneladas empleadas en 2004, cuando se suponía que la historia de Afganistán seguiría otros derroteros.

Menos bombas y más efectivos en el terreno es la estrategia lanzada por Barack Obama que, a priori, parece sin dudas acertada. La idea que sostenía Donald Rumsfeld de pocas tropas propias, un alto número de contratistas militares privados y bombardeos, demostró su fracaso en Irak y en Afganistán.

Queda claro ahora que la administración Bush no llegó a comprender la dimensión y la lógica de los desafíos bélicos a los que se debía enfrentar, anclada a los métodos de la guerra convencional, de la lucha entre ejércitos regulares.

Obama también ha abogado por el diálogo con los talibanes moderados. Más que moderados, pues su ideología extrema no resiste este calificativo, en este blog siempre hemos hablado de talibanes ocasionales, que por un centenar de dólares al mes cogen el AK47 y salen a luchar.

La idea, que funcionó con los suníes que antes apoyaban a Al Qaeda, y que terminaron por crear los Hijos de Irak (aunque ahora esta estrategia está mostrando sus primeros signos de extenuación) es comprar con dinero el apoyo de estos sectores de la población, pagarles mejor de lo que podrían hacerlo los talibanes.

A estos tres ejes de la estrategia de Obama habría que sumar un reforzamiento de las obras de infraestructura, vitales para fomentar la movilidad dentro del país y el progreso material, que sin dudas sacaría a no pocos afganos de la tentación de apoyar a la insurgencia, por aquello que no en pocas ocasiones escuchamos en Afganistán de que “con los talibanes se vivía mejor”.