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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Referéndum en Sudán: el nacimiento del país número 193

Hace un par de meses, tras volver de Mogadiscio a Nairobi, compartí una cena con un grupo de corresponsales que celebraban – ante mi sana e irreprimible envidia, pues ya sabía que otras obligaciones me impedirían estar allí – que en poco tiempo más serían protagonistas de un hecho histórico: entrarían a un país para cubrir una noticia, con su correspondiente sello en el pasaporte, y saldrían de otro, con un nombre distinto y compuesto por la tercera parte del tamaño del anterior. El inminente nacimiento de Sudán del Sur, el país 193 de los que integran las Naciones Unidas y el número 54 del continente africano.

Ahora que leo sus crónicas, y más crónicas, y las que seguramente vendrán, sobre el comienzo esta mañana de los siete días de referéndum que llevarán a los habitantes del sur del país a decidir si quieren o no seguir formando una unidad con los musulmanes del norte – resultado que, tras siglos de opresión y esclavismo, y dos brutales guerras con millones de refugiados y muertos tras la independencia de Gran Bretaña en 1956, no puede ser otro que la independencia (se estima que el 96% de los votantes respaldarán esta opción) -, la sana envidia se ha elevado a la enésima potencia.

En buena medida porque este blog empezó en el Sur de Sudán, cuando en la capital, Juba, no había casi corriente eléctrica ni carreteras ni hospitales ni hoteles. El infame Mango Camp, los tiroteos nocturnos desde el otro lado del Nilo, y los miles de refugiados que volvían a diario desde los campos en Kenia y Uganda esperanzados por la posibilidad de un nuevo comienzo, con el horizonte – que entonces parecía tan lejano – del referéndum que para enero de 2011 prometía el acuerdo de paz firmado con el norte tras la última guerra.

Un largo camino

Posteriores visitas a Sudán del Sur nos permitieron descubrir en estas páginas que si bien Juba mostraba cierta transformación, el ritmo de los cambios era demasiado lento (la región apenas cuenta con 50 kilómetros de carreteras asfaltadas y padece un 85% de analfabetismo). Según The Economist, se han evaporado más de siete mil millones de dólares sin que los resultados sean aparentes en la vida cotidiana de los ocho millones de habitantes del sur.

También resultaban preocupantes las noticias sobre la carrera armamentista de ambas partes, tanto Jartum con sus misiles chinos de largo alcance como Juba con los tanques ucranianos del MV Faina, que seguimos en la serie La guerra que se aproxima en Sudán.

Además, parecían anunciar lo peor los conflictos entre los nuer y los dinka, que dejaron miles de muertos, y la presencia del LRA en la frontera con la República Cetroafricana y la RD Congo (siempre con la sospecha de que Omar Al Bashir estaba tirando de los hilos, armando y pagando a unos y otros, para desestabilizar al sur de cara al referendum).

Pasó la decisión salomónica de la Corte Permanente de Arbitraje en 2009 sobre la frontera en la región pretrolera de Abyei (donde se han producido nueve muertes); pasaron las agitadas elecciones presidenciales de 2010, con denuncias y acusaciones sobre el censo electoral; y los ánimos se fueron calmando hasta el punto de que hoy todo parece indicar que la independencia se logrará sin que provoque una tercera guerra abierta entre el norte y el sur.

El cambio de estrategia de la administración Obama con respecto a Jartum (empleando el palo y la zanahoria en lugar de la confrontación sistemática de Bush), y la necesidad mutua de norte y sur en la extracción y gestión del petróleo, explican en parte este fenómeno que no implica que el futuro vaya a ser sencillo.

Como humilde aportación, esta semana analizaremos intentos anteriores de redibujar las fronteras dejadas por los colonizadores europeos (que los líderes africanos aceptaron en 1963), que nos permitirán descubrir los enormes y alentadores progresos del África subsahariana. Para todo lo demás, por supuesto, allí tienen las crónicas de los amigos corresponsales en el terreno.

Foto: Getty.

Una cortina de hierro contra los talibanes en Afganistán

Los soldados de la compañía Able solían debatir sobre el sitio del vehículo blindado MRAP en el que nos convendría sentarnos para estar más seguros frente a un ataque con lanzagranadas. Dependía del destino, de qué lado quedasen los árboles en la carretera. Les preocupaba que nada malo le pasara al “reportero”. Si se trataba de un humvee, no había debate posible, ya que todas sus posiciones resultaban vulnerables.

Era la rutina que antecedía a cada una de las misiones de las que participamos “empotrados” el año pasado en el valle del Tagab. Y siempre les hacíamos caso. El único compañero que habían perdido había sido justamente por el disparo de un RPG-7, que suele abrir a los humvees como latas y que, dependiendo de la clase de proyectil que lleve, también puede causar un daño considerable a los MRAP. Junto a los famosos IED, los lanzagranadas son las principales causas de bajas entre los estadounidenses.

Crear defensas

Con la intención de limitar esta amenaza de los talibanes, el Ejército de EEUU adjudicó en noviembre 8 millones de dólares a Mustang Technology Group. Situada en Texas, esta compañía está desarrollando un dispositivo bautizado como Curtain Active Protection System, que se colocaría en lo alto de los MRAP para evitar el impacto de los proyectiles según muestra el siguiente vídeo de prueba.

Entre los desafíos, la empresa reconoce que está trabajando para limitar los daños colaterales. La munición que el MRAP dispara desde el techo al descubrir que se acerca un proyectil puede impactar tanto en civiles como en soldados que se encuentren cerca del vehículo. Una de las opciones que está barajando es emplear munición tipo Dense Inert Metal Explosive (DIME), cuyo uso por parte de Israel en Gaza – y sus potenciales efectos cancerígenos – denunciamos en este blog en 2006.

Si las pruebas resultan exitosas, se podría empezar a emplear este dispositivo en julio de 2009 no sólo en los MRAP y en los humvees, sino en toda posición vulnerable. Justo en el comienzo del despliegue de los 30.000 soldados que Barack Obama enviará en su apuesta fuerte en Afganistán, en su «surge» particular.

En 2007, cuando Bush decidió elevar el número de tropas en Irak – paradójicamente hoy, ante las duras críticas de Obama -, el Pentágono realizó un enorme esfuerzo por despachar y producir miles de MRAP para los soldados, ya que ofrecen mayor protección de los humvees frente a las bombas situadas en las carreteras.

La apuesta de Obama

Como el MRAP demostró ser demasiado pesado y torpe para la escarpada geografía de Afganistán, se diseñó un vehículo similar pero más ligero, llamado M-ATV (MRAP All Terrain Vehicle). Se espera que las primeras 1.000 unidades lleguen al terreno en diciembre. Las 5.000 restantes se irán enviando a lo largo de los meses, para que estén listas de cara a la próxima campaña de verano.

De este modo, los 30 mil soldados que lleguen a Afganistán el próximo año contarán con mejores equipos. El resto de la estrategia anunciada por Obama esta semana se vislumbra ciertamente incierta. Cualquier similitud entre Afganistán e Irak, dejando al margen la arena, no parece más que la consecuencia de un deseo voluntarista.

Bush tuvo la suerte de que los sunníes empezaran lo que se conoció como Despertar: una rebelión en la provincia de Anbar contra sus antiguos socios de Al Qaeda en la Mesopotamia, cuyos líderes eran mayoritariamente extranjeros. Los talibanes, aunque pasan de un lado a otro de la frontera con Pakistán, son pastunes, locales, que siempre han estado allí y siempre lo estarán. Dentro de Afganistán no hay hoy grupos dispuestos a hacerles frente fuera del ejército y la policía.

El declive de EEUU

Por otra parte, la tarea de formar a las fuerzas de seguridad y de articular un Estado no eran tan difícil en Irak, pues hasta 2003 contaba con cierto andamiaje gubernamental. En Afganistán, el vacío de poder lleva ya más de 30 años. Una sociedad escindida, enfrentada, que será muy difícil de poner a funcionar como conjunto. Así que la intención de empezar a pasar el poder militar a los afganos en julio de 2011, anunciada por Obama, parece complicada de conseguir. Además, está la otra parte de la película, Pakistán, que siempre ha boicoteado la idea de una administración fuerte e independiente en Kabul.

Pero lo más curioso del asunto es que el esfuerzo de la administración Obama para crear un Estado en Afganistán – aunque Washington niegue que pretenda alcanzar este objetivo – choca con la propia necesidad de los EEUU de hacer frente de manera imperiosa a sus propios desafíos internos: la monstruosa deuda, la decadencia de las infraestructuras, la puesta en marcha de la sanidad universal…

Más allá del aumento de tropas, de los nuevos vehículos y armas, no sólo tiene poco que ganar en el país del Hindu Kush, sino éste que podría ser el lastre que hiciera real lo que ya sabemos desde hace tiempo: que el siglo XXI no será de los EEUU.

Menos bombas sobre los civiles de Afganistán

Nuestra estancia en Afganistán, el pasado mes de julio, coincidió con un aumento exponencial de muertes entre civiles. Cada semana salían a la luz nuevas matanzas de inocentes provocadas principalmente por los bombardeos indiscriminados, que según un informe de la ONU publicado en el mes de septiembre, se habían incrementado un 39% en lo que iba de año. La cifra total en 2008 alcanzó los 1.620 civiles, de los que 680 fallecieron como consecuencia del fuego aéreo.

Matanzas que generaban una creciente indignación entre los afganos, hasta el punto de que el propio presidente Hamid Karzai pidió en numerosas ocasiones que se suspendieran los ataques.

Ya en junio de 2007, tras la muerte de 90 civiles en dos semanas, había dicho que las “vidas afganas no son baratas, y que no deben ser tratadas de esa manera”, para luego agregar que “nuestros civiles inocentes se están convirtiendo en víctimas de la falta de cuidado de la OTAN y demás fuerzas”.

El 22 de agosto de 2008, 76 no combatientes, que en su mayoría eran niños, perdieron la vida en la aldea de Aziziabad, en la provincia de Herat, lo que generó tanto protestas populares como una investigación interna entre las fuerzas de EEUU.

Un mes más tarde, Karzai se dirigió a la Asamblea General de Naciones Unidas para sostener que “las muertes sostenidas de civiles menoscaban la legitimidad de la lucha contra el terrorismo y la credibilidad del gobierno afgano en su alianza con la comunidad internacional”.

El 3 de noviembre de 2008, el lanzamiento de misiles sobre los asistentes a una boda en la remota aldea de Wech Baghtu, en la provincia de Kandahar, terminó con la vida de 37 personas, entre las que se contaban 22 mujeres y 10 niños. Dos días después, Karzai escribió a Barack Obama, que acababa de ganar las elecciones presidenciales:

Exigimos que no mueran más civiles en Afganistán. No podemos luchar contra el terrorismo con ataques aéreos… Esta es mi primera petición al nuevo presidente de EEUU, que termine con las bajas entre los civiles.

Como sostuvimos tras la experiencia junto a los soldados de EEUU, la supremacía aérea del ISAF, que siempre termina por inclinar la balanza militar hacia las fuerzas extranjeras – pues cuando aparecen los aviones A10 o los helicópteros Apache, los talibanes no pueden sostener más el enfrentamiento directo y se ven obligados a huir -, es también su mayor desventaja estratégica.

Cada misil Hellfire que se lleva por delante la vida de una mujer, de un anciano o de un niño, provoca nuevos apoyos a los talibanes. Y, según afirmaba Mao Zedong, en la lucha contra grupos insurgentes resulta fundamental contar con el apoyo de la población local (el agua en el que se mueven las guerrillas). De otro modo, la guerra está perdida.

Más aún en un sitio donde el sentimiento de independencia, de oposición a toda injerencia extranjera, es tan acusado como en Afganistán. Los soviéticos pudieron comprobar a lo largo de diez años las consecuencias de seguir la estrategia contraria: querer secar el agua en que se mueve la insurgencia.

Alto el fuego aéreo

Datos hechos públicos esta semana por la U.S. Air Force, demuestran una disminución en el número de bombas que se están lanzando sobre Afganistán.

En 2008 alcanzaron las 1.314 toneladas, lo que significa un descenso significativo en relación a 2007, cuando se lanzaron 1.956 toneladas, más aún si se tiene en cuenta que el año pasado fue el más violento desde la invasión de 2001, y la muerte de soldados extranjeros superó a la de Irak. Eso sí, aún se está lejos de las 163 toneladas empleadas en 2004, cuando se suponía que la historia de Afganistán seguiría otros derroteros.

Menos bombas y más efectivos en el terreno es la estrategia lanzada por Barack Obama que, a priori, parece sin dudas acertada. La idea que sostenía Donald Rumsfeld de pocas tropas propias, un alto número de contratistas militares privados y bombardeos, demostró su fracaso en Irak y en Afganistán.

Queda claro ahora que la administración Bush no llegó a comprender la dimensión y la lógica de los desafíos bélicos a los que se debía enfrentar, anclada a los métodos de la guerra convencional, de la lucha entre ejércitos regulares.

Obama también ha abogado por el diálogo con los talibanes moderados. Más que moderados, pues su ideología extrema no resiste este calificativo, en este blog siempre hemos hablado de talibanes ocasionales, que por un centenar de dólares al mes cogen el AK47 y salen a luchar.

La idea, que funcionó con los suníes que antes apoyaban a Al Qaeda, y que terminaron por crear los Hijos de Irak (aunque ahora esta estrategia está mostrando sus primeros signos de extenuación) es comprar con dinero el apoyo de estos sectores de la población, pagarles mejor de lo que podrían hacerlo los talibanes.

A estos tres ejes de la estrategia de Obama habría que sumar un reforzamiento de las obras de infraestructura, vitales para fomentar la movilidad dentro del país y el progreso material, que sin dudas sacaría a no pocos afganos de la tentación de apoyar a la insurgencia, por aquello que no en pocas ocasiones escuchamos en Afganistán de que “con los talibanes se vivía mejor”.