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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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La vergüenza torera de Tordesillas

Siento vergüenza por Tordesillas. Vergüenza torera, aquella que dicen que les entra a los matadores de toros cuando el miedo a ponerse frente a un morlaco se apodera de ellos; cuando no se atreven a dar la cara y salen huyendo.

En Tordesillas no se atreven a dar la cara y aceptar que el Toro de la Vega no es una tradición, es una salvajada propia de esa España Negra que hace 200 años ya criticara Goya, nuestro más célebre antitaurino.

Hoy martes 14 de septiembre, al mediodía, morirá otro pobre toro en la vega de Tordesillas. Un supuesto «evento taurino» declarado de Interés Turístico Nacional para vergüenza de España.

La víctima se llama esta vez Platanito. Vaya nombre para un formidable animal perteneciente a la ganadería abulense de Valdeolivas. Cinco años, 580 kilos de peso, pelo negro bragado y grandes cuernos afilados como estiletes. Su perfección física no le valdrá para nada. Está condenado a morir vilmente.

Un sinvergüenza, el más bestia de 300 caballistas, la mitad armados con largas lanzas, acabará con la vida del astado para vergüenza de Tordesillas, de Valladolid y de España.

No puede ser cultura la humillación y tortura de un ser vivo. Me avergüenzo de ello. Por suerte no soy el único. Cada vez somos más. Y cada vez son menos los sinvergüenzas que disfrutan con estas muestras públicas de sadismo y tortura a los animales.

En este vídeo grabado por Igualdad Animal puedes ver (si tienes estómago) cómo mataron el año pasado al toro de la Vega los que dicen que el animal no sufre.

En este otro vídeo, más de 400 intelectuales y artistas firman un manifiesto contra la celebración del Toro de la Vega.


Foto: Igualdad Animal

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Unos matan delfines y otros toros

Los pescadores de la localidad japonesa de Taiji vuelven a masacrar delfines y otros cetáceos, tiñendo de sangre las aguas del mar. A la mayoría de los capturados los hacen sushi y a unos pocos los venden a los zoológicos. Es la tradición, aseguran.

Ellos matan delfines y nosotros matamos toros. Así se ha hecho siempre, responden unos y otros. E incluso habrá muy buenos matarifes nipones, a los que les gritarán olé los aficionados a la fiesta nacional del Imperio del Sol Naciente. ¡Qué cuchilladas más artísticas!

No hay mucha diferencia con nosotros. O quizá sí, pues ellos lo hacen a escondidas (que se lo digan al oscarizado documental «The Cove«, donde se muestra la crueldad de esa práctica), mientras que nosotros no nos ocultamos. Incluso hemos llegado más lejos aún, lo hemos convertido en un espectáculo, en arte, lo subvencionamos y hasta sacamos leyes para protegerlo.

Richard O’Barry, activista y ex entrenador de delfines en la famosa serie «Flipper«, ha dicho en Tokio que esta caza es cruel y no puede ser considerada como parte de la cultura de Taiji. ¿Os suena? Cualquier día van a decir lo mismo de los toros.

Foto: EFE /CENTRO DE CONSERVACIÓN MARÍTIMA SHEPHERD

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Los toros no son biodiversidad

La decisión de prohibir las corridas de toros en Cataluña ha provocado la furibunda reacción de los taurinos acerca del atropello a la libertad que tal acuerdo parlamentario supone. ¿Y la libertad de los animales a que su muerte no sea un doloroso espectáculo sangriento?

También dicen que es un atropello a una añeja manifestación artística, algo que como historiador del Arte no logro descubrir, a no ser que los pasos del torero se consideren la versión armada del baile flamenco. Sin embargo, podemos hablar de ello. Sensibilidad, arte y libertad son conceptos llenos de matices, abiertos a la opinión del respetable.

Pero hay un bulo científico que no acepto por falaz, el de asegurar que si desaparecen los toros desaparecerá la dehesa mediterránea, ese prodigio de bosque domesticado donde cultura y naturaleza se unen en feliz maridaje.

En España hay unos 6,3 millones de hectáreas de dehesa, de las que sólo 300.000 se dedican a la cría de ganadería brava, apenas el 5 por ciento del total. Pocas son explotaciones puras, pues la mayoría se destinan igualmente a la cría de vacas, cerdos ibéricos y caballos, mucho más rentables para el medio ambiente. Evidentemente, acabar con los toros no supone acabar con la dehesa.

Tampoco es el toro de lidia el último superviviente del uro o toro salvaje paleolítico (Bos taurus primigenius). No es una especie amenazada. De hecho, ni siquiera se le considera una raza autóctona, apenas un grupo mestizo nacido en el siglo XVIII cuya única seña de identidad (endeble) es la bravura.

Las 27 razas bovinas verdaderas de España, esas sí que están en peligro de extinción, nueve de ellas con menos de 1.000 ejemplares y al menos cuatro ya extinguidas. También lo están las dehesas, arruinadas por el abandono del campo, el urbanismo destructor, la sobreexplotación y las malas prácticas en el arbolado. Eso es biodiversidad en peligro, y no unos tristes toros criados para su linchamiento público.

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Goya fue el primer antitaurino

Celebro con júbilo la decisión del Parlament catalán de prohibir las corridas de toros. Siguen así el ejemplo de Canarias, primera comunidad autónoma que en una fecha tan lejana como 1991 decidió abolir esta irracional tortura pública de los astados. Me alegro y en estos momentos tan especiales recuerdo con especial cariño a Goya, uno de los primeros antitaurinos españoles.

¿Goya antitaurino? Quizá os sorprenda, después de que tantos hayan colocado injustamente al genial sordo aragonés precisamente en el bando contrario, en la lista de los artistas españoles que ensalzaron la mal llamada fiesta nacional. Sin embargo, cualquiera que conozca su famosa Tauromaquia estará de acuerdo conmigo, don Francisco de Goya y Lucientes consideraba los toros una salvajada propia del pueblo inculto, violento y visceral, ejemplo preclaro de la brutalización colectiva de la masa. Tan bestial como la guerra de sus Desastres y tan irracional como la superstición enfermiza de sus Disparates. La España negra.

Hasta Goya, los toros habían sido un tema amable y costumbrista en el arte español. Pero él, cansado de una España embrutecida, buscó el dramatismo, la violencia y el salvajismo de lo que, en el fondo, veía como manifestación pública de la incultura del pueblo español. No por casualidad, al mismo tiempo que dibujaba la Tauromaquia hacía otra terrible serie de grabados, Los desastres de la Guerra, donde se muestra antibelicista al plasmar con toda crudeza el drama de la guerra.

Los grabados de Goya fueron entonces un fracaso. Publicados en 1816, no se los compró nadie. Tampoco su serie de Los toros de Burdeos, aún más antitaurina. Su mensaje era demasiado moderno para la época. Doscientos años después vuelven a estar de actualidad y esta vez los entendemos. Las corridas de toros son tortura y vamos a acabar con ellas. Muchas gracias don Francisco, tenía usted razón.

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El niño torero se hace mayor pero sigue matando

Jairo Miguel Sánchez, el niño torero más precoz de toda la historia de la tauromaquia, quien a los ocho años ya se enfrentó a una becerra y a los once mató su primer novillo, se ha hecho mayor pero sigue acuchillando toros.

Los mató por cientos en México, pues la ley española le exige los dieciséis años para poder torear. [¿Pueden los niños ser toreros?] Pero recién cumplida esa edad se acaba de estrenar matándolos de seis en seis en España.

Apoyado (o empujado) por sus padres, cuando el resto de los niños estudiaba en el colegio él arrastraba por América su espadita y su capote de niño. Si en lugar de toros cortara cuellos de ternera en un matadero no le habrían dejado, pero dicen que lo suyo es arte, y además da mucho dinero. A todos.

La vida y la profesión le han dado muchas cornadas. Estuvo a punto de morir varias veces, pero no se rinde ante la evidencia. Temerario como sólo la juventud lo puede ser, su manera de hacerse un hueco en el sangriento espectáculo es poniendo una vez más en peligro su vida. Por ello el pasado sábado protagonizó «la gesta» de estoquear seis toros en solitario en Cáceres, su tierra natal. Nadie lo había hecho nunca tan joven.

De pequeños nos llevaban a ver al bombero torero y ahora nos traen al niño torero. Por los dos siempre he sentido una pena infinita.

Jairo Miguel, te doy un consejo. Cuelga el estoque y coge los los libros. El verdadero arte de la vida no es torturar toros, es ser persona. Y todavía estás a tiempo de lograrlo.

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Hoy matan al Toro de la Vega en Tordesillas

Hoy morirá en el campo de Tordesillas Moscatel, de la ganadería de Victorino Martín, bravo, musculoso, cuatro años, 540 kilos de peso y un bello color negro entrepelado bragado. Morirá un inocente.

Lleva diez días descansando en los hermosos prados del río Zapardiel, esas praderas de mi niñez donde por primera vez vi a las garcillas boyeras despulgando toros igual que lo hacen en África con los ñus. No sabe que a las 11 de la mañana empezará un calvario que acabará a orillas del río Duero, cuando alguno de sus cientos de perseguidores a caballo logre atravesarle el corazón con una larga pica.

Dicen que juntarse miles de personas en el campo para torturarlo y matarlo a lanzazos es una tradición. Medieval, anacrónica, cruel, añado yo.

Dicen que son sus raíces, y que sin ellas no son nada. Pobres raíces las suyas.

Dicen que protestar por esta salvajada es una provocación. Asco y rabia es lo que a mí me provocan estas tradiciones, también añado yo (y les provoco).

Los elefantes pintores son pobres artistas encadenados

Estoy tan asombrado como escandalizado. Los elefantes domesticados de Tailandia han abandonado el tradicional acarreo de troncos, pues la deforestación de la selva los ha dejado sin árboles, y se dedican ahora a las Bellas Artes.

Como lo oyes. Se han hecho pintores. Y aún más increíble: pintan de maravilla. Dan los trazos precisos, sabiendo lo que hacen, hasta lograr el resultado apetecido. Cuadros abstractos, pero también tremendamente realistas. Incluso autorretratos.

Son el nuevo atractivo turístico, el último «más difícil todavía» de ese circo mediático en el que estamos convirtiendo nuestras vacaciones allí a donde vamos. Los elefantes artistas.

Sin embargo, no todo es del color de esos pinceles. En centros como el Thai Elephant, el dinero de vender esos cuadros se utiliza para cuidarlos e incluso mantener un hospital para ellos. Pero en otros es tan sólo una manera indigna de sacar dinero. Atados con pesadas cadenas, mal cuidados, quizá incluso maltratados, los elefantes asiáticos obedecen a sus domadores con triste docilidad, a cambio de aplausos y unos pocos dólares.

Mirar los vídeos y darme vuestra opinión. ¿Es arte o es tortura?

Este otro pinta de maravilla, con trazo preciso y meditado, pero cargado de cadenas.

La gripe porcina nació en una granja de cerdos

La gripe porcina es la venganza de los cerdos contra la industria cárnica que los tortura. Da miedo sólo pensarlo, pero todo apunta hacia ello. Una terrible y orwelliana ‘Rebelión en la granja‘.

La extraña mutación genética fue casi con toda seguridad concebida entre excrementos de una gorrinera industrial. Para ser más exactos, todo parece situar el epicentro de la enfermedad en las grandes explotaciones porcinas de una empresa filial de la poderosa Smithfield en el estado de Veracruz.

Algo que hace unos días ya había insinuado el periodista norteamericano David Kirby en un amplio reportaje publicado en el diario digital The Huffington Post. En su opinión, a la que se han unido rápidamente numerosas asociaciones de protección de los animales como AnimaNaturalis, la pandemia se habría originado en alguna de las cientos de gigantescas granjas porcinas de capital norteamericano que abastecen de carne barata a la gran urbe de México D.F.

El problema no sería la carne, cuya salubridad está garantizada, sino los trabajadores que por miles están en contacto permanente con los cerdos, vivos o muertos, y que sin duda han sido las primeras víctimas del virus, transmitido luego a sus familias y al resto de la población.

Asegura el periodista:

Durante años, importantes científicos de todo el mundo han mostrado su preocupación respecto a que la cría a gran escala en estas grandes fábricas podrían convertirse en caldo de cultivo para la aparición de nuevos agentes patógenos que pueden infectar a los humanos con mayor facilidad y, a continuación, extenderse rápidamente en la población general, amenazando con transformarse en una pandemia mundial.

Sería por lo tanto esta epidemia el trágico punto culminante de las consecuencias negativas para la salud y el medio ambiente que supone la cría industrial de animales a gran escala. Ayer las vacas locas o los pollos locos, y hoy la gripe porcina.

Las incógnitas son demasiadas. Un virus extraño, único, surgido de la combinación de virus de aves, cerdos y seres humanos, a partir de cepas originarias de tres continentes diferentes, y que una vez entre nosotros se contagia con inusitada facilidad no entre niños y ancianos, la población supuestamente de riesgo, sino entre las personas más jóvenes, los más fuertes.

Sigo confiando en la salubridad de la carne de cerdo que llega a nuestras carnicerías. Eso por descontado. Pero frente a los sistemas tradicionales de cría, me aterroriza el método de producción a gran escala que hemos generalizado, en el que estos pobres bichos se crían, y el peligro real para la salud de tales prácticas.

Hacinados, petados de antibióticos, sin ver la luz del sol, tratados como productos industriales, la cría masiva de animales está permitiendo dar de comer a millones de personas en el mundo, es cierto, pero ¿sabemos a qué precio?

La desgracia de nacer gallina

¿Sabéis cuál es el animal más torturado y masacrado del mundo natural? La gallina ponedora.

Ya os lo pregunté una vez. ¿Son felices nuestras gallinas? Quedó claro que la inmensa mayoría de ellas, las dedicadas a la producción masiva dentro de crueles jaulas batería, no pueden ser más infelices.

Gracias a una página web desarrollada por la Fundación Altarriba, hoy podemos conocer con detalle y en español un espeluznante informe sobre cómo malviven estos pobres animales, que sólo en Europa superan los 300 millones de ejemplares. Unas condiciones que la Unión Europea ha decidido abolir, pero cuya desaparición no se hará efectiva hasta 2012. Mientras tanto, las «gallinas batería» seguirán siendo torturadas en esos terribles campos de concentración animal que conocemos con la eufemística denominación de granjas avícolas.

Cuando nacen en las incubadoras sólo interesan las hembras, pero la mitad de los que salen del cascarón son machos, y los matan al cabo de uno o dos días porque no hacen falta. Ni ponen huevos ni producen carne en abundancia. No son seres vivos, son desechos industriales, poco rentables, y se tiran millones de ellos a la basura para asfixiarlos, o se arrojan todavía vivos a unas trituradoras de alta velocidad llamadas «picadoras».

Cuando las hembras están en edad de poner huevos, con unas 16 ó 18 semanas, se trasladan a las granjas. Allí se las mete en estrechas jaulas metálicas, donde cada animal dispone de una superficie similar a la de medio folio de papel, apiladas en pisos a veces hasta el mismo techo. Estas jaulas tienen el suelo en desnivel, de forma que el huevo ruede hasta una cinta transportadora camino del siguiente paso de producción. Y muchas cuentan con cables eléctricos que sueltan descargas en las patas de las aves para evitar que pisen accidentalmente su puesta.

Picarse unas a otras de forma constante es una de las reacciones de las gallinas para combatir el estrés. Para evitar heridas, cuando todavía son pequeñas se les corta la punta del pico con una sierra cuya hoja está al rojo vivo para cauterizar la herida.

Le pregunté una vez a gran un empresario avícola (más de medio millón de ponedoras) si no le parecía que sus gallinas eran infelices. Me respondió muy serio:

«Si no fuesen felices no pondrían tantos huevos»

No es cierto, el mérito lo tiene la manipulación genética, pues en 1940 una gallina ponía al año 134 huevos y ahora pone cerca de 260. Y en cuanto baja la producción son eliminadas por viejas. Llevadas al matadero, acaban convertidas en un alto porcentaje en ingrediente de sopas, caldos o subproductos cárnicos similares, también como comida para perros y gatos.

¿Podemos hacer algo para detener esta salvajada?

En nuestras manos está la solución si logramos ser una mayoría de consumidores responsables.

Tan sólo debemos fijarnos en el código impreso en el etiquetado de los cartones y los huevos. Aunque muchas veces casi imposible de leer, el primer dígito es el que nos indica la forma de crianza de los animales. Como nos señalan desde Altarriba, toma buena nota de ello cuando acudas a la tienda:

El código 0 identifica a los huevos de producción ecológica, donde además de estar criadas en libertad, las gallinas son alimentadas con pienso sin insecticidas y no transgénicos, y gozan de amplio espacio interior y exterior según el reglamento 2092/91.

El código 1 identifica a los huevos llamados camperos. Las gallinas están alimentadas con pienso tradicional y viven en naves con acceso al exterior.

El código 2 identifica a los huevos de gallinas criadas en suelo. Gallinas alimentadas con pienso tradicional que viven en naves sobre el suelo, sin acceso al exterior. En realidad, viene a ser un hacinamiento horizontal, aunque de algún modo pueden considerarse algo más libres de movimientos.

El código 3 identifica a los huevos de gallinas criadas en jaula. Son las gallinas de batería de las que te he hablado y sobre las que poco más se puede decir.

La compra justa es adquirir huevos marcados con un código que empiece por 0 ó 1. Lógicamente es la elección más cara, pero recuerda que además de comprar calidad estás haciendo mucho por mejorar la vida de estos pobres animales. Y eso bien vale quitarse algún capricho.

Fiestas de sangre y salvajismo

Esta mañana, al alba, tras una horrible agonía, volvió a morir un inocente en Coria (Cáceres).

Una masa enardecida lo persiguió incansable por las calles del casco histórico durante toda la noche, lanzándole miles de dardos que se clavaron como dolorosas agujas sobre su negra piel. Finalmente un valiente se le encaró, descerrajándole entre gritos de entusiasmo un tiro de escopeta en la cabeza. No fue su final. Sedientos de sangre y brutalidad, los más jóvenes se lanzaron con navajas para lograr el trofeo más preciado: arrancarle los testículos.

Esta madrugada, a las 3,30 horas, otro inocente será torturado y muerto en las calles de Coria. Los niños caurienses no se perderán el espectáculo, pues tan salvaje tradición se apoya en una bellísima leyenda medieval de la que todos se sienten orgullosos. Dicen que antes lo hacían con un joven, al que sólo le daban dos cuchillos como única defensa para esquivar a la muerte. Pero un año le tocó en suerte al hijo de una rica dama, quien cambió a su primogénito por un toro. Desde entonces, los cornúpetos pagan con su sangre el mantenimiento de la vieja tradición.

El año pasado se recogieron 60.000 firmas que pedían la abolición de esta salvajada. Protesta inútil. Las autoridades lo justifican aduciendo que es una “atávica lucha” de gran interés turístico y cultural.

Está claro. Nos gusta la sangre. Disfrutamos con el dolor ajeno. Nos hace sentir más primarios, más auténticos.

A lo largo de todo el verano que ahora comienza nos divertiremos como siempre lo hicimos, en plan bestia, torturando toros, persiguiéndolos, golpeándolos, maltratándolos en encierros, plazas, calles. El Toro de la Vega de Tordesillas, los toros de fuego o embolados, los ensogados, los «toros al mar», las vaquillas,…

Si no pesaran tanto los toros los tiraríamos desde lo alto de la torre del pueblo, sólo para ver cómo se parten la crisma contra el suelo. Es la fiesta nacional. Nuestra vergüenza nacional.