
Celebro con júbilo la decisión del Parlament catalán de prohibir las corridas de toros. Siguen así el ejemplo de Canarias, primera comunidad autónoma que en una fecha tan lejana como 1991 decidió abolir esta irracional tortura pública de los astados. Me alegro y en estos momentos tan especiales recuerdo con especial cariño a Goya, uno de los primeros antitaurinos españoles.
¿Goya antitaurino? Quizá os sorprenda, después de que tantos hayan colocado injustamente al genial sordo aragonés precisamente en el bando contrario, en la lista de los artistas españoles que ensalzaron la mal llamada fiesta nacional. Sin embargo, cualquiera que conozca su famosa Tauromaquia estará de acuerdo conmigo, don Francisco de Goya y Lucientes consideraba los toros una salvajada propia del pueblo inculto, violento y visceral, ejemplo preclaro de la brutalización colectiva de la masa. Tan bestial como la guerra de sus Desastres y tan irracional como la superstición enfermiza de sus Disparates. La España negra.
Hasta Goya, los toros habían sido un tema amable y costumbrista en el arte español. Pero él, cansado de una España embrutecida, buscó el dramatismo, la violencia y el salvajismo de lo que, en el fondo, veía como manifestación pública de la incultura del pueblo español. No por casualidad, al mismo tiempo que dibujaba la Tauromaquia hacía otra terrible serie de grabados, Los desastres de la Guerra, donde se muestra antibelicista al plasmar con toda crudeza el drama de la guerra.
Los grabados de Goya fueron entonces un fracaso. Publicados en 1816, no se los compró nadie. Tampoco su serie de Los toros de Burdeos, aún más antitaurina. Su mensaje era demasiado moderno para la época. Doscientos años después vuelven a estar de actualidad y esta vez los entendemos. Las corridas de toros son tortura y vamos a acabar con ellas. Muchas gracias don Francisco, tenía usted razón.
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