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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Conoce la Fuerteventura más auténtica a través de cuatro paisajes humanos

Pastor majorero con sus cabras cerca de Casillas del Ángel. Foto: C.J. Palacios

La isla de Fuerteventura se puede conocer de muchas maneras, pero la mejor sin duda es a través de esas mujeres y hombres que la hacen diferente.

Son hijos de una tierra dura situada a menos de 100 kilómetros de un desierto del Sahara con el que comparten paisaje, pero al que a lo largo de los siglos han conseguido domar hasta convertirlo en un oasis de biodiversidad y cultura.

Porque detrás de esas playas paradisíacas de aguas color esmeralda, de esas dunas infinitas, de sus volcanes y malpaíses adornados por palmerales que sueñan con la lluvia, hay muchas personas dispuestas a mejorar el mundo desde este pequeño rincón en medio del Atlántico. Y que también nos ayudan a entender el suyo, el de un territorio tan singular como hermoso.

Te invito a conocer Fuerteventura a través de 4 embajadores que promueven la sostenibilidad de una isla declarada Reserva de la Biosfera precisamente por el equilibrio que allí existe entre naturaleza y habitantes.

¿Me acompañas en el paseo?

El panadero Manuel Trenado trabajando en su obrador. Foto: La Paneteca

Amasando bienestar

En la costa oriental del norte majorero se extiende Corralejo, el centro turístico por excelencia de la isla, famoso por sus campos de dunas y una mar cuyas potentes olas atraen a decenas de miles de surferos todos los años. La costa occidental de El Cotillo es aún más salvaje.

Y entre ambos litorales destaca Lajares, un pequeño pueblo entre arenas y lavas que el panadero Manolo Trenado ha convertido en la Meca de los disfrutones. Como él dice y lleva orgulloso como lema, en La Paneteca “amasamos bienestar”. ¿El secreto? La honestidad de las cosas bien hechas, a las que él y su equipo dedican tanto tiempo como cariño.

Pocos sitios en España han apostado con tal decisión por lo local, ecológico y sostenible, con panes elaborados con harinas ecológicas, masa madre, lentas fermentaciones, productos de una huerta que la mayoría de las veces proceden de la que tiene su padre en el cercano pueblo de Villaverde, aceites AOVE ecológicos y un café colombiano seleccionado y tostado con mimo en la isla de La Palma cuyo olor se confunde con el de la bollería recién salida del horno o el de esos zumos de frutas tropicales cultivadas con cariño en Canarias. No puedes pasar por Fuerteventura sin probar alguna de estas exquisiteces.

Un consejo: antes de visitar este paraíso gastronómico se recomienda caminar por el sendero del Calderón Hondo. A través de una calzada que se adentra por los campos de lava se asciende al cráter de un volcán desde donde la vista es alucinante. Lanzarote a lo lejos, más cerca la increíble isla de Lobos y a los pies se abre una gran caldera que, por suerte para el turista, lleva miles de años sin escupir fuego.

Felipa muestra sus quesos artesanos de cabra. Foto: C.J. Palacios

Queso 100% femenino

En este viaje hacia el sur en busca de paisajes humanos majoreros el paladar nos obliga a detenernos en el pueblecito de Casillas del Ángel. Allí, sobre un reseco altozano que un día fue volcán, sestean indolentes cientos de cabras majoreras, una raza exclusiva descendiente de las que hace 2.000 años trajeron aquí los mahos, los primeros habitantes de la isla. Con su leche se elaboran los extraordinarios quesos de La Montañeta, una delicia con denominación de origen.

El suyo es un mérito femenino. Las cabras las cuida Juan Manuel, pero ha sido siempre su mujer Felipa quien elaboró el queso siguiendo la tradición familiar. Y son ahora sus hijas Saray y Elisabeth las que mantienen el legado, aunque añadiéndole el atrevimiento joven de la innovación. A los tradicionales quesos frescos, semicurados y curados al pimentón, gofio o aceite de oliva le han incorporado sabrosas locuras como afinarlos con zumo de tuno indio (chumbera), pimienta, curry, guindilla e incluso chocolate.

Muy cerca de la quesería está el hotel rural de Los Rugama, parada y fonda recomendable. Es una antigua casa señorial restaurada con primor en donde todas las habitaciones tienen ventanas que se abren a la tranquilidad del campo majorero. También tiene un buen restaurante.

Luis Mesa injertando un aguacatero en su finca de Verde Aurora. Foto: C.J. Palacios

Verde aloe, verde AOVE

Hacia la mitad de la isla, entre Puerto del Rosario y Tuineje, se localiza un pueblo que casi no es un pueblo, Tenicosquey, y una finca que es más un hogar que una instalación agrícola. Verde Aurora nació como explotación de tomates, pero hace unos años Luis Mesa y Cloti Méndez cedieron la gestión a sus hijos Luis y Aurora, quienes la han convertido en uno de los proyectos de turismo gastronómico y experiencial más interesantes de toda Canarias.

Luis estudió arquitectura en Madrid, pero regresó a su isla porque muy pronto se dio cuenta “de que todo lo que necesitaba lo tenía allí”, reconoce. Por eso apostó por la tierra, por su tierra.

Reconvertida en finca ecológica, está especializada en el cultivo ecológico del olivar (arbequina, picual y hojiblanca) y de aloe vera. Con esta última planta de propiedades medicinales elaboran una cosmética de lujo a precios asequibles.

Pero no solo venden. Ante todo, nos enseñan a valorar su trabajo gracias a catas y visitas guiadas donde el turista descubre los secretos de unos productos que son la mejor expresión del paisaje y la cultura majorera.

Y si el visitante se enamora del lugar tiene suerte, porque en la finca hay varias casas antiguas restauradas donde poder pasar unos días alejados del mundanal ruido. Con el plus de los millones de estrellas de un espacio nocturno declarado Reserva Starlight y la posibilidad de bañarse en el antiguo aljibe que regaba las tomateras, ahora reconvertido en piscina.

Stephan Scholz estudia un aislado acebuche canario. Foto: C.J. Palacios

El desierto florido

Nuestra ruta de norte a sur por la isla de Fuerteventura termina en La Lajita, muy cerca de Jandía. Allí Stephan Scholz se afana por cuidar uno de los tesoros más valiosos, frágiles y desconocidos de Canarias, la flora endémica majorera. A su lado el disfrute es sensorial, el de una botánica amenazada por las cabras cimarronas y el cambio climático (en ese orden) cuyas fragancias son ya sus últimos latidos antes de una desaparición inminente.

Frente a la idea de que la isla es un desierto donde “no hay un árbol y todo está seco”, los ojos expertos de este doctor en biología te descubren un desierto florido que cuelga, literalmente, de los riscos. Ese jardín vertical es producto del empeño de delicadas plantas que solo en los acantilados más inaccesibles y algo húmedos siguen luchando por su supervivencia.

Stephan es el director del Jardín Botánico del Oasis Wildlife Fuerteventura, de visita obligada para todo amante de la naturaleza. Es un lugar hermoso y muy didáctico, pero también un refugio para especies tan amenazadas que han logrado salvar de la extinción como el marmolán canario, del que queda un único ejemplar salvaje en la isla, el mocán (5 ejemplares) o el peralillo espinoso (5 ejemplares), pero también acoge hermosos tajinastes azules de Jandía o las reventonas margaritas de Winter entre otras especies espectaculares.

Después de la visita ya podemos seguir nuestro camino hacia esas playas inmensas de Cofete. O a ese faro del fin del mundo que ilumina el Atlántico desde la Punta de Jandía.

Y allí, frente a una puesta de sol inolvidable, reconocer que Fuerteventura es una isla muy especial y sabrosa donde viven personas muy especiales.

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