He conocido pocos biólogos moleculares opuestos a los cultivos transgénicos. Y no porque vivan/vivamos de ello. Quienes sí lo hacen suelen trabajar en compañías, y no son esos los que conozco (no por nada). La explicación de esta postura mayoritaria entre los molbiols es simplemente la misma por la cual antes nos escondíamos de las tormentas a rezar para que Dios no nos fulminara con un rayo, mientras que hoy conocemos el fenómeno eléctrico atmosférico y podemos conocer, valorar y controlar sus riesgos reales.
Por supuesto, una excepción al sentido de esta insinuación son los conspiranoicos, que llegan a convertirse en verdaderos especialistas (si bien con un ojo tapado) en el tema de su conspiranoia favorita, que defienden sin importar la absoluta ausencia de pruebas; pero precisamente por esto se trata de un perfil psicológico peculiar, como conté aquí.
Naturalmente, en el caso de los conspiranoicos nada podrá hacerles abandonar su convencimiento, porque es apriorístico; no es un juicio, sino un prejuicio. Ni siquiera, en el caso de los cultivos transgénicos, un informe de 400 páginas en el que ha participado más de un centenar de expertos de las Academias Nacionales de Ciencia, Ingeniería y Medicina de EEUU, que durante dos años han evaluado 900 estudios publicados en las dos últimas décadas sobre los cultivos genéticamente modificados (GM), y del que destaco y cito las siguientes conclusiones:
«Los datos a largo plazo sobre la salud del ganado antes y después de la introducción de cultivos GM no muestran ningún efecto adverso asociado a los cultivos GM.»
«A los animales no les ha perjudicado alimentarse de comida derivada de cultivos GM.»
«El comité no encontró pruebas concluyentes de relaciones causa-efecto entre cultivos GM y problemas medioambientales. Sin embargo, la naturaleza compleja de evaluar cambios medioambientales a largo plazo a menudo dificulta llegar a conclusiones definitivas.»
«No se ha encontrado ninguna prueba sólida de que los alimentos de los cultivos GM sean menos seguros [para la salud humana] que los alimentos de los cultivos no-GM.»
«Las tecnologías genéticas emergentes han borrado la distinción entre el cultivo convencional y el GM, hasta el punto de que los sistemas reguladores basados en procesos son técnicamente difíciles de defender.»
Esta última conclusión merece un comentario. Desde que existen la agricultura, la ganadería y la costumbre de tener animales de compañía, el ser humano ha estado seleccionando los mutantes que surgían espontáneamente para criar variedades o razas con los rasgos deseados, desde el arroz a los perros.
Desde el segundo tercio del siglo XX, antes de la existencia de las tecnologías genéticas, se ha empleado el procedimiento de forzar la aparición de estas mutaciones mediante estímulos químicos y radiológicos, es decir, mutágenos. La base de datos conjunta de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (IAEA) registra más de 3.200 de estas variedades mutantes de 214 especies de plantas, utilizadas en más de 60 países.
Sin embargo, y frente a la regulación aplicada a los organismos modificados por procedimientos de ingeniería genética, estos mutantes espontáneos o inducidos escapan al control legal. De hecho, en muchos países pueden venderse como «orgánicos», ya que esta calificación solo depende del método de cultivo y no del origen de las variedades, cuyo carácter mutante a veces se remonta a miles de años atrás (por ejemplo, nuestro trigo es genéticamente diferente del silvestre desde el inicio de la agricultura, hace al menos 8.000 años).
Y curiosamente, mientras que los cultivos GM están perfectamente caracterizados desde el punto de vista genético, los mutantes pueden comercializarse sin que se tenga la menor idea sobre cuáles son sus mutaciones, o si estas pueden ser perjudiciales para la salud o el medio ambiente. Dice el informe: «Algunas tecnologías emergentes de ingeniería genética podrán crear variedades de cultivos indistinguibles de las desarrolladas por métodos convencionales, mientras que otras tecnologías, como la mutágenesis, que no están cubiertas por las leyes actuales, podrían crear nuevas variedades de cultivos con cambios sustanciales en los fenotipos de las plantas».
Es por esto que el informe de las Academias Nacionales habla de esa distinción borrada, y por ello recomienda que «las nuevas variedades –ya sean obtenidas por ingeniería genética o de cultivo convencional– sean sometidas a ensayos de seguridad en caso de que tengan características nuevas, pretendidas o no, que puedan causar daños». El informe destaca que las nuevas técnicas -ómicas (genómicas, fenómicas, proteómicas…) serán clave en el futuro para conocer con detalle la ficha completa de toda variedad de cultivo, sea cual sea su origen.
Pero por otro lado, el informe también concluye lo siguiente:
«Las pruebas disponibles indican que la soja, el algodón y el maíz GM generalmente han tenido resultados económicos favorables para los productores que han adoptado estos cultivos, pero los resultados han sido heterogéneos dependiendo de la abundancia de plagas, prácticas agrícolas e infraestructuras de cultivo.»
«Los cultivos GM han beneficiado a muchos granjeros a todas las escalas, pero la ingeniería genética por sí sola no puede afrontar la amplia variedad de desafíos complejos a los que se enfrentan los granjeros, sobre todo los pequeños.»
En conclusión, los expertos destacan que los cultivos GM tampoco han sido la panacea esperada: no han aumentado drásticamente la producción como se prometía y, aunque para algunos granjeros han sido beneficiosos, a otros no les ha merecido la pena la inversión. Por supuesto, para algunas compañías han sido un negocio muy rentable.
¿Un negocio fallido? ¿Una promesa incumplida? ¿Un timo? Aún es pronto para decidirlo: «La biología molecular ha avanzado sustancialmente desde la introducción de los cultivos GM hace dos décadas», dice el informe. Entre estos avances está la tecnología de edición genómica CRISPR, que permite una manipulación del ADN mucho más precisa y eficaz que las tecnologías anteriores. «Están en marcha las investigaciones para aumentar el rendimiento potencial y la eficiencia en el uso de los nutrientes, pero es demasiado pronto para predecir su éxito», apuntan los autores. Y aún mucho más allá, todavía ni asomando por el horizonte, está la biología sintética.
Como resumen de todo lo anterior, y al menos en lo que respecta al panorama dibujado por el informe y a las previsiones que se derivan de él, hay una conclusión que probablemente parecerá tan risiblemente evidente para algunos como increíblemente insólita para otros: el futuro de la agricultura pasa inevitablemente por más tecnología, y no por menos.