Resiliencia. Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Pero ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión

Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

-Ya verás la azafata de talleres, ¡está buenísima!-aulló Sanz de contento.

-Es una niña muy linda-coincidió con su acento malagueño Sebas.

Andrés les escuchaba a medias. Aún no hacía ni dos días que habían operado a su abuelo y lo último en lo que estaba su cabeza era en mujeres. Sanz y Sebas, su compañero, seguían alabando las virtudes de aquella chica. Cómo si no les conociera lo suficiente. Sabía de sobra cuándo exageraban, y presentía que esa vez no sería la excepción. Subió el volumen de la radio a ver si así conseguía que se callaran. Heaven is a place on earth retumbó por la furgoneta, tenía suerte, era de sus favoritas

-Pues yo creo que le molo-afirmó Sanz seguro de sí mismo sin dejarse amilanar por la repentina subida de volumen- Siempre que la he visto le he dicho alguna cosilla y se nota que hay química. Además me sonríe un montón. Yo voy a intentarlo a ver si…

-Ya estamos aquí- interrumpió Andrés. Empezaba a estar un poco harto del tema. Solo quería que ese fin de semana pasara lo más rápido posible para volver a su vida.

Sanz se adelantó mientras Sebas y él se encargaban de cargar las cajas del stand. “No es listo ni nada el muy cabrón” pensó Andrés con amargura. Al menos solo tenía que currar esos dos días, de la mitad de la feria se había librado. Aún por encima, el chico de la puerta no le dejaba entrar. Pese a que era obligatorio llevar la acreditación colgada del cuello, Andrés era totalmente contrario a hacerlo, le parecía una horterada, y por mucho que ese niñato le insistiera, iba a seguir sin ponérsela, de modo que se limitó a sacarla de malos modos del bolsillo para que leyera el código de escaneo. Aquel distaba bastante de ser un buen comienzo de día. Empezó a recorrer la feria con las cajas mientras buscaba el stand, que sabía que se encontraba justo en la punta opuesta a la puerta. Girando por un pasillo le pareció ver a Sanz hablando con alguien. Retrocedió sobre sus pasos para ver mejor. Sanz, apoyado en un mostrador, había adoptado su típica pose relajada que parecía totalmente forzada dadas las circunstancias. Cuando Sanz se hizo a un lado Andrés por fin pudo ver con quien hablaba.

De pronto sintió su cuerpo desaparecer de allí más ligero que nunca, sintió como se elevaba por encima de todo el pabellón y aparecía en medio de una playa. Podía sentir el sol calentándole la cara como si de una caricia se tratara. Las olas rompiendo sobre la orilla, a escasos metros de él, ponían melodía al momento. Le llegó un suave olor a flores que provenía de un arco de madera bajo el que estaba. Alguien había entrelazado pequeños ramos de violetas con tul blanco. Delante de él había varias sillas divididas en dos hileras, y, pese a que estaban llenas, no distinguía ninguna de las caras que miraban hacia él sonrientes. De pronto, sobreponiéndose a la banda sonora que había puesto el mar con sus olas, una versión para piano del Canon de Pachelbel empezó a sonar. Allí donde acababan las sillas había una figura morena vestida de blanco. Con el pelo largo negro al viento, sin nada de maquillaje y luciendo una sonrisa desnuda, se encontraba ella, que, feliz, avanzaba lentamente hacia él. Andrés saboreó cada paso, sabiendo que él era el destino de ese breve camino. Su mente estaba en blanco, solo estaba ella, y sabía que, por el resto de su vida, siempre lo estaría.

No se le resbalaron las cajas de milagro. Se quedó en shock. Por una vez, tanto Sanz como Sebas se habían quedado cortos. La chica llevaba el pelo largo y suelto, de un tono negro tan vivo que habría hecho envidiar al cielo de cualquier noche. Sus labios se encontraban continuamente curvados en una sonrisa constante que suavizaba su mirada. Andrés se quedó hipnotizado viendo aquellos ojos enormes, aún a lo lejos, podía sentir la atracción que ejercían sobre él. Finalmente y a regañadientes, se obligó a avanzar. No podía quedarse en medio del pasillo mirándola. Llegó excitado al stand y soltó las cajas sin casi darle tiempo a Sebas a cogerlas.

-¿Qué pasa illo? Que parece que has visto un fantasma.

Andrés se asomó al pasillo impaciente, a ver si Sanz llegaba de una vez. Por fin le vio aparecer con la carpeta bajo el brazo y una sonrisa satisfecha en la cara.

-Mira lo que traigo, la azafata empezó ayer a dibujar cartelitos con los sabores de las coberturas para que los pongamos delante de los botes. Es una cara bonita que sabe dibujar-dijo mientras se reía socarronamente.

Andrés notó la sangre hervir, estaba seguro de que era mucho más que eso. Disimulando sus ganas de soltarle una bofetada a Sanz se dirigió a él con amabilidad.

-¿Podrías presentármela? Lo digo porque estando de azafata de nuestros talleres…

-Claro que sí hombre, después os presento- contestó Sanz sin darle tiempo a acabar la frase encantado de tener una excusa para volver a hablar un rato con la chica.

Aquello tranquilizó a Andrés. Solo unas horas más, se dijo mientras sacaba los botes de coberturas y empezaba a calentarlos. Se sentía eufórico, emocionado, pletórico, hinchado de felicidad, nervioso. Jamás, en sus veintiocho años de vida se había sentido así, le recordaba vagamente a lo que había sentido en un pasado por Gema. De repente su gesto se torció, ¿y si aquella azafata era Gema 2? O peor, ¿y si aquella azafata era el karma de lo que había sido su vida hasta entonces? No sabía cuál de las dos opciones le preocupaba más. Tenía que volver a verla. Mascullando una excusa dejó a Sebas ultimando el stand y fue hacia la salida diciendo que necesitaba algo de la furgoneta. Pese a que la zona de talleres le pillaba justo de paso, prefirió ir por un pasillo paralelo para poder observarla sin que ella le viera. Apretó el paso apurando los últimos metros y se paró en seco.

Asomándose por el lateral del puesto de manualidades de ganchillo pudo obtener una visión perfecta de donde se encontraba ella. La azafata sonreía mientras hablaba con un par de señoras mayores. Parecía estar indicándoles algo ya que extendió el brazo para señalarles la dirección. Las señoras sonrieron a su vez y se alejaron en busca de quién sabe qué. Una vez sola de nuevo, la azafata miró a ambos lados y se agachó tras el mostrador para salir apenas dos segundos después con un cuaderno y un boli. Andrés la miraba hipnotizado mientras pensaba en todo lo que daría por averiguar qué estaba escribiendo.

Decidió ir rápido a la furgoneta para poder observarla un poco más a la vuelta. Después de coger los primeros papeles que encontró en el maletero y volver a maldecir al chaval de la entrada que le pedía el pase de expositor, emprendió el camino de regreso por el pasillo paralelo al stand de talleres. Una vez de vuelta en su puesto de observación, volvió a asomarse. Esta vez la azafata no estaba sola, un hombre había arrimado una silla y se encontraba hablando con ella animadamente. Ella se echó a reír por algo que dijo él y Andrés sintió como le ardían las entrañas por los celos. Él debía ser quién la hiciera reír, no aquel patético cuarentón con bigotillo y perilla. Sorprendido por la fuerza de sus sentimientos hacia ella sin tan siquiera conocerla, se alejó con disimulo de vuelta a Sanz Manualidades.

Definitivamente no era una Gema 2 y eso era algo que fue confirmando en sus numerosas idas y venidas a la furgoneta. Para empezar la azafata comía. Comía de verdad. Gema vivía obsesionada con su figura. En el tiempo que estuvieron juntos, cada vez que salían a cenar, después de terminar con los platos, Gema se retiraba al baño para volver al rato con los ojos llorosos y la boca hinchada. Él sabía que vomitaba todo lo que comía y nunca pudo hacer nada. En cambio la azafata daba buena cuenta de lo que le ofrecían los talleristas: una galleta de mantequilla, una magdalena… En segundo lugar, la azafata le parecía preciosa, no era guapa como Gema que seguía los cánones típicos de modelo, alta, delgada, plana y con la cara chupada; sino que tenía curvas por todas partes. Lo había confirmado cuando en uno de sus viajes la vio salir del stand a colocar los folletos. Era delgada pero tenía la clase de figura que le volvía loco. Cintura estrecha, cadera ancha y un buen culo rematando la jugada. La azafata le parecía la mujer más perfecta que había visto nunca.

-Pero chaval, ¿qué haces ahí de miranda?- pegó un respingo cuando Sanz le sorprendió -Estás fichando a las dependientas de RodillArte, ¿eh? No sabía que te iban mayorcitas jajaja. Vente conmigo, que voy a ir a la furgo y así de paso te presento a la chavalita.

“Al fin” pensó Andrés mientras se recolocaba su camisa de cuadros. Trató disimuladamente de peinarse, pero los rizos contenidos por el cemento armado que era su gel fijador parecían en orden.

Según se aproximaban Andrés se iba poniendo más y más nervioso. Cuando llegó a la altura del stand se limitó a quedarse al lado de Sanz mientras se lamentaba de que justo en ese momento le diera el ataque de timidez.

-Mira, este es Andrés, trabaja también en Sanz Manualidades.

Ella se giró hacia él mostrando su enorme sonrisa.

-Hola ¿qué tal?-dijo mientras se incorporaba de la silla y se apoyaba en el mostrador para darle dos besos. -Yo soy Mia.

Por fin Andrés fue capaz de abrir la boca. Los sitios dónde ella le había dado dos besos le ardían. Solo podía pensar en tirar todos los folletos de encima del mostrador y hacerle el amor ahí mismo, como si fueran animales.

-¿De dónde viene Mia? ¿De Amalia? ¿De María?

-Mia de Mia-contestó ella con la tranquilidad propia de quién ha contestado mil veces a la misma pregunta.

-Es un nombre muy bonito-dijo él. “Qué estúpido” pensaba “¿No podía hacerle un comentario más típico e infantil?”

-Gracias-respondió ella sinceramente -¿Cuánto hace que trabajas en Sanz?

Su cerebro se desconectó, sabía que seguían hablando porque notaba cómo sus labios se movían, pero, siendo sincero, hacía tiempo que había dejado de escucharla.

Feria en Madrid. WIKIMEDIA

Feria en Madrid. WIKIMEDIA

 

 

 

1 comentario

  1. Dice ser Moni

    Resiliencia crece todos los sábados, pasito a pasito, en interés y riqueza narrativa.
    Me ha gustado mucho el relato de hoy, creo que muestras mucho con pocas palabras y nos acercas, por lo menos a mí, a la trama, despertando unas ganas locas de saber el desenlace, la colosión, como lo llamas tú.
    Espero leerte el próximo sábado y espero disfrutarlo , por lo menos, tanto como el de hoy.

    13 febrero 2016 | 18:33

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