Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

Adiós a la adolescencia… y al blog

Cuando empecé a escribir este blog, hace algo más de un año, mi hijo mayor ya decía que él estaba mayor para que le llamase adolescente. Lo cierto es que el tiempo pasa, los hijos crecen y, un buen día, te encuentras con que el pequeño te dice lo mismo que su hermano decía entonces. ¿Estarán saliendo por fin de la adolescencia?

Sus preocupaciones, sus problemas y su visión de la vida no dejan de evolucionar. Siguen sorprendiéndome a menudo, divirtiéndome a veces y desquiciándome otras. Voy a dedicar la última imagen del blog al descanso que va a suponer -para ellos y para mí- esta despedida. Espero disfrutar del placer de tener dos hijos adultos. Un saludo a todos los que habéis pasado alguna vez por aquí.

La Hamaca, del pintor cubano Mariano Rodríguez.

Puertas al campo de las redes sociales

Casi todos los chavales utilizan las redes sociales para comunicarse con sus amigos, con amigos de esos amigos, gente nueva que van conociendo gracias a ellos, y con otro montón de gente a la que hace tiempo que no veían y que han recuperado gracias a Internet. Para ellos entrar en Tuenti, en Nettby o en cualquier otra red es tan habitual como usar el móvil o los videojuegos.

Ya no sabrían vivir sin ellas. Allí vuelcan sus fotos, los vídeos graciosos y todas las gansadas que encuentran por Internet, pero también sus emociones, sus aficiones, sus gustos y disgustos. Por eso pasan allí horas y horas.

La evolución de estas redes ha sido tan rápida que, como ha ocurrido en el resto de Internet, ha dado paso además de a grandes posibilidades de comunicación a algún que otro abuso o uso fraudulento. Para intentar controlar que los menores hagan un buen uso de ellas y no se vean sometidos a abusos por parte de nadie, la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones pone en marcha a partir de mañana, Día Internacional por una Internet más Segura, la iniciativa Chaval.es.

La web incluirá un decálogo audiovisual sobre lo que conviene o no conviene visitar, cómo protegerse de los virus y de otras amenazas más dañinas… además de contestar a las preguntas que hagan los visitantes (no sólo jóvenes, también padres, abuelos o profesores).

Lo cierto es que a los padres españoles nos preocupa mucho el uso que nuestros hijos hacen de Internet, especialmente en lo que se refiere a la violencia y el sexo, aunque curiosamente también somos de los que menos programas de filtrado utilizamos para evitar que visiten páginas con esos contenidos.

Seguramente muchos piensan, como yo, que no podemos poner puertas al campo, y que mejor será explicar a nuestros hijos qué se pueden encontrar y cómo reaccionar ante ello antes que prohibirles el acceso.

¿Has ‘rehecho’ tu vida?

Una de las preguntas que más nos hacen a las personas separadas o divorciadas es si hemos «rehecho» nuestra vida. Para casi todo el mundo «rehacer la vida» consiste en volver a emparejarse, tener novio/a o casarse de nuevo. Nunca he entendido ese concepto que viene a calificar mi vida como deshecha y que da a la pareja tanta importancia como para elevarla a la vida entera.

Yo siempre respondo que mi vida está perfectamente como está, que soy feliz con ella, con mis hijos, mis amigos, mi trabajo…; que no tengo nada que rehacer -por algo estará deshecho, ¿no?- y que si quieren saber si tengo una nueva pareja es mejor que lo pregunten directamente.

Raro es el día en que alguien no pronuncia la dichosa frase. Hoy mismo acabo de leer que el cuñado de Letizia Ortiz ha rehecho su vida. Y parece que también lo ha hecho Britney Spears o la infanta Elena.

Según la RAE, rehacer es «volver a hacer lo que se había deshecho, o hecho mal». Y reducir la vida entera al hecho de tener o no tener pareja me parece un concepto bastante pobre. ¿Y tú? ¿qué opinas?

Maternidad, de Oswaldo Guayasamín.

Maniatados, aislados y sedados en centros que deberían protegerles

Menores maltratados, maniatados, obligados a desnudarse sin justificación aparente, castigados en una celda de aislamiento por eructar… La lista de hechos que, presuntamente, han sufrido un montón de chavales en centros de menores de toda España pone los pelos de punta. Lo ha desvelado el Defensor del Pueblo, tras analizar la situación de estos centros a raíz de las denuncias de algunos padres y de varios psicólogos que han trabajado allí. Acabo de escuchar a Manuel, uno de esos psicólogos, en RNE. Él sólo aguantó unos días en un centro (La Jarosa). Nunca había trabajado con menores y tras ver que algunos vigilantes los lanzaban contra el suelo para inmovilizarlos, y otras salvajadas similares, decidió irse de allí y denunciarlo.

Me ha llamado la atención el hecho de que la mayoría de los centros de menores estén gestionados por entidades privadas (concretamente 55 de los 58 centros existentes en España están en manos de empresas privadas). Ya veo que no gozan del mismo prestigio que las que gestionan un colegio, una universidad o una clínica privada. Debe ser porque a las primeras les pagamos todos y a las últimas sólo quien está contento con sus servicios.

El informe del Defensor del Pueblo habla de «una realidad extremadamente dura, dolorosa y compleja, cuyos graves problemas alcanzaban límites inesperados». Cita una serie de «medidas educativas correctoras y creativas» que escondían «prácticas contrarias a los derechos de los menores», como atar a dos menores uniéndolos por las muñecas, prohibirles salir al patio durante una semana, darles un montón de tranquilizantes para que se calmasen, darles alimentos sin cubiertos para que comiesen con las manos…

Y todo eso en unos centros que, presuntamente, deben velar por la educación, los derechos y la protección de unos menores que han llegado allí después de una infancia difícil, en muchos casos escapando de un pasado de maltrato que el destino les ha vuelto a poner en presente. ¿Cómo reaccionarán en el futuro cuando cumplan 18 años y deban abandonar esos centros?

Jugando a ser jueces

Mis hijos han pasado toda la tarde juzgando a un hombre por el maltrato al que sometía a su hija. «¡Vaya hijo puta! Mamá, ¿has visto esto?» Cuando me he acercado a ver lo que querían enseñarme me he encontrado con un vídeo en el que una chica de 15 años explica cómo su padre la perseguía por su casa armado con un cuchillo, los puñetazos que le daba, cómo una vez le cortó el pelo para dejárselo «como a un chico» por llevar un piercing en la lengua… El vídeo forma parte de un reportaje de El mundo sobre maltrato a menores.

El padre siguió dando palizas a su hija hasta que la madre lo descubrió todo. «Es un hijo puta, aunque sea padre», ha dicho muy serio mi hijo pequeño cuando hemos terminado de ver el vídeo. «Un grandísimo hijo de puta», ha añadido el mayor. Después de lo que acababa de ver y de cómo les ha afectado no me he atrevido siquiera a afearles el lenguaje.

Entonces es cuando han empezado a jugar a ser jueces. Primero han condenado al padre a muerte -en su opinión la merecen todos los terroristas, asesinos, violadores y maltratadores-; cuando he intervenido en la conversación para explicarles que vivimos en un estado de derecho y que aquí, afortunadamente, no se aplica la pena de muerte, uno de ellos ha dicho que, como mucho, le rebajaría la pena a cadena perpetua.

Los dos están de acuerdo en que ese hombre debería dormir a la sombra el resto de sus días, «sin posibilidad de reducciones de condena ni leches de esas, ¿o la chica tiene que esperar a que salga de la cárcel cuando ella tenga 25 años y le vuelva a pegar?», ha dicho el mayor. Siguen hablando del tema, y creo que el debate va para largo.

«Ya no sabría ligar»

Estaba el otro día con una amiga en un bar. La dejé un momento sola y cuando volví me la encontré hablando con un chaval de unos 18 o 20 años. Cuando él se fue me contó, entre risas, que había intentado ligar con ella mediante un curioso procedimiento: le estaba diciendo que un amigo suyo quería conocerla, que la llevaba mirando toda la noche desde la otra punta del bar y que le había mandado a él de emisario para iniciar el contacto si a ella le gustaba el chico.

Ella, que ha pasado de los treinta y tiene pareja estable desde hace diez, no daba crédito. «Ya no sabría ligar con la gente de esta generación», me dijo entre risas. «¿Tus hijos también lo hacen así?», me preguntó inmediatamente.

Tendré que preguntarles, aunque no creo que tengan la más mínima intención de contarme cómo lo hacen. Lo único que suelen decir es que ellos son los únicos que se lanzan y que ellas «se sientan a esperar a que les entre un tío» y nunca toman la iniciativa.

¿Cuántas veces eres capaz de ver el mismo vídeo?

«He visto esa peli diez o doce veces». Lo dice orgulloso, y no parece cansarse de ver una y otra vez la misma película. En este caso mi hijo hablaba de Como Dios, protagonizada por Jim Carrey, pero podría haberlo hecho de Piratas del Caribe, 60 segundos, Enemigo público, o de su adorada Los chicos del coro, que ha debido ver más de veinte veces -tres o cuatro de ellas conmigo-.

No le pasa sólo con las películas ni se siente solo en esto. Su hermano tampoco se cansa de ver algunas series de televisión: da lo mismo la cantidad de veces que Antena 3 repita los capítulos de Los Simpson, a ellos siempre les apetece verlos.

Algo parecido les ocurre con Friends: no importa cuántas veces vean el mismo capítulo, las bromas siempre les parecen divertidas. He llegado a verles decir largas frases enteras unos segundos antes de que las pronuncie un personaje. A veces lo hacen también en inglés y creo que cuanto más veces repiten la misma broma, más les gusta.

Esta tarde han pasado un buen rato muertos de risa repitiendo sin parar un vídeo de Youtube con respuestas absurdas de los concursantes del programa de Carlos Sobera.

Sus risotadas se oían desde todos los rincones de la casa y no han parado hasta que no me he acercado al ordenador para verlo con ellos. ¿Y a ti? ¿también te gusta ver los mismos vídeos una y otra vez? ¿cuántas veces eres capaz de hacerlo?

¿Sales hoy? No te drogues

No lo digo yo, lo dice la Cruz Roja en su nueva campaña para reducir el consumo de drogas entre los adolescentes, en la que ofrece a los chavales alternativas de ocio para pasárselo bien sin necesidad de ingerir ninguna sustancia adictiva.

La campaña ofrece información a los más jóvenes sobre qué son las drogas, qué efectos producen, qué consecuencias negativas pueden tener, cómo prevenir su consumo…

Lo mejor de la campaña es que no se presenta, como suele ser habitual en estos casos, con folletos -a los que los chavales no prestan ninguna atención- ni con anuncios televisivos. Qué va, se hace acudiendo directamente a las zonas de ocio más frecuentadas para hacer botellón o ir de bar en bar. Y se prolonga desde las ocho de la tarde hasta las dos de la madrugada.

La organización ofrece una dirección confidencial de correo electrónico, nolodudes@cruzroja.es, para resolver dudas relacionadas con el consumo de drogas y con algunas conductas de riesgo que pueden asociarse a ellas, como el sexo inseguro o la conducción imprudente.

La campaña se está desarrollando en Madrid -el próximo fin de semana la cita será en la zona de Moncloa- pero que tal vez debería repetirse en otras ciudades. ¿Qué opinas sobre ella? ¿crees que será más efectiva que el reparto de folletos?

¡Por fin han vuelto a clase!

Han tenido que hacer un gran esfuerzo para madrugar después de tantos días de vacaciones. Y yo para conseguir sacarles de la cama. ¡Por fin mis hijos han vuelto a clase!

Creo que nunca lo había deseado tanto. Estas vacaciones han batido su récord de horas de sueño. Yo, que soy dormilona, no puedo entender cómo el pequeño ha llegado a pasar casi tres días seguidos durmiendo, por mucho que pasara la noche en vela en Nochevieja. Después de la gran fiesta, durmió durante todo el día 1, el día 2 seguía dormitando un rato en la cama y otro en el sofá, y el día 3 insistía en que todavía tenía sueño.

Su gran obsesión es ir al revés que todo el mundo. Cuando tocaba dormir ellos empezaban a ver una película o a echar una partida de cualquier videojuego, cuando yo me levantaba para ir trabajar ellos estaban casi en el primer sueño. Y a la hora de comer seguían en la cama. Así que al llegar la noche seguían sin sueño.

He intentado corregir esos horarios pero no he tenido ningún éxito. Tratar de controlarles en casa mientras estás trabajando es bastante complicado, la verdad. Y ellos aprovechaban las horas en las que yo estaba fuera para seguir en la cama, comer poco y mal, y pasar horas muertas ante una pantalla.

Después de levantarse esta mañana a las ocho creo que por fin vamos a poder dormir todos tranquilos esta noche. Aún no me lo creo.