Apenas se hizo pública esta mañana la noticia del asesinato de Bin Laden, algunos contertulios habituales de radio y televisión se lanzaron a dictar sentencia sobre lo sucedido. Algo realmente temerario si se tiene en cuenta la falta de información contrastada que aún padecemos.
A diferencia de la política local, un análisis riguroso de la compleja arena internacional implica mucho más que montarse a lomos de la ideología y tirar para adelante. Requiere no pocos matices y consideraciones. Más aún en este mundo en constante transformación.
Empecemos por lo que sí sabemos: acusar a Obama de pistolero no se corresponde con la actuación hasta el momento del presidente de EEUU.
Ryan Lizza explica en The New Yorker que Obama oscila en su administración entre dos bandos: los llamados idealistas, representados por gente como Gayle Smith, Dennis Ross y Samantha Power (autora del libro “A problem from Hell”, en el que defiende la intervención militar con fines humanitarios), y los pragmáticos como Thomas Donilon y Denis McDonough.
Y hasta ahora se ha comportado de manera tal que ha sido capaz de desilusionar a ambos. En especial a los idealistas, en su mayoría mujeres según sostiene The New Yorker, que creen en el deber de EEUU de fomentar la democracia fuera de sus fronteras y de actuar en caso de inminente genocidio.
Dos ejemplos: no dudó en situar al país en un segundo plano de la ofensiva aérea sobre Libia promulgada por la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, intervino pero sin intervenir demasiado, y tampoco en ningunear al temperamental y prestigioso Richard Holbrooke, hoy desaparecido, cuando consideró que debía enviar más tropas para afianzar su posición en Afganistán en lugar de emprender la retirada.
Una mirada cargada de matices
Quizás sea por los años que pasó en Indonesia, pero Obama no es uno de esos estadounidenses carentes de mundo, que vislumbran la realidad en blanco y negro. Conoce sus laberintos, sus contradicciones. Y parece fabricar respuestas acordes a cada oportunidad. De allí lo que se muchos interpretan como un movimiento pendular.
Como veíamos en la anterior entrada, es un defensor acérrimo del “poder blando”. Característica que lo lleva a avanzar a paso lento, comedido, sopesando hasta el paroxismo sus consecuencias, pues se trata de un activo extremadamente frágil.
Él mismo se ha definido más próximo a la política internacional de John F. Kennedy, del Ronald Reagan de los primos años y George Bush padre, que a la vehemencia idealista, en un sentido y otro, de Bill Clinton y George W Bush.
Si tenemos en cuenta estos precedentes, y el tiempo que se dice que tardó en gestarse la operación para terminar con Bin Laden, no podemos sentenciar que haya sido un acto precipitado, al estilo de Clinton en Somalia o de Bush hijo en Irak.
Sin dudas, se deben haber analizado todas las posibilidades: por ejemplo, pedir al gobierno de Pakistán que colaborara en la misión contra el terrorista saudí.
¿Pero cómo confiar en el ISI? ¿Cómo pedir a los militares paquistaníes que arresten a su vecino en Abbotabad? ¿Cómo no vislumbrar que mantener a Bin Laden en una cárcel de Islamabad, a la espera de la extradición, no iba a generar un vasta ofensiva talibán desde las zonas tribales? ¿Cómo poner en jaque, en contradicción con sus propios intereses, a una nación nuclear? ¿A los generales que gestaron y ampararon a los talibanes y sus aliados y que la CIA sostiene que saben dónde están el mulá Omar y Ayman al-Zawahiri?
Vista la línea de conducta de Obama, y los escasos elementos de análisis con los que contamos hasta ahora, da la impresión de que ha sido una operación destinada a minimizar daños. Una operación quirúrgica, comedida, racional hasta el extremo, como el propio presidente.
Fotografía: EFE