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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Un gran paso contra la violación como arma de guerra

Cuando en el año 2008 comencé a rodar el documental “La guerra contra las mujeres” fue en parte porque vi que la comunidad internacional empezaba a dar pasos para hacer frente a la violación sistemática de mujeres en los conflictos armados.

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Durante miles de años el cuerpo de la mujer ha sido considerado un botín más de guerra. Una realidad por pocos cuestionada, inclusive a lo largo del siglo XX, cuando ya las sucesivas convenciones de Ginebra habían puesto en primer plano la importancia de la protección de los civiles en los enfrentamientos bélicos.

La reacción del mundo

El primer gran logro para sacar a luz, prevenir y castigar esta práctica tuvo lugar en los años noventa, cuando el Tribunal Penal Internacional para Ruanda sentenció que la violación sistemática de mujeres tutsis había sido un crimen de guerra.

Luego vino otro fallo fundamental, en el año 2001, del Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia, que sostuvo que la violación de mujeres en la ciudad de Foca fue un crimen contra la humanidad (cuyos derroteros narré desde la propia Foca en este blog).

Dos resoluciones muy importantes del Consejo de Seguridad de la ONU apoyaron este proceso: la famosa 1325 y la 1820.

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Ahora, la comunidad internacional está a punto de dar otro gran paso. Entre los días 11 y 13 de junio, representantes de 140 países se reúnen en Londres, para acordar una serie de medidas para poner fin a esta lacra.

La convocatoria es del Gobierno Británico, de la ONU y de la actriz Angelina Jolie en su calidad de embajadora de ACNUR. El lema central es #timetoact.

Apoyo en Madrid

Tengo la suerte de que el documental “La guerra contra las mujeres” va a ser proyectado en varias ocasiones a lo largo de esos días en Londres. Y, el próximo martes 27 de mayo, a las 19:00 horas, aquí en Madrid, se hará también una proyección y posterior debate en Caixa Forum.

Desde ya, dar las gracias a Daniel Pruce y a todo su equipo de la Embajada Británica en Madrid por preocuparse y ocuparse tan sinceramente de esta cuestión.

Y a todos vosotros, invitaros a venir el martes. Presenta Anna Bosch.

Reencuentro con víctimas de la violencia sexual en Congo (3)

El testimonio de Vumilia Balangaliza se ha convertido en un referente en este blog, pues en más de una ocasión nos hemos referido a él para poner de manifiesto las terribles consecuencias físicas y psicológicas de la guerra que en tantos lugares del mundo se libra de forma sistemática contra las mujeres.

Pero también hemos apelado a Vumilia como ejemplo de la capacidad de superación que muestran muchas de estas mujeres. Extraordinaria capacidad para no claudicar ante el peso de unas afrentas cuyas dimensiones nos resultan imposibles siquiera de atisbar a quienes llevamos una existencia ajena a los horrores de los conflictos armados.

Ya en nuestro primer encuentro, hace poco más de un año, cuando Vumilia nos condujo a su chabola en el barrio de Panzi, descubrimos la pasión y el esmero con los que cuida a sus cinco hijos (en especial al pequeño Patience). También vimos cómo cada tarde cogía su bolso, se lo colgaba de los brazos y salía a mendigar.

De los tres reencuentros que vivimos en estas semanas, el de Vumilia ha sido sin dudas el que ha tenido un mejor sabor. Más allá de los miedos iniciales a que pudiera tener alguna enfermedad, Patience está creciendo sin problemas. Es más, se trata de un niño muy activo (tanto que su madre no lo puede descuidar un instante). Por otra parte, Vumilia ha dejado la mendicidad y ahora se dedica a la venta de carbón en el mercado. Aunque la transformación de mayor calado en su vida es la casa que estrenará dentro de un mes.

A raíz de la publicación de su historia en estas páginas, una serie de voluntades se pusieron en marcha en España, para luego dar el salto a la República Democrática del Congo, y poder comprarle a Vumilia una vivienda. La primera propiedad con la que cuenta desde que lo perdiera todo en la guerra. Una casa de tres habitaciones en el mismo barrio de Panzi. La organización África Directo ha cumplido un rol fundamental en toda sumatoria de voluntades, así como la hermana Teresa en Bukavu.

Por mi parte, que ningún mérito ni incidencia he tenido en esta historia, agradecer sinceramente a todos los que tomaron la decisión de movilizarse en pos de Vumilia.

(Fotografía: HZ)

Reencuentro con víctimas de la violencia sexual en Congo (1)

A lo largo de las últimas semanas nos hemos reencontrado con algunas de las mujeres, víctimas de la violación como arma de guerra, a las que conocimos el pasado año en la República Democrática del Congo. Una forma de tratar de comprender cómo los terribles crímenes que sufrieron condicionan sus existencias a lo largo del tiempo.

Jeanne Mukuninwa

Cuando conocimos a Jeanne le acababan de practicar la quinta operación para tratar de reconstruirle el sistema reproductor que los soldados le destruyeron con sus bayonetas después de violarla. Toda una demostración de la duración de los efectos, no sólo psicológicos sino también físicos, de la guerra que en la República Democrática del Congo se lleva a cabo contra las mujeres, con el telón de fondo de la lucha por recursos naturales como el coltán.

El pasado mes de julio la sometieron a una nueva intervención: la sexta. Según explica, no con poca desazón, aún le quedan dos pasos por el quirófano más: en octubre y en marzo.

«Llevo cuatro años de operaciones. Los médicos del hospital Panzi me dicen que la de marzo será la última, aunque no están del todo seguros», afirma. «Unas intervenciones se centran en la vagina y otras en el útero. Espero que el sufrimiento pueda terminar pronto».

El año pasado, Jeanne se dedicaba a vender golosinas, galletas y cigarrillos en la vía pública, si bien la mayor parte de la ayuda para subsistir la recibe del hospital Panzi. Ahora centra sus días en tejer guantes de lana que también ofrece en las calles y que la gente usa para lavarse. Dice que le gusta tejer, que la ayuda a no pensar, a relajarse, en especial después de las operaciones, cuando el dolor le impide caminar.

También se ha cambiado de casa. Antes compartía una habitación con otras mujeres. Su actual vivienda, que alquila, está en una zona un poco más apartada de la calle principal de Panzi, más tranquila. Se trata de una chabola de ladrillos de adobe y techo de zinc, que también comparte con otras mujeres. Jane se muestra contenta por el cambio.

Otra de las transformaciones recientes en su vida es que ha comenzado a ir a la escuela, desde cero, porque no sabe leer ni escribir. Se la ve entusiasmada con sus cuadernos y libros. Un universo nuevo por descubrir. Sólo lamenta que las intervenciones quirúrgicas la obliguen a faltar a clase de forma regular.

Con respecto al futuro, no se hace preguntas. Dice que prefiere no pensar qué ha sido de su familia desde que un equipo de MSF la recogió tras haber sido violada en la región de Shabunda, hace cuatro años, y la trajo a Bukavu.

«No sé cómo están. No tengo noticias. No sé si siguen vivos a no. Quizás, cuando esté recuperada físicamente y cuando se acabe la guerra, vuelva a buscarlos a Shabunda. Ahora, estoy sola. Mi familia son mis vecinas y los médicos del hospital Panzi».

(Fotografía: HZ)

Continúa…

La violación como arma de guerra: sin castigo en Bosnia

La semana pasada, Milan y Sredoje Lukic, dos primos serbobosnios que lideraban un grupo paramilitar autodenominado Beli Orlovi (Águilas Blancas), fueron condenados por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia.

Milan Lukic, que fue arrestado en Argentina en el verano de 2005, deberá pasar 41 años en prisión. La sentencia de Sredoje Lukic, que se entregó a la justicia aquel año también, establece una reclusión de 30 años, pues no se ha podido demostrar su presencia en uno de los escenarios de los crímenes por los que fueron juzgados.

En junio de 1992, en la localidad de Visegrado encerraron a 142 niños, mujeres y ancianos musulmanes en dos casas a las que luego prendieron fuego. La fiscalía calificó estos hechos de “limpieza étnica”. Las acusaciones contra Milan y Sredoje Lukic incluían asesinato, tortura, secuestro, robo y destrucción de propiedad.

Amnistía Internacional se lamenta de que no se sumaran a estos cargos los de violación. Según Nicola Duckworth, directora del Programa para Europa y Asia Central de Amnistía Internacional:

Las mujeres violadas en Visegrado merecen justicia también. Los responsables de esos delitos también deben rendir cuentas… Más de una década después de la guerra, estas mujeres se ven obligadas a vivir con el recuerdo de su sufrimiento, sin poder recibir reconocimiento y una compensación.

Tanto el Tribunal para la ex Yugoslavia como el Tribunal Estatal de Bosnia y Herzegovina han reunido pruebas fidedignas sobre el secuestro de jóvenes posteriormente recluidas, violadas y sometidas a otros delitos de violencia sexual en el hotel Vilina Vlas, cerca de Visegrado. Esas pruebas señalan la responsabilidad de Milan y Sredoje Lukic como autores de violación y otros delitos de violencia sexual. Más de 200 mujeres fueron violadas por los paramilitares en hotel Vilina Blas.

Bakira Hasecic, de la Asociación de Mujeres Víctimas de la Guerra, que fuera violada y expulsada de Visegrado, lleva años manifestando su insatisfacción ante la omisión de este delito entre las acusaciones contra los primos Lukic. También ha señalado el desinterés del Tribunal por el bienestar de las víctimas.

En 1992 fue llevada a una estación de policía en Vinegrado. Le ordenaron que se sacara la ropa y la violaron:

Había un sillón, una barra, algunas sillas y la mitad de la habitación estaba decorada con madera. Vi a Milan Lucik y Sredoje Lukic. Sabía muy bien quién era Milan. Con un cuchillo curvo me dijo que me sacara la ropa. Pensé que era una broma. Pero me di cuenta que de sostenía el cuchillo frente a mí.

Se estima que unas 40 mil mujeres sufrieron violaciones durante la guerra de Bosnia. A pesar de la resolución 1820 del Consejo de Seguridad de la ONU, que fue aprobada en 2008 para potenciar las propuestas de la 1325, y de las numerosas promesas de la Comunidad Internacional, la violación como arma de guerra sigue sin encontrar justicia para las víctimas. En este blog ya lo hemos visto de primera mano en la República Democrática del Congo, en Uganda y en Sudán.

El bosque de las mujeres que aguardan

No resulta sencillo dar con el doctor Dennis Mukwege. Cuando no está en la sala de operaciones, se encuentra reunido en su despacho o fuera del país. Su secretario me pide que aguarde. Y así lo hago, durante horas, en los abarrotados pasillos del hospital Panzi, principal centro de referencia del Congo para mujeres víctimas de violaciones.

Finalmente, cuando me recibe, experimento la misma sensación que tuve hace años, en la primera entrevista que realicé a Mohammed Yunnus, el padre de los microcréditos y posterior premio Nobel de la paz. Me digo que, tarde o temprano, este hombre dará que hablar en el mundo, por su compromiso moral, su labor humanitaria y su carisma.

Enfundado en una bata blanca, alto, corpulento, mira su agenda y me dice que vuelva dentro de nueve días, que entonces le formularé cuantas preguntas quiera.

Podría resultar desalentadora la espera, pero no lo es, ya que también me autoriza para que comience a filmar en el hospital, desde las salas de urgencias hasta los quirófanos; para que hable con médicos, enfermeras y pacientes.

La espera

En la parte posterior del centro de salud encuentro el área donde las mujeres aguardan a ser operadas. Una suerte de galpón donde realizan labores manuales, donde se les da de comer.

Y, alrededor, se halla un breve bosque en el que acampan junto a sus niños y pertenencias. Algo muy común en los hospitales de los países pobres, cuyas inmediaciones se suelen convertir casi siempre en improvisados poblados.

Las pacientes sufren fístulas obstétricas. Una lesión entre la vagina y el recto y la vejiga que las condena al dolor perpetuo y la incontinencia. Mal acerca del cual ya he hablamos en Viaje a la guerra al conocer la labor de Becky Kiser en Etiopía.

Allí se trataba de mujeres que la sufrían como consecuencia de la malnutrición y de los partos prematuros. En el hospital Panzi, la mayoría la padecen por culpa de las violaciones, de los objetos que los abusadores les introdujeron en los genitales.

Muchas han tenido que caminar durante semanas para llegar aquí, como Jeanne Mukuninwa, a la que ya le han practicado cinco operaciones. Y para no pocas, el bosque es también el sitio donde fueron abusadas por las milicias, donde permanecieron como esclavas sexuales durante meses.

Las mujeres conversan, tejen, al tiempo en que los niños corren, juegan, entre los árboles. El viento mece la ropa que han colgado a secar. Al fondo, un gran edificio blanco alberga el preoperatorio y el quirófano.

Diez de ellas ingresan allí cada día para que los médicos intenten reparar el brutal daño que les causaron los soldados. Médicos formados por el doctor Mukwege en colaboración, causalmente, con el Hospital de Fístula de Addis Abeba.

Continúa…