Después de vivir más de 20 años en Canarias casi había olvidado lo que era el otoño. Pero aquí en Cerdeña la nueva estación ha llegado puntual. Con lluvias y fresquito.
Así que estoy más feliz que una perdiz. Porque me estoy dando unos baños de otoño increíblemente hermosos.
Que por cierto, son un buen remedio contra el maldito coronavirus. Ningún espacio hay más ventilado que el campo, los parques y los jardines. Ninguno es más relajado. Y por si fuera poco, el aire y el sol refuerzan nuestro sistema inmunológico, haciéndonos más fuertes contra el bicho.
Te cuento a continuación mi último gran paseo sardo que también incluye una nueva entrada del #VídeoBlog. ¿Ya te has suscrito?
Pequeñín y muy amenazado
Pero hablemos de bichos. El año pasado, por estas fechas, estaba en la Montaña Palentina disfrutando de la famosa berrea de los ciervos. Ya sabes, cuando los machos entran en celo y se ponen a berrear como locos para intentar atraerse el mayor número posible de hembras.
Pensé que viviendo en Cerdeña me iba a quedar sin este espectáculo. Pero he descubierto que aquí también hay ciervos. Lo más curioso es que son muy especiales: la subespecie sardo-corsa del ciervo europeo. El Cervus elaphus corsicanus.
Este ciervo se extinguió en Córcega a mediados de los años sesenta y apenas quedaban unos pocos animales en Cerdeña. Pero por suerte, gracias a importantes trabajos de conservación y reintroducción, actualmente está fuera de peligro. Hay unos 10.000 ejemplares en Cerdeña y alrededor de 2.500 en la vecina isla francesa de Córcega.
El ciervo sardo es más pequeño y oscuro que nuestros ciervos de Monfragüe o del Monte del Pardo. Así que yo me esperaba un bramido también más pequeño, menos potente. Pero resultó exactamente lo contrario.
Berrea en el oasis del ciervo
Me fui a escucharlos al Monte Arcosu, un bosque protegido propiedad de la asociación WWF Italia, la del famoso logo del panda. Es un espeso bosque de maquis mediterráneo donde sobre todo crecen encinas, acebuches y lentiscos.
Ponte en situación. Estoy en medio del monte. Empieza a hacerse de noche. Hay un silencio casi sepulcral y de repente oigo a mi lado que algo o alguien pisa una rama. Podría ser un jabalí, pensé. Pero de repente bramó a mi lado un macho de ciervo, con una potencia y una profundidad que, lo reconozco, me los puso de corbata.
Yo esperaba que se pareciera a nuestros ciervos hispanos. Pero los sardos rugen como dinosaurios. Te lo juro. Sonaba igual que un Tiranosaurio rex de Parque Jurásico. Eso eso sí, ese concierto sardo no lo olvidaré mientras viva.
Y aunque no tengan nada que ver esos ciervos chiquitines con los dinosaurios, yo a partir de ahora los relacionaré siempre con Parque Jurásico y la famosa banda sonora de John Williams. Llámame rarito.
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