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Cuidado con los productos «matavirus», y con las desinfecciones que pueden favorecer las superbacterias

De toda crisis siempre hay quien saca tajada. Hace unos días un nuevo informe de Oxfam nos revelaba el nada sorprendente dato de que los más ricos se han enriquecido durante la pandemia, mientras que los pobres se han empobrecido. No se puede objetar a nadie que venda un producto legal. E incluso si hay casos en los que el oportunismo de hacer dinero de una desgracia para la humanidad no causa demasiada simpatía, tampoco se trata en este blog de dar lecciones morales.

En cambio, sí se trata aquí de advertir contra las ofertas comerciales pretendidamente basadas en la ciencia que pueden llevar a algunas personas a engaño o a confusión, y muy especialmente cuando no solo se trata de algo que puede ser innecesario o inútil para quien lo consume, sino que además puede ser enormemente perjudicial para todos.

Ya conté aquí en mayo de 2020 cómo el pánico provocado por la pandemia estaba alumbrando una nueva pseudociencia, la de la seguridad contra la COVID-19: absurdas desinfecciones de calles y felpudos matavirus, ineficaces tomas de temperatura y cámaras térmicas, innecesarias luces UV germicidas y duchas de ozono. Y debemos recordar por qué todo esto es pseudociencia. La pseudociencia es algo que se presenta como ciencia pero que no lo es. Y una de las razones por las que puede no serlo es por proclamas falsas, exageradas o infalsables. Incluso en el caso de la luz germicida y el ozono, que al menos sí hacen lo que se dice que hacen, el problema es que el intento de vender estos sistemas se basa en proclamas exageradas, en meter miedo sobre un riesgo del que no hay constancia científica, por no decir que sencillamente no existe en la gran mayoría de los casos.

Imagen de Pixabay.

Imagen de Pixabay.

Con dos años de pandemia a nuestras espaldas, a estas alturas todo el mundo debería saber ya que el peligro está en el aire. No en las sillas, ni en los parques infantiles, ni en la hoja del menú de un restaurante, ni en el correo, ni en los paquetes de Amazon, ni en el carro del súper, ni en un billete de 20 euros, ni en el pasamanos de una escalera mecánica, ni muchísimo menos en el suelo.

Que la sociedad en conjunto haya tomado conciencia de que debemos ser un poquito más limpios y lavarnos las manos a menudo con agua y jabón es un avance. Que tratemos de evitar aquellas cosas que todo el mundo toquetea es algo que nunca está de más. Un servidor utilizaba siempre los guantes de plástico de las gasolineras desde mucho antes de la pandemia (aunque debería buscarme unos no desechables); no por el olor a gasolina —el motivo por el cual los ponen, al parecer—, sino porque las superficies de contacto frecuente que jamás se limpian (teclados de cajeros o máquinas expendedoras, pomos de puertas en lugares públicos, etc.) tienden a acumular bacterias que uno no tiene por qué llevarse puestas.

En los días de mayor pánico, en la primavera de 2020, llamaba la atención cómo llegabas al supermercado y todo era desinfección y limpieza, e incluso te aconsejaban pagar con tarjeta para no manejar billetes. Pero luego tenías que marcar el PIN de la tarjeta en un teclado que todos los clientes tocaban. Era el teatrillo de la desinfección.

Sobra decir que en toda la pandemia no ha habido hasta ahora evidencias científicas sólidas de una transmisión generalizada del virus mediada por el contacto con superficies u objetos. Pero la publicidad de los productos desinfectantes o presuntamente esterilizantes no ha cesado de alimentar la idea contraria con proclamas exageradas, y a veces incluso claramente engañosas.

Por ejemplo, de cierto producto desinfectante se ha dicho que evitaba la replicación del virus en las superficies. Pero al contrario que las bacterias, ningún virus se replica jamás en una superficie o en un objeto inanimado. Los virus son parásitos obligados; necesitan invadir una célula diana para secuestrar su material molecular y utilizarlo para producir nuevos virus. Un virus sobre una superficie está inerte. Puede ser infectivo o no, dependiendo de su capacidad para conservar su integridad fuera del organismo hospedador.

Pero matar un virus fuera del cuerpo es enormemente fácil; no hay que hacer nada, porque se muere él solo. De hecho, mantener un virus vivo (es un decir, ya que un sector de la comunidad científica no los considera seres vivos) fuera de un organismo es mucho más difícil que matarlo. Los virus que se mantienen en cocultivos de laboratorio con sus células hospedadoras requieren unas condiciones muy estrictas y precisas, junto con un manejo muy cuidadoso en un ambiente estéril. Lo difícil es matar el virus cuando se encuentra dentro, ya que el cuerpo de su organismo huésped es la incubadora perfecta.

Pese a ello habrá quien piense que, en todo caso, un poco más de desinfección y esterilización, daño no hace. El problema es que sí, que daño sí puede hacer.

Esta pasada semana la revista The Lancet publicaba los resultados de un gran estudio colaborativo llamado GRAM, Global Research on Antimicrobial Resistance, o investigación global sobre resistencia a antimicrobianos, liderado por la Universidad de Oxford. El estudio viene acompañado por otros tres artículos. Uno de ellos resume el problema en el título: «La pandemia ignorada de la resistencia a antimicrobianos«.

La expansión de las bacterias resistentes a antibióticos, un problema del que ya he hablado aquí anteriormente, es una enorme, gigantesca, inmensa amenaza. No hay adjetivo lo suficientemente alarmante para describir su magnitud. Pero sí hay datos: según el estudio GRAM, en 2019 se produjeron en el mundo 4,95 millones de muertes asociadas a la resistencia bacteriana a antimicrobianos. De ellas, 1,27 millones vinieron causadas directamente por esa resistencia; es decir, que esas 1,27 millones de muertes se habrían evitado si las bacterias responsables de la infección hubiesen respondido a los antibióticos. En el caso de las restantes hasta los 4,95 millones, esas personas se habrían salvado si no hubiesen contraído la infección en primer lugar, pero la resistencia complicó su tratamiento.

El estudio GRAM es el más completo y exhaustivo hasta la fecha sobre esta cuestión: los autores han reunido los datos de 204 países y territorios en 2019, cubriendo 23 tipos de bacterias y 88 combinaciones de bacteria-antibiótico, o sea, resistencias específicas de un tipo de bacteria. De todas las bacterias incluidas en el estudio, la responsable de más muertes es Escherichia coli, la bacteria intestinal por excelencia, normalmente inofensiva, pero cuyas cepas más agresivas causan la mayoría de las intoxicaciones alimentarias. La siguen en este estudio Staphylococcus aureus, Klebsiella pneumoniae, Streptococcus pneumoniae, Acinetobacter baumannii y Pseudomonas aeruginosa. Estas seis acumulan 929.000 muertes directamente causadas por el patógeno resistente. En cuanto a las resistencias específicas, la primera en el ranking es la resistencia a meticilina de S. aureus, que por sí sola es responsable de más de 100.000 muertes.

Según estos datos, los autores apuntan que la resistencia a antimicrobianos es la tercera causa global de muerte (de un total de 174 causas) si se consideran todos los fallecimientos asociados, solo por debajo de los infartos cardíacos y cerebrales. Si se tienen en cuenta solo las muertes directamente atribuibles a la resistencia, es la 12ª causa de muerte, casi igualando la suma de VIH y malaria, y solo por detrás de la COVID-19 y la tuberculosis en cuanto a infecciones. De los seis patógenos más peligrosos, solo hay vacuna contra uno, S. pneumoniae, el neumococo que causa neumonías.

Los autores del estudio concluyen que la resistencia a antibióticos «es una gran amenaza a la salud global que requiere mayor atención, financiación, construir capacidad, investigación y desarrollo y un establecimiento de prioridades hacia patógenos específicos por parte de la comunidad de salud global«. Un editorial que acompaña al artículo advierte: «La resistencia a antimicrobianos se ha visto a menudo como un riesgo abstracto para la salud, una posible causa de enfermedad y muerte en el futuro. Este modo de pensar hace fácil ignorarlo. Pero las nuevas estimaciones exhaustivas muestran que está matando a mucha gente ahora. Los daños de la resistencia antimicrobiana están con nosotros hoy«.

Frente a este problema creciente, hay algo que como ciudadanos sí podemos y debemos hacer. En primer lugar, debemos hacer un uso racional y mesurado de los antibióticos, utilizándolos solo cuando son realmente necesarios. El uso excesivo de los antibióticos propicia que las bacterias sensibles desaparezcan en favor de las resistentes, y estas cuentan además con mecanismos genéticos propios para transferir esa resistencia a otras, incluso de distinta especie. Es cierto que en países como el nuestro la prescripción de antibióticos está más controlada que en otros. Pero el uso racional incluye también, por ejemplo, no automedicarnos con lo que sobró de un tratamiento anterior, ni mucho menos tomar antibióticos caducados, ya que el uso de dosis más bajas —como ocurre en un antibiótico pasado de fecha que ha perdido parte de su actividad— favorece la selección de resistencias.

Pero el riesgo de favorecer la expansión de superbacterias no está solo en el uso inadecuado de antibióticos, sino también de productos desinfectantes. Traigo de nuevo aquí algo que ya conté en noviembre de 2020, citando un artículo publicado entonces en The Lancet:

La desinfección regular de superficies conduce a “una reducción en la diversidad del microbioma y a un aumento en la diversidad de genes de resistencia. La exposición permanente de las bacterias a concentraciones subinhibidoras de algunos agentes biocidas utilizados para la desinfección de superficies puede causar una fuerte respuesta celular adaptativa, resultando en una tolerancia estable a los agentes biocidas y, en algunos casos, en nuevas resistencias a antibióticos”.

Por ello, los investigadores recomiendan la desinfección de superficies “solo cuando hay evidencias de que una superficie está contaminada con una cantidad suficiente de virus infectivo y hay probabilidad de que contribuya a la transmisión del virus, y no puede controlarse con otras medidas, como la limpieza o el lavado a mano de la superficie”.

Como también recordábamos entonces, los productos desinfectantes pueden estimular el intercambio de ADN entre bacterias, un mecanismo que utilizan para pasarse genes de resistencia a antibióticos. Una revisión reciente en la revista Current Research in Toxicology nos recuerda que «la repetida exposición de los microorganismos a desinfectantes, antibióticos u otros químicos genotóxicos puede causar que muten por procesos naturales, haciéndolos resistentes al repetido uso de geles de manos«. El artículo menciona que muchas de las bacterias circulantes más comunes ya son resistentes a muchos de los desinfectantes más utilizados.

Por lo tanto, también de los desinfectantes hay que hacer un uso racional: mantener un nivel de limpieza e higiene normal, el mismo que antes de esta pandemia. Limpiar con agua y jabón. Lavarnos las manos con agua y jabón. Desinfectar —preferiblemente con lejía normal— solo lo estrictamente necesario, como los baños, el frigorífico o la tabla de cortar alimentos. Huir de los productos que se venden como «antibacterias». No necesitamos champú antibacterias, friegasuelos antibacterias, esponja antibacterias ni lavavajillas antibacterias. Los niños tampoco los necesitan; de hecho, su sistema inmune es más fuerte que el de los que ya hemos cumplido ciertas edades. Estos productos no nos protegen de ningún peligro al que estemos expuestos, y en cambio sí pueden agravar otro que en las próximas décadas, si no lo evitamos, podría convertirse en la mayor amenaza infecciosa de este siglo.

Por qué la muerte de Enrique San Francisco debería recordarnos el peligro de la próxima gran pandemia

Este lunes se ha conocido la noticia del fallecimiento del actor Enrique San Francisco, después de dos meses ingresado a causa de una neumonía. Después de unas primeras informaciones algo confusas, varios medios han aclarado que, al parecer y según fuentes próximas al actor, la causa de su neumonía no era el coronavirus causante de la COVID-19, sino una bacteria.

Los medios han tirado de informaciones de instituciones sanitarias para explicar qué es la neumonía necrotizante o necrosante, la causa de la muerte de San Francisco. Pero hoy más que nunca es necesario explicar por qué este caso debería servir para elevar las alarmas sobre una gravísima amenaza sanitaria cada vez más seria y que se está ignorando, como hasta 2020 se ignoraron repetidamente las advertencias sobre la inminencia de una gran pandemia vírica.

La neumonía necrotizante es una complicación rara y grave de la neumonía, una infección pulmonar que afecta sobre todo a niños, ancianos y personas con enfermedades crónicas o ciertos factores de riesgo. Una neumonía, en su forma más común, puede venir causada por muchos tipos de microorganismos diferentes; el SARS-CoV-2 es uno de ellos. A menudo ocurre que una infección pulmonar vírica viene seguida por una infección bacteriana secundaria. Por ejemplo, los datos indican que la mayoría de las muertes de la gripe de 1918 se debieron a neumonías bacterianas secundarias.

Este es el motivo por el cual a muchos enfermos de cóvid se les administran antibióticos, incluso solo por si acaso, aunque no se ha observado una alta incidencia de estas infecciones bacterianas secundarias durante la pandemia; solo afectan a un 15% de los pacientes graves, pero el 75% están recibiendo antibióticos. También en España el uso de antibióticos en los hospitales aumentó de forma drástica a partir de marzo de 2020, con el primer pico de la pandemia.

El problema con el uso y abuso de los antibióticos es bien conocido: fomentan la aparición de cepas bacterianas resistentes. Los antibióticos actúan contra las bacterias sensibles, con lo que favorecen la proliferación de aquellas que no lo son. Además, esta resistencia a los antibióticos suele depender de genes móviles que las bacterias pueden pasarse unas a otras, incluso entre distintas especies, por lo que el crecimiento de estas cepas resistentes puede extender la resistencia a otras bacterias que previamente eran sensibles.

Imagen de microscopía electrónica (coloreada artificialmente) de un neutrófilo humano ingiriendo bacterias MRSA. Imagen de NIH.

Imagen de microscopía electrónica (coloreada artificialmente) de un neutrófilo humano ingiriendo bacterias MRSA. Imagen de NIH.

Pero si el problema parece más o menos conocido, no lo es tanto su magnitud: en los últimos años la resistencia a antibióticos ha crecido de forma alarmante. Se calcula que actualmente cada año mueren en el mundo 700.000 personas por infecciones bacterianas resistentes a antibióticos. Y se vaticina que en 2050 serán 10 millones cada año. Recordemos que hasta ahora la cóvid ha matado a unos 2,5 millones de personas.

El problema es tan preocupante que muchos expertos hablan ya de una era post-antibióticos, en la que nuestras armas contra las bacterias serán cada vez más flojas y escasas. Algunos antibióticos se reservan en los hospitales como último recurso cuando todo lo demás falla. Pero hay bacterias que resisten todos los antibióticos conocidos, incluso los de último recurso.

Cada vez son más las voces de expertos que están alertando de que la próxima gran pandemia será la de las bacterias resistentes. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido de que el uso indiscriminado de antibióticos durante la pandemia de cóvid está acelerando lo que vaticina como una «catástrofe de resistencia a antibióticos». «No hay tiempo que perder», dice la OMS.

La pandemia de las bacterias resistentes a antibióticos no sería tan explosiva como la de COVID-19. No hay una expansión tan rápida y directa como en el caso de un virus de transmisión respiratoria. Pero sería más letal y mucho más difícil de controlar. Mientras que los virus necesitan células adecuadas para proliferar y generalmente mueren al poco tiempo fuera de su hospedador, las bacterias pueden también transmitirse por el aire pero proliferar en cualquier lugar: en el agua, la comida, en cualquier superficie o en cualquier tejido del cuerpo. Muchas infecciones con estas cepas resistentes se contraen en los propios hospitales, donde las bacterias pueden colonizar y agazaparse en cualquier rincón.

Pero no solo los antibióticos favorecen la aparición de bacterias resistentes, sino también los productos desinfectantes. A estas alturas ya ha quedado suficientemente claro que las superficies no están jugando un papel relevante en la transmisión de la cóvid, por lo que no es necesario desinfectar de forma compulsiva, ni tampoco utilizar productos antisépticos más allá de su uso habitual; la higiene de manos con agua y jabón es la medida óptima recomendada, suficiente para prevenir los posibles contagios por el contacto directo, y los geles hidroalcohólicos y otros desinfectantes deben reservarse solo para cuando no sea posible lavarse con agua y jabón.

En una reciente carta a la revista Science, dos investigadores de la Universidad de Queensland (Australia) advierten: «La desinfección extiende la resistencia antimicrobiana«. «Los desinfectantes facilitan la adquisición bacteriana de resistencia antimicrobiana, potencialmente el mayor reto de salud global después de la pandemia de COVID-19«, escriben los autores, enumerando algunos compuestos desinfectantes para los que se ha probado la aparición de resistencias: compuestos de amonio cuaternario, el triclosán, la clorhexidina, el etanol (el alcohol de los geles) o el cloro, cuya concentración en el agua potable se ha aumentado en muchos lugares como prevención contra la COVID-19. «Así, el actual aumento de las prácticas de desinfección puede suponer un riesgo ambiental y para la salud pública al acelerar la expansión de las resistencias«.

Frente a todo ello, los autores recomiendan: «Para reducir la liberación de desinfectantes al medio ambiente, deben aplicarse políticas para reducir la desinfección innecesaria de superficies«, además de mantener la concentración de cloro en el agua en los niveles seguros que se han utilizado habitualmente y que son suficientes para eliminar el virus de la cóvid.

Y bien, ¿qué tiene todo esto que ver con el fallecimiento de Enrique San Francisco? Que yo sepa, no se han publicado detalles sobre cuáles han sido la especie y la cepa bacteriana responsables de la infección que ha causado la muerte del actor. Y es bien sabido que arrastraba problemas de salud. Pero sí, también las bacterias resistentes causan neumonía necrotizante.

Por ejemplo, la causada por estafilococos, una bacteria por lo demás muy común, viene provocada por una cepa de Staphylococcus aureus productora de una toxina llamada leucocidina de Panton-Valentine, cuyo gen procede originalmente de un virus bacteriófago o fago (virus que atacan a las bacterias). Esta toxina suele estar presente en las cepas de estafilococos resistentes a meticilina (MRSA, en inglés), de muy difícil tratamiento por su resistencia a numerosos antibióticos. Y las neumonías necrotizantes causadas por esta bacteria son letales en el 75% de los casos, incluyendo niños y adultos jóvenes y sanos. Recordemos que la letalidad de la cóvid está en torno al 1%.

En resumen, no sabemos si el de Enrique San Francisco ha sido un trágico caso de la resistencia bacteriana a los antibióticos, o si ha sido su salud débil la que finalmente se ha doblegado a causa de la infección. Pero debería ser una llamada de atención para que no olvidemos que la próxima gran pandemia está por llegar, y que puede ser mucho peor que la actual. Y que de nuestro uso responsable de antibióticos y desinfectantes puede depender ahora evitar una futura catástrofe.

Ideas muy extendidas sobre el coronavirus, pero incorrectas (4): por qué la desinfección hace más daño que bien

En lo referente a la prevención del contagio del coronavirus, hoy vengo a insistir en que es muy importante distinguir entre higiene y desinfección, por un lado, y por otro entre manos y superficies/objetos, ya que parece haber algo de confusión: el lavado concienzudo de las manos con agua y jabón ha sido una recomendación esencial de las autoridades sanitarias desde el comienzo de la pandemia, y hoy continúa siéndolo. El contacto directo de una persona a otra a través de las manos –contaminadas con gotitas, moco o saliva– es una vía de contagio, y probablemente es menos frecuente desde que nos lavamos más las manos y usamos mascarillas.

En cuanto a los desinfectantes de manos, ante todo debemos tener en cuenta que no es necesario (ni conveniente, por la razón que veremos más abajo) buscar productos raros o sofisticados que tratan de venderse como más eficaces: como señalaba una revisión de estudios científicos publicada en mayo, «la mayoría de los desinfectantes de manos más efectivos son formulaciones basadas en alcohol, que contienen 62-95% de alcohol».

Segundo, es importante recordar que estos geles NO sustituyen al lavado de manos: como recordaba la misma revisión, los geles hidroalcohólicos «son menos efectivos cuando las manos están visiblemente sucias o manchadas, y no sirven contra ciertos tipos de patógenos» (las investigaciones han mostrado que el agua y el jabón son más eficaces que los geles hidroalcohólicos contra patógenos como Cryptosporidium, Clostridium difficile y norovirus), por lo que estos productos deben reservarse «como alternativa para cuando el agua y el jabón no estén disponibles».

En cuanto a los objetos y superficies, y como ya conté aquí, los estudios científicos no han encontrado hasta ahora ni una presencia relevante del virus activo ni casos documentados en que los objetos, o fómites, estén actuando como vía relevante de transmisión; de existir, es muy minoritaria. Añadido a lo que ya expliqué anteriormente, una nueva carta publicada en The Lancet por científicos alemanes y austriacos ha revisado los estudios publicados hasta la fecha sobre esta cuestión, confirmando que «las cargas virales fueron realmente muy bajas en superficies en estrecha y permanente proximidad con personas que están expulsando el virus» y que, por lo tanto, las superficies y objetos representan una «probabilidad baja de propagación del virus».

Desinfección. Imagen de pxfuel.

Desinfección. Imagen de pxfuel.

Pero el artículo de estos investigadores subraya otro aspecto esencial que deben tener en cuenta quienes desinfectan solo por si acaso, porque daño no hace, y es que daño sí hace. Como escriben los autores de la carta, la desinfección regular de superficies conduce a «una reducción en la diversidad del microbioma y a un aumento en la diversidad de genes de resistencia. La exposición permanente de las bacterias a concentraciones subinhibidoras de algunos agentes biocidas utilizados para la desinfección de superficies puede causar una fuerte respuesta celular adaptativa, resultando en una tolerancia estable a los agentes biocidas y, en algunos casos, en nuevas resistencias a antibióticos».

Por ello, los investigadores recomiendan la desinfección de superficies «solo cuando hay evidencias de que una superficie está contaminada con una cantidad suficiente de virus infectivo y hay probabilidad de que contribuya a la transmisión del virus, y no puede controlarse con otras medidas, como la limpieza o el lavado a mano de la superficie».

Hoy nuestro quebradero de cabeza es un virus, pero no debemos olvidar que la comunidad científica viene advirtiendo desde hace años de la gran amenaza infecciosa del siglo XXI: las bacterias multirresistentes. Con una frecuencia demasiado elevada, pero generalmente ignorada por el público y más aún en estos tiempos de pandemia, están surgiendo cepas de bacterias resistentes a casi todos los antibióticos conocidos, incluso a los que se reservan como último recurso.

Como me contaba recientemente la microbióloga Manal Mohammed, de la Universidad de Westminster, «la diseminación global de bacterias resistentes a antibióticos representa una gran amenaza a la salud pública. Ha emergido resistencia a fármacos que representan la última línea de defensa contra algunas infecciones bacterianas graves, lo que indica que el mundo está al borde de una era post-antibióticos». Mohammed recordaba también que la pandemia agravará este problema, ya que la mayoría de los pacientes de coronavirus están recibiendo tratamiento de antibióticos contra las infecciones bacterianas secundarias: «La COVID-19 está acelerando la amenaza de la resistencia a los antimicrobianos».

La previsión de esta experta, en línea con lo advertido por organismos como la Organización Mundial de la Salud, es escalofriante: «Se espera que para 2050 diez millones de personas podrían morir cada año por infecciones bacterianas resistentes a antibióticos».

La explicación de todo esto reside en que los entornos a nuestro alrededor, e incluso en nosotros mismos, son ecosistemas microbianos. Y como en todo ecosistema, la desaparición de una parte de su población hace que otra pueda expandirse y colonizar el nicho vacío. La esterilización de los espacios a nuestro alrededor es solo una ilusión: recuerdo un estudio de hace unos años en el que investigadores de EEUU quisieron analizar las comunidades microbianas en los baños de una universidad. Para ello, comenzaron de cero, limpiando concienzudamente los baños con grandes cantidades de lejía. Lo que descubrieron fue que solo una hora después de la desinfección, las bacterias habían proliferado hasta adueñarse de nuevo de todos y cada uno de los rincones.

Cuando esterilizamos, las primeras bacterias que desaparecen son las más sensibles a estos agentes. Así, las más resistentes comienzan a proliferar y a ocupar los espacios, de modo que la esterilización solo ha servido para tener espacios cada vez más poblados por bacterias más resistentes. Los expertos vienen advirtiendo de la dañina proliferación de productos antimicrobianos de consumo para uso en los hogares, como jabones o limpiadores antibacterianos, o incluso bayetas o tablas de cocina. Todos estos productos no aportan nada, ya que normalmente en los hogares no estamos expuestos a concentraciones apreciables de microbios peligrosos mientras se mantenga el equilibrio de estos ecosistemas. En cambio, cuando eliminamos los inofensivos, damos espacio libre a los peligrosos. A esto se añade que los productos desinfectantes pueden estimular el intercambio de ADN entre las bacterias, un mecanismo que en muchos casos es responsable de extender la resistencia entre las comunidades microbianas.

En resumen, en los espacios normales de nuestra vida normal, lo aconsejable es simplemente una higiene normal, incluso en tiempos de pandemia. La desinfección y la esterilización allí donde no son necesarias y no aportan ningún beneficio solo van a servir para dejar un legado que lamentaremos durante generaciones, cuando nuestros antibióticos sean del todo inútiles.

Ideas muy extendidas sobre el coronavirus, pero incorrectas (2): la desinfección compulsiva y el humo del tabaco

Muchos ya lo han olvidado (o nunca llegaron a enterarse), pero en 2002 el mundo tuvo el primer aviso de lo que ocurre ahora. Fue entonces cuando surgió en China el coronavirus del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), hoy llamado SARS-CoV-1 por su similitud con el actual SARS-CoV-2. Diez años después saltó la alarma con otro nuevo coronavirus, el del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS).

En España tuvimos un caso de SARS y dos posibles de MERS que no se confirmaron; ninguna muerte. Las noticias apenas trascendieron. Cuando surgió el nuevo SARS-CoV-2, en un primer momento los expertos se ciñeron a lo que ya se sabía de anteriores coronavirus epidémicos. Pero pronto se comprobó que este nuevo virus era mucho más contagioso que los anteriores, aunque, por suerte, también mucho menos letal (unas diez veces menos que el SARS-CoV-1 y unas 30 veces menos que el MERS-CoV).

Pero la clave del desastre, lo que nos llevó a donde estamos hoy, fue otro dato crucial que al comienzo no se conocía: las personas sin síntomas o que aún no los habían desarrollado podían contagiar a otras, algo que no ocurrió con el SARS-CoV-1 ni el MERS-CoV. Así, cuando se pensaba que el virus aún no había salido de China, en realidad ya se había extendido por el mundo.

Este dato inicialmente desconocido fue el que llevó a dos errores: el primero, subestimar el probable alcance de la epidemia; el segundo, recomendar que solo las personas con síntomas debían llevar mascarilla. Los expertos confiaron en lo que ya sabían de virus similares anteriores, y se equivocaron. También en España, pero no solo en España. Estos errores se han pagado muy caro. Pero cuando antes de conocerse estos datos algunos profetas del apocalipsis avisaban del apocalipsis, no se basaban en el conocimiento científico existente, sino en otra cosa, llámese corazonada, intuición… Algunos tuvieron la intuición correcta sin saber nada de virus, de epidemias o de ciencia, mientras que los científicos se equivocaron.

¿Significa esto que la ciencia se equivoca? Bueno, sí, por supuesto. Siempre lo ha hecho. La ciencia no es infalible. Funciona por ensayo y error, lo cual quiere decir que el error forma parte intrínseca de la ciencia. Pero a diferencia de otras supuestas formas de conocimiento, rectifica constantemente, y cada vez que lo hace se acerca más a la realidad. Esto no es ninguna sorpresa para cualquiera que conozca cómo funciona la ciencia.

Sin embargo, lo curioso es que en este caso realmente no fue la ciencia la que se equivocó, sino los científicos; al comienzo de la pandemia aún no había datos reales sobre el nuevo virus. En aquellos momentos, lo único que la ciencia ofrecía era un gran «no sé». Por lo tanto, los científicos se equivocaron porque sus dictámenes de entonces no se basaban en la ciencia, que aún no tenía nada claro sobre el nuevo coronavirus, sino en suposiciones basadas en la experiencia. No quisiera hoy extenderme sobre esto aquí porque ya lo he explicado antes: la voz del experto solo tiene valor si está transmitiendo la ciencia real. Pero viene al caso para traer otras dos ideas aún muy extendidas sobre el coronavirus que tienen que ver con la voz de los expertos, y que sin embargo no tienen ninguna ciencia real detrás que las sustente.

La desinfección es esencial contra el virus: nada lo ha demostrado

Es curioso cómo el aluvión de estudios científicos publicados hasta la fecha ha tenido aún escaso efecto sobre las desinfecciones compulsivas. Pero es que imponer medidas de desinfección, si bien en general no tiene beneficios reales demostrados, en cambio es algo muy cómodo para las autoridades, ya que transmite la sensación de que se está haciendo algo, no solamente sin necesidad de cerrar nada, sino además generando negocio para las empresas que venden productos o servicios de desinfección.

Desinfección en Bilbao por el coronavirus de COVID-19. Imagen de Eusko Jaurlaritza / Wikipedia.

Desinfección en Bilbao por el coronavirus de COVID-19. Imagen de Eusko Jaurlaritza / Wikipedia.

Muchos virus se transmiten por fómites, objetos o superficies contaminadas, y es lógico que al comienzo de la pandemia se hiciera especial hincapié en la desinfección, sobre todo cuando la estructura del SARS-CoV-2 invitaba a sospechar que este virus era un claro candidato a dicha vía de transmisión. En los primeros tiempos, causaron un enorme revuelo ciertos estudios según los cuales el virus permanecía activo durante días en varios tipos de superficies.

Se desató la locura de la desinfección: ya no se trataba solo del lavado de manos y los geles hidroalcohólicos, sino que muchas personas colocaban felpudos desinfectantes en sus hogares para no traer el virus a casa desde la calle, y se entregaban con frenesí a desinfectar el correo, la compra, los paquetes de envío a domicilio… Las autoridades desinfectaban las calles e imponían normativas que centraban el mensaje de la «seguridad anti-cóvid» en los espacios públicos en la desinfección. Te desinfectaban la silla del restaurante antes de sentarte. Y mientras, al calor de la locura esterilizadora, proliferaba la oferta comercial con toda clase de métodos de desinfección, mejor cuanto más exóticos.

Pero al mismo tiempo, los expertos comenzaban a arrugar la nariz, porque pasaban los meses y el rastreo de casos en todo el mundo no lograba documentar con certeza ni un solo contagio por fómites. Algunos científicos comenzaban a criticar los estudios de la persistencia en superficies, en los que se habían empleado dosis imposibles del virus: el microbiólogo Emanuel Goldman, de la Universidad Rutgers, contaba a la revista The Atlantic que se necesitarían cien personas infectadas estornudando una tras otra en la misma mesa para alcanzar cantidades similares del virus a las empleadas en dichos estudios.

«En mi opinión, la posibilidad de transmisión a través de superficies inanimadas es muy pequeña», escribía Goldman en una carta a la revista The Lancet. «Pienso que los fómites que no han estado en contacto con un portador infectado durante muchas horas no representan un riesgo mensurable de transmisión en escenarios extrahospitalarios».

Recientemente, un nuevo estudio aún sin publicar ha valorado este riesgo de forma más concreta. Los investigadores han recogido muestras de 348 superficies de contacto frecuente en una localidad de Massachusetts: botones de semáforos, asas de contenedores de basura o pomos de puertas en tiendas, bancos y gasolineras, y en todas ellas han analizado la presencia del virus y el riesgo de transmisión. El resultado es que se encontraron trazas del virus solo en el 8% de estas superficies, y que incluso en estos casos el riesgo de contagio era ínfimo: menos de 5 en 10.000, estiman los autores, «lo que sugiere que los fómites juegan un papel mínimo en la transmisión comunitaria del SARS-CoV-2», escriben.

En definitiva, la transmisión por fómites continúa siendo teóricamente posible, de esto no cabe duda. Y las medidas básicas de higiene, como el lavado de manos –geles hidroalcohólicos, también, pero sobre todo y por encima de todo, lavado de manos–, siguen siendo muy recomendables. Parece que por fin, aunque muy poco a poco (aún no hay normativas al respecto), las autoridades comienzan a darse por enteradas de que el verdadero riesgo está en el aire que respiramos, y que por lo tanto el mensaje y las medidas fundamentales deben centrarse en la ventilación y la filtración. Ahora solo falta que empiecen a dejar de derrochar dinero y esfuerzo en desinfecciones inútiles.

El humo del tabaco aumenta el riesgo de contagio: llano y simple bulo

El humo del tabaco hace que el coronavirus se disperse más, o más lejos, de modo que aumenta el riesgo de contagio para quienes se encuentran cerca de una persona contagiada que fuma. Lo hemos escuchado de labios de algunos expertos. Así que será cierto, ¿no?

No. Se puede decir más alto: NO. A estas alturas sería vivir en una realidad alternativa negar que el tabaco es sumamente dañino. Pero al tabaco hay que culparlo de lo que es responsable, no del hundimiento del Titanic, a no ser que el vigía estuviera distraído fumando. Y repito: no existe ni una sola evidencia científica de que el humo del tabaco aumente de ninguna manera el riesgo de contagio para las personas que lo respiran. No existe ni una sola evidencia científica de que el humo del tabaco disperse más el virus, ni más lejos, ni aumente de ninguna manera su infectividad.

La prohibición de fumar en las terrazas que se extendió por España hace unos meses podrá justificarse por la molestia que el humo produce a las personas que se encuentran alrededor (esta prohibición existe desde hace tiempo en algunos lugares del mundo), pero de ningún modo puede justificarse científicamente por nada relacionado con el coronavirus.

Bueno, pero tampoco se ha demostrado que el humo no haga todo eso, me decía una amiga. Aquí entramos ya en el famoso argumento de Carl Sagan sobre el dragón invisible, intangible e indetectable que vivía en su garaje: no hay manera de demostrar que el dragón no existe. Pero lo que sí que no existe es ninguna razón científicamente fundamentada para suponer que el virus pueda dispersarse más o más lejos en el humo del tabaco que en el aire expulsado del mismo modo por otra persona sin mascarilla pero sin fumar, ni mucho menos que el humo del tabaco pueda aumentar la infectividad del virus o el riesgo de que otras personas se contagien.

Es complicado saber de dónde ha surgido este bulo. Al rastrear internet se encuentran numerosos artículos que mencionan este presunto riesgo. Ninguno de ellos enlaza a ningún estudio científico. En algunos casos se enlaza a opiniones de expertos (también aquí o aquí) que, a su vez, no están basadas en ningún estudio científico.

Más curioso, en algunos casos se enlaza a estudios que hablan de que fumar podría exponer a un mayor riesgo de padecer cóvid grave, lo cual no tiene nada que ver con lo que se dice. También en algún caso se da la curiosa circunstancia de que se ha confundido el hecho de que algunos científicos utilicen el humo como modelo de investigación de aerosoles (porque se ve y se detecta) con el hecho de que el humo del tabaco contagie el virus.

Aún más llamativa fue la noticia en la BBC que contaba la primera prohibición de fumar en las terrazas de Galicia, en la que se decía que, según el presidente autonómico, Alberto Núñez Feijóo, «fumar sin límites… con gente cerca y sin distancia social [supone] un alto riesgo de infección», y a lo que la propia BBC añadía: «La medida viene apoyada por investigaciones del Ministerio de Sanidad, publicadas el mes pasado, que delineaban el vínculo entre fumar y el aumento de propagación del coronavirus».

El documento vinculado en este enlace en realidad no era ninguna investigación, sino un posicionamiento del Ministerio respecto al consumo de tabaco en relación con la COVID-19, en el que se mencionaban el mayor riesgo de cóvid para los fumadores y la «expulsión de gotitas respiratorias que pueden contener carga viral y ser altamente contagiosas»; en la nota al pie se aclara que estas gotitas se expelen «al hablar, toser, estornudar o respirar». Es decir: no hay nada específicamente en el humo del tabaco que aumente el riesgo frente a la expulsión de las mismas gotitas sin humo. Entre las referencias citadas por el documento del Ministerio no hay tampoco ningún estudio al respecto, porque esos estudios, al menos hasta ahora, no existen. Y cuando se intenta presentar como ciencia algo que realmente no lo es, ya sabemos cómo se llama: pseudociencia.

Novedades sobre el coronavirus: entra sobre todo por la nariz, y los objetos son un riesgo menor

La urgencia de una pandemia es incompatible con los tiempos reposados que necesita la ciencia para avanzar sobre seguro, para saber que cada paso se está dando sobre terreno firme. Según una frase clásica, la ciencia avanza a hombros de gigantes, pero si esos gigantes son de cartón, el resultado será un morrazo contra el suelo.

Es por esto que muchos de los nuevos datos científicos sobre el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, deben tomarse como preliminares, no como definitivos. Lo cual inevitablemente implica que algunos mensajes procedentes de la investigación científica sobre el virus y su enfermedad pueden cambiar durante estos meses, como de hecho ha ocurrido y seguirá ocurriendo. Cualquiera que diga que la ciencia ofrece verdades absolutas la está confundiendo con otra cosa.

La cosa se agrava por el hecho de que numerosos resultados de estudios que se están difundiendo a través de los medios aún no han sido revisados ni publicados, sino que se cuelgan en repositorios de prepublicaciones o preprints. Tampoco se trata en absoluto de demonizar a los preprints, que a cambio están potenciando durante esta pandemia una vía de difusión rápida de estudios en abierto; y de hecho, la mayoría de los trabajos sobre el coronavirus que se han retirado por considerarse defectuosos o erróneos habían aparecido publicados en revistas con todas las bendiciones de la revisión por pares (un ejemplo lo tenemos en el culebrón de la cloroquina, del que hablaremos otro día).

Así que, preprints o estudios publicados, las conclusiones de estos que vengo a resumir hoy y en los próximos días, siempre bajo este encabezado de advertencia, deben tomarse como provisionales, no como definitivas, y aún pueden ser cuestionadas o desmentidas por estudios posteriores, mayores o más detallados. Pero sin perder de vista esta provisionalidad, ofrecen nuevos datos interesantes que merece la pena difundir.

Mascarilla bajo la nariz. Imagen de pixnio.

Mascarilla bajo la nariz. Imagen de pixnio.

Las superficies y objetos son una vía minoritaria de infección

Existe una posibilidad real de transmisión del virus a través de superficies y objetos, y en algún caso parece confirmada esta vía de contagio. Por ejemplo, un estudio publicado el mes pasado en The Lancet analizaba la vía de introducción del coronavirus desde China a Alemania a través de una mujer china que viajó a la sede de su empresa en Múnich sin saber que llevaba el virus, y que inició una cadena de contagios cuyo resultado fue de 16 personas infectadas a lo largo de cuatro generaciones de transmisión. Rastreando cómo se produjeron los contagios, los investigadores concluyeron que uno de ellos tuvo lugar cuando una persona le pasó a otra el salero en el comedor de la empresa.

Pero dicho esto, en general los estudios están apuntando a que el riesgo de transmisión a través de objetos y superficie es minoritario, y que la principal vía de transmisión continúan siendo las gotitas exhaladas por las vías respiratorias al toser, estornudar, cantar o hablar.

Por ello y como conté aquí hace unos días, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconseja por precaución la desinfección de superficies de contacto frecuente en lugares cerrados como hogares, oficinas, colegios, gimnasios y restaurantes, pero aclara que donde esto es sin duda más necesario es en entornos donde se cuida a enfermos: «No hay pruebas para equiparar el riesgo de transmisión por fómites [objetos contaminados] del virus de la COVID-19 en entornos hospitalarios con el de ningún otro ambiente fuera de los hospitales», decía la OMS en su guía «Limpieza y desinfección de superficies ambientales en el contexto de la COVID-19«.

Un nuevo preprint (por tanto, aún sin publicar) viene a insistir en la conclusión de que la transmisión del virus a través de superficies y objetos es muy probablemente algo muy minoritario. Investigadores de la Universidad de Bonn (Alemania) han tomado muestras de superficies de 21 hogares en cuarentena, en los que existía al menos una persona con infección confirmada del SARS-CoV-2. Estas muestras se tomaron de objetos que se tocan con frecuencia (pomos de puertas, mandos a distancia…), del aire (en busca de los famosos y temidos aerosoles) y de las aguas residuales (lavabos, duchas e inodoros).

La principal conclusión es que solo se detectó material genético del virus en 4 de 119 muestras de objetos, algo más de un 3%. Estos objetos contaminados fueron dos pomos metálicos de puertas, un mando a distancia y la tapa de madera de un fogón o estufa (el estudio no aclara más sobre esto). Dicho al contrario, 115 objetos que se tocan con frecuencia, casi el 97% de los analizados, en hogares donde hay personas infectadas, no tenían el menor rastro de material genético del virus. Pero aún hay más: en ninguno de los casos positivos se logró recuperar virus capaz de infectar, así que probablemente se trataba de restos de virus rotos sin ningún peligro.

Por otra parte, en ninguna de las muestras tomadas del aire de los 21 hogares con personas contagiadas se detectó el menor rastro del material genético del virus. Únicamente se obtuvo una mayor presencia en las aguas residuales, en 10 de 66 muestras, o un 15%; curiosamente, más en los sifones de duchas y lavabos que en los inodoros. Pero una vez más, tampoco en estos casos se logró recuperar virus activo con capacidad de infectar. “El ambiente doméstico no parece suponer predominantemente un alto riesgo para la transmisión del SARS-CoV-2”, concluyen los autores.

Como conclusión, y siempre con todas las debidas reservas que los propios autores se encargan de recalcar, si ni siquiera en los hogares donde hay personas con infección confirmada parece existir un gran riesgo en los objetos, esto debería mitigar una cierta obsesión por la desinfección compulsiva que parece haberse instalado en ciertas personas y hogares. Frente al “cualquier precaución es poca”, toda precaución debe ser razonable.

El virus entra sobre todo por la nariz

En línea con lo anterior, un nuevo estudio descubre que la infección por el coronavirus se produce probablemente sobre todo a través de la nariz. En este caso no se trata de un preprint, sino de un estudio publicado en la revista Cell, la más importante del mundo en biología, lo cual aporta una garantía añadida.

Investigadores de la Universidad de Carolina del Norte han estudiado la susceptibilidad de distintos tipos de células a lo largo de las vías respiratorias a la infección por el SARS-CoV-2, desde la nariz hasta los alveolos pulmonares. La conclusión es que las células más infectables son las de la cavidad nasal, y esta infectabilidad va descendiendo a lo largo de la tráquea, los bronquios y los bronquiolos hasta llegar a los alveolos; esto se corresponde además con el nivel de expresión en cada uno de estos tipos celulares del receptor que utiliza el virus, llamado ACE2.

¿Qué significa este resultado? Es bien sabido que los pacientes que mueren por COVID-19 desarrollan infección pulmonar, que a menudo se relaciona con la causa de la muerte. Los autores se plantearon dos posibilidades: o bien la infección prende directamente en los pulmones (como podría ocurrir si aspiramos el virus a través de la boca), o el sitio inicial de la infección es la nariz y desde ahí puede descender a los pulmones.

Los resultados, obtenidos de un detallado estudio experimental en cultivos celulares, apoyan la segunda hipótesis: el virus infecta primero la cavidad nasal, se multiplica allí, y después desciende a los pulmones con los fluidos. El estudio no puede descartar la posibilidad de que en algún caso la infección pueda arrancar directamente en los pulmones, pero sí indica que la nariz es la vía preferente de entrada para la infección.

Como conclusión, los autores destacan que sus resultados “son un argumento para el uso generalizado de mascarillas”. Pero si el virus entra sobre todo por la nariz, otra conclusión que podemos extraer fácilmente es que lo que vemos en la imagen de más arriba, que tantas y tantas veces hemos visto por ahí, es la perfecta manera de llevar una mascarilla sin que sirva absolutamente para nada.

Ozono, desinfección de calles, cámaras térmicas… Ha nacido una nueva pseudociencia: la seguridad anti-covid

Tres de la tarde, telediario de cadena pública nacional. El responsable de un centro comercial de una ciudad española invita a todos sus clientes a regresar a su establecimiento con total seguridad, ya que se ha implantado un sistema de desinfección por luz ultravioleta que «impide que el virus se adhiera a las superficies».

Diario digital de uno de los mayores conglomerados privados de medios del país. Se cuenta cómo un restaurante de otra ciudad española ha dispuesto a su entrada un «túnel» que somete a toda persona que entra a «una desinfección a base de agua con ozono y luz ultravioleta para matar bacterias y virus». El mismísimo titular de la noticia lo describe como «el restaurante más seguro contra el covid-19″. Así, por sus santos –páralo ahí.

Otro reportaje en un telediario. Los clientes de un supermercado pasan a la entrada frente a un empleado que les mide la temperatura mediante un termómetro sin contacto. En otro han instalado cámaras térmicas que «detectan el coronavirus a distancia». En otro se nos muestra cómo se están desinfectando las superficies exteriores cercanas a grandes museos para garantizar la seguridad de los visitantes. Sí, se está desinfectando la calle (en realidad y como veremos, haciendo creer que se desinfecta). De hecho, es algo que hemos visto en distintos lugares desde el comienzo de la pandemia.

Y todo esto aparece en los principales medios del país sin abrir la menor opción a un comentario crítico por parte de una fuente científica acreditada. En los informativos, hasta para decidir si realmente fue penalty o no se presenta un contraste de pareceres. Y en cambio, en algo tan crucial como la salud pública de cara a la contención del coronavirus SARS-CoV-2 de la COVID-19, y donde existe ciencia sobrada al respecto, se está dando una acogida totalmente acrítica, desorientada y desorientadora, a proclamas de lo más variopinto que están inaugurando una nueva pseudociencia, la de la seguridad anti-covid.

Desinfección de calles en Rumanía. Imagen de Eugen Simion 14 / Wikipedia.

Desinfección de calles en Rumanía. Imagen de Eugen Simion 14 / Wikipedia.

Hemos pasado más de dos meses de confinamiento que han provocado un serio quebranto económico a infinidad de empresas y a sus trabajadores. Es comprensible que ahora exista, más que un interés, una ansiedad por parte de los responsables de estas empresas de convencer a sus clientes de que pueden regresar con total tranquilidad y sin miedo al contagio.

Pero esto no puede hacerse a costa de engañar al público. Como tampoco ciertas empresas de limpieza, desinfección y seguridad pueden ahora pretender hacer su agosto engañando a los responsables de los comercios para que estos a su vez engañen al público, quizá sin que los propios responsables lo sepan, pues siempre hay propaganda disfrazada de ciencia, que no lo es pero se presenta como tal, para avalar cualquier proclama (esta es precisamente la definición de pseudociencia).

En respuesta a la noticia del túnel de ozono, una amiga me llama la atención sobre un tuit del ministro de Consumo del gobierno de España, Alberto Garzón, quien tuiteaba pidiendo «por favor, más responsabilidad». El gobierno pide «por favor» más responsabilidad. Por favor, gobierno, más regulación, porque esa es vuestra responsabilidad. Regulación basada en lo único que puede certificar cuáles son los métodos eficaces contra el virus e inocuos para la gente: la ciencia. Repasemos una a una estas nuevas panaceas contra el virus.

Luz ultravioleta germicida

La luz ultravioleta (UV) de onda corta, la más penetrante y energética, llamada UVC, se ha utilizado como luz germicida desde hace más de un siglo. Es un método clásico y suficientemente probado para eliminar microorganismos, que se emplea de forma habitual en laboratorios y hospitales. Por ejemplo, en muchos laboratorios de investigación existen estas lámparas de luz germicida que se encienden por la noche durante horas para desinfectar ciertas instalaciones cuando todo el personal se ha marchado.

Luz germicida UVC en un laboratorio. Imagen de Karlmumm / Wikipedia.

Luz germicida UVC en un laboratorio. Imagen de Karlmumm / Wikipedia.

Pero la luz germicida solo hace lo que puede hacer. Únicamente desinfecta allí donde llega, debe aplicarse durante cierto tiempo para ejercer su efecto, y la luz es solo luz; no confiere ninguna propiedad mágica duradera a las superficies sobre las que se ha aplicado. La idea de que las superficies previamente iluminadas quedan de algún modo «tratadas» para que los virus ya no puedan adherirse es sencillamente una pamplina. Hacer pasar a los clientes de un local por un túnel de luz germicida es otra pamplina, dado que la exposición dura un mero instante. Es más: si no fuera una pamplina sería aún peor, porque entonces sería un serio riesgo para la salud.

Incluso las famosas cabinas de bronceado que emplean luz UVA, de onda más larga, menos penetrante y menos energética, figuran en el Grupo 1 de los agentes más cancerígenos de la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer de la Organización Mundial de la Salud (OMS), al mismo nivel que el tabaco o la radiactividad. La típica luz negra de las discotecas también emplea luz UVA. La UVC de la luz germicida es más potente: provoca más quemaduras, es más dañina y potencialmente más cancerígena. Las personas que manejan este tipo de luz, por ejemplo en los laboratorios para revelar colorantes fluorescentes, llevan protecciones adecuadas contra su exposición. Naturalmente, el riesgo de la luz UVC desaparece cuando se apaga, lo mismo que su efecto germicida.

En resumen, la luz germicida no puede emplearse de ningún modo en lugares con público. Nada impide utilizarlas cuando un local está vacío, pero siempre teniendo en cuenta que la desinfección solo llega a donde llega la luz, y que desaparece de inmediato cuando la luz se apaga.

El ozono

Sería curioso saber de dónde ha surgido de repente en la lucha contra la covid el ozono, del cual solo puede decirse aquello de Miguelito, el personaje del gran Quino: «nunca falta quien sobra». El ozono sobra, no es necesario, no hace falta, nadie lo esperaba ni lo pedía, por lo que solo cabe suponer que es uno de los negocios que tratan de explotar el filón del miedo al virus.

Solo que esta explotación también es a costa de la salud del público: el ozono es un contaminante ambiental, uno de los que se miden en las estaciones de vigilancia de la calidad del aire. Es potencialmente dañino para la salud respiratoria, cardiovascular y neuronal (aclaración: el ozono es bueno solo en las capas altas de la atmósfera, lejos de nosotros y donde nos protege de la radiación solar nociva).

Y respecto a la fabulosa idea de rociar con ozono a la gente que entra a un local, esto es lo que dice la OMS en su guía que comenté ayer sobre «Limpieza y desinfección de superficies ambientales en el contexto de la COVID-19«: «Rociar a personas con desinfectantes (como en un túnel, cabina o cámara) no se recomienda bajo ninguna circunstancia [en negrita en el original, la única en todo el documento]. Esto podría ser física y psicológicamente dañino y no reduciría la posibilidad de que una persona propague el virus a través de gotitas o contacto».

Termómetros sin contacto y cámaras térmicas

Aquí podemos tirar directamente de la página de la OMS contra los bulos del coronavirus: «Los termómetros sin contacto NO detectan la COVID-19 [en mayúsculas en el original]. Los termómetros sin contacto resultan eficaces para detectar a personas con fiebre (es decir, con una temperatura corporal superior a la normal). Sin embargo, no permiten detectar a personas infectadas por el virus de la COVID-19. La fiebre puede tener múltiples causas».

Sobre si el propietario de un establecimiento tiene derecho legal o no a obligar a sus clientes a pasar un control de temperatura para el acceso, no tengo la menor idea; me limito a no acudir a los establecimientos que imponen un control de temperatura para el acceso. Pero conviene divulgar lo que dice la ciencia sobre el uso de termómetros sin contacto y cámaras térmicas como métodos de control de la propagación de infecciones: no sirven.

Escaneo de temperatura con un termómetro sin contacto en Puerto Rico. Imagen de Guardia Nacional de Puerto Rico / Dominio público.

Escaneo de temperatura con un termómetro sin contacto en Puerto Rico. Imagen de Guardia Nacional de Puerto Rico / Dominio público.

Y esto no es nuevo, sino que ya se sabía de anteriores epidemias de gripe o brotes del ébola o del coronavirus del SARS. Un estudio científico: «Confiar en la fiebre solo como medida de entrada es probablemente ineficaz». Otro: «El valor predictivo positivo del escaneo [de temperatura] es esencialmente cero». Otro: «El escaneo [de temperatura] en los aeropuertos fue ineficaz».

Una revisión de 114 estudios previos: «Las medidas de escaneo [de temperatura] de salida en los tres países más afectados por el ébola no identificaron ningún caso y mostraron cero sensibilidad y muy baja especificidad. Los porcentajes de casos confirmados identificados del total de pasajeros que pasaron a través de medidas de escaneo a la entrada en varios países durante el ébola y la pandemia de gripe H1N1 fueron cero o extremadamente bajos. Las medidas de escaneo de entrada para el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS) no detectaron ningún caso confirmado en Australia, Canadá y Singapur».

Ya en tiempos de la covid, un estudio de modelización calcula que, de 100 pasajeros infectados por el coronavirus que tomaran un vuelo, 44 serían detectados en un control de salida, 9 en el control de entrada, y 46 pasarían sin ser detectados por ninguno de los controles. Según los autores, los controles de temperatura solo son eficaces «si la tasa de infecciones asintomáticas es inexistente, la sensibilidad del escaneo es casi perfecta y el periodo de incubación es corto». La revista Science citaba un caso extremo durante la actual pandemia de covid. Ocho ciudadanos chinos que trabajaban en un restaurante en Italia regresaron a su país. Los ocho pasaron sin problemas los controles de cámaras térmicas. Los ocho estaban infectados con el coronavirus.

Según la Unión Europea, los termómetros sin contacto producen entre un 1 y 20-25% de falsos positivos y falsos negativos; personas enfermas que pasarán el control sin problemas (para bajar la fiebre basta con tomar una pastilla, sin contar con que una gran parte de los infectados por el virus de la covid y que pueden contagiar a otros no tienen fiebre) o personas sanas a las que se les negará el acceso a un local o incluso a un avión. En cuanto a las cámaras térmicas, son un desecho, perdón, un dechado de virtudes: resumiendo la lista de sus 11 desventajas según la UE, miden solo la temperatura de la piel y no la interna del cuerpo, las condiciones ambientales afectan a su rendimiento, son imprecisas y tienen baja especificidad, y en realidad ninguna de ellas está aprobada para tal fin ni su uso ha sido evaluado a fondo para el propósito que se pretende.

Desinfectar la calle

También aquí nos lo pone fácil la OMS en su guía para la limpieza y la desinfección de espacios contra la covid: «Rociar o fumigar espacios al aire libre, como calles o mercados, no está recomendado para matar el virus de la COVID-19 o cualquier otro patógeno porque el desinfectante se inactiva por el polvo y los residuos y no es posible limpiar y eliminar la materia orgánica manualmente de tales lugares. Aún más, rociar superficies porosas, como aceras o caminos, sería aún menos eficaz. Incluso en ausencia de materia orgánica, es improbable que el rociado químico cubra todas las superficies durante el tiempo necesario para inactivar los patógenos. Aún más, las calles y las aceras no se consideran reservorios de la infección de la COVID-19. Adicionalmente, rociar desinfectantes, incluso en el exterior, puede ser dañino para la salud humana». Fin de la cita.

O dicho de forma más corta, noticia fresca: la calle es indesinfectable. Y además, es malo para la salud y para el medio ambiente.

Conclusión

Frente a todo lo anterior, más de un lector puede sentirse confuso y desorientado. Si la luz germicida es poco útil para estos casos, el ozono es dañino, los controles de temperatura son inútiles, y la desinfección de las calles es como intentar vaciar el mar con un cubo de playa, ¿por qué estamos viendo todas estas medidas en numerosos lugares y en distintos países?

En un artículo en The Conversation, los expertos en salud ambiental de la Universidad CQ de Australia Lisa Bricknell y Dale Trott se hacen esta misma pregunta, y aportan dos posibles respuestas: «Una es que las autoridades quieren crear un ambiente libre de [el virus de la] COVID-19, pero no están siguiendo la ciencia. Una razón más probable es que ayuda a la gente a sentirse segura porque ven a las autoridades haciendo algo». Y añaden: «Sospechamos que estas actividades se hacen más para que se vea que las autoridades hacen algo que por su capacidad de parar realmente la propagación de la COVID-19». Por cierto, Bricknell y Trott citan como ejemplo más extremo el rociado con lejía en una playa española, lo que al parecer se ha hecho en Zahara de los Atunes (Cádiz).

Como resumen de todo lo anterior, la seguridad la proporcionan la limpieza y desinfección en los lugares donde puede hacerse, en los espacios cerrados y con los productos y métodos avalados por la ciencia, que son los recomendados por la OMS en su guía. Y ¿cuáles son estos métodos y productos revolucionarios prescritos por la OMS? Atentos a las grandes novedades:

Para limpiar: agua y jabón.

Para desinfectar: lejía, alcohol o agua oxigenada.

Por increíble que parezca, esto es lo que funciona. Sin pamplinas. Como también funciona sobre todo esta recomendación de Bricknell y Trott: «Un régimen mucho más efectivo es recomendar una estricta higiene personal. Esto incluye el lavado de manos frecuente con agua y jabón y el uso de geles hidroalcohólicos cuando el lavado de manos no es posible».

No, la OMS no ha dicho que el coronavirus de la COVID-19 no se transmite por el contacto con superficies

Nada tiene de raro que durante esta pandemia del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, estén proliferando infinidad de bulos; o sea, lo que el diccionario define como «noticia falsa propalada con algún fin». Si hay o no un fin en todas las desinformaciones o noticias falsas difundidas sobre el virus y sus circunstancias, es imposible saberlo con certeza. Pero en algunos casos hay claros intereses económicos involucrados, y no nos fijemos solo en quienes tratan de vender curas milagrosas, algo que probablemente no engañe a la mayoría; publicar libros o vídeos en YouTube difundiendo teorías conspiranoides sobre, por ejemplo, el origen del virus, también es un negocio.

Pero dejando de lado estos bulos más evidentes (para los interesados, algunos de ellos se refutan en esta página de la Organización Mundial de la Salud), hay una tendencia creciente que ha venido en estas últimas semanas para hacer saltar la alarma antibulos. Y es que la pandemia también puede ser un jugoso nicho comercial: bienvenidos al nuevo negocio de la desinfección y la seguridad contra el coronavirus, en el que ya comienzan a florecer las proclamas contrarias a la evidencia científica; algunas de ellas, incluso peligrosas.

Pero antes de entrar en esta cuestión, que dejaremos para mañana, hay otra previa que conviene aclarar hoy. Dado que la desinfección busca eliminar el coronavirus de las superficies, antes debemos preguntarnos: ¿puede el coronavirus transmitirse por el contacto con superficies?

Desinfección del metro de Teherán contra el coronavirus. Imagen de Zoheir Seidanloo / Wikipedia.

Desinfección del metro de Teherán contra el coronavirus. Imagen de Zoheir Seidanloo / Wikipedia.

Y la respuesta es sí. Era sí desde el principio, y continúa siendo sí. Nada ha cambiado. Y no, como voy a explicar, la Organización Mundial de la Salud (OMS), ni ha publicado ningún estudio al respecto, ni mucho menos las conclusiones de tal inexistente estudio contradicen ninguno anterior, afirmando que el coronavirus no pueda contraerse por el contacto con superficies.

Esta es la historia: me llega por amigos la noticia de que, según la OMS, el virus no se contagia por las superficies. Y al parecer, lo están publicando grandes medios de toda solvencia.

De entrada, la noticia no es que sea sorprendente, sino más bien increíble. Con estudio científico o sin él, en ciencia a menudo ocurre –y este es un caso claro– que es imposible demostrar un negativo. Jamás ningún científico, ni tampoco un organismo como la OMS, afirmaría categóricamente que este virus no puede de ningún modo transmitirse por el contacto con superficies.

Al ir a las noticias publicadas, aparece un titular casi idéntico en varios medios: «La OMS no encuentra pruebas del contagio del coronavirus por el contacto con objetos». También el texto se repite de forma muy similar en todos los casos, ya que es un teletipo enviado por una de las principales agencias de noticias del país.

A primera vista, podría parecer un simple caso de interpretación confusa por parte de algunos lectores. En ciencia es muy diferente decir “NO hay pruebas de que” que decir “hay pruebas de que NO”; el viejo lema de que la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Pero incluso si se tratara simplemente de que algunos lectores han ido más allá de lo que realmente dice el titular, sería relevante que la OMS hubiera emprendido un estudio científico destinado a comprobar la transmisión del virus por superficies y objetos, y que dicha investigación hubiera encontrado solo resultados negativos; no probaría la no transmisión, pero sería un fuerte indicio. “Este estudio contradice algunos anteriores sobre la permanencia del virus en superficies”, dice un vídeo publicado en un diario.

Pero es que nada de lo anterior es cierto. Ni existe ningún estudio que por tanto no contradice nada, ni la OMS ha dicho tal cosa. La OMS no encuentra pruebas de que el coronavirus se transmita a través de objetos o superficies, sencillamente porque no puede encontrarlas si no las ha buscado, pero la OMS no ha pretendido en ningún momento decir que lo ha hecho y no las ha encontrado.

La fuente a la que se refiere la noticia en cuestión no es un estudio científico ni un informe, sino un documento de directrices publicado el 15 de mayo por la OMS y titulado “Limpieza y desinfección de superficies ambientales en el contexto de la COVID-19”. Su propósito es, según aclara la propia OMS, servir de guía sobre los procedimientos a adoptar para limpiar y desinfectar superficies de cara al control de la propagación del virus.

En este documento, la OMS no describe ningún dato nuevo, sino que se limita a recordar lo ya publicado en los estudios anteriores: “El virus de la COVID-19 se transmite sobre todo a través del contacto físico estrecho y las gotitas respiratorias, mientras que la transmisión por el aire es posible durante los procedimientos médicos que generan aerosoles. En el momento de esta publicación, la transmisión del virus de la COVID-19 no se ha vinculado de forma concluyente a superficies ambientales contaminadas en los estudios disponibles”, resume la OMS.

Sin embargo, el documento pasa entonces a dedicar casi cinco páginas a describir los procedimientos recomendados de limpieza y desinfección de superficies, dado que sí existen tanto “pruebas de superficies contaminadas en entornos de cuidado sanitario” como “experiencias pasadas de contaminación de superficies que se vincularon a transmisión de la infección con otros coronavirus”, lo que sugiere que la transmisión por superficies contaminadas es perfectamente posible, aunque aún no se haya demostrado. Por ello, la recomendación de la OMS es que las superficies, “sobre todo donde se atiende a los pacientes de COVID-19, deben ser correctamente limpiadas y desinfectadas para prevenir nuevas transmisiones”.

Por último, hay otro error de bulto en la noticia publicada que también puede confundir a los lectores. La OMS menciona dos estudios anteriores, muy difundidos en su día, según los cuales el virus puede permanecer activo durante 4 horas en cobre, 1 día en telas, madera y cartón, 2 días en vidrio, 4 días en acero inoxidable y plástico, y 7 días en el exterior de una mascarilla. Pero según el mismo vídeo publicado en uno de los medios, “la OMS advierte que esos estudios hacían pruebas en laboratorios y no en la vida real, por lo que no eran concluyentes”.

No es cierto. La OMS no dice tal cosa ni jamás lo diría, ya que los experimentos citados son perfectamente válidos y concluyentes de cara a la información que aportan, y es la permanencia del virus viable en distintos tipos de superficies en condiciones controladas de laboratorio, que es como se hacen estos experimentos. De ninguna manera el mensaje de la OMS es que “ahora” haya señalado esos estudios “como no concluyentes por estar realizados en un laboratorio”, como dice la noticia; simplemente se trata de advertir de que, como precisa el documento de la OMS, los experimentos “deben interpretarse con precaución en un ambiente real”, donde muchos otros factores pueden afectar a la viabilidad del virus.

Conclusión: todo lo anterior es un perfecto ejemplo de esas viejas historias del teléfono roto, donde el contenido inicial se deforma hasta convertirse en algo que no tiene nada que ver con lo dicho ni lo pretendido. Claro que hay una razón para que esto haya ocurrido; en su documento, la OMS aclara a quién iba dirigido: “profesionales sanitarios, profesionales de la salud pública y autoridades sanitarias que estén desarrollando e implantando políticas y procedimientos operativos sobre la limpieza y desinfección de superficies ambientales en el contexto de la COVID-19”. No era una nota de prensa ni ninguna clase de nueva información de interés público destinada a los medios. Y se entiende qué ocurre cuando alguien a quien no va dirigido lo interpreta a su manera y lo convierte en un titular tan bonito como falso.

Una vez aclarado esto, podemos pasar a la siguiente pregunta: ¿qué hay de las desinfecciones y medidas de seguridad que estamos viendo estos días en los medios? ¿Qué hay de esos reportajes que están apareciendo en los telediarios, sin el menor contraste crítico con una fuente científica acreditada, sobre restaurantes con túnel de desinfección a la entrada, centros comerciales donde la luz ultravioleta impide que el virus se adhiera, ozono a gogó, detección de coronavirus por cámaras térmicas o termómetros sin contacto, desinfección de calles… Ha nacido la nueva pseudociencia del siglo XXI, la de la seguridad anti-covid. Mañana seguimos.