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Ideas muy extendidas sobre el coronavirus, pero incorrectas (2): la desinfección compulsiva y el humo del tabaco

Muchos ya lo han olvidado (o nunca llegaron a enterarse), pero en 2002 el mundo tuvo el primer aviso de lo que ocurre ahora. Fue entonces cuando surgió en China el coronavirus del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), hoy llamado SARS-CoV-1 por su similitud con el actual SARS-CoV-2. Diez años después saltó la alarma con otro nuevo coronavirus, el del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS).

En España tuvimos un caso de SARS y dos posibles de MERS que no se confirmaron; ninguna muerte. Las noticias apenas trascendieron. Cuando surgió el nuevo SARS-CoV-2, en un primer momento los expertos se ciñeron a lo que ya se sabía de anteriores coronavirus epidémicos. Pero pronto se comprobó que este nuevo virus era mucho más contagioso que los anteriores, aunque, por suerte, también mucho menos letal (unas diez veces menos que el SARS-CoV-1 y unas 30 veces menos que el MERS-CoV).

Pero la clave del desastre, lo que nos llevó a donde estamos hoy, fue otro dato crucial que al comienzo no se conocía: las personas sin síntomas o que aún no los habían desarrollado podían contagiar a otras, algo que no ocurrió con el SARS-CoV-1 ni el MERS-CoV. Así, cuando se pensaba que el virus aún no había salido de China, en realidad ya se había extendido por el mundo.

Este dato inicialmente desconocido fue el que llevó a dos errores: el primero, subestimar el probable alcance de la epidemia; el segundo, recomendar que solo las personas con síntomas debían llevar mascarilla. Los expertos confiaron en lo que ya sabían de virus similares anteriores, y se equivocaron. También en España, pero no solo en España. Estos errores se han pagado muy caro. Pero cuando antes de conocerse estos datos algunos profetas del apocalipsis avisaban del apocalipsis, no se basaban en el conocimiento científico existente, sino en otra cosa, llámese corazonada, intuición… Algunos tuvieron la intuición correcta sin saber nada de virus, de epidemias o de ciencia, mientras que los científicos se equivocaron.

¿Significa esto que la ciencia se equivoca? Bueno, sí, por supuesto. Siempre lo ha hecho. La ciencia no es infalible. Funciona por ensayo y error, lo cual quiere decir que el error forma parte intrínseca de la ciencia. Pero a diferencia de otras supuestas formas de conocimiento, rectifica constantemente, y cada vez que lo hace se acerca más a la realidad. Esto no es ninguna sorpresa para cualquiera que conozca cómo funciona la ciencia.

Sin embargo, lo curioso es que en este caso realmente no fue la ciencia la que se equivocó, sino los científicos; al comienzo de la pandemia aún no había datos reales sobre el nuevo virus. En aquellos momentos, lo único que la ciencia ofrecía era un gran «no sé». Por lo tanto, los científicos se equivocaron porque sus dictámenes de entonces no se basaban en la ciencia, que aún no tenía nada claro sobre el nuevo coronavirus, sino en suposiciones basadas en la experiencia. No quisiera hoy extenderme sobre esto aquí porque ya lo he explicado antes: la voz del experto solo tiene valor si está transmitiendo la ciencia real. Pero viene al caso para traer otras dos ideas aún muy extendidas sobre el coronavirus que tienen que ver con la voz de los expertos, y que sin embargo no tienen ninguna ciencia real detrás que las sustente.

La desinfección es esencial contra el virus: nada lo ha demostrado

Es curioso cómo el aluvión de estudios científicos publicados hasta la fecha ha tenido aún escaso efecto sobre las desinfecciones compulsivas. Pero es que imponer medidas de desinfección, si bien en general no tiene beneficios reales demostrados, en cambio es algo muy cómodo para las autoridades, ya que transmite la sensación de que se está haciendo algo, no solamente sin necesidad de cerrar nada, sino además generando negocio para las empresas que venden productos o servicios de desinfección.

Desinfección en Bilbao por el coronavirus de COVID-19. Imagen de Eusko Jaurlaritza / Wikipedia.

Desinfección en Bilbao por el coronavirus de COVID-19. Imagen de Eusko Jaurlaritza / Wikipedia.

Muchos virus se transmiten por fómites, objetos o superficies contaminadas, y es lógico que al comienzo de la pandemia se hiciera especial hincapié en la desinfección, sobre todo cuando la estructura del SARS-CoV-2 invitaba a sospechar que este virus era un claro candidato a dicha vía de transmisión. En los primeros tiempos, causaron un enorme revuelo ciertos estudios según los cuales el virus permanecía activo durante días en varios tipos de superficies.

Se desató la locura de la desinfección: ya no se trataba solo del lavado de manos y los geles hidroalcohólicos, sino que muchas personas colocaban felpudos desinfectantes en sus hogares para no traer el virus a casa desde la calle, y se entregaban con frenesí a desinfectar el correo, la compra, los paquetes de envío a domicilio… Las autoridades desinfectaban las calles e imponían normativas que centraban el mensaje de la «seguridad anti-cóvid» en los espacios públicos en la desinfección. Te desinfectaban la silla del restaurante antes de sentarte. Y mientras, al calor de la locura esterilizadora, proliferaba la oferta comercial con toda clase de métodos de desinfección, mejor cuanto más exóticos.

Pero al mismo tiempo, los expertos comenzaban a arrugar la nariz, porque pasaban los meses y el rastreo de casos en todo el mundo no lograba documentar con certeza ni un solo contagio por fómites. Algunos científicos comenzaban a criticar los estudios de la persistencia en superficies, en los que se habían empleado dosis imposibles del virus: el microbiólogo Emanuel Goldman, de la Universidad Rutgers, contaba a la revista The Atlantic que se necesitarían cien personas infectadas estornudando una tras otra en la misma mesa para alcanzar cantidades similares del virus a las empleadas en dichos estudios.

«En mi opinión, la posibilidad de transmisión a través de superficies inanimadas es muy pequeña», escribía Goldman en una carta a la revista The Lancet. «Pienso que los fómites que no han estado en contacto con un portador infectado durante muchas horas no representan un riesgo mensurable de transmisión en escenarios extrahospitalarios».

Recientemente, un nuevo estudio aún sin publicar ha valorado este riesgo de forma más concreta. Los investigadores han recogido muestras de 348 superficies de contacto frecuente en una localidad de Massachusetts: botones de semáforos, asas de contenedores de basura o pomos de puertas en tiendas, bancos y gasolineras, y en todas ellas han analizado la presencia del virus y el riesgo de transmisión. El resultado es que se encontraron trazas del virus solo en el 8% de estas superficies, y que incluso en estos casos el riesgo de contagio era ínfimo: menos de 5 en 10.000, estiman los autores, «lo que sugiere que los fómites juegan un papel mínimo en la transmisión comunitaria del SARS-CoV-2», escriben.

En definitiva, la transmisión por fómites continúa siendo teóricamente posible, de esto no cabe duda. Y las medidas básicas de higiene, como el lavado de manos –geles hidroalcohólicos, también, pero sobre todo y por encima de todo, lavado de manos–, siguen siendo muy recomendables. Parece que por fin, aunque muy poco a poco (aún no hay normativas al respecto), las autoridades comienzan a darse por enteradas de que el verdadero riesgo está en el aire que respiramos, y que por lo tanto el mensaje y las medidas fundamentales deben centrarse en la ventilación y la filtración. Ahora solo falta que empiecen a dejar de derrochar dinero y esfuerzo en desinfecciones inútiles.

El humo del tabaco aumenta el riesgo de contagio: llano y simple bulo

El humo del tabaco hace que el coronavirus se disperse más, o más lejos, de modo que aumenta el riesgo de contagio para quienes se encuentran cerca de una persona contagiada que fuma. Lo hemos escuchado de labios de algunos expertos. Así que será cierto, ¿no?

No. Se puede decir más alto: NO. A estas alturas sería vivir en una realidad alternativa negar que el tabaco es sumamente dañino. Pero al tabaco hay que culparlo de lo que es responsable, no del hundimiento del Titanic, a no ser que el vigía estuviera distraído fumando. Y repito: no existe ni una sola evidencia científica de que el humo del tabaco aumente de ninguna manera el riesgo de contagio para las personas que lo respiran. No existe ni una sola evidencia científica de que el humo del tabaco disperse más el virus, ni más lejos, ni aumente de ninguna manera su infectividad.

La prohibición de fumar en las terrazas que se extendió por España hace unos meses podrá justificarse por la molestia que el humo produce a las personas que se encuentran alrededor (esta prohibición existe desde hace tiempo en algunos lugares del mundo), pero de ningún modo puede justificarse científicamente por nada relacionado con el coronavirus.

Bueno, pero tampoco se ha demostrado que el humo no haga todo eso, me decía una amiga. Aquí entramos ya en el famoso argumento de Carl Sagan sobre el dragón invisible, intangible e indetectable que vivía en su garaje: no hay manera de demostrar que el dragón no existe. Pero lo que sí que no existe es ninguna razón científicamente fundamentada para suponer que el virus pueda dispersarse más o más lejos en el humo del tabaco que en el aire expulsado del mismo modo por otra persona sin mascarilla pero sin fumar, ni mucho menos que el humo del tabaco pueda aumentar la infectividad del virus o el riesgo de que otras personas se contagien.

Es complicado saber de dónde ha surgido este bulo. Al rastrear internet se encuentran numerosos artículos que mencionan este presunto riesgo. Ninguno de ellos enlaza a ningún estudio científico. En algunos casos se enlaza a opiniones de expertos (también aquí o aquí) que, a su vez, no están basadas en ningún estudio científico.

Más curioso, en algunos casos se enlaza a estudios que hablan de que fumar podría exponer a un mayor riesgo de padecer cóvid grave, lo cual no tiene nada que ver con lo que se dice. También en algún caso se da la curiosa circunstancia de que se ha confundido el hecho de que algunos científicos utilicen el humo como modelo de investigación de aerosoles (porque se ve y se detecta) con el hecho de que el humo del tabaco contagie el virus.

Aún más llamativa fue la noticia en la BBC que contaba la primera prohibición de fumar en las terrazas de Galicia, en la que se decía que, según el presidente autonómico, Alberto Núñez Feijóo, «fumar sin límites… con gente cerca y sin distancia social [supone] un alto riesgo de infección», y a lo que la propia BBC añadía: «La medida viene apoyada por investigaciones del Ministerio de Sanidad, publicadas el mes pasado, que delineaban el vínculo entre fumar y el aumento de propagación del coronavirus».

El documento vinculado en este enlace en realidad no era ninguna investigación, sino un posicionamiento del Ministerio respecto al consumo de tabaco en relación con la COVID-19, en el que se mencionaban el mayor riesgo de cóvid para los fumadores y la «expulsión de gotitas respiratorias que pueden contener carga viral y ser altamente contagiosas»; en la nota al pie se aclara que estas gotitas se expelen «al hablar, toser, estornudar o respirar». Es decir: no hay nada específicamente en el humo del tabaco que aumente el riesgo frente a la expulsión de las mismas gotitas sin humo. Entre las referencias citadas por el documento del Ministerio no hay tampoco ningún estudio al respecto, porque esos estudios, al menos hasta ahora, no existen. Y cuando se intenta presentar como ciencia algo que realmente no lo es, ya sabemos cómo se llama: pseudociencia.

Novedades sobre el coronavirus: entra sobre todo por la nariz, y los objetos son un riesgo menor

La urgencia de una pandemia es incompatible con los tiempos reposados que necesita la ciencia para avanzar sobre seguro, para saber que cada paso se está dando sobre terreno firme. Según una frase clásica, la ciencia avanza a hombros de gigantes, pero si esos gigantes son de cartón, el resultado será un morrazo contra el suelo.

Es por esto que muchos de los nuevos datos científicos sobre el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, deben tomarse como preliminares, no como definitivos. Lo cual inevitablemente implica que algunos mensajes procedentes de la investigación científica sobre el virus y su enfermedad pueden cambiar durante estos meses, como de hecho ha ocurrido y seguirá ocurriendo. Cualquiera que diga que la ciencia ofrece verdades absolutas la está confundiendo con otra cosa.

La cosa se agrava por el hecho de que numerosos resultados de estudios que se están difundiendo a través de los medios aún no han sido revisados ni publicados, sino que se cuelgan en repositorios de prepublicaciones o preprints. Tampoco se trata en absoluto de demonizar a los preprints, que a cambio están potenciando durante esta pandemia una vía de difusión rápida de estudios en abierto; y de hecho, la mayoría de los trabajos sobre el coronavirus que se han retirado por considerarse defectuosos o erróneos habían aparecido publicados en revistas con todas las bendiciones de la revisión por pares (un ejemplo lo tenemos en el culebrón de la cloroquina, del que hablaremos otro día).

Así que, preprints o estudios publicados, las conclusiones de estos que vengo a resumir hoy y en los próximos días, siempre bajo este encabezado de advertencia, deben tomarse como provisionales, no como definitivas, y aún pueden ser cuestionadas o desmentidas por estudios posteriores, mayores o más detallados. Pero sin perder de vista esta provisionalidad, ofrecen nuevos datos interesantes que merece la pena difundir.

Mascarilla bajo la nariz. Imagen de pixnio.

Mascarilla bajo la nariz. Imagen de pixnio.

Las superficies y objetos son una vía minoritaria de infección

Existe una posibilidad real de transmisión del virus a través de superficies y objetos, y en algún caso parece confirmada esta vía de contagio. Por ejemplo, un estudio publicado el mes pasado en The Lancet analizaba la vía de introducción del coronavirus desde China a Alemania a través de una mujer china que viajó a la sede de su empresa en Múnich sin saber que llevaba el virus, y que inició una cadena de contagios cuyo resultado fue de 16 personas infectadas a lo largo de cuatro generaciones de transmisión. Rastreando cómo se produjeron los contagios, los investigadores concluyeron que uno de ellos tuvo lugar cuando una persona le pasó a otra el salero en el comedor de la empresa.

Pero dicho esto, en general los estudios están apuntando a que el riesgo de transmisión a través de objetos y superficie es minoritario, y que la principal vía de transmisión continúan siendo las gotitas exhaladas por las vías respiratorias al toser, estornudar, cantar o hablar.

Por ello y como conté aquí hace unos días, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconseja por precaución la desinfección de superficies de contacto frecuente en lugares cerrados como hogares, oficinas, colegios, gimnasios y restaurantes, pero aclara que donde esto es sin duda más necesario es en entornos donde se cuida a enfermos: «No hay pruebas para equiparar el riesgo de transmisión por fómites [objetos contaminados] del virus de la COVID-19 en entornos hospitalarios con el de ningún otro ambiente fuera de los hospitales», decía la OMS en su guía «Limpieza y desinfección de superficies ambientales en el contexto de la COVID-19«.

Un nuevo preprint (por tanto, aún sin publicar) viene a insistir en la conclusión de que la transmisión del virus a través de superficies y objetos es muy probablemente algo muy minoritario. Investigadores de la Universidad de Bonn (Alemania) han tomado muestras de superficies de 21 hogares en cuarentena, en los que existía al menos una persona con infección confirmada del SARS-CoV-2. Estas muestras se tomaron de objetos que se tocan con frecuencia (pomos de puertas, mandos a distancia…), del aire (en busca de los famosos y temidos aerosoles) y de las aguas residuales (lavabos, duchas e inodoros).

La principal conclusión es que solo se detectó material genético del virus en 4 de 119 muestras de objetos, algo más de un 3%. Estos objetos contaminados fueron dos pomos metálicos de puertas, un mando a distancia y la tapa de madera de un fogón o estufa (el estudio no aclara más sobre esto). Dicho al contrario, 115 objetos que se tocan con frecuencia, casi el 97% de los analizados, en hogares donde hay personas infectadas, no tenían el menor rastro de material genético del virus. Pero aún hay más: en ninguno de los casos positivos se logró recuperar virus capaz de infectar, así que probablemente se trataba de restos de virus rotos sin ningún peligro.

Por otra parte, en ninguna de las muestras tomadas del aire de los 21 hogares con personas contagiadas se detectó el menor rastro del material genético del virus. Únicamente se obtuvo una mayor presencia en las aguas residuales, en 10 de 66 muestras, o un 15%; curiosamente, más en los sifones de duchas y lavabos que en los inodoros. Pero una vez más, tampoco en estos casos se logró recuperar virus activo con capacidad de infectar. “El ambiente doméstico no parece suponer predominantemente un alto riesgo para la transmisión del SARS-CoV-2”, concluyen los autores.

Como conclusión, y siempre con todas las debidas reservas que los propios autores se encargan de recalcar, si ni siquiera en los hogares donde hay personas con infección confirmada parece existir un gran riesgo en los objetos, esto debería mitigar una cierta obsesión por la desinfección compulsiva que parece haberse instalado en ciertas personas y hogares. Frente al “cualquier precaución es poca”, toda precaución debe ser razonable.

El virus entra sobre todo por la nariz

En línea con lo anterior, un nuevo estudio descubre que la infección por el coronavirus se produce probablemente sobre todo a través de la nariz. En este caso no se trata de un preprint, sino de un estudio publicado en la revista Cell, la más importante del mundo en biología, lo cual aporta una garantía añadida.

Investigadores de la Universidad de Carolina del Norte han estudiado la susceptibilidad de distintos tipos de células a lo largo de las vías respiratorias a la infección por el SARS-CoV-2, desde la nariz hasta los alveolos pulmonares. La conclusión es que las células más infectables son las de la cavidad nasal, y esta infectabilidad va descendiendo a lo largo de la tráquea, los bronquios y los bronquiolos hasta llegar a los alveolos; esto se corresponde además con el nivel de expresión en cada uno de estos tipos celulares del receptor que utiliza el virus, llamado ACE2.

¿Qué significa este resultado? Es bien sabido que los pacientes que mueren por COVID-19 desarrollan infección pulmonar, que a menudo se relaciona con la causa de la muerte. Los autores se plantearon dos posibilidades: o bien la infección prende directamente en los pulmones (como podría ocurrir si aspiramos el virus a través de la boca), o el sitio inicial de la infección es la nariz y desde ahí puede descender a los pulmones.

Los resultados, obtenidos de un detallado estudio experimental en cultivos celulares, apoyan la segunda hipótesis: el virus infecta primero la cavidad nasal, se multiplica allí, y después desciende a los pulmones con los fluidos. El estudio no puede descartar la posibilidad de que en algún caso la infección pueda arrancar directamente en los pulmones, pero sí indica que la nariz es la vía preferente de entrada para la infección.

Como conclusión, los autores destacan que sus resultados “son un argumento para el uso generalizado de mascarillas”. Pero si el virus entra sobre todo por la nariz, otra conclusión que podemos extraer fácilmente es que lo que vemos en la imagen de más arriba, que tantas y tantas veces hemos visto por ahí, es la perfecta manera de llevar una mascarilla sin que sirva absolutamente para nada.

No, la OMS no ha dicho que el coronavirus de la COVID-19 no se transmite por el contacto con superficies

Nada tiene de raro que durante esta pandemia del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, estén proliferando infinidad de bulos; o sea, lo que el diccionario define como «noticia falsa propalada con algún fin». Si hay o no un fin en todas las desinformaciones o noticias falsas difundidas sobre el virus y sus circunstancias, es imposible saberlo con certeza. Pero en algunos casos hay claros intereses económicos involucrados, y no nos fijemos solo en quienes tratan de vender curas milagrosas, algo que probablemente no engañe a la mayoría; publicar libros o vídeos en YouTube difundiendo teorías conspiranoides sobre, por ejemplo, el origen del virus, también es un negocio.

Pero dejando de lado estos bulos más evidentes (para los interesados, algunos de ellos se refutan en esta página de la Organización Mundial de la Salud), hay una tendencia creciente que ha venido en estas últimas semanas para hacer saltar la alarma antibulos. Y es que la pandemia también puede ser un jugoso nicho comercial: bienvenidos al nuevo negocio de la desinfección y la seguridad contra el coronavirus, en el que ya comienzan a florecer las proclamas contrarias a la evidencia científica; algunas de ellas, incluso peligrosas.

Pero antes de entrar en esta cuestión, que dejaremos para mañana, hay otra previa que conviene aclarar hoy. Dado que la desinfección busca eliminar el coronavirus de las superficies, antes debemos preguntarnos: ¿puede el coronavirus transmitirse por el contacto con superficies?

Desinfección del metro de Teherán contra el coronavirus. Imagen de Zoheir Seidanloo / Wikipedia.

Desinfección del metro de Teherán contra el coronavirus. Imagen de Zoheir Seidanloo / Wikipedia.

Y la respuesta es sí. Era sí desde el principio, y continúa siendo sí. Nada ha cambiado. Y no, como voy a explicar, la Organización Mundial de la Salud (OMS), ni ha publicado ningún estudio al respecto, ni mucho menos las conclusiones de tal inexistente estudio contradicen ninguno anterior, afirmando que el coronavirus no pueda contraerse por el contacto con superficies.

Esta es la historia: me llega por amigos la noticia de que, según la OMS, el virus no se contagia por las superficies. Y al parecer, lo están publicando grandes medios de toda solvencia.

De entrada, la noticia no es que sea sorprendente, sino más bien increíble. Con estudio científico o sin él, en ciencia a menudo ocurre –y este es un caso claro– que es imposible demostrar un negativo. Jamás ningún científico, ni tampoco un organismo como la OMS, afirmaría categóricamente que este virus no puede de ningún modo transmitirse por el contacto con superficies.

Al ir a las noticias publicadas, aparece un titular casi idéntico en varios medios: «La OMS no encuentra pruebas del contagio del coronavirus por el contacto con objetos». También el texto se repite de forma muy similar en todos los casos, ya que es un teletipo enviado por una de las principales agencias de noticias del país.

A primera vista, podría parecer un simple caso de interpretación confusa por parte de algunos lectores. En ciencia es muy diferente decir “NO hay pruebas de que” que decir “hay pruebas de que NO”; el viejo lema de que la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Pero incluso si se tratara simplemente de que algunos lectores han ido más allá de lo que realmente dice el titular, sería relevante que la OMS hubiera emprendido un estudio científico destinado a comprobar la transmisión del virus por superficies y objetos, y que dicha investigación hubiera encontrado solo resultados negativos; no probaría la no transmisión, pero sería un fuerte indicio. “Este estudio contradice algunos anteriores sobre la permanencia del virus en superficies”, dice un vídeo publicado en un diario.

Pero es que nada de lo anterior es cierto. Ni existe ningún estudio que por tanto no contradice nada, ni la OMS ha dicho tal cosa. La OMS no encuentra pruebas de que el coronavirus se transmita a través de objetos o superficies, sencillamente porque no puede encontrarlas si no las ha buscado, pero la OMS no ha pretendido en ningún momento decir que lo ha hecho y no las ha encontrado.

La fuente a la que se refiere la noticia en cuestión no es un estudio científico ni un informe, sino un documento de directrices publicado el 15 de mayo por la OMS y titulado “Limpieza y desinfección de superficies ambientales en el contexto de la COVID-19”. Su propósito es, según aclara la propia OMS, servir de guía sobre los procedimientos a adoptar para limpiar y desinfectar superficies de cara al control de la propagación del virus.

En este documento, la OMS no describe ningún dato nuevo, sino que se limita a recordar lo ya publicado en los estudios anteriores: “El virus de la COVID-19 se transmite sobre todo a través del contacto físico estrecho y las gotitas respiratorias, mientras que la transmisión por el aire es posible durante los procedimientos médicos que generan aerosoles. En el momento de esta publicación, la transmisión del virus de la COVID-19 no se ha vinculado de forma concluyente a superficies ambientales contaminadas en los estudios disponibles”, resume la OMS.

Sin embargo, el documento pasa entonces a dedicar casi cinco páginas a describir los procedimientos recomendados de limpieza y desinfección de superficies, dado que sí existen tanto “pruebas de superficies contaminadas en entornos de cuidado sanitario” como “experiencias pasadas de contaminación de superficies que se vincularon a transmisión de la infección con otros coronavirus”, lo que sugiere que la transmisión por superficies contaminadas es perfectamente posible, aunque aún no se haya demostrado. Por ello, la recomendación de la OMS es que las superficies, “sobre todo donde se atiende a los pacientes de COVID-19, deben ser correctamente limpiadas y desinfectadas para prevenir nuevas transmisiones”.

Por último, hay otro error de bulto en la noticia publicada que también puede confundir a los lectores. La OMS menciona dos estudios anteriores, muy difundidos en su día, según los cuales el virus puede permanecer activo durante 4 horas en cobre, 1 día en telas, madera y cartón, 2 días en vidrio, 4 días en acero inoxidable y plástico, y 7 días en el exterior de una mascarilla. Pero según el mismo vídeo publicado en uno de los medios, “la OMS advierte que esos estudios hacían pruebas en laboratorios y no en la vida real, por lo que no eran concluyentes”.

No es cierto. La OMS no dice tal cosa ni jamás lo diría, ya que los experimentos citados son perfectamente válidos y concluyentes de cara a la información que aportan, y es la permanencia del virus viable en distintos tipos de superficies en condiciones controladas de laboratorio, que es como se hacen estos experimentos. De ninguna manera el mensaje de la OMS es que “ahora” haya señalado esos estudios “como no concluyentes por estar realizados en un laboratorio”, como dice la noticia; simplemente se trata de advertir de que, como precisa el documento de la OMS, los experimentos “deben interpretarse con precaución en un ambiente real”, donde muchos otros factores pueden afectar a la viabilidad del virus.

Conclusión: todo lo anterior es un perfecto ejemplo de esas viejas historias del teléfono roto, donde el contenido inicial se deforma hasta convertirse en algo que no tiene nada que ver con lo dicho ni lo pretendido. Claro que hay una razón para que esto haya ocurrido; en su documento, la OMS aclara a quién iba dirigido: “profesionales sanitarios, profesionales de la salud pública y autoridades sanitarias que estén desarrollando e implantando políticas y procedimientos operativos sobre la limpieza y desinfección de superficies ambientales en el contexto de la COVID-19”. No era una nota de prensa ni ninguna clase de nueva información de interés público destinada a los medios. Y se entiende qué ocurre cuando alguien a quien no va dirigido lo interpreta a su manera y lo convierte en un titular tan bonito como falso.

Una vez aclarado esto, podemos pasar a la siguiente pregunta: ¿qué hay de las desinfecciones y medidas de seguridad que estamos viendo estos días en los medios? ¿Qué hay de esos reportajes que están apareciendo en los telediarios, sin el menor contraste crítico con una fuente científica acreditada, sobre restaurantes con túnel de desinfección a la entrada, centros comerciales donde la luz ultravioleta impide que el virus se adhiera, ozono a gogó, detección de coronavirus por cámaras térmicas o termómetros sin contacto, desinfección de calles… Ha nacido la nueva pseudociencia del siglo XXI, la de la seguridad anti-covid. Mañana seguimos.