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Esto es lo que dura activo el virus de la COVID-19 en el aire

Hace unos meses, en la cafetería del Parador de Gijón observé sobre una encimera un cacharro que parecía una lamparita; una de esas que realmente no dan luz y que pretenden aparentar decoración de vanguardia hasta que pasan de moda y entonces quedan como decoración de retaguardia. Pero el camarero explicó que no era eso, sino un monitor de CO2: verde, bien; amarillo, abrir las ventanas; rojo, desalojar hasta que vuelva el amarillo.

No soy cliente habitual de bares ni restaurantes, así que no puedo juzgar ni siquiera por impresión personal si aquello era una excepción insólita o si ya existen muchos locales con medidores de este tipo. Ojalá sea lo segundo. Porque desde luego, si no es lo segundo, entonces es que la torpeza del ser humano no se cura ni con seis millones de muertos.

Pero con independencia de que muchos o pocos hosteleros hayan adoptado esta simplicísima medida, que no lo sé, lo que sí es constatable es que los gobiernos que nos gobiernan y los legisladores que nos legislan, estatales, autonómicos o de comunidad de vecinos, continúan silbando, mirando para otro lado y rascándose el ombligo en todo lo relativo a las medidas de calidad del aire. Que son LA MEJOR arma contra la pandemia de COVID-19. En su lugar, se sigue hablando de mascarilla sí, mascarilla no, mascarilla tralará.

Sí, las mascarillas funcionan (hasta cierto punto). Pero como ya he repetido aquí una y otra vez, las mascarillas han sido un parche, una chapuza de emergencia, incómoda e indeseable, cuando no teníamos otro modo de enfrentarnos al virus. Después de más de dos años, se diría que ya ha habido tiempo más que suficiente para cambiar el parche por medidas serias y definitivas de calidad del aire de cumplimiento obligatorio en todos los espacios públicos cerrados, que los expertos han pedido hasta la ronquera.

Pero es evidente que esto no ha ocurrido. El riesgo de contagio se sigue dejando a la mascarilla. No es asunto de los hosteleros ni de los dueños de los locales. No es su aire. Como si se sirvieran agua o comida sin el menor control sanitario, y allá cada cual si enferma, no haber bebido o comido, qué culpa tendrá el dueño. En resumen: que aún sigamos hablando de mascarillas, dos años y pico después, revela el fracaso de la respuesta contra la pandemia.

Partículas virales del SARS-CoV-2 al microscopio electrónico de transmisión. Imagen de NIAID.

Partículas virales del SARS-CoV-2 al microscopio electrónico de transmisión. Imagen de NIAID.

En la revista BMJ (antiguo British Medical Journal) la microbióloga de la Universidad Napier de Edimburgo Stephanie Dancer escribía hace unos días: «Es hora de una revolución en el aire de interiores». En fin, lo mismo que otros cientos de expertos en todo el mundo han repetido hasta la saciedad. «Se espera que las autoridades de salud pública desarrollen directivas prácticas e inclinen a la gente y a los locales hacia una mayor seguridad». Se espera. Y seguimos esperando, mientras nadie hace nada.

El artículo de Dancer venía a propósito de una nueva revisión de estudios sobre la transmisión del SARS-CoV-2 por aerosoles publicada el mismo día en BMJ. Habrá a quienes les sorprenda que a estas alturas se sigan publicando estudios y revisiones sobre la transmisión por aerosoles. Pero no debería; eso es precisamente lo que distingue a la ciencia de todo lo demás, que continúa indagando, obteniendo nuevos datos, validando sus afirmaciones, revisándolas y refutándolas si es necesario. Frente a quienes dicen que ellos ya sabían desde el principio que eran los aerosoles, la ciencia no sabe nada desde el principio, sino solo al final. Y el hecho de que esta conclusión final pueda coincidir a veces con lo que a algunos les daba en la nariz no convierte a esos de la nariz en científicos; científico es quien investiga para saber, no quien ya sabía.

Y sí, la nueva revisión valida una vez más la transmisión por aerosoles: «La transmisión del SARS-CoV-2 por el aire a larga distancia podría ocurrir en lugares de interior como restaurantes, centros de trabajo y locales de coros, y un insuficiente recambio del aire probablemente contribuya a la transmisión», escriben los autores, de la UK Health Security Agency. «Estos resultados refuerzan la necesidad de medidas de mitigación en interiores, sobre todo una adecuada ventilación».

Además, con las últimas subvariantes de Ómicron las reglas del juego han cambiado radicalmente. El virus ancestral de Wuhan (el original) tenía una infectividad tan baja que por entonces el riesgo de contagio en exteriores se consideraba mínimo o prácticamente inexistente, a juzgar por los estudios de aquellos primeros tiempos. Con un número de reproducción básico (R0, recordemos que este es el número medio de personas a las que contagia cada infectado en una población sin inmunidad y mezclada al azar) de en torno a 3,3, era necesario un contacto muy estrecho y prolongado para contagiarse al aire libre, a pesar de que a posteriori algunos sectores políticamente interesados, pero científicamente desinformados, hicieran tanto ruido con aquello del 8-M de 2020 (que de todos modos y por principio de precaución no debería haberse celebrado, ya que por entonces aún no se conocía la infectividad del virus; pero una cosa es que debiera haberse suspendido, y otra que en la práctica tuviera un impacto real en la expansión de los contagios, que no fue así).

Pero con las nuevas variantes, todo ha cambiado. En la mayoría de ellas se ha cumplido que las que reemplazan a las anteriores tienen mayor infectividad. Y para las Ómicron BA.4 y BA.5, alguna estimación ha calculado que su R0 se ha disparado a un brutal 18,6. Implica que estos virus serían los más contagiosos jamás conocidos, tanto como el sarampión, del cual se contagian 9 de cada 10 personas no vacunadas que están cerca de un infectado. Lo cual aumenta enormemente el riesgo de contagio también en aglomeraciones al aire libre, como los festivales que se celebran en esta época. Y aún queda por estimar la infectividad de la nueva subvariante de segunda generación Ómicron BA.2.75 detectada primero en India (a la que algunos en redes sociales han apodado «Centaurus»), pero que podría ser incluso más infecciosa que las anteriores.

Un nuevo estudio publicado en PNAS ha analizado la dinámica del riesgo de contagio por aerosoles en interiores, aportando datos sobre cuánto dura el virus infeccioso en el ambiente. Los autores, de la Universidad de Bristol, han medido cuál es la infectividad del virus en al aire a lo largo del tiempo y a distintas temperaturas y humedades, en condiciones controladas de laboratorio.

Los resultados indican que, en condiciones de baja humedad relativa (menor del 50%), solo 10 segundos después de exhalarse el aerosol la infectividad ya ha descendido a la mitad, debido a que las gotitas del aerosol se secan y cristalizan. En condiciones de alta humedad, como ocurriría en las zonas de costa, el virus en el aire se mantiene activo durante más tiempo: comienza a perder infectividad a los 2 minutos, a los 5 minutos ha perdido el 50%, y a los 10 minutos el 90%. En cambio, la temperatura no afecta demasiado. Estos efectos de las condiciones ambientales coinciden a grandes rasgos con lo descrito previamente en otros estudios, pero en cambio estos nuevos datos rebajan drásticamente la vida media infectiva del virus en el aire, que hasta ahora se estimaba en 1 o 2 horas.

Debo aclarar que estos datos no deben utilizarse como guía práctica para valorar el riesgo en interiores en situaciones reales. Es un solo estudio (aunque muy bueno), y en condiciones controladas de laboratorio. También conviene mencionar que los experimentos se refieren a variantes antiguas, como Alfa y Beta, y no a las nuevas. Según los autores, «no hay razón para creer que las medidas en este estudio no sean representativas de variantes posteriores del virus». Pero también hay algún estudio de hace unos meses según el cual Ómicron es más estable en superficies que variantes anteriores, y no puede darse por hecho que la estabilidad en aerosoles sea la misma.

Pero en cambio, hay dos conclusiones interesantes con las que conviene quedarse. Primera, en una época en que los humidificadores de aire se han convertido en una especie de electrodoméstico de moda que muchas veces se usa sin necesidad, ni sin que quien lo usa sepa realmente por qué lo usa, algo que subrayan este y otros estudios es que el aire seco es mejor para evitar la transmisión del virus: «El aire seco puede ayudar a limitar la exposición general», escriben los autores.

Segunda, el estudio confirma la validez de los monitores de CO2 para medir el riesgo de exposición al virus. Aunque esto es algo bastante aceptado, algunos expertos todavía no están del todo convencidos. Pero además de que un exceso de CO2 en una habitación es siempre señal de aire viciado y mala ventilación, el nuevo estudio revela que la evaporación del CO2 de las gotitas de los aerosoles parece ser en parte responsable de esa pérdida de infectividad del virus por un aumento del pH de las gotitas (baja su acidez, sube su alcalinidad; el CO2 disuelto forma ácido carbónico, el de las bebidas con gas). Por lo tanto, en una habitación con mucho CO2, este gas mantendrá más bajo el pH de las gotitas y por tanto favorecerá la infectividad del virus.

Claro que de poco servirán todos estos estudios mientras las autoridades sigan mirando para otro lado. Como conté aquí, la situación la resumía en pocas palabras el especialista en infecciosas de Stanford Abraar Karan: tomar medidas para asegurar la calidad del aire cuesta dinero a los gobiernos y a los negocios. Así que prefieren que sigamos con el mascarillas sí, mascarillas no.

Este es el tiempo máximo en el interior de un restaurante para evitar el contagio, según un modelo científico

Entre la comunidad científica se ha extendido ya el reconocimiento de los aerosoles como el principal vehículo de contagio de la COVID-19, a pesar de que este hecho no ha calado aún ni en las autoridades ni entre el público: las primeras apenas han dejado la ventilación como una recomendación opcional a pie de página (en algunos países se ha impuesto por ley e incluso se han decretado ayudas a los negocios para instalar nuevos sistemas), mientras que otras medidas de eficacia dudosa o no avalada por la ciencia se obligan bajo penas de multa; y en cuanto al segundo, el público, muchos ignoran el riesgo de los locales cerrados y mal ventilados, sobre todo allí donde no se usa mascarilla, como bares y restaurantes.

Conviene además aclarar que no es aire fresco todo lo que reluce: no podemos fiarnos de la vista o el olfato. Así lo contaba para un reportaje en Nature la científica de aerosoles Lidia Morawska, de la Universidad de Tecnología de Queensland, en Australia. Morawska, como otros investigadores de su especialidad, recorre distintos locales con un monitor de CO2 portátil; la presencia de este gas que expulsamos al respirar es un indicador de la renovación del aire, por lo que estos monitores pueden servir como el canario en la mina, de cara a alertar sobre la posible acumulación de aerosoles contaminados con el virus.

En exteriores, la concentración de CO2 es de unas 400 partes por millón (ppm). «Incluso en un restaurante aparentemente espacioso, con techos altos, el número a veces se dispara hasta las 2.000 ppm, una señal de que la sala tiene mala ventilación y supone un riesgo de infección de COVID-19«, cuenta el artículo de Nature. «El público en general no tiene ni idea de esto«, dice Morawska. «Imaginas un bar muy atestado, pero en realidad cualquier lugar puede estar demasiado lleno y poco ventilado, y la gente no se da cuenta de ello«.

El artículo advierte de que, ante la falta de insistencia de las autoridades en esta cuestión, «algunos científicos dicen que esto deja a gran parte de la población, desde los escolares a trabajadores de oficinas, clientes de restaurantes y presos, en riesgo de contraer COVID-19«. Y por lo que observamos a nuestro alrededor, es evidente que en España aún no existe una conciencia clara de este riesgo, mientras en cambio se continúa con las inútiles desinfecciones.

Incluso la Organización Mundial de la Salud, que por motivos ignotos se ha resistido con uñas y dientes a aceptar el clamor de la comunidad científica, ya publicó el mes pasado una hoja de ruta para mejorar la ventilación y la calidad del aire en interiores con el fin de reducir el riesgo de contagio, algo que marcaría una enorme diferencia en la lucha contra la pandemia.

Un trabajador recoge el mobiliario de la terraza de un restaurante en el centro de Córdoba. Imagen de Salas / EFE / 20Minutos.es

Un trabajador recoge el mobiliario de la terraza de un restaurante en el centro de Córdoba. Imagen de Salas / EFE / 20Minutos.es

En un mundo ideal, a estas alturas la calidad del aire sería ya la preocupación principal en todos los espacios públicos y privados; al entrar a cualquier tienda veríamos potentes sistemas de ventilación, y una pantalla nos informaría del nivel de CO2. No se permitiría la apertura de un local que no tuviese estos sistemas, o donde los niveles de CO2 superaran el máximo permitido. Y sin embargo, mientras tanto las autoridades continúan ignorando esta medida esencial pero complicada y cara, prefiriendo en su lugar las opciones más fáciles y baratas de encerrar a la población, prohibir las reuniones y tocar la campana para recluir a todo el mundo en sus domicilios al caer la noche. Medidas del siglo XV para el siglo XXI.

Una salvedad: aún no es posible medir directamente la concentración de virus en el aire de forma rápida y sencilla; la medición de CO2 es lo que se llama un proxy, una medida indirecta que se supone asociada a la que se quiere saber. No todos los científicos están de acuerdo en que sea tan relevante como otros defienden. Por ello, ante la duda y teniendo en cuenta que la posible contaminación del aire es indetectable, quien quiera asegurarse de ahorrarse este riesgo solo tiene una opción, y es abstenerse de visitar lugares cerrados donde no se use mascarilla en todo momento. No solo bares y restaurantes, sino también aquellos negocios cuyos responsables solo se ponen la mascarilla cuando entra un cliente.

Pero esto no tendría por qué ser así. A todos nos gusta que los negocios estén abiertos, y las personas cuyo sustento depende de ello lo necesitan desesperadamente. A falta de que las autoridades dejen de ignorar y despreciar este riesgo, y de que el público en general deje de ignorar y despreciar este riesgo, los investigadores intentan al menos cuantificarlo en términos de reglas sencillas. Reuniendo el conocimiento acumulado sobre la dinámica de los flujos de aire, las posibles dosis infectivas del virus, sus concentraciones en aerosoles y otros datos, se están refinando herramientas de simulación que permiten estimar cuál es el riesgo de contagio en distintas situaciones y tipos de locales.

En enero, investigadores de la Universidad de Cambridge y del Imperial College London publicaron un estudio en Proceedings of the Royal Society A acompañado por una herramienta online para calcular el riesgo de contagio de COVID-19 en interiores. El modelo es muy versátil, ya que pueden introducirse distintos parámetros como las medidas del local, la ventilación o el porcentaje de infectividad de los ocupantes. De hecho, se está utilizando en la práctica en los departamentos de la Universidad de Cambridge.

Pero para el público en general quizá sea más ilustrativa y sencilla otra herramienta online elaborada por científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y que acompaña también a un estudio publicado ahora en PNAS. El simulador permite elegir el idioma (no hay castellano, de momento), las unidades de medida (sistema métrico, en nuestro caso), el modo (básico o avanzado), el tipo de local, lo que hace la gente (si llevan mascarilla o no, si hablan, cantan…), el grupo de edad y la variante del virus (la original de Wuhan o la británica).

Una vez elegidos todos estos datos, el resultado es cuántas personas durante cuánto tiempo serían aceptables para evitar el contagio, cuánto tiempo sería el máximo permitido para un número de personas que podemos elegir, y cuántas personas serían admisibles para un tiempo que podemos elegir; todo ello, claro, suponiendo que en el local hubiera una persona infectiva. Aclaremos que el modelo no se basa en niveles de CO2, sino de virus infectivo. Y los investigadores subrayan que sus estimaciones son conservadoras; es decir, que han preferido pasarse de riesgo que quedarse cortos.

Por ejemplo (todos estos casos se refieren a la variante británica del virus): para un restaurante, hablando y sin mascarillas, suponiendo 25 personas en el local, estamos en riesgo si permanecemos más de 51 minutos. Con 100 personas, bastarían 15 minutos para contagiarnos. Incluso con solo 10 personas en el local, el límite de seguridad serían 2 horas.

Los locales donde se usa mascarilla en todo momento son notablemente más seguros: en el aula de un colegio con 25 niños, los niveles se mantienen por debajo del riesgo durante 38 horas. Si además no se habla, como suele ocurrir en el transporte público, aún mejor: en un vagón de metro, esa situación que tanto terror injustificado causa, con mascarillas y sin hablar haría falta que lo ocuparan 50 personas durante 12 días seguidos para que se alcanzaran los niveles de riesgo de contagio; 14 días para el caso de un avión comercial. En cambio y aunque la herramienta no ofrece una opción específica de gimnasio, un aula con 25 personas haciendo ejercicio sin mascarilla se convierte en un riesgo de contagio a los 13 minutos. Con mascarillas, el riesgo desciende drásticamente: 5 horas para esas mismas 25 personas.

Todos estos resultados no deberían sorprender a nadie. Si acaso lo hacen, es señal de que aún no se han comprendido los aerosoles.

Según cuenta a la CNBC el primer autor del estudio, Martin Bazant, «la distancia en exteriores no tiene casi ningún sentido, y especialmente con mascarilla es una locura porque no vas a contagiar a alguien a dos metros«. Y añade: «Una multitud al aire libre podría ser un problema, pero si la gente mantiene una distancia razonable de unos dos metros en el exterior, me siento cómodo con eso incluso sin mascarilla«. En resumen: en exteriores, o mascarillas, o distancia, pero solo en aglomeraciones. En cambio en interiores, advierte Bazant, «no es más seguro estar a 20 metros que a 2 metros«.

Salta a la vista que todo lo anterior no coincide con lo que las autoridades promulgan, los medios difunden y el público entiende. Cuando se teme el contagio en el metro o se alerta del gravísimo riesgo de la calle Preciados llena de gente con mascarillas, pero en cambio se desprecia el riesgo de los restaurantes y los hoteles (en estos es obvio que la gente se quita la mascarilla en la habitación, pero sus aerosoles pasan al circuito del aire), es que no se han comprendido los aerosoles. Cuando se obliga a llevar mascarilla a personas en movimiento por calles u otros lugares abiertos sin aglomeraciones, como un parque o una playa, es que no se han comprendido los aerosoles. Cuando se cree que la llamada «distancia de seguridad» nos protege en interiores, es que no se han comprendido los aerosoles. Cuando se cree que cruzarnos por la calle a menos de dos metros de otra persona va a contagiarnos, es que no se han comprendido los aerosoles.

Claro que el pensamiento mágico no es un problema solo de España. Por ello dice Bazant: «Necesitamos información científica transmitida al público de un modo que no sea solo meter miedo, sino basada realmente en análisis«. Y concluye con la esperanza de que sus resultados influyan en las medidas adoptadas por las autoridades. Porque la esperanza es lo último que se pierde, aunque esto no lo dice él, si es que este refrán existe en Massachusetts, que no lo sé.

Cinco ideas erróneas sobre las vacunas de la COVID-19 (2): ¿pueden las personas vacunadas contagiarse y contagiar?

Continuamos hoy con la segunda entrega de ideas erróneas en relación a las vacunas de la COVID-19 (aquí la primera entrega).

4. Las personas vacunadas aún pueden infectarse y contagiar a otras

Reflexión previa que explica por qué esto es incorrecto (quien no la necesite puede continuar después de la foto, aunque esto ayuda a entender las cosas):

Cuando uno llega a la profesión del periodismo desde la profesión de la ciencia, hay ciertas cosas a las que cuesta acostumbrarse. Y una de ellas es el tan diferente concepto de la «verdad». La ciencia es el mundo de la búsqueda asintótica de la verdad, como un ideal a perseguir a través de un camino de posibilidades y probabilidades que tiende a acercarse cada vez más a ese límite. No es «científicamente demostrado». Es «los datos actuales sugieren que quizá». En cambio, el periodismo es el mundo de la verdad urgente y absoluta, sin importar que sea objetiva o no, porque los medios ideológicamente opuestos tienen verdades absolutas opuestas. Y, al menos en ciencia, no pueden ser verdad al mismo tiempo una cosa y su contraria.

En tiempos de pandemia se diría que esto se ha acentuado, porque el público sumido en el temor y la incertidumbre busca verdades absolutas, sí o no, blanco o negro. Y así ocurre que constantemente, día tras días, los científicos están difundiendo los nuevos avances de la investigación sobre el coronavirus convenientemente acolchados entre sus «podría ser», «a día de hoy los datos apuntan a que», «quizá», «probablemente», «no es descartable que», «no puede asegurarse que» o «no puede asegurarse que no».

Pero los medios suelen quitar todo este acolchado –hay redactores jefe para quienes un «quizá» o un «podría» en un titular es algo inaceptable, cuando la ciencia en proceso muchas veces solo puede ofrecer «quizás» y «podrías»– y, así, hacen una verdad de algo que no lo es. Por ejemplo: los científicos dicen que no puede garantizarse que las personas vacunadas no se infecten ni contagien a otras. Los medios cuentan que las personas vacunadas pueden infectarse y contagiar a otras. Cualquiera puede entender que hay una clara diferencia entre ambas cosas.

Vacuna de Moderna contra la COVID-19. Imagen de US Army.

Vacuna de Moderna contra la COVID-19. Imagen de US Army.

Vayamos al tema. ¿Pueden las personas vacunadas contagiarse y contagiar a otras? La respuesta corta: a nivel individual, no es descartable. A nivel epidemiológico, a día de hoy los datos actuales apuntan a que posiblemente esta vaya a ser una preocupación menor.

La respuesta larga. Debe tenerse en cuenta que una vacuna no es un traje de astronauta. Ni una cubierta protectora que repela los virus. No es un «blindaje». La vacuna crea una respuesta inmune que vigila el organismo para responder contra una infección. Con esto se entiende que, para que la respuesta estimulada por la vacuna haga lo que tiene que hacer, en primer lugar es necesario que el patógeno esté en el organismo, en un lugar u otro, de una manera o de otra.

En el caso de la cóvid, y dado que el objetivo era salvar vidas, el testado de las vacunas se ha centrado en determinar si previenen la enfermedad moderada o grave. Es decir, si salvan vidas.

Por lo tanto, han quedado de lado los objetivos de saber: primero, si la vacuna protege de la infección leve o asintomática; segundo, en caso de que la respuesta sea no, si la carga viral en las personas vacunadas e infectadas es suficiente para contagiar a otras, siempre teniendo en cuenta que aún no se sabe cuál es la carga viral necesaria para contagiar a otras. Estos objetivos no han estado presentes en el diseño de las vacunas, y por lo tanto tampoco se han considerado requisitos para su validación.

Existen casos en los que una vacuna puede proporcionar lo que se llama inmunidad esterilizante, es decir, protección contra una infección productiva.En el caso de un virus que entra por las mucosas respiratorias como el SARS-CoV-2, sería posible obtener una vacuna que favorezca la liberación de un tipo concreto de anticuerpos (IgA) que actúa con preferencia en las secreciones de dichas mucosas en lugar de en el torrente sanguíneo (IgG), y que por lo tanto detenga el virus en la misma entrada. De hecho, se están creando vacunas nasales de este tipo.

Hay un problema adicional, y es que no solamente este no ha sido el objetivo de los ensayos realizados antes de la aprobación de las vacunas ya disponibles, por lo que no existen suficientes datos científicos al respecto; sino que, además, aún no existe tampoco un criterio científico para definir la inmunidad esterilizante en el caso concreto de la COVID-19. Comprobar a gran escala si los vacunados se contagian o no es relativamente sencillo, incluso en los casos asintomáticos; comprobar si estos últimos están contagiando a otros es más complicado.

En resumen, no es que las vacunas de la cóvid no den inmunidad esterilizante. Es que aún no se sabe. En algunos casos ni siquiera se ha examinado; en otros hay indicios de que podría ser así, por ejemplo con la vacuna de Janssen que está a punto de aprobarse. También hay indicios de que la vacuna de Moderna podría reducir en dos tercios las infecciones asintomáticas tras la primera dosis.

En cuanto a la vacuna de Pfizer, un estudio en la población israelí publicado en The New England Journal of Medicine estima una efectividad del 90% tras la segunda dosis para la protección de la infección asintomática. Otro nuevo estudio en trabajadores sanitarios británicos, aún sin publicar, ha detectado una efectividad de la primera dosis de esta vacuna del 72% en infección tanto sintomática como asintomática, que aumenta al 86% después de la segunda dosis, lo que según los autores implica que esta vacuna puede «reducir la transmisión de la infección en la población» (nótese cómo la efectividad en el mundo real suele ser menor que la eficacia anunciada en los ensayos clínicos). También en trabajadores sanitarios británicos, una sola dosis de Pfizer reduce los infectados asintomáticos a la cuarta parte, y estos podrían mostrar niveles más bajos del virus y por lo tanto menor riesgo de infectar a otras personas, según otro estudio aún sin publicar.

Por último, respecto a la vacuna de AstraZeneca, los ensayos han encontrado una protección del 59% contra la infección asintomática con la dosificación óptima (que ya expliqué aquí). Datos más recientes publicados en The Lancet indican una protección contra la infección del 64% tras la primera dosis, incluyendo casos sintomáticos y asintomáticos, lo que sugiere la posibilidad de reducir la transmisión.

En resumen y con los datos disponibles hasta ahora, los autores de una reciente y monumental revisión de las vacunas actuales publicada en Science Advances concluyen con respecto a la posibilidad de que las personas vacunadas puedan contagiarse y contagiar a otras: «Aunque este escenario no puede descartarse, pensamos que probablemente será poco común«.

Pero una vez más, conviene insistir: cuando los científicos hablan de si una vacuna reducirá los contagios, lo hacen desde el punto de vista epidemiológico, el de la población general. Al público le interesa el punto de vista individual: ¿me protege a mí del contagio? ¿Me protege de contagiar a otros? Y en este caso la respuesta es… exactamente la que los científicos han estado pregonando desde el principio. Que no puede asegurarse.

6. Las personas vacunadas pueden decir adiós al riesgo de la COVID-19 para siempre

Aunque somos muchos los que nos sentiremos más aliviados cuando recibamos la vacuna, ciertas situaciones que se están viendo en las televisiones estos días son algo preocupantes. Creo que con todo lo anterior ha quedado suficientemente claro que no: las personas vacunadas no necesariamente deben contar con estar del todo protegidas. Ni mucho menos se sabe cuánto durará; para conocer la protección a largo plazo hay que esperar al largo plazo. Aún no existe lo que se llama un correlato de inmunidad de la cóvid, un conjunto de indicadores que sirvan para afirmar que una persona está inmunizada.

Aún no se sabe cuál es la duración de los anticuerpos neutralizantes, ni qué nivel de anticuerpos neutralizantes confiere protección. No se sabe cuál es el papel de los linfocitos T en la inmunidad contra la cóvid ni cuál es la capacidad de las distintas vacunas de estimular esta respuesta, en qué grado y con qué duración. No se sabe qué nivel de inmunidad proporcionan las vacunas en las mucosas por las que entra el virus, ni qué medida de memoria inmunológica se consigue, ni cuánto dura. Las vacunas se han obtenido, probado rigurosamente y validado en tiempo récord, pero caracterizarlas en profundidad llevará meses o años.

Hasta entonces, lo que realmente nos protegerá en mayor medida, lo que finalmente permitirá que algún día podamos volver a la normalidad, no es la vacuna en nuestro brazo, sino muchas vacunas en los brazos de muchas personas. Como ocurre con cualquier otra vacuna, las vacunaciones de otros también nos protegen a nosotros. Y por tanto, las negativas de otros a vacunarse también nos perjudican a nosotros.

Los científicos insisten en la urgencia de la ventilación y filtración del aire, y el gobierno español no escucha

La evidencia científica actual sobre el contagio del coronavirus SARS-CoV-2 de la COVID-19 indica que no solo la transmisión por el aire (aerosoles) es real, sino que este modo de propagación podría ser el mayoritario; algo que la Organización Mundial de la Salud aún se resiste a aceptar, a pesar de que ya en julio numerosos científicos expertos alertaron sobre ello y han venido insistiendo después repetidamente en algunas de las principales publicaciones médicas y científicas (BMJ, New England Journal of Medicine, The Lancet, Science).

Por ello, los científicos alertan de que la eliminación y la dispersión del virus del aire mediante ventilación y filtración son armas esenciales en la lucha contra la pandemia, como ya se ha destacado en este blog. Y sin embargo, en general las autoridades están desoyendo a la ciencia, minimizando la importancia de estas medidas y en su lugar centrándose en otras más teatrales pero de eficacia cuando menos dudosa y posiblemente marginal, como la desinfección compulsiva.

Ventanas abiertas. Imagen de pexels.com.

Ventanas abiertas. Imagen de pexels.com.

Hoy se pone un peldaño más en este camino hacia, esperemos, el que debe ser el futuro de la lucha contra la pandemia. En la revista Science, una carta firmada por un grupo de expertos vuelve a insistir en lo mismo. Dada la brevedad de la comunicación, la traduzco aquí íntegra, destacando las partes más esenciales.

Hay evidencias arrolladoras de que la inhalación del coronavirus del síndrome respiratorio agudo grave 2 (SARS-CoV-2) representa una ruta mayoritaria de transmisión de la enfermedad del coronavirus 2019 (COVID-19). Hay una necesidad urgente de armonizar las discusiones sobre los modos de transmisión del virus entre las distintas disciplinas para asegurar las estrategias más efectivas de control y ofrecer al público directrices claras y consistentes. Para ello, debemos clarificar la terminología para distinguir entre aerosoles y gotículas utilizando un umbral de tamaño de 100 micras, no el histórico de 5 micras. Este tamaño separa de forma más efectiva su comportamiento aerodinámico, posibilidad de inhalación y eficacia de las intervenciones.

Los virus en gotículas (mayores de 100 micras) típicamente caen al suelo en segundos a menos de 2 metros de la fuente y pueden ser disparados a los individuos cercanos como diminutas bolas de cañón. A causa de su alcance limitado, el distanciamiento físico reduce la exposición a estas gotículas. Los virus en aerosoles (menores de 100 micras) pueden permanecer suspendidos en el aire desde muchos segundos a horas, como el humo, y ser inhalados. Están altamente concentrados cerca de una persona infectada, por lo que pueden infectar a otras personas más fácilmente en su proximidad. Pero los aerosoles que contienen virus infeccioso también pueden viajar a más de 2 metros y acumularse en el aire de recintos interiores con mala ventilación, originando situaciones de supercontagio.

Los individuos con COVID-19, muchos de los cuales no tienen síntomas, liberan miles de aerosoles cargados de virus y muchas menos gotículas al respirar y hablar. Así, es mucho más probable inhalar aerosoles que ser salpicado con una gotícula, y por lo tanto el equilibrio de la atención debe desplazarse hacia la protección contra la transmisión por el aire. Además de las obligaciones actuales de llevar mascarillas, distanciamiento social y esfuerzos de higiene, urgimos a las autoridades de salud pública para que añadan claras directrices sobre la importancia de desplazar las actividades a los espacios al aire libre, mejorar el aire de los recintos interiores utilizando ventilación y filtración, y mejorar la protección para los trabajadores de alto riesgo.

Una de las personas que han colaborado en la redacción de esta carta, aunque como en el caso de otras su nombre no figura entre los firmantes, es un especialista de prestigio mundial en aerosoles. Y es un ejemplo de nuestra ciencia expatriada: José Luis Jiménez se doctoró en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y actualmente es profesor de la Universidad de Colorado.

Su lista de honores y su condición como uno de los científicos más citados del mundo en su campo muestran que no se trata de uno de esos casos, tan típicos por aquí, de «un villarribeño triunfa en EEUU»; Jiménez sí es realmente una autoridad mundial. Hace unos días la revista web MIT Technology Review le dedicaba una entrevista, subrayando su empeño en divulgar la importancia de la transmisión de la cóvid por aerosoles y su iniciativa de publicar un extenso y exhaustivo Google Doc de 57 páginas en el que él y otros expertos dan respuesta a todas las preguntas posibles sobre cómo protegerse de esta amenaza de contagio (traducido al español aquí).

A pesar de llevar décadas fuera de España, Jiménez se ha interesado vivamente por transmitir el mensaje de la importancia de los aerosoles y su prevención a las autoridades españolas. En concreto, y según ha contado en su Twitter, escribió emails a Fernando Simón en tres ocasiones. No recibió respuesta. Su último intento ha sido contactar a través del gabinete de prensa del Ministerio de Sanidad, que hasta ahora, según me ha confirmado, tampoco ha respondido. Este es un extracto de su email:

Veo que en muchos sitios en España la gente no tiene ni idea de las medidas que hay que aplicar para reducir la transmisión por aerosoles, las más importantes de las cuales son gratis:

  1. Que las mascarillas vayan bien ajustadas a la cara sin huecos. Si no van bien ajustadas sin dejar huecos, por ahí entra y sale el virus a sus anchas, y las mascarillas solo son una decoración. Por las fotos y vídeos que veo en España, este problema es extremadamente frecuente.
  2. Hacer todo lo que se pueda afuera. Si esto se pudo hacer en Boston y Nueva York en el invierno de 1910 para las escuelas (donde hace un frío tremendo, como puedo atestiguar dado que hice el doctorado en el MIT), se puede hacer en muchos sitios de España en el otoño.
  3. Abrir las ventanas en todos los sitios interiores para reducir la concentración de virus y disminuir la propagación, por ejemplo en colegios. Si no, los colegios van a ser un caldo de cultivo para el virus.

Hay otras medidas que no son gratis, pero cuyo coste es muchísimo mejor al coste de no parar la pandemia. Como por ejemplo filtros HEPA o filtros baratos con un ventilador normal. Pero me escriben muchos padres y maestros que los colegios les prohíben tener filtros en clase e incluso abrir las ventanas. Esto es un crimen y va a morir gente por esta estupidez.

Y hay otras medidas que no sirven para nada o casi nada y son un malgasto de dinero e incluso son tóxicas, como desinfectar las calles o locales con sprays de lejía o amonio cuaternario etc.

La transmisión está dominada por aerosoles, así que hay que dedicar el 80% del esfuerzo a reducir la transmisión por el aire, y el 20% a desinfectar, y no al revés.

El pasado jueves, Fernando Simón dijo en rueda de prensa que aún no hay «evidencia sólida» de que exista transmisión por aerosoles en la comunidad (fuera del entorno hospitalario). Incluso asumiendo que esto fuese cierto, algo con lo cual numerosos científicos especializados en aerosoles y en transmisión aérea de patógenos no están en absoluto de acuerdo, ¿por qué al menos las autoridades no aplican el principio de precaución también en este aspecto, como continúan aplicándolo a otros modos de transmisión cuya relevancia no ha podido demostrarse fehacientemente en siete meses de pandemia?

Como mejor ejemplo, el Centro Europeo para el Control de Enfermedades (eCDC) reconoce que «hasta ahora no se ha documentado la transmisión por fómites» (superficies contaminadas). Y sin embargo, continúan aplicándose protocolos exhaustivos de desinfección que solo parecen beneficiar a las empresas que los ejecutan, cuyas proclamas se diría que tienen más peso para las autoridades sanitarias, tanto estatales como autonómicas –los kafkianos protocolos de desinfección en los colegios de Madrid son un lastre para el desarrollo de la actividad escolar–, que la evidencia científica.

No, la OMS no ha dicho que el coronavirus de la COVID-19 no se transmite por el contacto con superficies

Nada tiene de raro que durante esta pandemia del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, estén proliferando infinidad de bulos; o sea, lo que el diccionario define como «noticia falsa propalada con algún fin». Si hay o no un fin en todas las desinformaciones o noticias falsas difundidas sobre el virus y sus circunstancias, es imposible saberlo con certeza. Pero en algunos casos hay claros intereses económicos involucrados, y no nos fijemos solo en quienes tratan de vender curas milagrosas, algo que probablemente no engañe a la mayoría; publicar libros o vídeos en YouTube difundiendo teorías conspiranoides sobre, por ejemplo, el origen del virus, también es un negocio.

Pero dejando de lado estos bulos más evidentes (para los interesados, algunos de ellos se refutan en esta página de la Organización Mundial de la Salud), hay una tendencia creciente que ha venido en estas últimas semanas para hacer saltar la alarma antibulos. Y es que la pandemia también puede ser un jugoso nicho comercial: bienvenidos al nuevo negocio de la desinfección y la seguridad contra el coronavirus, en el que ya comienzan a florecer las proclamas contrarias a la evidencia científica; algunas de ellas, incluso peligrosas.

Pero antes de entrar en esta cuestión, que dejaremos para mañana, hay otra previa que conviene aclarar hoy. Dado que la desinfección busca eliminar el coronavirus de las superficies, antes debemos preguntarnos: ¿puede el coronavirus transmitirse por el contacto con superficies?

Desinfección del metro de Teherán contra el coronavirus. Imagen de Zoheir Seidanloo / Wikipedia.

Desinfección del metro de Teherán contra el coronavirus. Imagen de Zoheir Seidanloo / Wikipedia.

Y la respuesta es sí. Era sí desde el principio, y continúa siendo sí. Nada ha cambiado. Y no, como voy a explicar, la Organización Mundial de la Salud (OMS), ni ha publicado ningún estudio al respecto, ni mucho menos las conclusiones de tal inexistente estudio contradicen ninguno anterior, afirmando que el coronavirus no pueda contraerse por el contacto con superficies.

Esta es la historia: me llega por amigos la noticia de que, según la OMS, el virus no se contagia por las superficies. Y al parecer, lo están publicando grandes medios de toda solvencia.

De entrada, la noticia no es que sea sorprendente, sino más bien increíble. Con estudio científico o sin él, en ciencia a menudo ocurre –y este es un caso claro– que es imposible demostrar un negativo. Jamás ningún científico, ni tampoco un organismo como la OMS, afirmaría categóricamente que este virus no puede de ningún modo transmitirse por el contacto con superficies.

Al ir a las noticias publicadas, aparece un titular casi idéntico en varios medios: «La OMS no encuentra pruebas del contagio del coronavirus por el contacto con objetos». También el texto se repite de forma muy similar en todos los casos, ya que es un teletipo enviado por una de las principales agencias de noticias del país.

A primera vista, podría parecer un simple caso de interpretación confusa por parte de algunos lectores. En ciencia es muy diferente decir “NO hay pruebas de que” que decir “hay pruebas de que NO”; el viejo lema de que la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Pero incluso si se tratara simplemente de que algunos lectores han ido más allá de lo que realmente dice el titular, sería relevante que la OMS hubiera emprendido un estudio científico destinado a comprobar la transmisión del virus por superficies y objetos, y que dicha investigación hubiera encontrado solo resultados negativos; no probaría la no transmisión, pero sería un fuerte indicio. “Este estudio contradice algunos anteriores sobre la permanencia del virus en superficies”, dice un vídeo publicado en un diario.

Pero es que nada de lo anterior es cierto. Ni existe ningún estudio que por tanto no contradice nada, ni la OMS ha dicho tal cosa. La OMS no encuentra pruebas de que el coronavirus se transmita a través de objetos o superficies, sencillamente porque no puede encontrarlas si no las ha buscado, pero la OMS no ha pretendido en ningún momento decir que lo ha hecho y no las ha encontrado.

La fuente a la que se refiere la noticia en cuestión no es un estudio científico ni un informe, sino un documento de directrices publicado el 15 de mayo por la OMS y titulado “Limpieza y desinfección de superficies ambientales en el contexto de la COVID-19”. Su propósito es, según aclara la propia OMS, servir de guía sobre los procedimientos a adoptar para limpiar y desinfectar superficies de cara al control de la propagación del virus.

En este documento, la OMS no describe ningún dato nuevo, sino que se limita a recordar lo ya publicado en los estudios anteriores: “El virus de la COVID-19 se transmite sobre todo a través del contacto físico estrecho y las gotitas respiratorias, mientras que la transmisión por el aire es posible durante los procedimientos médicos que generan aerosoles. En el momento de esta publicación, la transmisión del virus de la COVID-19 no se ha vinculado de forma concluyente a superficies ambientales contaminadas en los estudios disponibles”, resume la OMS.

Sin embargo, el documento pasa entonces a dedicar casi cinco páginas a describir los procedimientos recomendados de limpieza y desinfección de superficies, dado que sí existen tanto “pruebas de superficies contaminadas en entornos de cuidado sanitario” como “experiencias pasadas de contaminación de superficies que se vincularon a transmisión de la infección con otros coronavirus”, lo que sugiere que la transmisión por superficies contaminadas es perfectamente posible, aunque aún no se haya demostrado. Por ello, la recomendación de la OMS es que las superficies, “sobre todo donde se atiende a los pacientes de COVID-19, deben ser correctamente limpiadas y desinfectadas para prevenir nuevas transmisiones”.

Por último, hay otro error de bulto en la noticia publicada que también puede confundir a los lectores. La OMS menciona dos estudios anteriores, muy difundidos en su día, según los cuales el virus puede permanecer activo durante 4 horas en cobre, 1 día en telas, madera y cartón, 2 días en vidrio, 4 días en acero inoxidable y plástico, y 7 días en el exterior de una mascarilla. Pero según el mismo vídeo publicado en uno de los medios, “la OMS advierte que esos estudios hacían pruebas en laboratorios y no en la vida real, por lo que no eran concluyentes”.

No es cierto. La OMS no dice tal cosa ni jamás lo diría, ya que los experimentos citados son perfectamente válidos y concluyentes de cara a la información que aportan, y es la permanencia del virus viable en distintos tipos de superficies en condiciones controladas de laboratorio, que es como se hacen estos experimentos. De ninguna manera el mensaje de la OMS es que “ahora” haya señalado esos estudios “como no concluyentes por estar realizados en un laboratorio”, como dice la noticia; simplemente se trata de advertir de que, como precisa el documento de la OMS, los experimentos “deben interpretarse con precaución en un ambiente real”, donde muchos otros factores pueden afectar a la viabilidad del virus.

Conclusión: todo lo anterior es un perfecto ejemplo de esas viejas historias del teléfono roto, donde el contenido inicial se deforma hasta convertirse en algo que no tiene nada que ver con lo dicho ni lo pretendido. Claro que hay una razón para que esto haya ocurrido; en su documento, la OMS aclara a quién iba dirigido: “profesionales sanitarios, profesionales de la salud pública y autoridades sanitarias que estén desarrollando e implantando políticas y procedimientos operativos sobre la limpieza y desinfección de superficies ambientales en el contexto de la COVID-19”. No era una nota de prensa ni ninguna clase de nueva información de interés público destinada a los medios. Y se entiende qué ocurre cuando alguien a quien no va dirigido lo interpreta a su manera y lo convierte en un titular tan bonito como falso.

Una vez aclarado esto, podemos pasar a la siguiente pregunta: ¿qué hay de las desinfecciones y medidas de seguridad que estamos viendo estos días en los medios? ¿Qué hay de esos reportajes que están apareciendo en los telediarios, sin el menor contraste crítico con una fuente científica acreditada, sobre restaurantes con túnel de desinfección a la entrada, centros comerciales donde la luz ultravioleta impide que el virus se adhiera, ozono a gogó, detección de coronavirus por cámaras térmicas o termómetros sin contacto, desinfección de calles… Ha nacido la nueva pseudociencia del siglo XXI, la de la seguridad anti-covid. Mañana seguimos.