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China termina su inmenso buscador de aliens

A partir de septiembre, la atención de todos aquellos interesados en la búsqueda de vida alienígena inteligente se volverá hacia un remoto rincón del condado chino de Pingtang, en la provincia de Guizhou. Allí, el Observatorio Astronómico Nacional de la Academia China de Ciencias acaba de anunciar la colocación del último de los 4.450 paneles triangulares del Telescopio Esférico de Apertura de 500 Metros (conocido por sus siglas en inglés como FAST), el que desde ahora es el mayor radiotelescopio del mundo de plato único y reflector primario fijo.

El radiotelescopio FAST (China). Imagen de NAOC.

El radiotelescopio FAST (China). Imagen de NAOC.

El telescopio será un instrumento de investigación astronómica abierto a la colaboración internacional en todo tipo de proyectos. Sin embargo, sus responsables han precisado que uno de sus objetivos será la búsqueda de posibles señales de radio de origen inteligente, emulando a la que hasta ahora ha sido la mayor instalación del mundo del mismo tipo, el radiotelescopio de Arecibo en Puerto Rico, de 300 metros de diámetro.

Aunque la construcción ha durado cinco años, con una inversión de 167 millones de euros, el origen del proyecto se remonta a 1994. La idea era seguir el modelo de Arecibo, donde el plato esférico está acostado en una hoya cárstica natural, lo que facilita la construcción, el drenaje y el mantenimiento. Los ingenieros chinos recorrieron el país hasta dar con un paisaje similar, una remota hondonada sin apenas interferencias de radio donde 65 aldeanos vivían sin electricidad y desconectados del mundo.

Naturalmente, los aldeanos debieron ser desalojados, junto con casi otros 10.000 que vivían en los alrededores. Y naturalmente, tratándose de China, los medios oficiales informaron de lo contentos que estaban los habitantes locales de abandonar sus hogares para dejar paso a aquella gran obra de ingeniería y ciencia. Según la agencia Xinhua, “los habitantes de las comunidades cercanas admiraron su suerte, diciendo que debían estar agradecidos a los aliens”. Los aldeanos fueron reubicados en otras poblaciones.

El FAST tiene algunas diferencias con Arecibo. En primer lugar, el reflector primario de Puerto Rico es totalmente fijo y esférico, mientras que la superficie del FAST es deformable en parábola, como los platos de los radiotelescopios orientables. En realidad esto reduce la apertura efectiva (la superficie útil) a algo más de 300 metros. Es decir, que si estuviera en España, probablemente se le llamaría el radiotelescopio de las dos mentiras: ni es esférico, ni tiene 500 metros de apertura. Existe otro radiotelescopio individual aún mayor, el RATAN-600 de Rusia, de 576 metros de diámetro, pero este no está compuesto por una superficie única, sino por 895 paneles rectangulares orientables por separado.

Vista parcial del radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico). Imagen de Javier Yanes.

Vista parcial del radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico). Imagen de Javier Yanes.

Para que se hagan una idea de la comparación de dimensiones entre estos telescopios, he hecho esta composición de imágenes de Google Earth, todas ellas correspondientes a una altura del punto de vista de dos kilómetros. Para apreciar la escala, incluyo una imagen de lo más próximo que tenemos por aquí, la estación de la Deep Space Communications Network en Robledo de Chavela (Madrid), y añado también una vista del centro de Madrid y otra del puerto de Barcelona a la misma escala.

Comparación de tamaños a escala del FAST, Arecibo, RATAN-600, la estación de seguimiento de Robledo de Chavela, el centro de Madrid y el puerto de Barcelona. Imágenes de Google Earth, altura del punto de vista: dos kilómetros.

Comparación de tamaños a escala del FAST, Arecibo, RATAN-600, la estación de seguimiento de Robledo de Chavela, el centro de Madrid y el puerto de Barcelona. Imágenes de Google Earth, altura del punto de vista: dos kilómetros.

El FAST comenzará próximamente sus primeras pruebas para la puesta a punto y el debugging, y está previsto que en septiembre comience a operar. Con esta gran instalación, China prosigue en su revolución científica que pretende situar al país a la cabeza de la ciencia mundial en 2049, con el centenario de la fundación de la República Popular. Esperemos que también mejore la transparencia informativa para que, si algún día realmente llegan a encontrar algo que pueda ser un indicio de algo, todos podamos enterarnos.

Una hipótesis hace posible el propulsor imposible EmDrive

Prueben a saltar una valla apoyando el pie en sus propias manos. O a empujar un coche desde dentro. Imposible a la par que absurdo, ¿no?

Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, decía Pappus de Alejandría que dijo Arquímedes a propósito de la palanca. Ese punto de apoyo sirve como interacción del sistema con su exterior. En la palanca es el fulcro, pero si levantamos un peso sin más ayuda, el punto de apoyo son nuestros pies en el suelo.

Muchos siglos después de Arquímedes, Newton dio un sentido físico a lo que el matemático siciliano solucionó como un problema de geometría. En su tercera ley del movimiento, popularmente conocida como ley de acción y reacción, Newton vino a decir que a toda fuerza (acción) se opone otra igual y contraria (reacción).

Cuando levantamos un peso, la fuerza que ejercemos sobre el suelo aumenta. El suelo nos devuelve una fuerza también mayor y nos permite vencer esa resistencia del peso. Pero si tratamos de auparnos sobre nuestra propia mano o empujar el coche desde dentro, no recibimos ese empujón del suelo –nuestro punto de apoyo– que nos permita cambiar el movimiento del objeto que tratamos de mover –nosotros mismos o el coche–.

En términos físicos, esto se expresa con una magnitud llamada cantidad de movimiento, o p (y que se calcula como masa por velocidad, m⋅v). Cuando levantamos un peso, su cantidad de movimiento, que inicialmente es cero, aumenta hasta un valor relacionado con su velocidad. La imposibilidad de empujar el coche desde dentro se explica porque en la interacción entre dos objetos, la p total permanece constante. Y dado que en este caso no hay interacción con el exterior (ese punto de apoyo), por mucho que nos esforcemos no lograremos cambiar p, y por tanto el coche no se moverá ni un milímetro.

Cuando levantamos el peso, el suelo nos detiene. Pero si se trata de dos objetos en movimiento libre, como dos bolas de billar que chocan, el resultado de la colisión es que la suma de sus p después de chocar es la misma que antes. Es un principio universal de la física, la conservación de la cantidad de movimiento. ¿Saben de aquellos juguetes de escritorio que fueron tan populares en los años 70, con varias bolitas suspendidas en fila de manera que, al hacer chocar una contra las demás, la del otro extremo responde moviéndose? Péndulo de Newton; demostración de la conservación de la cantidad de movimiento.

En la física de Newton, la masa de un objeto es una constante que determina la relación entre la fuerza que aplicamos a un objeto y la velocidad que adquiere. Por eso se llama masa inercial; la inercia es lo que hace que una masa, como una bola de billar empujada, continúe moviéndose mientras no haya otra fuerza que la detenga: una mano en su camino o el simple rozamiento con la mesa.

La conservación de p explica también cómo funcionan los reactores. Un avión a reacción se mueve porque expulsa un propelente en sentido contrario a su avance, como cuando soltamos un globo inflado sin anudar. En este caso, la velocidad de la nave y la velocidad a la que se expulsa el propelente están relacionadas a través de las masas de ambos. Y también en este caso, la p total no varía.

A comienzos de este siglo, un ingeniero británico llamado Roger Shawyer comenzó a desarrollar un propulsor conocido como EmDrive, o propulsor de cavidad resonante de radiofrecuencia. Es tan simple como un cono truncado de metal en cuyo interior se hacen rebotar microondas, y esto genera un impulso hacia el extremo más estrecho del cono.

Todo ello sin combustible, sin propelente, sin partes mecánicas móviles, sin nada más que un generador de microondas. Un propulsor inagotable que podría acelerar una nave indefinidamente en un viaje a través de la galaxia por toda la eternidad… Suena bien, ¿no?

El EmDrive. Imagen de SPR.

El EmDrive. Imagen de SPR.

Pero claro, hay una pega. Y es que, por todo lo explicado arriba, se entiende que es completamente imposible que esto funcione: la p del propulsor aumentaría sin que ninguna otra cosa se la ceda, lo que violaría la ley de la  conservación. No hay expulsión de propelente ni ninguna otra fuerza ejercida hacia el exterior del cono. No hay acción y reacción. En resumen, es empujar el coche desde dentro. Con el agravante de que además no hay masas implicadas: las microondas no son otra cosa que luz. Así que es aún más absurdo: ni siquiera es intentar mover el coche desde dentro empujando el volante, sino más bien tratar de hacerlo empujando el volante con el rayo de una linterna. Y la luz no tiene masa.

¿O sí? Escoja usted dos físicos y recibirá dos respuestas diferentes. Para muchos físicos, los fotones (las partículas que forman la luz) simplemente no tienen masa, y punto. Pero otros no están tan de acuerdo: para ellos, el fotón no tiene masa en reposo, pero sí masa inercial. Lo que normalmente entendemos como masa es la masa en reposo. Y dado que un fotón nunca está en reposo, porque siempre se mueve a la velocidad de la luz, lo miremos desde donde lo miremos, no tiene masa en reposo.

Pero aplicando la ecuación de Einstein, E = m⋅c², que relaciona la masa con la energía a través del cuadrado de la velocidad de la luz, al menos algunos físicos le dirán que el fotón tiene una masa inercial teórica, o masa relativística. El fotón tiene una cantidad de movimiento p, que se puede calcular: E = m·c² = m·c·c. Masa por velocidad es p, luego E = p·c. Así que la cantidad de movimiento de un fotón, p, viene dada por su energía E: p = E/c. A su vez, la energía de un fotón se calcula a través de la frecuencia de la onda que lo acompaña, la cual varía inversamente con la longitud de la onda: a mayor frecuencia, menor longitud de onda, y viceversa.

Así, la p de un fotón depende solo de su energía; porque imaginemos lo que ocurre si no es así y suponemos que el fotón tiene masa: si realmente pudiéramos calcular su p como el producto de su masa por su velocidad, obtendríamos que esta no es constante (c), sino que variaría en función de su energía y por tanto de su frecuencia. Es decir, que la luz no viajaría a la velocidad de la luz, sino a una velocidad diferente según su frecuencia (o longitud de onda). Lo cual no parece muy ortodoxo.

Y pese a todo lo anterior, lo imposible ocurre: en los últimos años se ha demostrado que en el EmDrive se produce un pequeño efecto de propulsión. Pequeño, pero no cero, como debería ser. Y esto se ha mostrado no solo una vez, sino seis, en otros tantos experimentos de grupos independientes; uno de ellos trabajando para la NASA, aunque esta agencia no se sienta muy orgulloso de ello. Se ha descartado que sea un efecto del movimiento inducido en el aire, porque funciona también en el vacío. Contra todo pronóstico y contra lo que hoy la física da por sentado, aparentemente el EMDrive funciona. Pero ¿cómo?

Desde hace unos años, un físico de la Universidad de Plymouth llamado Mike McCulloch indaga en un nuevo modelo cosmológico basado en la masa inercial de las partículas. McCulloch tira de un fenómeno teórico compatible con la física relativista y que el canadiense William George Unruh predijo por primera vez en 1976. El llamado efecto Unruh propone que un objeto sometido a aceleración calienta el universo, y que esta temperatura depende de esa aceleración. El efecto es muy pequeño; es decir, que incluso con grandes aceleraciones el aumento de temperatura es minúsculo. Curiosamente, la fórmula a la que Unruh llegó para calcular esta temperatura es la misma que, de forma independiente, Stephen Hawking desarrolló para la radiación emitida por los agujeros negros y que eventualmente llevaría a su evaporación.

Algo que Unruh propuso, pero con lo que muchos físicos no están de acuerdo, es que el efecto Unruh produce una radiación; o sea ondas, con su frecuencia y su longitud. Según la relación de la fórmula de Unruh, con grandes aceleraciones los tamaños de estas ondas son manejables. Pero con aceleraciones muy pequeñas, que corresponden a temperaturas infinitamente minúsculas, lo que sucede es que las ondas comienzan a crecer a tamaños gigantescos, hasta que literalmente no caben en el universo. Y cuando esto ocurre, algo extraño sucede; siempre, claro, si la teoría es correcta: la longitud de la onda salta hasta un valor aceptable. Pero como hemos visto, si cambia el tamaño de la onda, también lo hace la energía, y por tanto la p de la partícula. Lo cual, como ya sabemos, está prohibido.

¿Qué pasa entonces? Para compensar esta diferencia y que p se mantenga constante, como debe ser, lo que ocurre es que cambia la masa inercial de la partícula, y con ello su movimiento. Por este motivo McCulloch afirma que la inercia, un fenómeno que evidentemente existe, pero que aún tiene una justificación física oscura, es consecuencia del efecto Unruh, y que se presenta en valores discretos correspondientes a esos saltos de las ondas. En otras palabras, que la inercia está cuantizada.

McCulloch ha aplicado esta teoría para explicar ciertas anomalías observadas en el movimiento de las sondas espaciales cuando pasan cerca de la Tierra. Es más, a través del efecto Unruh, McCulloch ha llegado a explicar por qué la rotación de las galaxias no las dispersa, algo que suele atribuirse a la presencia de materia oscura que las mantiene unidas. Según la hipótesis de McCulloch, el efecto Unruh explica la expansión cósmica y la cohesión de las galaxias sin necesidad de introducir materia oscura ni energía oscura, dos conceptos teóricos generalmente aceptados, pero no demostrados.

Ahora, McCulloch ha aplicado su teoría al EmDrive, y llega a la conclusión de que el efecto Unruh explica por qué funciona sin violar la conservación de la cantidad de movimiento. En este caso, dice el físico, el universo en el que se mueven las ondas es el cono. Cuando las microondas rebotan a lo largo del EmDrive hacia el extremo ancho, el salto de las ondas más grandes aumenta la masa inercial del fotón y su velocidad, lo que provoca un impulso en sentido contrario para ralentizar el fotón y conservar la cantidad de movimiento. Cuando el fotón se mueve hacia la boca estrecha, se reducen su masa inercial y su velocidad, lo que requiere también introducir una fuerza hacia ese extremo para aumentar la velocidad del fotón y que p permanezca constante. Y de este modo, el propulsor se mueve siempre hacia el extremo más fino, como demuestran los experimentos.

Claro que la explicación de McCulloch aún no convence. La pega fundamental es que la inercia cuantizada de McCulloch es como meter un elefante en el salón: no hay ninguna necesidad de hacerlo, pero una vez que se hace es necesario arreglar todos los destrozos. Al introducir la inercia cuantizada se producen descalabros que hay que arreglar mediante un mecanismo misterioso que no sería necesario proponer de no haber introducido la inercia cuantizada. Como es lógico, muchos físicos se resisten a creer que el fotón tenga una masa inercial cambiante y que un cono de metal sea capaz de hacer variar la velocidad de la luz en su interior.

Y pese a todo, lo más sorprendente es que McCulloch ha calculado las fuerzas que exprimentaría el EmDrive de acuerdo a su teoría, y los resultados se parecen sospechosamente a los valores reales medidos en los experimentos. Lo cual es motivo suficiente para, al menos, conceder a su hipótesis el beneficio de la duda. Algo que pronto podría resolverse: McCulloch ha elaborado también otras predicciones; por ejemplo, cómo habría que cambiar las dimensiones del cono para invertir la fuerza y que el propulsor se moviera hacia la boca ancha. Es de suponer que alguien ya estará poniendo en marcha experimentos como este, lo que tal vez en unos meses podría zanjar de una vez por todas si el EmDrive hace posible lo imposible.

Arranca la carrera estelar: objetivo, Alfa Centauri

Ya que la semana va de ciencia ficción, con algunos medios (como ya expliqué, no los científicos autores de la propuesta) proclamando la próxima creación de seres humanos de laboratorio, seguimos para bingo: ¿imaginan que la comisión de presupuestos del Congreso ordenara desarrollar un propulsor capaz de alcanzar la décima parte de la velocidad de la luz, y utilizarlo para enviar una sonda al sistema Alfa Centauri?

El sistema triple Alfa Centauri. Imagen de ESO/DSS 2.

El sistema triple Alfa Centauri. Imagen de ESO/DSS 2.

Pues esto es exactamente lo que ha sucedido en EEUU. Only in America. La primera potencia científica del mundo, y también el semillero más fértil para todos los movimientos anticiencia. Mientras un candidato a la presidencia quiere regresar al Pleistoceno, un congresista del mismo partido pide organizar una misión a Alfa Centauri. Como dijo Newton, acción y reacción.

La historia es tal cual. John Culberson, congresista republicano de Texas que preside la comisión de asignación de presupuestos para varias agencias, entre ellas la NASA, ha emitido un informe de recomendaciones presupuestarias en el que propone la adjudicación de algo más de 739 millones de dólares para el desarrollo de nuevas tecnologías espaciales.

Culberson, en nombre de la comisión, subraya que los actuales proyectos de la NASA en materia de sistemas de propulsión, química, solar eléctrica o nuclear, no pueden “acercarse a velocidades de crucero de la décima parte de la velocidad de la luz (0,1c)”. Por ello, “el comité insta a la NASA a estudiar y desarrollar conceptos de propulsión que posibiliten una sonda científica interestelar con capacidad de alcanzar una velocidad de crucero de 0,1c”. Y prosigue: “Estos esfuerzos se centrarán en posibilitar una misión a Alfa Centauri que podría lanzarse en 2069, el centenario del alunizaje del Apolo 11”.

Pero lejos de quedarse ahí, Culberson, al parecer un firme defensor de la exploración espacial, enumera una serie de sugerencias: “Los conceptos de propulsión pueden incluir, pero sin limitación, sistemas basados en fusión (incluyendo fusión catalizada por antimateria y el ramjet interestelar de Bussard); reacciones de aniquilación materia-antimateria; múltiples formas de direccionamiento de energía; e inmensas velas que intercepten los fotones solares o el viento solar”.

Las sugerencias de Culberson están en la línea de las que se manejan para futuros sistemas avanzados de propulsión. Algunos de ellos, como las velas solares, están hoy en desarrollo, mientras que la aplicación de la antimateria aún es ciencia ficción, como me decía no hace mucho Miguel Alcubierre, el físico mexicano autor de una propuesta teórica de viaje superluminal.

Lo cierto es que hoy los esfuerzos de la NASA se dirigen a otros campos como la propulsión iónica. Pero tanto la idea de ganar las estrellas como la recomendación de explorar tecnologías más ambiciosas probablemente vienen inspiradas por el hecho de que a la NASA le están comiendo el terreno, y esto es algo que a los republicanos no les gusta nada. El pasado abril, el multimillonario ruso Yuri Milner, creador de los premios Breakthrough, anunció el proyecto de lanzar una flotilla de microveleros espaciales que serán propulsados por fotones de láser direccionados desde una estación terrestre.

El Breakthrough Starshot cuenta con el apoyo de físicos como Stephen Hawking y Freeman Dyson, además de un potente equipo de ingenieros y tecnólogos, incluyendo antiguos astronautas y exdirectivos de la NASA. Los expertos ya han hecho notar los grandes desafíos técnicos a los que se enfrentará el proyecto. Pero lo cierto es que no hay nada esencialmente revolucionario, nada que requiera un salto tecnológico inalcanzable hoy.

Así, se diría que podemos estar en los albores de una carrera estelar con visos de culminar a lo largo de este siglo. A 0,2c, como propone Milner, los 4,37 años luz que nos separan de Alfa Centauri se cubrirían en poco más de 20 años en tiempo terrestre. En cuatro años y unos meses más, los datos y las imágenes tomadas por las sondas estarían llegando a la Tierra. Esto significa que los mismos responsables del lanzamiento de la misión tendrían la oportunidad de ver coronado su esfuerzo en vida recibiendo los primeros retratos reales de exoplanetas y de otros soles (no de estrellas, entiéndanme el matiz). Afortunados quienes vivan para verlo.

En cuanto a la propuesta del comité presidido por Culberson, ignoro cuál es el proceso de tramitación de estas cosas; pero si se confirma, el informe ordena que en un año la NASA deberá presentar un estudio de viabilidad tecnológica de la propulsión interestelar y una hoja de ruta del proyecto.

Y todo esto, sin hablar de que aún queda otra vía, muy denostada por los físicos pero que se resiste a morir. Me refiero al propulsor de cavidad resonante de radiofrecuencia, más conocido como EmDrive. Quienes de ustedes sigan estas cosas habrán oído hablar de ese motor cuyo funcionamiento suele calificarse como físicamente imposible, pero que continúa dando guerra con resultados positivos. Curiosamente un nuevo estudio, tan controvertido como la misma idea del EmDrive, explica cómo y por qué a pesar de todo podría funcionar. Tal vez después de todo el EmDrive no sea fantasía, sino solo ciencia ficción. Mañana lo cuento.

¿Cómo empezó esta película de la vida?

Hoy el ser humano ha llegado a observar galaxias a 13.400 millones de años luz, lo que equivale a espiar lo que sucedía en el universo hace 13.400 millones de años. Pásmense ante este logro del telescopio espacial Hubble anunciado el pasado marzo:

En cambio, aún no sabemos qué ocurrió en nuestra propia casa hace menos de la tercera parte de ese tiempo para que hoy podamos estar aquí y contarlo. El origen de la vida es uno de los mayores enigmas científicos pendientes.

Un nuevo estudio en la revista Nature Geoscience viene a sugerir cómo pudo comenzar a prepararse ese campo fértil para que la vida llegara a bullir en la Tierra. Cuando este planeta era una inhóspita bola gélida, el calor necesario para fundir el hielo y disparar el inicio de una química habitable pudo provenir de gigantescas erupciones solares.

Según el modelo de simulación elaborado por la NASA, los frecuentes fogonazos de un Sol joven e impetuoso pudieron facilitar que el nitrógeno atmosférico inerte se fijara en formas aprovechables para la vida, como hoy hacen los microbios al servicio de las plantas.

Eyección de masa coronal, un tipo de erupción solar, captada el 31 de agosto de 2012 por el telescopio espacial de la NASA Solar Dynamics Observatory (SDO). La imagen de la Tierra a escala revela las proporciones. Cuando el Sol era joven, estas erupciones eran aún mucho mayores y más frecuentes que ahora. Imagen de NASA/GSFC/SDO.

Eyección de masa coronal, un tipo de erupción solar, captada el 31 de agosto de 2012 por el telescopio espacial de la NASA Solar Dynamics Observatory (SDO). La imagen de la Tierra a escala revela las proporciones. Cuando el Sol era joven, estas erupciones eran aún mucho mayores y más frecuentes que ahora. Imagen de NASA/GSFC/SDO.

Una de estas formas, ácido cianhídrico, pudo ser crucial en la aparición de los precursores de la vida, como ácidos nucleicos, proteínas y lípidos. El pasado año, un estudio publicado en Nature Chemistry demostró que estas reacciones pudieron darse en la Tierra primitiva. Aún nos queda mucho por saber de cómo comenzó esta película, pero ya empezamos a vislumbrar algunos fragmentos de los créditos iniciales.

Añado: todo lo cual, por cierto, nos lleva una vez más de vuelta al argumento contrario a esa hipótesis de que la vida es algo muy común en el universo. En 1972, Carl Sagan y George Mullen se preguntaron cómo era posible que en la Tierra temprana hubiera existido agua líquida –como muestran las pruebas geológicas– cuando el tenue brillo del Sol por aquel entonces habría mantenido esta roca hoy mojada como una roca congelada. Era una paradoja que había que resolver.

Pero había que resolverla porque hoy estamos aquí. Cuando explicamos la historia del universo o de sus partes debemos buscar hipótesis compatibles con el hecho de que hoy existimos, como dicta el llamado principio antrópico, que para usos como este debería renombrarse para hacer referencia a la vida en general (¿biótico?) y no al ser humano en particular.

En cambio, imaginemos que somos una inteligencia extrauniversal y que contemplamos la historia desde el principio de los tiempos. En ese caso esperaríamos que la evolución del cosmos siguiera los caminos más lógicos. No hay paradojas que resolver, sino la expectativa de que las cosas sigan su curso natural más probable. En este caso, introducir argumentos como las erupciones solares para licuar el agua de la Tierra sería simplemente un Deus ex machina, que la Wikipedia define muy bien:

Cualquier acontecimiento cuya causa viene impuesta por necesidades del propio guión, a fin de que mantenga lo que se espera de él desde un punto de vista del interés, de la comercialidad, de la estética, o de cualquier otro factor, incurriendo en una falta de coherencia interna.

O dicho mucho más coloquialmente, una de esas típicas morcillas que se introducen en las películas y que no vienen a cuento, pero que se justifican solo por el hecho de que así logramos que luego ocurra algo que nos interesa que ocurra. Un ejemplo científico que ya conté en su día en un reportaje: la elección de la rana como organismo donante de ADN para la recreación de los dinosaurios en Parque Jurásico. No hay motivo biológico para elegir la rana, que no es pariente cercana de los dinosaurios; de hecho, está más alejada evolutivamente de ellos que los humanos (según datos actualizados, 355 millones de años frente a 320). La única razón es que esta elección permitía que luego los dinosaurios cambiaran de sexo para reproducirse, cosa que algunas ranas pueden hacer, pero nosotros no.

Resumiendo, el estudio de la NASA desvela una más de esas muchas carambolas que debieron producirse para que la vida surgiera en la Tierra. Pero si alguien escribiera ese guión con tantos giros improbables, los espectadores responderían con el típico «¡venga ya!». No, no me refiero a los alienígenas que salvan a Brian cuando cae de la torre; ¡qué demonios, son los Monty Python! ¿Pero quién no se ha preguntado por qué las águilas de El señor de los anillos aparecen oportunamente para rescatar a los protagonistas de una muerte segura, pero en cambio no les pueden hacer el favorcito de acercarlos un poco hasta Mordor?

Telegrama urgente: cinco claves de las ondas gravitatorias

Era casi un secreto a voces. A finales de 2015, entre la comunidad de físicos corría la idea de que el experimento LIGO podía anunciar este año el descubrimiento de las ondas gravitatorias, y así lo recogimos quienes tenemos asignado el encargo de poner en marcha la bola de cristal para pronosticar lo que la ciencia nos deparará cada año nuevo. Pero dado que LIGO comenzó a funcionar hace más de una década, y que recientemente había sido mejorado y ampliado, parecía que tras el rumor había algo más, aunque sigue siendo pasmoso cómo los físicos responsables del proyecto han sido capaces de mantener la discreción desde el 14 de septiembre pasado, la fecha del gran hallazgo.

He aquí unas breves claves sobre uno de los hallazgos más importantes de la historia de la física, anunciado hoy en rueda de prensa en Washington y publicado al mismo tiempo en la revista Physical Review Letters.

1.

En 1915, Albert Einstein publicó su teoría general de la relatividad, que explica la gravedad como una deformación del tejido espacio-temporal del universo. Una masa deforma este tejido como una bola de bolos sobre una cama elástica; una canica en movimiento giraría en torno a la bola, lo que explica las órbitas de los planetas. Según Einstein, una distorsión violenta de esta alfombra espacio-temporal provocaría ondas que podrían detectarse a distancia, como cuando se tira una piedra a un estanque. Sin embargo, estas ondas son extremadamente tenues.

2.

Desde los años 60 del siglo XX, los científicos comenzaron a diseñar un modo de detectar estas ondas gravitatorias. La idea consiste en construir dos largos túneles perpendiculares, a lo largo de los cuales se hace correr un haz de luz. Dado que las ondas gravitatorias provocan arrugas en el espacio, una onda potente deformaría estos túneles, contrayéndolos o expandiéndolos en una longitud infinitesimal, lo que haría variar el tiempo que la luz tarda en recorrerlos. Sobre esta idea se construyó en EEUU el experimento LIGO con dos sedes, una en Luisiana y otra en el estado de Washington.

3.

Hace 1.300 millones de años, dos agujeros negros que orbitaban uno en torno al otro (o más correctamente, ambos alrededor de su centro de masas) se fusionaron. Cada uno de ellos medía unos 150 kilómetros de diámetro, pesaba unas 30 veces la masa del Sol y giraba a la mitad de la velocidad de la luz. La fusión provocó una violenta emisión de ondas gravitatorias. Pero había que medirlas, y para eso había que disponer de LIGO.

El sistema binario de agujeros negros, antes de la fusión. Imagen de MIT.

El sistema binario de agujeros negros, antes de la fusión. Imagen de MIT.

4.

El 14 de septiembre de 2015, las ondas gravitatorias producidas por la fusión de los dos agujeros negros llegaron a la Tierra, y LIGO pudo detectarlas. Era el primer sistema binario de agujeros negros conocido, y la señal del cataclismo cósmico llegó en un momento en que el ser humano ya disponía de la tecnología necesaria para detectarlo. En palabras de Gabriela González, la física argentina portavoz de LIGO en Luisiana, fue «un regalo de la naturaleza». Y un regalo que hemos podido escuchar: las frecuencias de las ondas gravitatorias están en el espectro audible para el ser humano. Durante la presentación de la rueda de prensa, transmitida por internet, hemos podido escuchar cómo suena la fusión de dos agujeros negros a 1.300 millones de años luz, como un leve trino cósmico.

5.

Los autores del hallazgo han comparado la primera detección de las ondas gravitatorias al momento en que, hace 400 años, Galileo dirigió un telescopio al cielo. Entonces comenzamos a explorar el cosmos a través de ondas electromagnéticas, ya fueran visibles, ultravioletas, infrarrojas, rayos X, rayos gamma… Desde hoy tenemos un modo completamente nuevo de observar el universo, a través de las ondas gravitatorias, por lo que el hallazgo inaugura una nueva era en la historia de la ciencia.

#Unoalmes: Por sus propios medios, de Robert Heinlein

Hace ya tiempo mi vecina de blog y amiga Madre Reciente nos invitó a sumarnos a la iniciativa #Unoalmes (el «uno» es un libro, y no otra cosa de la que espero que ustedes puedan disfrutar con una mayor frecuencia). La idea, que tal vez ya conozcan, consiste en comentar mensualmente una recomendación literaria por los medios que cada uno buenamente pueda, en este caso nuestros blogs.

Yo, que soy lento de reacción, justifico mi lentitud en unirme por el hecho de que, en el contexto de este blog, creo que poco importa lo que yo opine de obras de Hemingway, Scott Fitzgerald, Huysmans o Zola. Lo esperable es que me limite a comentar aquí libros relacionados con la ciencia, pero ya dedico suficientes horas a ella como para seguir leyendo sobre lo mismo en mis ratos libres, por lo que no soy un gran lector de ciencia ficción ni de divulgación científica (aunque debo decir que la primera me interesa más que la segunda). Tampoco suelo escribir sobre ciencia cuando me dedico a la novela, mi actividad extraescolar.

Pero siempre que caiga entre mis lecturas algo científicamente interesante, procuraré traerlo aquí. Hoy me estreno, aunque con un relato corto de poco más de 50 páginas, que más bien daría para un #UnoencadaviajeenmetrodePlazadeCastillaaSol. Pero debo recomendarlo como una de las narraciones imprescindibles del subgénero de la ciencia ficción que trata los viajes en el tiempo. No porque yo lo diga; acabo de aclarar que no soy un gran lector de ciencia ficción, por lo que difícilmente puedo situarlo en el contexto del género. Pero en alguna ocasión en que, hablando con físicos y filósofos especializados en el tema, se me ha ocurrido preguntarles sobre sus referencias de ficción favoritas, hay dos títulos que surgen casi invariablemente: en el cine, Doce monos, del montypythoniano Terry Gilliam; y en la literatura, Por sus propios medios, del estadounidense Robert Anson Heinlein.

Imagen de Wikipedia.

Imagen de Wikipedia.

Heinlein publicó por primera vez la historia en octubre de 1941 en la revista Astounding Science Fiction, bajo el seudónimo de Anson MacDonald. El relato ha sido republicado después innumerables veces, normalmente formando parte de antologías. El título original, By His Bootstraps, es mucho más sugerente que su traducción al castellano. En inglés se llama bootstraps a esas lengüetas que tienen las botas en el extremo de la caña, en la parte de atrás o a ambos lados, y que sirven para tirar cuando uno se las pone. Figuradamente, cuando alguien logra algo muy difícil sin ayuda de nadie se dice que ha tirado de esas lengüetas para levantarse a sí mismo del suelo, algo físicamente imposible. Así que «por sus propios medios» es una pobre traducción que pierde todo su punch al no existir una metáfora equivalente en español.

El título original resume con perfecta elegancia el sentido de la historia, aunque esto es algo que irán descubriendo a medida que la lean. El relato arranca con el estudiante Bob Wilson encerrado en su habitación, armado de café y cigarrillos y dispuesto a escribir de un tirón su tesis sobre matemáticas y metafísica, que debe entregar al día siguiente. Wilson está escribiendo una reflexión sobre la imposibilidad de los viajes en el tiempo cuando de repente le interrumpe la voz de un extraño que ha aparecido en su cuarto no se sabe de dónde, y que le aconseja olvidarse de esas monsergas.

Sorprendido, Wilson piensa que aquel desconocido es una alucinación producida por la falta de sueño y el exceso de trabajo. Pero el extraño, que dice llamarse Joe, no se esfuma; muy al contrario, le dice que ha llegado hasta allí a través de una Puerta Temporal que le muestra y que aparece como un disco suspendido en el aire. Para demostrarlo, el visitante arroja hacia el disco el sombrero de Wilson, que se desvanece en el aire. Joe insta a Wilson a que atraviese la puerta, y se produce un forcejeo al que súbitamente se suma un tercer personaje. Al contrario que Joe, este individuo conmina a Wilson a que no cruce la Puerta Temporal.

Durante la discusión, suena el teléfono; cuando Wilson responde, escucha la voz de alguien que no se identifica, y piensa que se trata de una broma. Pero al colgar, el aparato suena de nuevo. Esta vez no es el bromista, sino la novia de Wilson, que le llama para contarle que durante su cita de aquella tarde, él se olvidó el sombrero en casa de ella. Pero Wilson no recuerda tal cita, ni por tanto haberse dejado el sombrero. Desconcertado, Wilson se ve de nuevo sumido en la disputa entre los dos desconocidos. Surge una pelea, y finalmente Wilson resulta arrojado a través de la Puerta Temporal.

Al despertar, Wilson se encuentra en un lugar ignoto, acompañado por un hombre de mediana edad que dice llamarse Diktor, que le informa de que se halla en el Salón de la Puerta del Alto Palacio de Norkaal, que ha viajado 30.000 años hacia el futuro, y que debe cruzar de nuevo la puerta para traerse de vuelta a Joe. Y luego… luego todo se va complicando, pero ya no puedo contarles más. Les invito a que lo lean. Es un relato que debe leerse con atención y concentración, y que en alguna ocasión puede invitar a regresar a páginas anteriores para comprobar algún dato.

Esta complejidad es inherente a los relatos sobre viajes en el tiempo, donde los hechos van urdiendo una trama entrecruzada sobre la malla temporal. En el caso general, toda historia tiene una narrativa lineal que respeta la coherencia cronológica: una acción en un instante da lugar a una consecuencia posterior. A menudo la ficción rompe esta linealidad como recurso narrativo; por ejemplo, una historia policíaca puede comenzar enseñándonos un cadáver, para regresar al momento previo mediante un flashback al final de la historia, cuando se descubre quién es el asesino.

Pero las historias de viajes en el tiempo suelen seguir una línea hipertemporal. Tomando prestado el concepto del filósofo metafísico Peter van Inwagen, el hipertiempo es el hilo que sigue el viajero, que no es el cronológico: la narración sigue al viajero en el tiempo, a veces formando bucles. El reto para este tipo de ficción es que la historia mantenga toda su coherencia si se cuenta siguiendo una línea cronológica natural, sin dar lugar a paradojas o a versiones alternativas de una misma realidad (a no ser que este sea precisamente el objetivo, como en El ruido de un trueno de Ray Bradbury, que ya comenté aquí).

La particularidad del relato de Heinlein, como también sucede en Doce monos, es que el puzle cuadra a la perfección; todas las piezas encajan en su lugar, y el presente no solo depende de nuestro pasado, sino también de nuestro futuro. Nuestros actos tienen consecuencias incluso en nuestra historia, revelando el poder, pero también el riesgo, de juguetear con el tejido del espacio-tiempo. Después de Por sus propios medios, Heinlein escribió otro relato, Todos ustedes, zombis, en el que continuó explorando las peculiaridades de los viajes en el tiempo. Pero de este ya hablaremos otro día. De momento, les dejo aquí los enlaces donde podrán leer Por sus propios medios en castellano o, si pueden y se animan, en inglés (online, en PDF, o en PDF facsímil). Que lo disfruten.

¿Se atenuó la estrella Tabby en el último siglo, sí o no?

Después de publicar hace unos días mi anterior artículo sobre la estrella Tabby, recibí un correo electrónico de Daniel Angerhausen, investigador del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA y coautor, junto con Michael Hippke, del estudio al que me referí entonces. Angerhausen deseaba hacer un par de aclaraciones a propósito de las críticas a su estudio planteadas por Bradley Schaefer en el blog Centauri Dreams, y yo con mucho gusto le presto voz aquí.

Si el párrafo anterior les ha sonado a serbocroata, no se preocupen; déjenme dos minutos y les pongo rápidamente en antecedentes sobre este serial estelar. El telescopio espacial Kepler reveló en 2013 que la estrella KIC 8462852 (sí, sé lo que dije, pero a fuerza de repetir he terminado memorizándolo), alias Tabby, atenuaba periódicamente su brillo en más de un 20%, algo demasiado drástico para deberse a fenómenos conocidos como el tránsito de un planeta. Los autores del hallazgo propusieron la hipótesis de que este bloqueo parcial de la luz podía deberse a una población de fragmentos de cometas, mientras saltaban las especulaciones sobre un posible origen alienígena a raíz de una proposición lanzada por el astrofísico Jason Wright.

Ilustración de fragmentos de cometas alrededor de una estrella. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración de fragmentos de cometas alrededor de una estrella. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

A mediados de enero, el astrónomo Bradley Schaefer refutaba la teoría de los cometas al mostrar que Tabby había perdido un 20% de su brillo entre 1890 y 1989, según se desprendía del estudio de la colección de viejas placas fotográficas de vidrio almacenadas en el archivo del Observatorio de Harvard. Para que esto se debiera a cometas, deberían ser demasiados y demasiado grandes: unos 648.000, calculaba Schaefer, y cada uno de 200 kilómetros de diámetro; según el astrónomo, lo ridículo de las cifras descartaba la explicación propuesta.

El estudio de Schaefer obtenía respuesta dos semanas después, en el nuevo trabajo elaborado por Hippke y Angerhausen. Los dos investigadores examinaron una muestra más amplia de estrellas similares a Tabby en los datos digitalizados de las placas de Harvard, y descubrieron que 18 de un total de 28 también mostraban un efecto similar de disminución de brillo en el mismo período histórico de un siglo. Dado que es imposible que tantas estrellas muestren un comportamiento tan aberrante, Hippke y Angerhausen concluyen que no existe tal atenuación entre 1890 y 1989, sino un error experimental causado por una inconsistencia en la calibración de los aparatos al digitalizar las placas.

KIC 8462852. Imagen de Boyajian et al.

KIC 8462852. Imagen de Boyajian et al.

Apenas unas horas después de que Hippke y Angerhausen subieran su estudio (aún sin publicar, como el de Schaefer) a la web de prepublicaciones arXiv, Schaefer respondía a la crítica en el blog Centauri Dreams. El astrónomo argumentaba que Hippke y Angerhausen habían incluido en su trabajo algunas placas que debían desecharse por la mala calidad de sus imágenes, lo que podía explicar algunos de sus resultados. Además, sostenía que no había reducción de brillo en otras cinco estrellas que aparecían en todos los retratos de Tabby. Pero la respuesta de Schaefer estaba teñida de un tono agrio poco habitual en el debate científico.

Y así llegamos al momento en que recibo el correo de Angerhausen. El investigador del Goddard me cuenta que a él y a Hippke les sorprendió y les desagradó el tono de la réplica de Schaefer, y que este es el motivo por el que han decidido abstenerse de responder en la larga ristra de comentarios que el artículo ha originado. Añade que él y Hippke están trabajando en una respuesta científica que harán pública próximamente, y que resume así: «Hubo algunos fallos en nuestro análisis, que sin embargo no parecen afectar a nuestra conclusión principal».

Por otra parte, Angerhausen agrega dos comentarios para citar, que reproduzco íntegros. El primero se refiere a la acusación de Schaefer de que el trabajo de los dos investigadores cuestiona el trabajo del DASCH, el proyecto de digitalización de las placas de Harvard. El segundo responde a la crítica de Schaefer que reprocha a Hippke y Angerhausen el haber canalizado su trabajo por medios periodísticos antes de su revisión y publicación formal (y por cierto, las alusiones de Schaefer hacia el gremio de un servidor tampoco son precisamente elogiosas). Aquí van ambos comentarios, traducidos y en su versión original:

De ninguna manera estamos atacando el proyecto DAESCH (y es muy muy injusto por parte de Schaefer decir públicamente que lo estamos haciendo). Muy al contrario, de hecho elogiamos el trabajo del equipo explícitamente e incluso estamos impulsando un estudio con las muy similares placas Sonneberg. Personalmente encuentro fascinante que placas fotográficas de más de 100 años de edad puedan ayudarnos a resolver una de las incógnitas científicas más desconcertantes de 2016.

KIC 8462852 es un caso muy especial, no solo científicamente, sino también por el modo en que se está discutiendo en la comunidad. Detectada por el proyecto de ciencia ciudadana PlanetHunters, se ha convertido en uno de los objetos astronómicos más debatidos públicamente. Se han publicado en arXiv muchos artículos sobre este fascinante objeto antes de la revisión por pares, y algunos incluso lo han calificado de revolución en la discusión científica, en tiempo real y en varios canales de medios sociales implicando al público. Así que decidimos hacerlo de este modo (como por otra parte Schaefer hizo también con su trabajo, por lo que es realmente aberrante que nos critique por ello) para mantener la discusión en terreno público y atraer el interés de los profanos.

 

We are in no way attacking the DASCH project (and really really unfair from Schaefer to make us look like that in public). Quite to the contrary we actually praise the work of the team explicitly and are even pushing a study with the very similar Sonneberg plates. I personally find it extremely fascinating that more than 100 year old photographic plates might help us to solve one of the most puzzling scientific questions of 2016.

KIC 8462852 is a very special case not only scientifically but also in the way it is discussed in the community. Detected by the citizen science project planethunters it became one of the most publicly discussed astronomical objects. Many articles on this fascinating object were published on the archive before peer review and some even called it a revolution in scientific discussion making it real time and on various social media channels involving the public. So we decided to go like this (as btw Schafer himself did with his work too, so its really weird that he criticizes us for that) to keep the discussion public and have interested layman follow this.

El culebrón de la estrella misteriosa, capítulo…

Ignoro si hay más estrellas con cuenta en Twitter, pero Tabby la tiene. Tabby es esa estrella a la que en ocasiones anteriores me he referido por su nombre oficial, KIC 8462852. Pero dado que al parecer vamos a seguir hablando de KIC 8462852 durante un tiempecito, y aunque el Ctrl-C/Ctrl-V es tremendamente útil para casos como el de KIC 8462852, me van a permitir que me olvide de KIC 8462852 y la llame sencillamente Tabby, su sobrenombre oficial referido a su descubridora, la astrónoma Tabetha (Tabby) Boyajian. Y oficial, porque tiene otro alias que los científicos manejaron internamente durante las discusiones iniciales sobre el extraño comportamiento de la estrella: WTF (What The Fuck).

La estrella Tabby, señalada en el centro. Imagen de Aladin.

La estrella Tabby, señalada en el centro. Imagen de Aladin.

Resumo los capítulos anteriores de este folletín, que los interesados podrán consultar en detalle aquí, aquí y aquí: en 2013, los datos del telescopio espacial Kepler revelan la existencia de una estrella a unos 1.500 años luz, bautizada como, ejem, KIC 8462852 (esta sí es la última vez) y que no se parece a nada de lo visto hasta ahora: periódicamente la estrella reduce su brillo en más de un 20%, como si algo muy grande pasara por delante de ella.

Los científicos sospecharon que podría tratarse de un enjambre enorme de fragmentos de una familia de cometas, pero algunos más aventurados sugieren que podríamos encontrarnos ante el primer signo de tecnología alienígena a gran escala, en forma de una colosal infraestructura construida alrededor del astro para cosechar su energía. Estas estructuras, que según su configuración se llamarían anillos de Dyson, esferas de Dyson o enjambres de Dyson, no son una idea sobrevenida ad-hoc, sino que fueron inventadas por la ciencia ficción antes de que en 1960 entraran formalmente en la discusión científica de manos del físico Freeman Dyson.

La idea de los cometas ganó peso gracias a otros estudios que favorecían esta explicación. Por otra parte, las observaciones del Instituto SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) y de la nueva organización SETI International no han logrado detectar ni señales de radio ni pulsos láser procedentes de Tabby que pudieran delatar la actividad de una civilización tecnológica; y el perfil de infrarrojos de la estrella no muestra el exceso de calor desprendido que se esperaría si una estructura estuviera cosechando su luz. Es decir, que las pruebas apuntan a una explicación natural sin hombrecitos verdes.

Sin embargo, en el capítulo anterior expliqué que alguien dice haber refutado la teoría de los cometas. El astrónomo Bradley Schaefer ha rescatado un siglo de observación de Tabby a través de las viejas placas fotográficas de vidrio almacenadas en el archivo del Observatorio de Harvard, llegando a la conclusión de que la estrella perdió un 20% de su brillo entre 1890 y 1989. Schaefer razona que esta atenuación a largo plazo debería tener la misma explicación que la transitoria y periódica observada ahora, y calcula que se necesitarían 648.000 cometas de 200 kilómetros para provocar el efecto; algo del todo imposible, concluye.

Pero ahora viene otro estudio a negar las conclusiones de Schaefer. Michael Hippke y Daniel Angerhausen han analizado las placas del archivo de Harvard para otras 28 estrellas de tipo F, el que se presume para Tabby, y llegan a la conclusión de que en 18 de ellas se observa el mismo tipo de presunta atenuación a lo largo de un siglo. Schaefer había analizado otras dos estrellas en las cuales no había detectado este efecto; pero al ampliar la muestra, según Hippke y Angerhausen, se deduce que probablemente no existe tal atenuación, sino que es un error experimental debido a una mala calibración al digitalizar las placas. Esto no afectaría a la observación original de Kepler, dicen los dos científicos, pero sí al supuesto efecto a largo plazo descrito por Schaefer.

Naturalmente, esto no iba a quedar así. Schaefer ha respondido en el blog Centauri Dreams, y no precisamente con tibieza: alega que el estudio de Hippke cae en «horribles fallos de principiante», que algunos de sus datos son «basura», que sus conclusiones son «falsas» y, en resumen, que el trabajo «no es buena ciencia». La basura a la que Schaefer se refiere es una cierta cantidad de placas que Hippke incluyó en su examen y que están reconocidas por el propio archivo como defectuosas o deterioradas, y que por tanto no contienen datos válidos. El investigador aporta otros argumentos bastante convincentes: por ejemplo, dice que examinó cinco estrellas de control que aparecen a pocos milímetros de Tabby en todas las placas, sin que ninguna de ellas muestre ningún efecto de atenuación. Y lo cierto es que Schaefer goza de gran reputación en el estudio de placas astronómicas antiguas, mientras que Hippke admite ser un «novato», según escribe Schaefer.

El comentario de Schaefer ha provocado una encendida discusión entre los especialistas. Hay quienes se decantan por la probada profesionalidad de Schaefer, pero otros, como mínimo, le reprochan una reacción que califican de arrogante. De momento, parece claro que el ataque de Hippke al trabajo de DASCH, el proyecto que se encarga de digitalizar el archivo de placas de Harvard y al que el investigador atribuye los errores, no ha sentado demasiado bien a nadie. Según Schaefer, el estudio de Hippke ha vertido una mancha sobre la reputación del archivo digitalizado de Harvard que costará borrar.

A la espera de los próximos episodios del culebrón, el caso tiene un especial interés no solo por el misterio que aún rodea a Tabby, sino porque estamos asistiendo a algo bastante insólito. Ni el estudio de Schaefer ni el de Hippke se han publicado aún; ambos están disponibles en la web de prepublicaciones arXiv, donde los físicos suelen poner sus trabajos a disposición de la comunidad antes incluso de que pasen el filtro de la revisión de cara a su publicación formal en una revista. Los científicos suelen discutir los estudios en esta fase, pero no es habitual que este debate llegue al público como está ocurriendo ahora, ni que se estén refutando trabajos publicitados en los medios por otros trabajos que aún tampoco se han publicado. Ciencia fresca e inmediata gracias a internet… pero si la revisión ya no actúa como filtro, la ciencia corre el mismo peligro que todo lo demás en internet: llegar a un punto en el que sea difícil diferenciar el hecho del rumor.

Andreas Wahl, ¿genio o Jackass de la ciencia?

Se puede tener una absoluta confianza en los principios científicos. Pero de ahí a poner la vida de uno sin necesidad alguna en manos de Newton, Bernoulli o cualquier otro respetable señor muerto hace siglos, va un trecho que solo Andreas Wahl se ha atrevido a recorrer.

Andreas Wahl, en una imagen promocional de su espectáculo Elektrisk. elektriskshow.no.

Andreas Wahl, en una imagen promocional de su espectáculo Elektrisk. elektriskshow.no.

Por lo que he podido saber, Wahl es un físico noruego, divulgador científico, estrella televisiva y triple campeón de escupir huesos de cereza, con una plusmarca personal en 2015 de 13,06 metros. En su cuenta de Twitter se presenta con una foto a lo Tesla que al parecer promociona un espectáculo circense-científico de electricidad protagonizado por él y actualmente en gira por su país.

Pero si Wahl ha traspasado las gélidas fronteras de su Noruega natal ha sido por publicar vídeos en los que pone a prueba principios físicos jugándose la vida; como en aquel programa televisivo de Jackass, pero sabiendo a qué ilustre científico deberá culpar si algo sale mal.

En su última entrega, Wahl experimenta con uno de los clichés cinematográficos más manoseados en el cine de acción: la capacidad o incapacidad de las balas para mantener su poder mortífero a través del agua. En la secuencia inicial de Salvar al soldado Ryan, el desembarco aliado en la playa de Omaha en 1944, pudimos ver cómo los proyectiles alemanes se abrían paso sin dificultad bajo el agua y abatían a los soldados estadounidenses. En cambio, y aunque ahora mismo no recuerdo ningún ejemplo, en otras películas los héroes o villanos se arrojan al mar para protegerse de los disparos. ¿Cuál es la versión acertada?

Otros ya habían puesto a prueba anteriormente esta incógnita, como los presentadores del programa de Discovery Channel Mythbusters o el videobloguero de ciencia Destin Sandlin en su magnífico canal de YouTube Smarter Every Day, del que ya he hablado aquí antes. Pero Wahl no se conforma con una piscina vacía o un bloque de gel para experimentar la penetración de la bala. Él se planta dentro del agua en bañador enfrentado al cañón de un fusil de asalto SIG SG 550 con un cordel atado al gatillo. Y tira.

Por supuesto, Wahl sabía muy bien lo que hacía. La densidad del agua ofrece una enorme resistencia a la penetración del proyectil, y curiosamente, cuanto más rápida es la bala más tiende a frenarse, ya que el rozamiento es mayor. Es decir, que un disparo con una pistola tiene más posibilidades de herir a alguien bajo el agua que el de un fusil. Lo sentimos, Spielberg.

No es la primera hazaña de Wahl. Anteriormente ya se había jugado el cuello, hasta ahora con la sonrisa de la fortuna, en experimentos como la demostración de la fuerza centrípeta, ese componente que explica el movimiento de los objetos en una trayectoria curvada y que es responsable, por ejemplo, de las órbitas.

El físico también lo probó consigo mismo, colgándose a 14 metros de altura con una cuerda que pasaba sobre un eje y cuyo extremo contrario terminaba atado a un peso sujeto a la pared. Wahl cae al liberar el peso, pero el movimiento circular de este alrededor del eje enrolla la cuerda y termina deteniendo la caída. Naturalmente, él sabía que debía usar una cuerda elástica como las que se emplean para hacer bungee jumping (eso que absurdamente aquí se conoce como puenting, vocablo inexistente). De otro modo, la columna se le habría partido en dos como una patata frita.

No sé a ustedes, pero a mí todo esto me trae a la memoria un viejo recuerdo televisivo que solo resultará familiar a los mayores de treinta y tantos. Verán, según parece la competición de escupir huesos de cereza Morellsteinspytting, en la que Wahl ha resultado tres veces campeón, es desde 1996 el principal atractivo de la localidad noruega de Lofthus, donde se celebra anualmente en sus tres categorías (hombres, mujeres y junior para menores de 14) cada último fin de semana de julio en el marco del Festival de la Cereza. El récord absoluto lo estableció en 2003 la celebridad local Sverre Kleivkås, con 14,24 metros. ¿Alguien recuerda a Rose y sus historias de Saint Olaf, Minnesota?

Suspense en el espacio: seguimos sin saber lo que no sabíamos

Este año 2016 está comenzando como un auténtico thriller espacial. Hace unos meses, cuando hablé con varios astrónomos a propósito de la interminable y siempre infructuosa búsqueda del llamado Planeta X, me quedó orbitando la sensación de que el asunto estaba cristalizando en algo serio.

Ilustración tentativa del hipotético Planeta Nueve. Imagen de Caltech/R. Hurt (IPAC).

Ilustración tentativa del hipotético Planeta Nueve. Imagen de Caltech/R. Hurt (IPAC).

El Planeta X, recuerdo, es ese presunto objeto (u objetos) de gran tamaño que supuestamente podría estar girando alrededor del Sol en una órbita inmensamente lejana,  en otra escala diferente a la que hasta ahora hemos manejado con nuestros viejos y familiares ocho planetas (más un explaneta). Las hipótesis se estaban concretando, lo que no podía existir se estaba definiendo, y lo que quizá sí existiera estaba tomando forma.

Después de décadas en las que la hipótesis del Planeta X fue casi uno de esos expedientes que se designan con esa misma letra, debido a que las teorías anteriores se habían dado de morros, algunos astrónomos parecían más inclinados a relajar ese esfínter mental por el que a uno le entran las ideas, o no le entran.

Y tal vez no se debe solo al descubrimiento reciente de los objetos transneptunianos cuyas órbitas piden a gritos un (o dos) Planeta X. También el conocimiento de los sistemas extrasolares ha abierto la mente de los científicos a otra realidad: muchos de esos vecindarios descubiertos hasta ahora cubren rangos muy amplios de distancias orbitales, como una gran ciudad que extiende su influencia hasta localidades situadas a varias decenas de kilómetros. Para otros soles, hemos podido conocer esta circunstancia porque contamos con la perspectiva que da la lejanía. Pero para nuestra propia ciudad estelar, y encerrados en nuestro casco urbano, hasta hace unos años no hemos empezado a descubrir la periferia.

Nadie puede decir ahora si el Planeta Nueve, tal como ha sido propuesto esta semana por los astrónomos de Caltech Mike Brown y Konstantin Batygin, existirá realmente o será una más de las ideas que en su momento parecían buenas. Quedan por delante años de rastreo con los telescopios que podrían no descubrir nada. Pero si este fuera el caso y aparecieran nuevos objetos transneptunianos que siguieran ajustándose al modelo diseñado por los dos científicos, seguiríamos mordiéndonos las uñas.

Órbitas de objetos transneptunianos (morado), el hipotético Planeta Nueve (naranja) y de nuevos objetos transneptunianos de órbitas perpendiculares (azul). Imagen de Caltech/R. Hurt (IPAC).

Órbitas de objetos transneptunianos (morado), el hipotético Planeta Nueve (naranja) y de nuevos objetos transneptunianos de órbitas perpendiculares (azul). Imagen de Caltech/R. Hurt (IPAC).

Pero aunque el Planeta X, o Nueve, no es menos fantasma hoy de lo que lo era hace una semana, hay un indicio que ha entusiasmado a los expertos, y es el hecho de que la simulación haya predicho la existencia de cuerpos que no se incluyeron como condiciones del modelo, pero que existen. Explico: para construir su Sistema Solar virtual en el ordenador, Brown y Batygin incluyeron las órbitas de seis objetos transneptunianos ya conocidos, y luego comprobaron que estas condiciones eran compatibles con la existencia del Planeta Nueve tal como lo han definido. Pero entonces se encontraron con la sorpresa de que el modelo predecía la existencia de otros objetos de órbitas perpendiculares al plano de los planetas. Y lo cierto es que en los últimos años se han descubierto cuatro de estos.

La estrella misteriosa, KIC 8462852, en infrarrojo (izquierda) y ultravioleta (derecha). Imagen de IPAC/NASA.

La estrella misteriosa, KIC 8462852, en infrarrojo (izquierda) y ultravioleta (derecha). Imagen de IPAC/NASA.

Por otra parte está el asunto de la estrella KIC 8462852, esa cuyo brillo extrañamente fluctuante insinuó, a ojos de algunos científicos, la posibilidad de que hubiéramos dado al fin con una estructura de tecnología avanzada alienígena que estaría ocultando parcialmente el resplandor. Esta expectativa se desinfló cuando los estudios posteriores (uno, dos, tres) favorecieron la hipótesis de que eran los fragmentos de una familia de cometas los que bloqueaban la luz de la estrella, como inicialmente habían sugerido los autores del hallazgo.

Y ahora que ya estábamos cómodamente instalados en la hipótesis del fenómeno natural, viene Bradley Schaefer y la desmonta. A este astrónomo de la Universidad Estatal de Luisiana se le ocurrió hacer algo de arqueología astronómica; el archivo de placas fotográficas del observatorio de Harvard conserva medio millón de imágenes de todo el cielo desde 1890 hasta 1989. Schaefer buscó en el archivo los retratos de KIC 8462852 en todo el período histórico y analizó la evolución de la luminosidad de la estrella durante ese siglo. Y descubrió algo insólito: en esos 99 años, KIC 8462852 perdió un 20% de su brillo.

Schaefer razona que ambos fenómenos, la atenuación periódica y la progresiva a largo plazo, deben de obedecer a una misma causa. Y haciendo unos cuantos cálculos, descubre que para justificar esa pérdida de la quinta parte de su luminosidad deberían haber pasado por delante de la estrella 648.000 cometas gigantes, cada uno de 200 kilómetros de diámetro. Como comparación, en su estudio Schaefer recuerda que el mayor cometa conocido en nuestro Sistema Solar, el Hale-Bopp, mide 60 kilómetros. Y concluye:

No veo cómo es posible que existan 648.000 cometas gigantes alrededor de una estrella, ni que tengan sus órbitas orquestadas como para pasar todos por delante de la estrella durante el último siglo. Así que tomo esta atenuación de un siglo como un potente argumento en contra de la hipótesis de la familia de cometas.

Así pues, ¿volvemos a los aliens? Schaefer no lo cree, y lo cierto es que, si la causa del bloqueo fuera una megaestructura de ingeniería, esta debería irradiar al exterior un exceso de calor detectable en forma de infrarrojos. Sin embargo, la observación de la estrella en infrarrojos no ha detectado nada inusual. Y como ya conté aquí, no se han captado señales de radio que pudieran revelar la presencia de una civilización. En diciembre se confirmó que tampoco se detectan pulsos de láser procedentes de KIC 8462852; los astrónomos piensan que esta podría ser otra manera alternativa de enviar mensajes a través del espacio desde unos planetas habitados hacia otros.

¿Qué nos queda? Esperar. Es probable que a lo largo de este año recibamos nuevas noticias del espacio. De momento, ya sabemos lo que no sabemos.