Archivo de octubre, 2016

Halloween, un viaje de ida y vuelta Europa-EEUU

Sin ánimo de pasar por el antropólogo que no soy, sino como mirón de la realidad, veo dos perfiles básicos de odiadores de Halloween: quienes aborrecen todo lo que lleve la marca de las barras y estrellas, y un sector del cristianismo empeñado, por razones que no me corresponde analizar, en erradicar una inocente diversión laica que tiene como protagonistas a los niños (quienes, por cierto, no suelen celebrarlo como una fiesta pagana). Y que pretenden reemplazar por una contraversión llamada Holywin que, no puedo evitarlo, me trae a la mente aquellos alambicados deportes pergeñados por el Estado Mundial de Un mundo feliz para mantener a la población ideológicamente encarrilada.

Imagen de Wikipedia.

Imagen de Wikipedia.

Y si se fijan, no abro un tercer taxón para los puristas de las tradiciones propias; en mi sola experiencia (ya lo he dicho, simple mirón), esto suele ser una excusa bajo la cual se esconde uno de los otros dos motivos. Hay pretendidos puristas que nunca se pierden el festival del año nuevo chino, y otros que han adoptado el Holywin con los brazos abiertos.

Tanto a unos como a otros les recomendaría una lectura nada sofisticada: la entrada sobre Halloween en la versión española de la Wikipedia. No voy a descubrir nada nuevo; ahí encontrarán, para su probable sorpresa, que la fiesta de Halloween y la mayor parte de sus tradiciones y simbología no se han inventado en la patria del Capitán América, sino que viajaron hasta allí desde la cristiana Europa ancestral para luego regresar a casa. Eso sí, convertidas en un exitoso producto comercial, que para eso no hay nadie como ellos.

Por servirles la carne magra de lo que cuenta la Wikipedia, Halloween (venga, que es muy fácil: ja-lo-güin) es una contracción de All Hallows Eve, o «víspera de Todos los Santos»; aunque otro posible origen del término sería Hellequin, nombre que daban los galos a la leyenda de las cabalgatas de muertos y espíritus que en diferentes lugares de España se conocen como Santa Compaña (Galicia), Estantiga (Castilla) o Güestia (Asturias). Misma cosa, distintos nombres.

Graffiti de la Santa Compaña en Pontevedra. Imagen de Wikipedia.

Graffiti de la Santa Compaña en Pontevedra. Imagen de Wikipedia.

En la tradición de inspiración cristiana de la víspera de Todos los Santos, llamada Noche de Difuntos, aparecen casi todos los elementos del armazón de la moderna fiesta de Halloween. Comencemos por el rollo muertos, zombis y esqueletos:

…cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos.

No, no es un párrafo del guión de una de Tim Burton, sino un fragmento de El Monte de las Ánimas, el cuento de Gustavo Adolfo Bécquer sobre la leyenda de la Noche de Difuntos en Soria; cuento que, al menos antes, solía ser lectura obligatoria en los colegios, incluyendo los católicos.

¿Calabazas? Corto y pego textualmente de la Wikipedia: «dentro de Castilla, en la actual comunidad de Madrid, se tienen registros de numerosos municipios como Ambite, Canencia, El Vellón, Estremera, Manzanares el Real, Loeches, Fuentidueña de Tajo en los que se decoraban las casas con calabazas, a las que le hacían agujeros en su interior para simular una cara con ojos, nariz y boca y se introducía una vela o luz dentro de la calabaza, con el objetivo de invocar espíritus protectores y asustar a la gente generando una atmósfera de terror».

¿Niños pidiendo chuches de puerta en puerta? Por entonces aún no se habían inventado los Peta Zetas, los Sugus ni las gominolas, pero cito de la misma fuente: «En Asturias, en el siglo XVIII, los niños llevaban lámparas y pedían comida a las puertas de las casas durante esa noche».

Dicho todo esto, hago una salvedad, y es que por desgracia la Wikipedia tiene sus peligros. Me refiero a la calidad de las fuentes. Como suelo explicar aquí, la ventaja del sistema de las revistas científicas (también para las ciencias sociales y las humanidades) es que todo lo publicado ha sido validado por otros especialistas en la misma materia, certificando que el contenido de un estudio es legítimo y no una veleidad de los autores. La Wikipedia a menudo cita fuentes académicas, pero otras veces refiere a páginas web o blogs que a su vez no enlazan a fuentes originales contrastables.

En el caso de las tradiciones asturianas, por ejemplo, hay garantías en la referencia a una entrevista con un etnógrafo especializado en la mitología local. En cambio, lo relativo a Castilla se basa en un blog que ofrece abundante información elaborada, pero sin citar una sola fuente verificable.

Entiéndanme, no estoy calificando el blog como pura fantasía, pero hay que justificar que lo contado no se lo ha inventado uno mismo, sobre todo cuando ni siquiera se sabe quién es «uno mismo» (el blog parece ser anónimo). ¿Dónde se han publicado o documentado esas costumbres de tantos pueblos madrileños? Es el doble filo de la internet 2.0; lo bueno es que cualquiera puede publicar lo que quiera, pero lo malo es que cualquiera puede publicar lo que quiera. Con mucha frecuencia, los rumores falsos se propagan y rebotan de unas webs a otras hasta que todo el mundo los da por ciertos. Frente a este círculo vicioso, las revistas académicas crean un círculo virtuoso: estudios aprobados por expertos que citan otros estudios a su vez también aprobados por expertos.

Hecha esta salvedad y volviendo al asunto, lo que sí parece aceptado comúnmente por los eruditos es que las raíces de todo esto se remontan a más atrás, a la festividad céltica del Samhain, el fin de la cosecha y el cambio de estación, ligada al culto a los espíritus; que perdura en el paganismo, y que la Iglesia Católica trató de reconducir haciéndola coincidir con la celebración de Todos los Santos, pero que popularmente conservó sus evocaciones siniestras en la Noche de Difuntos.

Y con todo este equipaje cultural, emprendamos viaje, de Europa a América. Como es bien conocido, las tradiciones españolas se difundieron al Nuevo Continente, y en el caso que nos ocupa tomaron forma en fiestas como el Día de Muertos de México. Pero antes de que algún mexicano se me enfade, aclaremos: ellos también aportaron sus propias costumbres. Aquí sí puedo citar a un académico, el experto en historia celta Manuel Alberro, escribiendo en 2004 en Araucaria, Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades:

Tanto Halloween como el Día de los Difuntos y su Día de Muertos no son más que modernas versiones de las arcaicas festividades del céltico Samain y de la Festividad de los Muertos de los aztecas.

Cráneos de cerámica decorada del Día de Muertos en México. Imagen de Wikipedia.

Cráneos de cerámica decorada del Día de Muertos en México. Imagen de Wikipedia.

Es decir, que la rama céltica se enlazó con una rama cristiana, a cuyo resultado se le unió en México otra rama mesoamericana. Más al norte, la tradición llegó a EEUU desde Irlanda. A estas costumbres se les aplicaron formatos locales de acuerdo a la idiosincrasia de cada pueblo. Pero curiosamente, y para horror de los alérgicos al mestizaje (que los hay aquí, en México y en EEUU), todo acaba mezclándose: si a muchos mexicanos la versión estadounidense de la fiesta les indigna tanto o más que a muchos españoles, resulta que en algunos lugares de EEUU el Día de Muertos está comenzando a teñir también las celebraciones de Halloween.

Pero si en EEUU (y de rebote, aquí) Halloween carece de todo aquel carácter de solemnidad, de rezo y de veneración hacia los antepasados, no es más que una secularización idéntica a la que ha experimentado, por ejemplo, la Navidad, que obviamente ya no es una celebración exclusiva de los cristianos. Parecería lógico que los odiadores de Halloween por razones religiosas despreciaran con la misma contundencia todo aquello de la Navidad que no es estrictamente cristiano; y no hablo solo del árbol y el Jingle Bells: desde el turrón, que es de origen árabe, hasta la Nochevieja, una fiesta civil, y sus uvas, una costumbre de origen digamos socioagrícola. Eh, y nada de regalos a los adultos, que los Reyes Magos se fueron con las manos vacías.

Me reservo para el final la guinda del pastel. Resumiendo todo lo anterior, Halloween es una fiesta popularizada en EEUU pero llevada allí desde Irlanda, con influencia cristiana y raíz celta en la celebración del Samhain o Samaín. Pero ¿quién inventó el Samaín?

Según la mitología gallega, los descendientes del rey Breogán conquistaron Irlanda y llevaron allí las tradiciones celtas; entre ellas, el Samaín. Hoy esta fiesta se celebra como tradición recuperada en muchos lugares de Galicia. Pero resulta que también leyendas irlandesas hablan de invasiones desde la cornisa cantábrica de la Península Ibérica. Así que, si las leyendas fueran ciertas, los irlandeses habrían heredado el origen de Halloween de los celtas gallegos.

Claro que solo son leyendas. ¿O no? De hecho, ciertos estudios sugieren que tal vez realmente existan vínculos genéticos entre ambos pueblos actuales, aunque aún hay controversia al respecto (y con razón: el principal proponente de la hipótesis es Bryan Sykes, genetista de Oxford que protagonizó un gran bluf cuando publicó que el Yeti era un descendiente de un oso polar del Paleolítico, como conté aquí y aquí).

Y sin más, les dejo con unos minutos musicales para Halloween: una joya clásica de los Bauhaus, padres del post-punk gótico, y la cuasi-banda sonora oficial de la fiesta, del inclasificable Marilyn Manson, sobre (esta vez sí) vídeo de Pesadilla antes de Navidad de Tim Burton. Felices sustos.

¿Nos llevará Elon Musk a Marte?

Lo que nos separa de Marte no es un problema técnico, sino político. Como ya he explicado aquí varias veces, si se hubiera mantenido el ritmo de inversión en exploración espacial de la década de los 60, como mínimo ya habríamos puesto el pie en Marte varias veces.

Si al público de entonces (hablo del público con algo de formación en ciencia, no de los negacionistas) le asombró que en 12 años se pasara de chutar una pelota de metal a la órbita, a llevar gente a la Luna, hoy no debería sorprendernos, sino noquearnos de la pura estupefacción: jamás se ha vuelto a dar una progresión semejante en la exploración espacial.

Pero he dicho político, y no económico; y es que el fin de aquella lluvia de millones no se debió solo a la guerra de Vietnam ni al carpetazo a la misión cumplida. La mentalidad comenzó a cambiar. Una vez que ya no era preciso demostrar quién lo tenía más grande (el cohete), las suelas de políticos, científicos e ingenieros extinguieron los rescoldos de aquel «to boldly go where no man has been before«, que los discursos de JFK habían ayudado a prender. Solo quedó la ciencia, y las misiones robóticas podían hacer toneladas de ciencia por mucho menos dinero que las tripuladas. Mandar gente ahí arriba era demasiado caro, y el riesgo de una pérdida era imposible de descartar por mucho que se duplicaran, triplicaran y cuadruplicaran los sistemas de seguridad.

El problema es que al público en general no le importa demasiado la ciencia. Quiero decir, la de verdad, no esa que correlaciona cosas como la esperanza de vida y el lado al que se lleva la raya del pelo. Y así, el espacio quedó relegado a esos 20 segundos que los directores de los telediarios no saben con qué rellenar.

Hoy, por fin, algo está rompiendo este marasmo. Cada vez hay más miembros de la comunidad aeroespacial preocupados por el insignificante interés que la ciencia espacial actual despierta en los bares, los lugares donde fluye el único pulso de la calle que resulta admisible para más de un redactor jefe chusquero. Cada vez hay más miembros de la comunidad aeroespacial dispuestos a reconocer, aunque sea sotto voce, que tal vez las pérdidas deban entrar en la ecuación; incluso que tal vez no haya que cerrar la puerta a las misiones tripuladas sin billete de vuelta, o al menos con billete abierto.

Elon Musk, en una presentación reciente. Imagen de Wikipedia.

Elon Musk, en una presentación reciente. Imagen de Wikipedia.

Y luego está Elon Musk.

En los últimos años se viene hablando de lo que se ha dado en llamar «Old Space vs. New Space«. Old Space es el sistema público, su burocracia, su velocidad de caracol con la concha de su gran aparato a las espaldas, y su aversión al riesgo humano y económico. El espíritu del Old Space ha quedado monumentalizado en ese inmenso ganso orbital llamado Estación Espacial Internacional (ISS), que vuela sobre nosotros a una distancia como la que separa Madrid de Córdoba.

New Space es la iniciativa privada de las start-ups con ideas nuevas, agilidad, audacia y sentido del riesgo. El New Space es el equivalente actual de aquella NASA que lanzó al espacio el Apolo 13 y luego se las ingenió para que sus tripulantes pudieran salvar la vida encajando filtros cuadrados de CO2 en huecos circulares. La NASA de hoy es Old Space. New Space es SpaceX de Musk (fundador de PayPal), Blue Origin de Jeff Bezos (fundador de Amazon) o Virgin Galactic de Richard Branson (más conocido como fundador de la aerolínea Virgin, excepto para quienes le debemos gratitud por los discos de Sex Pistols, Devo o Simple Minds). Solo por citar tres ejemplos célebres de entre miles de pequeñas compañías frescas e innovadoras en países de todo el mundo.

Avanzando por un camino sembrado de baches, pero gracias a sus menores costes y a sus soluciones imaginativas, los impulsores del New Space están arrebatando trozos del pastel al Old Space, como las misiones no tripuladas de reabastecimiento a la ISS. Sin embargo, es evidente que compañías como SpaceX no nacieron para comerse un pastel rancio, sino para cocinar el suyo propio. Y Musk quiere llevarnos a Marte.

Hace unas pocas semanas, Musk pronunció en un congreso espacial en Guadalajara (México) el que se ha calificado como el discurso más importante de su vida. En la charla, el también fundador de Tesla Motors expuso su plan de crear una colonia en Marte durante la próxima década y detalló el proyecto del Interplanetary Transport System (ITS), un sistema de cohete y nave tripulada con capacidad para cien personas. Pero sobre todo, Musk reveló algo infinitamente más significativo; y es que todo lo demás, los pagos por internet, los coches eléctricos, la inteligencia artificial o las energías limpias, son medios para un fin, su verdadera misión en la vida: hacer del ser humano una especie interplanetaria.

Y es que, por todo lo que he explicado más arriba, actualmente la conquista de Marte no puede plantearse como un objetivo científico, técnico, económico o político; hoy solo puede alcanzarse si se aborda como un objetivo ideológico. Y esta es precisamente la visión de Musk. Es cierto que, por abultada que sea su cartera, ni mucho menos le da para pagar esta ronda. Pero veámoslo así: hasta ahora, Elon Musk es la persona con mayor capacidad de hacer realidad lo que se proponga que se ha propuesto ir a Marte.

Otro aspecto del esquema de Musk que me incita a ovacionarle hasta descarnarme las palmas es su intención de democratizar el espacio. Se acabó la eugenesia espacial, ese requisito del Old Space de ser un Superman o una Superwoman para ser admitido en el club de los que pueden subir allí arriba. Los pasajeros de SpaceX no deberán tener la cabeza de Einstein sobre los hombros de Usain Bolt: cualquier humano podrá tener su hueco. Tal vez alguien alegue que los 100.000 o 200.000 dólares a los que Musk espera rebajar el coste de sus billetes no sean precisamente precios populares. Pero es que no se trata de unas vacaciones. ¿Cuánto cuesta una vivienda en la Tierra? ¿Cuánto cuesta una vida en la Tierra? El pasaje para Marte será la inversión de toda una vida, ya que los viajeros no serán cruceristas, sino colonos.

Por último, hay también otro motivo por el cual el paso adelante de Musk es trascendental, y es el efecto de arrastre que ejercerá sobre sus posibles competidores, incluidos los del Old Space: apenas un par de semanas después de aquella charla, el mismísimo Barack Obama publicó un artículo en la web de la CNN declarando la firme determinación de su país de «enviar humanos a Marte en la década de 2030 y devolverlos sanos y salvos a la Tierra, con la ambición última de algún día permanecer allí durante largo tiempo». ¿Casualidad?

Y por cierto, y aunque la NASA lleva tiempo trabajando en preciosas presentaciones de Power Point de su plan marciano llamado Journey to Mars, en algo el Old Space sí se parece al New Space: tampoco tiene el dinero.

Un fotograma del vídeo promocional de SpaceX sobre su sistema de transporte a Marte ITS.

Un fotograma del vídeo promocional de SpaceX sobre su sistema de transporte a Marte ITS.

La maldición de Marte

El argumento clásico de toda película sobre Marte es una misión malograda, con más o menos pretensión de credibilidad: con los zombis de Fantamas de Marte (2001) de John Carpenter, en un extremo, y la fidedigna The Martian (2015) de Ridley Scott en el contrario.

Por cierto, y sin tratar de restar ningún mérito a la cinta de Scott ni al libro de Andy Weir en el que se basó, no todo en aquella historia resultaba tan realista como certificaron los físicos e ingenieros que la valoraron: el punto de vista biológico –los efectos de la vida en Marte sobre el organismo– quedaba seriamente ignorado.

Y lógicamente, la deformación profesional manda, eran estos aspectos los que más me interesaron en mi propia interpretación de la aventura marciana en mi novela Tulipanes de Marte. Pero ya sé, ya sé: si mi libro hubiera resultado tan interesante como el de Weir, obviamente también a mí me habrían llamado de Hollywood, cosa que no ha ocurrido.

Johnny Ramone, guitarrista de los Ramones, en la película Stranded (Náufragos).

Johnny Ramone, guitarrista de los Ramones, en la película Stranded (Náufragos).

También por cierto, incluso hay una interesante película española, Stranded (Náufragos), dirigida por María Lidón en 2001 y realizada magníficamente con un presupuesto de nivel español, no hollywoodiense, gracias a trucos como reciclar un set utilizado en Space Cowboys. Y para los más frikis, destaco como curiosidad que la película esconde una rara joya, una insólita y fugaz actuación (si es que puede llamarse así) nada menos que del mismísimo Johnny Ramone, casi irreconocible bajo un extravagante peinado a lo Hitler.

Pues bien, podríamos emplear una de esas mil variaciones tan manoseadas sobre la realidad y la ficción. Porque lo cierto es que Marte, igual que en las películas, se resiste. Y no es solo una impresión: misiones de aterrizaje en objetivos esquivos o lejanos como un cometa (la famosa Rosetta), un asteroide (Itokawa) o incluso una luna de Saturno (Titán) se culminaron con mayor o menor éxito.

De las 28 misiones de aterrizaje jamás lanzadas a nuestra Luna, incluyendo las tripuladas, 19 cumplieron sus objetivos, lo que hace un 68%. Incluso en Venus, 10 de un total de 15 sondas se han posado según lo previsto, lo que supone un 67% de éxito. Por el contrario, en el caso de Marte, y si las cuentas no me fallan, solo 7 de 15 lo han conseguido: un 47%. Incluyo aquí las dos misiones rusas fallidas a su luna Fobos, Fobos 2 en 1989 y Fobos-Grunt en 2011.

Al menos, Marte se resiste a todo aparato que no lleve pintadas las barras y estrellas: con la excepción de la Mars Polar Lander en 1999, EEUU ha conseguido hacer aterrizar exitosamente todas sus demás misiones allí, un total de siete aparatos. La primera potencia espacial tiene todavía un monopolio sobre Marte que nadie consigue romper. Europa y Rusia lo han intentado, pero sin suerte.

Europa lo intentó por primera vez en 2003 con el Beagle 2, un pequeño platillo de fabricación británica nombrado en recuerdo del viaje de Darwin y que formaba parte de la misión de la Agencia Europea del Espacio (ESA) Mars Express. El Beagle 2 fracasó, pero nunca se supo qué suerte había corrido hasta el año pasado, cuando las imágenes tomadas desde la órbita marciana por la sonda Mars Reconnaissance Orbiter (MRO) de la NASA revelaron que el aparato británico se encontraba sano y salvo en suelo marciano. Pero con dos de sus paneles solares sin desplegar, lo que bloqueaba la antena de comunicaciones.

Esta es la dramática ironía de las misiones espaciales: aunque un aparato consiga posarse en su objetivo sin siquiera un rayón en la pintura, y aunque todos sus instrumentos científicos trabajen a pleno rendimiento, si se pierde la comunicación, adiós a la misión; todo lo demás no sirve de nada. Millones invertidos, años de trabajo de equipos de científicos e ingenieros, sensores, medidores y cámaras que funcionan sin tacha; todo esto se echa a perder por un simple corte de comunicación.

La semana pasada, las aspiraciones europeas y rusas de romper la hegemonía marciana de EEUU han sufrido un nuevo mazazo. El módulo Schiaparelli, parte de la misión ruso-europea ExoMars 2016, que debía posarse en el suelo de Marte y tomar mediciones durante varios días, se quedó mudo durante el descenso el pasado día 19.

Imagen tomada por la sonda MRO que muestra el probable lugar de impacto (punto negro) del módulo Schiaparelli. Imagen de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

Imagen tomada por la sonda MRO que muestra el probable lugar de impacto (punto negro) del módulo Schiaparelli. Imagen de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

Y lo que es peor, en este caso no parece que haya sido un simple corte de comunicación: el viernes, la ESA distribuyó unas imágenes tomadas por la MRO que muestran un punto negro muy feo en la zona donde debía haber aterrizado Schiaparelli. Lo más probable, dijo nuestra agencia espacial, es que fallaran los impulsores que debían haber frenado al aparato en su caída, y que el módulo se estampara contra el suelo a 300 kilómetros por hora. El nuevo lunar marciano detectado por la MRO, y que no aparece en las imágenes anteriores del mismo lugar, podría ser el rastro de la explosión del aparato al estrellarse.

Con todo, ExoMars 2016 ha sido solo medio fracaso. La otra mitad de la misión es un satélite llamado Trace Gas Orbiter (TGO) que logró inyectarse correctamente en la órbita marciana, y que estudiará los gases atmosféricos presentes en una concentración menor del 1%. Entre estos tiene especial interés el metano, dado que en la Tierra el 90% de este gas es de origen biológico. Así que los datos recogidos por TGO podrían revelar el misterio del origen del metano marciano, y tal vez ofrecer alguna pista sobre la posible existencia de microbios en Marte.

Pero aunque TGO cumpla su objetivo a la perfección, la tragedia de Schiaparelli es que, en realidad, sus mediciones no eran el objetivo principal. De hecho, el aparato solo llevaba una batería no recargable con energía para unos pocos días. ExoMars tiene una segunda fase prevista para 2020, cuya meta es posar en Marte un rover o vehículo autónomo, y el fin prioritario de Schiaparelli era actuar como demostración de la capacidad técnica de aterrizar con seguridad. Lo cual no se ha conseguido. Así que, si finalmente el rover se lanza en 2020 según lo previsto, será de nuevo una prueba de fuego para tratar de romper la maldición de Marte.

«Un descubrimiento científico produce un subidón como tocar música punk»

Al hilo de mi artículo anterior sobre Milo Aukerman, he recordado que hace algo más de dos años le hice una breve entrevista de la que saqué un par de extractos para un reportaje sobre la relación entre ciencia y punk. Por entonces Aukerman aún trabajaba en DuPont. Creo que merece la pena traer aquí aquella pequeña entrevista, porque el líder de Descendents destacaba la visión recíproca de la que he tratado en esta miniserie: si el rock parece atraer especialmente a los científicos, la ciencia también puede atraer a los aficionados al rock; o en este caso, el punk. Así lo cuenta el líder de Descendents:

Milo Aukerman. Imagen de Twitter.

Milo Aukerman. Imagen de Twitter.

Uno de los lemas del punk era «No Future». ¿Su caso demuestra que sí lo había?

La idea de los punks como escoria tiene que cambiar, porque no refleja la realidad. Siempre he considerado el punk más como una música que como un estilo de vida, así que en este sentido es fácil moverse más allá de la caricatura estándar del «idiota inmaduro y drogadicto» ejemplificado por Sid Vicious, por poner un caso.

Entonces, ¿qué opina de la corriente más callejera y antisocial del punk?

No pretendo menospreciar el estilo de vida del punk callejero, pero eso es todo lo que es, un estilo de vida. Uno puede disfrutar de la música punk y aun así llevar una vida normal, estudiar, conseguir un trabajo, y todo ello sin modificaciones corporales ni maltratarse a uno mismo. Simplemente, los punks proceden de diferentes ambientes económicos, culturales y educativos, y todos deberían considerarse legítimos, y todos han contribuido a la democratización del punk como hoy lo conocemos.

¿En qué quedó entonces la rebeldía que ha sido el sello del punk?

Por supuesto, en el corazón del punk está la rebelión, pero uno puede rebelarse de muchas maneras. Rechazar las normas de la sociedad es una de ellas, pero el punk también consiste en la aceptación de la individualidad, y si un punk puede encontrar la felicidad en un trabajo y una familia, mejor para él. También me gustaría destacar que el punk es una salida creativa y una manera para los punks de sentirnos jóvenes, y si no hubiera sitio en ello para los casados con hijos y un empleo, bueno, probablemente yo ya me habría suicidado.

¿Qué tienen en común ciencia y punk?

Realmente es extraño cómo el punk tiende a atraer a los científicos…  Están Greg Graffin y Dexter Holland, por ejemplo, y yo mismo. Probablemente tengamos distintas visiones de los paralelismos entre ambos; sé que Greg los ha comparado refiriéndose al cuestionamiento de lo establecido inherente a la ciencia y el punk.

¿Y usted?

Yo veo los paralelismos en la creatividad y el aspecto del «hazlo tú mismo».

Pero toda la música es creativa. ¿Qué tiene de especial el punk?

Obviamente, toda música requiere creatividad, pero el punk en particular pone a la persona de la calle en el asiento del conductor, debido a esa naturaleza del «hazlo tú mismo». Esta capacidad del punk de crear algo de la nada, y de hacerlo sin una tonelada de infraestructura, me atrae del mismo modo que la ciencia, al menos el tipo de ciencia aguerrida que me interesa (en oposición a la Gran Ciencia). El otro aspecto que puedo apuntar es la naturaleza visceral del punk, la euforia total que provoca la música. Cuando descubro algo en el laboratorio, siento algo muy similar. El subidón que uno puede sentir con el punk se parece al del descubrimiento científico. Y aunque no sea exactamente lo mismo en ambos casos, la intensidad de esa sensación puede ser adictiva. En resumen, en cuanto a la naturaleza cuestionadora de ambos, y en su capacidad para emocionar e inspirar, pienso que la ciencia es un buen encaje para los punks.

Milo Aukerman (Descendents), (ex)biotecnólogo vegetal

«Tengo un doctorado en bioquímica. ¿Hay algo que mole menos?». Él siempre ha cultivado deliberadamente esa imagen de empollón anti-rockstar, bicho raro con gafas y ropa de persona normal. Tanto se ha recreado en su propia personificación del tópico motivador de esta pequeña serie que, en lugar de pisotear la caricatura burlona que le hizo un compañero del instituto, y que fue utilizada para una campaña de las elecciones a delegado de curso («no seas como Milo, vótame»), la tomó como inspiración para el garabato-mascota que adorna la mayoría de sus discos. A quienes vivieron aquellos años, tal vez llegue a recordarles vagamente al genial Poch. Ya sabrán, y si no ya se lo cuento, que les estoy hablando del doctor

Milo Aukerman

Milo Aukerman con Descendents en un concierto en California en 2014.

Milo Aukerman con Descendents en un concierto en California en 2014.

Las rarezas de Milo Aukerman comienzan por el hecho de que él ni siquiera fundó ni nombró la banda de la que llegaría a convertirse en alma e imagen. Descendents es la criatura de Frank Navetta y Dave Nolte, amigos del colegio de Manhattan Beach (Los Ángeles) que comenzaron a tontear con los instrumentos allá por 1977, el año de la explosión del punk. El grupo fue desde el principio un ir y venir. Nolte se marchaba, llegaban Tony Lombardo y Bill Stevenson, quien a su vez en 1980 traería a su amigo de clase para ocuparse de las voces, un tipo nerdy llamado Milo Aukerman.

Curiosamente Stevenson, el batería del grupo, es el único superviviente de la formación original, mientras que Aukerman, con su look antitético del ídolo punk, se convirtió en la esencia visible de Descendents. Hasta tal punto que, durante sus ausencias, el resto de los miembros cambiaban de marca para transformarse en All. La primera de ellas, cuando Milo dejó la banda para marcharse a estudiar biología a la Universidad de California en San Diego. Aquel hito quedó marcado en el primer LP de Descendents, Milo Goes to College.

Portada de Milo Goes to College (1982).

Portada de Milo Goes to College (1982).

Desde entonces (1982) hasta hoy, o mejor dicho hasta ayer, Descendents ha sido un grupo Guadiana, apareciendo y desapareciendo. En el camino han ido dejando siete álbumes de estudio y otros discos que han ejercido una influencia mucho mayor sobre otras bandas y corrientes de lo que su limitada difusión daría a entender. Descendents entra en esa categoría que algunos llaman grupos de culto. Experimentando con sonidos desde el hardcore punk al pop o el surf, pasando por lo inclasificable, muchos ven en ellos los inventores de estilos como el pop punk y el skate punk, los padres de grupos como The Offspring y Green Day, y en general una influencia clave en el punk californiano.

Para ilustrar sus excentricidades, basta repasar las constantes que han marcado la identidad del grupo a lo largo de su errática carrera: el café, los pedos (sí, han leído bien) y un eterno peterpanismo que dejaron escrito en uno de sus discos, I Don’t Want to Grow Up.

Descendents tocando en 2014 en California. Imagen de Wikipedia.

Descendents tocando en 2014 en California. Imagen de Wikipedia.

La razón de esta carrera sinuosa ha sido la dedicación preferente de Aukerman a lo que él siempre contempló como su verdadero trabajo, la biología; la música era solo un divertimento. Tras terminar su carrera, se enganchó a un doctorado en la universidad donde había estudiado. En 1992 se ganaba los galones de doctor con la tesis Analysis of opaque-2 function in maize, un estudio sobre una mutación espontánea del maíz que origina plantas con mayor contenido en los aminoácidos esenciales triptófano y lisina.

La variedad de maíz opaque-2, descrita por primera vez en 1964, interesó mucho en los años 70 para la alimentación de animales de granja por su alto valor nutritivo, pero no servía para consumo humano por su sabor diferente y sus granos blandos. En 1989, investigadores italianos publicaban la secuencia del gen opaque-2 y descubrían que producía una proteína cuya probable función era la activación de otros genes. Al año siguiente, un nuevo estudio en la revista PNAS describía con detalle la proteína producida por el gen opaque-2 y su función activadora. Uno de los cuatro firmantes del trabajo, todos ellos de la Universidad de California en San Diego, era un tal Milo J. Aukerman.

Como resultado de su trabajo de tesis, Aukerman publicaría otros cuatro estudios más (1991, 1992, 1993a, 1993b) y una revisión (1994) detallando la función de opaque-2 y la naturaleza de la mutación. El maíz opaque-2 después serviría como base a otros investigadores para obtener la variedad llamada Quality Protein Maize, cultivada en varios países del mundo y que ha llevado alimento de alto valor nutritivo a regiones deprimidas.

Con un valioso equipaje de tesis doctoral y siete publicaciones (antes de dedicarse al maíz, ya había publicado un primer estudio en 1989 sobre un mecanismo molecular de la fecundación del erizo de mar), se trasladó a Madison para trabajar como investigador postdoctoral en la Universidad de Wisconsin (y curiosamente, con ello hacía el recorrido contrario a Greg Graffin de Bad Religion). Allí comenzó a analizar los mecanismos moleculares que regulan la floración de la planta Arabidopsis thaliana, el equivalente vegetal de los ratones como modelo de laboratorio. El primer estudio en el que participó, publicado en 1994, identificaba un gen llamado LUMINIDEPENDENS que está implicado en regular el tiempo de floración a través de la sensibilidad a la luz.

Aukerman pretendía hacerse con una plaza de profesor en la Universidad de Wisconsin, pero ciertos amigos suyos empleados de la multinacional DuPont le recomendaron que solicitara un puesto en los laboratorios de la firma dedicados a investigación en biotecnología vegetal. Hacia 2002 o 2003, Aukerman se trasladó a Delaware y comenzó a trabajar en DuPont, estudiando los mecanismos moleculares de la floración y el desarrollo de plantas. En esta etapa ha publicado otros diez estudios, incluyendo una minirrevisión en la revista Cell, una de las más importantes en biología.

Como contribución más relevante, un estudio dirigido por Aukerman y publicado en 2003 fue uno de los primeros en mostrar la regulación de genes temporales (en este caso, de floración) en plantas mediante pequeñas moléculas de ARN llamadas miRNAs (que ya expliqué al hablar de Dexter Holland), y la posibilidad de controlar estos genes mediante versiones artificiales de esos reguladores. Las aplicaciones finales del trabajo de Aukerman se dirigen a la obtención de variedades vegetales mejoradas con rasgos interesantes de cara a la producción, un campo en el que DuPont es uno de los líderes mundiales.

Pero todo eso ha sido hasta este año. Hacia el verano pasado, Aukerman anunciaba que abandonaba la ciencia para volcarse profesionalmente y por entero en Descendents. Las razones son fáciles de imaginar. Según él mismo contaba, los primeros años en DuPont fueron provechosos, con una labor de investigación similar a la que desempeñaba en la universidad, pero sin el engorro de depender de becas y subvenciones (y aunque esto no lo ha dicho, obviamente con un salario incomparablemente más jugoso).

Portada de Hypercaffium Spazzinate (2016).

Portada de Hypercaffium Spazzinate (2016).

Pero la empresa es la empresa. Con el tiempo se vio obligado a seguir líneas que no le interesaban, y el trabajo se volvió monótono. Además, pronto descubrió que nunca ascendería la escalera de los puestos directivos; él lo sabía, y DuPont lo sabía. Finalmente, cuando estaba acariciando la idea de largarse, le despidieron.

Con 53 años, Aukerman comienza por primera vez en su vida una carrera musical con dedicación plena. Perdemos un científico brillante, pero a cambio ganamos Descendents. Y debo confesarles, aunque me esté mal decirlo, que me alegro de ello. Ya tenemos el primer fruto: este año, el grupo ha lanzado con Epitaph Records (el sello fundado por Brett Gurewitz de Bad Religion) su primer disco de estudio en 12 años, Hypercaffium Spazzinate. La portada repite maravillosamente la línea clásica del grupo: caricatura de Milo, esta vez (irónicamente) frente a dos probetas y un matraz Erlenmeyer. Y por cierto, en una de las probetas aparece escrita la fórmula química C8H10N4O2. ¿Adivinan de qué compuesto se trata? Eso es: ¡cafeína!

Greg Graffin (Bad Religion), el pensador biológico

Basta una búsqueda en las bases de datos para encontrar su nombre en los agradecimientos de un buen número de tesis doctorales. Las de todos aquellos que se han criado, o incluso han investigado, escuchando temas como We’re Only Gonna Die, Generator, American Jesus, 21st Century Digital Boy, o cualquier otro de los 16 álbumes grabados por Bad Religion en sus 37 años de historia (o de los dos publicados por él en solitario, en una línea más folk). Pero que también han encontrado inspiración científica, y un contraejemplo del falso mito del científico como un sucker melindroso, en el líder del grupo: les presento al doctor

Greg Graffin

Greg Graffin. Imagen de su Twitter.

Greg Graffin. Imagen de su Twitter.

A los más jóvenes quizá les cueste creer que bajo esa calva expansiva, ese pelo encanecido, esas gafas de pasta y ese look de profe de mates se esconda una leyenda del punk que aún sigue en activo. Quienes aún no lo conozcan están a punto de descubrir a un personaje sorprendente. Para otros no necesitará presentación. Pero advierto: a pesar de mi admiración por el tipo, su banda y su música, este comentario contiene una crítica que detallaré más abajo.

Por avatares familiares, Gregory Walter Graffin III cambió los puentes de Madison de su Wisconsin natal por la costa de California, donde la pólvora del punk prendía en el segundo lustro de los 70. Como muchos otros a los 15 años, Graffin se unió a sus amigos del instituto para fundar una banda. Y a la hora de elegir un nombre, si a los adolescentes les gusta molestar a los adultos, y si una de las señas del punk es la provocación… Punks adolescentes, provocación al cudrado: Bad Religion, y un símbolo consistente en una señal de prohibido sobre una cruz, el Crossbuster.

Bad Religion tocando en 2013 en Finlandia. Imagen de Wikipedia.

Bad Religion tocando en 2013 en Finlandia. Imagen de Wikipedia.

Pero aunque haya a quienes la iconografía de Bad Religion les enganche al grupo, y a quienes en cambio les repela, lo cierto es que nadie se mantiene casi cuatro décadas en la música escondiéndose tras un logotipo. Aunque la simbología les abriera la puerta en sus comienzos hacia una cierta notoriedad local, si Bad Religion ha perdurado hasta hoy es gracias al talento que Graffin y sus compañeros han desplegado en la música y en los breves manifiestos con fundamento que embuten entre verso y verso.

Símbolo de Bad Religion. Imagen de Wikipedia.

Símbolo de Bad Religion. Imagen de Wikipedia.

De hecho, la religión ha sostenido un papel protagonista en las dos vertientes de la carrera de Graffin, la musical y la académica. Pero en un sentido bastante más complejo y reflexivo que el que podría entenderse de una simbología adolescente de la que el grupo no reniega, pero que sí matiza: el Crossbuster es más un símbolo general anti-establishment que específico antiteísta o anticristiano, decía la banda en el DVD en vivo Along the Way.

Entiéndase: Graffin es ateo. Pero más que declararse como tal, suele describirse como naturalista. Es decir, una definición que no se basa en una fe negativa –la convicción de que Dios no existe–, sino en un positivismo positivo –la evidencia de que las leyes naturales bastan para explicar el mundo de cabo a rabo–. Graffin considera que la religión no libera a las personas, sino que las aprisiona con dogmas que restringen su pensamiento; pero que ellas mismas deben llegar a esta conclusión a través del conocimiento, un proceso en el que los científicos deben desempeñar un papel clave. De hecho, y que entienda quien quiera entender, en alguna ocasión Graffin ha incluido en esta misma categoría de dogmatismos perniciosos a, por ejemplo, los nacionalismos.

Es por esto que, cuando Graffin se enfrentó a la tarea de echarse a la espalda una tesis doctoral, dejó atrás la antropología y la geología que había estudiado durante su carrera en la Universidad de California en Los Ángeles para trasladarse a la de Cornell en Nueva York y ponerse bajo la supervisión del prestigioso biólogo evolutivo Will Provine. Para su tesis, Graffin elaboró una encuesta que envió a un par de centenares de biólogos evolutivos de todo el mundo para conocer sus opiniones sobre la relación entre ciencia y religión, y sobre las ópticas respectivas de ambas en campos como la moral, el libre albedrío o la percepción de la realidad.

Los resultados sorprendieron a Graffin. De los 149 que respondieron a la encuesta, la inmensa mayoría dijo no creer en Dios, pero también la mayoría contemplaba una compatibilidad entre ciencia y religión que para el cantante de Bad Religion suponía «deshonestidad intelectual», ya que, decía, ambas ofrecen esquemas de explicación mutuamente excluyentes, sin posibilidad de un encuentro entre el naturalismo y el sobrenaturalismo. Y para Graffin, los biólogos evolutivos deberían liderar la transición intelectual entre ambos.

Pero lo mejor es que sea el propio Graffin quien resuma el contenido de su tesis, titulada Monism, Atheism, and the Naturalist World-view: Perspectives from Evolutionary Biology (Monismo, ateísmo y la visión naturalista del mundo: perspectivas desde la biología evolutiva), y leída finalmente en 2003 tras un lapso de varios años de dedicación a la música. Aquel mismo año el profesor de historia Preston Jones, de la Universidad John Brown, cristiano y seguidor de Bad Religion desde 1994, escribió un email a Graffin presentándose como un fan del «lado religioso». Para sorpresa de Jones, Graffin le respondió. Y así fue como definía su trabajo de doctorado en aquel correo:

Se refiere a la intersección entre biología evolutiva y teología, y las varias formas de compatibilidad. He descubierto que los biólogos evolutivos rebajan la religión en un grado significativo para hacerla compatible con la ciencia. Piensan que están haciendo un servicio a las personas religiosas al suscribirse a una forma de compatibilidad –es decir, manteniendo que la religión y la biología evolutiva son compatibles. Según la mayoría de los biólogos evolutivos, no hay conflicto entre evolución y religión en una condición importante: ¡que la religión es esencialmente ateísta! Sé que suena a locura, pero este es el resultado de mi disertación.

Jones respondió a su vez, y así comenzó un largo e interesante intercambio de correos y puntos de vista que posteriormente el profesor recogería en 2006 en un libro titulado Is Belief in God Good, Bad or Irrelevant? A Professor and a Punk Rocker Discuss Science, Religion, Naturalism & Christianity (¿Es la creencia en Dios buena, mala o irrelevante? Un profesor y un rocker punk discuten sobre ciencia, religión, naturalismo y cristianismo). Una lectura recomendable (y fácil) para todos aquellos con inquietud filosófica sobre el mundo que nos rodea y sus explicaciones.

Bad Religion en 2007. Imagen de Wikipedia.

Bad Religion en 2007. Imagen de Wikipedia.

La religión se entrelaza con la vida de Graffin de formas tan curiosas que desconcertarán a algunos. Su actual mujer, Allison Kleinheinz Graffin, es católica. Su viejo compañero y amigo Brett Gurewitz, guitarrista de Bad Religion y creador del Crossbuster (además de fundador del sello Epitaph Records), se confiesa «deísta provisional». En entrevistas recientes, Graffin ha dicho cosas como que «no tiene sentido denigrar a la gente que tiene esa visión del mundo de compatibilidad entre religión y evolución. Esta es la visión predominante de la mayoría de la gente cultivada del planeta, así que no hace ningún bien tratar de menospreciarlos». O como que no pretende «demoler la religión, sino identificar sus defectos fatales». Jones llegó a decir de él que es «una persona de fe» en una «búsqueda religiosa».

Incluso, y para los fans más aficionados al bizarre, existe un disco navideño lanzado por Bad Religion en 2013, titulado Christmas Songs y que contiene magníficas versiones punk de ocho villancicos tradicionales anglosajones. Pero mientras que otros grupos punk han grabado clásicos navideños rehaciendo las letras a su gusto, no así Bad Religion. Y no me negarán que tiene su gracia escuchar la voz de Greg Graffin (que comenzó su carrera en un coro de iglesia) cantando versos como «gloria a Dios, gloria en las alturas, vayamos a adorar a Cristo el Señor». Por cierto, la banda donó el 20% de los ingresos del disco a una organización de ayuda a las víctimas de abusos sexuales por sacerdotes.

Además de todo lo anterior, y de continuar manteniendo viva una de las bandas matriarcales del punk, actualmente Graffin imparte clases ocasionales en las Universidades de Cornell y de California en Los Ángeles. Ha reeditado su tesis y ha publicado un par de libros, Anarchy Evolution: Faith, Science, and Bad Religion in a World without God y Population Wars: A New Perspective on Competition and Coexistence. Sin embargo, parece tener una espina clavada; en una entrevista en Nature publicada en 2010, se quejaba de que su condición de músico famoso le perjudicaba a la hora de ganar el respeto de sus colegas científicos. «Se me critica más por mi ciencia por el hecho de que he tenido éxito en la música», decía.

Pero, y por fin toca la crítica de la que advertía arriba, en esto el doctor Graffin se equivoca. Libros publicados, comentados y leídos; artículos en revistas como Scientific American; entrevistas en Nature; premios; un ave fósil del Cretácico nombrada en su honor (Qiliania graffini); clases no en una, sino en dos universidades de prestigio, pero a voluntad, sin la tiranía de la dedicación plena que él no necesita… Nada de esto existiría de no ser porque G. W. Graffin es Greg Graffin. Porque le falta algo, una palabra mágica en ciencia:

Publicaciones.

Una carrera científica se construye larga y trabajosamente sobre la base de las publicaciones científicas. Los libros y todo lo demás viene después.

'Qilania graffini', ave del Cretácico nombrada en honor de Greg Graffin. Imagen de Zoological Journal of the Linnean Society.

‘Qiliania graffini’, ave del Cretácico nombrada en honor de Greg Graffin. Imagen de Zoological Journal of the Linnean Society.

Tomemos como ejemplo al supervisor de la tesis de Graffin. Will Provine, fallecido en 2015, era una eminencia con una valiosa lista de publicaciones. Entre sus méritos figura haber inspirado la idea que dio lugar a un concepto manejado por la biología evolutiva actual, el de autoestopismo genético, o genetic draft: la idea de que ciertas variantes génicas prosperan en una población no porque confieran ninguna ventaja, sino porque están físicamente ligadas en su cromosoma a otros genes que sí son beneficiosos. En otras palabras, que la unidad mínima de selección no es el gen.

Por más que he buscado, solo he podido encontrar un único estudio publicado por Graffin en 1992 en la revista Journal of Vertebrate Paleontology, de su época universitaria como paleobiólogo de campo. ¿Cómo espera Graffin que la comunidad científica le valore, cuando la comunidad científica no ha tenido la oportunidad de evaluar formalmente su trabajo como biólogo teórico? Él mismo hacía notar que «los científicos académicos no están generalmente interesados en los libros para el público». El canal de la ciencia es el sistema de revisión por pares de las revistas científicas. No es ni mucho menos perfecto. Pero parafraseando a Churchill, es el peor posible, exceptuando todos los demás.

Por muy Greg Graffin que sea uno, deberá enfrentarse a los muchos rechazos, frustraciones, correcciones, enmiendas y ocasionales alegrías finales del sistema de publicación científica. En la ciencia no hay atajos. En varias entrevistas, incluida una muy breve que tuve ocasión de hacerle yo mismo por email hace un par de años, Graffin ha equiparado ciencia y punk en que un nombre desconocido puede desafiar a la autoridad y desatar toda una revolución. Y es cierto, pero entre ambos mundos hay una diferencia esencial: en la música, un grupo de éxito puede publicar un mal disco. En la ciencia, ni un premio Nobel puede publicar un mal estudio (al menos en teoría). Pero Graffin es también famoso por su infatigable capacidad de trabajo. Así que esperemos seguir teniendo Doctor Graffin y Bad Religion por muchos años.

American Jesus from Bad Religion on Vimeo.

Dexter Holland (The Offspring), investigador del VIH

Según esa maldita efigie popular y estereotipada, el científico es un tipo/a físicamente mal acabado como un Lada de los 70, incapaz de conjuntar los calcetines y con una inteligencia social tan ínfima como elevado es su genio intelectual. Y que posiblemente cantaría de memoria todas las Lieder de Schubert, pero que no tiene la menor idea de quién era Lou Reed.

Este absurdo tótem ya no solo se perpetúa en películas y series de televisión, sino que llega hasta Clan, el canal infantil de TVE: un personaje llamado Doctor Einstein, por otra parte muy simpático, deja clara la elección a los niños desde que son pequeñitos: o eres guay, o eres científico.

Nombres como el de Brian May, cuyo caso conté ayer, suelen adornar listas de curiosidades sobre celebrities o estrellas del rock. Por algún motivo, parece que al presentar estos casos como rarezas se declara explícitamente que el rock y el trabajo intelectual de la ciencia se contemplan como mundos incapaces de encontrarse.

Todo lo cual, como sabe cualquiera que haya habitado el ecosistema de la investigación, es un mito sin ningún fundamento en la realidad. De hecho, incluso podría decirse que entre los científicos existe una especial inclinación a hacer ruido con instrumentos; es decir, a los géneros musicales más decibélicos, como el heavy o el punk en todas sus formas y variaciones. Aunque por supuesto, no todos convierten ese ruido en algo que merezca la pena escuchar, y solo a unos pocos les lleva a alcanzar una fama impensable desde el laboratorio.

Y en concreto, biología y punk parecen entrelazarse misteriosamente en un buen número de casos; pero sobre todo en un trío de ases, los tres californianos de nacimiento o de adopción, y cuyo primer representante traigo hoy:

Dexter Holland (The Offspring)

Dexter Holland y The Offspring tocando en 2009 en Budapest (Hungría). Imagen de Wikipedia.

Dexter Holland con The Offspring tocando en 2009 en Budapest (Hungría). Imagen de Wikipedia.

Bryan Keith Holland sí que parece todo un estereotipo, pero de su ambiente de crianza: el condado californiano de Orange (O. C.), hogar de los descapotables, el surf y las mansiones de estilo hispano con criados hispanos. Pero también de los chicos rebeldes atizando una batería y aserrando las cuerdas de una guitarra en el garaje de sus padres. Con su pelo rubio pollito, sus ojos azules y su porte un poco a lo Biff Tannen de Regreso al futuro, Dexter Holland (su nombre de guerra) pasaría por el típico quarterback de High School, de no ser porque tiene una buena cabeza sobre los hombros: fue el mejor de su clase, destacando sobre todo en matemáticas.

El mismo año de su graduación en el instituto, 1984, Holland cofundó Manic Subsidal, un grupo que dos años después se transformaría en The Offspring. El nombre ya revelaba las inclinaciones de Holland: «offspring» significa «progenie» y es un término muy utilizado en biología, sobre todo en genética.

La banda ascendió al éxito internacional a mediados de los 90, llegando a convertirse en uno de los grupos punk más populares de todos los tiempos. Otra cosa sería discutir si pueden calificarse como «punk». Sus raíces y sus influencias originales lo son. Algunos tal vez los etiquetarían como pop punk o skate punk, y los más estrictos les despegarían incluso estas etiquetas. En mi sola opinión, y purismos aparte, la música y las letras de The Offspring llevan impreso el sello característico del punk californiano, que no es el neoyorquino ni el londinense; O. C. imprime carácter.

Probablemente porque el grupo tardó un decenio en ganarse la fama, a Holland le dio tiempo a terminar la carrera de biología en la Universidad del Sur de California y apuntarse a un doctorado en biología molecular. Pero hasta ahí; en 1994 llegó Smash, un disco muy apropiadamente titulado: fue un smash, un bombazo, y smasheó la carrera científica de Holland. Como a Brian May, el tirón del éxito comercial le apartó de la ciencia.

Y como May, ha regresado recientemente a ella cuando puede permitírselo: con unos 40 millones de discos vendidos, su propia marca de salsa picante (Gringo Bandito) y tres aviones, incluyendo un antiguo caza soviético y un jet privado con el símbolo anarquista en el plano de cola. Ya con la vida más que resuelta, Holland trabaja ahora en su tesis doctoral en el Laboratorio de Oncología Viral e Investigación Proteómica de la Escuela de Medicina Keck de la Universidad del Sur de California, bajo la dirección de la profesora de Patología Suraiya Rasheed.

Ya sea debido al síndrome de popularidad o por otra causa, es difícil saber cuál es el tema de la tesis doctoral de Holland: no hay ninguna información disponible (o al menos yo no he podido encontrarla) sobre su línea de investigación, con la sola excepción del único fruto de ella aparecido hasta la fecha: su primer estudio, publicado en 2013 en la revista PLOS One, tuiteado por el propio Holland, y que también está disponible en la web oficial de Offspring aquí.

Resumiendo en un titular, el estudio propone lo que podría ser un mecanismo utilizado por el VIH, el virus del sida, para combatir el sistema inmunitario de los humanos. Pero atención a la cursiva: de momento es solo una especulación.

Para explicarlo a todo fan de los Offspring ajeno a la biología, empiezo por el principio, el ADN de la célula. Como suelo decir, los genes no producen el pelo rubio pollito de Holland o esa nariz del abuelo; los genes solo producen proteínas, los actores funcionales mayoritarios de la célula. Y son las funciones de esas proteínas y sus interacciones en redes muy complejas las que llevan al rubio pollito o a la nariz.

Para que este proceso tenga lugar, la información del ADN, que es el archivo máster, debe antes reproducirse en una copia de trabajo, del mismo modo que se saca de la caja fuerte un manuscrito muy valioso para fotografiarlo o escanearlo, y poder trabajar así sobre un duplicado sin dañar el original. En la célula, esa copia desechable de un gen se llama ARN mensajero. El ARN lleva exactamente la misma información que su ADN original, pero desde el punto de vista químico es ligeramente distinto. Posteriormente, una maquinaria celular llamada ribosoma se encarga de leer ese ARN y traducirlo para crear una proteína.

En los años 90 se descubrió que muchos organismos tienen un mecanismo de regulación de la traducción del ARN mensajero a través de pequeñas moléculas también de ARN. Estas son complementarias a una parte del mensajero y se unen a él, bloqueando la traducción y por tanto impidiendo la creación de su proteína correspondiente. Podemos pensar en una memoria USB con su enchufe de conexión; cuando la tapa está puesta, la información que contiene el pincho es inaccesible. Los llamados microARN, o miRNA, actúan como esa tapa.

Los miRNA participan en infinidad de procesos de regulación de la actividad de los genes en la célula, y los fallos en estos sistemas de control se han relacionado con multitud de enfermedades, desde la sordera al cáncer. En la pasada década comenzó a descubrirse que algunos virus también tienen miRNAs, y que tanto estos como los de la propia célula participan en el proceso de infección, aunque cómo lo hacen y cuál es el resultado de ello (a quién beneficia, si al virus o a quien lo sufre) todavía es materia de investigación.

En el caso del VIH, hace pocos años se descubrió que las células infectadas por el virus tienen alteradas algunas de sus proteínas que se regulan por miRNAs, que ciertos miRNAs de la célula podrían actuar sobre las funciones del virus, y que el genoma del VIH también podría contener sus propios miRNAs, que a su vez podrían actuar sobre el propio virus o sobre la célula. De todo esto se desprende que probablemente los miRNAs de la célula y del virus desempeñan papeles importantes durante la infección, pero aún no se sabe cuáles son esos papeles.

Y así llegamos al estudio de Holland. El trabajo es una investigación in silico, o en ordenador. Es decir, que el cantante de Offspring no se ha calzado ninguna bata de laboratorio, sino que ha empleado herramientas informáticas para analizar la secuencia del genoma del VIH, compararla con la de la célula y sacar conclusiones al respecto.

Lo que el trabajo propone es que el genoma del VIH contiene ocho posibles miRNAs que tienen dos peculiaridades: por un lado, son muy similares a miRNAs de la célula a la que infecta. Y por otra parte, están insertados en lo que se llama secuencias codificantes del virus, es decir, en partes del genoma que se utilizan para producir proteínas.

¿Qué significado tiene esto? En cuatro palabras: aún no se sabe. Todavía no existe la seguridad de que esos ocho fragmentos funcionen realmente como miRNAs, ni mucho menos se conoce para qué sirven. Los estudios in silico permiten hacer predicciones, pero para comprobarlas hay que recurrir a la experimentación.

En cuanto a las predicciones, y dado que los miRNAs del VIH son parecidos a otros de la célula, la hipótesis es que podrían servir al virus para inutilizar algunas defensas celulares; actuarían como infiltrados, ladrones con uniforme de policía. El ordenador predice que esos miRNAs virales serían capaces de bloquear la producción de algunas proteínas celulares que de hecho sí aparecen anuladas en las células infectadas por el VIH.

El hecho de que los miRNAs del virus estén incrustados en partes de sus genes que son críticas para la infección sugiere que posiblemente el genoma viral ha evolucionado a lo largo de millones de años para aprender a disfrazar sus armas de ataque con piezas que la célula interpreta como propias y que consiguen inutilizar su defensa: si hay más ladrones disfrazados de policías que polis auténticos, vencen los malos.

En resumen, el trabajo es bonito, pero muy especulativo: hay más preguntas que respuestas. Es un buen comienzo para una tesis, pero solo un comienzo. Para confirmar la importancia de esos posibles miRNAs virales, habría que comprobar cómo actúan en células infectadas por el VIH. En una entrevista, Holland dijo que su pretensión es «rajarle las ruedas al sida», y que el trabajo es prometedor. Y ciertamente lo es: You’re gonna go far, kid; pero eso sí, hay que ponerse a ello.

¿Y para cuándo el Nobel de Física a Brian May?

El mundo está hoy dividido entre quienes aplauden la concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan, y quienes reclaman un Grammy para Francisco Correa o un Oscar para Rodrigo Rato. Pero, en realidad, nadie dijo que este premio estuviera reservado a lo que comúnmente entendemos como un escritor profesional.

Conviene recordar las palabras literales de Alfred Nobel en su testamento sobre la concesión del premio «a la persona que haya producido en el campo de la literatura la obra más sobresaliente en una dirección ideal». Según leí en alguna parte hace tiempo, hubo discusiones en la Academia Sueca, la encargada del fallo anual, sobre qué quiso decir exactamente Nobel cuando escribió «en una dirección ideal». Algunos lo interpretaban como un sinónimo de «perfecto», mientras que otros defendían un significado equivalente a «idealista».

Pero está claro que esta segunda interpretación no ha dirigido la concesión del premio en muchos casos, empezando por mi admirado Hemingway. Tal vez sí ha primado en la decisión de premiar a Dylan, pero hay también precedentes de premios Nobel de Literatura que no han ido a parar a manos de escritores convencionales. Me viene a la cabeza el caso de Winston Churchill (1953), que escribió libros, y muchos, pero a quien se le concedió el premio por sus discursos políticos.

Pero a lo nuestro, que en este espacio es la ciencia. Se me ha ocurrido que esta es una buena ocasión para recordar en este y próximos días a otros músicos consumados cuyos nombres salen en los papeles científicos (he dicho «músicos consumados»; no incluyo en la lista al físico de partículas del LHC, divulgador televisivo y reconocido guapo Brian Cox, que en los años 90 fue teclista de un grupo poppy bastante hortera).

Abundan por ahí las listas que citan los nombres, pero que no suelen explicar en concreto en qué consiste el trabajo científico de dichos músicos. No se preocupen: yo se lo cuento. Aunque, si les soy sincero, ya les adelanto que realmente ninguno de ellos va para premio Nobel, al menos de momento.

Comenzamos hoy con ningún otro que

Brian May

Arriba, Brian May. Abajo, Isaac Newton. Imágenes de Wikipedia.

Arriba, Brian May. Abajo, Isaac Newton. Imágenes de Wikipedia.

Sí, todos sabemos que el exguitarrista de Queen es astrofísico, y que su presencia es uno de los mayores reclamos del festival científico Starmus que hasta ahora ha venido celebrándose en Tenerife. Pero ¿qué ha aportado May a la astrofísica? Quiero decir, además de estar convirtiéndose en un clon de Isaac Newton…

En 1970, May tomaba dos decisiones importantes: comenzaba su doctorado en Astrofísica y cofundaba un grupo llamado Queen. Cuatro años después, el éxito meteórico de la banda le apartaba (casi) definitivamente de otros tipos de meteoros y del objeto de su tesis, la luz zodiacal.

Se trata de una débil franja de luz que puede observarse sólo en los cielos nocturnos prístinos, y que está causada por la dispersión del resplandor solar por el polvo que flota en el espacio. Se llama zodiacal porque se aprecia mejor en el plano de la órbita terrestre, donde se sitúan las constelaciones del Zodiaco. La luz zodiacal es la principal fuente de iluminación del cielo en las noches sin luna.

Y aunque esto del polvo zodiacal les pueda sonar más a amor libre y Flower Power, lo cierto es que en 1972 May publicó su primer estudio como becario nada menos que en la mismísima revista Nature. Dos años después le seguía otro estudio en la también muy prestigiosa Monthly Notices of the Royal Astronomical Society. En estos trabajos, May y sus colaboradores analizaban el movimiento del polvo zodiacal estudiando el espectro de la luz que nos hace llegar. Pero aquel mismo año, May daba la patada a la astrofísica para volcarse en la música.

Hasta 2006. Ya alcanzado ese momento de su vida en el que podía comprarse una isla y hundir el bote, May reanudó su tesis doctoral, que leyó en 2007: A Survey of Radial Velocities in the Zodiacal Dust Cloud, o Un estudio de las velocidades radiales en la nube de polvo zodiacal. Desde entonces ha publicado al menos otros dos estudios. Uno de ellos, como autor secundario en 2009, era una propuesta sobre el empleo de misiones espaciales para recoger polvo zodiacal del espacio como objeto de estudio.

El más reciente, en 2013, estudiaba la luz zodiacal para determinar las contribuciones relativas de cometas, asteroides y polvo interestelar a esa nube. Que, por si les interesa, son respectivamente del 70%, 22% y 7,5%. O en otras palabras, que la gran mayoría de ese polvo disperso en el Sistema Solar procede de cometas.

Puede que el área de estudio de Brian May no suene de lo más excitante. Pero sus estudios abordan un campo poco investigado que tiene importancia para comprender cómo funciona nuestro Sistema Solar. El hecho de que no haya muchos investigadores trabajando en el movimiento de la nube zodiacal le permitió recoger sus observaciones de los años 70 más de tres decenios después, y publicar una tesis que aún tiene vigencia. Y por cierto, para astrofísicos en ciernes y fanáticos de Queen, la tesis está editada en formato de libro y a la venta.

¿Qué es más probable, ganar el Euromillones o morir por un asteroide?

Me ha llamado la atención estos días que el sorteo de Euromillones se publicite apelando a la creencia en el destino, la idea según la cual –si no estoy mal informado– aquello que ocurre está ya previamente programado en alguna especie de superordenador universal, sin que los seres que pululamos por ahí podamos hacer nada para cambiarlo. «No existe la casualidad», dice una cuña en la radio.

Imagen de Wikipedia.

Imagen de Wikipedia.

Pero mientras nadie demuestre lo contrario, el destino es algo que sencillamente no existe (aunque hay alguna hipótesis tan loca como interesante por ahí, de la que si acaso ya hablaré otro día). Es solo una superstición.

Seguramente pensarán ustedes que hay otros asuntos más importantes de los que preocuparse. Y tienen razón. Pero muchos de ellos no tienen cabida en este blog. En cambio, sí la tiene que la publicidad trate de incitar a los consumidores a comprar un producto sobre una estrategia comercial basada en una idea de cuya realidad no existe ninguna prueba. ¿Imaginan la reacción pública si los anuncios de Euromillones presentaran al feliz ganador del premio porque ha rezado para conseguirlo? Esto es hoy casi impensable. En cambio, la idea del destino resulta más popular porque encaja con la plaga de los movimientos New Age.

Es curioso que en España y en otros países el sector de la publicidad funcione por un sistema de autorregulación. Probablemente los expertos en la materia, entre los que no me cuento, me corregirían con el argumento de que esto no significa un cheque en blanco, sino que este autocontrol se inscribe en un marco legal establecido por las autoridades. Y no lo dudo; pero ¿qué sucedería si a otros sectores se les confiara la función de policías de sí mismos? ¿Encontrarían aceptable que se hiciera lo mismo con las farmacéuticas o los fabricantes de juguetes?

Prueba de que este autocontrol no es tan «veraz» como afirma ser es la abundancia de campañas que pasan este autofiltro con proclamas no apoyadas en ningún tipo de evidencia válida, y que a menudo tienen que ser denunciadas por los verdaderos vigilantes, asociaciones de consumidores y otras entidades ciudadanas.

El problema es que estas organizaciones solo pueden denunciar a posteriori, cuando gran parte del daño ya está hecho y alguien ya se ha lucrado vendiendo miles de pulseras mágicas del bienestar. ¿Se han fijado en que cierta marca alimentaria ha retirado de la publicidad de un producto las alegaciones de efectos beneficiosos para la salud, y que ahora limita sus proclamas a algo así como «sentirse bien» (un argumento irrefutable)? Sin embargo, el propósito ya está conseguido: doy fe de que al menos algún colegio incluye específicamente el nombre de dicha marca comercial en su información a los padres sobre qué alimentos están recomendados/permitidos en las meriendas de los niños.

Otro ejemplo lo tenemos en ciertos suplementos alimentarios que prometen beneficios de dudoso aval científico, y que en algunos casos se escudan en el presunto respaldo de organizaciones médicas privadas. Lo que no es sino un acuerdo comercial; es decir, un apoyo compensado económicamente. En el caso de uno de estos productos, sujeto a gran polémica pero que continúa anunciándose impunemente en la tele, incluso un portavoz de la organización médica en cuestión tuvo que reconocer a un medio que «daño no hacen».

Pero volviendo al caso de Euromillones, hay un agravante, y es que el sorteo en España depende de Loterías y Apuestas del Estado. Es decir, que entre todos estamos sosteniendo una campaña publicitaria cuyo mensaje es convencer a la gente de que tienen que comprar un boleto porque podría estar escrito desde hace años que van a ganar el gran premio. Insinuaciones como esta ya no aparecen siquiera en los anuncios nocturnos de videntes, que se cuidan muy bien de evitar cualquier referencia a la adivinación para no caer en la publicidad engañosa, preséntadose en su lugar casi como si fueran psicoterapeutas titulados.

Lo común, y lo legítimo, es que las loterías se anuncien con argumentos emocionales: sueños y deseos, o en el caso del sorteo de Navidad, los mensajes típicos de las fechas. Cada año participo en la lotería de Navidad como una tradición; no como una inversión, sino como un gasto navideño más. Nunca me he tocado ningún premio importante y sé que nunca me tocará. Respecto a los sorteos en general, siempre recuerdo aquella cita que se atribuye al matemático Roger Jones, profesor emérito de la Universidad DePaul de Chicago: «I guess I think of lotteries as a tax on the mathematically challenged«, o «pienso en las loterías como un impuesto para los que no saben matemáticas».

Y eso que las posibilidades de echar el lazo al Gordo de Navidad son casi astronómicas en comparación con sorteos como el Euromillones. A los matemáticos no suele gustarles demasiado que se hable de probabilidad en estos casos, ya que la cifra es irrelevante a efectos estadísticos. Prefieren hablar de esperanza matemática, cuyo valor determina si de un juego podemos esperar, como promedio, ganar o perder algo de dinero con nuestras apuestas. Y lógicamente, el negocio de las loterías se basa en que generalmente la esperanza matemática es desfavorable para el jugador.

Pero con permiso de los estadísticos, es dudoso que el jugador habitual del Euromillones realmente considere la esperanza matemática de unos sorteos en relación a otros con el fin de averiguar con cuáles de ellos puede llegar a final de año habiendo ganado algunos euros más de los que ha invertido. Este valor es útil para comparar unos juegos de azar con otros; pero si los organizadores de una lotería contaran con los jugadores profesionales, destacarían estos datos en su publicidad.

Para el jugador medio, el cebo es el bote: cuanto más bote, más juegan. Y la esperanza matemática les dirá muy poco, incluso comparando la de unos sorteos del Euromillones con otros del mismo juego. Para quien muerde el anzuelo, es más descriptivo comparar la probabilidad de hacerse millonario al instante con la de, por ejemplo, morir a causa de la caída de un meteorito.

Y aquí vienen los datos. La probabilidad de ganar el Euromillones (combinaciones de 50 elementos tomados de 5 en 5, multiplicado por combinaciones de 12 elementos tomados de 2 en 2) es de una entre 139.838.160. Repito con todas las letras: la probabilidad de ganar el Euromillones es de una entre ciento treinta y nueve millones ochocientas treinta y ocho mil ciento sesenta. O expresado en porcentaje, aproximadamente del 0,0000007%.

Y a efectos de esas comparaciones de probabilidad que no interesan a quien piensa en el Euromillones como posible alternativa a la ruleta o a las carreras de caballos, pero que sí interesan (o deberían hacerlo) a quien piensa en el Euromillones como posible alternativa a trabajar toda la vida, he aquí unos datos que tomo del experto en desastres naturales Stephen Nelson, de la Universidad Tulane (EEUU), y que estiman la probabilidad de terminar nuestros días por cada una de las causas que se detallan a continuación (datos para EEUU; algunos variarían en nuestro país, como los casos de tornado o accidente con arma de fuego):

Accidente de tráfico 1 entre 90
Asesinato 1 entre 185
Incendio 1 entre 250
Accidente con arma de fuego 1 entre 2.500
Ahogamiento 1 entre 9.000
Inundación 1 entre 27.000
Accidente de avión 1 entre 30.000
Tornado 1 entre 60.000
Impacto global de asteroide o cometa 1 entre 75.000
Terremoto 1 entre 130.000
Rayo 1 entre 135.000
Impacto local de asteroide o cometa 1 entre 1.600.000
Envenenamiento por botulismo 1 entre 3.000.000
Ataque de tiburón 1 entre 8.000.000
Ganar el bote del Euromillones 1 entre 139.838.160

Conclusión: según los datos de Nelson, es unas 87 veces más probable morir a causa del impacto de un asteroide o un cometa que ganar el bote del Euromillones. Todo esto, claro, siempre que uno crea en el azar. Pero hasta ahora no parece que exista una alternativa real, diga lo que diga la publicidad.

El virus asturiano de Lloviu se escapa de la correa

Sabrán, y si no ya se lo cuento yo, que en este blog sigo de cerca todas las (muy escasas) novedades relativas al virus de Lloviu, también llamado simplemente lloviu o LLOV, un primo carnal del ébola presentado en sociedad en 2011.

La historia del virus se remonta a unos años antes: en 2002, investigadores de la Asociación Española para la Conservación y el Estudio de los Murciélagos (Secemu) descubren miles de murciélagos muertos en varias cuevas de España, Portugal y Francia, un extraño suceso del que informan a comienzos del año siguiente en la revista medioambiental Quercus. Al sospecharse la presencia de un virus, el Ministerio de Medio Ambiente pone el asunto en manos del laboratorio de referencia, el Centro Nacional de Microbiología del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), que junto con la Universidad Complutense de Madrid analiza cadáveres de los murciélagos recogidos en la cueva asturiana de Lloviu.

Un murciélago de cueva 'Miniopterus schreibersii', especie en la que se descubrió el virus de Lloviu. Imagen de Wikipedia.

Un murciélago de cueva ‘Miniopterus schreibersii’, especie en la que se descubrió el virus de Lloviu. Imagen de Wikipedia.

Los análisis de rabia son negativos. Pero cuando en 2005 se publica la presencia de virus del Ébola en murciélagos, los investigadores del ISCIII reanalizan los restos de los animales, y ¡bum!, allí aparece una secuencia genética muy similar al temible patógeno africano.

Varios años después, aún nadie ha visto el LLOV ni lo tiene en su poder. El virus ha resistido hasta ahora todos los intentos de cultivarlo extrayéndolo de los cadáveres de murciélagos. Como un criminal que huye del escenario dejando su ADN, lo único que se tiene del lloviu es su secuencia genética. Las muestras originales prácticamente se han agotado, aunque un nuevo proyecto de investigación pretende localizarlo de nuevo en su fuente original.

¿Por qué interesa tanto el lloviu? Para empezar, y para un biólogo no virólogo como es un servidor, encontrar un primo perdido en Europa de una familia de organismos que hasta entonces solo existía en África y Asia es como si de repente se localizara una población de canguros en Asturias. Por supuesto que hay diferencias clave cuando se trata de un parásito que normalmente vive agazapado en un reservorio (el animal al que infecta sin provocarle una enfermedad grave). Pero aun así, desde el punto de vista biológico es una rareza fascinante.

Pero dejando de lado la curiosidad científica, lo que sí nos importa a todos es la posibilidad de tener cerca de casa un virus hermano del ébola y por tanto potencialmente peligroso. Y recordemos que probablemente no solo está presente en la cueva de Lloviu. Aunque se le bautizó con este nombre porque de allí procedían las muestras estudiadas, siguiendo las reglas de la virología, el hecho de que la mortandad de los murciélagos ocurriera simultáneamente en varias cuevas de tres países sugiere que posiblemente la causa fuera la misma.

Pero por el momento, ni siquiera se sabe si fue realmente el lloviu lo que mató a los murciélagos. Ni mucho menos cuál podría ser su efecto en nosotros. A falta de disponer del bicho vivo y coleando (cuando se trata de virus, las palabras «bicho» y «vivo» deben tomarse como aproximaciones razonables), lo único que los científicos pueden hacer es fabricar partes del lloviu a partir de su secuencia genética y estudiar qué cosas hacen a las células en cultivo, comparándolas con las piezas similares de otros virus como el ébola.

Y hasta ahora, ese parecido es total. Todo indica que el lloviu sería capaz de infectar células humanas y de monos, y que provocaría un bloqueo inmunitario similar al que ocasiona el ébola. Pero recordemos que el ébola, letal para nosotros, es inofensivo para los murciélagos. Del lloviu se supone que mataría a estos últimos y se supone que no sería grave para nosotros, dado que no existe ningún caso en España, Portugal o Francia de nadie que haya aparecido en un hospital con fiebre hemorrágica después de haber visitado una cueva. Pero por el momento, son solo especulaciones sin confirmar.

Esta semana se ha publicado un nuevo indicio sobre el lloviu, y vuelve a presentar un nuevo parecido razonable entre este virus y el ébola. Entre los mecanismos de defensa que poseen las células contra ciertos virus, existe uno muy peculiar. Cuando estos se multiplican dentro de la célula y la abandonan en busca de nuevos objetivos, hay una pieza en la superficie celular que trata de impedírselo, clavándose en la cubierta del virus e impidiéndole que se marche, como la correa de un perro evita que se aleje del dueño.

Debido a esta función, la proteína recibe en inglés el nombre de tetherin, de tether, que significa «atar». Las células producen esta «atadurina» como parte de una reacción antiviral disparada por los interferones, moléculas que forman parte de la primera línea de defensa del organismo contra los virus. Pero a su vez, los invasores han inventado mecanismos para esquivar este contraataque: virus como el VIH y el propio ébola consiguen zafarse de la correa, aunque en el caso del segundo aún no se conoce en detalle cómo logra librarse de estas ataduras.

Investigadores del Centro de Primates de Alemania han revelado que la defensa del ébola contra la tetherina depende de una pieza concreta de una proteína del virus llamada GP, que forma parte de la maquinaria precisa para invadir la célula. Aún no se sabe exactamente cómo esta pieza, llamada GP1, actúa para librar al virus de las ataduras. Pero sobre todo, los científicos han descubierto algo más importante: cuando sustituyen la GP del ébola por la del lloviu, actúa de la misma manera. Es decir, y según palabras de los investigadores en el estudio publicado ahora en la revista Journal of Virology, «la tetherina no parece presentar una defensa contra la propagación del lloviu en humanos».

¿Representa esto un nuevo punto a favor de la posibilidad de que el lloviu sea peligroso para los humanos? En realidad, no. Significa que el lloviu continúa pareciéndose cada vez más al ébola. Pero el comportamiento de los filovirus, la familia del ébola y el lloviu, es caprichoso (una manera de decir que aún no se comprende lo suficientemente bien): de las cinco especies conocidas de ébola, una de ellas, el reston, es inofensiva para nosotros, mientras que es mortal para los monos. En cambio, los dos tipos de virus de marburgo (también de la misma familia), marburgo y ravn, más distintos del ébola que el reston, son fatales tanto para los monos como para nosotros. El raro virus asturiano continúa siendo un gran interrogante que conviene seguir de cerca.