Con la premisa «no dejes de andar que es bueno para ti», me levanto todas las mañanas, pese al dolor (pubalgia y ciática) que se ha instaurado permanente en mi pierna izquierda provocado por el peso y la presión del útero. Algo muy habitual, y más a estas alturas de embarazo pero que a la hora de mi caminata diaria, supone un doloroso e incómodo problema. Sí, es la pierna mala, la que está más afectada por la esclerosis múltiple, ¿casualidad?, a mi me parece que no.
Necesito moverme, conozco de sobra todos los beneficios que aporta a mi salud, además es que me encanta y no quería dejarlo por mucho dolor que tuviese. Soy cabezota a más no poder, y si he ido a andar con brotes, esto también tenía que superarlo. Con algunos cambios, eso sí.
Lo primero que hice fue cambiar el recorrido. Encima, soy una aburrida y me gusta ir siempre por el mismo sitio. Normalmente, el punto más lejos estaba a media hora de mi casa pero un día me quise dar la vuelta porque ya no soportaba el dolor y me costó volver. Así que decidí establecer mi casa referencia y como punto más lejano, a un cuarto de hora andando. En parte, funcionó. Me siento más segura y si no me encuentro con fuerzas para seguir, siempre puedo volver sin que sea un auténtico suplicio, como me pasó la otra vez.
Otro cambio fue el horario, lo pasé a la mañana porque me encuentro muchísimo mejor, pero volvía con mucho dolor. Forzaba tanto la pierna, que después durante el día casi no me podía mover y tampoco quería estar así.
Así que finalmente, he decido partir el paseo en dos, media hora por la mañana y media hora por la tarde, y de momento, parece que es la mejor solución. No llego a forzar tanto la pierna como antes y por la tarde, voy pronto para aprovechar la energía que me queda. Divide y vencerás, que se suele decir.
Aunque de lo que realmente estoy orgullosa es de no haber tirado la toalla y de la capacidad de adaptación que he ido adquiriendo según las circunstancias.