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Historias de la Esclerosis Múltiple

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Los pacientes que buscan sonrisas en el hospital

pixabay.com

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No sabes lo importante que es una sonrisa hasta que llega un momento en que la necesitas y no aparece. Cuando llegaba el día que tenía que ir al hospital a ponerme el tratamiento, lo único que me encontraba era con cierta apatía, y por muy bien que me pusiese la vía sin apenas enterarme, esa breve estancia se me hacía muy cuesta arriba. Ese proceso se convirtió en un autentico incordio, esa antipatía y ese malestar que sentía cada mes, se fue añadiendo a mi larga lista de razones por las que no quería ponerme ese tratamiento.

Me sentía dependiente de un lunes cada cuatro semanas, me sentía incómoda estando allí, sufría los efectos secundarios en silencio y por último, según iba pasando el tiempo el hospital se convirtió en un lugar hostil. Así lo definió el neurólogo cuando le conté lo que me pasaba, y aunque insistió en que me tratase ese sentimiento, estaba tan cansada de todo lo que me provocaba ese medicamento que ya había tirado la toalla definitivamente.

Tampoco exigía tener una amiga más o que nos fuésemos a tomar algo cuando acabase su turno. Solo necesitaba que en su boca se hubiese formado una curva en forma de sonrisa, esos días en los que ir allí me suponía un trago amargo y en los que buscaba desesperadamente un poco de alegría en su figura. Incluso hubiese preferido la indiferencia, a esa desidia por su trabajo.

No era la única paciente que se sentía así, algunos se conformaban con el pincha bien, otros simplemente nos resignábamos y mirábamos cada dos por tres el reloj para salir de allí. Sé que nadie le obliga a ser agradable con sus pacientes, que no lo enseñan en la universidad, pero ¿tanto cuesta que nos haga sentir bien? Y a veces, solo hace falta una simple sonrisa, una sencilla contestación a todas nuestras preguntas o un todo saldrá bien.

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