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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Desafío: Ponemos a los arquélogos a catar el paisaje de Atapuerca

©Susana Santamaría / Fundación Atapuerca

Admiro tanto a los arquéologos y antropólogos que trabajan en la Sierra de Atapuerca como al paisaje de ese yacimiento formidable, cuna de la Humanidad. Por algo tan humilde montaña está declarada Espacio de Interés NaturalBien de Interés Cultural y Patrimonio de la Humanidad.

Así que este verano, aprovechando eso tan conocido de que «donde hay confianza da asco», me planté en las excavaciones y reté a sus tres famosos codirectores, Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, a que me ayudaran a hacer una cata de ese paisaje tan asombroso en el que llevan 40 años trabajando ininterrumpidamente.

Una oportunidad de oro que aproveché para llevar a mi sección veraniega en el programa de Radio Nacional de España No es un día cualquiera, presentado y dirigido por Inmaculada Palomares.

Te dejo enlace al podcast.

En realidad, esta cata es un viaje muy especial al pasado remoto. A los orígenes de nuestra especie. Porque vamos a conocer con los cinco sentidos nada menos que la cuna de la humanidad.

Además de Patrimonio de la Humanidad, la Sierra de Atapuerca es uno de mis paisajes vitales mucho antes de que se hiciera famosa. De niño fue mi lugar favorito de exploración. Tardábamos 3 horas en llegar andando desde Burgos, donde escalábamos en busca de fósiles o nos metíamos en las cuevas tratando de localizar pinturas rupestres.

Luego empecé a trabajar en periódicos locales y Atapuerca me ayudó mucho profesionalmente. Entre otros privilegios, fui el primer periodista en bajar a la Sima de los Huesos y en dar grandes exclusivas sobre lo que allí estaba apareciendo. Como que la primera mandíbula completa descubierta del Hombre de Atapuerca pertenecía a una mujer, zurda, que usaba mondadientes y temía a la muerte y al Más Allá.

Desde entonces, Atapuerca no ha dejado de sorprendernos. Pero no solo por sus hallazgos. Yo destacaría también su paisaje. Porque lo cuenta todo. Y el de Atapuerca es un libro abierto absolutamente asombroso, único. Con millones de años en sus hojas.

Gran Dolina (Sierra de Atapuerca)

Empecemos la cata. Oído ¿A qué suena Atapuerca?

Escuchad el audio, porque aproveché mi visita a los yacimientos para bajar a Sima del Elefante y grabar allí sus sonidos más característicos. Imagínatelo. Es un agujero de 21 metros de profundidad que ha alcanzado el suelo de hace 1,4 millones de años. Pisas directamente un terreno del Pleistoceno inferior. Y allí pude grabar uno de los sonidos más famosos de Atapuerca. El sonido del yacimiento a plena actividad arqueológica.

Casi 300 investigadores provenientes de una veintena de países abriendo con cincel, martillo, bisturí y pinceles las páginas del libro de nuestra historia más desconocida. Así suena la ciencia. Y así suena nuestra curiosidad humana.

Entre esas piedras que oyes rascar y limpiar por los arqueólogos aparecieron los restos del homínido más antiguo de Europa. Una especie de Homo todavía sin identificar que vivió en esta sierra de Burgos hace 1,2 millones de años.

Mirador de Valhondo, Sierra de Atapuerca

Sigamos con la cata y pasemos a la vista.

Justo a la entrada de los yacimientos, a mano izquierda, está el pequeño mirador de Valhondo. Es apenas una loma cubierta por el encinar y con un puñado de tierras labradas en el fondo del valle del río Pico. Pero ese paisaje lleva un millón de años acogiendo a nuestros antepasados, dándoles comida y refugio.

Por delante se abre el paisaje de Castilla, la fría meseta. Por detrás del espectador están la Sierra de la Demanda y los Montes de Oca, el paso natural (o frontera) hacia el valle del Ebro, hacia el Mediterráneo. Y en el noroeste la cordillera cantábrica, el País Vasco, el mundo Atlántico.

Por aquí llegaron los primeros agricultores y ganaderos hace 7.000 años. Los primeros que roturaron y araron estas tierras. Que empezaron a cambiar el mundo.

¿A qué huele Atapuerca?

Se lo pregunté a Juan Luis Arsuaga y me llevé una desilusión, pues se ha confesado muy malo para catar. Dice no tener las pituitarias nada desarrolladas. Lo suyo, reconoce, son las sensaciones visuales. Aunque también me reconoció su fascinación por una flor: la de la aulaga (Genista scorpius).

Quien tiene muy buen olfato es José María Bermúdez de Castro. Le pregunté por el tacto pero enseguida se me fue al olor. Es muy curioso. Atapuerca, cuna de la Humanidad, le recuerda al científico su cuna particular, su paisaje de niñez en una ciudad como Madrid que entonces tenía mucho de pueblo grande.

Catananche o hierba cupido

¿A qué sabe Atapuerca?

Cuando le pregunté al tercer codirector de Atapuerca, Eudald Carbonell, a qué sabe Atapuerca, me respondió sin dudarlo con el aroma de una flor que le recuerda también a su niñez, la catananche (Catananche caerulea). Es como una margarita de color morado muy común en el campo.

Curiosamente, se llama también “hierba cupido”. Según parece, las hechiceras la utilizaban para preparar brebajes y pócimas amorosas. Quizá ya desde época neandertal esta flor nos ayudó a “crecer y multiplicarnos” por el planeta.

¿Cuál es el tacto de Atapuerca?

En Atapuerca tocas el tiempo. En las paredes excavadas hay marcados los diferentes niveles de los estratos, como si fueran uno de esos metros donde nuestros padres nos iban midiendo de pequeños para comprobar nuestro crecimiento.

Pero aquí las líneas del tiempo resultan mareantes: cien mil años, medio millón de años, un millón de años. Tocas una de esas piedras y sientes el paso de la historia corriendo por entre tus dedos. Es una experiencia increíble.

¿Y el umami, el gusto sabroso de Atapuerca?

Sin lugar a dudas, lo más sabroso de la Sierra de Atapuerca son las alubias rojas de Ibeas. Es una variedad local que, me consta, hace salivar a todos los investigadores del complejo arqueológico. El plato estrella de la zona.

Emocionan a los investigadores, pero los Homo antecesor de Atapuerca nunca las probaron. Porque la alubia es una legumbre procedente de América.

En el Pleistoceno, la dieta paleolítica de los cazadores recolectores no era muy sabrosa. Le daban mucho a las plantas silvestres y poco a la carne de los animales que cazaban o a carroñas que encontraban en el fondo de simas como la del elefante.

Por cierto, este verano en Atapuerca tuve en mis manos la prueba de nuestra remota fascinación hacia la carne. Juan Luis Arsuaga me mostró la costilla de un ciervo que se habían comido los neandertales hace 100.000 años. ¿Y sabes lo más increíble? Cuando miré el hueso con una lupa, descubrí que dentro de la marca quedaban restos del filo del cuchillo de piedra que nuestros primos usaron para despedazar el animal.

Fue una sensación extraordinaria. Pura sabrosura científica.

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1 comentario

  1. Los 3 de la foto llevan años comiendo de lo que escarban en la Sierra de Atapuerca y no debe saber mal cuando esperan jubilarse escarbando sus simas en busca de dientes pero nada. los homo atapuerquensis no debieron tener dientes y si los tuvieron se los dejaron a algún dentista que vivió en otra sierra.

    14 octubre 2019 | 09:33

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