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¿Qué ocurrirá cuando puedan resolverse viejos crímenes prescritos?

Existe una película de hace unos años protagonizada por los muy admirables Hilary Swank y Sam Rockwell, y dirigida por Tony Goldwyn, el malo de Ghost. He tenido que recurrir a Google porque no recordaba el título, y poco importa: nada más plano y aburrido que los títulos de las películas de abogados. A esta le pusieron Conviction, en España Betty Anne Waters.

Si no recuerdo mal, Swank interpreta a una camarera y madre que se embarca en el peliagudo empeño de estudiar leyes y convertirse en abogada para liberar de prisión a su hermano (Rockwell), condenado a cadena perpetua por un asesinato del que ella le cree inocente. Me disculpo por el spoiler: al final, y después de una angustiosa carrera por recuperar las pruebas físicas del caso, consigue que su hermano quede exonerado gracias a los tests de ADN, que aún no se habían inventado cuando se cometió el delito.

Retrato robot del asesino de Eva Blanco. Imagen de Guardia Civil.

Retrato robot del asesino de Eva Blanco. Imagen de Guardia Civil.

Ayer conocimos la detención del asesino de la niña Eva Blanco, 18 años después del crimen. La sociedad se ha maravillado, han llovido las felicitaciones a la Guardia Civil y se ha elogiado su incansable trabajo callado durante casi dos decenios en un caso ya frío. Y desde luego que no voy a poner en duda tales merecimientos; pero es capital subrayar –me ciño a las informaciones publicadas– que la resolución satisfactoria del caso no ha sido el producto de 18 años de trabajo, sino solo de uno, el último.

Según cuentan hoy los medios, hace un año el Instituto de Ciencias Forenses de la Universidad de Santiago de Compostela, en colaboración con el Servicio de Criminalística de la Guardia Civil, reanalizó las muestras de ADN halladas en su día en la ropa de Eva. El examen concluyó que los restos biológicos pertenecían a una persona magrebí. Con este dato, la Guardia Civil rastreó el padrón de Algete, seleccionó a los más de 1.000 sospechosos y se fijó en uno que había abandonado la localidad poco después del crimen, pero que aún tenía un hermano viviendo en ese pueblo. A este hermano le practicaron pruebas de ADN, y ¡bingo!

Tal vez alguien se pregunte por qué este análisis de ADN no se realizó hace 18 años. Y la respuesta está en la película de Swank y Rockwell: hace 18 años no podía conocerse el origen geográfico de una persona por su ADN.

Las pruebas forenses de ADN se desarrollaron y comenzaron a aplicarse a la criminología en 1985. Aunque el genoma de todos los humanos es enormemente uniforme, existen pequeñas regiones cromosómicas llamadas minisatélites y microsatélites que varían enormemente entre las personas, pero que son más similares entre los individuos emparentados. Este tipo de análisis es el que se emplea rutinariamente en perfiles de ADN y pruebas de paternidad, y el que probablemente ha servido para pescar al asesino de Eva a partir de la muestra de su hermano.

Pero existe otro tipo de análisis diferente que es mucho más reciente, y que ha podido desarrollarse gracias a iniciativas como el Proyecto Genográfico, lanzado en 2005 por National Geographic y la compañía IBM. Consiste en reunir muestras genéticas de amplias poblaciones humanas y leer las secuencias de dos segmentos concretos, el ADN mitocondrial y el cromosoma Y. El primero se hereda por línea materna y es el ADN rebelde de la célula, el único que no se encuentra en el núcleo sino en las mitocondrias, las centrales energéticas de las células. El segundo se transmite de padre a hijo varón; dado que solo se hereda una copia, su secuencia no se ve alterada por el intercambio de fragmentos entre los pares de cromosomas que se reciben por vías paterna y materna.

En otras palabras: el ADN mitocondrial y el cromosoma Y no varían (o varían poco) dentro de un grupo emparentado, pero sí lo hacen poco a poco en una escala de tiempo histórica, por lo que es posible relacionar secuencias tipo, llamadas haplogrupos, con orígenes étnicos y geográficos concretos. Para ello no solamente fue necesario reunir una extensa colección de muestras, sino además desarrollar herramientas bioinformáticas complejas que permitieran el tratamiento de los datos.

Este tipo de análisis es, supongo, el que ha permitido al Instituto de Ciencias Forenses de Santiago asignar el ADN del sospechoso sin identificar a un haplogrupo originario del Magreb. Y el resto es historia. Así que vaya desde aquí mi felicitación, aunque sea la única, no solo a los magníficos profesionales del Instituto gallego, sino a todos los genetistas de poblaciones, paleoantropólogos moleculares y bioinformáticos que han participado en este progreso científico. Gracias y enhorabuena.

Claro que todo esto tiene un corolario. La semana pasada, un estudio publicado en PeerJ revelaba que cada humano produce, y viaja acompañado por, su propia nube personal de microbios, única e intransferible, compuesta por microorganismos de la piel, la boca y otros orificios corporales. Aunque en principio el hallazgo no sería aplicable a la resolución de un crimen, a no ser que este se produzca dentro de una cámara estéril, el avance ilustra cómo la peculiaridad de que cada uno llevemos puesto nuestro propio reino de microbios –lo que se conoce como microbioma humano– no solo está revolucionando la biología y la medicina, sino que también podría encontrar aplicaciones en la ciencia forense.

Se está avanzando también en otras líneas, como la determinación del fenotipo a partir del genotipo, o los rasgos físicos de una persona conociendo su ADN, y hoy es posible saber en qué región geográfica vivió alguien y qué comía a partir de los isótopos de sus dientes y huesos, algo que se aplicó en la identificación de los restos del rey Ricardo III de Inglaterra.

En resumen, la ciencia avanza en alta velocidad. El problema es que, mientras, la ley viaja en burro. El asesino de Eva podrá recibir lo suyo gracias a que se ha evitado por un par de años el plazo de 20 en el que su crimen habría prescrito. Y no cabe ninguna duda de que dentro de diez años, de veinte y de treinta, la ciencia podrá resolver casos policiales que hoy son callejones sin salida. En países como Estados Unidos, los delitos de asesinato nunca prescriben. Aquí, y a menos que los barandas de turno decidan subirse al tren y hacer algo al respecto, lo más probable y lamentable es que otras muchas Evas quedarán sin recibir justicia.

Agua en Marte: ¿gran hallazgo o campaña publicitaria?

No pretendo restar importancia a la presencia de agua líquida en Marte. La demostración fehaciente de que en nuestro vecino planetario existe agua líquida de forma estable y constante, y en cantidad suficiente para sostener (y haber sostenido durante largo tiempo) la vida será una noticia de inmenso calado científico. Cuando llegue. Si llega. Porque aún no lo ha hecho.

Marcas negras que representarían presuntas corrientes de salmuera líquida en Marte. La imagen es un modelo digital con falso color, creado a partir de las fotografías de la sonda MRO. Imagen de NASA/JPL/University of Arizona.

Marcas negras que representarían presuntas corrientes de salmuera líquida en Marte. La imagen es un modelo digital con falso color, creado a partir de las fotografías de la sonda MRO. Imagen de NASA/JPL/University of Arizona.

El anuncio hecho público ayer por la NASA, presentado al mismo tiempo por un equipo de investigadores en el Congreso Europeo de Ciencias Planetarias y publicado simultáneamente en la revista Nature Geoscience, ha encontrado hueco preeminente en los medios generalistas de todo el mundo. Lo cual es en sí mismo una buena noticia para la ciencia. O lo sería, si la misma tónica se mantuviera para otras informaciones que, como esta, no son esencialmente –y perdónenme el anglicismo– lo que por allí suelen llamar game-changing breakthroughs.

Permitan que me explique. El nuevo hallazgo, tal como ha sido comentado, se resume así:

  • Hay agua en Marte.
  • Esta agua forma corrientes líquidas estacionales.
  • Es la primera confirmación de agua líquida en la superficie del planeta.
  • Estas condiciones hacen a Marte más habitable.

En primer lugar debe subrayarse que la presencia de agua en Marte es un clásico. De hecho, y para el ser humano, podríamos decir que el agua en Marte ha existido para nosotros durante la mayor parte de nuestra historia; durante siglos se asumió que los casquetes polares observables con los telescopios estaban formados por hielo (lo que es parcialmente cierto). Solo tras refutarse la presunta teoría de los canales descrita por el astrónomo Percival Lowell en 1908, y al comprenderse que Marte era un lugar extremadamente gélido y árido, surgió la duda.

Una duda que se resolvió en 1963, hace ya más de medio siglo. Aquel año, tres astrónomos del Jet Propulsion Laboratory y de la Institución Carnegie publicaron en la revista Astrophysical Journal la confirmación de que en Marte existía vapor de agua. Es decir, agua.

Con el paso de los años se fue descubriendo que Marte posee rocas resultantes de la acción del agua y accidentes geográficos debidos a la erosión y sedimentación fluvial. La idea de que en Marte existieron, y aún podrían existir, acuíferos activos, data de los años 70. Por otra parte, la confirmación de la presencia de hielo llegó gradualmente por varias vías, hasta que la sonda Phoenix aportó la demostración definitiva in situ en 2008. Por si faltara algo, Phoenix incluso vio nevar en Marte.

En resumen, el agua en Marte se ha descubierto ya en innumerables ocasiones. Es cierto que la fase en que se halle esta agua no es en absoluto irrelevante para la presencia de vida; pero si hay agua, y a pesar de que las condiciones climáticas y atmosféricas de Marte no son precisamente amables (en aquella débil atmósfera el agua hierve a temperatura muy baja), es razonable pensar que al menos en ciertos lugares, por ejemplo bajo el suelo, y en ciertos emplazamientos y estaciones del año, pueda atravesar en algún momento una fase líquida.

En cuanto al segundo punto, el nuevo anuncio versa sobre un hallazgo que en realidad se produjo en 2011. Aquel año la revista Science publicaba un estudio que descubría, gracias a las imágenes en alta resolución tomadas por la sonda Mars Reconnaisance Orbiter (MRO), la presencia de unas marcas en ciertas pendientes marcianas semejantes a signos de torrenteras, que surgían en las estaciones más templadas y desaparecían en las más frías. Y dentro de la estricta prudencia obligada en los estudios científicos, los investigadores ya sugerían la presencia de salmueras líquidas como causas de estas marcas, prácticamente descartando otras hipótesis.

Naturalmente, hacía falta una demostración. Pero lo que tenemos ahora no lo es; es solo un indicio más. Según escriben los investigadores en su nuevo estudio, sus datos «apoyan fuertemente la hipótesis» de las salmueras líquidas. Analizando los espectros (firmas luminosas de los compuestos químicos de las marcas) en las imágenes tomadas por la MRO, los científicos han descubierto la presencia de sales hidratadas. Es una comprobación indirecta, pero no hay una demostración inequívoca; ya hemos visto el hielo en Marte, pero seguimos sin ver el agua. A diferencia del estudio de 2011, el actual no ha merecido publicarse en revistas de primera fila como Nature o Science, sino en Nature Geoscience; una revista de butaca preferente, pero que no deja de ser de segunda fila.

Por último, está la cuestión relativa a la vida. Los propios investigadores reconocen que el origen del agua asociada a las sales sea posiblemente el vapor atmosférico. Y aunque destacan que este fenómeno de absorción de agua (técnicamente, delicuescencia) presta refugio a ciertos microbios en el desierto chileno de Atacama, reconocen que muy difícilmente este mecanismo sería suficiente para sostener algún tipo de vida en Marte; al fin y al cabo, los microbios de Atacama han llegado hasta allí procedentes de una masa de biodiversidad enormemente extensa, tanto temporal como geográficamente. El de Atacama es uno de los nichos ecológicos más hostiles de la Tierra, y ha sido colonizado por especialización evolutiva a partir de una amplísima fuente de organismos vivos que han ocupado una enorme variedad de hábitats más permisivos. Si las escasas y ocasionales salmueras de Marte son lo más habitable que ha existido allí durante millones de años, y en ausencia de un freático subterráneo extenso y abundante que las alimente, pensar que aquello haya podido sostener comunidades microbianas viables a largo plazo es casi un absurdo biológico. Y plantear otra cosa es sencillamente engatusar.

Dicho todo esto, ¿por qué tanto bombo y platillo? Aunque en cierto telediario de ámbito nacional se ha afirmado hoy que el anuncio de la NASA «ha sorprendido a la comunidad científica», no es así; la información estaba disponible, embargada, en la web de Nature desde casi una semana antes. Muchos periodistas de ciencia la conocíamos con antelación, juzgando que su nivel de impacto era inferior al del estudio de 2011, que en su momento no copó titulares en la prensa. De hecho, hoy los sorprendidos hemos sido nosotros al comprobar cómo se ha sobredimensionado el alcance de la noticia.

La clave está en la rueda de prensa de la NASA. Fue el anuncio de esta convocatoria, junto con el astuto uso de la palabra «misterio», el que engordó el interés por una noticia que finalmente pareció decepcionar a los asistentes que abarrotaban el auditorio James Webb en Washington. Tal vez los periodistas presentes esperaban alguna nueva revelación de mayor impacto no incluida en la información embargada.

La pregunta es: ¿por qué la NASA decide organizar semejante convocatoria en una ocasión como esta, para anunciar un simple indicio de apoyo a un descubrimiento realizado hace cuatro años?

La agencia estadounidense posee una poderosa maquinaria de márketing, y sus directivos conocen la influencia de su poder divulgativo en los medios de todo el mundo. Hoy las malas lenguas comentan la curiosa coincidencia de la rueda de prensa con el estreno de la película de Ridley Scott The Martian, que ha contado con el patrocinio de la NASA. El pasado verano el autor de la novela, Andy Weir, relataba a Wired que la agencia estaba entusiasmada con la historia porque la veía como «una oportunidad para reenganchar al público a los viajes espaciales». Wired añadía que «para una misión a Marte, la agencia necesitaría entre 80.000 y 100.000 millones de dólares en los próximos 20 años, algo que hasta ahora el Congreso se ha negado a aprobar». Que cada cual saque sus propias conclusiones.

Diez FAQs sobre la Luna (y el eclipse de este domingo-lunes)

Sin más preámbulos, allá van:

1. ¿Por qué vemos siempre la misma cara de la Luna? ¿Es casualidad?

No es casualidad, sino mecánica celeste. Dos objetos astronómicos que están gravitatoriamente vinculados, como la Tierra y la Luna, tienden con el tiempo a sincronizarse, normalmente solo el objeto menor al mayor. Cuando esto ocurre, una vuelta completa del satélite a su órbita tarda lo mismo que una revolución sobre su eje, por lo que siempre vemos la misma cara de la Luna.

A la izquierda, rotación sincronizada de la Luna por el acoplamiento mareal con la Tierra. A la derecha, lo que ocurriría si no fuera así. Imagen de Stigmatella aurantiaca / Wikipedia.

A la izquierda, rotación sincronizada de la Luna por el acoplamiento mareal con la Tierra. A la derecha, lo que ocurriría si no fuera así. Imagen de Stigmatella aurantiaca / Wikipedia.

2. ¿A qué se deben las fases lunares?

Como sucede si sostenemos una pelota en la oscuridad y la alumbramos con una linterna, tanto la Tierra como la Luna siempre tienen una mitad iluminada por el Sol (excepto en casos de eclipse). Los movimientos relativos de la Tierra y la Luna son los que causan que a lo largo de los días veamos una porción mayor o menor de esa mitad iluminada de la Luna. Este sencillo vídeo lo muestra muy bien (aunque no incluye la rotación de la Luna).

3. ¿Cómo puedo saber si la Luna está en fase menguante o creciente?

Ahí va una regla mnemotécnica facilita: «creciente» empieza por C. Cuando la Luna está en cuarto, puede tener forma de «C» o de «D». Pues no se fíen de las apariencias, es justo al contrario de lo esperado. Es decir, que cuando la Luna tiene forma de «C» no está en cuarto creciente, sino menguante.

4. ¿Por qué la Luna no me sale bien en las fotos?

Cuando se toma una imagen nocturna con exposición lenta y una apertura de diafragma muy grande (número f pequeño), la Luna está mucho más iluminada que el resto del encuadre, por lo que queda sobreexpuesta en la fotografía y no se aprecian sus rasgos, sino solo una mancha blanca. Hay infinidad de trucos para hacer fotos nocturnas en las que la Luna aparezca tal como la vemos con el ojo desnudo. Uno de los más sencillos es hacer dos exposiciones superpuestas; en la primera tapamos la Luna (un dedo sirve) y capturamos el paisaje. A continuación superponemos una segunda exposición rápida sin tapar la Luna. Esta apenas captará luz del paisaje, pero retratará fielmente la Luna sin sobreexponerla.

5. ¿Es cierto que la gente hace cosas raras cuando hay luna llena, y que hay más partos?

Dado que supuestamente todos sabemos esto, lo más probable es que haya algo de profecía autocumplida; el poder de autosugestión del ser humano es inmenso. Sin entrar en comentario alguno sobre la posibilidad de efectos reales que nadie ha podido demostrar, lo único cierto es que ni siquiera existe prueba significativa de correlaciones mínimamente convincentes. Y cuando no hay pruebas de un efecto, investigar un mecanismo sería una pérdida de tiempo y dinero.

6. ¿De verdad el hombre ha ido a la Luna?

En una ocasión, un astronauta se mostró profundamente indignado y ofendido por el hecho de que haya quienes pongan en duda que él y otros se atrevieron a arriesgar sus vidas por el beneficio común del ser humano, aceptando para ello ser disparados al vacío del espacio en un supositorio metálico con la sola ayuda del equivalente a una calculadora de bolsillo para que les guiara a lo largo de una trayectoria similar al filo de una hoja de papel colocada entre un balón de baloncesto y una pelota de béisbol. Quienes lo ponen en duda merecerían que la vida les prestara la oportunidad de hacer algo verdaderamente grande y que los demás les tomasen por enormes farsantes.

7. Y si es así, ¿por qué no ha vuelto?

Hay dos maneras de responder a esta pregunta, la larga y la corta. Pero como esto es una lista rápida, quedémonos con la corta. Dinero.

Dicho esto, conviene matizar: en realidad el hombre sí volvió a la Luna. A muchos les sobrará la aclaración, pero hay quienes ignoran que tras la Apolo 11 hubo otras cinco misiones lunares más, de la 12 a la 17, exceptuando la 13, que como sabemos tuvo un problema.

8. ¿Qué tiene de especial la luna llena de este domingo?

La luna llena más próxima al equinoccio de otoño se conoce como la luna de la cosecha, ya que antes del invento de la luz eléctrica los labradores podían aprovechar las noches claras para trabajar en la siega o la vendimia.

9. Ya, ya, pero ¿qué más tiene de especial la luna llena de este domingo?

A eso iba. En este caso, la luna de la cosecha coincide con una «superluna», cuando nuestro satélite está en su perigeo (máxima cercanía a la Tierra), por lo que se verá hasta un 14% más grande de lo normal.

10. Que sí, que vale, pero…

Voy, voy. Además, y esto sí es una rara coincidencia, la superluna coincide con un eclipse total, cuando la Luna cae bajo la sombra de la Tierra. El último eclipse superlunar se produjo en 1982, y el siguiente no llegará hasta 2033. Durante el eclipse, la Luna adquirirá un color rojizo debido a que la escasa luz que recibe durante su travesía por la sombra terrestre le llega distorsionada por la presencia de nuestra atmósfera, por lo que el fenómeno se conoce como «luna de sangre». Un efecto parecido es el que tiñe el Sol de rojo durante el alba y el ocaso. Desde la Luna, la Tierra aparecerá como un círculo negro rodeado por un aro de fuego. Esa luz rojiza será la que nosotros veremos reflejada en el espejo lunar.

El eclipse tendrá lugar la noche del domingo 27 al lunes 28 y su totalidad podrá contemplarse desde España, Suramérica y parte de Centroamérica. Los americanos lo disfrutarán al comienzo de la noche, mientras que en España deberemos esperar hasta la madrugada. En la Península la fase de totalidad durará desde las 4:11 de la madrugada del lunes 28 hasta las 5:23, con el máximo a las 4:47. Esta web detalla los horarios precisos para cada país y ciudad.

Por si a alguien el horario peninsular del eclipse le resulta demasiado intempestivo (o si las nubes corren el telón), pero no quiere perderse el espectáculo en directo, varias webs retransmitirán el fenómeno desde EE. UU., y por tanto a una hora algo más temprana: NASA (desde las 2 AM, hora peninsular española), el Observatorio Slooh (2 AM) y Sky & Telescope (3 AM).

Pasen y vean el Sistema Solar de un modo que quita el aliento

A todos aquellos que sientan algún grado de asombro o fascinación por las fronteras del espacio, les recomiendo muy vivamente que no se pierdan la maravilla que traigo hoy aquí.

Se trata de un cortometraje elaborado por los realizadores de documentales de ciencia y naturaleza Alex Gorosh y Wylie Overstreet. Como explica Overstreet al comienzo de la película, las representaciones habituales de la Tierra, la Luna y el Sistema Solar suelen exagerar las escalas de los planetas, o bien reducir las de sus órbitas, para que todo encaje en un espacio manejable. Esto nos crea una visión deformada de las verdaderas magnitudes de nuestro vecindario cósmico y nos impide apreciar la perspectiva real de nuestra roca mojada en el contexto del Sistema Solar.

Según explica Overstreet en su web, en otoño de 2014 convenció a cuatro amigos para que le acompañaran al desierto de Nevada con el fin de ayudarle a construir un modelo a escala real del Sistema Solar. Necesitaban una inmensa extensión llana, por lo que eligieron el lecho seco del desierto de Black Rock, donde se celebra el festival de música Burning Man.

Para comenzar, colocaron un globo que representa el Sol, y a continuación fueron midiendo las distancias a las que debían situar los planetas, que quedan reducidos al tamaño de canicas o balones. Completaron el montaje con el rodaje de un vídeo time-lapse en el que hicieron circular los planetas por sus órbitas para que se pudiera apreciar la magnitud del conjunto. El resultado es, como verán, sobrecogedor.

La de Overstreet y Gorosh no es la primera maqueta del Sistema Solar a escala que se construye. Una de ellas está emplazada en el sendero que se recorre caminando durante el ascenso hacia el radiotelescopio de Arecibo, en Puerto Rico. Sin embargo, y aunque en este y otros casos similares es fácil hacerse una idea relativa de tamaños y distancias, es imposible apreciar todo el conjunto de un solo golpe de vista; algo que se ha logrado en este documental filmando las trayectorias de los planetas iluminados desde una atalaya que domina toda la llanura.

La Canica Azul (Blue Marble), imagen de la Tierra tomada por la tripulación del Apolo 17 el 7 de diciembre de 1972. Imagen de NASA.

La Canica Azul (Blue Marble), imagen de la Tierra tomada por la tripulación del Apolo 17 el 7 de diciembre de 1972. Imagen de NASA.

Al final del documental, los realizadores rinden un homenaje a la imagen más famosa de la Tierra fotografiada desde el espacio, la denominada Canica Azul (Blue Marble), tomada por la (última) misión lunar Apolo 17 el 7 de diciembre de 1972. La foto fue en su día un símbolo para los movimientos ambientalistas y de conciencia global, al ilustrar la hermosa fragilidad de nuestro planeta. Overstreet y Gorosh cierran su magnífica obra con imágenes históricas de misiones espaciales y de los astronautas que han tenido el privilegio de contemplar nuestro común hogar desde una perspectiva que los demás nunca tendremos la oportunidad de disfrutar.

Por suerte, y para quienes no dominen el inglés, existe la opción de subtítulos en español que he activado por defecto. El vídeo también está publicado en Vimeo y en las webs de Gorosh y Overstreet. Disfrútenlo.

To Scale: The Solar System from Wylie Overstreet on Vimeo.

Bichos gigantes africanos, mascotas exóticas (II)

No todos los bichos con muchas patas deben merecernos la misma prevención: hay que distinguir entre los grupos que comúnmente conocemos como ciempiés y milpiés; o en nomenclatura taxonómica, quilópodos y diplópodos. Los primeros tienen un par de patas por segmento, frente a dos en el caso de los segundos. Los ciempiés se desplazan con una marcha ondulante que recuerda a la de las serpientes, mientras que los milpiés avanzan en línea recta, moviendo sus patas en oleadas rítmicas.

Ante los primeros siempre hay que andarse con la máxima precaución. Sus representantes más conocidos son las escolopendras, temibles depredadores que a veces encontramos en los rincones más oscuros y menos frecuentados de los hogares, como sótanos y trasteros.

Las escolopendras pican, y su picadura tiene fama de ser muy dolorosa; lo que se comprende no solo por el veneno que poseen, sino por cómo lo inyectan: en lugar de poseer un fino estilete trasero como avispas y abejas, muerden con un par de piezas bucales llamadas forcípulas –en realidad patas modificadas– que recuerdan al aguijón de los escorpiones, pero por partida doble.

Un milpiés gigante africano, 'Archispirostreptus gigas'. Imagen de Javier Yanes.

Un milpiés gigante africano, ‘Archispirostreptus gigas’. Imagen de Javier Yanes.

Un caso muy diferente es el de los diplópodos o milpiés. La mayoría son inofensivos y vegetarianos; se alimentan de materia vegetal en descomposición y carecen de aparato inoculador de veneno. Su principal defensa es enrollarse formando una espiral, aunque también poseen glándulas corporales que secretan fluidos irritantes.

Por lo general estas sustancias no suelen ser peligrosas al contacto con la piel, aunque es imprescindible lavarse las manos si se manipulan estos animales para evitar que la secreción pueda entrar en los ojos o en la boca.

Uno de los mayores diplópodos del mundo se encuentra en el este de África, desde Kenya a Mozambique. El milpiés gigante africano, Archispirostreptus gigas, puede superar holgadamente los 20 centímetros de longitud. Es muy frecuente en la costa keniana; su costumbre de vivir por debajo de los 1.000 metros de altitud lo aleja de los recorridos típicos de los safaris por los parques del altiplano.

Milpiés gigante africano descansando durante el día alrededor de una rama. Imagen de Javier Yanes.

Milpiés gigante africano descansando durante el día alrededor de una rama. Imagen de Javier Yanes.

Durante el día, los milpiés gigantes descansan escondidos entre la vegetación, a veces enrollándose alrededor de las ramas de los arbustos para mantenerse a salvo de los depredadores del suelo. Cuando cae la noche es fácil encontrarlos desplazándose por el suelo en busca de su alimento, sobre todo en las zonas donde se acumulan restos de hojas y plantas. Al tomarlo en la mano adopta la típica postura defensiva y segrega un líquido anaranjado que (¡ojo!) contiene cianuro.

Uno de los datos más curiosos sobre el milpiés gigante africano es que los ejemplares salvajes a menudo parecen tener hormigas recorriéndoles el cuerpo y deslizándose entre sus cientos de patas. En realidad no se trata de hormigas, sino de pequeños ácaros que viven en simbiosis con los milpiés, manteniendo limpio su exoesqueleto y a cambio recibiendo alimento y protección. Estos ácaros son inofensivos para el ser humano.

Como los caracoles gigantes que presenté ayer, los milpiés gigantes también parecen ser mascotas exóticas populares en los países desarrollados. Son fáciles de mantener, pueden vivir hasta diez años en cautividad y se alimentan de sobras vegetales. También se encuentran a menudo en los terrarios de los zoológicos.

Bichos gigantes africanos, mascotas exóticas (I)

Aunque no seamos plenamente conscientes de ello, la posesión de animales de compañía es un signo de país rico. Aquellos a quienes les ha tocado en la rifa nacer en una nación pobre o en conflicto (y de paso, pensemos un poco en cómo los nacionalismos, entendidos en sus diversos modelos y motivaciones, alimentan la crueldad de este juego de azar) ya tienen suficiente con asegurar la supervivencia y manutención de ellos mismos y de los suyos, por lo que un animal de compañía suele ser un lujo impensable.

Donde no se tienen animales, no se abandonan animales. Los refugios, incluso las perreras donde se sacrifica a algunos de sus huéspedes, son también un signo de país rico. En esas naciones pobres o en conflicto, los pocos animales abandonados o nacidos en la calle sobreviven entre el caos husmeando en la basura.

En una ocasión descubrí una jauría de perros cimarrones en el Parque Nacional de Hell’s Gate, en Kenya. Además de que la imagen de aquellos animales famélicos y mal encarados era tan desoladora como escalofriante (sobre todo si coincide con el momento en que uno se queda atascado en un banco de arena), es de suponer que no llegarían a vivir mucho más; me arriesgaría a afirmar que morirían a tiros, sacrificados por los rangers del parque al representar una amenaza para la fauna salvaje. Cualquier otro destino para ellos era muy improbable en sus desafortunadas circunstancias.

Lo normal y lo extraordinario son conceptos diferentes en países como los suyos y países como el nuestro. A los kenianos les resulta insólito y hasta cómico que algunos de los animales de su fauna salvaje, y que en ocasiones para ellos son plagas indeseables, se vendan en internet como mascotas para los ciudadanos de los países desarrollados. Traigo aquí a dos de ellos, dos animalitos curiosos que se adoptan como mascotas por parte de quienes aprecian más el interés zoológico que la calidez de la compañía. Y el interés zoológico, desde luego, lo tienen.

Caracol gigante africano 'Achatina fulica'. Imagen de Javier Yanes.

Caracol gigante africano ‘Achatina fulica’. Imagen de Javier Yanes.

El primer animal es el caracol gigante africano. Aunque existen distintas especies en diferentes lugares del continente, el keniano responde al nombre de Achatina fulica. Los datos publicados por ahí dicen que mide hasta 20 centímetros o más. En la imagen puede apreciarse el tamaño de un ejemplar hallado en la costa keniana. Su aspecto ya es asombroso, pero aún más lo son algunas de sus costumbres. Como muchos otros caracoles, se alimenta de materia vegetal, pero para mantener el crecimiento de su enorme concha devora fuentes de calcio que pueden incluir huesos de cadáveres o incluso hormigón (el cemento es básicamente calcio, aluminio y silicio).

El caracol gigante africano prefiere temperaturas altas y es de costumbres nocturnas; durante el día permanece enterrado, ya que la exposición al sol puede matarlo. Es nativo de Kenya y Tanzania, pero se ha extendido por la cintura tropical y subtropical del planeta por obra y gracia del ser humano, ya sea de forma involuntaria o deliberada. Actualmente se encuentra incluso en las islas del Pacífico, donde en algunos casos se introdujo como alimento para los militares estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) lo incluye en su lista de las 100 peores especies invasoras del planeta.

Como especie invasora, los caracoles lo tienen fácil, ya que son hermafroditas. Aunque no suelen fecundarse a sí mismos, cualquier encuentro casual entre dos ejemplares puede acabar en boda. Y a lo largo de sus cinco años de vida pueden poner hasta 1.000 huevos.

Los problemas que causa este inocente gigante son numerosos. Debido a su gran tamaño, es un azote para las cosechas, pero además puede contagiar enfermedades a las plantas, animales e incluso al ser humano. Si se topan con él, sepan que es una mala idea tocar los ejemplares salvajes, ya que pueden transmitir parásitos peligrosos de piel a piel. Entre ellos figura el nematodo Angiostrongylus cantonensis, conocido también por el poco agradable nombre de gusano de pulmón de rata, por anidar en las arterias pulmonares de los roedores. En los humanos, hospedadores accidentales, este gusanito provoca una seria meningitis.

En 2010 se detectó en Venezuela que las heces y secreciones de estos caracoles contenían huevos de Schistosoma mansoni, la mayor plaga parasitaria de la humanidad después de la malaria. La esquistosomiasis, también llamada bilharziasis, afecta a cientos de millones de personas en todo el mundo, y es la principal razón por la que se recomienda encarecidamente a los viajeros en regiones tropicales que no se bañen en aguas dulces cuya seguridad no haya sido verificada (y que no pisen barro con los pies desnudos). El esquistosoma, un gusano platelminto, vive en diversas especies de caracoles acuáticos y terrestres, y puede infectar a los humanos penetrando a través de la piel, causando una devastadora enfermedad crónica que puede llegar a ser mortal.

Priones, el ‘Cuarto Milenio’ de la biología

Cuando yo era estudiante de biología, los priones eran algo así como la última locura, un campo científico tan fascinante como incómodo. Fascinante, porque desafiaba los paradigmas establecidos en biología. Incómodo, porque nadie sabía realmente explicar cómo funcionaban los priones.

En biología existe algo llamado Dogma Central, consistente en que la información se transmite del ADN al ARN y de este a las proteínas. El dogma debió modificarse ligeramente cuando se descubrió que ciertos virus, como el VIH que causa el sida, transmiten su información de ARN a ADN. Pero esto era solo un retoque menor que no derribaba el dogma. Ahora bien, en el caso de los priones la cosa cambia; ¿una proteína capaz de transmitir cierta información a otras proteínas sin intervención de ningún material genético?

Según el diccionario, infectar consiste en invadir un ser vivo y multiplicarse en él. La diferencia entre una infección y un envenenamiento es que, en el primer caso, el agente invasor puede reproducirse, crear otros muchos como él, de modo que a partir de un pequeño inóculo inicial puede obtenerse una población extensa. Entre estos agentes se encuentran las bacterias y los virus. En cambio, cuando lo que invade nuestro organismo es una toxina, esta puede atacar nuestros sistemas funcionales, pero el potencial de acción de este agente se limita a la cantidad inoculada. Si nos muerde una serpiente, su veneno puede matarnos, pero no puede reproducirse para generar más veneno. Una toxina es generalmente una proteína, un robot molecular encargado de desempeñar una función concreta. Y un robot no puede copiarse a sí mismo por sí mismo.

¿O sí?

Una oveja afectada de 'scrapie'. Imagen de Wikipedia.

Una oveja afectada de ‘scrapie’. Imagen de Wikipedia.

A mediados del siglo pasado, algunos científicos investigaban una extraña enfermedad neurodegenerativa mortal para las ovejas y cabras que en inglés se denomina scrapie, en referencia al comportamiento de los animales afectados, que se rascan compulsivamente contra paredes o árboles hasta provocarse heridas (de scrape off, raspar). En español se conoce como tembladera, en referencia a otro de los signos clínicos.

El scrapie aparece en los textos científicos al menos desde 1732, pero históricamente existía una controversia sobre si se trataba o no de una enfermedad infecciosa: se sabía que podía transmitirse, pero no parecía responder al modelo típico de una enfermedad vírica. Aún en 1958, los científicos estaban tan desconcertados sobre el origen de esta dolencia que en una reunión de la Asociación Veterinaria Británica se la calificó como «extraordinaria». Por entonces se creía que la enfermedad podía ser hereditaria, ligada a un trastorno metabólico relacionado con la función endocrina, e influida por factores ambientales, según publicaba la revista New Scientist.

En 1962 el veterinario Herbert Butler (James) Parry, del Instituto Nuffield de la Universidad de Oxford, publicó que el scrapie era un mal hereditario y transmisible causado por un provirus, un fragmento de ADN móvil integrado en el genoma pero capaz de pasar de una célula a otra. La idea de Parry consistía en que el scrapie podía transmitirse, pero solo podía desarrollarse si se heredaba por vía genética.

Aunque Parry no llegó a atinar con el agente de la enfermedad, fue el primero en sugerir con acierto que se trataba de un mal infeccioso provocado por algo endógeno diferente a un virus. En esta definición se acercó bastante a la realidad. Tres años después Iain H. Pattison, del Instituto ARC de Investigación en Enfermedades Animales en Berkshire (Reino Unido), escribió que si el causante de la enfermedad era un virus, debía ser «de un tipo todavía no reconocido».

En 1967, Pattison y Katherine M. Jones lograron purificar el agente del scrapie, sugiriendo que se trataba de una proteína. Poco después, el químico teórico John Stanley Griffith, por entonces en el Bedford College de Londres, recogió las observaciones de Pattison y Jones y las del grupo de la radiobióloga Tikvah Alper, del Hospital Hammersmith de Londres, para proponer una hipótesis enormemente audaz: que la causa del scrapie era una proteína infecciosa sin ADN ni ARN. Griffith discutía tres mecanismos mediante los cuales una proteína podía, en cierto modo, autorreplicarse, transmitiendo una conformación concreta a otras; es decir, infectar.

La teoría de Griffith era casi una herejía para la naciente biología molecular, pero se daba la circunstancia de que su autor era precisamente uno de quienes estaban alumbrando esta nueva ciencia: en la década de 1950 colaboró con Watson y Crick, a petición de este último, para calcular las fuerzas de interacción entre las bases del ADN, un aspecto esencial para comprender la estructura de la molécula de la vida. Mientras que Crick pensaba en interacciones entre bases iguales, los cálculos de Griffith revelaban que las uniones más probables eran adenina-timina y guanina-citosina. La visión de Griffith sobre la complementariedad de bases sería fundamental para entender la estructura y la replicación del ADN.

Tejido de cerebro de una vaca afectada por el mal de las vacas locas. Se observan los huecos que le dan el aspecto de esponja. El color rojizo corresponde a la presencia del prión. Imagen de CSIRO / Wikipedia.

Tejido de cerebro de una vaca afectada por el mal de las vacas locas. Se observan los huecos que le dan el aspecto de esponja. El color rojizo corresponde a la presencia del prión. Imagen de CSIRO / Wikipedia.

En 1982, Stanley Prusiner consiguió aislar e identificar la proteína causante del scrapie, a la que llamó «partícula proteinácea infecciosa», o prión. El descubrimiento de Prusiner, que le valió el premio Nobel en 1997, corroboraba la hipótesis de Griffith: los priones, proteínas que adoptan una configuración patológica transmisible a otras proteínas similares, se identificaron como la causa de varias encefalopatías espongiformes transmisibles en mamíferos. Además del scrapie, estas dolencias incluyen una enfermedad que surgió en Reino Unido en 1986, y que diez años después se convirtió en protagonista de la actualidad al propagar una intensa psicosis alimentaria: la encefalopatía espongiforme bovina, o mal de las vacas locas. En este caso, el consumo de tejidos contaminados provoca en los humanos una variante de una dolencia ya conocida, la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob.

Aún hoy, casi medio siglo después de que Griffith formulara su hipótesis de la proteína infecciosa, transcurridos 33 años desde que Prusiner reconoció el agente causante y lo bautizó, es mucho lo que no se sabe sobre los priones. Lo conocido es que provocan enfermedades neurodegenerativas, y que lo hacen siguiendo un modelo de infección de película de género: del mismo modo que los zombis transforman a los humanos en zombis, o los vampiros en vampiros, una proteína maligna convierte a sus semejantes en lo mismo que ella. Sabemos que las proteínas zombificadas se comportan de manera anómala y dañina, formando grumos nocivos y destruyendo el tejido nervioso.

Y entre lo que no conocemos, sobre todo, está la manera de detener esta reacción en cadena. Actualmente las encefalopatías causadas por priones son todavía irreversibles, incurables y mortales.

Y lo que es peor, quizá los priones puedan además conducir la transmisión de enfermedades que hasta ahora creíamos no transmisibles. Mañana lo contaré.

¿Tiene sentido tirar a la basura la comida que cae al suelo?

Damos por hecho que el suelo es un lugar sucio, donde pisamos y donde acaban cayendo todos los detritos. Algunas culturas lo enfatizan con la costumbre de descalzarse al pasar del espacio público al privado, o al entrar en recintos que merecen un especial respeto. La comida que se nos cae al suelo sufre el destino del cubo de la basura, y el chupete que tiene la desgracia de tocar la calle a menudo se queda en la calle para siempre.

La regla de los cinco segundos. Imagen de Wikipedia.

La regla de los cinco segundos. Imagen de Wikipedia.

Pero ¿realmente tiene sentido todo esto? En algunos países se aplica una extraña norma arcana llamada la regla de los cinco segundos: si la comida cae al suelo, puede recuperarse siempre que se recoja antes de que transcurra ese intervalo. La regla se apoya en la extravagante presunción de que la contaminación es escasa o inocua si el contacto del alimento con el suelo dura menos de cinco segundos.

Aunque obviamente no existe ningún argumento racional para apoyar esta hipótesis, la popularidad de la creencia en el mundo anglosajón ha llevado a algunos a ponerla a prueba. Y como era de esperar, no aguanta una verificación experimental: un simple contacto instantáneo con una superficie contaminada basta para que la comida se impregne de bacterias peligrosas.

Claro que para ello es preciso que tales bacterias peligrosas estén presentes, y aquí es donde pueden llegar las sorpresas: en 2003 la estudiante estadounidense Jillian Clarke refutó empíricamente la regla de los cinco segundos, gracias a lo cual al año siguiente fue premiada con un IgNobel (ese reverso satírico de los Nobel). Pero lo curioso del caso fue que, para llevar a cabo el experimento, Clarke tuvo que impregnar el suelo de bacterias a propósito; resultó que el pavimento de la Universidad de Illinois en un lugar de tráfico constante apenas tenía contaminación microbiana. Por entonces la colaboradora de Clarke en dicha Universidad, Meredith Agle, declaró: «Fue un shock. Ni siquiera encontramos un número de bacterias en el suelo que pudiera contarse. Pensamos que nos habíamos equivocado, así que lo intentamos de nuevo, con el mismo resultado».

Pero sin desmerecer el trabajo de los limpiadores de la Universidad de Illinois, lo cierto es que los resultados de Agle y Clarke no hicieron sino corroborar lo que ya otros muchos estudios han mostrado: lo realmente sucio no son los lugares que pisamos, sino los que tocamos.

Como ejemplo más reciente, la web Travelmath ha publicado un análisis de las bacterias presentes en varios lugares de aviones y aeropuertos. El chocante resultado es que el lugar más sucio de un avión no es el baño, sino la bandeja abatible del respaldo del asiento, con 2.155 unidades formadoras de colonias o CFU (un término técnico para designar las bacterias individuales viables) por pulgada cuadrada. En contraste, el botón de descarga del inodoro solo tenía 265, poco más que la hebilla del cinturón de seguridad. De todos los lugares examinados, la medalla de plata de la inmundicia es para los botones de las fuentes de agua de los aeropuertos, con 1.240 CFU por pulgada cuadrada.

Los resultados están en consonancia con los de otros estudios. En 2011, la organización internacional de salud pública NSF determinó que el asiento del retrete ocupa un modesto undécimo puesto en la lista de lugares más sucios en el hogar medio, muy por debajo de, por ejemplo, el soporte del cepillo de dientes, el fregadero de la cocina, el pomo de la puerta del baño o los utensilios de las mascotas.

Otras investigaciones han descubierto que una mesa de trabajo típica contiene 400 veces más bacterias que el asiento del váter. Y aunque jamás se nos ocurriría pasar y repasar las yemas de los dedos por el lugar al que todo el mundo acerca sus posaderas para verter lo sobrante de sí, resulta que esto sería más saludable que hacerlo por el teclado del ordenador, las pantallas de smartphones y tablets o los botones de los cajeros automáticos, todos ellos más peligrosamente contaminados que el humilde e injustamente despreciado escabel de los mofletes de popa.

Así que, cuando se les caiga comida al suelo, y dependiendo de dónde ocurra, tal vez no haya razón para desecharla. Pero asegúrense de recogerla con guantes.

Lo que nunca se ve en los documentales de naturaleza

Dejando de lado el insondable misterio de las audiencias reales de los documentales de la 2 (y otras cadenas televisivas), parece comprensible que el humano civilizado de hoy, ahogado por su bufanda de cemento y asfalto, desee de vez en cuando abrir una ventana desde su salón a una naturaleza prístina cada vez más difícil de encontrar. En los documentales, los leones asedian a las cebras a su antojo en un paraje que luce virgen, como si manos o pies humanos jamás hubieran dejado huella en él.

Y sin embargo, el «detras de las cámaras» a menudo puede ser algo bastante parecido a esto:

Vehículos apiñados junto al río Mara en la reserva de Masai Mara (Kenya). Imagen de Javier Yanes.

Vehículos apiñados junto al río Mara en la reserva de Masai Mara (Kenya). Imagen de Javier Yanes.

La imagen fue tomada hace cuatro años en Masai Mara, Kenya; una de esas reservas que en los documentales parecen intactas e inmaculadas. Y el motivo de la aglomeración de vehículos todoterreno y minivans de turistas no era ningún suceso excepcional, sino algo cotidiano allí: los coches se apiñaban a la orilla del río Mara a la espera de presenciar cómo los rebaños de ñus vadeaban la corriente siguiendo su migración anual.

Se supone que el concepto de parque nacional o similar siempre tiene como objetivo común la conservación de la naturaleza, pero su aplicación es diferente según los casos. Sin mencionar la gestión de los parques que obliga a intervenciones, suelen existir usos compatibles más allá de la estricta preservación, normalmente relacionados con actividades tradicionales como la ganadería, la artesanía o la explotación de recursos a pequeña escala.

Otra de las actividades habituales en los parques nacionales es la científica, que incluye la investigación y la divulgación. Los espacios protegidos han prestado servicios impagables a la ciencia, al ofrecer la oportunidad de conocer la dinámica del entorno natural y de las criaturas que lo habitan. En los parques africanos, los equipos de investigación y de divulgación a menudo deben pagar una tasa especial por el derecho a filmar o a desarrollar sus proyectos científicos. Para los países africanos, esta es una vía más de sacar un rendimiento económico a su naturaleza privilegiada.

Pero filmación, investigación, turismo y conservación no siempre forman un puzle bien encajado. Por no hablar de la caza, prohibida en Kenya pero permitida en otros países africanos. Los equipos de investigación quieren trabajar sin interferencias molestas, y los realizadores de documentales tendrían que descartar el metraje si en sus tomas se colara el minivan de una agencia de safaris. Pero los visitantes, que pagan su entrada, tienen derecho a disfrutar de los parques sin que sus movimientos se vean restringidos por una señal de «no pasar».

¿Cómo se conjugan todos estos elementos entre sí y con el presunto objetivo principal del parque, la conservación de la naturaleza? Difícilmente. Y más en lugares como Masai Mara, donde la gallina de los huevos de oro de los safaris está convirtiendo un paraje antiguamente prístino en una pequeña ciudad dispersa por la que cada día pululan cientos de vehículos en busca de esa mítica escena de los leones y las cebras.

En 2010, un estudio llevado a cabo por investigadores británicos reveló que las poblaciones de grandes mamíferos han mermado un 59% entre 1970 y 2005 en los parques africanos, incluyendo espacios como Masai Mara y su reflejo al otro lado de la frontera tanzana, el Serengeti. Hace dos años, una revisión a gran escala de estudios publicados sobre áreas protegidas de todo el mundo descubría que parques y reservas ayudan a preservar los bosques, pero los datos relativos a la conservación de especies fueron débiles e inconcluyentes.

Tal vez estos datos no sorprendan, pero deberían servir para mantener encendida la sirena de alarma. O algún día los documentales de naturaleza deberán hacerse por animación digital.

Cómo empaquetar varios metros de ADN sin un solo nudo

Cada célula de un organismo contiene su genoma completo. Sin necesidad de fijarnos en genomas mayores (que los hay, y posiblemente mucho mayores), quedémonos con los más de dos metros de ADN que contiene cada una de nuestras células. Por supuesto, esta longitud total no es continua, sino que está distribuida en 46 cromosomas; pero cada cromosoma sí consiste en una sola hebra de ADN, y todos ellos comparten el minúsculo espacio del núcleo de la célula, invisible a simple vista.

Cromosomas humanos en metafase. Imagen de Jane Ades, NHGRI / Wikipedia.

Cromosomas humanos en metafase. Imagen de Jane Ades, NHGRI / Wikipedia.

De entre todos los misterios de la biología, uno de los más asombrosos es la capacidad de la célula de empaquetar varios metros de ADN en un volumen tan ínfimo. La imagen más popular de los cromosomas como longanizas dobles unidas por el centro solo existe durante una etapa muy concreta del ciclo celular llamada metafase. Este es el máximo grado de condensación de los cromosomas cuando se va a producir la división de la célula, del mismo modo que empaquetamos nuestras pertenencias para una mudanza. Pero durante el resto del tiempo, los cromosomas están más o menos desempaquetados, porque la secuencia de ADN que contienen debe permanecer utilizable.

Imaginemos esas antiguas salas de códigos de la Segunda Guerra Mundial, con numerosas hileras de pupitres ocupados por descifradores que continuamente leían tiras de papel con caracteres impresos. El núcleo celular es algo parecido, pero esas larguísimas tiras de ADN deben conservarse perfectamente ordenadas, sin romperse ni anudarse.

Todo el que haya tenido que dedicar un rato a desembrollar cables puede imaginar lo que esto supone. Si el año anterior no tuvimos la precaución de guardar las luces de Navidad con un cierto orden, al abrir la caja encontraremos una maraña compacta plagada de nudos. Esto tiene un nombre en física: se conoce como glóbulo de equilibrio. Rescatando los conceptos de mínima energía y entropía que venimos manejando los últimos días, el glóbulo de equilibrio es una configuración de gran desorden (entropía elevada) y mínima energía, motivo por el que surge de forma natural.

Pero parece claro que un glóbulo de equilibrio no sería la configuración ideal para el ADN en la célula, dado que dificultaría enormemente el empaquetamiento reversible y la posibilidad de mantener la secuencia siempre disponible. Empaquetar el ADN en la célula es un proceso enormemente complicado en el que intervienen unas proteínas llamadas histonas. El complejo que forma el ADN con las histonas, como un collar de cuentas, se llama cromatina; esta se enrolla como uno de los antiguos cables de teléfono y luego se vuelve a enrollar para empaquetarse en los cromosomas de la metafase, listos para la mudanza.

Izquierda, un glóbulo de equilibrio. Derecha, un glóbulo fractal que forma territorios. Imagen de L. Mirny, Chromosome research.

Izquierda, un glóbulo de equilibrio. Derecha, un glóbulo fractal que forma territorios. Imagen de L. Mirny, Chromosome research.

Pero ¿qué tipo de forma física adopta la cromatina para permanecer utilizable? Algunos científicos piensan que su configuración es lo que se conoce como glóbulo fractal. El término fractal fue acuñado en 1975 por el matemático nacido en Polonia Benoit Mandelbrot. La geometría fractal consiste en formas que tienen la peculiaridad de repetir estructuras similares a gran escala y a pequeña escala; a primera vista parecen irregulares, pero en realidad siguen un patrón que puede describirse con algoritmos matemáticos. De forma limitada, la geometría fractal aparece también en la naturaleza: ejemplos clásicos son las hojas de los helechos y otros sistemas ramificados, como los bronquios pulmonares o los vasos sanguíneos.

Ejemplo de camino hamiltoniano en un dodecaedro. Imagen de Christoph Sommer / Wikipedia.

Ejemplo de camino hamiltoniano en un dodecaedro. Imagen de Christoph Sommer / Wikipedia.

El glóbulo fractal es una de estas estructuras. Su aspecto general es el de un bloque de noodles de los que se venden secos para meter en agua. Esta estructura tiene la peculiaridad de que consigue un empaquetamiento máximo en el mínimo espacio manteniendo lo que se llama un camino hamiltoniano; es decir, que si seguimos el hilo del ADN, nunca pasamos dos veces por el mismo punto, ya que la hebra nunca se cruza y, por tanto, no hay nudos. Es un caso de la denominada curva de Peano, que llena un plano sin cruces; su aspecto es parecido a los laberintos de las revistas de crucigramas, pero en una estructura regular que se repite a mayor escala: glóbulos de glóbulos de glóbulos. Este tipo de glóbulo sería coherente con el hecho observado de que, cuando la cromatina está desempaquetada, cada cromosoma mantiene una especie de territorio; en el glóbulo de equilibrio esto no sucedería, sino que todos estarían mezclados a lo largo y ancho del volumen que ocupa el núcleo celular.

El glóbulo fractal fue propuesto por primera vez en 1988 como un modelo teórico por el físico ruso Alexander Grosberg, hoy en la Universidad de Nueva York. En 2009, científicos de las Universidades de Harvard y Washington y del Instituto Tecnológico de Massachusetts publicaron en Science la primera prueba que apoyaba el modelo del glóbulo fractal.

Curva fractal de Peano. Imagen de António Miguel de Campos / Wikipedia.

Curva fractal de Peano. Imagen de António Miguel de Campos / Wikipedia.

Investigadores de la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú han aportado una prueba más de que la cromatina puede formar glóbulos fractales y funcionar para sus cometidos celulares. Los científicos han logrado modelar una cadena de ADN de un cuarto de millón de unidades utilizando el supercomputador Lomonosov. Según su estudio, publicado en la revista Physical Review Letters, el glóbulo fractal ofrece una estructura muy estable que proporciona una dinámica más rápida que el glóbulo de equilibrio, lo que facilitaría la disponibilidad del ADN para su uso.

Una estructura de glóbulo fractal, como 'noodles' secos'. Imagen de L. Nazarov.

Una estructura de glóbulo fractal, como ‘noodles’ secos. Imagen de L. Nazarov.

Con todo esto queda ilustrado el inmenso grado de orden que existe dentro de una célula; tanto que algunos investigadores han propuesto que esta característica de los seres vivos, la capacidad de mantener un gran orden interno a costa de desordenar su entorno, podría servir para identificar formas de vida en otros planetas que sean muy diferentes a lo que conocemos aquí.

“Con independencia del tipo de forma de vida de que pudiera tratarse, todas deben tener en común el atributo de ser entidades que reducen su entropía interna a costa de la energía libre obtenida de su entorno”, escribían en 2013 los chilenos Armando Azua-Bustos y Cristian Vega-Martínez en la revista International Journal of Astrobiology. “Mostramos que tan solo usando análisis matemático fractal uno podría cuantificar rápidamente el grado de diferencia de entropía (y, por tanto, su complejidad estructural) de procesos vivos (en este caso, crecimientos de líquenes y patrones de crecimiento de plantas) como entidades distintas separadas de su entorno abiótico similar”. Los investigadores proponían que se incluyan estos criterios en la búsqueda de vida en otros lugares del Sistema Solar.

Así pues, esta serie sobre la entropía de los seres vivos nos lleva finalmente a que este concepto podría convertirse en un criterio clave para la búsqueda de vida alienígena. Pero si están a punto de marcharse de vacaciones, tal vez simplemente hayan descubierto que un equipaje bajo en entropía consumirá más energía libre para prepararlo, pero ocupará menos espacio y quedará más fácilmente utilizable.