Entradas etiquetadas como ‘ADN mitocondrial’

¿Qué ocurrirá cuando puedan resolverse viejos crímenes prescritos?

Existe una película de hace unos años protagonizada por los muy admirables Hilary Swank y Sam Rockwell, y dirigida por Tony Goldwyn, el malo de Ghost. He tenido que recurrir a Google porque no recordaba el título, y poco importa: nada más plano y aburrido que los títulos de las películas de abogados. A esta le pusieron Conviction, en España Betty Anne Waters.

Si no recuerdo mal, Swank interpreta a una camarera y madre que se embarca en el peliagudo empeño de estudiar leyes y convertirse en abogada para liberar de prisión a su hermano (Rockwell), condenado a cadena perpetua por un asesinato del que ella le cree inocente. Me disculpo por el spoiler: al final, y después de una angustiosa carrera por recuperar las pruebas físicas del caso, consigue que su hermano quede exonerado gracias a los tests de ADN, que aún no se habían inventado cuando se cometió el delito.

Retrato robot del asesino de Eva Blanco. Imagen de Guardia Civil.

Retrato robot del asesino de Eva Blanco. Imagen de Guardia Civil.

Ayer conocimos la detención del asesino de la niña Eva Blanco, 18 años después del crimen. La sociedad se ha maravillado, han llovido las felicitaciones a la Guardia Civil y se ha elogiado su incansable trabajo callado durante casi dos decenios en un caso ya frío. Y desde luego que no voy a poner en duda tales merecimientos; pero es capital subrayar –me ciño a las informaciones publicadas– que la resolución satisfactoria del caso no ha sido el producto de 18 años de trabajo, sino solo de uno, el último.

Según cuentan hoy los medios, hace un año el Instituto de Ciencias Forenses de la Universidad de Santiago de Compostela, en colaboración con el Servicio de Criminalística de la Guardia Civil, reanalizó las muestras de ADN halladas en su día en la ropa de Eva. El examen concluyó que los restos biológicos pertenecían a una persona magrebí. Con este dato, la Guardia Civil rastreó el padrón de Algete, seleccionó a los más de 1.000 sospechosos y se fijó en uno que había abandonado la localidad poco después del crimen, pero que aún tenía un hermano viviendo en ese pueblo. A este hermano le practicaron pruebas de ADN, y ¡bingo!

Tal vez alguien se pregunte por qué este análisis de ADN no se realizó hace 18 años. Y la respuesta está en la película de Swank y Rockwell: hace 18 años no podía conocerse el origen geográfico de una persona por su ADN.

Las pruebas forenses de ADN se desarrollaron y comenzaron a aplicarse a la criminología en 1985. Aunque el genoma de todos los humanos es enormemente uniforme, existen pequeñas regiones cromosómicas llamadas minisatélites y microsatélites que varían enormemente entre las personas, pero que son más similares entre los individuos emparentados. Este tipo de análisis es el que se emplea rutinariamente en perfiles de ADN y pruebas de paternidad, y el que probablemente ha servido para pescar al asesino de Eva a partir de la muestra de su hermano.

Pero existe otro tipo de análisis diferente que es mucho más reciente, y que ha podido desarrollarse gracias a iniciativas como el Proyecto Genográfico, lanzado en 2005 por National Geographic y la compañía IBM. Consiste en reunir muestras genéticas de amplias poblaciones humanas y leer las secuencias de dos segmentos concretos, el ADN mitocondrial y el cromosoma Y. El primero se hereda por línea materna y es el ADN rebelde de la célula, el único que no se encuentra en el núcleo sino en las mitocondrias, las centrales energéticas de las células. El segundo se transmite de padre a hijo varón; dado que solo se hereda una copia, su secuencia no se ve alterada por el intercambio de fragmentos entre los pares de cromosomas que se reciben por vías paterna y materna.

En otras palabras: el ADN mitocondrial y el cromosoma Y no varían (o varían poco) dentro de un grupo emparentado, pero sí lo hacen poco a poco en una escala de tiempo histórica, por lo que es posible relacionar secuencias tipo, llamadas haplogrupos, con orígenes étnicos y geográficos concretos. Para ello no solamente fue necesario reunir una extensa colección de muestras, sino además desarrollar herramientas bioinformáticas complejas que permitieran el tratamiento de los datos.

Este tipo de análisis es, supongo, el que ha permitido al Instituto de Ciencias Forenses de Santiago asignar el ADN del sospechoso sin identificar a un haplogrupo originario del Magreb. Y el resto es historia. Así que vaya desde aquí mi felicitación, aunque sea la única, no solo a los magníficos profesionales del Instituto gallego, sino a todos los genetistas de poblaciones, paleoantropólogos moleculares y bioinformáticos que han participado en este progreso científico. Gracias y enhorabuena.

Claro que todo esto tiene un corolario. La semana pasada, un estudio publicado en PeerJ revelaba que cada humano produce, y viaja acompañado por, su propia nube personal de microbios, única e intransferible, compuesta por microorganismos de la piel, la boca y otros orificios corporales. Aunque en principio el hallazgo no sería aplicable a la resolución de un crimen, a no ser que este se produzca dentro de una cámara estéril, el avance ilustra cómo la peculiaridad de que cada uno llevemos puesto nuestro propio reino de microbios –lo que se conoce como microbioma humano– no solo está revolucionando la biología y la medicina, sino que también podría encontrar aplicaciones en la ciencia forense.

Se está avanzando también en otras líneas, como la determinación del fenotipo a partir del genotipo, o los rasgos físicos de una persona conociendo su ADN, y hoy es posible saber en qué región geográfica vivió alguien y qué comía a partir de los isótopos de sus dientes y huesos, algo que se aplicó en la identificación de los restos del rey Ricardo III de Inglaterra.

En resumen, la ciencia avanza en alta velocidad. El problema es que, mientras, la ley viaja en burro. El asesino de Eva podrá recibir lo suyo gracias a que se ha evitado por un par de años el plazo de 20 en el que su crimen habría prescrito. Y no cabe ninguna duda de que dentro de diez años, de veinte y de treinta, la ciencia podrá resolver casos policiales que hoy son callejones sin salida. En países como Estados Unidos, los delitos de asesinato nunca prescriben. Aquí, y a menos que los barandas de turno decidan subirse al tren y hacer algo al respecto, lo más probable y lamentable es que otras muchas Evas quedarán sin recibir justicia.