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Bichos gigantes africanos, mascotas exóticas (II)

No todos los bichos con muchas patas deben merecernos la misma prevención: hay que distinguir entre los grupos que comúnmente conocemos como ciempiés y milpiés; o en nomenclatura taxonómica, quilópodos y diplópodos. Los primeros tienen un par de patas por segmento, frente a dos en el caso de los segundos. Los ciempiés se desplazan con una marcha ondulante que recuerda a la de las serpientes, mientras que los milpiés avanzan en línea recta, moviendo sus patas en oleadas rítmicas.

Ante los primeros siempre hay que andarse con la máxima precaución. Sus representantes más conocidos son las escolopendras, temibles depredadores que a veces encontramos en los rincones más oscuros y menos frecuentados de los hogares, como sótanos y trasteros.

Las escolopendras pican, y su picadura tiene fama de ser muy dolorosa; lo que se comprende no solo por el veneno que poseen, sino por cómo lo inyectan: en lugar de poseer un fino estilete trasero como avispas y abejas, muerden con un par de piezas bucales llamadas forcípulas –en realidad patas modificadas– que recuerdan al aguijón de los escorpiones, pero por partida doble.

Un milpiés gigante africano, 'Archispirostreptus gigas'. Imagen de Javier Yanes.

Un milpiés gigante africano, ‘Archispirostreptus gigas’. Imagen de Javier Yanes.

Un caso muy diferente es el de los diplópodos o milpiés. La mayoría son inofensivos y vegetarianos; se alimentan de materia vegetal en descomposición y carecen de aparato inoculador de veneno. Su principal defensa es enrollarse formando una espiral, aunque también poseen glándulas corporales que secretan fluidos irritantes.

Por lo general estas sustancias no suelen ser peligrosas al contacto con la piel, aunque es imprescindible lavarse las manos si se manipulan estos animales para evitar que la secreción pueda entrar en los ojos o en la boca.

Uno de los mayores diplópodos del mundo se encuentra en el este de África, desde Kenya a Mozambique. El milpiés gigante africano, Archispirostreptus gigas, puede superar holgadamente los 20 centímetros de longitud. Es muy frecuente en la costa keniana; su costumbre de vivir por debajo de los 1.000 metros de altitud lo aleja de los recorridos típicos de los safaris por los parques del altiplano.

Milpiés gigante africano descansando durante el día alrededor de una rama. Imagen de Javier Yanes.

Milpiés gigante africano descansando durante el día alrededor de una rama. Imagen de Javier Yanes.

Durante el día, los milpiés gigantes descansan escondidos entre la vegetación, a veces enrollándose alrededor de las ramas de los arbustos para mantenerse a salvo de los depredadores del suelo. Cuando cae la noche es fácil encontrarlos desplazándose por el suelo en busca de su alimento, sobre todo en las zonas donde se acumulan restos de hojas y plantas. Al tomarlo en la mano adopta la típica postura defensiva y segrega un líquido anaranjado que (¡ojo!) contiene cianuro.

Uno de los datos más curiosos sobre el milpiés gigante africano es que los ejemplares salvajes a menudo parecen tener hormigas recorriéndoles el cuerpo y deslizándose entre sus cientos de patas. En realidad no se trata de hormigas, sino de pequeños ácaros que viven en simbiosis con los milpiés, manteniendo limpio su exoesqueleto y a cambio recibiendo alimento y protección. Estos ácaros son inofensivos para el ser humano.

Como los caracoles gigantes que presenté ayer, los milpiés gigantes también parecen ser mascotas exóticas populares en los países desarrollados. Son fáciles de mantener, pueden vivir hasta diez años en cautividad y se alimentan de sobras vegetales. También se encuentran a menudo en los terrarios de los zoológicos.