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Un panorama marciano para morir

La bomba de mi estanque y los rovers marcianos son, ya lo he dicho aquí, las máquinas más fiables de la galaxia. Olvídense de aquella famosa bombilla de un parque de bomberos de California que lleva luciendo desde 1901; solo se limita a arder lentamente. En cambio, la humilde bomba de mi estanque lleva empujando litros y litros de agua cada día durante más de 20 años, casi sin interrupción; imagino que tal vez la obsolescencia programada aún no ha llegado al sector de la jardinería. Denle tiempo.

En cuanto a los rovers marcianos, todas las sondas espaciales se diseñan con un objetivo de duración que se supone muy por debajo de su capacidad real. Pero una cosa es foguearse contra el vacío del espacio y su radiación, y otra muy diferente sobrevivir en el clima de Marte. El frío del espacio es más bien simbólico, por la baja densidad molecular, pero el marciano es muy real. Y a él se unen también la radiación, las tormentas, el polvo, los accidentes del terreno…

Spirit y Opportunity –más familiarmente, Oppy– fueron gemelos separados al nacer, sin posibilidad de reencontrarse jamás. Los dos rovers se lanzaron al espacio en 2003 en dos cohetes distintos para apostarse en sendas coordenadas muy distantes de la región ecuatorial marciana. Cuando llegaron a sus respectivos destinos en enero de 2004, su misión estaba prevista para una duración de 90 días. Y sin embargo, Spirit estuvo activo hasta marzo de 2010, mientras que Opportunity vivió hasta junio de 2018; más de 14 años, recorriendo un total de más de 45 kilómetros sobre el suelo de Marte.

La sombra del Opportunity, capturada por el rover en 2004. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

La sombra del Opportunity, capturada por el rover en 2004. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Y aún más: lo que finalmente mató a ambos rovers no fueron las averías –aunque también las sufrieron–, sino una causa perfectamente previsible y prevenible, que se previó pero no se previno, porque hasta el último centavo del proyecto debía ir destinado a otros fines: las baterías murieron porque el polvo cubrió los paneles solares.

Autorretrato del rover Opportunity (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares limpios tras un viento favorable. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Opportunity (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares limpios tras un viento favorable. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Spirit (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares cubiertos de polvo. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Spirit (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares cubiertos de polvo. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Según contaba el astrofísico y bloguero Ethan Siegel, un simple soplador de aire comprimido habría hecho a los rovers prácticamente inmortales. O para el caso, un astronauta que hubiera pasado un paño. Pero respecto a esto último y a fecha de hoy, la relación entre coste y ciencia obtenida continúa decantándose masivamente a favor de las sondas robóticas frente a las misiones tripuladas, y no parece que esto vaya a cambiar.

Pero nada se les puede reprochar a los dos cochecitos marcianos ni a sus ingenieros: el proyecto MER (Mars Exploration Rovers) ha sido uno de los más fructíferos de la historia de la exploración extraterrestre. Entre otros hallazgos, Spirit y Oppy demostraron sin género de duda que el agua fue un día abundante en Marte, y que por tanto aquel planeta y el nuestro fueron también gemelos separados al nacer que se enfrentaron a destinos muy diferentes.

Mientras en la Tierra (atención, abro tag de hipótesis) una serie de improbabilísimas carambolas químicas daban lugar a un afortunado equilibrio dinámico y cambiante en el ciclo de carbonatos y silicatos que permitía a la vida fabricarse un planeta apto para ella, Marte no conseguía ese punto dulce, dando bandazos que le hicieron entrar en una espiral catastrófica, perdiendo la mayor parte de su atmósfera y, por tanto, su agua (cierro tag de hipótesis).

El año pasado, Marte sufrió otro de esos calamitosos bandazos. Lo que comenzó el 1 de junio como una pequeña tormenta local, a unos 1.000 kilómetros de Oppy, en pocos días se extendió hasta cubrir de polvo todo el planeta, alterando drásticamente la faz de Marte.

Imágenes de Marte tomadas por la sonda Mars Reconnaissance Orbiter, antes y después de la gran tormenta de polvo de junio de 2018. Imágenes de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

Imágenes de Marte tomadas por la sonda Mars Reconnaissance Orbiter, antes y después de la gran tormenta de polvo de junio de 2018. Imágenes de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

El 10 de junio, el rover suspendió sus comunicaciones, probablemente con sus paneles solares cubiertos de polvo. En ocasiones anteriores, alguna racha afortunada de viento había limpiado la superficie del robot, pero en este caso no ocurrió. El día 12, Oppy entró en hibernación. Desde entonces, los técnicos de la misión le han enviado más de mil señales en busca de una respuesta, sin éxito. El 13 de febrero de este año, la NASA dio por finalizada la misión del rover.

Esta semana, la NASA ha publicado el último panorama que Oppy vio antes de morir y donde reposará, en principio, para siempre. Desde el 13 de mayo hasta el 10 de junio, cuando falló definitivamente, el rover tomó 354 imágenes para construir una vista de 360° de su entorno, en el lecho del cráter Endeavour (la imagen completa con zoom y movimiento puede verse aquí). Abajo a la izquierda queda el testimonio de los últimos momentos de Oppy; las imágenes en blanco y negro que no tuvo tiempo de fotografiar con sus tres filtros de colores distintos. Un bello panorama para morir en Marte.

Mosaico de 354 imágenes tomadas por el Opportunity en el cráter Endeavour antes de desactivarse. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Mosaico de 354 imágenes tomadas por el Opportunity en el cráter Endeavour antes de desactivarse. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Recorte del último panorama capturado por el Opportunity. La elevación es el borde del cráter Endeavour, y bajo él se aprecian las huellas del propio rover. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Recorte del último panorama capturado por el Opportunity. La elevación es el borde del cráter Endeavour, y bajo él se aprecian las huellas del propio rover. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Las dos últimas imágenes qie el Opportunity tomó antes de desactivarse. El punto brillante es el sol. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Las dos últimas imágenes que el Opportunity tomó antes de desactivarse. El punto brillante es el sol. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Año nuevo, mundo nuevo: 2019 se abre con la conquista más lejana del ser humano

El próximo 1 de enero, exactamente a las 6:33 de la mañana (hora peninsular), cuando muchos estén durmiendo la mona en el rincón de algún garito con un hilillo de baba colgando del matasuegras, otros arrastrando los pies en busca de un taxi, y algunos simplemente descansando plácidamente en su cama, tendrá lugar la visita de un artefacto de fabricación humana a la frontera física más lejana en toda la historia de la humanidad.

Cuidado, que vienen cifras: a unos 6.600 millones de kilómetros de nosotros, la sonda de la NASA New Horizons volará a 62.764 km/h (más o menos de Madrid a Barcelona en menos de medio minuto) para acercarse a 3.540 km de un pedrusco de unos 30 km de largo llamado (486958) 2014 MU69, alias Ultima Thule; en la literatura clásica y medieval, Thule designaba la tierra más lejana de las fronteras del norte, ya fuera Noruega, Islandia o Groenlandia, y Ultima Thule se aplicaba metafóricamente a cualquier lugar ignoto más allá de los límites del mundo conocido.

A la izquierda, imagen de Ultima Thule (en el círculo amarillo) tomada por New Horizons el 2 de diciembre de 2018, a 38,7 millones de kilómetros. A la derecha, el detalle del recuadro amarillo, en el que se ha eliminado el brillo de las estrellas del fondo. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

A la izquierda, imagen de Ultima Thule (en el círculo amarillo) tomada por New Horizons el 2 de diciembre de 2018, a 38,7 millones de kilómetros. A la derecha, el detalle del recuadro amarillo, en el que se ha eliminado el brillo de las estrellas del fondo. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

El objeto transneptuniano (más allá del planeta Neptuno) Ultima Thule es ese lugar: aunque las dos sondas gemelas Voyager han llegado aún más lejos, traspasando los límites del Sistema Solar, lo han hecho en mitad del inmenso vacío del espacio, sin una referencia geográfica cercana. New Horizons se acercará por primera vez en la historia a un objeto del cinturón de Kuiper, el disperso anillo de asteroides que abraza el Sistema Solar.

El aparato recogerá datos científicos y tomará imágenes con una resolución de 30 metros, para después enviar todos estos paquetes de información a las antenas terrestres, que los recibirán seis horas después de su emisión (ya, ya, y nuestra wifi apenas llega del salón al dormitorio…). Casos como este nos recuerdan que la velocidad de la luz es en realidad una magnitud de caracol si la contemplamos contra las inabarcables distancias del cosmos.

La historia de New Horizons y Ultima Thule es también una primicia en la exploración espacial por otros motivos. La sonda ya disfrutó de su momento de gloria en 2015, cuando nos reveló por primera vez cómo es en realidad el explaneta Plutón. Una vez completada la que era la misión primaria de New Horizons, los responsables de la misión se encontraron con la posibilidad de emplear su flamante y potente aparato para conquistar nuevas metas. Con este fin, el telescopio espacial Hubble emprendió una búsqueda de objetos lejanos a los que New Horizons pudiera dirigirse, y allí apareció Ultima Thule, que aún no se conocía cuando la sonda despegó de la Tierra.

Ilustración de la sonda New Horizons acercándose a Ultima Thule. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

Ilustración de la sonda New Horizons acercándose a Ultima Thule. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

Los terrícolas tendremos que esperar quizá a los primeros días de 2019 para empezar a conocer los datos y el aspecto de este lejano asteroide. Y los científicos confían en que esas primeras observaciones logren resolver el primer misterio sobre este distante objeto. La forma concreta de Ultima Thule aún se desconoce, aunque se sabe que no es esférico. Pero durante su acercamiento, las imágenes tomadas por New Horizons han revelado un patrón luminoso inusual.

Mientras que un objeto irregular reflejando la tenue luz solar debería comportarse como un faro, emitiendo un pulso luminoso periódico debido a la rotación, en cambio las fotos muestran una luz muy uniforme, como la que se esperaría de una esfera. Para explicarlo, los investigadores han propuesto varias hipótesis: tal vez el eje de rotación esté dirigido precisamente hacia la trayectoria de la nave, lo que sería una improbable casualidad; o bien quizá Ultima Thule esté rodeado por una nube de polvo como la cabellera de un cometa, pero para esto se necesitaría que el Sol lo calentara lo suficiente como para provocar esta emisión, lo que no parece posible a tal distancia. Por último, se ha apuntado la posibilidad de que el asteroide esté rodeado por varias lunas diminutas, con patrones luminosos diferentes que se suman. Sin embargo, según los científicos, este sería un caso único entre los objetos conocidos del Sistema Solar.

La respuesta, que podremos conocer a través de los canales de la NASA y del Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins, será probablemente el primer hallazgo científico destacable de 2019, pero no será el único descubrimiento que nos revelará este histórico encuentro de la tecnología humana con las lejanías del Sistema Solar. Según el investigador principal de New Horizons, Alan Stern, Ultima Thule «es una cápsula del tiempo que nunca antes hemos visto y que nos llevará en un viaje en el tiempo hasta 4.500 millones de años atrás, al nacimiento del Sistema Solar».

El objeto interestelar ‘Oumuamua no parece ser una nave alienígena

Si algún día un destructor imperial decidiera dejarse caer por nuestro Sistema Solar, ¿cómo lo reconoceríamos?

En primer lugar, los telescopios descubrirían un objeto inédito en la pantalla del firmamento. Las observaciones permitirían estimar su tamaño, pero sin la suficiente resolución como para poder determinar su aspecto detallado. Después, los cálculos mostrarían que su trayectoria y velocidad no se corresponden con las de un objeto en órbita alrededor del Sol o de otro cuerpo del sistema, lo que sugeriría que no se trata de un asteroide al uso. Tampoco se detectaría la coma típica de los cometas, e incluso tal vez los datos indicarían que su forma no es la habitual más o menos redondeada de un asteroide, sino una más extraña; por ejemplo, fina y alargada.

Así es precisamente la historia que arrancó el 19 de octubre de 2017, cuando el telescopio Pan-STARRS 1 de Hawái descubrió un objeto que pronto se reveló como algo fuera de lo común. Reuniendo las observaciones de otros telescopios, los astrónomos concluyeron que estaban ante el primer objeto interestelar jamás confirmado, un viajero procedente de fuera del Sistema Solar que casualmente atraviesa nuestro vecindario cósmico.

Para su nominación formal se inauguró una nueva categoría de objetos designados con la letra I, de «interestelar»: 1I/2017 U1. Para su nombre común se recurrió a la lengua hawaiana: ‘Oumuamua viene a significar algo así como «el primer mensajero de la lejanía». Los detalles se publicaron en la revista Nature en diciembre de 2017. Respecto a su extraña forma alargada, los investigadores escribían: «Ningún objeto conocido en el Sistema Solar tiene dimensiones tan extremas».

A la izquierda, ilustración de 'Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

A la izquierda, ilustración de ‘Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

La historia tiene un ilustre precedente en la ficción. Más o menos de este mismo modo comenzaba Cita con Rama, publicada por Arthur C. Clarke en 1973. En la novela, lo que inicialmente se detectaba como un asteroide resultaba ser una nave alienígena de forma cilíndrica. Con estos antecedentes, ¿cómo no pensar en la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser en realidad un objeto de fabricación artificial?

Esta posibilidad movilizó a los investigadores que trabajan en proyectos SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. En diciembre de 2017 el proyecto Breakthrough Listen, liderado por el magnate ruso Yuri Milner, anunció que se disponía a utilizar el observatorio de Green Bank, el lugar donde comenzó la exploración SETI en 1960, para tratar de captar alguna señal de radio procedente de ‘Oumuamua. Así lo anunciaban:

Los investigadores que trabajan en el transporte espacial a larga distancia han sugerido previamente que una forma de aguja o de cigarro es la arquitectura más probable para una nave interestelar, ya que minimizaría la fricción y el daño debido al gas y el polvo interestelar. Aunque un origen natural es lo más probable, actualmente no hay consenso sobre cuál puede ser ese origen, y Breakthrough Listen está bien posicionado para explorar la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser un artefacto.

Pero como era de temer, el rastreo terminó con las manos vacías. En enero los investigadores de Breakthrough Listen comunicaron sus conclusiones: si ‘Oumuamua emitía alguna señal de radio, debía ser con una potencia inferior a 0,08 vatios, lo cual sería 3.000 veces más débil que la emisión de la sonda de la NASA Dawn, como ejemplo elegido.

Pese a los resultados negativos del Breakthrough Listen, el Instituto SETI, en California, emprendió su propia búsqueda utilizando su instalación dedicada, la matriz de telescopios Allen. Los investigadores del SETI se apoyaban además en un intrigante estudio publicado el mes pasado por dos astrofísicos de Harvard, según el cual ‘Oumamua podía ser un objeto artificial. De acuerdo con los autores, la ligera aceleración inesperada del presunto asteroide sugería que podía tratarse de una nave impulsada por una vela solar. Los científicos aventuraban también que la trayectoria de ‘Oumuamua es demasiado rara para ser un objeto errante, y que en cambio se explicaría más fácilmente si alguien lo hubiera enviado intencionadamente a nuestro Sistema Solar.

Pero una vez más, la realidad ha pinchado el globo: esta semana el Instituto SETI ha informado del fracaso en la búsqueda de señales de radio. Según ha declarado Gerry Harp, el director del estudio: «No hemos encontrado tales emisiones, a pesar de una búsqueda muy sensible. Aunque nuestras observaciones no descartan de forma concluyente un origen no natural para ‘Oumuamua, son datos importantes de cara a evaluar su posible composición». El estudio completo se publicará el próximo febrero.

Por el momento, la cita con Rama deberá seguir esperando.

En las antípodas no caminan cabeza abajo, y por eso ven la Luna al revés

A propósito de mi tema anterior sobre el vuelo de las moscas dentro de vehículos en movimiento, mi vecina de blog y amiga Madre Reciente tuiteaba recomendando su lectura a sus seguidores, sobre todo, decía, «si sois de los que aún no entendéis por qué en las antípodas no caminan cabeza abajo».

El astuto comentario de MR merece una explicación. Alguien podría preguntar: ¿cómo que no caminan cabeza abajo? Sí, ¿no? Es decir, no es que vayan arrastrando la cabeza por el suelo y moviendo las piernas en el aire, pero están al revés. ¿No?

Recuerdo que hace años, durante un viaje a Nueva Zelanda, se me ocurrió de repente pensar que la intuición y la costumbre nos hacen a todos un poco terraplanistas. Es decir, si en aquel momento alguien me hubiera preguntado hacia dónde estaba mi casa, probablemente mi impulso inmediato habría sido señalar hacia el horizonte en dirección noroeste, por el hábito de ver los mapamundis con la proyección de Mercator, centrados en el océano Atlántico y con el norte arriba.

Pero en realidad, si me hubiera parado un momento a pensarlo, tendría que haber apuntado con el dedo en perpendicular hacia el suelo. Porque lo cierto es que la ruta más corta de vuelta a mi casa habría sido, si tal cosa fuera posible, perforando el suelo y siguiendo todo recto, como en aquel desafortunado remake de Desafío total.

Por desgracia solo pude recorrer la isla sur, así que no pude pisar las antípodas de mi casa, que caen en algún lugar de la isla norte de Nueva Zelanda. Habría sido interesante buscar la casa más cercana a la coordenada precisa y contarles a sus habitantes que la mía estaba justo al otro lado del mundo. Igual hasta me invitaban a una cerveza. Siempre que no fueran terraplanistas, claro.

Pero con respecto a las antípodas, sí hubo un detalle que me llamó especialmente la atención, y que no solemos tener en cuenta por muy obvio que sea: en el hemisferio sur la Luna se ve al revés. Es fácil entenderlo si lo pensamos: ellos y nosotros vemos el mismo objeto en el cielo, pero ellos realmente tendrían que caminar cabeza abajo para verlo en la misma orientación que nosotros. Para ilustrarlo he improvisado este gráfico que copio chapuceramente de otro publicado en Science Alert:

Imágenes de la Tierra y la Luna de la NASA. Gráfico de elaboración propia.

Imágenes de la Tierra y la Luna de la NASA. Gráfico de elaboración propia.

La luna llena desde el hemisferio norte (izquierda) y desde el sur (derecha). Imágenes de NASA y A. Sparrow / Flickr / CC.

La luna llena desde el hemisferio norte (izquierda) y desde el sur (derecha). Imágenes de NASA y A. Sparrow / Flickr / CC.

Por supuesto, en realidad todo el firmamento se ve al revés, pero el caso de la Luna es especialmente llamativo. Del mismo modo, las fases lunares también van al contrario: aquí la luna con forma de D es creciente y la C es menguante, mientras que en el sur es al revés.

Otro caso curioso es el de la Luna en el ecuador. Como allí el Sol recorre el cielo, digamos, por su mitad (es decir, al mediodía queda en todo lo alto), cuando la Luna se pone, el Sol está bajo los pies, iluminando la Luna desde abajo. Y por ello la media luna se ve como una sonrisa. Ignoro cómo se llama esto en castellano; en inglés lo llaman wet moon, pero también se conoce como luna de Cheshire, por la sonrisa del gato de Alicia en el país de las maravillas:

Luna de Cheshire. Imagen modificada de John Flannery / Flickr / CC.

Luna de Cheshire. Imagen modificada de John Flannery / Flickr / CC.

Pero sobre nosotros y las antípodas, norte y sur, arriba y abajo, al derecho y al revés… Es necesario aclarar que todos son conceptos convencionales, ya que no hay ninguna razón para que el norte esté arriba; simplemente nos hemos acostumbrado a verlo de este modo porque nuestra representación de los mapas tradicionalmente ha sido eurocéntrica y nortecéntrica, algo de lo que se quejan en el hemisferio sur, y con razón.

O sea, que en realidad no, en las antípodas no caminan cabeza abajo, porque la Tierra flota en el espacio, y en el espacio no hay ni arriba ni abajo. Como en el caso de la mosca y el avión, todo es relativo dependiendo de a qué sistema lo referimos, pero no existe ningún sistema mejor o más correcto que otro.

Precisamente por este motivo el emblema de Naciones Unidas se diseñó con un mapa del mundo centrado en el polo norte con los continentes a su alrededor, para no dar primacía a unos países o continentes sobre otros.

Emblema de las Naciones Unidas. Imagen de Wikipedia.

Emblema de las Naciones Unidas. Imagen de Wikipedia.

Por supuesto, también se podría haber centrado en el polo sur, pero imagino que no tendría mucho sentido colocar la Antártida, que no es un país de las Naciones Unidas, en el centro del mundo. Claro que el sistema elegido es también engañoso, porque crea la impresión de que la Antártida está en el extremo opuesto del mundo al sur de África y América… Cualquier representación mental distinta de un mundo redondo desde todos sus ángulos es equívoca; porque en realidad, como decía Karen Blixen, «la Tierra se hizo redonda para que nunca podamos ver el final del camino». Bueno sí, también está aquello del equilibrio hidrostático. Pero es mucho menos romántico.

Descubierto el planeta de Spock, y podría haber vida

Tal vez un signo de que no soy lo suficientemente friki es que nunca he sido un ardiente fan de Star Trek. ¿Será porque la serie original me quedó atrás y la nueva llegó cuando ya estaba yo a otras cosas? ¿Será porque, en cambio, me acertó de pleno en el estómago el estreno de la primera trilogía de Star Wars y aquello ya no tenía vuelta atrás? ¿Será porque en mi época la Televisión Única nos enchufaba unas entonces-magníficas-hoy-supongo-que-lamentables series de ciencia ficción que la gente más joven suele desconocer por completo (e incluso muchos de mi generación), como Espacio 1999, La fuga de Logan o Los siete de Blake (esta última es para subir nota, ya que no la recuerdan ni mis propios hermanos)?

Pero en fin, hoy vengo a traerles una novedad que caerá como el maná divino a la legión de trekkers o trekkies, que no estoy seguro de cuál es la forma correcta; precisamente la advertencia anterior viene como descargo de que en realidad desconozco este extremo y otros muchos relacionados con las andanzas del capitán Kirk, su Enterprise, sus tripulaciones y sus tribulaciones. La noticia es que un equipo de investigadores de varias universidades de EEUU, con la participación del Instituto de Astrofísica de Canarias y la Universidad de La Laguna de Tenerife, dice haber encontrado el planeta natal de Spock, Vulcano.

Ilustración del planeta HD 26965b. Imagen de Universidad de Florida.

Ilustración del planeta HD 26965b. Imagen de Universidad de Florida.

Imaginarán que la presentación de la noticia tiene algo de gancho publicitario; que obviamente logra su objetivo, o tal vez yo tampoco vendría hoy a contarles esto. Mientras que los primeros exoplanetas descubiertos, allá por el año de 1992, fueron carne de titulares en todo el mundo, hoy caen a docenas, incluso a cientos, y es casi imposible estar al día. A fecha de hoy, la Enciclopedia de Planetas Extrasolares recoge 3.845 planetas en 2.866 sistemas, 636 de ellos con más de un planeta; pero este número seguirá aumentando, tal vez mañana mismo.

Por ello, si los descubridores de un exoplaneta encuentran una percha para vender su descubrimiento colgándole algún adorno que tenga tirón popular, mejor que mejor. Anteriormente nos han llegado ya varios Tatooine, planetas que orbitan en torno a dos soles como el mundo de Luke Skywalker en Star Wars. También conocimos Mimas, una luna de Saturno que tiene un divertido parecido con la Estrella de la Muerte, y otros planetas de la saga como el helado Hoth también tienen su reflejo real en el catálogo de los exoplanetas descubiertos. Ahora le ha tocado el turno a Vulcano.

La luna de Saturno Mimas y la Estrella de la Muerte. Imagen de NASA / Lucasfilm.

La luna de Saturno Mimas y la Estrella de la Muerte. Imagen de NASA / Lucasfilm.

Es más, y como curiosidad, interesa aclarar que en realidad el estudio describiendo este nuevo planeta se publicó en julio en la web de la revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, sin que entonces prácticamente ningún medio se interesara por ello. Dos meses después, la Universidad de Florida publica una nota de prensa añadiendo el gancho de Spock y Vulcano, y aquí estamos contándolo.

Pero algo hay que reconocer, y es que tampoco se trata de un recurso publicitario forzado. Porque, de hecho, HD 26965b es realmente el planeta de Spock. Según explica el coautor del estudio Gregory Henry, de la Universidad Estatal de Tennessee, en julio de 1991 el creador de Star Trek, Gene Roddenberry, publicó una carta en la revista Sky and Telescope en la que confirmaba que su ficticio Vulcano orbitaba en torno a 40 Eridani A, la estrella principal del sistema triple 40 Eridani. Y resulta que 40 Eridani A es precisamente el otro nombre de HD 26965, la estrella en la que se ha encontrado el nuevo planeta. Al parecer, la conexión entre Vulcano y 40 Eridani A se remonta a dos libros sobre la serie publicados en décadas anteriores, Star Trek 2 de James Blish (1968) y Star Trek Maps de Jeff Maynard (1980).

Spock en Star Trek. Imagen de Paramount / CBS.

Spock en Star Trek. Imagen de Paramount / CBS.

Además, se da la circunstancia de que HD 26965b, más conocido ya para la eternidad como Vulcano, es un planeta aparentemente apto para la vida. Su estrella es parecida a nuestro Sol, solo ligeramente más pequeña y fría; y algo que habitualmente solo los biólogos solemos tener en cuenta, tiene prácticamente la misma edad que el Sol, lo que ha dejado tiempo suficiente para que sus planetas puedan haber desarrollado vida compleja. En cuanto al planeta, no es el típico gigante infernal que suele ser frecuente en los descubrimientos de exoplanetas, sino algo posiblemente parecido a nuestro hogar: justo en el interior de la zona habitable de su estrella y con un tamaño aproximado del doble que la Tierra, lo que se conoce como una supertierra.

Todo ello ha llevado a uno de los autores del estudio, Matthew Muterspaugh, a decir que «HD 26965 puede ser una estrella ideal para albergar una civilización avanzada». Y todo ello a solo 16 años luz de nosotros; de hecho, la estrella es visible a simple vista en el cielo, y es la segunda más brillante con una posible supertierra y la más cercana similar al Sol con un planeta de este tipo.

En resumen, para los interesados en estas cosas, un punto más al que mirar en el cielo rascándonos la cabeza. Y para los responsables de los proyectos SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), imagino que una nueva coordenada a la que apuntar sus antenas para tratar de captar alguna emisión de Radio Vulcano.

Tres millones de dólares para Jocelyn Bell, la astrofísica ignorada por el Nobel

Hace un par de años y medio conté aquí la curiosa historia del descubrimiento del primer púlsar (estrella de neutrones giratoria) y de cómo aquel hallazgo, publicado en 1968, llegó a ilustrar la icónica portada de uno de los discos más míticos de la historia musical reciente, Unknown Pleasures de Joy Division (1979).

Jocelyn Bell en 1967. Imagen de Roger W Haworth / Wikipedia.

Jocelyn Bell en 1967. Imagen de Roger W Haworth / Wikipedia.

En el devenir de aquel episodio científico, que abrió una nueva era para la astronomía, hubo una clara figura perdedora: la norirlandesa Jocelyn Bell (después Bell Burnell por matrimonio), la autora material del hallazgo. Bell recibió en su día una gran atención por parte de los medios británicos… consistente en preguntarle si tenía muchos novios o si era más alta que la princesa Margarita.

Unos años después, en 1974, el descubrimiento fue distinguido con el Premio Nobel de Física… para el supervisor de Bell, Antony Hewish. No solo se trata de que Hewish no había sido el artífice directo del descubrimiento; es que incluso el hallazgo fue posible gracias a que Bell y otros cuatro colaboradores habían pasado dos años construyendo el artefacto necesario para ello. Y no piensen en alta tecnología: allí cada becario recibía un kit de herramientas para clavar palos en una parcela de 18.000 metros cuadrados y tender 190 kilómetros de cable entre ellos. Así eran aquellos primitivos radiotelescopios.

En su día y desde entonces, la omisión de Bell en la concesión de aquel premio ha perdurado popularmente como un caso flagrante de machismo en el mundo de la ciencia. Pero ya aclaré que en realidad se trata de algo más complejo: Bell era la becaria, y con independencia de que fuera hombre o mujer, los comités de los Nobel casi nunca premian a los becarios por considerarlos meramente las manos del cerebro de su amo.

Lo cual, evidentemente, casi nunca es cierto. Pero el Premio Nobel es una institución privada y por lo tanto tiene todo el derecho a regirse por las normas que le parezca, por equivocadas que sean (ya he comentado aquí mil veces que hoy en día premiar a una sola persona por un hallazgo es un descomunal anacronismo) Y aunque las quejas por este criterio sean frecuentes, a muchos de quienes protestan por ello, en concreto a los becarios, habría que plantearles esta pregunta: ¿cuántos estarían dispuestos a que en el futuro sean sus becarios quienes se lleven el mérito? Todos los sistemas jerárquicos se perpetúan porque los de abajo acaban llegando arriba.

Por su parte, Bell atajaba las críticas hacia el fallo del premio con una humildad y una elegancia dignas de aplauso:

Es el supervisor quien tiene la responsabilidad final del éxito o el fracaso del proyecto. Oímos de casos en los que un supervisor culpa a su estudiante de un fracaso, pero sabemos que la culpa es sobre todo del supervisor. Me parece simplemente justo que él deba también beneficiarse de los éxitos. Pienso que los premios Nobel quedarían degradados si se concedieran a estudiantes de investigación, excepto en casos muy excepcionales, y no creo que este sea uno de ellos.

Existen estos casos excepcionales que mencionaba Bell. Uno reciente que me viene ahora a la memoria es el del Nobel de Medicina de 2009, que premió a Elizabeth Blackburn y a su becaria Carol Greider por el descubrimiento de la telomerasa, la enzima clave del envejecimiento celular. Blackburn relacionó el acortamiento de los telómeros (los extremos de los cromosomas) con la edad de la célula, pero la identificación de la telomerasa fue obra exclusiva de Greider, algo que el comité Nobel no pudo ignorar.

Pero en realidad, el papel de Greider en este hallazgo fue muy similar al de Bell en el suyo. Algo que nunca sabremos es si Bell habría recibido el premio junto a Hewish si su nombre de Jocelyn hubiera designado a un chico (curiosamente, este nombre en Francia es masculino, algo similar a la diferencia de uso de Andrea, que es femenino aquí y masculino en Italia).

Jocelyn Bell Burnell en 2015. Imagen de Silicon Republic / Wikipedia.

Jocelyn Bell Burnell en 2015. Imagen de Silicon Republic / Wikipedia.

En definitiva, y ya se debiera la omisión a su condición de mujer o de becaria, o a ambas, lo cierto es que el agravio del Nobel aún pedía una reparación, a pesar de que desde entonces Bell ha sido distinguida con altos honores y nombramientos, incluyendo la Orden del –ya inexistente– Imperio Británico.

La merecida reparación le ha llegado ahora a Bell en una forma de menor prestigio científico que el Nobel, pero que muchos de los nobeles cambiarían con gusto: los tres millones de dólares que otorga el Premio Especial Breakthrough en Física Fundamental. En comparación, la dotación del Nobel en cada categoría es de algo menos de un millón a repartir entre los premiados, que en ciencia suelen ser tres.

Los Premios Breakthrough fueron creados en 2012 por un grupo de magnates que incluye al físico y tecnólogo ruso-israelí Yuri Milner, al cofundador de Facebook Mark Zuckerberg y su mujer, Priscilla Chan, al cofundador de Google Sergey Brin, a la cofundadora de la empresa genómica 23andMe y exmujer de Brin, Anne Wojcicki, y al chino Jack Ma, cofundador del gigante de internet Alibaba. Es decir, un ramillete de empresarios con bolsillos sin fondo que decidieron dedicar parte de su fortuna a la promoción de la ciencia y la investigación tecnológica.

Los premios tienen su edición regular anual, a la que se añade la concesión esporádica de galardones especiales a figuras de excepcional relevancia, como es el caso de Bell. El premio recibido ahora por la astrónoma se ha concedido anteriormente a Stephen Hawking y a los principales responsables del descubrimiento del bosón de Higgs o de las ondas gravitacionales.

Así pues, enhorabuena a la premiada, que lo tenía bien merecido. Que lo disfrute con salud. Y ya que hemos mencionado el Unknown Pleasures, me sirve como excusa para dejarles con esta rara y antigua joya.

¿Nos acerca el lago de Marte al descubrimiento de vida? (Spoiler: no)

En este blog suelo reaccionar con cierta frialdad a los hallazgos de agua en Marte, y no precisamente por falta de interés. Más bien todo lo contrario: Marte es el único material científico del que he tirado en mi actividad extraescolar como novelista (Tulipanes de Marte), así que puede imaginarse mi cariño especial por nuestro vecino planetario del cuarto, al que suelo contemplar en el cielo con un loco e imposible sueño viajero detrás de la mirada; sobre todo en días como estos, cuando físicamente está tan cerca de nosotros.

Entiéndase, el hallazgo de una (probable) gran extensión de agua líquida bajo el hielo del polo sur de Marte es uno de los mayores descubrimientos recientes de la ciencia planetaria. Cuando supe de la noticia, lo primero que quise saber es ¿por qué ahora? ¿Por qué no hasta ahora? Y me maravilló la astucia de los investigadores italianos, que modificaron el manejo de los datos para revelar algo que hasta entonces había pasado inadvertido al radar de la sonda orbital Mars Express debido a que el software del aparato enviaba la media de cada 100 lecturas, lo que anulaba la señal del agua. Al actualizar el software para que enviara los registros individuales, allí apareció la firma del agua líquida; quizá no un lago como tal, sino un estrato de roca porosa mojada. Pero agua.

Casquete de hielo en el polo sur de Marte, bajo el cual puede existir un lago de agua líquida. No todo es hielo de agua, ya que el hielo seco (CO2) también está presente. Imagen de ESA/DLR/FU Berlin/CC BY-SA.

Casquete de hielo en el polo sur de Marte, bajo el cual puede existir un lago de agua líquida. No todo es hielo de agua, ya que el hielo seco (CO2) también está presente. Imagen de ESA/DLR/FU Berlin/CC BY-SA.

Mi tibieza no se debe a que el agua líquida en Marte sea un presunto hallazgo recurrente que ya nos ha decepcionado en ocasiones anteriores. Aquí conté la última de ellas: en 2011 y 2015 se publicaron indicios que apoyaban la existencia de torrentes estacionales de agua, en concreto lo que parecía ser una salmuera muy concentrada que puede permanecer en estado líquido hasta -70 oC. Sin embargo, el pasado noviembre se cortaba el agua en Marte: nuevos datos indicaban que en realidad –y a fecha de hoy; la ciencia de verdad es la única que rectifica cuando se equivoca– aquellos torrentes no contienen otra cosa que polvo y arena.

En el caso del nuevo estudio, los expertos han señalado que los datos del radar son muy sugerentes, pero no definitivos, y que deberán contrastarse con otras lecturas. Pero como voy a explicar, incluso aunque la existencia del lago marciano se confirme, en realidad no añade gran cosa a la posibilidad de vida actual en Marte, ni mejora la posición de este planeta en el ranking de lugares del Sistema Solar que hoy podrían albergar comunidades de microbios.

En realidad, la existencia de agua en Marte la conocemos desde 1963, cuando se confirmó la presencia de vapor de agua. En la enrarecida atmósfera marciana el agua hierve a 10 oC y las temperaturas son de congelación profunda, por lo que el hielo y el vapor son claramente lo que allí más se despacha. Pero dado que la geología marciana conserva pruebas abundantes de un pasado acuoso y una vez demostrado que las moléculas de H2O han resistido durante millones de años a la pérdida de la mayor parte de la atmósfera marciana, el resto es una cuestión de buscar nichos con las condiciones adecuadas de presión y temperatura para encontrar el agua en estado líquido.

Y a priori, es muy probable que estos nichos existan. Sin embargo, sus condiciones son brutales. En 2008 la sonda Phoenix de la NASA, posada en el ártico marciano, analizó el suelo y detectó perclorato, una forma extremadamente oxidada del cloro. Phoenix también confirmó la existencia de hielo de agua fuera de los casquetes polares y quizás incluso de gotitas de agua líquida; también vio nevar en Marte.

En lo que se refiere al perclorato, este anión –o esta sal, si lo prefieren– actúa como un potente anticongelante y puede facilitar la presencia de agua líquida en el gélido ambiente marciano. Pero el descubrimiento de este compuesto complicaba las cábalas sobre la posible existencia de microbios marcianos, porque el perclorato es un arma de doble filo: por un lado, es tóxico para la vida en general. Pero por otro, en la Tierra existen microbios que se alimentan de perclorato en lugares como el desierto chileno de Atacama, el enclave más seco de la Tierra.

Pero… como siempre suelo subrayar, los microbios extremófilos terrestres (aquellos que viven en condiciones casi imposibles, como los volcanes, los polos o Chernóbil) son parte de una enorme masa de biodiversidad que se ha expandido para colonizar todos los hábitats a su alcance. Que sepamos, esto no se aplica a Marte. Algunos estudios sugieren que los microbios terrícolas que comen perclorato pudieron ser pioneros evolutivos de nacimiento muy temprano, antes de que la atmósfera terrestre se llenara de oxígeno, lo que sería un argumento a favor de la posible aparición de seres similares en Marte cuando aquel planeta y el nuestro seguían vidas paralelas, al comienzo de su existencia. Pero en el fondo, no lo sabemos, y los astrobiólogos aún discuten si la presencia de esta sal es una buena o una mala noticia para la posibilidad de vida marciana (ver, por ejemplo, aquí y aquí).

En resumen, el perclorato y las temperaturas ambientales son factores que condicionan la posibilidad de agua líquida en Marte, pero también son los principales factores limitantes para la vida en Marte, incluso una vez demostrada la existencia de agua líquida. Así, el hallazgo de un lago probablemente perclórico deja las cosas más o menos como ya estaban respecto a las especulaciones sobre la vida marciana.

Por otra parte, desde hace tiempo se conoce la existencia de cuerpos del Sistema Solar que tienen no un posible lago subglacial, sino todo un inmenso océano global. Dos ejemplos son Encélado, luna de Saturno, y Europa, satélite de Júpiter. Es más, en estas lunas se cree que el agua se mantiene líquida bajo el hielo por un calentamiento debido a la fricción de las mareas causadas por el tirón gravitatorio de los grandes planetas, por lo que estos océanos no necesitarían grandes cantidades de sales tóxicas y serían por tanto más hospitalarios para la vida que un posible lago en Marte.

En resumen, Marte continúa siendo una incógnita, pero en principio sigue pareciendo un objetivo mucho menos prometedor para la búsqueda de vida que otros lugares del Sistema Solar como Europa o Encélado, o incluso Titán (Saturno) o Ganímedes (Júpiter).

En cualquier caso, el argumento final es sin duda el más desolador. Y es que, si alguien espera que de inmediato se prepare una misión para comprobar si hay algo vivo en ese presunto lago marciano, que abandone toda esperanza: los actuales protocolos de protección planetaria, a los que se adhieren organismos como la NASA y la ESA, recomiendan evitar el envío de sondas a enclaves extraterrestres donde los microbios terrícolas polizones podrían contaminar la vida nativa. O sea, que si hay sospecha de vida no pueden enviarse sondas, y si no se envían sondas nunca sabremos si hay vida. Un bonito ejemplo de lo que aquella novela de Joseph Heller acuñó como una trampa 22.

¿Existen los «pilares de la creación» en la nebulosa del Águila?

Lo que ven en esta foto podría no existir:

Los pilares de la creación, imagen tomada por el telescopio espacial Hubble en 2014. Imagen de NASA, ESA y Hubble Heritage Team (STScI/AURA).

Los pilares de la creación, imagen tomada por el telescopio espacial Hubble en 2014. Imagen de NASA, ESA y Hubble Heritage Team (STScI/AURA).

Pero no, no se trata de una manipulación digital como la falsa imagen de las puertas del Cielo que les traje aquí ayer.

En este caso se trata de una fotografía real llamada «los pilares de la creación», una de las más famosas tomadas por el telescopio espacial Hubble. Se obtuvo en 1995 y muestra las nubes de polvo y gas en la nebulosa del Águila, a 7.000 años luz de nosotros, talladas por la luz de las nuevas estrellas hasta formar esos rascacielos cósmicos de 4 años luz. En realidad la que pueden ver arriba es una nueva versión, obtenida por el Hubble en 2014 en homenaje a la imagen original, esta que sigue, y que acompaño con un panorama más amplio de la nebulosa mostrando la ubicación de esta estructura.

Los pilares de la creación, imagen tomada por el telescopio espacial Hubble en 1995. Imagen de NASA, Jeff Hester y Paul Scowen (Arizona State University).

Los pilares de la creación, imagen tomada por el telescopio espacial Hubble en 1995. Imagen de NASA, Jeff Hester y Paul Scowen (Arizona State University).

Imagen del telescopio espacial Spitzer de la nebulosa del Águila, con la ubicación y el detalle de los "pilares de la creación". Imagen de NASA/JPL-Caltech/N. Flagey/MIPSGAL Science Team.

Imagen del telescopio espacial Spitzer de la nebulosa del Águila, con la ubicación y el detalle de los «pilares de la creación». Imagen de NASA/JPL-Caltech/N. Flagey/MIPSGAL Science Team.

Pero lo que ven en estas fotos podría no existir porque quizá fue destruido hace unos 6.000 años. Lo que están viendo es el pasado, una estructura cósmica tal como era hace 7.000 años, el tiempo que ha tardado en llegarnos la luz de la nebulosa a través del universo. En 2007 un equipo de científicos dirigido por el francés Nicolas Flagey analizó las imágenes del Águila tomadas por el telescopio espacial Spitzer, capaz de ver la luz infrarroja que entonces era invisible para el Hubble. Flagey y sus colaboradores observaron lo que parecía una inmensa burbuja de gas y polvo calientes causada por la explosión de una supernova, acercándose a toda velocidad hacia los pilares. Esta burbuja es la masa roja que se observa en la imagen anterior de infrarrojos.

Dado que aquella región es una de las incubadoras de estrellas más activas y mejor estudiadas, los astrónomos consideran que varias de las estrellas masivas formadas cumplen las condiciones para estallar como supernovas, por lo que una hecatombe estelar allí es casi un desastre anunciado.

Según calculaban los investigadores en su estudio, publicado en 2009, las imágenes del Spitzer sugerían que, en aquella foto fija del Águila, a la onda expansiva de la supernova le faltaban unos 1.000 años para arrasar los pilares, por lo que la humanidad tendría que esperar unos 1.000 años para ver cómo aquellas torres quedaban deshilachadas como quien sopla un pompón de diente de león. Pero dado que nuestro retraso en recibir noticias de la nebulosa del Águila es de 7.000 años, esto implicaría que los pilares habrían dejado de existir cuando los humanos aún íbamos por el Neolítico.

Flagey calculaba que la explosión de la supernova se produjo hace entre 8.000 y 9.000 años, lo que significa que el fogonazo de este cataclismo debería haber llegado a la Tierra hace 1.000 o 2.000 años. El astrofísico, por entonces estudiante de doctorado, dijo que había identificado algunos posibles eventos candidatos en las crónicas históricas de la antigua China.

Claro que he comenzado diciendo que los pilares podrían no existir, y no que no existen. Porque no todos los expertos están de acuerdo con Flagey. En el momento de la publicación de su estudio ya hubo alguna opinión que cuestionaba la interpretación de la supernova, alegando que lo observado en las imágenes de infrarrojos podría deberse al calentamiento de la nube por estrellas masivas de la propia estructura, y no a un fenómeno que debería producir una huella de radiación mucho mayor.

Hace unos meses, el astrofísico y divulgador Ethan Siegel publicaba en su blog Starts With a Bang un artículo en el que rebatía la hipótesis de Flagey. Siegel ha analizado las nuevas imágenes tomadas por el Hubble en 2014, las ha comparado con las de 1995 y ha añadido las tomas en infrarrojo aportadas por una nueva cámara de este telescopio, concluyendo que no hay rastro de supernova y que la dinámica de las estructuras de la región se debe exclusivamente a las estrellas presentes.

Así, Siegel considera refutada la teoría de la destrucción de los pilares, que seguirán existiendo durante eras cósmicas hasta que el material de incubación de las estrellas acabe evaporado por la luz de las que ya se han formado. Pero en otro estudio publicado en 2011, Flagey admitía que la hipótesis de la supernova era algo especulativa.

Lo cual simplemente debería advertirnos contra los titulares periodísticos del estilo “los pilares de la creación ya no existen”, tanto como contra los del estilo “los pilares de la creación continúan existiendo”. El periodismo clásico odia los titulares interrogativos tanto como los condicionales. Pero la ciencia siempre está en construcción, y a veces todo lo que tiene son preguntas y condicionales. ¿Existen los pilares de la creación? Podría ser. Y podría ser que no.

La foto del Hubble de las puertas del Cielo: ni Cielo, ni Hubble, ni foto

En este mundo traidor sí hay verdad y mentira, aunque en muchos casos lo segundo parezca lo primero cuando se mira a través de ese cristal que es internet y, sobre todo, las redes sociales. Posiblemente a Ramón de Campoamor le habría costado un rato más rimar esta versión actualizada de su famoso poema que obviamente contradice su visión relativista.

Hoy ningún ámbito informativo se libra de la plaga de las fake news. Tampoco la ciencia. Y en contra de lo que podría parecer, también en este campo las noticias falsas pueden ser peligrosamente tóxicas: un claro ejemplo lo tenemos en los bulos de las pseudomedicinas o de los presuntos riesgos de las vacunas. De hecho, desinformaciones de este tipo pueden contarse entre las más dañinas imaginables, porque no ponen en juego la reputación o la carrera de un político, sino que cuestan vidas.

Hoy traigo un caso mucho más amable e inocuo, que confirma además una regla de las fake news: van y vienen en oleadas recurrentes, sin que los desmentidos como este que estoy escribiendo sirvan en el menor grado para desbancarlas.

En los días pasados me ha llegado por círculos familiares un notición de incalculables proporciones: el telescopio espacial Hubble ha fotografiado en el espacio profundo una increíble estructura que ha dejado estupefactos a los astrónomos de la NASA, y que ciertas fuentes han identificado como las puertas del Cielo; el Cielo con mayúscula. Ese mismo. Esta es la foto:

Imagen retocada digitalmente de la nebulosa Omega o del Cisne. Creación de Adam Ferriss sobre imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Imagen retocada digitalmente de la nebulosa Omega o del Cisne. Creación de Adam Ferriss sobre imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Cuentan que, cuando el cosmonauta Yuri Gagarin regresó de su histórico vuelo espacial, dijo que no había visto a Dios allí arriba. Cuentan, pero no es cierto, ya que no existe ninguna fuente acreditada y fiable de esta presunta anécdota (internet no ha inventado las fake news). Pero no se trata de una cuestión de creencias; de hecho cuentan, y esto sí parece contrastado, que Gagarin bautizó a su hija Yelena poco antes de su viaje. Pero la cuestión es más bien que alguien con la formación, la madurez y el buen juicio de Gagarin nunca habría creído en serio que uno podía darse una vuelta por el espacio y ver por allí a un Dios sentado en un trono flotante; o apuntar un telescopio muy potente a la profundidad del cosmos y divisar las puertas de un Cielo.

Como todos somos víctimas del fondo cultural de nuestra infancia, debo confesar que, más que las puertas del Cielo, el primer vistazo a la foto me sugirió aquel chalecito que Supermán tenía en el polo. Y si se trata de puertas, desde luego que así es como uno podría imaginarse la puerta de Tannhäuser.

De hecho, para los no creyentes en un Dios pero sí en cualquier fake news que se les pone a tiro, la imagen ha circulado también con un pie de foto alternativo según el cual lo mostrado son esculturas cósmicas de hielo en la nebulosa de la Quilla (también llamada Carina).

Pero lo que era de todo punto evidente al primer golpe de vista es que la imagen es falsa. ¿Un castillo de hielo de varios años luz de altura flotando en el espacio? Sencillamente, la naturaleza no funciona así. Y cuando los cazadores de fakes han indagado en el origen de la imagen, han descubierto que no solo es, como cabía esperar, una manipulación digital, sino que nada de lo dicho es cierto: ni astrónomos estupefactos, ni nebulosa de la Quilla, y ni siquiera el telescopio Hubble.

La web sobre leyendas urbanas Snopes.com y el astrónomo Phil Plait, autor del blog Bad Astronomy, se ocuparon de rastrear en detalle el origen de la imagen… hace más de dos años. Y como ya he dicho, de poco sirve que fuentes tan inquisitivas y autorizadas como Plait o Snopes zanjen el asunto; nunca queda zanjado. Los bulos vienen y van, pero siempre vuelven.

Esta es la historia de la imagen. La foto original fue obtenida en 2011 no por el Hubble desde el espacio, sino por el VLT Survey Telescope (VST) del Observatorio Europeo Austral (ESO) en el desierto de Atacama, en Chile. Lo que muestra no es la nebulosa de la Quilla, sino la Omega o del Cisne. Y por supuesto, aunque la imagen es de por sí sobrecogedora, no muestra nada que se parezca a unas presuntas puertas del Cielo o a esculturas cósmicas de hielo. Esta es la foto tomada por el VST:

La nebulosa Omega o del Cisne. Imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

La nebulosa Omega o del Cisne. Imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Y esta es la misma, girada y recortada por Phil Plait para ajustarse al encuadre de la versión manipulada:

La nebulosa Omega o del Cisne. Imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

La nebulosa Omega o del Cisne. Imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Y así llegamos a la versión manipulada:

Imagen retocada digitalmente de la nebulosa Omega o del Cisne. Creación de Adam Ferriss sobre imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Imagen retocada digitalmente de la nebulosa Omega o del Cisne. Creación de Adam Ferriss sobre imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

La modificación es obra del artista digital Adam Ferriss, que aplicó en la parte central un filtro llamado pixel sorting para reordenar los píxeles por columnas en función de su brillo. Al reagrupar los trocitos de la imagen verticalmente por su nivel de luz, el resultado son esas agujas de aspecto sólido. Ferriss nunca pretendió engañar a nadie haciendo creer que la imagen era real, sino que aplica la manipulación digital para crear visiones ficticias.

Lo más curioso es que, según descubrió Plait, las referencias a la NASA, al Hubble y a las esculturas cósmicas de hielo en la nebulosa de la Quilla tienen un origen fidedigno, aunque sin ninguna relación con la imagen anterior. En 2010, la NASA publicó esta otra fotografía de la Quilla obtenida por el Hubble, que muestra cómo la radiación de estrellas masivas empuja sobre las nubes de polvo y gas helado, tallando huecos en la nebulosa. La imagen se publicó bajo el título “esculturas cósmicas de hielo”. Cómo llegó este texto real a mezclarse con la obra de Ferriss, solo internet lo sabe.

La nebulosa de la Quilla o Carina. Imagen de NASA, ESA, and the Hubble Heritage Project (STScI/AURA).

La nebulosa de la Quilla o Carina. Imagen de NASA, ESA, and the Hubble Heritage Project (STScI/AURA).

Una bola de discoteca orbita sobre nuestras cabezas

El riesgo de la grandilocuencia siempre es caer en la pedantería. Pero cuando además nadie comparte tu visión de grandeza, corres el riesgo añadido de caer en el más sonrojante de los ridículos. Cuando el neozelandés Peter Beck decidió poner una estrella artificial en el cielo, lo hizo bajo el discurso de que «durante milenios, los humanos se han concentrado en sus problemas y vidas terrestres. Raramente nos paramos como especie, miramos a las estrellas y tomamos conciencia de nuestra posición en el universo como una mota de polvo dolorosamente minúscula en la grandeza del todo». Pero poco podía imaginar Beck que su grandioso proyecto recibiría calificativos tan afectuosos como «basura», «vandalismo astronómico», «graffiti» o «spam espacial».

Beck es el fundador de Rocket Lab, una compañía aeroespacial que ha desarrollado un cohete ligero para lanzar satélites de pequeño tamaño al espacio. Pero quién sabe cómo, a Beck se le ocurrió emplear su lanzadera para otro fin: poner en órbita una esfera geodésica de un metro de diámetro fabricada en fibra de carbono y con 76 paneles de espejo. Es decir, algo parecido a una bola de discoteca.

El creador de la idea bautizó su bola como Humanity Star, la Estrella de la Humanidad, y la lanzó al espacio el pasado 21 de enero. Según Beck, la bola gira rápidamente reflejando el sol y creando «un flash de luz que puede verse contra un fondo de estrellas». Completa una vuelta a la Tierra cada 90 minutos y será visible desde cualquier lugar del mundo (lógicamente, no al mismo tiempo) como «símbolo brillante y recordatorio para todos aquellos en la Tierra de nuestro frágil lugar en el universo».

Humanity Star. Imagen de Rocket Lab.

Humanity Star. Imagen de Rocket Lab.

Pero a Beck debió de calentársele alguna neurona, y decidió proseguir: «La humanidad es finita y no estaremos aquí para siempre. Y aún a pesar de esta casi inconcebible insignificancia, la humanidad es capaz de grandes y amables cosas cuando nos reconocemos como una especie, responsable de cuidar juntos unos de otros y de nuestro planeta…». No importa en qué lugar del mundo estés, rico o pobre, en conflicto o en paz…». «Espera a que la Estrella de la Humanidad esté sobre ti, lleva al exterior a tus seres queridos para mirar arriba y reflexionar…».

Aquí es donde, si este blog tuviera efectos sonoros, la aguja del tocadiscos saltaría chillando ese clásico «riiiiip». Porque como era de esperar, los astrónomos no solamente no han elevado sus mecheros encendidos, sino que casi han hecho un remake de aquella escena de la lapidación de La vida de Brian. Estos son algunos de sus comentarios en Twitter:

¿Así que estás bloqueando nuestra visión de las estrellas reales y creando contaminación lumínica atmosférica para recordarnos que miremos a las estrellas que no podemos ver en parte gracias a tu estúpido satélite? Buen trabajo.

Wow. Graffiti espacial intencionadamente brillante y a largo plazo. Muchas gracias, Rocket Lab.

Así que el primer acto de Nueva Zelanda como potencia espacial es contaminar el cielo nocturno. Para toda la humanidad. Esta es buena.

Lo único bueno de la Estrella de la Humanidad (también conocida como proyecto neozelandés de polución del cielo nocturno) es que se quemará en nueve meses.

Quizá estén pensando que la operación de Elon Musk y su deportivo espacial es igualmente ridícula. Puede ser, pero a diferencia de Beck, tal vez a Musk le ha salvado el no tratar de revestir su proyecto de grandilocuencia. Al contrario, cultiva una cierta imagen gamberra, como cuando justificó la elección de la carga de su cohete diciendo que cualquier otra opción habría sido «aburrida». En el fondo, lo cierto es que Musk no tenía ninguna garantía de que el cohete despegara sin volar en mil pedazos, y aprovechar el primer lanzamiento del Falcon Heavy para transportar una misión científica habría sido demasiado arriesgado.

Conviene aclarar que no todos los comentarios sobre la Humanity Star han sido negativos; buena parte del público en general ha acogido la iniciativa con agrado, pero es evidente que Beck no se ha ganado el aplauso de los astrónomos, lo cual por otra parte él ya debía de tener previsto. En el fondo, y con un presupuesto infinitamente menor que el de Musk, Beck ha conseguido algo de publicidad extra para su compañía.

Por cierto y por si les interesa verla, ya que está ahí arriba, el localizador de la web del proyecto me informa hoy de que en mi posición (cerca de Madrid) «la Humanity Star tiene la mejor oportunidad de visibilidad dentro de 17 días. Durará unos 4 minutos. Un horario más preciso estará disponible 3 días antes del paso previsto». Así que volveremos a consultarlo dentro de un par de semanas. Y si les apetece, vayan preparando el disfraz de Tony Manero.