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El objeto interestelar ‘Oumuamua no parece ser una nave alienígena

Si algún día un destructor imperial decidiera dejarse caer por nuestro Sistema Solar, ¿cómo lo reconoceríamos?

En primer lugar, los telescopios descubrirían un objeto inédito en la pantalla del firmamento. Las observaciones permitirían estimar su tamaño, pero sin la suficiente resolución como para poder determinar su aspecto detallado. Después, los cálculos mostrarían que su trayectoria y velocidad no se corresponden con las de un objeto en órbita alrededor del Sol o de otro cuerpo del sistema, lo que sugeriría que no se trata de un asteroide al uso. Tampoco se detectaría la coma típica de los cometas, e incluso tal vez los datos indicarían que su forma no es la habitual más o menos redondeada de un asteroide, sino una más extraña; por ejemplo, fina y alargada.

Así es precisamente la historia que arrancó el 19 de octubre de 2017, cuando el telescopio Pan-STARRS 1 de Hawái descubrió un objeto que pronto se reveló como algo fuera de lo común. Reuniendo las observaciones de otros telescopios, los astrónomos concluyeron que estaban ante el primer objeto interestelar jamás confirmado, un viajero procedente de fuera del Sistema Solar que casualmente atraviesa nuestro vecindario cósmico.

Para su nominación formal se inauguró una nueva categoría de objetos designados con la letra I, de «interestelar»: 1I/2017 U1. Para su nombre común se recurrió a la lengua hawaiana: ‘Oumuamua viene a significar algo así como «el primer mensajero de la lejanía». Los detalles se publicaron en la revista Nature en diciembre de 2017. Respecto a su extraña forma alargada, los investigadores escribían: «Ningún objeto conocido en el Sistema Solar tiene dimensiones tan extremas».

A la izquierda, ilustración de 'Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

A la izquierda, ilustración de ‘Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

La historia tiene un ilustre precedente en la ficción. Más o menos de este mismo modo comenzaba Cita con Rama, publicada por Arthur C. Clarke en 1973. En la novela, lo que inicialmente se detectaba como un asteroide resultaba ser una nave alienígena de forma cilíndrica. Con estos antecedentes, ¿cómo no pensar en la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser en realidad un objeto de fabricación artificial?

Esta posibilidad movilizó a los investigadores que trabajan en proyectos SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. En diciembre de 2017 el proyecto Breakthrough Listen, liderado por el magnate ruso Yuri Milner, anunció que se disponía a utilizar el observatorio de Green Bank, el lugar donde comenzó la exploración SETI en 1960, para tratar de captar alguna señal de radio procedente de ‘Oumuamua. Así lo anunciaban:

Los investigadores que trabajan en el transporte espacial a larga distancia han sugerido previamente que una forma de aguja o de cigarro es la arquitectura más probable para una nave interestelar, ya que minimizaría la fricción y el daño debido al gas y el polvo interestelar. Aunque un origen natural es lo más probable, actualmente no hay consenso sobre cuál puede ser ese origen, y Breakthrough Listen está bien posicionado para explorar la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser un artefacto.

Pero como era de temer, el rastreo terminó con las manos vacías. En enero los investigadores de Breakthrough Listen comunicaron sus conclusiones: si ‘Oumuamua emitía alguna señal de radio, debía ser con una potencia inferior a 0,08 vatios, lo cual sería 3.000 veces más débil que la emisión de la sonda de la NASA Dawn, como ejemplo elegido.

Pese a los resultados negativos del Breakthrough Listen, el Instituto SETI, en California, emprendió su propia búsqueda utilizando su instalación dedicada, la matriz de telescopios Allen. Los investigadores del SETI se apoyaban además en un intrigante estudio publicado el mes pasado por dos astrofísicos de Harvard, según el cual ‘Oumamua podía ser un objeto artificial. De acuerdo con los autores, la ligera aceleración inesperada del presunto asteroide sugería que podía tratarse de una nave impulsada por una vela solar. Los científicos aventuraban también que la trayectoria de ‘Oumuamua es demasiado rara para ser un objeto errante, y que en cambio se explicaría más fácilmente si alguien lo hubiera enviado intencionadamente a nuestro Sistema Solar.

Pero una vez más, la realidad ha pinchado el globo: esta semana el Instituto SETI ha informado del fracaso en la búsqueda de señales de radio. Según ha declarado Gerry Harp, el director del estudio: «No hemos encontrado tales emisiones, a pesar de una búsqueda muy sensible. Aunque nuestras observaciones no descartan de forma concluyente un origen no natural para ‘Oumuamua, son datos importantes de cara a evaluar su posible composición». El estudio completo se publicará el próximo febrero.

Por el momento, la cita con Rama deberá seguir esperando.

No se han detectado señales de vida inteligente en TRAPPIST-1

No, no es que los resultados hayan llegado de ayer a hoy. Verán, les explico: la estrella TRAPPIST-1 no ha debutado en este nuevo estudio que ha resonado esta semana por todos los rincones del planeta. Los responsables del trabajo, de la Universidad de Lieja, ya publicaron en mayo de 2016 el hallazgo de tres planetas orbitando en torno a aquel astro, pero han sido observaciones posteriores más precisas las que han desdoblado el tercer planeta en tres y han descubierto dos más, elevando el total a siete, que es lo nuevo publicado ahora.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de ESO/N. Bartmann/spaceengine.org.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de ESO/N. Bartmann/spaceengine.org.

Pero tal vez conviene aclarar que los científicos no acaban de proponer por primera vez el potencial para la vida de las estrellas enanas. De hecho, también orbita en torno a una enana roja Proxima b, el exoplaneta más cercano conocido hasta ahora, que también es el exoplaneta habitable más cercano conocido hasta ahora, cuyo hallazgo es obra del catalán Guillem Anglada-Escudé (declarado por ello uno de los diez científicos estelares de 2016 por la revista Nature) y que sin embargo no recibió tanto bombo y platillo como TRAPPIST-1, a pesar de que su distancia a nosotros es casi diez veces menor. Pero claro, en aquel caso no participó la NASA con su poderosa maquinaria mediática.

Hay alguien que ya desde antes creía en las estrellas enanas frías como las candidatas más prometedoras para albergar vida: se trata de Seth Shostak, director del proyecto SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) del Instituto SETI en California. Los científicos SETI apuntan radiotelescopios a multitud de coordenadas precisas en el cielo para tratar de detectar alguna señal de radio que pueda revelar un origen inteligente. Y Shostak lleva tiempo enfrascado en un proyecto de escucha de 20.000 estrellas enanas.

Una de esas estrellas fue TRAPPIST-1, antes de los nuevos resultados del equipo belga. A efectos de SETI, no importa que la estrella tenga tres planetas o siete, o que ni siquiera se conozca si posee alguno; los científicos SETI se saltan este paso y directamente ponen el oído en busca de posibles señales de origen no natural.

Y las noticias no son buenas. En un artículo en la web del Instituto SETI, Shostak escribe: «El Instituto SETI utilizó el año pasado su Matriz de Telescopios Allen para observar los alrededores de TRAPPIST-1, escaneando a través de 10.000 millones de canales de radio en busca de señales. No se detectó ninguna transmisión, aunque preparamos nuevas observaciones».

Por supuesto, los resultados no excluyen por completo la existencia de vida allí, ni siquiera de vida inteligente. Aunque, como comenté ayer, y simplemente desde el punto de vista biológico, esto último es más bien improbable, algo que tal vez no se ha explicado lo suficiente. En un artículo publicado por la NASA como seguimiento de la noticia de los nuevos planetas, se daba por fin voz a una astrobióloga, Victoria Meadows, del Instituto de Astrobiología de la NASA. Meadows sopesaba las posibles condiciones de aptitud para la vida del sistema TRAPPIST-1, pero después de exponer los pros y contras, terminaba aclarando: «aquí estoy hablando solo de moho». En otras palabras: la astrobióloga no se planteaba ni como posibilidad remota la existencia de vida inteligente en aquella estrella.

Por el momento, solo nos queda seguir esperando. Pero al menos estaremos entretenidos: ya se han escrito dos relatos, un poema y un cómic sobre TRAPPIST-1.

Se busca vida en 20.000 estrellas

A veces sucede que crees en una hipótesis porque te resulta la más razonable, pero no te gusta lo más mínimo. Esto tiene una gran ventaja: siempre ganas. Si la hipótesis resulta correcta, ganas porque estabas en lo cierto. Y si no, también ganas porque en realidad te gustaba más la hipótesis contraria.

Esto es lo que le ocurre a un servidor con la vida alienígena. Me encantaría que existiera, pero no lo creo probable. O al menos, no esa vida con la que podamos sentarnos a tomar un café, o un lo que sea que tomaran ellos, para contarnos nuestras cosas. Como conté ayer a propósito de la endosimbiosis, cuando uno repasa la larga historia evolutiva y comprueba que en lo poco que conocemos de ella hay infinidad de esos desvíos afortunados de los que hablaba, es difícil creer que en el universo pueda repetirse la carambola de casi infinitos sucesos que puede llevar hasta la aparición de vida inteligente, igualmente probables a los que no llevan a ella (y muchos de ellos tal vez igual de óptimos desde el punto de vista de la selección natural).

La matriz de telescopios Allen (ATA), en el radioobservatorio de Hat Creek, en California. Imagen de Seth Shostak.

La matriz de telescopios Allen (ATA), en el radioobservatorio de Hat Creek, en California. Imagen de Seth Shostak.

Debo introducir aquí una matización, y es que a veces uno se traiciona a sí mismo por escribir con prisas. Al releer mi artículo de ayer sobre la endosimbiosis, me he percatado de que tal vez he mezclado churras con merinas. Lo cierto es que una cosa es la vida, y otra la vida inteligente. Lo primero no es tan imposible como tal vez daba a entender en aquel artículo. Sí, es posible que en Titán pudieran existir bacterias metanotrofas, o que el océano de Europa pudiera albergar organismos simples quimioautótrofos.

Pero algo muy diferente es la vida inteligente, que requiere de una organización mucho más compleja y una bioquímica óptima. La ciencia ficción ha jugado con muchas bioquímicas alternativas, algunas extremadamente aberrantes y muy interesantes como experimentos mentales. Pero en general no parecen viables, incluyendo la alternativa más popular, la bioquímica del silicio. Pensar en la bioquímica del carbono y establecer el rango de habitabilidad planetaria según parámetros terrestres no es pensamiento terracéntrico, como alegan algunos defensores de la vida omnipresente, sino pensamiento estrictamente científico: como las de la física, las leyes de la biología con las mismas para todo el universo, y por desgracia nadie ha podido simular una bioquímica que funcione tan óptimamente como la del carbono, ni en nuestras condiciones de vida ni en otras muy diferentes.

A veces se tuerce también la interpretación del principio antrópico. Esta idea sostiene que cualquier explicación de la historia del universo debe conducir hasta nosotros, dado que estamos aquí. Pero cuando se aplica a la biología, existe el peligro de caer en el error de pensar que la aparición del ser humano fue producto de la necesidad, y no del azar. Aclaremos que la Tierra no nos necesitaba, y por tanto completar todo ese recorrido no era ni mucho menos inevitable. Como conté hace unos meses en un reportaje, fue el biólogo y filósofo francés Jacques Monod quien hace casi medio siglo se dio cuenta de esto.

Por explicarlo de un modo gráfico, imaginen uno de esos laberintos que las hamburgueserías imprimen en los mantelitos de papel para que los niños se entretengan. Pero ahora multipliquen la extensión del laberinto por, no sé, ¿miles de millones? El comienzo del laberinto es el origen de la Tierra, y la salida somos nosotros, o algo más o menos parecido a nosotros.

Ahora imaginen que ponemos a miles de monos a tratar de resolver el laberinto. ¿Cuántos lo lograrán? Sabemos que uno lo hizo, dado que estamos aquí. Pero incluso en el planteamiento optimista de que, con todo el tiempo del mundo, todos ellos lo lograrían (la hipótesis de la vida omnipresente), el problema es que los monos no tienen todo el tiempo del mundo, porque llega un día en que se mueren. ¿Cuántos monos conseguirán resolver el laberinto antes de morir?

Pero dado que me encantaría estar equivocado, sigo con avidez los intentos de SETI, la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. Y el Instituto SETI acaba de anunciar un nuevo proyecto de los que podrían por fin destapar algo, si es que hay algo que destapar. Durante los próximos dos años, sus radiotelescopios buscarán vida inteligente en las 20.000 estrellas enanas rojas más cercanas.

Tres cuartas partes de todas las estrellas existentes son enanas rojas, lo que las convierte en las más abundantes del universo. De cara a la posibilidad de vida, tienen la ventaja de que son muy longevas, más que las estrellas tipo Sol. Es decir, que muchas de ellas han tenido más tiempo para incubar algo vivo. Y una gran proporción de las descubiertas hasta ahora tienen planetas en su zona habitable, esa de Ricitos de Oro, ni la sopa demasiado caliente, ni demasiado fría. Por todo ello, hace unos meses Seth Shostak, el jefe del proyecto SETI en el Instituto SETI, me contaba que las enanas rojas son sus favoritas para la búsqueda de vida, aunque siempre han sido las «estrellas olvidadas».

Los científicos del SETI van a seleccionar 20.000 de entre un catálogo de 70.000 estrellas enanas rojas recopiladas por el astrónomo de la Universidad de Boston Andrew West, y entonces comenzarán la búsqueda de posibles señales de radio utilizando el conjunto de telescopios Allen, en California. El rastreo va a cubrir varias frecuencias en una banda bastante ancha de las microondas, entre 1 y 10 gigahercios, incluyendo ese agujero mágico de entre 1,42 y 1,66 gigahercios en el que se sitúa la emisión de los componentes del agua, y en el que los astrónomos esperan encontrar una especie de «¡hola!» universal.

Ojalá tengan suerte. Muchos en esta roca mojada estamos deseando tragarnos nuestro escepticismo.

Sin noticias de la estrella KIC 8462852: no llaman, no escriben…

El rastreo de posibles señales de vida inteligente en la misteriosa estrella KIC 8462852 no ha encontrado nada. Ni saludos, ni signos de que alguien allí esté empleando sistemas de transporte avanzados que dejen una huella electromagnética detectable desde la Tierra.

Marvin el marciano. Imagen de Warner Bros.

Marvin el marciano. Imagen de Warner Bros.

La estrella, a la que los astrónomos llaman coloquialmente Estrella de Tabby (por Tabetha Boyajian, responsable del hallazgo) o WTF (por Where’s the Flux, «dónde está el flujo», o también por What the Fuck, «pero qué coño»), ha estado en boca de científicos, ufólogos, periodistas de ciencia y curiosos en general debido a su comportamiento aberrante, nunca antes observado. Los datos del telescopio espacial Kepler mostraron que la luz de la estrella se atenúa periódicamente hasta en un 20% (más información aquí). Aunque esto probablemente se deberá a un fenómeno natural inédito, qué mejor ocasión para fantasear con la posibilidad de que una supercivilización superinteligente y supertecnológica ha creado una superestructura alrededor de su estrella para recolectar su energía.

Ya, ya; la idea resultará estrafalaria a quien la oiga por primera vez, pero lo cierto es que estas megaestructuras hipotéticas fueron propuestas formalmente por el prestigioso físico Freeman Dyson, y durante décadas han formado parte de las teorías sobre la posible evolución de civilizaciones tecnológicas como, por ejemplo, la nuestra. Según su configuración, se conocen como anillos de Dyson, esferas de Dyson, o enjambres de Dyson si se trata de una masa de pequeños artefactos móviles.

Este último caso fue el que se imaginó para KIC 8462852. Una civilización semejante, con un dominio de su estrella, dispondría de la energía suficiente para emitir señales de radio con una potencia que en la Tierra ni podríamos soñar. Así que los investigadores del Instituto SETI (siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) en Mountain View, California, orientaron hacia la estrella el complejo de 42 antenas de la matriz de telescopios Allen (ATA).

La escucha ha ocupado la segunda quincena de octubre. Los científicos han buscado señales de frecuencia muy alta, entre 1 y 10 gigahercios, en el rango de las microondas, y tanto en banda estrecha –como se haría si se enviara una comunicación deliberada en una dirección– como en banda ancha –para buscar señales en todas direcciones procedentes de tecnología empleada en la propulsión de naves–.

Pero según detallan los investigadores en un estudio disponible en la web de prepublicaciones arXiv, sin éxito. Lo que se puede concluir es que hace 1.500 años (la estrella se encuentra a unos 1.500 años luz de nosotros) no había allí nadie transmitiendo una señal en todas direcciones como mínimo 100 veces más potente que la de los mayores transmisores terrestres, para la banda estrecha, o diez millones de veces, para la banda ancha.

La buena noticia es que estos límites son altos, porque la estrella está muy lejos y el ATA no puede ofrecer una sensibilidad con un umbral más bajo. La mala noticia es que, según los autores, si la señal se orientara hacia nuestra parte de la galaxia, la energía necesaria sería mucho menor.

La buena noticia es que no tendrían por qué transmitir hacia nosotros, dado que no saben que estamos aquí; las señales que recibimos ahora son de hace 1.500 años, y en caso de que ellos hubiesen detectado la Tierra como un posible planeta habitable, habrían recogido la luz de nuestro Sol de otros 1.500 años antes, lo que hace un total de 3.000 años. Sobre el año 1.000 a. C., por aquí estábamos muy ocupados disfrutando de nuestra última innovación tecnológica: el hierro.

Pero la mala noticia es que una civilización con un enjambre de Dyson tendría a su disposición los aproximadamente 1.000 cuatrillones de vatios de su estrella (10^27); serían como esos tuneros que abren el maletero y ponen música a toda la comarca.

Finalmente, la buena noticia, o más bien el único consuelo, es que los investigadores del SETI no se dan por vencidos y continuarán vigilando la estrella WTF. Y que, esperemos que más pronto que tarde, otros científicos descubrirán cuál es el fenómeno (natural) que está tapando parte de la luz de la estrella, y seguro que se tratará de un sorprendente hallazgo astronómico. Pero por el momento, ET sigue sin llamar, lo que por desgracia es otro punto más para quienes defienden la hipótesis pesimista de que tal vez no haya nadie más ahí fuera.

Como consuelo, para este domingo les dejo aquí la historia sobre el hombre de las estrellas que envía su mensaje por radio a la Tierra: Starman, del gran David Bowie.

Tres razones para creer que hay vida extraterrestre inteligente

En teoría (recalco: en teoría), la ciencia de hoy funciona mayoritariamente de acuerdo al método que definió un austríaco de mente preclara llamado Karl Popper. Antes de Popper, lo que se llevaba en ciencia era el positivismo: usted define una hipótesis, y luego se encierra en el laboratorio a demostrar que es cierta. Popper, entre cuyas virtudes figura también el haber sido antinacionalista cuando ser antinacionalista le podía costar a uno la vida, le dio la vuelta a la tortilla de la filosofía de la ciencia, estableciendo que el trabajo de un científico no consiste en confirmar hipótesis, sino en refutarlas. Una proposición solo es científica, decía Popper, si se puede demostrar que es falsa mediante la experimentación. Si los experimentos no rebaten la hipótesis, no implica que esta sea cierta, sino solo que seguirá siendo provisionalmente válida mientras no se produzca esa falsación.

En la práctica, el día a día de la ciencia difícilmente puede ser cien por cien popperiano: sería arduo para cualquier científico conseguir financiación para un proyecto cuyo resultado ideal es refutar una hipótesis. Es cierto que las formas se respetan; cuando un investigador redacta un estudio, nunca escribe «nuestros resultados demuestran», sino «nuestros resultados sugieren». Y en teoría (insisto: en teoría), toda conclusión publicada puede luego ser rebatida por posteriores estudios. Pero de puertas adentro, lo que intenta cualquier investigador es demostrar su hipótesis. Es natural que un científico crea en la verdad de aquello que constituye el objeto de su investigación. Incluso los llamados debunkers, los que investigan fenómenos paranormales desde la posición escéptica, son en realidad positivistas, ya que tratan de encontrar una explicación natural en la que previamente creen.

Hay un caso peculiar, un campo de investigación que resulta popperianamente fronterizo: el estudio de la vida extraterrestre. Dentro de él se ubica una rama de la ciencia llamada astrobiología, el estudio de la vida extraterrestre desde el punto de vista biológico. Lo peculiar es que, sin haberse encontrado aún ningún rastro de seres vivos fuera de la Tierra, no hay pruebas de que la astrobiología tenga razón de ser. Parece natural que la ciencia estudie aquello de cuya existencia tenemos constancia, pero al contrario que otras disciplinas, la astrobiología se basa en una creencia, la fe extendida entre los humanos de que hay algo vivo por ahí fuera. Incluso la necesidad de pensar que no estamos solos. Y dado que la ausencia de prueba no es prueba de ausencia, es imposible refutar la existencia de vida extraterrestre. En otras palabras: desde el enfoque de Popper, el estudio de la vida extraterrestre tiene difícil encaje como proposición científica.

Es por eso que los astrobiólogos pisan hielo delgado, siempre cuestionados por quienes consideran estas investigaciones una pérdida de tiempo y dinero. Y también es por eso que los programas SETI (siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), que consisten básicamente en encender la radio y escuchar si hay alguien por ahí fuera emitiendo, vienen financiándose con fondos privados desde hace décadas. Y aún más, es por eso que el 30º aniversario del Instituto SETI, que se celebra esta semana, representa el triunfo contra viento y marea de una institución científica de alto nivel que ha aportado grandes avances a la ciencia y a la exploración espacial, pero que aún mantiene entre sus objetivos esa esperanza incomprendida por muchos de que algún día la radio sintonice la onda alienígena.

La matriz de telescopios Allen (ATA), en el radioobservatorio de Hat Creek, en California. Imagen de Seth Shostak.

La matriz de telescopios Allen (ATA), en el radioobservatorio de Hat Creek, en California. Imagen de Seth Shostak.

«Obviamente me dedico a la astrobiología porque de alguna forma creo que debe haber vida ahí fuera», señala el astrobiólogo español Alfonso Dávila, uno de los investigadores principales del instituto privado y sin ánimo de lucro que nacía el 20 de noviembre de 1984 en Mountain View, California (EE. UU.). Dávila reconoce que en su hipótesis de partida hay una «deformación profesional». «No conozco ningún astrobiólogo que intente demostrar que no existen otras formas de vida en el universo», prosigue. Pero el investigador subraya cómo la astrobiología ha sido esencial en el conocimiento de nuestra propia biología doméstica, como en el caso de los microorganismos que viven en ambientes extremos, y en el estudio de la bioquímica existente en otros cuerpos celestes. «Alcanzar la meta (encontrar vida) es hasta cierto punto lo de menos, lo que importa es el camino», aclara Dávila. «A los que piensan que no existe vida más allá de la Tierra (por lo general se piensa en vida inteligente) les diría que no se dejen amedrentar por la oscuridad de un Universo estéril. Que no repudien los esfuerzos de aquellos que opinan lo contrario. Al final, todos nos vamos a beneficiar de lo que aprendamos», concluye el astrobiólogo.

Pero si la astrobiología ha contribuido a la ciencia de las cosas cuya existencia nos consta, el Instituto SETI también mantiene un conjunto de 42 antenas dedicadas a la búsqueda de las hasta ahora esquivas señales de inteligencia extraterrestre. Dado que la Matriz de Telescopios Allen (ATA, por sus siglas en inglés) es una instalación costeada con financiación privada –toma su nombre de su principal mecenas, el cofundador de Microsoft Paul Allen–, nadie puede objetar a un gasto que hasta hoy ha sido infructuoso. Aun así, interesa saber el motivo por el que, pese a las décadas de silencio, todavía deberíamos confiar en que al final de ese túnel cósmico haya algo diferente de… nada. Se lo he preguntado a David Black, presidente y consejero delegado del Instituto SETI, y me ha dado no una razón, sino tres:

Primera:

«En las pasadas dos o tres décadas hemos encontrado pruebas de vida en este planeta prosperando en lugares donde nadie habría imaginado hace 50 años. Estos extremófilos, como se conocen, son ejemplos vivos de cómo la vida podría existir en otros planetas, así que sabemos que la vida no necesita un Jardín del Edén».

Segunda:

«Hay múltiples especies en este planeta que son inteligentes de acuerdo a cualquier medida; muchas tienen lenguajes complejos y significativos que emplean para comunicarse. El hecho de que seamos la única de ellas que ha ascendido hasta un estado tecnológico no implica que, de no haber estado nosotros aquí, otra forma de vida hubiera podido finalmente hacer lo mismo».

Tercera:

«Hace 30 años teníamos razones para creer que habría planetas alrededor de otras estrellas, pero no había pruebas de ello (como hoy sucede con las señales de inteligencia extraterrestre). Todo eso ha cambiado en 20 años, sobre todo en los últimos cinco a siete años con los resultados del telescopio espacial Kepler«.

Resumiendo, según Black…

«Tomado todo ello en conjunto, hoy sabemos que existe una multitud de planetas, muchos de ellos con condiciones apropiadas para la vida tal como la conocemos; tenemos abundantes pruebas de que la vida puede existir en un rango increíblemente amplio de condiciones; y tenemos pruebas de que en este planeta existen múltiples formas de especies inteligentes».

Y su conclusión…

«No se requiere un gran salto de lógica (¿fe?) para extrapolar y decir que es probable que existan especies de vida inteligente, quizá tecnológica, en planetas que giran en torno a otras estrellas».