No es algo que yo haya oído jamás y espero no tener que oírlo nunca. De hecho, ojalá nadie nunca tuviera que enfrentarse a un anuncio semejante, tenga o no hijos, sea cual sea su edad.
No es algo que haya oído, pero temí tener que escucharlo. Me noté por aquel entonces, cuando mis hijos tenían cuatro y ocho años, una zona dura en el pecho izquierdo; no tardé en acudir al médico. Inmediatamente me derivaron para hacer una ecografía y luego una mamografía. Solo mi marido sabía lo que pasaba, algo que creo común en esa fase de dudas y temores iniciales. No queremos preocupar a los demás, a los que queremos y nos quieren.
En mi caso las noticias fueron finalmente buenas. No había nada de lo que preocuparse. Los días que no estaba claro, lo que más ocupaba mi mente en los demás: mis hijos, mi marido, mis padres, los míos en definitiva. Ese pensar en el otro me consta que también está muy presente en aquellos que han escuchado ese temido «tienes cáncer».
En alguna ocasión me he escuchado recomendando «ahora tienes que ser un poco egoísta, tienes que pensar en ti mismo y en lo que te haga estar bien». Como suele pasar en estos casos, más fácil aconsejar que llevar a cabo.
Casi al mismo tiempo que yo tuve la fortuna de escuchar «no tienes nada», Leyre Contreras oía «tienes cáncer». Como yo, tenía entonces treintaymuchos años y dos niños. Ahora tiene un libro y muchas ganas de compartir su experiencia para ayudar a otros, para que al menos se sientan acompañados.
Con ella os dejo.
Soy Leyre Contreras, mujer y madre de dos hijos. En octubre 2014 note un bulto en mi pecho, el día 21 de enero 2015 recogía los resultados de la punción. En aquel sobre ponía “compatible con carcinoma”. Fui diagnosticada de cáncer de mama, triple negativo, a la edad de 38 años
En ese momento, tu vida cambia en ‘cero coma’. Te surgen infinidad de preguntas para las que no tienes respuesta. Y la palabra cáncer es la que más veces viene a tu cabeza y lo que la acompaña no es muy alentador, porque la palabra Cáncer significa muchas cosas a partes iguales: muerte, miedo, incertidumbre, quimioterapia, radioterapia, cirugía, sufrimiento… todo ello aderezado con emociones que a duras penas era capaz de gestionar: angustia, ansiedad, llanto, insomnio, falta de apetito…
La primera fase que atraviesas es la de negación, cuando recogí el sobre pensé que se habían equivocado, pero te das cuenta de que no es un error. Simplemente, no quieres ese sobre, no quieres ese diagnóstico, no quieres tener un cáncer con 38 años. Aparentemente yo no había comprado “papeletas”, nunca había fumado ni bebido, comía sano o eso creía, había hecho deporte y no podía evitar preguntarme ¿Por qué yo? Era una pregunta sin respuesta.
La siguiente es de rabia y enfado, en mi caso, conmigo misma porque pensaba que a lo mejor lo podía haber evitado, y con el mundo, porque lo consideraba injusto. Las lágrimas brotaban en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. La principal angustia y ansiedad venia cuando pensaba que morirme era un escenario probable y que no podría acompañar a mis hijos en su andar por la vida, que en ese momento tenían 8 y 9 años.
Por último, llegó la aceptación. Aceptar que tenía un cáncer de mama y decidir cuál iba a ser mi actitud y mi forma de relacionarme con la enfermedad. Decidí que el cáncer iba a vivir conmigo, y no yo con él. Iba a intentar dar continuidad a mi VIDA, intentando mantener mi actividad en la medida de lo posible. Decidí que mi trabajo ese año iba a ser curarme. Puse mi plan de acción en marcha. Ser una paciente activa y currarme tres pilares: dieta, cuerpo y mente. Descubrí que comer sano era ir un paso más allá respecto a lo que hacía. Me apunté a yoga, me permitía trabajar el cuerpo y la mente. Seguí subiendo a la sierra de Madrid a hacer caminatas, muchas veces con falta de oxígeno y a paso lento. Cada pequeño reto que me proponía y conseguía, me daba fuerza mental, y me decía: “Si puedo con esto, puedo con lo siguiente”.
Mis dos hijos fueron mi mayor motivación, y siempre digo que mi mejor medicina. Comparto con vosotras un fragmento del libro Amor, Valor y Sonrisas. Mi proceso personal ante el cáncer, esta conversación tuvo lugar después de haberles dicho que tenía un bultito que a los médicos no les gustaba. “Tuvieron que pasar quince días más para que un día, estando en un parque jugando, el mayor me preguntara:
—Mamá, pero ¿tienes cáncer?
—¿Quieres conocer el nombre y apellidos de la enfermedad?
—Sí, mamá, quiero. —Entonces pregunté al pequeño, que confirmó que también quería poner nombre y apellidos a la enfermedad. Mi respuesta fue:
—Sí, tengo cáncer
—¿Y te vas a morir?
—Claro, como todo el mundo, pero todavía no. Además, “bicho malo nunca muere”.
—Mamá, no digas eso que entonces te mueres mañana.
Y entonces recordé la frase de mi querida abogada y amiga, Paloma. Y les dije:
—¿Vosotros tenéis comprado el derecho a la vida?
—¿Qué es eso mamá? —preguntaron los dos.
—¿Vosotros me garantizáis que, cuando salgáis del colegio, no os va a pillar un autobús o que, cuando vais con los abuelos algún día en el coche, no vais a tener un accidente?
—No, mamá, eso no lo podemos saber.
—Claro, pues por eso, como ninguno de nosotros sabemos cuándo nos vamos a morir, vamos a disfrutar cada día de la vida.
Sorprendentemente, nunca más me preguntaron si me iba a morir. Mis hijos han sido mi gran medicina y mi gran motivación este año. Quería que tuvieran la mejor versión de mí misma por muchos años, no les podía fallar. Iba a hacer todo lo posible y lo imposible por salir de ésta.
Soy consciente de que hay personas que eligen no contarles a sus hijos que están enfermos. Mi más sincero respeto a la decisión individual de cada padre o madre para con sus hijos. Siempre digo que todos los padres hacemos lo que consideramos mejor para ellos. Yo decidí contárselo después de buscar información en la página de la Asociación Española Contra el Cáncer y consultarlo con la psico-oncóloga del hospital. La experiencia de compartir la enfermedad con mis hijos ha sido gratificante, me quedo con todo lo bueno, y esto no quiere decir que no haya habido momentos duros. Me siento afortunada por haber recibido el apoyo incondicional de mis dos hijos y que me hayan expresado su deseo de estar a mi lado, igual que lo estoy yo cuando ellos lo pasan mal.”
Durante el año de tratamiento, hubo altibajos. Momentos de estar muy cansada física y mentalmente, de desear que las horas volaran y de que llegara el final de la yincana como yo he llamado a todo el proceso, porque no me libré de nada (quimioterapia de dos tipos, dos cirugías y radioterapia). También celebré cada pequeño éxito, y el final de cada etapa.
Al finalizar el tratamiento, sentí alegría, pero también miedo. Reía y lloraba en la misma proporción. Era un cóctel de emociones. Tomé perspectiva de todo lo que había pasado, y agradecí seguir de baja un tiempo más después de la última sesión de radioterapia, para recuperarme, tanto física como anímicamente. Poco a poco, fui recuperando la normalidad.
Mis hijos me sorprendieron para bien, como casi siempre hacen los niños. Creo que esta experiencia supuso para ellos un aprendizaje: verbalizamos emociones, vieron como afrontar un problema, desarrollaron la empatía, se dieron cuenta que la estética es un envoltorio (“mamá, estas guapa calvita” me decían), entendieron que a veces nos pasan cosas que no elegimos, pero que la actitud si depende de nosotros, también supieron que cada persona lo vive de una forma diferente y que no debemos juzgar a quienes hacen “diferente”…
Fotografía: Nacho Gutiérrez
Han pasado ya más de dos años desde el fin del tratamiento. Las revisiones son fundamentales, nos siguen de cerca, y se agradece. Cuando el miedo llama a mi puerta, le doy poca conversación, recibo el pensamiento amablemente y lo dejo marchar. Tener un cáncer a los 38 años no estaba en mis planes. Me quedo con todo lo bueno, que ha sido mucho. Doy gracias cada día porque la VIDA es un regalo. Sigo disfrutando con y de mis seres queridos de diez minutos en diez minutos y cuando llegan los obstáculos, aplico la mejor fórmula que he encontrado “AMOR, VALOR Y SONRISAS”.
El libro #amorvalorysonrisas, es un sueño hecho realidad, podéis leer el primer capítulo en www.leyrecontreras.es. El libro lleva 1€ solidario a favor de Fundación Aladina. Mi objetivo es que las personas sanas cuando lo lean se lleven algo bueno de mi experiencia sin tener que vivir el cáncer en primera persona y si además ayuda a los que están afrontando el proceso o viviéndolo cerca con algún familiar o amigo, doblemente feliz. Que me escriban los lectores y me dan las gracias porque se han llevado algo bueno tras su lectura, no tiene precio.
Podeis seguirme en Facebook @amorvalorysonrisas