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‘Ring Fit Adventure’, un videojuego con el que combatir el sedentarismo

La gente suele olvidar al criticar los hábitos de niños y mayores que en los móviles y tablets se puede estar leyendo o aprendiendo idiomas, no solo inmersos en youtube, plataformas de streaming, juegos o redes sociales. Igual que olvidan que hay videojuegos que no son precisamente para estar sentados, con los que se camina, salta o baila, incluso se suda y mucho.

Ring fit Adventure para Nintendo Switch que sale hoy a la venta es uno de ellos, probablemente el más interesante que yo haya visto hasta la fecha en este sentido junto a Pokémon Go, aunque este último juega en otra liga muy distinta, la de los móviles y los paseos.

Se trata de una aventura con la que Nintendo pretende atraer a los jugones de la casa al juego menos sedentario que tiene en el catálogo. Una aventura en la que superar escenarios y derrotar enemigos, con su historia detrás y una estética de lo nintendera (ese malvado dragón culturista bien podría ser enemigo de Mario), pero en la que se avanza corriendo, saltando, haciendo yoga y distintos tipos de ejercicio. Los mandos no se pulsan, un joycom se ajusta con una banda al muslo izquierdo y el otro se pone en el aro o Ring Con, que es el auténtico corazón del juego.

El aro, claramente inspirado en los aros de pilares, es flexible y a la vez resistente, dotado de tecnología con la que poder ajustar el ejercicio que haremos al apretarlo o estirarlo con brazos o piernas. Un aro con el que también podremos correr, girar el tronco, saltar… Al tiempo que avanzamos o peleamos veremos cómo se iluminan las zonas del cuerpo que más están trabajando, podremos tomar nuestras pulsaciones o estirar.

De hecho ese aro, semejante a un volante, encierra mucho potencial. Sería fantástico poder correr de verdad explorando el próximo universo Pokémon o metiéndonos en el pellejo de Link en el siguiente Zelda. Al menos a ratos.

Mi hija y yo hemos jugado con la protagonista femenina, una mezcla de la nueva She-ra de Netflix y cualquier fit-girl de esas que suman millones de seguidores en Instagram) a la que se le ilumina el pelo cuando más te esfuerzas y también las zonas del cuerpo que estás trabajando. Y es divertido. No es que la aventura vaya a maravillar a nadie por su historia o diseño, pero lo pasas bien recorriendo esos mundos y enfrentándote a enemigos. Y cansándote, porque os aseguro que veinte minutos al día de juego es tremendamente eficaz para hacer un ejercicio equilibrado.

Para avanzar por el juego hay que correr, hacer abdominales, trabajar la flexibilidad, brazos, piernas… Jugar con regularidad mejora tu forma física con toda seguridad. Y eso al mismo tiempo impide que te enganches al juego y pases demasiado tiempo dedicado a él. Es demasiado cansado.

Además de la aventura, realmente lo diferencial de este juego respecto a otros de fitness precios, hay una opción de minijuegos que permiten competir (por turnos, cediendo el aro) con otras personas que recuerda mucho a los clásicos parties de otros juegos de Nintendo. Y también está la opción de tirar de tablas de ejercicios, ambientadas en la aventura pero pensadas para ir al grano. Puedes incluso crear al detalle tus propias series dependiendo de lo que qué quieras trabajar. Aunque, sobre todo para los niños, lo divertido y motivador es la aventura.

El juego es para niños a partir de siete años. Mi duda es que tan pequeños tengan la propiacepción suficiente, la conciencia de su cuerpo y el control sobre él lo suficientemente desarrollado como para sacar del todo el partido al juego. Hay posturas exigentes, aunque siempre hay una representación de un monitor (Tipp se llama) que facilita que lo imites sin cometer errores. Lo cierto es que va a depender de cada niño. Los habrá de siete años que se manejen mejor que muchos adultos. A partir de unos nueve o diez no van a tener problemas.

En la presentación del juego había una entrenadora personal a la que estuve preguntando sobre qué habría que tener en cuenta a la hora de jugar con niños. Lo único en lo que me insistió fue en que vigilásemos su postura, sobre todo la espalda. Que las piernas no imiten exactamente la figura del monitor que aparece en pantalla no es tan importante, a esa edad son muy flexibles, pero hombros y espalda sí es importante que la mantengan recta, sin subir los hombros. Hay que supervisarles por tanto, al menos al principio.

Sobra decir que mantener una buena postura es un consejo aplicable a todo jugador de cualquier edad y algo en lo que el juego insiste con frecuencia, igual que da consejos de alimentación y otros hábitos saludables.

Esta profesional también me aseguró lo que he podido comprobar jugando en casa y mencionado antes, que jugar a la aventura supone un entrenamiento equilibrado, que combina todas las partes del cuerpo y permite hacer tanto trabajo aeróbico como anacrónico: “Correr en el sitio no va a hacer que quemes tantas calorías como salir a correr a la calle, pero el trabajo cardiovascular está ahí”.

Estoy por imponerme un reto, similar a cuando pasé un año sin comprar ropa, que es jugar a diario media hora para comprobar los resultados.

“¿Cómo hago para que mi hijo no juegue tanto a ‘Fortnite’?”

Fortnite no ha entrado en mi casa. Aunque es un hogar con videojuegos, son sobre todo títulos de Mario, Nintendo Labo y Pokémon en sus múltiples variantes, antes también los de Lego y Skylanders. Por cierto, por si os interesa, hoy 27 de febrero es el día de Pokémon conmemorando el primer juego que apareció en 1996 y Nintendo anunciara los nuevos títulos que llegarán para Switch.

A lo que íbamos, Fortnite no ha entrado pero me consta que en muchas otras casas no solo ha entrado, sino que solo le falta apropiarse de una balda de la nevera, el sofá de orejas y la cama de matrimonio.

Por si a alguien le pilla despistado, Fortnite es un juego de Epic Games disponible para múltiples plataformas lanzado en 2017 con el que te metes en la piel de un personaje hecho a tu gusto que puede hacer tres cosas: lanzarse a una isla con otros cien jugadores para pelear hasta que solo quede uno (Battle Royale); juntarse con otros tres en misiones cooperativas (Salvar el mundo) o diseñar la isla en la que se mueve a su gusto, junto a otros jugadores si quiere un poco en plan Minecraft (Creativo).

Los dos principales riesgos que le veo cuando juegan menores son los pagos en los que puede incurrir y también que potencialmente se puede interactuar con extraños. Es importante hablar de estas posibilidades que tiene el juego con nuestros hijos, advertirles de que no incurran en gastos sin nuestro permiso y que no faciliten sus datos personales ni se fíen de lo que les cuenten los jugones desconocidos (tal vez incluso que no jueguen con desconocidos).

Pero no seré yo la que demonice a un videojuego. Son un entretenimiento tan bueno como cualquier otro si elegimos uno acorde a nuestros gustos, a nuestra edad y sabemos racionalizar el tiempo que les dedicamos. Básicamente igual que las series de televisión. Y, al igual que ellas, en ocasiones son productos culturales con un elevado mérito artístico. Es más, hay maestros utilizando Fortnite para motivar a sus alumnos, aunque no a todos les haya salido bien la jugada.

Fortnite no es el demonio, es simplemente un juego que ha tenido mucho éxito. A finales del pasado año fue noticia que sumaba ya 200 millones de jugadores registrados en todo el mundo. Si ha convencido a tanta gente, por algo será. Es divertido, gratuito, versátil y fácil de entender cuando empiezas de cero.

Pero me he encontrado últimamente a mucho padre preocupado porque su hijo sólo piensa en Fortnite, dedica todo su tiempo de ocio al Fortnite, incluso la paga que recibe. Hablo de niños desde los diez años (aunque yo lo veo apropiado a partir de unos doce, me consta que juegan niños bastante más pequeños) hasta los dieciséis o diecisiete. Ya en un par de ocasiones me han planteado la pregunta que titula hoy el post: “¿Cómo hago para que mi hijo no juegue tanto a ‘Fortnite’?”.

Me temo que no hay fórmulas mágicas.

La primera solución, la más obvia, sería hablar con ellos si creemos que están dedicándose con una pasión excesiva a este juego. Hacerles ver que están centrándose demasiado en una sola cosa dejando de lado otras igual de divertidas. Y hablar sin gritos, sin reproches, con paciencia e incentivando que sea un diálogo. Yo soy muy de charlas, aunque sé que no siempre, no con todos los chicos funcionan. Aun así creo que es obligatorio pasar por ellas, que algo calan.

Si esa charlas vienen después de que nosotros hayamos jugado a ese videojuego, nos hayamos informado bien y de primera mano, mejor aún.

De la mano de contarles que hay alternativas, hay que ofrecérselas. Pueden ser otros videojuegos, pero es más interesante otras actividades. Nos va a costar tiempo y esfuerzo, pero merece la pena. Podemos planear una excursión de mochila y tortilla de patata por el campo, apuntarle (o apuntarnos con ellos) a aprender a escalar en un rocodromo, salir en bici, ir de caza a un parque chulo con Pokémon Go juntos, acudir a una partida de rol o de juegos de mesa en una asociación cercana, ir a buscar libros o cómics que les resulten atractivos a una librería, plantear esa partida de rol o de juegos de mesa en casa, ir al cine, a la Japan Weekend de turno… Lo que sea que pueda ser divertido.

Dicho lo cual, las normas son necesarias y hay que respetarlas. Primero la obligación y luego la devoción que decía mi abuela. Solo se puede jugar si ya se han cumplido con todas las tareas, si el rendimiento en el colegio o el instituto es adecuado. Y es prerrogativa de los padres limitar el horario al que se pueden dedicar a jugar. Aunque deben ser unos límites racionales y adaptados a la edad del chico, que no es lo mismo diez que dieciséis ni un chico más responsable y otro que no lo es.

Desprestigiar lo que les gusta, tacharlo de basura o de pérdida de tiempo sin más, nunca es buena idea.

Si tenéis más sugerencias para obrar, estáis invitados a compartirlas en los comentarios. Ya os dije que no había fórmulas mágicas.

«¿Qué consola me recomiendas para un niño pequeño?»

Me han hecho esa pregunta con relativa frecuencia. Ante la cercanía de una comunión, un cumpleaños, pero sobre todo en torno a estas fechas. Este año ya me lo han planteado en dos ocasiones. Normalmente son adultos que nunca o apenas han jugado a videojuegos, para los que es un terreno ignoto, y tienen niños pequeños, lejos aún de la adolescencia. Así que he decidido convertir la respuesta en post que ya aviso que es para neófitos; si sois medianamente jugones no vais a encontrar nada nuevo bajo el sol (y serán bienvenidas vuestras sugerencias).

Vamos allá. Suelo recomendar en estos casos las máquinas de Nintendo. Y no deja de ser curioso, porque quitando sus consolas portátiles, yo no he sido nunca demasiado nintendera. Confieso no haber sido demasiado plataformera y no soy fan de Mario, por mucho que el fontanero tenga títulos magníficos. Pero creo sinceramente que Nintendo es la firma que tiene mejores catálogos si pensamos en un público infantil o familiar, incluso cuando la consola es nueva y esos catálogos aún son escuetos.

A día de hoy, ya superada la Wii (aunque aún es una opción barata y en segunda mano y muchos buenos títulos a buen precio), las mejores opciones para iniciar a uno de esos niños en el mundo de las consolas y los juegos y que, ya de paso, también se adentren sus padres, es la Nintendo Switch o la portátil 3DS 2DS en sus distintas opciones.

La primera es más cara y ese es su principal inconveniente. Se puede encontrar por unos 315 euros, raro es verla por menos. Viene con dos mandos y si queremos tener tres o cuatro para jugar en familia hay que apoquinar unos cincuenta euros por cada uno. Además los mandos (joycon) son delicados, hay que insistir en que se traten con mimo a la infantería. Pero si nos podemos permitir el desembolso es una opción estupenda porque sirve tanto como consola portátil con la que jugar entre las manos como consola de sobremesa, con la que jugar en la tele del salón.

Arrancó con un catálogo escasito, pero ya pasado un año, se han puesto las pilas y tiene una oferta amplia. Es cierto que muchos son remakes de juegos de la Wii U, así que solo a los que vengan de la anterior consola puede saberles a poco. Pero si estábamos hablando de la primera consola de un niño, ahí no hay inconveniente.

Mario Kart, Mario Party, Nintendo Labo, Mario Tennis, el Overcooked
o Mario Odyssey son ejemplos de juegos que son blancos y estupendos, que se pueden jugar en solitario o en compañía y son muy divertidos para niños y adultos. The Legend os Zelda: Breath of Wild puede ser largo y algo complejo para los niños más pequeños, pero es una maravilla. Y hoy mismo salen a la venta Pokemon Let’s Go Eevee o Let’s Go Pikachu, la esperada traslación a “consola grande” de los juegos de Pokemon que tanto gustan y que estamos deseando probar en casa este fin de semana. Pero hay más opciones, todo es echar un ojo al catálogo teniendo presentes los gustos de nuestro hijo.

Y Nintendo Switch tiene el mejor control parental que yo haya visto. Nos podemos descargar una aplicación en el móvil con la que vemos el tiempo que ha jugado cada día el niño, a qué juegos y establecer límites de tiempo con avisos, incluso detener el juego desde la distancia con algo que en casa llamamos «el botón de la muerte». Tengo que hablaros más despacito en el futuro de este sistema.



La Nintendo 3DS o 2DS es una opción más económica y veterana,
por lo que el catálogo es amplísimo. Hay diferentes rangos de precio en función de la consola que elijamos, se mueven entre los menos de 100 euros de una 2DS (incluyendo juego preinstalado) y los 150 de la 3DS XL, pero hay mucha consola en buen estado y a buen precio de segunda mano. Y no hay que pagar por mandos aparte. En la web de Nintendo se puede consultar toda la familia de portátiles existentes. Su único inconveniente es que el juego es solitario, no facilita en absoluto el jugar en familia, con lo que puede implicar si hay varios niños en casa o queremos jugar con ellos (y yo siempre recomiendo jugar con nuestros niños si es posible).

Insisto, juegos hay a montones. Si tengo que recomendar algo que sea divertido, bueno y blanco diría que el Animal Crossing, una gran mayoría de los del clan de Mario y los de Pokémon, que además esas aventurillas ayudan un montón a los niños a ganar velocidad lectora. Como siempre, los gustos de los niños también mandan.

Por cierto, ambas consolas tienen unas figuras monísimas que se llaman Amiibos, pero más allá del goce del coleccionismo, confieso que no les veo mucha chicha a la hora de disfrutar jugando.

Y por último, cuando lo que hay ya en casa es una PlayStation o una XBox, porque los adultos de la familia así lo querían y ahora buscan también juegos infantiles o tal vez porque han heredado o comprado barata y de segunda mano una de estas consolas, los juegos que siempre recomiendo son los de la saga de Skylanders, que me parecen fantásticos para niños (ojo, que requieren comprar también las figuritas de los personajes); las aventuras de Lego, sobre todo de aquellas franquicias que más gusten al niño; y los simuladores deportivos si es que el niño es de los que sienten inclinación por los deportes.

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Más de dos años jugando a Pokemon Go

Pokemon Go llegó a España el 15 de julio de 2016. Pocos días antes, el 6 de julio, había hecho su debut en EE UU, Australia y Nueva Zelanda. A lo largo de todo el verano se fue extendiendo escalonadamente por otros países.

Quedada de Pokemon Go en 2016 en la Puerta del Sol de Madrid. (JORGE PARÍS)

Nosotros lo descargamos apenas unos días después de su lanzamiento, hace algo más de dos años. Lo hicimos estando en Asturias, ya de vacaciones, y cuando ya era un fenómeno presente a diario en prácticamente todos los medios de comunicación. Muchas veces para hacer advertencias de seguridad o contar algún accidente que se producía en cualquier rincón del mundo.

En definitiva, Pokemon Go estaba de moda.

En casa lo descargamos tanto mi marido como yo y porque entusiasmó a mi hija desde el primer momento. A mí también me gustó y os lo conté aquí mismo en un post titulado ¿Cómo es Pokemon Go para niños pequeños?.

“No solo porque me recordase a mi juventud recorriendo Kanto en compañía de mi Bulbasaur en mi vieja GameBoy, también porque me parece un juego completamente blanco, similar a la colección de cromos de toda la vida y que invita a dar largas caminatas en familia, incluso a hacer turismo y descubrir el entorno (es un buen radar para que no pase desapercibido el arte urbano), compartiendo intereses con nuestros niños, que siempre es bueno”, os decía.

Lo sigo creyendo. Me sigue pareciendo un buen juego, sin apenas riesgos a poco que uno tenga un mínimo de sentido común y no se meta donde no debe o camine levantando la cabeza del móvil.

Han pasado más de dos años y seguimos jugando. Hemos pasado por etapas de casi olvidarlo, cuando apenas había novedades y nos aburría, y por otras de retomarlo con ganas. En este tiempo hemos visto muchos cambios. Llegaron nuevas generaciones de pokemons, la posibilidad de hacer misiones, de participar en incursiones para lograr pokemons legendarios, de entablar amistad y enviar regalos o intercambiar capturas con otras personas…

La moda parece haber terminado, apenas asoma ya a los medios de comunicación (salvo a los especializados en videojuegos y aplicaciones, claro), pero a poco que uno mire se da cuenta de que sigue muy presente, que hay muchas personas jugándolo a tu alrededor, que los gimnasios están llenos y disputados. Estamos rodeados de entrenadores pokemon, aunque no todos se atrevan a confesarlo.

Siempre los hay con prejuicios, los hay que encapsulan determinadas aficiones o entretenimientos ajenos como frikis y risibles sin darse cuenta de que lo que está encapsulado es probablemente su propia perspectiva.

En mi entorno hay bastantes personas que lo juegan, aunque sea esporádicamente. Normalmente padres, respetables señores en la cuarentena, que comparten paseos y lanzamientos de pokeballs con sus hijos.

Y si acudes a una incursión o participas en los grupos de telegram en los que los jugadores de una ciudad se organizan, puedes comprobar que hay de todo: chavales jóvenes, señoras de sesenta años, padres con sus niños pequeños y mucha gente mayor que pasea sin que la gente se dé cuenta de que son entrenadores.

En la ciudad en la que vivo, en su grupo de telegram, el entrenador que antes logró llegar al máximo nivel y que ha capturado todo es un señor bastante mayor, de más de setenta años.

Es bonito ver como todos ellos se juntan en una plaza y hablan cordialmente en torno a este tema, para luego reconocerse por la calle en otras circunstancias y seguir saludándose.

Igual que ha sido bonito este verano enviar a modo de modernas postales a los amigos regalos con imágenes de los lugares por los que hemos ido pasando y recibir los suyos. O lo es hacerte amigo de un par de entrenadores japoneses (por poner un país de ejemplo) y descubrir su entorno de la misma manera.

Pokemon Go no siempre ha crecido a la velocidad y en la dirección que hubieran querido algunos, pero eso era inevitable. Tampoco es juego perfecto, pero no para de evolucionar, como los propios pokemons. Ha tenido épocas mejores y peores, pero está aquí para quedarse y tengo curiosidad por saber qué nuevas novedades nos traerá Niantic.

Dedicar parte del verano a decorar los ingenios de Nintendo Labo o, mejor aún, a idear creaciones propias

Hace apenas unos días, el pasado 19 de julio, comenzó un concurso en el que poner a prueba el ingenio de los niños, también el de sus mayores, de la mano de Nintendo Labo.

Ya os hablé de este videojuego, que en realidad a la vez un juego de construcción con cartones que sorprende por lo bien ideado que está. No paras de pensar al montarlo que hay gente realmente muy lista ahí detrás.

Y que tiene un apartado para aprender los motivos por los que esa casa, ese robot, esa caña de pescar o ese piano se comportan de esa manera, para aprender también a crear nuestros propios ingenios programándolos de una manera muy visual.

Y para jugar también, por supuesto:

El concurso que ha lanzado Nintendo y que concluye el 7 de septiembre anima a niños y adultos a elaborar sus propias creaciones. Un reto que supone discurrir primero lo que se desea crear, y ponerse a ellos ensamblando, cartones, decorándolos y, sobre todo, dándoles órdenes luego.

Es una buena forma de aprovechar el verano, en el que los niños tienen normalmente mucho más tiempo libre y tal vez nosotros también.

Cuando pregunté a mi hija qué querría hacer ella, me habló en primer lugar de un dragón, pero pronto se dio cuenta de que iba a ser más fácil decirlo que hacerlo, sobre todo hacerlo volar. Luego se le ocurrió la opción de crear dos laberintos en los que dos ratoncitos tuvieran que competir por salir los primeros. También me habló de un tambor, inspirada por algunos vídeos que ya hemos visto con nuevas creaciones hechas en YouTube.

Tendría que haberle recordado sus impulsos televisivos en cartón de cuando era aún más pequeña, que seguro que de ahí también podríamos rascar algo.

Para los que crean que crear un Toy-Con de principio a fin es mucha tela, también hay otras dos categorías más allá de la de creación: la personalización de los Toy-Con ya existentes, y una eminentemente infantil, para menores de doce años que pueden contar con la ayuda de sus adultos de referencia en cualquiera de las dos categorías previas, creación o personalización.

Los ganadores de cada categoría se decidirán mediante un jurado y los premios son una Nintendo Switch que parece de cartón para los ganadores, un juego de mandos Toy-Con con el mismo diseño para los finalistas y un premio aún por definir para los semifinalistas.

Las obras se pueden presentar en foto, en vídeo, mediante vínculos a tus redes sociales… toda la información está en la web de Nintendo.

¿Os animáis a participar? No es, en absoluto, mal plan para dedicarle algunos ratitos del verano.

JORGE PARÍS

¿Por qué no hablamos de adicción a los libros o al bricolaje y sí a los videojuegos?

Las aguas de la adicción a los videojuegos están muy revueltas. Y que conste que no quiero tomarme a la ligera que alguien esté tan absorbido por algo como para que impida su desarrollo personal, familiar o profesional. En absoluto, pero creo que se está creando una alarma innecesariamente elevada.

Hace un par de días me desayuné esto en twitter a cuenta de Fortnite:

Llueve sobre mojado. Fue noticia el pasado mes la apertura de un centro en Madrid para tratar la adicción a las nuevas tecnologías en general y a los videojuegos en particular.

La comunidad de Madrid ha puesto en marcha un servicio especializado de intervención en adicciones a las nuevas tecnologías, que ha presentado el consejero de Políticas sociales y Familia, Carlos Izquierdo. Este recurso de prevención e intervención atenderá a adolescentes entre 12 y 17 años con conductas de uso inadecuado, abuso o dependencia de las nuevas tecnologías.

(GTRES)

Y a comienzos de año teníamos a la Organización Mundial de la Salud contando que incluirá el trastorno de la adicción a los videojuegos en su nueva Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD-11). Algo no exento de polémica.

En marzo de este mismo año fue noticia la oposición pública de un grupo de expertos a considerar la adicción a los videojuegos.

36 expertos internacionales en salud mental y científicos sociales y académicos de centros de investigación y universitarios (incluyendo la Universidad de Oxford, la Universidad John Hopkins, la Universidad de Estocolmo o la Universidad de Sidney) han mostrado su frontal oposición a la idea de la OMS.

El estudio se titula “Una débil base científica en la consideración de los videojuegos como adicción: seamos cautos” (A Weak Scientific Basis for Gaming Disorder: Let us err on the side of caution). Considera que «existe mucha confusión –incluso entre los que defienden el diagnostico- sobre qué es exactamente la adicción a los videojuegos». Dicen los autores que «la calidad de base empírica existente es baja» y que «formalizar un tipo de conducta como desorden mental con la intención de profundizar en una investigación colisiona con su objetivo clínico». Además, «no se ha aplicado (aún) ningún estándar científico sólido».

Lo de la OMS llegó de nuevo con muchos textos en los medios que no se agarran a lo llamativo generando una alarma innecesaria , por ejemplo mediante comparaciones del todo equiparables (modo irónico on). Ojo aquí a El Mundo “Las personas que sufren una adicción están enganchadas, acaban haciendo girar su vida en torno a algo, ya sean los videojuegos, la cocaína, el alcohol o las tragaperras».

¿Cocaína? ¿Alcohol? Sé bien que puede haber adiciones sin sustancias. Yo soy de las que tengo que autorregularme porque tiendo a entregarme con excesiva pasión a aquello que descubro de nuevas y me entusiasma, me ha pasado en diferentes etapas de mi vida con los libros de fantasía épica y la ciencia ficción, lactancia y temas de crianza asociados, la acuariofilia, el manganime, montar a caballo, la etología y, sí, también los videojuegos.

En realidad lo que he visto que más críticas recibió recientemente en nuestro país fue un reportaje de TVE sobre la adicción a los videojuegos. Aquí, aquí, y aquí tenéis algunos ejemplos, aunque probablemente lo más sangrante fue el reproche de uno de los chavales que decidió valientemente dar la cara en el reportaje tras pasar por el Proyecto Hombre para ver luego manipulado todo lo que quiso transmitir.

Insisto en que no hay que tomárselo a la ligera. No digo que no pueda existir una adicción a los juegos. Pero para mí los videojuegos son más equiparables a otros entretenimientos como la lectura, el visionario de series o películas, la jardinería o pintar maquetas. Está genial vivir con pasión tus aficiones, pero manteniéndolas bajo control, no permitiendo que ellas te controlen a ti. Por supuesto no puede ser que robes tantas horas al sueño que acudas zombi al trabajo, que dejes de comprar y cocinar saludablemente, que día sí y día también comas porquerías porque tu hobby te absorbe, que no te relaciones apenas con otros, que dejes de salir a la calle a disfrutar de la primavera, que suspendas, que gastes tu dinero en ello en exceso y sin lógica detrás, que tu vida se quede pequeña.

Lo mismo en breve están hablando de adicción a las plataformas que emiten series y películas por streaming, no lo descarto. También es algo nuevo, por tanto algo que asusta.

Aunque los videojuegos ya no son nuevos, por mucho que películas y sobre todo libros les saquen ventaja; yo tengo 42 años y llevo jugando desde que a los 9 conseguí que me regalaran un MSX por mi comunión, pero siguen sonando a tal en muchos círculos. Preocupan, asustan, sobre todo a aquellos que menos los conocen. Siguen siendo mal comprendidos.

Como con los libros y películas, hay mierdas y hay maravillas, hay productos y hay obras de arte. Como en los libros, hay todo tipo de géneros y títulos para todas las edades y gustos. Al contrario que los libros, muchos permiten jugar socializando, en vivo y en directo y en la distancia. Los hay que incluso permiten pasar ratos agradables y productivos en familia. Hace poco os hablaba de Nintendo Labo, nos lo hemos pasado muy bien doblando cartones estas (y lo que nos queda). Y hace poco mismo empezamos a disfrutar en familia de Horizon. Uno juega y los otros miran y comentan, como disfrutando juntos una película interactiva, con palomitas y todo.

(GTRES)

Una muestra de que es un pasatiempo veterano es que de esto de la adicción a los videojuegos lleva hablándose además mucho tiempo. Voy a retroceder una década, a junio de 2007.

Un grupo de médicos ha dado marcha atrás el domingo a una controvertida propuesta para designar la adicción a los videojuegos como un desorden mental comparable al alcoholismo, y añadieron que los psiquiatras deberían estudiar más el asunto. Los expertos en adicciones además se opusieron a la idea en un debate en la reunión anual de la Asociación Médica de EEUU y dijeron que eran necesarios más estudios para considerar que el uso excesivo de los videojuegos – un problema que afecta a alrededor del 10% – es una enfermedad mental.

«No hay nada que sugiera que es una compleja enfermedad psicológica comparable al alcoholismo u otros desórdenes por el consumo de sustancias, y no podemos ponerle el nombre de adicción«, dijo el doctor Stuart Gitlow, de la Sociedad Médica Estadounidense de Adicciones y la Escuela de Medicina Mt. Sinai en Nueva York.

Un comité de un grupo de psiquiatras relevantes había propuesto que la adicción a los videojuegos entrara en la lista de desórdenes mentales del Manual Estadístico y de Diagnósticos de Desórdenes Mentales de EEU, una guía utilizada por la Asociación Psiquiatra del país para diagnosticar enfermedades mentales.

En absoluto pretendo descartar la opinión de los expertos que sí lo consideran adicción, pero hay que ser cautos cuando hablemos de adicción a los videojuegos. Una prudencia necesaria en los que trabajan por nuestra salud mental y entre los periodistas.

De hecho yo me inclino a coincidir con aquellos profesionales de la psiquiatría y la psicología que lo que creen es que es un síntoma de que algo no va bien, de que en la dinámica familiar algo ha fallado, de que tal vez se ha dejado a las pantallas como niñeras, de que hay un problema subyacente de autoestima, control de impulsos o socialización, por poner algunos ejemplos, que son sobre los que deberíamos trabajar; que el vivir absorto en un juego es consecuencia y señal de alarma, pero que el problema original es otro.

Como explicaba @TaOscuro, el chico que asomó en el reportaje de TVE, en su hilo de Twitter: «a las pocas semanas de entrar en Proyecto Hombre, me dijeron que no estaba adicto a los videojuegos, que mi problema era gestión emocional y que eso hacía que me refugiase a los videojuegos. Me sorprendió que no estuvieran obsesionados como mi padre y quise probar. Durante medio año me ayudaron muchísimo, enseñándome a ver lo que era ser asertivo, no dejarme pisotear por todo el mundo para contentar a cualquiera (cosa que siempre hacía) y lograr el ser capaz de encararme y afrontar los problemas y a las personas. He mejorado mucho. También, al ser terapia grupal, veía a otros que eran adictos a videojuegos, a las apuestas y a los móviles y al final, todo se reducía a la misma raíz: problemas con los padres. El problema, en realidad, no lo tienen los videojuegos, si no que son los padres. Padres, que por cierto, también hacen terapia una vez a la semana e incluso más horas que nosotros, precisamente porque son los que tienen muchas más cosas que trabajar. El perfil casi siempre es el mismo: o por mimar al hijo/a o por despreocuparse de él/ella».

A los niños les encanta jugar con cartones y Nintendo Labo lo lleva a un nuevo nivel

Era 2013 cuando os hablaba desde este mismo blog de lo que puede dar de sí una caja de cartón con un niño, para jugar en familia.

imageAyer mi santo estuvo un buen rato pegándose con un mueble (ganó, menos mal). Y el mueble venía en una caja bastante grande que nos proporcionó varias horas de juego.

Según vio la caja vacía a su disposición, a Julia se le iluminó la mirada y salió corriendo por sus pinturas. «¿Quieres que hagamos un robot?» pregunté, pero ella tenía las ideas claras. «No, hazme un rectángulo así y así mamá». Como podéis ver tenía en la cabeza crear una tele con mando a distancia y todo. Yo cambiaba de canal y pasaba de presentar las noticias a convertirse en un dibujo animado.

Las caretas también fueron idea suya.

Ya sé que es un tópico aquello de que para los niños la caja es mejor entretenimiento que lo que hay dentro, pero es que muchas veces los tópicos vienen asentados en muchas verdades.

Y también es cierto que con frecuencia nos complicamos demasiado la vida a la hora de jugar con ellos. Como con tantas otras cosas. Deberíamos aspirar a hacer fácil lo difícil y no al contrario.

No es la única vez que hemos jugado con cartones, decorándolos, convirtiéndolos en lo que la imaginación dictase, disfrutando luego del juego simbólico que propician.

Un paseo por el parque, recoger unas hojas secas. Llevarlas a casa e idear qué hacer con ellas mientras jugamos a que ha sido otoño dentro de la habitación. Encontrar una vieja caja de cartón, desmontarla, sacar las pinturas de dedos, romper en trocitos una esponja de baño, mancharse y crear.

El cartón es un material childfriendly, si me permitís tirar del inglés. Tanto que incluso hemos tenido un recomendable programa infantil llamado Panda y la cabaña de cartón. En su primer episodio enseñaban a hacer una caña de pescar.

Pues bien, este fin de semana sé a ciencia cierta que tocará de nuevo divertirnos con cartones. Pero en esta ocasión lo haremos de una manera especial, más tecnológica, gracias al ingenio y la valentía de Nintendo que ha apostado por lanzar Nintendo Labo, un producto que va más allá del clásico videojuego y que tiene un potencial que solo se vislumbra una vez has podido trastear con él. Porque la verdad es que el mayor handicap de este nuevo producto es hacerse entender bien, algo que se logra fácilmente en cuanto se prueba un poquito.

Sale a la venta en España este viernes en dos packs (pioneros de otros que irán llegando) con la Nintendo Switch. Un kit variado que es el que Julia ha ahorrado para comprar este viernes en el que se incluye un antenauta (un pequeño vehículo teledirigido con visión nocturna), una caña de pescar, una casita con una peculiar mascota con la que afrontar minijuegos, un manillar de motos con el que echar carreras y un piano.

Pensados para un montaje en familia (sus creadores tienen en mente sobre todo a familias con niños de entre 6 y 12 años), el antenauta es el más fácil, apenas lleva quince minutos. El resto oscila entre una y dos horas. Montarlos es divertido (el tutorial de la consola es de diez, ojalá vinieran así de explicados los muebles de IKEA), pero jugar con ellos lo es aun más tras acoplar en ellos mandos y consola.

Yo los pude probar y mi hija me preguntó cuál era mi favorito. Es difícil decirlo. Pese a que los juegos de conducción no suelen ser lo mío, este es muy divertido, al usar el manillar y la inclinación del cuerpo como en una moto de verdad. Permite además crear tu propio circuito escaneando  imágenes. La pesca, un tipo de juegos que triunfa en Japón y aquí no acaba de afianzarse, está también muy lograda y engancha. El bicho de la casita es muy simpático. Y el piano es sin duda el que tiene más potencial, eso único inconveniente que le veo es que conviene saber algo de música para sacarle todo el partido. ¿Cuántas horas de juego procurarán? Habrá que verlo…

A modo de crítica constructiva, es una pena que se monte en familia para luego jugar individualmente o por turnos (ahora pesco yo, ahora pescas tú). Estaría bien poder pescar juntos, en el mismo lago o competir echando una carrera por el circuito que nos hayamos inventado. Solo el antenauta viene para montarse por duplicado y así poder perseguirse, hacer una yincana o una lucha de sumo, siempre que tengamos mandos suficientes para ello.

El otro kit (Toy Con los llama Nintendo) permite convertirse tras bastantes horas de montaje en un robot con el que sentirse una mezcla de Godzilla y Optimus Prime. Realmente divertido. Puedes volar abriendo los brazos, convertirte en un vehículo que rueda si te agachas, moverte inclinándote, dar puñetazos… Pese a que sólo vislumbré una demo en la que destruir una ciudad y no el juego completo, la sensación al moverse frente a la pantalla es fantástica, el sonido del cartón chocando casa perfectamente con el juego, en el que podrían convivir dos robots, si es que nos juntamos con otro amigo con una Switch y este Toy Con. No pude probarlo en pareja pero me da la impresión de que va a ser necesario bastante espacio.

Pero es que además de montar los juguetes de cartón, dotarles de vida tecnológica y jugar con ellos, también permite crear (programar) nuestras propias funciones. Todo lo que se nos ocurra con cartones, cuerdas, gomas y cinta reflectante  se puede hacer. Os dejo el vídeo del canal oficial, en el que Nintendo va subiendo propuestas, que muestra la creación de una guitarra. Estoy segura de que pronto habrá una legión de tipos ingeniosos ideando qué hacer con este juguete. Nosotros también lo intentaremos, de hecho nos estamos planteando seriamente guardar las cajas limpias de pizza a domicilio para ‘hackearlas’ convenientemente.

Jugando con los Toy Con de Nintendo Labo se entiende lo que cuestan los mandos de Switch (“¡Cerca de ochenta euros solo por un mando! ¡Están locos!” es algo que he oído cerca). Tras verlos en acción comprendes el valor de la tecnología que encierran.

Pasa saber más os animo a leer un reportaje estupendo que ha escrito mi compañero Daniel González y que ha salido publicado también en la edición impresa. Os dejo además el vídeo que hizo junto a Guillermo Fernández, las fotos son de Jorge París:

¿Es resistente? Creo que es la primera pregunta que nos hacemos los padres, que no es precisamente barato el chisme y solo viene (salvo en el caso del antenauta) un único artefacto de cartón. Sí. Sorprendentemente la impresión que da, una vez superada la lógica prudencia inicial, es que aguanta lo que le echen, mientras lo que le echen no sea agua. En cualquier caso las piezas más delicadas, las que más sufren, vienen por duplicado. Y nada impide a priori reparar cualquier desperfecto con maña y cartones. En la web de Nintendo habrá plantillas y piezas de repuesto.

El almacenaje es otro cantar. Se conservan montados y, por tanto, abultan. Necesitan cierto espacio libre de riesgos para conservarlos. El juego trae consejos para guardarlos con bien.

Por último, una reflexión. Llama la atención para bien la falta de complejos de Nintendo a la hora de vincularse con los juguetes. Ha habido tradicionalmente una corriente entre muchas empresas y un amplio sector de los aficionados a los videojuegos por alejarse conscientemente del concepto de juguete. Es lógico porque ha habido demasiada persecución, prejuicios y malos entendidos por parte de aquellos a los que lo nuevo asusta e identificaban los videojuegos como algo para menores de edad, por mucho que mayoritariamente sean cosa de adultos.

Nunca ha sido el caso de Nintendo, que siempre ha tenido a bien recordar su origen como empresa que fabricaba cartas y juguetes. Los amiibos, de hecho, son juguetes. Y es señal de madurez en la industria y entre los ‘jugones’ sacudirse complejos de encima.

Millenials, no os preocupéis por las palabras necias

Soy de lo que se llamó la Generación X. Podría ser madre de algún millenial, aunque tendría que haberme dado mucha prisa.

Aún me da reparo hacerme selfis, me siento un tanto imbécil cuando me pongo ante el móvil para hacerme una foto, y me acuerdo de una sensación similar y ya superada hace mucho cuando tuve mi primer teléfono móvil con 21 años, al empezar a trabajar estando aún en la universidad. Era un Alcatel One Touch Easy verde pistacho que cambió mi modo de obrar: no tenía que presentarme a ciegas si había quedado con alguien y esperar sin saber o correr agobiada sin poder avisar si llegaba tarde, mi cerebro podía dedicar a otros asuntos el espacio que antes reservaba a recordar la ubicación de las cabinas.

Recuerdo que iba en el tren de Cercanías y daba bastante apuro si el móvil sonaba. Todo el mundo giraba la cabeza, te miraba mientras hablabas bajito y rápido. Algo avergonzada por dar la nota.

Las cosas han cambiado bastante y ahora mi móvil pistacho es un juguete infantil que favorece el juego simbólico. Una vez explicas a los niños que eso es un teléfono móvil claro, porque viéndolo no acaban de averiguar de qué se trata.

Ese móvil no tenía Internet, estaba muy lejos de tener un móvil con el que poder hacer algo más que llamar o enviar mensajes de texto, pero sí que tenía Internet en casa. Primero con Infovía en mi 486, sufriendo caídas y lentitudes. No había redes sociales, pero teníamos el IRC y recuerdo bastantes noches de sueño perdido charlando con gente con la que compartía intereses. ¿Qué habrá sido de ellos? Ya llevaba unos años trabajando cuando vi aparecer un nuevo buscador extremadamente sencillo y con buena pinta llamado Google, que sustituiría pronto a Yahoo!, Ya o Terra en nuestra página de inicio. Y no teníamos Spotify, pero apareció Napster, lo amamos y lo lloramos cuando la industria discográfica se lo cargó.

Mi generación fue la que creció viendo crecer a los videojuegos. Pasamos de maravillarnos con el Prince of Persia a asombrarnos y disfrutar con Monkey Island, El día del tentáculo, Wolfenstein o Quake. Y luego con Tomb Rider o Splinter Cell. Y así hasta ahora. Un privilegio que otros no tendrán.

Y la generación para la que la música fue portátil, fue una compañera constante cuando nos movíamos por la ciudad. Mi walkman era una de mis posesiones más preciadas, también las cintas que algunos amigos me grababan con sus canciones favoritas.

También los videojuegos fueron portátiles. Yo llevaba mi GameBoy en el bolso junto al walkman y algún libro.

Empezamos a trabajar y muchos de nuestros trabajos eran incomprensibles para nuestros padres y abuelos. Nuevos oficios vinculados a la tecnología. Igual que les resultaba incomprensible que nos gustara cierto tipo de música o que llevásemos los vaqueros rotos.

Hace veinte años de todo aquello. Y ya entonces recuerdo a algunos de nuestros mayores, muchos con púlpito mediático, pontificando, sacando conclusiones precipitadas sobre nosotros.

Éramos adictos a Internet. Éramos adictos a los videojuegos. Estábamos desconectados del mundo real. Nos íbamos a quedar sordos a los cuarenta. Solo queríamos divertirnos y huíamos de las responsabilidades. Teníamos pocos hijos y demasiado tarde. Éramos unos cómodos. Nos lo habían dado todo regalado nuestros padres. Si trabajábamos en algo relacionado con nuevas tecnologías nos miraban por encima del hombro.

No os preocupéis millenials. Que no os importe lo que os digan esos mismos u otros desde similares parapetos. Bastante preocupación supone ya avanzar por este mundo persiguiendo la felicidad sin empujar a otros.

Solo espero no acabar desarrollando con la edad la misma estrechez de miras que esos que parecen creer que unos pocos años de diferencia y el avance de la tecnología nos convierten en extrañas especies de seres humanos diferentes.

‘El niño (con autismo) que quería construir su mundo’, y el padre que lo necesitaba desesperadamente

Cuando el libro de Keith Stuart llegó a la redacción era casi inevitable que acabara sobre mi mesa.

En El niño que quería construir su mundo (Alianza Literaria) el protagonista es el padre de un niño con autismo que encuentra la manera de conectar con él gracias a Minecraft, uno de los videojuegos que más éxito ha tenido en los últimos años.

Era inevitable que acabara sobre mi mesa y que yo me sumergiera en la historia creada por Stuart, redactor jefe de videojuegos en The Guardian que también tiene un hijo con autismo y que ha novelado su experiencia en primera persona pero cogiendo distancia.

Tengo ciertos aspectos en común con el autor que me resultaba imposible obviar mientras avanzaba por sus primeros capítulos. Durante un tiempo parte de mi trabajo consistió en escribir sobre videojuegos. También los defiendo y veo como una forma de entretenimiento que puede ser muy positiva y como una expresión artística. Tengo un hijo con autismo de una edad similar. Y he escrito una novela que arranca con un padre de un niño con discapacidad que ve su matrimonio resquebrajarse.

Pero mi hijo se parece muy poco al suyo. Sam está en lo más alto del espectro autista. El diagnóstico llegó muy tarde en su caso. Es capaz, con dificultades, de hacer amigos. Se expresa perfectamente, aunque con peculiaridades. Sueña con ser arquitecto. Es muy rígido en determinados aspectos, tiene problemas de comportamiento, socialización y para manejarse en ambientes bulliciosos, desestructurados. Me encuentro con frecuencia que los protagonistas con autismo de las novelas suelen parecerse a Sam más que a mi hijo, que no habla, al que no podemos soltar la mano por la calle, que siempre será dependiente, que es feliz, que es flexible…

Jaime se parece a Sam tan poco (tanto en su carácter como en la manera en la que se manifiesta el autismo en él) como probablemente mi trabajo escribiendo sobre videojuegos se diferencia del suyo. O como mi novela, terminada y aún sin publicar, con El niño que quería construir su mundo, que más que la historia de niño con autismo de alto funcionamiento es la de un hombre en la treintena tocando fondo para luego empezar a levantarse, y que encuentra un nexo de unión con su hijo, al que teme y del que huye, gracias a Minecraft.
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Hay que compartir y aprovechar los intereses de los niños, no podarlos

Jaime tiene muy pocos intereses. Es algo común en los niños con autismo y uno de nuestros caballos de batalla. Le interesa la comida, la música, tocar sus tambores, muy pocos juguetes y los álbumes de fotos. Eso dentro de casa. También disfruta en los columpios y nada le hace tan feliz como estar dentro del agua. Si algún 22 de diciembre tuviéramos suerte (difícil con la poca lotería que compramos) nos mudaríamos sin dudarlo a una casa con piscina para que fuera aún más feliz.

GTRES

Cuantos más intereses tenga un niño como mi hijo, mejor. Más elementos motivadores tendríamos para trabajar con él, para estimularle en la comunicación y en el juego. Los pocos que tiene, los exprimimos. Tanto en casa como los profesionales que le tratan en el colegio o en las terapias externas a las que acude (integración sensorial y piscina). De hecho, cada vez que ha cambiado de colegio, profesor o terapia, siempre hemos rellenado cuestionarios o dedicado gran parte del tiempo a hablar de sus intereses, de lo que le gusta.

Hay niños con autismo cuyo desarrollo está por delante del de mi hijo y también es algo a explotar por los profesionales inteligentes que los tratan. Si a ese niño le vuelven loco los dinosaurios, las matrículas de los coches, Pocoyo o los planetas, tanto que podría llamarse obsesión porque no quiere ni mirar otras cosas, la solución no es podar ese interés, sino utilizarlo. Buscar canciones, libros, actividades, juegos… relacionados con lo que sea que les motive.

Cuando tienes un hijo con un trastorno del desarrollo o/y con discapacidad me parece inevitable que eso influya en cómo educas a tus otros hijos, como ves la maternidad, como la sientes. Aunque de eso ya hablaremos más en profundidad y mas despacio otro día. También es inevitable que lo que aprendes para estimularlo lo apliques con ellos.
Al menos eso me ha pasado a mí.

Igual que Julia empleaba signos para pedir galleta o pan cuando era un bebé de menos de un año y signábamos con Jaime, que tenía entre dos y tres, sin parar, nos resulta natural fijarnos en sus intereses para aprovecharnos de ellos.

Y no hablo de castigar privándole de ello si no se porta como deseamos ni de premiarla con ellos. En absoluto.
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