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Un trivial sobre los abuelos más famosos del cine, la televisión y la literatura


Cada 26 de julio se celebra el día de los abuelos, una figura imprescindible, que aporta en la conciliación, la educación de los niños y la transmisión de valores.

Es el día de los abuelos, que no hay que olvidar que son humanos. Gente imperfecta, como nosotros, a los que muchos padres de mi generación tenemos muchísimo que agradecer.

Esos buenos abuelos, nuestros padres, la razón de que pisemos el mundo, con frecuencia sostén imprescindible, incluso excesivo respecto a lo que les correspondería a su edad y circunstancias. Poca cosa es recordarles un día concreto del año y hacerles trending topic.

Abuelos de los que se meten con muleta en el mar en días grises del norte a cambio de un puñado de risas infantiles, de los que llenan de chuches pese a nuestras protestas, de los que se esfuerzan por cubrirnos cuando no llegamos (para criar a un niño hace falta una tribu, y las manos de los abuelos), de los que hay que cuidar y querer (y perdonar cuando sentimos impulsos ‘abuelicidas’, por ejemplo ante el aluvión de chuches) todos los días del año.

Vale, no todos son así. No todos son buenos abuelos imperfectos. Algunos incluso quitan la mesa del comedor con tal de no recibir molestas visitas de sus nietos, que yo lo he visto. Los hay que viven su vida ajenos a su descendencia salvo en días señalados, aunque incluso a esos merecen nuestro agradecimiento por habernos puesto en este mundo.

Tal vez sea un buen día para una llamada, una visita, un beso o para abrir un álbum de viejas fotos y recordarles unos minutos.

En su honor he querido este año traer este trivial, protagonizado por algunos de los abuelos más famosos del cine, la televisión y la literatura.

Hoy es el día internacional de los buenos abuelos

Hoy es el día internacional de los abuelos. Un día para acordarnos de los que son buenos, que de todo hay. Conozco abuelos que pasan olímpicamente de sus nietos, que apenas los conocen ni tienen interés en hacerlo. Mejor esos abuelos desaparecidos que esos abuelos malignos que malmeten, critican, malcrían, siembran discordia y discusiones. Los abuelos son simplemente gente cuyos hijos tuvieron hijos, y hay gente de todo tipo como bien sabemos todos. Gente buena, mala y regular.

Pero os decía que hoy es el día de acordarnos de los buenos. Ojo, buenos pero humanos. Que incluso siendo buenos, incluso siendo los mejores, incluso siendo de los que nos sacan a diario las castañas del fuego de la conciliación (ya sabéis, la conciliación no existe, son los padres) a veces nos sacan de nuestras casillas y nos colocan al borde del ‘abuelicidio’, tal vez por prodigar chucherías sin freno, puede que por pasarse nuestros criterios educativos por el forro del chaleco de lana, por su poco cuidado con alergias alimentarias…

Insisto, los abuelos son gente; gente buena, mala y regular, nunca perfecta. Igualito que nosotros, que es una perspectiva que nunca deberíamos olvidar.

Esos buenos abuelos, nuestra familia, nuestra gente, nuestros recuerdos de infancia, la razón de que pisemos el mundo (aunque sea para capturar pokemons), con frecuencia sostén imprescindible, excesivo respecto a lo que les correspondería a su edad y circunstancias. Poca cosa es recordarles un día concreto del año y hacerles trending topic.

abuelosHe tenido suerte. Yo recuerdo los cuatro que tuve, a los cuatro los conocí. También conocí a dos bisabuelos. Aún conservo a un abuelo, a uno de los buenos, de los mejores. Tiene más de noventa años y es una sombra de lo que fue, ya no arranca a cantar viejas canciones asturianas en las sobremesas, camina con dificultad y olvida casi todo lo que se le dice al poco de haberlo escuchado, pero sigue siendo en esencia el mismo: alguien siempre dispuesto a echar una mano, que necesita sentirse útil, algo gruñón pero bondadoso, amante de los niños. Una vida en tiempo de descuento que no acaba de comprender el mundo en el que se encuentra de GPS, televisión bajo demanda y coches que van sin conductor. Mi viejo ferroviario, mi viejo segador en caída libre.

La primavera pasada murió mi abuela, su mujer, la de la risa abierta y mi libertad infantil en Asturias. Unos años antes el padre de mi madre, un extremeño pequeño que sobrevivió a la guerra y hacía a mano el helado más deliciosos que jamás he probado con leche de cabra. Cuando Jaime era un recién nacido, hace casi once años, murió mi otra abuela, la del carácter fuerte y las uñas rojas, tras pelear y perder contra el alzheimer. Todos ellos forman parte de lo que soy en más sentidos de los que soy capaz de abarcar.

Y ahora hay nuevos abuelos, los de mis hijos. También han tenido suerte. No hay abuelos desaparecidos ni malignos. Ojalá hubieran tenido algo más para contar a su lado con mi suegro, que hubiera sido un abuelo estupendo, de los manitas que te fabrican ranchos y casas de muñecas. Pero está su mujer, están mis padres. Abuelos de los buenos, de los que se meten con muleta en el mar en días grises del norte a cambio de un puñado de risas infantiles, de los que generan trending topics, de los que hay que cuidar y querer (y perdonar cuando nos sentimos ‘abuelicidas’) todos los días del año.

Para criar a un niño hace falta una tribu (y las manos de los abuelos)

bisabuelacunaCompletamente cierto. Para criar a un niño hace falta una tribu. En África y aquí. En todas partes. Necesitamos ayuda, no queda otra. Y hay que buscarl, del tipo pagado (horarios amoliados en el colegio, extra escolares, cuidadores…) y en forma de favores (abuelos, hermanos, vecinos, amigos…), sobre todo cuando ambos padres trabajan.

Estos días de arranque de curso es especialmente tangible, con periodos de adaptación y horas de reuniones que hacen trizas la conciliación, con frecuencia además sin extra escolares aún.

Nosotros tenemos la dificultad añadida de que Jaime y Julia van a colegios diferentes con horarios de entrada y salida distintos en otra ciudad diferente a la que nosotros trabajamos. En el colegio de Jaime todavía no tienen el servicio de primeros del cole y, hasta que así sea, necesitamos la ayuda añadida de los abuelos.

Siempre están ahí, unos y otros, para echar una mano si hace falta. Otro ejemplo: hoy repartían los números en un polideportivo municipal para apuntar a los niños a la escuela de atletismo. Los repartían en horario de mañana, a partir de las nueve. Pues no ha quedado más remedio que pedir de nuevo a la abuela que nos hiciera el favor de ir a por el numerito.

Y no estoy hablando de mayores libres de cargas. Muchos abuelos que ayudan a sus hijos también son cuidadores de sus padres. Un bonito sándwich de responsabilidad.

¿Qué haríamos sin los abuelos? ¿Qué haríamos sin su ayuda? Y hay muchos casos en los que esa ayuda va mucho más allá de arrimar el hombro algún día recogiendo a los nietos o cuidándolos o haciendo algún recado a una hora en la que nos resulta imposible.

Para criar a un niño hace falta una tribu, o al menos las manos de los abuelos. Lo malo es que en muchas familias también se precisa de su cartera: hay demasiados abuelos manteniendo con su pensión a la familia de sus hijos y nietos, que sería ley de vida que se mantuvieran solos.

El número de abuelos que ayudan económicamente a sus hijos y nietos por pasar dificultades económicas ha ido aumentando por la crisis en los últimos años y la mitad de los que lo hacen tiene que dar de comer a estos familiares cada día o varios días a la semana. Un informe hecho por Educo y Salvetti&Llombart destaca que si primero fueron los adultos y luego la infancia, ahora son los abuelos los que sufren el efecto dominó de la crisis. El 80% de los ellos —según la encuesta— está ayudando económicamente a sus hijos y nietos, cuando en 2010 el porcentaje era de un 20%. Además, los abuelos dedican una media de 290 euros al mes para ayudar a hijos y nietos y uno de cada tres les entrega una cantidad de forma regular.

Nosotros también lo haríamos por nuestros hijos. También lo haríamos por nuestros padres. Eso y más. ¿No es cierto?

Yo al menos sería incapaz de aceptar esa ayuda si la respuesta a esa pregunta no fuera un rotundo y sincero sí.

* En la foto podéis ver las manos de mi madre y de su propia madre, abuela y bisabuela, sosteniendo a Jaime, formando la más preciosa cuna. Mi abuela Adriana murió al poco de nacer él, pero le dio tiempo a conocerle y sonreir siempre que le veía, pese al devastador alzheimer.

Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí

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La etapa sándwich. Así llama una compañera a ese momento en el que te conviertes en cuidador de tus hijos y también en cuidador de tus padres. Tal vez tus hijos sean adolescentes, que sería lo lógico, tal vez aún niños pequeños. Todo va a depender de la edad a los que los tuvieras, de la salud de los abuelos, de la edad a la que ellos te tuvieran a ti.

Lo lógico en cualquier caso es que antes o después ese momento acabe llegando, pero no es algo repentino, es un devenir gradual que te va preparando a menos que cierres los ojos para no verlo. Mes tras mes en ti irá calando que tus padres ya no están tan lúcidos como antes, que su salud flaquea y las consultas médicas aumentan, que necesitan más ayuda, que hay cosas que deben ir renunciando a hacer, como conducir, vivir lejos de ti, no tener ayuda en casa, ir a discutir con el director de la sucursal bancaria…

Y todo eso en un mundo en el que ya es difícil conciliar cuando tienes hijos. Ser cuidador doble es aún más complicado. Pero más difícil aún es asimilar que los que fueron tu referencia te necesita para lo más básico, que una de tus anclas en el mundo se desvanece.

Mis padres me tuvieron jóvenes, yo tuve a mis hijos siéndolo también. Ha habido problemas de salud, algunos graves, pero son abuelos activos y adultos capaces y espero que lo sigan siendo muchos años. Lo mismo que con mi suegra para mi santo. Espero por encima de todo que el Alzheimer y otras bestias semejantes no les sitien nunca. Pero si lo hacen, allí estaremos. Estaremos porque lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí como narró con las palabras exactas el poeta, periodista y profesor brasileño Fabrício Caspinejar
(traducción de Zorelly Pedroza).

Como están ya otros hijos que son padres recientes y a los que va dedicado este post.

Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre.

Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento, impreciso.

Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.

Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana – todo corredor ahora está lejos.

Es cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda sus medicamentos.

Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella vida que nos engendró depende de nuestra vida para morir en paz.

Todo hijo es el padre de la muerte de su padre.

Tal vez la vejez del padre y de la madre es curiosamente el último embarazo. Nuestra última enseñanza. Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas.

Y así como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los muebles para nuestros padres.

La primera transformación ocurre en el cuarto de baño.

Seremos los padres de nuestros padres los que ahora pondremos una barra en la regadera.

La barra es emblemática. La barra es simbólica. La barra es inaugurar el «destemplamiento de las aguas».

Porque la ducha, simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de nuestros protectores. No podemos dejarlos ningún momento.

La casa de quien cuida de sus padres tendrá abrazaderas por las paredes. Y nuestros brazos se extenderán en forma de barandillas .

Envejecer es caminar sosteniéndose de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras sin escalones.

Seremos extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y desconocimiento, con duda y preocupación. Seremos arquitectos, diseñadores, ingenieros frustrados. ¿Cómo no previmos que nuestros padres se enfermarían y necesitarían de nosotros?

Nos lamentaremos de los sofás, las estatuas y la escalera de caracol. Lamentaremos todos los obstáculos y la alfombra.

Feliz el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del hijo que aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día.

Mi amigo Joseph Klein acompañó a su padre hasta sus últimos minutos.

En el hospital, la enfermera hacía la maniobra para moverlo de la cama a la camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando Joe gritó desde su asiento:

– Deja que te ayude .

Reunió fuerzas y tomó por primera a su padre en su regazo.

Colocó la cara de su padre contra su pecho.

Acomodó en sus hombros a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil , tembloroso.

Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable.

Meciendo a su padre de un lado al otro.

Acariciando a su padre.

Calmado el su padre.

Y decía en voz baja :

– Estoy aquí, estoy aquí, papá!

Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí.

* Foto: GTRES

Fin de curso: campamentos urbanos, abuelos, cuidadores…

Primer lunes con la sensación de que el verano está a la vuelta de la esquina. Conozco perfectamente el motivo: el fin del colegio de los niños.

Tanto Jaime como Julia se despidieron del curso el viernes; Jaime en una fiesta con patines, música y patatas fritas y Julia en la clásica fiesta del agua en la que llevan bañador y toalla y se ponen finos de agua en el patio. Les encanta.

Obviamente mi santo y yo no tenemos tanta suerte. El trabajo sigue (por suerte) y, como miles de padres, tenemos que organizarnos con nuestros niños. Jaime irá al campamento urbano de su cole, le espera piscina a diario así que volverá a casa dorado por el sol, agotado y feliz. Julia se irá parte de julio a Asturias con sus abuelos, como hacía yo. El resto del tiempo tiene quien la cuide en casa e irá al parque a jugar con su prima y los niños que encuentre atendidos por otros adultos. Muchos compañeros de su clase se quedarán al campamento urbano del colegio.

Imagen del campamento urbano de Faunia.

Imagen del campamento urbano de Faunia.

Lo de campamento urbano es algo que apenas se oía cuando yo era pequeña y que ahora está por todas partes. Los hay en colegios, en parques de bolas de barrio, en polideportivos, en escuelas de idiomas… Julia fue un par de semanas el año pasado al del cole de inglés al que va una tarde por semana.

Algunos tienen muy buena pinta. Yo tengo echado el ojo a tres que me parecen interesantes, al menos para alguna semana suelta (o incluso algún día suelto). Uno es un campamento deportivo que hay en las instalaciones municipales de la ciudad en la que vivimos. Allí se dedican a escalar, jugar al tenis, al baloncesto, a bañarse en la piscina… Padres cuyos hijos han pasado por ahí están encantados. Los otros dos son los que organizan en Zoo de Madrid y Faunia, en el que les instruyen sobre los animales que ahí tienen y ayudan a cuidarlos. Julia aún me ha parecido pequeña para intentarlos. Si los habéis probado me encantaría saber vuestra impresión.

Obviamente lo de los campamentos urbanos es una solución que con frecuencia requiere que se gaste un dinero extra e incluso cambios de turnos en el trabajo. En muchos casos la solución cuando ambos padres trabajan fueran de casa son los abuelos, mandándolos al pueblo o la playa con ellos o dejándoles en sus casas a su cuidado. También tirar de tíos o cuidadores pagados o coger las vacaciones por separado..

Siempre hay intendencia que organizar. Estamos hablando de una semana entera al final de junio, todo julio, todo agosto y el arranque de septiembre. Se habla con frecuencia de los gastos por el arranque del curso, pero los gastos por fin de curso pueden ser mucho más elevados. Sobre todo en casos como el mío que no tenemos libros de texto que pagar.

¿Cómo lo hacéis vosotros?

Un cuento para recordar a los que faltan

imageOs quiero hablar de un regalo que Julia y yo hemos hecho estas navidades: El cuento del abuelo Jose. Y quiero hacerlo porque tal vez alguno crea que es buena idea y quiera hacerlo a su vez. Por desgracia es frecuente que haya abuelos que falten. Y no solo abuelos, nada impide que esté protagonizado por otras personas a las que queríamos y que ya no están con nosotros.

Me vino la inspiración a los pocos días de la cirugía de rodilla. Y, con la rodilla inmovilizada, estuvimos dibujando el cuento en la cama. Julia participó en todo el proceso, escogió las escenas que quería dibujar, coloreó algunos de mis dibujos y me ayudó a elegir las fotos. Solo por eso ya hubiera merecido la pena.

Os aseguro que no es preciso ser Velázquez para que el resultado sea bonito.

Luego fue cosa fácil. Escanear los dibujos y montarlo todo en un álbum fotográfico. Yo usé el software de Hofmann, pero hay un montón disponibles en el mercado. Y no es la única opción, también se pueden hacer libros caseros para que el resultado sea aún más personal.

En el cuento, de pocas páginas, contamos de dónde venía el abuelo Jose, qué le gustaba, que no, lo que hacía, alguna anécdota y la importancia de recordarle siempre con un tono positivo.

Nos hemos quedado un cuento, para leerlo de vez en cuando. Y hemos regalado otro a su primita. «Es un cuento con alma», me dijo emocionada tras verlo una tía abuela de Julia y Jaime.

Es también un regalo para mi suegro. Estoy convencida de que si pudiera vernos leerlo, estaría encantado.

¿Recordáis a alguno de vuestros bisabuelos?

3258414186_ab8d621158 No sé si tuvistéis la suerte de recordar a alguno de vuestros bisabuelos. Yo sí la tuve. En la primera de las imágenes me podéis ver, vestida de comunión, con dos de mis bisabuelos asturianos. Aún pasarían unos cuantos años antes de que murieran. Recuerdo perfectamente las visitas a su casa, el estanque delantero con peces, la amplia zona trasera en la que jugar y, sobre todo, las riquísimas magdalenas caseras que hacía mi bisabuela Tere.

Esos recuerdos valen oro. Igual que los mucho más numerosos que guardo de mis cuatro abuelos. Como os decía, tuve mucha suerte. Mis cuatro abuelos me han acompañado hasta bien entrada mi vida adulta. Los cuatro me vieron casarme y, dos de ellos, siguen con nosotros.

Mis abuelos paternos, también de la rama asturiana, se han convertido en los bisabuelos de Julia y Jaime. Son muy mayores, su salud se resiente, aunque ambos siguen viviendo solos, cuidando el uno del otro.

bisabuelaMi abuelo, el bisabuelo, ya no tiene la mente ágil y despierta que recuerdo de mi infancia, pero sigue adorando a los niños y teniendo con ellos toda la paciencia que ya no le queda con los adultos. Mi abuela, la bisabuela, se mueve torpemente, pero sigue cocinando y dispuesta a enseñarle a Julia a jugar a la brisca, haciendo que yo recuerde las muchas partidas de tute, continental, burro y brisca que jugué de niña con mis abuelos.

Julia y Jaime serán adultos que recuerden a sus bisabuelos, no sé si Jaime será capaz de expresarlo, pero estoy convencida de que se acordará. Y espero que los años que aún tienen que pasar juntos atesoren cuantos recuerdos puedan de ellos. Ya me encargaré yo de que no se les olvide.

Os confieso que les vemos menos de lo que deberíamos. Normalmente los domingos cuando comemos con mis padres. Y no todos los domingos. Por la vorágine del tiempo pasando a toda velocidad, por mi forma de ser algo independiente, no por falta de amor en ningún caso.

Creo que esta semana Julia y yo prepararemos un estupendo pan casero, con masa madre a la antigua usanza, y les haremos una visita para llevárselo.

Otro recuerdo a conservar.

 

Nunca les damos lo suficiente (o el sentimiento de culpa de las madres recientes)

88916-825-550Mi compañero bloguero y runner @_Spanjaard publicó ayer un post llamado «Mamá, ¿te quedas con los niños?» que os recomiendo leer. En el decía:

Y va ella y empieza a cuestionarse si está haciendo lo correcto o abusando de alguien. Ella se devana los sesos preguntando y sopesando si está bien para los niños. Google le da más de tres millones y medios de resultados al teclear “dejar a los niños con los abuelos”. Si es justo con los abuelos. Si es necesario todo esto cuando simplemente le apetece ir a correr una San Silvestre.

Y aquí es cuando empieza mi post, porque al menos en mi caso efectivamente es así, y en el de algunas madres recientes y trabajadoras que conozco también, así que me da la impresión de que debe ser algo bastante frecuente.

Eres madre y tienes niños pequeños en esa etapa en la que aún están locamente enamorados de ti (no hay nadie en el mundo como mami, que poquitos años dura), es un amor mutuo por supuesto. Trabajas, con horarios más o menos conciliadores pero que te impiden dedicarte en exclusiva a atender a tus hijos. Asumes tareas rutinarias obligatorias que te roban tiempo: ir a pagar aquella multa, recoger los abrigos al tinte al salir del trabajo, ir a la reunión de la comunidad de vecinos, llevar a tu abuela al hospital en coche, preparar la declaración de la renta… Y además necesitas por tu salud mental de ratos propios, de cultivar alguna afición o practicar algún deporte, salir a tomar el café con algún otro adulto, ir alguna vez a cenar y al cine con tu marido…

¿Qué es lo que acaba pasando? Pues que como el trabajo, pagar multas y llevar a la abuela al hospital son obligaciones inapelables, acabas prescindiendo de muchos de esos ratos propios o llevándolos a cabo pero con ese sentimiento de culpa de estar robándole tiempo a tus hijos, de ser una egoista que prima tu satisfacción por encima de la de ellos.

Da igual que si te paras a analizarlo veas que estás con ellos todas las tardes, que el día que no te bañas con ellos en matronatación estuviste jugando a los playmobil, que todos los fines de semanas te centras en ellos y buscas planes conjuntos, visitas al zoo, teatro infantil, cuentacuentos…

Es compensación, lo sé. Las cotas de compensación alcanzan nuevos niveles «si mamá ha tenido que estar de viaje de negocios».

Tengo la impresión de que la mayoría de las madres trabajadoras (probablemente también muchas de las que trabajan en casa cuidándoles) tenemos siempre esa espinita, esa sensación de que nunca les damos lo suficiente de nosotras.

Pero es que también necesitamos de esos momentos para nosotras.

Y del sentimiento de culpa por los abuelos de los que abusamos ya hablamos otro día si os parece.

Conciliar, qué bonita palabra….

¿Vuestros hijos también tienen un ‘abuelo caramelo’?

Mi padre ha dejado de ser ‘papá’ para convertirse en ‘el abuelo caramelo’. Sí, es uno de esos abuelos que pululan por ahí dispuestos a conceder cualquier capricho a sus nietos como demostración del enorme amor que les tiene. Es fácil que tengáis alguno en mente.

Yo adoro a mi padre, le quiero tanto como él a sus nietos, pero estoy ya harta de repetirle que no les atiborre a regalices, chupa-chups, gominolas y nubes. Las chuches llueven sobre mis hijos como el maná cuando él está cerca, da igual si aún no han comido o si estaban en plena rabieta y no era plan de «premiarles» en ese momento.

Las golosinas son un mal necesario en la vida de Jaime, con los niños con autismo hay que localizar sus intereses y utilizarlos constantemente como premio, como incentivo para comunicarse o completar una tarea. Y los intereses de los niños pequeños con autismo siempre son muy limitados: pompas de jabón, cosquillas, alimentos, canciones… poco más. De hecho esa característica, tener pocos intereses, es una de las claves que definen el diagnóstico.

Yo he visto trabajar a los terapeutas de Jaime, le dan trozos minúsculos de regaliz cuando se esfuerza en decir “aiz” o quieren que coloque la pieza de un puzle.

El abuelo le da regalices enteros solo por existir. Tanto le he regañado por esa barra libre de azúcar, que me siento ya la mala de la película (lo de que las madres nos sintamos así da para otro post).

Intento dejarlo por imposible, pero a veces es que no puedo. Le digo siempre que ya les pagará él el dentista, pero es que por desgracia, lo más fácil es que el dentista para Jaime suponga anestesia general.

Probablemente leerá este post. Estoy convencida de que no servirá para nada.

¿Vuestros hijos también tienen un ‘abuelo caramelo’?

Los abuelos que juegan con sus nietos

Fui una niña con suerte por muchos motivos. Uno de ellos, que ya he comentado por aquí en alguna ocasión, fue conocer a mis cuatro abuelos y tenerles conmigo hasta convertirme en adulta. De hecho dos de ellos siguen vivos.

De mis cuatro abuelos, solo recuerdo a uno jugando con frecuencia conmigo. Mi abuelo paterno se sentaba conmigo a enseñarse a dibujar, me fabricó un rancho y jugaba conmigo, mis indios y mis vaqueros de plástico, me llevaba al parque y participaba en mis actividades, no se limitaba a sentarse en un banco y vigilar…

Y creo que es inevitable que, cuando creces, esas vivencias se te queden grabadas. Estoy convencida de que seré una anciana (tal vez con nietos con los que jugar) y seguiré recordando esas horas de juego con mi abuelo. A mi santo le pasa lo mismo. No me sorprendería que fuese universal y que a todos se nos hayan quedado grabados esos momentos compartidos.

Mis hijos tienen a sus dos abuelas, pero mi padre es el único abuelo que conocen. Y me encanta ver lo mucho que juega con ellos pese a lo delicado de su estado de salud. No le importa tirarse al suelo, subírselos a la chepa, jugar a las comiditas… Mis hijos están disfrutando de muchos más momentos de juego con mi padre de los que yo tuve.

En estos momentos mi padre está en el hospital. Hace unos diez recibió un trasplante de riñón que esperamos que vaya bien y mejore su calidad de vida permitiéndole muchos más momentos de juego con sus nietos.

Porque estoy muy de acuerdo con lo que cuentan en este teletipo de EFE y quiero que mis niños tengan esa relación con su abuelo durante muchos años:

El 80 % de los abuelos españoles juega con sus nietos y se han convertido en sus nuevos compañeros de juego, en lo que ha contribuido la prolongación de los horarios profesionales, la falta de hermanos con los que jugar y la mayor esperanza de vida.

Así lo han constatado los miembros del Observatorio del Juego Infantil, promovido por la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes (AEFJ). Cada vez son más los abuelos que intervienen y participan en el juego de sus nietos, sobre todo cuando se trata de niños de menor edad, lo que contribuye a que la relación de los abuelos con sus nietos sea ahora mucho más cercana.

La consultora pedagógica Imma Marín, miembro del Observatorio y presidenta de IPA en España (Asociación Internacional por el derecho de niños y niñas a jugar), ha subrayado la «fuente de alegría, vitalidad, optimismo y humor» del juego, como lo son también para los abuelos los niños en sí mismos, siempre y cuando no se conviertan en obligación.

«Los abuelos que juegan con sus nietos crean lazos invisibles con ellos, recuperan su niño interior y alimentan su capacidad de juego, lo que repercute a favor de su salud física y mental. Al compartir sus juegos con los pequeños, reafirman su autoestima y se sienten más valorados», según Marín.

Y en el caso de los niños, la pedagoga indica que para ellos es un tesoro porque «se sentirán comprendidos, valorados y queridos. Escucharán con atención las historias que los abuelos les expliquen y aprenderán sus juegos y formas de jugar. Los abuelos son adultos ‘sabios’ dispuestos a escuchar y a compartir su tiempo divirtiéndose con ellos jugando».

Andrés Payà, doctor en Pedagogía y profesor de Teoría de la Educación en la Universidad de Valencia y miembro también del Observatorio, ha destacado el rol que juegan los abuelos pues «son capaces de transmitir a sus nietos parte de las tradiciones y costumbres de otra época, pero que conforman parte del patrimonio educativo más cercano».

El juego intergeneracional resulta beneficioso tanto para los abuelos como para sus nietos puesto que, según Payà, «consolida los lazos familiares y el aprendizaje social»: «ambos jugadores reciben y perciben los beneficios de la actividad lúdica en este juego compartido, gracias a las relaciones de empatía, confianza y cariño que se establecen entre distintas generaciones».

Los niños de hoy encuentran en sus abuelos los aliados perfectos para jugar y comunicarse; y con ellos aprenden a relacionarse, a respetar turnos, reglas y a pensar.