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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Entender Somalia

Si nada se tuerce, en poco tiempo más estaremos de regreso en Somalia. Un buen momento para – además de preparar equipos, hacer maletas, sacar seguros, pedir permisos y organizar contactos -, repasar los cuadernos de notas, la bibliografía de referencia – entra la que destaca, sin dudas, el trabajo del profesor Ioan Lewis – , y reunir la información que nos permitirá tener una visión más profunda, con mayores matices y menos anclada en el presente, de la desesperada situación que se vive en Somalia como consecuencia del hambre y de la guerra.

Mujeres y niños desplazados reciben sus tarjetas de identificación en un campamento de Mogadiscio. (Ismail Taxta / REUTERS)

Empezaremos por la organización social del país: los seis grandes grupos y sus respectivos clanes y subclanes, además de colectivos históricamente marginados por sus raíces bantúes como los jareer. Recorreremos luego la historia antigua somalí, con la influencia de los sultanatos árabes y las continuas luchas contra los cristianos abisinios. Descubriremos cómo se forjaron la cosmopolita Hamar (nombre que recibe Mogadiscio en somalí) y sus pares costeras Brava, Merca y Zeila.

Además, nos adentraremos en el período colonial, en la independencia y en la guerra civil, y en las características geográficas y económicas de esta nación del Cuerno de África. En este último aspecto, en el que destaca el trabajo del profesor Peter D. Little, trataremos de entender cómo es posible que el PIB de Somalia siga creciendo, y los hombres de negocio prosperando, en medio del caos.

Sobre esta cuestión, una anécdota de nuestro último viaje: apenas bajamos del avión en Mogadiscio recibimos un mensaje de bienvenida de la compañía local de móviles. El aeropuerto estaba desierto debido a los reiterados ataques de Al Shabab, nosotros avanzábamos a paso firme con las maletas, pero los teléfonos, fundamentales para hacer negocios y para la guerra, se mostraban tan eficientes como en cualquier otro lugar del mundo.

Por estos derroteros irán las próximas entradas de este blog.

Un periodista muerto

Con respecto a las últimas noticias que llegan desde Somalia, ninguna es buena, para no romper con la tradición.

Al Yazira difundió un vídeo la semana pasada en el que se ve a decenas de milicianos de Al Shabab caminando por Mogadiscio. Algo queda claro: tarde o temprano van a volver, como ya hicieron en 2007 tras la invasión etíope respaldada por EEUU. Cuestión de tiempo. Cuando pase la hambruna, que se ha cebado especialmente con el sur, donde Al Shabab es fuerte, tratarán de retomar la capital y su antiguo feudo, el mercado de Bakara, tan importante para la recolección de dinero. Quizás lo intente antes.

En relación a la hambruna, que se perpetuará hasta 2012, la ONU acaba de incorporar una sexta región a la alerta alimentaria: Bay, que también se encuentra en el sur del país. El pasado 20 de julio, las Naciones Unidas declararon oficialmente el estado de hambruna en las regiones de Bakool y Bajo Shabele, a las que se unieron en agosto las zonas de Balcad y Cadale, en el Shabelle Medio, y el campo de desplazados internos de Afgoye, en Mogadiscio.

La tercera noticia apenas tuvo repercusión en los medios: un periodista malayo murió el viernes por la tarde como consecuencia de disparos de AMISOM, la misión militar de la Unión Africana, que está integrada principalmente por soldados de Uganda y Burundi. Sucedió en el famoso Kilómetro Cuatro, cruce de carreteras primordial en Mogadiscio, y uno de los lugares con mayor número de puestos de control. Se llamaba Noramfaizul Mohd Noor. Trabajaba para TV3 de Malasia. Tenía 39 años y dos hijos.

Historia del hambre en el Cuerno de África

Desde el siglo XVI, los colonizadores árabes y europeos fueron dejando constancia de las hambrunas que de manera recurrente asolaban al Cuerno de África.

omalia está sufriendo la peor hambruna en 20 años y 3,7 millones de personas corren el riesgo de morir por inanición. (Jakob Dall / REUTERS)

En tiempos más recientes, entre 1888 y 1892, la Gran hambruna etíope terminó con la vida de un tercio de la población del país. A la muerte del 90% del ganado como consecuencia de una epidemia de peste bovina que llegó desde la India, se le sumó la sequía provocada por una oscilación del caudal del Nilo y un brote masivo de viruela y otro de fiebre tifoidea.

La siguiente hambruna de vastas dimensiones tendría lugar en la región etíope de Tigray, en el año 1958. Puso fin a la existencia de más de 100 mil personas.

El Cuerno de África volvió a ser golpeado con fuerza por una crisis alimentaria en 1973. Entre 40 y 80 mil individuos perecieron en el norte de Etiopía. La mayoría eran agricultores oromo y pastores afar (como los que retratamos en este blog en nuestro paso por el país en 2007, cuando el hambre también los había llevado a una situación desesperada).

Esta crisis daría la excusa a un grupo de militares comunistas conocidos como Derg para levantarse contra la figura despótica y retrógrada del emperador Haile Selassie, que sería depuesto y ejecutado a los 83 años de edad. El llamado “Rey de reyes”, el mesías de los rastafaris – que Kapuscinsky retrataría en «El emperador», libro que lo dio a conocer a nivel internacional -, había llegado al poder en 1930.

Hambruna con alimentos

El bengalí Amartya Sen, premio Nobel de Economía, estudió exhaustivamente esta hambruna en su extraordinaria obra “Poverty and Famines”. Intentaba demostrar que, al igual que sucediera en la Gran hambruna bengalí de 1943, en las crisis del Sahel y de Bangladesh de los años 70, la disminución en la oferta de alimentos no había sido la razón de estas catástrofes. Había comida pero la gente no podía acceder a ella.

Uno de los líderes de aquella junta militar, Hailé Mariam Mengistu, llegó a la presidencia de la República Democrática Popular de Etiopía en 1987. Aliado de la Unión Soviética, instauró un régimen brutal y autoritario conocido como el Terror rojo. Seguía al frente del país cuando se desató la hambruna que mataría a más de un millón de personas entre 1984 y 1985. Los experimentos colectivistas que llevaba años realizando fueron en parte responsables de aquel desastre.

Una que hambruna que tuvo su epicentro en Wollo y Tigray y que saltó a la primera plana de las televisiones mundiales debido a las campaña mediática emprendida por Bob Geldorf en el Reino Unido a través de Live Aid. La cifra de muertos superó el millón.

Después vendría la polémica por el uso de la ayuda extranjera por parte del gobierno de Hailé Mariam Mengistu, que estaba en guerra con los rebeldes del norte del país. Robert Kaplan, en su libro “Rendición o hambre”, da cuenta de forma minuciosa de lo sucedido en aquellos tiempos.

Operación dar ayuda

En 1991 le tocó el turno a Somalia. La caída del dictador Siad Barre empujó al país a la guerra civil. La estrategia de “tierra quemada” de los clanes fue la que empezó a provocar el hambre que mataría a 200 mil personas.

En agosto de 1992, los EEUU intervendrían militarmente para asegurarse de que la ayuda no quedase en mano de los señores de la guerra. Empezaba la operación Provide Relief, que sería un fracaso de tales proporciones para Bill Clinton que en 1994, el presidente demócrata evitaría intervenir para detener el genocidio de Ruanda.

En los últimos años se han sucedido las sequías y hambrunas puntuales en Somalia, Kenia, Etiopía y Eritrea, pero nada semejante a la catástrofe alimentaria que hoy tiene como zona cero a la región somalí de Baja Shabelle y que ya anunciamos en estas páginas en el mes de marzo. Al repasar la situación de caos, vacío de poder central y violencia en Somalia, no se puede más que coincidir con Amartya Sen en que no hay mejor remedio para el hambre que la paz y la democracia.

Insomnio bengalí

No sé si es la edad, pero cada día me cuesta más adaptarme a los cambios de horario. Las primeras noches en Kabul, durante el mes de junio, las pasé insomne. En el Congo no tuve problemas, pues la diferencia con España es mínima.

Pero aquí, en la India, otra vez me encuentro a mí mismo con los ojos abiertos como platos hasta que la luz empieza a clarear en la ventana, los cuervos vuelven a desquiciar al personal con sus graznidos y los niños que trabajan en una lavandería vecina se acuclillan a aporrear acompasadamente la ropa contra el suelo.

Terminado el libro de John Le Carré que algunos de vosotros me habéis recomendado, una forma amena de conocer la realidad de los Kivus, busco alguna lectura que me ayude a matar las horas de este tedioso insomnio bengalí.

Los intelectuales

Mientras que el resto de los huéspedes duerme, camino en la penumbra hasta las estanterías polvorientas del decrépito caserón que da vida al hotel Fairlawn, donde me seduce una obra titulada “An Urban Historical Perspective for the Calcutta Tercentenary”. Se trata de una compilación de ensayos de intelectuales locales sobre la historia de la ciudad.

El debate sobre si se puede contemplar a Job Charnok, el comerciante inglés que llegó aquí en 1690, como el «padre» de la urbe, abarca no pocos folios. ¿No llegó en realidad en 1658? ¿No había aquí aldeas autóctonas cuando arribó? ¿Por qué considerar a otro invasor foráneo, como lo fueron antes los mogoles, fundador de Calcuta?

Pero lo que más sorprende del repaso a los 300 años de vida de esta ciudad de 13 millones de habitantes es que en ningún lugar se hace mención a lo que, al menos a los extranjeros, mayor consternación causa: la miseria. Como tampoco a sus antecedentes más dolorosos: la hambruna bengalí de 1943, por ejemplo, que causó cuatro millones de muertes (en octubre de aquel año se levantaron ocho mil cadáveres de las aceras).

En contrapartida, sí se lanzan interminables loas a su vida cultural. “Lo que Calcuta primero piensa, después lo hace la India”, afirma con orgullo uno de los autores. “Y los intelectuales debemos asegurarnos de que esto siga siendo así”.

Cierto es que se trata de la cuna cultural del premio Nobel de literatura Rabindranath Tagore, o del magnífico cineasta Satyajit Ray, y que no faltan salas de teatro o de música. Pero cuando sales de escuchar un recital en el Kala Mandir, inevitablemente te encuentras con familias harapientas en las aceras que, dando pasos a un lado y otro, debes esquivar.

Economía de mercado

Paradójicamente, en esta ciudad orgullosa de ser comunista, famosa por sus bandth (huelgas generales), ha sido el desembarco de la economía de mercado en los años noventa, de los empredimientos de los Tata y los Birla, la que le ha comenzado a transformar su aspecto, y no la obra de tantos intelectuales marxistas.

Aunque en esencia, nada ha cambiado: la gente pobre continúa muriéndose en la puerta de los hospitales, las familias siguen tapizando las calles, las condiciones de vida en los barrios de chabolas, tan brutales e inhumanas como siempre.

Quizás haya que esperar más tiempo para que la riqueza se filtre a los estratos olvidados. Quizás se trate de una tarea imposible: brindar cobijo a las riadas de miserables que llegan en busca de una oportunidad de progreso.

Por ahora, los pobres siguen naciendo y falleciendo en las aceras, aunque eso sí, de fondo tienen un anuncio a todo color de vacaciones en las Maldivas, un bonito coche japonés con los cristales tintados, o los televisores de plasma de los nuevos centros comerciales que aquí se inauguran casi a diario. Incluido aquel, situado en el barrio de Salt Lake, del que dicen con orgullo que es el “más grande del sur de Asia”.

Pasado y presente de la violación como arma de guerra

Desde tiempos pretéritos, las mujeres han sido consideradas como un mero botín de guerra: violadas y raptadas de forma sistemática, obligadas a casarse no en pocas ocasiones con sus captores para sobrevivir.

En el Antiguo Testamento no faltan alusiones a los abusos sexuales perpetrados por las tribus conquistadoras:

«Mujeres violadas en Zion; vírgenes en Judea”, Lamentaciones 5:11.

“Yo (Dios) voy a congregar a todas las naciones para combatir contra Jerusalén, y la ciudad será tomada y las casas saqueadas y las mujeres violadas; la mitad de la ciudad se irá al exilio, pero el resto de la gente no lo hará”, Zacarías 14:2

Tanto los antiguos griegos como romanos tenían la costumbre de violar y raptar a las mujeres cada vez que conquistaban una ciudad.

Cambio de perspectiva

Como veíamos en la entrada de ayer, hace muy poco tiempo que la humanidad ha comenzado a comprender, y a tratar de actuar en consecuencia, que la violación no puede ser tolerada en los conflictos armados.

Tan postergada estaba la condición de la mujer en el pasado, que el abuso sexual se entendía principalmente como una ofensa a los hombres de la familia, sin contemplar siquiera el sufrimiento de las propias víctimas.

La resolución 1820 del Consejo de la ONU, aprobada en junio de este año, significa un importante avance en la lucha contra la impunidad. Dos aspectos del texto deben ser resaltados: la petición de que los crímenes de violencia sexual queden al margen de las amnistías, y el recordatorio a los Estados miembros de su obligación de enjuiciar a los responsables de tales actos.

Responsables que no sólo son los soldados, sino principalmente los hombres al mando de los ejércitos, aquellos que ordenan que los abusos tengan lugar como una forma de humillar al enemigo, de limpieza étnica. Porque es cuando se ejecuta de forma sistemática que la violación se convierte en una arma de guerra, en un crimen contra la humanidad.

Historia reciente

En la última mitad del pasado siglo, la violación se ha empleado en casi todos los conflictos. Desde Vietnam, Bangladesh y Camboya, pasando por Chipre, Perú, Liberia, Somalia, Uganda, Haití, Cachemira, Liberia y Afganistán, hasta Ruanda, Bosnia y Kosovo.

Durante la segunda guerra mundial, los nazis la articularon también en su expansión por Europa, y los soviéticos en su conquista de Berlín. Hechos que tienen un antecedente terrible, que narraré mañana: la conocida como masacre de Nanking, perpetrada por los japoneses en China a lo largo de seis semanas, en la que más de 80 mil mujeres fueron violadas.

Hoy, más allá de los esfuerzos de la comunidad internacional, el abuso sexual sigue siendo parte integral de la estrategia militar en Darfur, República Centroafricana, Uganda, Somalia y, por supuesto, en el peor de todos los escenarios: la República Democrática del Congo (el testimonio de cuyas víctimas hemos podido conocer recientemente en este blog).

De forma aislada, se han dado casos de violaciones en Irak, como el cometido por soldados de EEUU contra la adolescente Abeer Qasim Hamza.