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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Regala una bicicleta, también por Navidad

Bici

Las bicicletas no son para el verano, son para todo el año ¿También en Navidad? Especialmente en Navidad, el regalo perfecto y probablemente el que más ilusión nos puede hacer. Porque en contra de lo que algunos piensan, las dos ruedas no son un elemento meramente lúdico destinado a paseos dominicales. La cultura de la bicicleta está desplazando cada vez con más fuerza a la del automóvil.

En los años 60 del pasado siglo el sueño de la clase media era tener un Seiscientos. Pero ahora tener coche propio es una lata y no un privilegio. Demasiado caro, demasiadas preocupaciones mecánicas, demasiadas multas, demasiados atascos y problemas de aparcamiento, demasiados inconvenientes.

Frente a ello la bici nos muestra otra manera de enfrentarnos a la vida valorando la lentitud, icono de la “Slow Life”. Postulándose como un medio de transporte sano, ecológico, sostenible y económico. Perfecto en las grandes ciudades si se combina con el transporte público.

La vuelta al viejo invento de finales del siglo XIX es más que una moda pasajera. Las estadísticas resultan incontestables. En España ya se venden más bicicletas (780.000 al año) que coches (700.000). La proporción es casi el doble en Europa.

Y es que en tiempos de crisis, pero también de nueva cultura urbana, mover el peso de una persona con una máquina que pesa más de una tonelada, consume cara gasolina y nos traslada al día una media de apenas 10 kilómetros resulta a todas luces insostenible.

Queda mucho, es verdad. En Holanda supone el 24% de la movilidad frente al 3% español, pero la tendencia es al alza. Deportivas, de paseo, de montaña, vintage, plegables, de piñón fijo. Incluso eléctricas. Aunque la mayor carencia es la educativa. Enseñar a los conductores a aceptar a los ciclistas como vehículos con igual o más derechos que el coche. Y a los ciclistas a comportarse con civismo y no sólo cuando les interesa.

Foto: EP/20Minutos

Quieren una carretera por medio de la playa de Doñana

Es el penúltimo despropósito de Doñana. Abrir una carretera entre Almonte y Sanlúcar de Barrameda a través de la inmensa playa del Parque Nacional en lugar de reducir al mínimo el actual y vergonzoso paso de vehículos por sus arenas, algo incompatible con su conservación. Así lo reivindican desde hace décadas ambos Ayuntamientos, quienes como medida de presión facilitan los accesos rodados en vez de prohibirlos. Resultado: los coches circulan a diario por el paradisíaco refugio de la naturaleza.

Como recuerda WWF, los 32 kilómetros de costa virgen de la playa del Parque Nacional de Doñana son el último vestigio que queda en el sur de Europa de un ecosistema totalmente perdido por el urbanismo desmedido y las actividades humanas sin control. La veterana ONG considera que esta joya necesita mayor grado de protección, investigación y ordenación, y no una mayor presión que podría dañarla irreversiblemente, como ha ocurrido con el resto de la costa onubense.

No por casualidad, la Comisión Permanente del Convenio de Patrimonio Mundial de la Unesco estudia si el Parque Nacional, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1994, reúne las condiciones para seguir ostentando este título o se incluye en la lista de ‘lugares en peligro’. Campos de fresas, eucaliptos, vertidos, pozos ilegales, carreteras, contaminación,… No hay duda. Doñana está en grave peligro.

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Demasiados atropellos de fauna

¿Cuántos animales mueren atropellados en las carreteras españolas?

Entre domésticos y salvajes, abundantes y en peligro de extinción, cientos de miles, probablemente varios millones al año. Linces, lobos, hasta osos, pero también culebras, ratones, liebres, milanos, avutardas. Por no hablar de los insectos, algunos rarísimos, sólo vistos estrellados contra el salpicadero de los coches. Son las víctimas más inocentes del asfalto, de nuestro progreso.

Los lectores de La Crónica Verde, siempre sensibles, suelen escribirme para proponerme temas, cosa que yo siempre os agradezco. Ayer lo hizo Juan, precisamente para hablarme de este gigantesco tributo que la fauna nos paga por el simple hecho de convivir con nosotros. Éste es su escrito:

Simplemente felicidades por sus artículos, por el interés de los temas y su sabia crítica hacia el desinterés y la ignorancia que reinan en demasiados.

Además quería comentarle un tema: los atropellos de animales en la carretera. En estas fechas, a diario veo nuevos animales atropellados (me desplazo desde Noquera -acosada y degradada Sierra Calderona- a Valencia). A los siempre habituales perros y gatos, ahora se suman innumerables erizos, conejos, roedores; también me he encontrado con zorros, tejones, ardillas, garduñas, mochuelos y otras aves…

Además de la sangría inicial, como los restos no suelen ser retirados, otros caen al carroñear en ellos. Yo personalmente, en la medida de lo posible y teniendo en cuenta la seguridad del trafico, los retiro por lo menos a la cuneta, por respeto, para que se descompongan sobre tierra y no se queden meses y meses en el asfalto o sean triturados por las ruedas de los vehículos, o para que sirvan de alimento a otros sin suponer un peligro para el que los devore. Y me entristece ver cómo miles de personas son capaces de pasar junto a ellos y no inmutarse, o cómo ninguna institución se encarga de ello, dando una triste imagen de suciedad y dejadez.

En una ocasión fui andando por la cuneta desde Noquera a Bugarra (40 Km.) y contabilicé los restos de 16 cánidos, además de otros animales.

En fin, simplemente quería contárselo a alguien. Gracias por su tiempo.

Tiene razón Juan. Debería haber pasos específicos para la fauna en todas las carreteras que redujeran la actual matanza de animales. Y deberíamos ser más civilizados, pedir la retirada de esos cadáveres, aunque sólo sea para permitir que sus cuerpos abonaran la tierra, para que no los sigamos machacando hasta pulverizarlos sobre el asfalto.

¿Somos cada vez más insensibles? Es probable. Aunque si muchas veces no paramos para ayudar a un semejante en apuros, difícil será que sintamos pena por una triste garduña atropellada como la de la foto.

Arrancan tejos centenarios para ampliar una carretera en Asturias

El progreso llega a todas partes, por las buenas o por las malas. Así lo piensan en el Principado de Asturias, donde las nuevas carreteras se trazan con regla y cartabón, destruyendo caminos medievales, machacando núcleos de interés etnográfico.

La última víctima de este desatino ha sido el pueblecito de Rozadas (Boal), en el oriente asturiano. Una profunda zanja ha partido por la mitad la recoleta población de 90 habitantes llevándoselo todo por delante. También sus venerables tejos varias veces centenarios.

De nada le ha valido al árbol sagrado de los astures la existencia de una exigente normativa regional de protección. A las carreteras no las paran ni los dioses vegetales. Tampoco los vecinos y los miembros de la asociación Amigos del Tejo, aunque casi lo lograron cuando denunciaron el arranque de una veintena de estos árboles y su abandono en una escombrera. Sin embargo, como las máquinas obedecen a los políticos, y éstos piensan como las máquinas, los trabajos se reanudaron días después, aunque con ridículas condiciones. En lugar de talar los tejos se transplantarían. O al menos eso dijeron, que lo intentarían.

Para entonces sólo quedaban dos ejemplares vivos, los de Benito García, precisamente quien con más gallardía los estaba defendiendo de las motosierras. Un hombre que todavía no ha salido de su asombro ante el esperpento montado por las autoridades para un supuesto transplante tan imposible como grotesco, organizado de cara a la galería. Mucha grúa y mucho técnico, pero se les olvidó lo que cualquiera sabe. Que un tejo de casi 300 años es un ser vivo delicadísimo al que sólo se le pueden dar mimos, que no aguanta la violenta pérdida del 90 por ciento de sus raíces, que no se puede arrancar sin cepellón, que no se puede hacer cuando ya está floreciendo, que no es, en definitiva, una farola o un poste eléctrico, sino un frágil monumento natural.

Pero a nuestras autoridades les da igual. Todo es teatro, puro teatro. Por eso los arrancaron sin pudor alguno. En un par de meses los viejos árboles estarán definitivamente muertos en su nueva localización, y para entonces la carretera entre Vegadeo y Boal será más ancha, más rápida, más deshumanizada y más anodina.

Los tejos de Benito se habrían podido salvar con sólo mover un metro el trazado previsto de la nueva vía, pero no se hizo

¿Tan difícil era, tan caro, tan complicado? Por supuesto que no. No cuando algo interesa de verdad. Pero estas joyas botánicas no importan a nadie. Las carreteras. Ésas sí que dan votos.

Gigantesco desmonte abierto por medio del pueblo de Rozadas para ampliar la carretera vecinal. La circunvalación o la modificación del trazado pedida por los vecinos no fue aceptada. Tejos e historia fueron arrojados juntos al vertedero.