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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Descubren rinocerontes y jirafas en el Sáhara, pero son de piedra

Grabados pétreos del Oued Zag, en el desierto del Sáhara. Foto: C.J. Palacios

El yacimiento arqueológico del Oued Zag, en el sur de Marruecos, es tan espectacular como desconocido.

He tenido la suerte de poderlo visitar y aún no salgo de mi asombro. En medio del desierto más extenso del mundo, unas rocas grabadas retratan la fauna que allí vivía hace miles de años, cuando los primeros ganaderos de la humanidad compartían agua y pastos con manadas de gacelas, jirafas, avestruces e incluso rinocerontes.

También documentan nuestras primeras peleas por controlar este territorio, entonces fértil y hoy convertido en un terrorífico erial.

Ves esa vieja fotografía en la ardiente piedra reflejando tanta vida perdida, después miras a tu alrededor, puro desierto, y se te ponen los pelos como escarpias.

El avance del desierto va a toda velocidad por culpa del cambio climático. Y te preguntas: ¿Dentro de unos pocos siglos Europa también será un desierto como éste?

En este vídeo subido a mi canal de YouTube [¿Ya te has suscrito?] te resumo esta extraordinario viaje al Sáhara. Si sigues leyendo el post te contaré un montón de cosas interesantes, incluyendo una cata de su paisaje extremo.

No hay palabras para describir este desierto

Acabo de llegar del desierto de Sáhara, invitado como periodista de FIJET España por el Consejo Provincial de Turismo de la provincia de Assa-Zag, en el sureste de Marruecos. Y vengo alucinado con ese territorio que he tenido la oportunidad de visitar una vez más. Es un duro espacio natural en los límites de la vida que atesora una cultura y una naturaleza verdaderamente brutales.

Y yo que soy amigo de hacer catas de paisaje allá por donde camino, frente al desierto cálido más grande del mundo mis cinco sentidos se han disparado. El sexto sentido, el de la prudencia, que según mi madre es el que tengo menos desarrollado, también se puso en alerta pues aquí te la juegas; perderte es morir. Y el octavo sentido, el de la palabra, creo que por primera vez en mucho tiempo se replegó y me dejó mudo.

¿Cómo es de grande el Sáhara?

Decir que inmenso es poco. Ocupa casi 9,5 millones de metros cuadrados. Y dicho así tampoco parece tanto ¿Verdad? Pero alucina con sus dimensiones cuando lo comparamos con espacios más conocidos. Porque ocupa una extensión casi tan grande como la de China o Estados Unidos. Es un tamaño mareante.

El Sahara se extiende desde Egipto y el mar Rojo por el Este, hasta llegar al océano Atlántico por el Oeste. Hacia el sur lo delimita como puede el Sahel, un cinturón de sabana semiárida que ocupa el norte de la que conocemos como África subsahariana. Y al norte lo cierran las montañas marroquíes del Anti Atlas.

Y como los humanos colonizamos hasta las piedras, esta inmensa unidad geográfica se la reparten 11 países norteafricanos.

Vista del desierto. Foto: C.J. Palacios

¿Por qué se llama Sáhara al Sáhara?

Sáhara significa en árabe desierto, por lo que esta palabra es un claro ejemplo de tautopónimo, pues su propio nombre repite el accidente geográfico que designa. Cuando en árabe se dice desierto del Sáhara, traducido al español significaría desierto-desierto.

Otro detalle interesante es su pronunciación, pues muchas veces nos liamos con la h intercalada y lo llamamos Sahara, convirtiéndola en palabra llana en lugar de esdrújula. Pero no, se dice Sájara, que se oiga bien la jota.

¿Todo el Sáhara es un desierto de arena?

Ni mucho menos. Esa es la idea mas extendida por influencia de las películas y documentales, pero el Sáhara es ante todo un desierto de piedras. Lo que en mi pueblo llamamos un pedregal y en árabe se conoce como «hammada«, que traducido al español significaría llanuras sin sombra. Y que ocupan el 70% de todo este desierto.

La mayor hamada del mundo es la del Draa, localizada entre Marruecos, Argelia, Mauritania y el Sáhara Occidental. Y es precisamente la que he visitado estos días. El viento y la aridez se llevan lejos todas las arenas dejando solo las rocas. Y prácticamente no hay árboles, salvo algunos grupos de viajas acacias en los fondos de valle algo más húmedos.

Qué llanura tan inhóspita, no os lo podéis imaginar. Es lo más parecido a caminar sobre Marte. Muchas veces pensaba que nuestro coche era en realidad la nave Curiosity explorando la superficie marciana.

¿Y por qué hay allí tantas piedras?

Pues básicamente, porque había (y sigue habiendo) muchas montañas, son geológicamente muy viejas, y la erosión después de tantos millones de años de historia las ha ido pulverizando poco a poco, desmoronándolas hasta convertirlas en pequeñas piedras.

Y cuando la erosión sigue implacable con su destrucción, termina convirtiendo esos pedruscos en diminutos granos de arena. Que luego el árido viento acumula en algunos sitios dando lugar a los inmensos campos de arena que vemos por la tele.

Un detalle importante. Siempre que veamos dunas significará que esa zona es muy ventosa. Por eso en el Sáhara el turbante y las gafas de sol es algo fundamental. Porque cuando el viento sopla muy fuerte, la arena está en continuo movimiento y como te descuides se te mete por los ojos y la nariz. Mucho cuidado.

¿Hace tanto calor como dicen?

Decir calor es poco. En el Sáhara, cuando se le desea a alguien «el peor de los infiernos» se le manda directamente a la hamada. Y es que en esas zonas se llegan a alcanzar temperaturas de hasta 55 °C.

Yo lo he sufrido en mis propias carnes y sudores, pues pillé días de mucho calor, viento y calima. El día en que me acerqué al Dráa superábamos los 42 grados a la sombra. Si es que encontrabas alguna, claro, porque personas y dromedarios buscábamos las mismas acacias para resguardarnos del intenso sol.

Quizá no os parezca tanto 42 grados, pero pregunté a unos nómadas que estaban por allí con sus cabras y dromedarios y me confirmaron que esos calores en el mes de octubre eran poco frecuentes, que ahora hace aún más calor que antes.

Alucina vecina, también en el Sáhara se está notando el cambio climático y el aumento de las temperaturas.

El autor, frente a los impresionantes grabados rupestres del Sáhara

¿A qué suena el Sáhara?

La banda sonora del desierto es tan increíble como su paisaje. Cuando visitamos este yacimiento bajo un calor tremendo, nos invitaron a una reunión con los notables de las tribus de la zona y responsables políticos de la provincia. Quieren desarrollar el turismo como nuevo recurso económico para estas tierras donde la vida es tan difícil.

¿Y sabes dónde fue la reunión? En una jaima instalada muy cerca de los granados, una gran tienda de campaña tradicional del pueblo saharahui instalada en el fondo de ese antiguo lecho del río que se llama la Oued Zag. Llegamos deshidratados. Nos descalzamos para pisar el suelo, que estaba cubierto de mullidas alfombras. Y nos recibieron con el sonido del té verde llenando pequeños vasos ¿No es increíble?

Normalmente se toman tres tés con la misma tetera, por lo que la infusión cada vez es menos fuerte. Dicen que el primero es amargo como la vida, el segundo dulce como el amor y el tercero suave como la muerte.

¿Cuál sería el tacto del desierto?

Te lo puedes imaginar, el de sus arenas ardientes. Y no lo digo en sentido metafórico. Tuve la mala suerte de ir al desierto con unas sandalias de caminar. Pero cuando andas por las dunas, además de casi enterrarte en la arena descubres horrorizado que abrasa. Te hundes y quemas, y quieres ir más rápido, pero como está en cuesta vas más hacia atrás que hacia delante. Y te sigues quemando. Al final vas pisando donde han pisado los de adelante, que son más listos y llevan botas.

Y también es emocionante tocar esos grabados rupestres donde otras personas retrataron lo que veían desde allí hace 7.000 o 10.000 años, pues en realidad no sabemos la antigüedad que tienen estos grabados.

Grabados rupestres del Oued Zag representando ganado doméstico. Foto: C.J. Palacios

¿A qué huele el desierto?

Huele a perfumes, a esos olores tan intensos y singulares que todavía hoy transportan las caravanas del desierto a lomos de dromedario. Cuando entras en una jaima saharaui son muy hospitalarios, la tradición es agasajarte invitándote a lavarte las manos con la siempre escasa y valiosa agua.

Y después te rocían con una colonia muy olorosa que al mismo tiempo te refresca. Y que te van echando de vez en cuando.

El perfume de las mujeres es igualmente embriagador. Exótico y terriblemente sugerente. Y hasta ahí puedo contar.

Tomando el té en una jaima en medio del desierto.

Los sabores del desierto

Son sabores muy especiados, con esas especias que traían las caravanas desde Oriente. Y son muy sabrosos pues son guisos hechos a baja temperatura durante horas. Es famoso el tajín y el cuscús, que suele ser de pollo, cordero o cabra, aunque sin duda el más famoso de los platos saharauis es el tajín de camello, que fui incapaz de probar. Además de que no como carne, me da una pena inmensa que se maten esos camellitos tan bonitos para guisarlos en su salsa, con joroba incluida. Pero si viviera en el desierto entiendo que no hay muchos más recursos y el primer mandamiento de la humanidad es no morirse de hambre.

Y un postre que me encantó, además de los dátiles, es la Sefa. Son fideos de cabello de ángel cocidos al vapor espolvoreados con canela, azúcar y almendras picadas. Tan rico como curioso.

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