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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Este es KIP, el confiado ‘nonnino’ de los asombrosos flamencos mediterráneos

Después de pasar un año en la isla de Cerdeña he dejado allí grandísimos amigos del alma. Pero había uno por el que estaba especialmente preocupado, pues el pobre es ya muy mayor. Se llama KIP, y la última vez que lo vi andaba un poquito pachucho.

La buena noticia que me ha llegado estos días es que KIP sigue renqueante, pero sano y feliz.

KIP es un flamenco común, un pájaro famoso y muy confiado del Parque Natural de Molentargius, muy cerquita de la capital sarda, Cagliari.
Pero KIP no es un flamenco cualquiera, no os vayáis a pensar. Es un flamenco viejísimo, el nonnino, el abuelo de todos los flamencos mediterráneos.

En este vídeo de mi canal en YouTube [¿Ya te has suscrito] te resumo su apasionante vida, con imágenes que pude grabar hace unos meses de este querido pájaro en la salinas de Molentargius.

¿Cómo sabemos que KIP es tan viejo?

Lo sabemos gracias a su nombre. O más exactamente, al código alfanumérico de la anilla de plástico que desde que nació lleva en la pata derecha. Una K, una I y una P, que leído todo junto y fácilmente desde lejos se ve como KIP.

Lo del nombre KIP es pura chiripa, pues podía haber salido cualquier otro código impronunciable, como los hay por miles en el mundo de los flamencos anillados.

Lo cierto es que, en la primavera de 1979, los ornitólogos, que ya estarán jubilados, le colocaron esta anilla para poder estudiar sus movimientos cuando aún era un pollo todavía incapaz de volar. Así que está a punto de cumplir los 43 años. ¡Qué barbaridad!

Es todo un récord en una especie que, tirando mucho para arriba y con suerte, es difícil que supere los 30 años.

Pero lo más increíble es que esa vejez no se le nota nada. Porque las aves no envejecen, al menos físicamente. Ni encanecen ni pierden plumas.

KIP paseaba frente a mí el año pasado, al lado de otros flamencos igualmente anillados y con una edad inferior a los 5 años, y no había diferencias físicas entre ellos, se les veía iguales. Bueno, quizá a KIP le cuesta algo más volar y se mueve con algo más de torpeza, pero físicamente parece un chaval.

Movimientos conocidos de KIP gracias a las lecturas hechas de su anilla a lo largo del tiempo.

Nació en Francia

Lo bonito de los pájaros es que son libres y pasan olímpicamente de nuestras fronteras inventadas (y de nuestros políticos). Ahí está el viejo KIP, que a pesar de ser el orgullo de Cerdeña es de origen francés. Nació en el sur de Francia, en la bellísima comarca de La Camarga. Por cierto, muy cerca de donde yo ahora vivo este año, que ya es de nuevo casualidad.

Gracias a esa anilla sabemos que KIP llegó volando por primera vez a Cerdeña en 1987, con tan solo ocho añitos. El sitio le gustó, pero cuando se acercaba la primavera volvía siempre a las marismas galas, en la desembocadura del Ródano, para buscar moza y criar allí a sus larguiruchos pollitos.

Lo tenía muy fácil. En La Camarga está la colonia más grande de todo el Mediterráneo, más de 20.000 parejas de flamencos. Y seguro que allí se liga fácil si eres un flamenco tan guapillo como KIP.

Imagen del viejo KIP paseándose por las salinas de Molentargius

Pero se ha nacionalizado italiano

Pero el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos (también los flamencos), que diría nuestro querido trovador Pablo Milanés. Y también KIP se ha hecho mayor. Sus 40 años serían como nuestros 100 años. Pero como el pájaro es muy inteligente, al final se ha jubilado en Molentargius, al sur de Cerdeña.

No ha elegido mal sito. Yo lo veía allí prácticamente todos los días del año pasado, tremendamente confiado, muy cerca de mi casa, en el que sin duda ha sido uno de los mayores lujos de mi vida.

KIP solía estar comiendo en una zona muy tranquila que mi amigo Sergio Simbula, apasionado de las aves, conoce como “el asilo de las salinas”. La razón de este nombre es fácil de adivinar. Allí se juntan los flamencos más viejitos o los que por culpa de algún accidente apenas pueden volar.

Estoy seguro de que los animales, con esa sabiduría que dan los años, saben que allí no les va a hacer daño nadie. Los sardos los quieren y los cuidan con pasión. De hecho, los consideran bellos vecinos a quienes llaman en su idioma local ‘Sa genti arrubia‘, las gentes rojas.

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