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Del amor al odio hay solo un paso (la ciencia lo confirma) #SanValentin

No hablo de parejas que se desgastan por la rutina, relaciones en las que el amor se desvanece poco a poco hasta que el sentimiento pasional desaparece. Hablo de dos personas que se quieren con intensidad y tras un episodio más o menos grave se instaura una semilla venenosa de odio que crece sin remedio, en forma de rabia explosiva, ira, reproches, venganzas y desprecios.

Aunque no lo parezca, odio y amor no son dos estados tan opuestos, realmente lo contrario del amor sería la indiferencia.

Cuanto más profundo es el amor, más profundo será el odio cuando la relación se rompa, así lo demuestra el estudio publicado en la revista Frontiers in Psychology; y es que tanto el amor como el odio comparten algo muy importante: la intensidad emocional.

Ambos sentimientos son muy fuertes y están involucrados en el mismo procesamiento neuronal en el cerebro, conocido como el ‘efecto de excitación de la emoción‘. Esto es, las emociones más potentes y voraces comparten una misma vía de recorrido en el cerebro y por ello es sencillo ir de un extremo a otro, se procesan por el mismo circuito.

Lo vemos continuamente, del amor al odio hay sólo un paso, por lo que no es extraño que algunas de las estructuras cerebrales que se activan para el odio lo hagan también cuando las personas se enamoran románticamente. Utilizando la resonancia magnética funcional el neurocientífico Semir Zeki estudió a 17 personas elegidas por profesar odio a alguien, como a un ex-amante, a un compañero de trabajo, o incluso a un político.

Observó que estructuras como el putamen y la  ínsula se activaban en el cerebro de esas personas tanto para estímulos relacionados con el odio como para estímulos relacionados con el amor romántico, lo que podría justificar al menos en parte y biológicamente la relación entre ambos. Curiosamente, el putamen se activa también en la preparación de conductas agresivas en el contexto amoroso.

Pero no todo son coincidencias, pues también se ha observado que la corteza prefrontal asociada al juicio y razonamiento que se desactiva en el amor, no lo hace tanto cuando lo que sienten las personas es odio. Como si el odio requiriera conservar la capacidad de razonar para calcular mejor cómo proceder contra el odiado, o para mantener los pensamientos que lo alimentan y lo incrementan.
Zeki dice que, mientras en el amor romántico, el enamorado suele ser menos crítico y juzga menos al amado, es más probable que en el contexto del odio el odiador ejercite juicios y cálculos para herir, injuriar o vengarse. 
Feliz día de San Valentín enamorados y enamoradas de lo que sea o de quién sea… 🙂

¿Nos enamoramos más en verano? La ciencia responde

Quién no ha vivido un apasionado y breve amor de verano

Este hecho relatado por muchos ha despertado la curiosidad de la Neurociencia para estudiar la relación entre las emociones y las relaciones veraniegas y han demostrado que no es un mito. Existe esta relación y hay varios hechos que lo demuestran.

La hipótesis inicial no era subjetiva, realmente hay datos que despertaron el interés de los investigadores: en verano aumenta significativamente la venta de preservativos y, por otro lado, el mayor índice de nacimientos se produce 9 meses después de las vacaciones, en julio y septiembre. Es decir, todos los encuentros íntimos quedan cubiertos en esta estadística.

La ciencia legitima la creencia popular sobre el verano y el amor. En primer lugar, es una obviedad, las condiciones climatológicas agradables aumentan la actividad social y por tanto el contacto entre seres humanos. Además, el sol activa la producción de dopamina y serotonina, las cuáles favorecen un estado de bienestar muy positivo, equilibran las emociones y reducen el estrés y la ansiedad. También la oxitocina (la conocida como hormona del amor) asume protagonismo en verano, ya que ésta aumenta con la temperatura cálida y la exposición al sol.

Además, el amor se ve potenciado en situaciones de activación fisiológica, de excitación, por ejemplo, cuando practicamos deporte, viajamos, bailamos… actividades más probables en verano que en invierno.

Y no olvidemos el atractivo físico, no es políticamente correcto pero esta variable es de las más importantes para enamorarnos según la ciencia. La belleza facilita conductas de acercamiento, física y psicológicamente y además provoca un efecto de halo positivo, ya que la asociamos directamente al éxito personal, a la inteligencia y cualidades varias.  Esto también podría ser una variable que influya, en verano tenemos mejor tono de piel, lucimos más guapos, vestimos con más color y nuestro cuerpo está más expuesto a los demás. Todo suma…

 

 

 

Un prestigioso neurocientífico investiga el cerebro del psicópata y descubre que él también lo es

Está muy extendida la creencia (errónea) de que el psicópata es aquel ser despiadado que ha cometido con sus propias manos los crímenes más horribles que os podáis imaginar y vive marginado, agazapado en la oscuridad, sin integrarse en la actividad diaria de los seres humanos. Nada más lejos de la realidad; desde luego se relaciona con la delincuencia pero lo cierto es que la psicopatía no llega a ser una enfermedad mental, es un trastorno antisocial de la personalidad que se caracteriza, sobre todo, por la falta de sentimientos (anestesia afectiva), ausencia de empatía, culpa o miedo, son seres muy egoístas, fríos y manipuladores, no sienten pero sí que ‘simulan’ muy bien ciertas emociones para conseguir sus objetivos.

Foto Pixabay. Creative Commons

James Fallon, ahora lo sabe bien. Se trata de un prestigioso neurocientífico estadounidense y asesor del Pentágono, sus aportaciones a la ciencia son muy extensas, su carrera es brillante, pero nunca pensó que investigando el cerebro criminal realizaría el descubrimiento más asombroso de toda su vida. Un colega le pidió que examinara los escáneres cerebrales de varios asesinos en serie condenadosPara ello, recibió cientos de resultados de los escáneres cerebrales de una gran muestra de criminales condenados, mezclados con los de personas sin historial delictivo.

Su cometido era discernir a las personas con trastorno psicopático de la personalidad del resto de la población a través de esas imágenes. Uno de los escáneres presentaba con claridad todos los rasgos de un asesino psicópata. “Como se imaginarán, ese escáner era el mío” reconoció Fallon hace ya cuatro años en una entrevista para ‘The Verge. Su reacción inmediata fue pensar que todo era un error, él se considera buena persona y jamás ha cometido un asesinato ni tiene un pasado delictivo en cualquier forma.

No le dio mayor importancia hasta que lo comenta, meses después, con su madre y ésta le confiesa que en sus antepasados por parte de padre había habido hasta 7 asesinos (que ellos supieran). Esto despertó entonces su atención y siguió investigando esta línea. Tal y como él mismo constató, los psicópatas son bombas de relojería pero «no siempre acaban siendo asesinos. Si no sufren malos tratos durante la infancia, existe una pequeña posibilidad de que crezcan y evolucionen de forma normal».

Fallon continúo evaluando su caso y resultó ser un psicópata secundario. «Los secundarios llevamos los genes que nos hacen psicópatas, pero, a diferencia de los primarios, necesitamos obligatoriamente un factor desencadenante para convertirnos en asesinos. Haber recibido palizas de niño es uno de ellos, pero también, por ejemplo, sufrir acoso en el colegio. Estoy convencido: Si en mi infancia no hubiese recibido un trato tan bueno por parte de mis padres y de mi entorno, difícilmente habría llegado a la adolescencia. Me habría suicidado o habría acabado matando a alguien.».

Aún así, Fallon reconoce en él rasgos psicopáticos en su comportamiento, se describe como frío y tremendamente vengantivo. «Me gusta vengarme. Eso es algo totalmente psicopático. Puedo esperar durante años. Si alguien me pone furioso, no reacciono en ese mismo instante, pero me la guardo y, llegado el momento, respondo con una eficacia quirúrgica. Algunas personas han perdido su trabajo por mi culpa». «Creo, sé, que amo a Diane. Pero nunca he estado vinculado emocionalmente a ella de verdad, igual que me ocurre con todos los demás». En cuanto a sus hijos: «Al principio eran como juguetes. Más tarde, cuando se hicieron mayores, se convirtieron en amigos. Pero nunca he tenido hacia ellos los sentimientos que tienen los padres normales hacia sus hijos».

Me parece un testimonio muy sugestivo. Nótese cómo en sus propias respuestas denota distanciamiento emocional cuando habla de su familia, en primer lugar dice que «cree» que ama a Diane, la llama por su nombre eliminando el artículo posesivo propio, no pronuncia ‘mi mujer‘, por ejemplo; por tanto se desvincula totalmente del lazo de unión entre ambos. Se refiere a sus hijos como juguetes, los cosifica como si no tuvieran vida. El lenguaje que utiliza es propio del discurso psicopático y ya nos dice efectivamente que su emocionalidad no está normalizada. No os perdáis su entrevista completa porque es un texto fascinante.

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¿Por qué mentimos si (se supone que) nos hace sentir mal?

Mentir está mal. Esto nos enseñan desde que somos pequeños, pero lo cierto es que la mentira forma parte del engranaje social de la comunicación, es necesaria para no herir a los demás o para autoprotegernos; aunque también se utiliza con fines más egoístas, maquiavélicos y pueden ser muy dañinas. Se supone que, con mejores o peores intenciones, el ser humano se siente mal mintiendo, engañar nos causa culpa, remordimientos, ansiedad, miedo (de que nos pillen por ejemplo)… entonces, si tan negativas son para nuestro estado de ánimo, ¿por qué lo hacemos?

La respuesta nos ha sido desvelada por la neurociencia, simple y concisa: Nuestro cerebro se acostumbra. La Resonancia Magnética funcional utilizada por los investigadores de la University College of London ha sido la clave para resolver el enigma. El experimento publicado en Nature Neurosciencie no deja lugar a dudas, cuanto más mentimos menos nos pesan los sentimientos negativos al hacerlo, al principio las emociones de culpabilidad son muy intensas, pero van descendiendo con la práctica. Una parte importante de nuestro cerebro relacionada con la emoción, la amígdala, se activa cuando engañamos para lograr nuestro propio beneficio. La respuesta de esta área disminuía con cada mentira. Cuando mentimos, nuestra amígdala produce una sensación negativa que se desvanece a medida que continuamos engañando.

Según explica Tali Sharot, investigador de psicología experimental y coautor del trabajo: “Cuando mentimos interesadamente, nuestra amígdala produce una sensación negativa que limita el grado en que estamos dispuestos a mentir. Sin embargo, esta respuesta se desvanece a medida que continuamos mintiendo y cuanto más se reduce esta actividad más grande será la mentira que consideremos aceptable. Esto conduce a una pendiente resbaladiza donde los pequeños actos de insinceridad se convierten en mentiras cada vez más significativas”.

Los datos obtenidos son muy reveladores y aplicables a otras conductas, en este caso se estableció la relación entre la habituación y el engaño, si bien, este mismo principio podría aplicarse a la progresión de otras conductas de riesgo como los comportamientos violentos.

 

 

La ciencia revela qué emoción hay tras la misteriosa sonrisa de la Mona Lisa

La neurociencia ha zanjado la polémica que, durante siglos, ha acompañado a la enigmática expresión facial de La Gioconda, también conocida como La Mona Lisa. Retratada por el afamado pintor Leonardo Da Vinci, buscó el efecto de que la sonrisa desapareciera al mirarla directamente y reapareciera sólo cuando la vista se fija en otras partes del cuadro.

El juego de sombras (que se ven mejor con la visión periférica) refuerza la sensación de desconcierto que produce la sonrisa, hasta el momento, se desconocía si en realidad sonreía o si, por el contrario, mostraba un gesto lleno de amargura.

Hace pocos días, el neurocientífico Juergen Kornmeier, de la Universidad de Freiburg en Alemania, y coautor del estudio, afirmó: “Estamos realmente asombrados”. En un ensayo inusual, cerca del cien por cien de la gente describieron a esta insólita expresión facial como: «inequívocamente feliz».

Para el estudio, el equipo utilizó una copia en blanco y negro del cuadro del siglo XVI, que alteró para generar ocho versiones que iban desde un mayor grado de «felicidad» a un tono más «triste». Las nueve imágenes fueron mostradas a los participantes en 30 ocasiones, en las que debían catalogarlas.

«Debido a las descripciones del arte y de los historiadores del arte, pensamos que el original iba a ser el más ambiguo», explicó Kornmeier. En cambio, «para nuestro asombro, descubrimos que el original de Da Vinci era percibido como ‘feliz’ en un 97% de los casos.»

Estos descubrimientos pueden ser relevantes para estudiar varios desórdenes psiquiátricos, dijo Kornmeier y en una segunda etapa se medirán los resultados en pacientes que sufren enfermedades mentales.

Otro descubrimiento interesante es que las personas se identifican más rápidamente con La Mona Lisa contenta que con las versiones tristes. Este hecho sugiere que «puede haber una leve preferencia en los seres humanos por la felicidad«, dijo el experto.

Al ser preguntado sobre la pieza de arte, el equipo contestó que su trabajo da una respuesta a una pregunta que lleva siglos sin resolverse. «Puede que haya cierta ambigüedad en otros aspectos», dijo Kornmeier, «pero no hay ambigüedad en el sentido de si es feliz o triste

 

 

*Referencia: Emanuela Liaci et al, Mona Lisa is always happy – and only sometimes sad, Scientific Reports (2017).

La mente corrupta ¿Es posible evitar la corrupción? #psicología

Los expresidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán y la exconsejera Martínez Aguayo imputados en el caso de los Ere falsos de la Junta de Andalucía. (Imagen de Archivo de 20 minutos)

Los expresidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán y la exconsejera Martínez Aguayo imputados en el caso de los Ere falsos de la Junta de Andalucía. (Imagen de Archivo de 20 minutos)

Creo que hoy es el primer día desde que comencé el blog que me desvío un poquito del área de la comunicación no verbal más rigurosa, pero lo cierto es que cuando mi colega Sergio Colado, experto en neurociencia y director de la emprea Nechi Group, me planteó este tema me pareció apasionante. Hemos analizado aquí numeras comparecencias de políticos acusados de corrupción, como el de Rita Barberá o el ex ministro Soria. Ahora vamos a analizar la psicología del corrupto, qué mecanismos cerebrales se activan para llevar a cabo tal actitud deplorable, qué hay detrás de la corrupción y si es posible evitarla.

Vivimos tiempos de cambios en todo el mundo. Estamos en la era en la que descubrimos que el ser humano se corrompe con facilidad. Los altos cargos cometen actos de corrupción por todas partes. Y los niveles intermedios les secundan. El poder político, la banca, las grandes corporaciones, los empresarios… son corruptos. ¿No se libra ninguno?

Existen muchas definiciones de corrupción. “Acción y efecto de corromper o corromperse. En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. Así la define la Real Academia de la Lengua Española. A su vez, define corromper como “Sobornar a alguien con dádivas o de otra manera”. Transparencia Internacional la define como “el abuso del poder encomendado para uso privado”. Finalmente, la definición que podemos encontrar como una de las más extendidas según google es “Pervertir o hacer que una persona o una cosa sea moralmente mala”.

A la vista de estas definiciones, podríamos englobar dentro de esta delimitación acciones de nuestra vida diaria, aunque es evidente que la connotación de la gravedad de cada una no es igual. Pero, ¿qué dice la ciencia sobre este tema? La corrupción no es exclusiva de la especie humana. De hecho, se han evidenciado conductas corruptas en chimpancés, abejas, hormigas y otros animales. La corrupción pasa por ser un acto que se desvía de la conducta determinada socialmente. Está claro que si, socialmente, aceptásemos la premisa de que el uso de nuestro poder justifica el beneficio no entenderíamos la corrupción de igual manera.

Según recientes estudios las personas son menos corruptas cuando saben que pueden ser observadas. Si no hay sanción social se pierde el mecanismo de premios y castigos y se naturaliza el delito. La neurociencia nos revela que una pequeña región del cerebro, llamada circunvolución frontal inferior izquierda, se activa en mayor medida cuando realizamos una acción corrupta. Por otro lado la corteza dorsolateral prefrontal parece ser el área responsable de controlar nuestros impulsos más automáticos de represión y honestidad.

Según la psicología cognitiva, podemos relacionar la corrupción con la denominada disonancia cognitiva, que trata de comprender qué hacen las personas cuando se enfrentan a una información que crea estados psicológicos conflictivos. Los individuos que experimentan disonancia cognitiva pretenden reducir sus sentimientos de incomodidad intentado conciliar sus creencias y sus comportamientos conflictivos. Las personas en conflicto pueden llegar a crear mecanismos de conclusión y confirmación distorsionados con el objetivo de obtener pruebas que apoyen su teoría de acción correcta, creándose lo que se denominan “sesgos confirmatorios”.

En consecuencia, no son conscientes de su comportamiento inadecuado. Entonces, cuando las personas en conflicto no son conscientes de ello, no resulta probable que las campañas de transparencia y de lucha anti corrupción puedan modificar su comportamiento. Por otro lado, de manera consciente, aquellos que aceptan el soborno establecen juicios morales de acuerdo con pautas cognitivas diferentes de quienes lo rechazan. Los que aceptan sobornos responden al esquema moral cognitivo del interés personal mediante el filtro del lucro propio, predominando la perspectiva de la ventaja personal y extendiendo la preocupación solo a los conocidos y cercanos.

El camino que lleva a la corrupción es una combinación de un entorno propicio, una oportunidad y un tipo de personalidad que, superando el temor a un posible castigo, antepone el beneficio individual al interés de los demás y al cumplimiento de la ley. Para que una persona se corrompa se necesitan factores como poder, dinero y oportunidad. Sin embargo, no todo el mundo que tiene la oportunidad de infringir la ley en beneficio propio lo hace.

Conclusión: Si no hay miedo a ser sancionado, el ser humano tiende a naturalizar el delito y la corrupción se vuelve una dinámica que incita a su propio sostenimiento. Ante esto hay dos caminos para corregir la corrupción, uno a corto plazo, relacionado con la creación de leyes anti-corrupción y una incentivación de las acciones honorables, y uno a largo plazo, centrado en la generación y promoción de valores empresariales a través de la formación y la educación. Una sociedad con libertad de elección con capacidad de competencia por valor y con confianza en las tomas de decisión es una sociedad más feliz y equilibrada.