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Un panorama marciano para morir

La bomba de mi estanque y los rovers marcianos son, ya lo he dicho aquí, las máquinas más fiables de la galaxia. Olvídense de aquella famosa bombilla de un parque de bomberos de California que lleva luciendo desde 1901; solo se limita a arder lentamente. En cambio, la humilde bomba de mi estanque lleva empujando litros y litros de agua cada día durante más de 20 años, casi sin interrupción; imagino que tal vez la obsolescencia programada aún no ha llegado al sector de la jardinería. Denle tiempo.

En cuanto a los rovers marcianos, todas las sondas espaciales se diseñan con un objetivo de duración que se supone muy por debajo de su capacidad real. Pero una cosa es foguearse contra el vacío del espacio y su radiación, y otra muy diferente sobrevivir en el clima de Marte. El frío del espacio es más bien simbólico, por la baja densidad molecular, pero el marciano es muy real. Y a él se unen también la radiación, las tormentas, el polvo, los accidentes del terreno…

Spirit y Opportunity –más familiarmente, Oppy– fueron gemelos separados al nacer, sin posibilidad de reencontrarse jamás. Los dos rovers se lanzaron al espacio en 2003 en dos cohetes distintos para apostarse en sendas coordenadas muy distantes de la región ecuatorial marciana. Cuando llegaron a sus respectivos destinos en enero de 2004, su misión estaba prevista para una duración de 90 días. Y sin embargo, Spirit estuvo activo hasta marzo de 2010, mientras que Opportunity vivió hasta junio de 2018; más de 14 años, recorriendo un total de más de 45 kilómetros sobre el suelo de Marte.

La sombra del Opportunity, capturada por el rover en 2004. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

La sombra del Opportunity, capturada por el rover en 2004. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Y aún más: lo que finalmente mató a ambos rovers no fueron las averías –aunque también las sufrieron–, sino una causa perfectamente previsible y prevenible, que se previó pero no se previno, porque hasta el último centavo del proyecto debía ir destinado a otros fines: las baterías murieron porque el polvo cubrió los paneles solares.

Autorretrato del rover Opportunity (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares limpios tras un viento favorable. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Opportunity (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares limpios tras un viento favorable. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Spirit (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares cubiertos de polvo. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Spirit (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares cubiertos de polvo. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Según contaba el astrofísico y bloguero Ethan Siegel, un simple soplador de aire comprimido habría hecho a los rovers prácticamente inmortales. O para el caso, un astronauta que hubiera pasado un paño. Pero respecto a esto último y a fecha de hoy, la relación entre coste y ciencia obtenida continúa decantándose masivamente a favor de las sondas robóticas frente a las misiones tripuladas, y no parece que esto vaya a cambiar.

Pero nada se les puede reprochar a los dos cochecitos marcianos ni a sus ingenieros: el proyecto MER (Mars Exploration Rovers) ha sido uno de los más fructíferos de la historia de la exploración extraterrestre. Entre otros hallazgos, Spirit y Oppy demostraron sin género de duda que el agua fue un día abundante en Marte, y que por tanto aquel planeta y el nuestro fueron también gemelos separados al nacer que se enfrentaron a destinos muy diferentes.

Mientras en la Tierra (atención, abro tag de hipótesis) una serie de improbabilísimas carambolas químicas daban lugar a un afortunado equilibrio dinámico y cambiante en el ciclo de carbonatos y silicatos que permitía a la vida fabricarse un planeta apto para ella, Marte no conseguía ese punto dulce, dando bandazos que le hicieron entrar en una espiral catastrófica, perdiendo la mayor parte de su atmósfera y, por tanto, su agua (cierro tag de hipótesis).

El año pasado, Marte sufrió otro de esos calamitosos bandazos. Lo que comenzó el 1 de junio como una pequeña tormenta local, a unos 1.000 kilómetros de Oppy, en pocos días se extendió hasta cubrir de polvo todo el planeta, alterando drásticamente la faz de Marte.

Imágenes de Marte tomadas por la sonda Mars Reconnaissance Orbiter, antes y después de la gran tormenta de polvo de junio de 2018. Imágenes de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

Imágenes de Marte tomadas por la sonda Mars Reconnaissance Orbiter, antes y después de la gran tormenta de polvo de junio de 2018. Imágenes de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

El 10 de junio, el rover suspendió sus comunicaciones, probablemente con sus paneles solares cubiertos de polvo. En ocasiones anteriores, alguna racha afortunada de viento había limpiado la superficie del robot, pero en este caso no ocurrió. El día 12, Oppy entró en hibernación. Desde entonces, los técnicos de la misión le han enviado más de mil señales en busca de una respuesta, sin éxito. El 13 de febrero de este año, la NASA dio por finalizada la misión del rover.

Esta semana, la NASA ha publicado el último panorama que Oppy vio antes de morir y donde reposará, en principio, para siempre. Desde el 13 de mayo hasta el 10 de junio, cuando falló definitivamente, el rover tomó 354 imágenes para construir una vista de 360° de su entorno, en el lecho del cráter Endeavour (la imagen completa con zoom y movimiento puede verse aquí). Abajo a la izquierda queda el testimonio de los últimos momentos de Oppy; las imágenes en blanco y negro que no tuvo tiempo de fotografiar con sus tres filtros de colores distintos. Un bello panorama para morir en Marte.

Mosaico de 354 imágenes tomadas por el Opportunity en el cráter Endeavour antes de desactivarse. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Mosaico de 354 imágenes tomadas por el Opportunity en el cráter Endeavour antes de desactivarse. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Recorte del último panorama capturado por el Opportunity. La elevación es el borde del cráter Endeavour, y bajo él se aprecian las huellas del propio rover. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Recorte del último panorama capturado por el Opportunity. La elevación es el borde del cráter Endeavour, y bajo él se aprecian las huellas del propio rover. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Las dos últimas imágenes qie el Opportunity tomó antes de desactivarse. El punto brillante es el sol. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Las dos últimas imágenes que el Opportunity tomó antes de desactivarse. El punto brillante es el sol. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

…Y eso fue todo con el fiasco del experimento biológico lunar de China

Hace unos días conté aquí que la sonda china Chang’e 4, el primer aparato posado en la cara oculta de la Luna, llevaba el primer experimento de crecimiento de vida en otro cuerpo celeste distinto de la Tierra: un bote de aluminio de unos 3,6 litros con tierra, agua y nutrientes para crear una minibiosfera con unas pocas especies de plantas y animales.

Pese al enorme interés del experimento, sobre todo para la comunidad de biólogos, nos quedamos con hambre de conocer los detalles, debido a la escasez de información que facilitan las autoridades chinas. Pudimos saber que lo difundido en numerosos medios sobre la presencia de huevos de gusanos de seda en la minibiosfera era falso. El bulo nació de unas declaraciones publicadas meses antes del experimento, pero era evidente que de ningún modo los gusanitos podrían sobrevivir sin… la morera de toda la vida. Finalmente la agencia estatal Xinhua publicó la lista de las especies presentes en el contenedor: algodón, colza, patata, arabidopsis, levadura y mosca de la fruta.

Pero poco más pudimos saber, por no decir nada más. Dado que, según lo publicado, 28 universidades chinas participaban en la minibiosfera lunar, parecía tratarse de un experimento de gran envergadura y complejo diseño, que podría revelar innumerables pistas sobre la posibilidad de crear hábitats autosuficientes fuera de la Tierra. ¿Qué datos iban a recogerse? ¿Cuándo podríamos conocer los resultados del experimento? Estábamos en ascuas.

Hasta que el globo lunar se nos ha pinchado. El pasado martes, Xinhua publicaba un bombazo: «La Luna ve el primer brote de una semilla de algodón». Por primera vez en la historia de la humanidad un organismo crecía sobre otra superficie distinta de la terrestre, un momento histórico para la ciencia. La noticia se acompañaba con una foto en la que, según nos decían, se observaba ese bebé de planta de algodón naciendo sobre la tierra de la maceta lunar.

El brote de algodón en el experimento lunar. Imagen de Chongqing University.

El brote de algodón en el experimento lunar. Imagen de Chongqing University.

Las campanas repicaron en los medios del planeta: ¡un hito de la exploración espacial! ¡La primera vez que un organismo crece en la Luna!

Pero… espera. Resulta que si se leía la noticia completa publicada por Xinhua, hacia la mitad del texto uno se encontraba con esto:

La sonda Chang’e 4 ha entrado en «modo dormido» el domingo, a medida que caía la primera noche lunar tras el aterrizaje de la sonda. La temperatura podría descender hasta -170 °C.

«La vida en el contenedor no sobrevivirá a la noche lunar», dijo el diseñador jefe del experimento, Xie Gengxin, de la Universidad de Chongqing.

El experimento ha terminado. Los organismos se descompondrán gradualmente en el contenedor sellado y no afectarán al medio ambiente lunar, ha dicho la Administración Nacional Espacial de China (CNSA).

¿Cómo? ¿En serio? ¿Veintiocho universidades participando en el experimento, y no se ha tenido en cuenta que la noche lunar iba a caer a los pocos días del alunizaje de la sonda? ¿Qué hay de las semillas de colza, patata y arabidopsis, de las levaduras y de los huevos de mosca? ¿No se ha previsto un sistema de calefacción que se mantuviera activo durante la noche lunar para mantener la minibiosfera a una temperatura compatible con la vida? ¿De verdad eso ha sido todo?

Minibiosfera lunar de la sonda Chang'e 4. Imagen de Chongqing University.

Minibiosfera lunar de la sonda Chang’e 4. Imagen de Chongqing University.

Es más, luego se supo que las primeras imágenes circuladas por los medios chinos, en las que se veía claramente un vigoroso brote verde creciendo sobre la tierra de la minibiosfera y que se publicaron en un primer momento como prueba del éxito del experimento, en realidad no correspondían a la minibiosfera lunar, sino a una réplica en tierra… Más confusión a añadir a este estrambótico episodio que comenzó como el experimento biológico del siglo para saldarse con el primer cubo de basura en la Luna, y que es realmente díficil no calificar como gran fiasco.

Brote de algodón en una réplica del experimento lunar en tierra. Imagen de Chongqing University.

Brote de algodón en una réplica del experimento lunar en tierra. Imagen de Chongqing University.

No, China no ha enviado gusanos de seda a la Luna, por una razón muy simple

Entre los diversos experimentos que la sonda china Chang’e 4 está llevando a cabo en la cara oculta de la Luna, los medios han mencionado la presencia de una minibiosfera, un pequeño contenedor sellado cuyo propósito es estudiar el desarrollo de ciertas especies terrestres en un hábitat de condiciones controladas sobre la superficie lunar. Según contaron la mayoría de los medios, la minibiosfera contiene semillas de algunas plantas como la patata, además de huevos de gusanos de seda. Lo cual resulta muy apropiado para una misión china, aparte de dar un buen titular.

Pero ¿realmente la Chang’e 4 lleva huevos de gusanos de seda?

No, no los lleva. Y la razón principal por la que esto no es posible es la más simple que pueda imaginarse: ¿qué iban a comer?

Gusanos de seda. Imagen de Fastily / Wikipedia.

Gusanos de seda. Imagen de Fastily / Wikipedia.

Entre los muchos logros científicos y tecnológicos del ser humano, no se cuenta el haber convencido a los gusanos de seda para que coman otro alimento diferente de las hojas de morera y otro puñado de especies relacionadas. Dado que la minibiosfera lunar de la Chang’e 4 solo lleva semillas de plantas, difícilmente sería viable conseguir una producción de hojas con la suficiente rapidez para abastecer a los voraces gusanitos una vez que los huevos eclosionaran. Morirían sin remedio.

Pero si es imposible que la Chang’e 4 lleve huevos de gusanos de seda, ¿por qué prácticamente todos los medios han contado esta historia? La explicación hay que buscarla en lo que ayer comenté sobre la escasa transparencia de la ciencia china.

En el campo de la exploración espacial, EEUU lleva una clara delantera en lo referente a información y comunicación; cualquier misión cuenta con una o varias miniwebs dedicadas, además de las páginas de las instituciones implicadas donde los científicos e ingenieros cuentan los proyectos y experimentos con todo lujo de detalles. A esto se añaden equipos de comunicación formados por verdaderos profesionales (debería ser siempre así, pero no lo es) que mantienen una intensa actividad en los distintos canales informativos. Incluso a nuestra Agencia Europea del Espacio (ESA) le cuesta alcanzar ese listón, que para otros países como Rusia o China está a una altura estratosférica.

En concreto, la versión en inglés de la web de la Adminsitración Nacional Espacial de China (CNSA) resulta muy escasa, sin detalles sobre misiones y con informaciones demasiado escuetas firmadas por la todopoderosa Xinhua, la agencia de prensa oficial del gobierno. Incluso la versión original en chino (el traductor de Google no hace milagros, pero sí apaños) parece más institucional que informativa.

Entonces, ¿dónde podemos encontrar información detallada y fiable sobre el proyecto de la minibiosfera lunar? Es posible que la historia original sobre los gusanos de seda proceda de una noticia publicada por Xinhua en abril de 2018, ocho meses antes del lanzamiento de la misión Chang’e 4. En aquella historia se decía que la CNSA había seleccionado el proyecto de entre más de 200 propuestas, y que contaba con la participación de 28 universidades chinas bajo la dirección de la Universidad de Chongqing.

Según la información de Xinhua, la minibiosfera constaría de un recipiente cilíndrico de aleación de aluminio de 18 cm de altura y 16 cm de diámetro, con un volumen neto de 0,8 litros (lo cual invita a suponer que el resto hasta los 3,6 litros estará ocupado por los equipos) y un peso de 3 kilos. Contendría agua, nutrientes y aire, además de instrumentos como una cámara y un transmisor de datos. La luz solar entraría a través de un tubo. En cuanto a las especies que vivirían en este pequeño mundo, Xinhua mencionaba semillas de patata y arabidopsis (una planta empleada como modelo vegetal en los laboratorios), y “probablemente algunos huevos de gusanos de seda”.

El esquema parecía más o menos claro: las plantas mantendrían el nivel de oxígeno en la minibiosfera mediante la fotosíntesis, que reconvertiría en oxígeno el CO2 producido por la respiración de los gusanos mientras crecen comiendo… espera, ¿comiendo… qué?

Parece que este pequeño detalle no estaba contemplado en aquella explicación del experimento, que Xinhua atribuía a “una conferencia sobre innovación científica y tecnológica de la Municipalidad de Chongqing”; no exactamente el tipo de fuente oficial que uno esperaría. Pero parece que aquella idea sobre los gusanos de seda fue recogida por algunos medios occidentales, y luego rebotada de unos a otros, hasta que los gusanos espaciales llegaron a servir de titular en los telediarios e incluso a colarse en la Wikipedia.

Salvo que jamás han existido. La lista (presuntamente) real de las especies presentes en la minibiosfera lunar de la Chang’e 4 la facilitaba Xinhua después del alunizaje de la sonda, el 3 de enero: algodón, colza, patata, arabidopsis, levadura y mosca de la fruta. Esto ya tiene bastante más sentido: las plantas requieren luz, agua y nutrientes, la levadura produce unos nutrientes a partir de otros sin necesidad de luz y las moscas de la fruta son poco exigentes en su alimentación, bastándose con caldos de cultivo como los que se utilizan para criarlas en los laboratorios.

Así pues, nada de gusanos de seda. Pero más allá de aclarar este falso dato, ¿cuáles son los detalles del experimento? Gusanos o no, es la primera vez que especies terrestres van a vivir y crecer en la Luna; si todo funciona según lo previsto, incluso habrá flores, las de arabidopsis. Pero aparte de la webcam que retransmitirá el devenir de aquel minúsculo jardín lunar, ¿con qué sensores cuenta el recipiente? ¿Qué datos van a recogerse? ¿Cuáles son los resultados esperados? A pesar de tratarse del primer experimento de vida en otro cuerpo celeste distinto de la Tierra (que sepamos, el primero en todo el universo), parece que con la ciencia china vamos a quedarnos, una vez más, a oscuras.

La reconquista de la Luna, la gran carrera del siglo

La sonda china Chang’e 4 ha sido la primera en posarse sana y salva en la cara oculta de la Luna, la que permanece siempre invisible para nosotros debido al llamado acoplamiento de marea, que sincroniza la rotación lunar con su tránsito alrededor de la Tierra. En esta cara lunar solo existe otro artefacto humano, la Ranger 4 estadounidense, que en 1962 se estrelló según lo previsto, pero sin enviar datos a causa de una avería durante el descenso.

No es la primera vez que China conquista la Luna. En 2009 la Chang’e 1 fue estrellada deliberadamente contra la superficie lunar después de 16 meses en órbita. Su sucesora, la Chang’e 2, orbitó la Luna antes de partir para explorar el asteroide Tutatis. En 2013 la Chang’e 3 se posó en la cara lunar visible con su rover Yutu, siendo la primera misión en operar sobre la superficie del satélite terrestre desde la sovietica Luna 24 en 1976.

El rover Yutu 2, tras su descenso al suelo desde la sonda Chang'e 4. Imagen de CNSA.

El rover Yutu 2, tras su descenso al suelo desde la sonda Chang’e 4. Imagen de CNSA.

Sin embargo y a pesar de la novedad que supone pisar la cara oculta de la Luna –este hemisferio ya había sido fotografiado numerosas veces por sondas orbitales rusas y estadounidenses–, en realidad la Chang’e 4 es una repetición de la Chang’e 3, una misión de transición hacia el siguiente paso del programa lunar chino: traer muestras lunares a la Tierra, algo que hizo por última vez la Luna 24 y que será el objetivo de la Chang’e 5 en diciembre de este año y de la Chang’e 6 en 2020. Más adelante, en la década de los 30, llegará el gran salto de China a la Luna con las misiones tripuladas y la posible construcción de una estación lunar.

Desde que EEUU y la antigua URSS abandonaron la Luna como objetivo de sus landers (sondas aterrizadoras), el satélite terrestre se ha convertido en la meta de otras potencias emergentes. El próximo mes está previsto que India e Israel lancen sus respectivas misiones lunares no tripuladas, Chandrayaan 2 y Beresheet. Tras el retraso de la misión india, cuyo despegue estaba previsto para comienzos de este mes, ambas naciones compiten ahora por ser la cuarta del mundo que posa un aparato en la superficie lunar.

Otro país que quiere unirse al club lunar es Japón; después de la cancelación de la misión SELENE/Kaguya 2, la agencia nipona JAXA ha revitalizado el programa lunar con la intención de enviar una sonda robótica en un par de años y con la aspiración de plantear quizá más adelante misiones tripuladas.

Primera imagen de la superficie lunar enviada por la sonda china Chang'e 4. Imagen de CNSA.

Primera imagen de la superficie lunar enviada por la sonda china Chang’e 4. Imagen de CNSA.

Así, parece que para la próxima década se abre una nueva carrera lunar; pero a diferencia de la que EEUU y la URSS libraron en el siglo pasado, esta vez el motivo de conquistar la Luna no es meramente plantar una bandera, sino que también hay dinero en juego, el que puede rendir la explotación de los recursos lunares para el primero que se haga con ellos. Obviamente, este no es un objetivo inmediato, pero en el camino se abren grandes oportunidades de negocio para quienes aporten la tecnología necesaria. Es el viejo dicho: si hay fiebre del oro, vende palas.

Todo ello ha llevado a las potencias tradicionales a desempolvar sus programas lunares. EEUU, la Unión Europea y Rusia han reaccionado con nuevos planes y alianzas para no perder la posición de cabeza en la que promete ser, por ahora, la gran carrera espacial de este siglo.

Pero para quienes seguimos esta carrera desde las sillas de la grada, no será indiferente quién se lleve los triunfos. Según reflejaba esta semana el South China Morning Post, el diario de referencia de Hong Kong en lengua inglesa, algunos observadores chinos ven en esta nueva carrera una extensión de la actual guerra comercial entre China y EEUU. Y como contaré mañana, la ciencia y la exploración espacial pueden ser las víctimas inocentes de la opacidad informativa que envuelve toda guerra.

Año nuevo, mundo nuevo: 2019 se abre con la conquista más lejana del ser humano

El próximo 1 de enero, exactamente a las 6:33 de la mañana (hora peninsular), cuando muchos estén durmiendo la mona en el rincón de algún garito con un hilillo de baba colgando del matasuegras, otros arrastrando los pies en busca de un taxi, y algunos simplemente descansando plácidamente en su cama, tendrá lugar la visita de un artefacto de fabricación humana a la frontera física más lejana en toda la historia de la humanidad.

Cuidado, que vienen cifras: a unos 6.600 millones de kilómetros de nosotros, la sonda de la NASA New Horizons volará a 62.764 km/h (más o menos de Madrid a Barcelona en menos de medio minuto) para acercarse a 3.540 km de un pedrusco de unos 30 km de largo llamado (486958) 2014 MU69, alias Ultima Thule; en la literatura clásica y medieval, Thule designaba la tierra más lejana de las fronteras del norte, ya fuera Noruega, Islandia o Groenlandia, y Ultima Thule se aplicaba metafóricamente a cualquier lugar ignoto más allá de los límites del mundo conocido.

A la izquierda, imagen de Ultima Thule (en el círculo amarillo) tomada por New Horizons el 2 de diciembre de 2018, a 38,7 millones de kilómetros. A la derecha, el detalle del recuadro amarillo, en el que se ha eliminado el brillo de las estrellas del fondo. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

A la izquierda, imagen de Ultima Thule (en el círculo amarillo) tomada por New Horizons el 2 de diciembre de 2018, a 38,7 millones de kilómetros. A la derecha, el detalle del recuadro amarillo, en el que se ha eliminado el brillo de las estrellas del fondo. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

El objeto transneptuniano (más allá del planeta Neptuno) Ultima Thule es ese lugar: aunque las dos sondas gemelas Voyager han llegado aún más lejos, traspasando los límites del Sistema Solar, lo han hecho en mitad del inmenso vacío del espacio, sin una referencia geográfica cercana. New Horizons se acercará por primera vez en la historia a un objeto del cinturón de Kuiper, el disperso anillo de asteroides que abraza el Sistema Solar.

El aparato recogerá datos científicos y tomará imágenes con una resolución de 30 metros, para después enviar todos estos paquetes de información a las antenas terrestres, que los recibirán seis horas después de su emisión (ya, ya, y nuestra wifi apenas llega del salón al dormitorio…). Casos como este nos recuerdan que la velocidad de la luz es en realidad una magnitud de caracol si la contemplamos contra las inabarcables distancias del cosmos.

La historia de New Horizons y Ultima Thule es también una primicia en la exploración espacial por otros motivos. La sonda ya disfrutó de su momento de gloria en 2015, cuando nos reveló por primera vez cómo es en realidad el explaneta Plutón. Una vez completada la que era la misión primaria de New Horizons, los responsables de la misión se encontraron con la posibilidad de emplear su flamante y potente aparato para conquistar nuevas metas. Con este fin, el telescopio espacial Hubble emprendió una búsqueda de objetos lejanos a los que New Horizons pudiera dirigirse, y allí apareció Ultima Thule, que aún no se conocía cuando la sonda despegó de la Tierra.

Ilustración de la sonda New Horizons acercándose a Ultima Thule. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

Ilustración de la sonda New Horizons acercándose a Ultima Thule. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

Los terrícolas tendremos que esperar quizá a los primeros días de 2019 para empezar a conocer los datos y el aspecto de este lejano asteroide. Y los científicos confían en que esas primeras observaciones logren resolver el primer misterio sobre este distante objeto. La forma concreta de Ultima Thule aún se desconoce, aunque se sabe que no es esférico. Pero durante su acercamiento, las imágenes tomadas por New Horizons han revelado un patrón luminoso inusual.

Mientras que un objeto irregular reflejando la tenue luz solar debería comportarse como un faro, emitiendo un pulso luminoso periódico debido a la rotación, en cambio las fotos muestran una luz muy uniforme, como la que se esperaría de una esfera. Para explicarlo, los investigadores han propuesto varias hipótesis: tal vez el eje de rotación esté dirigido precisamente hacia la trayectoria de la nave, lo que sería una improbable casualidad; o bien quizá Ultima Thule esté rodeado por una nube de polvo como la cabellera de un cometa, pero para esto se necesitaría que el Sol lo calentara lo suficiente como para provocar esta emisión, lo que no parece posible a tal distancia. Por último, se ha apuntado la posibilidad de que el asteroide esté rodeado por varias lunas diminutas, con patrones luminosos diferentes que se suman. Sin embargo, según los científicos, este sería un caso único entre los objetos conocidos del Sistema Solar.

La respuesta, que podremos conocer a través de los canales de la NASA y del Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins, será probablemente el primer hallazgo científico destacable de 2019, pero no será el único descubrimiento que nos revelará este histórico encuentro de la tecnología humana con las lejanías del Sistema Solar. Según el investigador principal de New Horizons, Alan Stern, Ultima Thule «es una cápsula del tiempo que nunca antes hemos visto y que nos llevará en un viaje en el tiempo hasta 4.500 millones de años atrás, al nacimiento del Sistema Solar».

El objeto interestelar ‘Oumuamua no parece ser una nave alienígena

Si algún día un destructor imperial decidiera dejarse caer por nuestro Sistema Solar, ¿cómo lo reconoceríamos?

En primer lugar, los telescopios descubrirían un objeto inédito en la pantalla del firmamento. Las observaciones permitirían estimar su tamaño, pero sin la suficiente resolución como para poder determinar su aspecto detallado. Después, los cálculos mostrarían que su trayectoria y velocidad no se corresponden con las de un objeto en órbita alrededor del Sol o de otro cuerpo del sistema, lo que sugeriría que no se trata de un asteroide al uso. Tampoco se detectaría la coma típica de los cometas, e incluso tal vez los datos indicarían que su forma no es la habitual más o menos redondeada de un asteroide, sino una más extraña; por ejemplo, fina y alargada.

Así es precisamente la historia que arrancó el 19 de octubre de 2017, cuando el telescopio Pan-STARRS 1 de Hawái descubrió un objeto que pronto se reveló como algo fuera de lo común. Reuniendo las observaciones de otros telescopios, los astrónomos concluyeron que estaban ante el primer objeto interestelar jamás confirmado, un viajero procedente de fuera del Sistema Solar que casualmente atraviesa nuestro vecindario cósmico.

Para su nominación formal se inauguró una nueva categoría de objetos designados con la letra I, de «interestelar»: 1I/2017 U1. Para su nombre común se recurrió a la lengua hawaiana: ‘Oumuamua viene a significar algo así como «el primer mensajero de la lejanía». Los detalles se publicaron en la revista Nature en diciembre de 2017. Respecto a su extraña forma alargada, los investigadores escribían: «Ningún objeto conocido en el Sistema Solar tiene dimensiones tan extremas».

A la izquierda, ilustración de 'Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

A la izquierda, ilustración de ‘Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

La historia tiene un ilustre precedente en la ficción. Más o menos de este mismo modo comenzaba Cita con Rama, publicada por Arthur C. Clarke en 1973. En la novela, lo que inicialmente se detectaba como un asteroide resultaba ser una nave alienígena de forma cilíndrica. Con estos antecedentes, ¿cómo no pensar en la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser en realidad un objeto de fabricación artificial?

Esta posibilidad movilizó a los investigadores que trabajan en proyectos SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. En diciembre de 2017 el proyecto Breakthrough Listen, liderado por el magnate ruso Yuri Milner, anunció que se disponía a utilizar el observatorio de Green Bank, el lugar donde comenzó la exploración SETI en 1960, para tratar de captar alguna señal de radio procedente de ‘Oumuamua. Así lo anunciaban:

Los investigadores que trabajan en el transporte espacial a larga distancia han sugerido previamente que una forma de aguja o de cigarro es la arquitectura más probable para una nave interestelar, ya que minimizaría la fricción y el daño debido al gas y el polvo interestelar. Aunque un origen natural es lo más probable, actualmente no hay consenso sobre cuál puede ser ese origen, y Breakthrough Listen está bien posicionado para explorar la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser un artefacto.

Pero como era de temer, el rastreo terminó con las manos vacías. En enero los investigadores de Breakthrough Listen comunicaron sus conclusiones: si ‘Oumuamua emitía alguna señal de radio, debía ser con una potencia inferior a 0,08 vatios, lo cual sería 3.000 veces más débil que la emisión de la sonda de la NASA Dawn, como ejemplo elegido.

Pese a los resultados negativos del Breakthrough Listen, el Instituto SETI, en California, emprendió su propia búsqueda utilizando su instalación dedicada, la matriz de telescopios Allen. Los investigadores del SETI se apoyaban además en un intrigante estudio publicado el mes pasado por dos astrofísicos de Harvard, según el cual ‘Oumamua podía ser un objeto artificial. De acuerdo con los autores, la ligera aceleración inesperada del presunto asteroide sugería que podía tratarse de una nave impulsada por una vela solar. Los científicos aventuraban también que la trayectoria de ‘Oumuamua es demasiado rara para ser un objeto errante, y que en cambio se explicaría más fácilmente si alguien lo hubiera enviado intencionadamente a nuestro Sistema Solar.

Pero una vez más, la realidad ha pinchado el globo: esta semana el Instituto SETI ha informado del fracaso en la búsqueda de señales de radio. Según ha declarado Gerry Harp, el director del estudio: «No hemos encontrado tales emisiones, a pesar de una búsqueda muy sensible. Aunque nuestras observaciones no descartan de forma concluyente un origen no natural para ‘Oumuamua, son datos importantes de cara a evaluar su posible composición». El estudio completo se publicará el próximo febrero.

Por el momento, la cita con Rama deberá seguir esperando.

Marte y la tarta de manzana: una nueva misión que tampoco buscará vida

Alfredo y Bárbara regresan a su casa al salir del colegio. Mientras cruzan el umbral, Bárbara le pregunta a su hermano: ¿crees que mamá habrá hecho tarta de manzana? ¡Vamos a averiguarlo!, responde él. Alfredo corre a la despensa, mira dentro del cesto de manzanas y descubre que está vacío. Dado que el día anterior había bastantes manzanas en el cesto, y que es dudoso que alguien se las haya comido todas de una sentada, esta observación sugiere que tal vez su madre las haya utilizado para elaborar una tarta.

A continuación, Alfredo comprueba el cubo de la basura, en el que encuentra abundantes mondas y corazones de manzana. Este dato refuerza su hipótesis de que probablemente su madre haya cocinado una tarta, una idea avalada también por el hecho de que junto al fregadero hay un cuchillo húmedo con restos de lo que parece pulpa de manzana, y que es pulpa de manzana, como puede verificar Alfredo al pasar la lengua por la hoja.

Finalmente, Alfredo se acerca al horno, cuya puerta aún está caliente. Cuando la abre, surge de su interior un inconfudible aroma a tarta de manzana, lo cual parece confirmar definitivamente su hipótesis. Alborozado por su descubrimiento, Alfredo corre a buscar a su hermana, y la encuentra sentada tranquilamente frente a la mesa del comedor, degustando un pedazo de tarta de manzana.

Pero ¿qué diablos tiene esto que ver con Marte?, tal vez se pregunten. El ser humano lleva décadas haciendo lo mismo que Alfredo con respecto a la posible vida marciana: en lugar de intentar comprobar directamente si existe o no, envía misiones destinadas a estudiar si el cesto de manzanas está lleno o vacío, si hay mondas en la basura o si la puerta del horno está caliente. No si hay una tarta de manzanas sobre la mesa del comedor.

Como recordé aquí recientemente, desde las sondas gemelas Viking en 1976 no ha vuelto a enviarse ninguna misión a Marte destinada a analizar la presencia de vida, sino como máximo de posibles condiciones de habitabilidad. Pero si el objetivo final es dilucidar si hay vida, y si hoy existen tecnologías aplicables a este fin que hace 40 años eran inimaginables, ¿por qué no se llevan a Marte?

Ilustración de la sonda InSight en la superficie de Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración de la sonda InSight en la superficie de Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Los científicos planetarios, geólogos y climatólogos podrán acusarme de biocentrismo, y con razón. Obviamente, conocer la historia de la formación de Marte y su composición actual o su clima son objetivos científicos valiosos por sí mismos, y no simples hitos en el camino hacia la búsqueda de vida. Pero tampoco ellos podrán negar que durante décadas la biología ha permanecido castigada en el rincón, en lo que se refiere a la instrumentación y los objetivos de las misiones interplanetarias. Como también conté aquí recientemente, incluso los organismos científicos en EEUU lo han reconocido y han instado a la NASA a dar un golpe de timón para incluir objetivos biológicos en sus misiones.

Sin embargo, esto no va a ocurrir de la noche a la mañana. Precisamente hoy está previsto que toque suelo marciano una nueva misión de la NASA, la única agencia espacial que hasta ahora ha logrado explorar la superficie del planeta vecino. InSight (de Interior Exploration using Seismic Investigations, Geodesy and Heat Transport, o Exploración Interior usando Investigaciones Sísmicas, Geodesia y Transporte de Calor), que terminará su viaje hacia las 9 de esta noche –hora peninsular española– en la región volcánica ecuatorial de Elysium Planitia, tiene un aspecto que resultará familiar a quienes siguen la exploración de Marte, ya que para economizar el coste de la misión se ha construido sobre la misma plataforma que ya se empleó hace años para la sonda Phoenix.

Ilustración del descenso de InSight en Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración del descenso de InSight en Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Por medio de sus instrumentos, que incluyen un sismómetro y una sonda de calor, InSight estudiará la estructura del interior de Marte. De hecho, es la primera misión dedicada a la investigación de las profundidades del suelo marciano. Según sus responsables, los datos que esta nueva estación robótica recogerá durante dos años aportarán nuevas pistas sobre el proceso de formación de aquel planeta, y por lo tanto sobre las diferencias en su evolución respecto a la Tierra, Venus o Mercurio.

Sin duda los resultados de InSight, si todo funciona como se espera, serán de enorme valor para la ciencia planetaria –y justificarán la cuantiosa inversión, mayor de lo inicialmente previsto a causa de ciertos problemas técnicos que retrasaron dos años el lanzamiento. Pero por si alguien se lo está preguntando: no, tampoco es esta la misión que nos desvelará si hay vida allí. Por desgracia, parece que la única forma de que InSight detectara vida sería que algún alienígena de tamaño natural se paseara frente a su cámara.

El aterrizaje de InSight podrá seguirse hoy en directo a partir de las 8 de la tarde (hora peninsular española) en la web de la NASA.

Sin transporte al espacio, como en 1961

En 1961 un ser humano voló por primera vez al espacio. Cuando Yuri Gagarin completó su única y famosísima órbita a la Tierra, solo las pruebas previas con perros demostraban que un ser vivo podía sobrevivir a un viaje espacial, pero ni siquiera se sabía con certeza cuáles serían los efectos en el organismo humano; tal era la incertidumbre que el vuelo se controló enteramente desde tierra y por sistemas automáticos, ya que los médicos de la misión no descartaban que Gagarin perdiera la consciencia en cualquier momento.

Aquel abril del 61 se abrió una vía al espacio que nunca había vuelto a cerrarse. Hasta ahora. Por primera vez en 57 años, el ser humano no tiene acceso al espacio (de acuerdo, exceptuando el ser humano chino, pero ellos no lo prestan a nadie más). Probablemente no por mucho tiempo, quizá solo unos meses. Pero en este momento se da una extraña situación inédita en décadas, y es que actualmente no existe ninguna nave a disposición de las principales potencias espaciales (una vez más, sin contar a China) capaz de transportar tripulantes.

Durante años convivieron los transbordadores espaciales de la NASA con las viejas y fiables Soyuz rusas. Pero en 2011 EEUU jubiló sus shuttles después de cancelar el programa Constellation que debía haberlos reemplazado, en una serie de decisiones discutidas que finalmente retrasaron el comienzo del sistema que tomará el relevo, llamado anodinamente Space Launch System (SLS).

Imagen del lanzamiento del cohete Soyuz el pasado 11 de octubre, antes del fallo que obligó a abortar la misión. Imagen de NASA.

Imagen del lanzamiento del cohete Soyuz el pasado 11 de octubre, antes del fallo que obligó a abortar la misión. Imagen de NASA.

Así, desde 2011 todos los vuelos tripulados al espacio (insisto, salvo los chinos) han utilizado los cohetes rusos, con un largo historial de éxitos en misiones tripuladas. Que se rompió la semana pasada.

El jueves 11, un cohete Soyuz que llevaba al cosmonauta ruso Alexey Ovchinin y al astronauta estadounidense Nick Hague con destino a la Estación Espacial Internacional (ISS) falló dos minutos después del despegue, cuando el propulsor de la segunda fase no se activó después de desprender los motores de la primera. El fallo, a 48 kilómetros de altura, provocó la expulsión automática de la cápsula, y sus dos tripulantes se vieron sometidos a un incómodo descenso en lo que los ingenieros llaman modo balístico, y los demás llamamos caer a plomo. Finalmente, los paracaídas de la nave se activaron según lo previsto para que la Soyuz se posara suavemente en el suelo.

El momento en que se abortó el lanzamiento de la Soyuz, cuando el propulsor no se encendió tras la separación de los laterales. Imagen de NASA / Bill Ingalls.

El momento en que se abortó el lanzamiento de la Soyuz, cuando el propulsor no se encendió tras la separación de los laterales. Imagen de NASA / Bill Ingalls.

Como consecuencia de esta avería, cuya causa aún no se conoce, el gobierno ruso ha decidido cancelar las misiones tripuladas hasta que la investigación determine qué fue lo que falló. Dado que el SLS estadounidense no estará preparado para transportar tripulaciones hasta dentro de quizá un par de años, y que algo similar ocurre con las futuras naves operadas por empresas como SpaceX, la situación abre una brecha indefinida en el transporte humano al espacio.

Curiosamente, quienes más inquietos deben de estar por esta situación son quienes ya están en el espacio. El alemán Alexander Gerst, la estadounidense Serena Auñón-Chancellor y el ruso Sergey Prokopyev forman la tripulación actual de la ISS, a la que debían haberse unido Ovchinin y Hague. La ISS siempre cuenta con una Soyuz anclada a su estructura para el recambio de tripulaciones y para servir como cápsula de escape en caso de emergencia. Pero estas naves solo tienen una vida útil en el espacio de unos 200 días, para garantizar que ninguno de sus componentes se haya deteriorado por la exposición al ambiente espacial.

Dado que la Soyuz anclada a la ISS fue enviada al espacio en junio, esto implica que los tripulantes de la ISS solo tienen de margen hasta enero para regresar a la Tierra. Y que, si para entonces no se ha lanzado una nueva misión (la siguiente está prevista para diciembre), entonces la ISS quedará vacía por primera vez desde hace 18 años, cuando se instaló la primera tripulación residente.

Esto no supondría un desastre, ya que la estación puede operarse desde tierra al menos durante un tiempo. Pero resulta curioso, y algo descorazonador para quienes defendemos la exploración humana del espacio, que medio siglo después de haber iniciado esta gran aventura de la humanidad, de haber enviado seis misiones a la Luna, de haber puesto en órbita varias estaciones y de haber dispuesto de opciones a elegir para enviar tripulaciones al espacio, nos encontremos de repente con la sensación de que estamos de nuevo varados en tierra. Si esto no es un paso atrás, no sé qué es.

En cuanto a cuándo podrán restablecerse los lanzamientos de las Soyuz, por el momento las autoridades rusas no han concretado detalles. Se da la circunstancia de que esta investigación se une a otra en marcha por un extraño suceso ocurrido a finales de agosto, cuando los tripulantes de la ISS descubrieron en la Soyuz anclada a la estación una perforación en su casco que estaba robando aire del interior, y que parecía haber sido practicada deliberadamente con un taladro. El descubrimiento de este aparente sabotaje creó una cierta tensión entre la NASA y Roscosmos (la agencia rusa). Ahora, a esta última se le acumulan las investigaciones.

 

El ser humano no busca vida extraterrestre. Parte 3: pero algo está cambiando

El pasado mayo, el Congreso de EEUU aprobó un proyecto de ley de presupuestos que recomendaba a la NASA destinar 10 millones de dólares en los próximos dos años para «buscar firmas tecnológicas como transmisiones de radio para cumplir el objetivo de la NASA de investigar el origen de la vida, su evolución, distribución y futuro en el universo». Traducido, significa que por primera vez desde hace 26 años la búsqueda de inteligencia extraterrestre, lo que se conoce como SETI, podría recibir el apoyo de fondos públicos.

Según comentan en internet quienes entienden cómo funciona esta maquinaria burocrática en EEUU (o esta maquinaria burocrática en general), esto no significa aún que haya un cheque de 10 millones de dólares esperando a que la NASA lo recoja para comenzar a buscar civilizaciones alienígenas; la propuesta debe pasar por un proceso con varios puntos de control, en alguno de los cuales podría desviarse hacia el camino de la papelera.

Un fotograma de la película 2010: Odisea dos (1984) mostrando la evolución de la vida en Europa, la luna de Júpiter. Imagen de MGM / UA.

Un fotograma de la película 2010: Odisea dos (1984) mostrando la evolución de la vida en Europa, la luna de Júpiter. Imagen de MGM / UA.

Pero es un signo de que algo puede estar cambiando. Desde 1993, cuando un senador demócrata logró desmantelar el programa SETI de la NASA proclamando que se había acabado la temporada de caza de marcianos, los científicos que siguen convencidos de que haberlos, haylos, han seguido pegando la oreja al espacio sin desfallecer, sacando el dinero de debajo de las piedras para mantener vivos sus proyectos. Y en los últimos años han encontrado de repente unos aliados inesperados: los multimillonarios de internet.

Personajes como Elon Musk, Jeff Bezos, Paul Allen o Yuri Milner, todos ellos millonarios gracias a sus negocios tecnológicos, han irrumpido con más o menos ímpetu en el que solía ser el terreno de las agencias espaciales públicas y las instituciones de investigación, promoviendo y financiando ese tipo de ideas que antes ni siquiera se llevaban a la discusión por considerarse ilusorias, alocadas, peliculeras, casi infantiles. ¿Fundar una colonia en Marte? ¿Enviar un coche al espacio? ¿Mandar una flotilla de robots a la estrella más próxima?

El dinero manda, y cuando el ruso Milner pone 100 millones de dólares encima de la mesa con los que comprar horas de radiotelescopio para escuchar señales alienígenas, su proyecto Breakthrough Listen no solo se convierte en el programa SETI mejor financiado, sino que al mismo tiempo también contribuye a dar un empujón al resto de proyectos en marcha. Y con ello, a hacer estas investigaciones más presentes en los medios. Y con ello, a que el público sepa que existe un renovado interés en encontrar de una vez por todas a nuestros vecinos galácticos, si existen. Y con ello, a que los políticos empiecen a darse cuenta de que no quieren quedarse atrás.

Pero no todo el mérito es cosa de Milner y sus compañeros de golf. Frente a las anteriores reticencias de los científicos de verse de algún modo manchados por el estigma de los hombrecitos verdes, se diría también, aunque es una impresión personal, que cada vez son más los investigadores que han decidido abrir de nuevo esa oscura y polvorienta cripta de la vida extraterrestre para ver qué hay dentro.

Así, las ideas frescas y audaces crecen: el SETI óptico, que busca posibles señales láser en lugar de ondas de radio; el uso de algoritmos de Inteligencia Artificial para rastrear las estrellas; el intento de identificar firmas biológicas en las atmósferas de los exoplanetas lejanos o de llegar a deducir la existencia de una cubierta vegetal. La comunidad científica reúne a muchas de las mentes más brillantes de esta roca mojada. Y cuando se ponen a pensar, saltan chispas.

Ante todo este empuje de una nueva ciencia de búsqueda de vida alienígena, la primera respuesta de la NASA no se ha hecho esperar: en septiembre la agencia celebraba en Houston una reunión sobre firmas tecnológicas (Technosignatures Workshop), dedicada a debatir las perspectivas sobre posibles señales que puedan detectarse desde la Tierra y que puedan revelar la presencia de civilizaciones alienígenas. La idea es ampliar el enfoque clásico de los proyectos SETI, dedicados a la búsqueda de señales de radio u ópticas, para incluir también otros posibles signos de tecnologías avanzadas, como la construcción de enormes estructuras para cosechar la luz de las estrellas (lo que se conoce como esferas de Dyson) o incluso la existencia de exoplanetas con atmósferas contaminadas por la actividad tecnológica industrial.

Pero aquí no acaba este soplo de aires nuevos. Como ya conté aquí recientemente, en julio un informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EEUU instaba a la NASA a revisar sus políticas de protección planetaria, esa directriz que evita enviar misiones espaciales a lugares del Sistema Solar donde podría haber vida, por miedo a contaminarla con microbios terrestres agazapados en las sondas. Lo cual implica que por fin alguien se está dando cuenta de que, con políticas de protección planetaria tan estrictas, es imposible estudiar la presencia de vida en nuestro vecindario cósmico.

Ilustración artística de la superficie del exoplaneta TRAPPIST-1f. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Ilustración artística de la superficie del exoplaneta TRAPPIST-1f. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

La última y magnífica noticia ha saltado esta semana: un nuevo informe de las Academias, encargado por la NASA a petición del Congreso, insta a la agencia espacial de EEUU a «expandir la búsqueda de vida en el universo y hacer de la astrobiología una parte integral de sus misiones». El organismo que aglutina toda la ciencia de EEUU pide a la NASA que «incorpore el campo de la astrobiología en todas las fases de futuras misiones de exploración», reconociendo que hasta ahora las misiones espaciales, incluso aquellas que incluyen objetivos astrobiológicos, «han tendido a estar más fuertemente definidos por perspectivas geológicas que por estrategias orientadas a la astrobiología».

Para ello, el informe recomienda tanto la búsqueda de firmas biológicas que puedan delatar formas de vida «similares a las terrestres», como también la investigación de «vida potencial que difiera de la vida como la conocemos», y que todo ello se aborde mediante la detección in situ, es decir, sondas espaciales equipadas con tecnologías de detección de vida en entornos como el subsuelo de Marte o los océanos en varias lunas del Sistema Solar.

Por otra parte, el informe recomienda también la puesta a punto de tecnologías que faciliten la investigación de la posible existencia de vida en lugares lejanos del universo a los que no se puede acceder con sondas espaciales, es decir, exoplanetas detectados mediante telescopios terrestres y orbitales.

Evidentemente, todo esto no va a llenar de astrobiología las misiones de la NASA de la noche a la mañana. Las agencias espaciales trabajan con planificaciones a plazos muy largos, y ya está bien definido y en marcha lo que va a ejecutarse en los próximos años, por lo que el cambio, si lo hay, será lento. Pero al menos parece un firme propósito para que la astrobiología deje por fin de ser el patito feo de las misiones espaciales. Y para que por fin podamos decir que el ser humano sí busca vida alienígena. La haya o no.

El ser humano no busca vida extraterrestre. Parte 2: en el espacio, setas y Rolex

En la historia de la exploración espacial se han lanzado más de 550 misiones al espacio, tripuladas o no, sin incluir satélites comerciales, de comunicaciones o aquellos destinados a la observación de la Tierra. De todas estas misiones, ¿saben cuántas han estado dedicadas a la búsqueda de vida extraterrestre?

Una.

En 1976, en pleno furor de la moda alienígena, aterrizaron en Marte las dos sondas gemelas Viking de la NASA, en la primera y hasta ahora única misión diseñada específicamente para buscar vida extraterrestre. Los responsables del proyecto crearon una serie de experimentos increíblemente astutos para determinar de forma indirecta si había microbios en Marte. Por entonces aún no existían las técnicas de secuenciación de ADN, y difícilmente había otra posibilidad más directa que intentar encontrar actividad metabólica en el suelo.

Imagen tomada por la sonda Viking 2 en Marte en 1976. Imagen de NASA.

Imagen tomada por la sonda Viking 2 en Marte en 1976. Imagen de NASA.

El problema es que los resultados de los experimentos de las Viking fueron inconcluyentes: ambas sondas detectaron lo que parecía actividad metabólica, pero en cambio no encontraron moléculas orgánicas, lo cual era contradictorio. Por ello se dejaron los resultados en suspenso, interpretando que la detección de actividad metabólica era un falso positivo.

Curiosamente, las últimas misiones a Marte han confirmado que sí existen moléculas orgánicas, por lo que se ha eliminado el obstáculo que en su día impidió concluir que hay vida marciana. Pero obviamente, nadie va a atreverse a sostener esta afirmación hasta disponer de nuevas pruebas más concluyentes, que con la tecnología actual serían posibles.

¿Por qué diablos entonces no se envían nuevas sondas con aparatos más modernos como amplificadores (PCR) o secuenciadores de ADN? Esta es una pregunta que algunos nos hacemos. Hoy el panorama de las misiones espaciales está dominado por físicos, químicos, geólogos, científicos planetarios… En las sondas que se envían al espacio no hay hueco para los astrobiólogos, que deben quedarse en casa estudiando cosas como los hábitats y microbios terrestres que podrían parecerse a los hábitats y microbios extraterrestres.

Por ejemplo, hace unos meses se produjo una curiosa situación cuando la NASA presentó en una charla nuevos datos sobre penachos de vapor que emergen desde el océano subglacial de Europa, la luna de Júpiter. El interés central del hallazgo era la posibilidad de que la química de estos penachos soporte la existencia de vida. Pero los ponentes responsables del estudio no hacían sino dar vueltas en torno a esta cuestión central, ya que entre ellos no había ningún astrobiólogo.

Una lección aprendida de las Viking es que buscar vida alienígena es una tarea complicada y confusa. Pero no parece suficiente motivo como para que desde entonces no se haya lanzado al espacio ni una sola misión con este propósito. De haberse seguido una línea constante y creciente de ensayo, error y mejora desde los años 70, y con las tecnologías disponibles ahora, probablemente hoy sería una tarea mucho menos complicada y confusa.

Por supuesto, son numerosas las misiones destinadas a buscar condiciones habitables: exoplanetas idóneos, moléculas orgánicas en el Sistema Solar, condiciones compatibles con la vida… Pero habitable no es lo mismo que habitado. Podría tocar un objeto frente a mí y deducir que es una jaula de hámster. Si sigo tocando dentro, podré encontrar un cuenco con comida, un recipiente con agua, una rueda… Llego a la conclusión de que es una jaula perfectamente habitable para un hámster. Pero no tengo la menor idea de si dentro hay realmente un hámster o no. Después de las Viking, ninguna misión ha ido equipada con los instrumentos necesarios para saber si en la jaula hay un hámster.

Pero si las complicaciones de la búsqueda del hámster no justifican el hecho de no intentarlo, en cambio hay otro motivo que sí basta para tirar a la basura cualquier propuesta que llegue a las agencias espaciales con la palabra “vida” en la línea donde dice “objetivos”: la protección planetaria.

La protección planetaria, de la que ya he hablado aquí en varias ocasiones, es una directriz que obliga a las agencias espaciales a evitar deliberadamente la intrusión en aquellos lugares en los que podría haber vida extraterrestre, por temor a contaminarla con los microbios terrestres que viajan camuflados como polizones en las sondas. La NASA ha reconocido explícitamente que evita aquellos lugares de Marte con mayor probabilidad de albergar vida.

Sin duda, la protección planetaria es una política muy juiciosa, responsable y respetuosa con los posibles ecosistemas extraterrestres. Y a la que algún día habrá que renunciar, o al menos matizar, si es que queremos llegar a saber si existe vida más allá de nuestras propias narices.

En resumen, todo esto recuerda a aquel chiste sobre los dos tipos que están buscando setas cuando uno de ellos encuentra un Rolex, a lo que el otro replica: ¿pero estamos a setas o a Rolex? El ser humano lleva ya décadas a setas; y si uno encuentra un Rolex por casualidad, sabemos que probablemente es un chiste.

Sin embargo, se diría que algo está cambiando. En los últimos tiempos parece existir un cierto caldo de cultivo que sugiere un cambio de rumbo, un cambio de aires. Quizá ya se está superando el sonrojo del fenómeno ovni; no es que hoy haya menos creyentes, pero ya ha quedado claro que es territorio de Cuarto Milenio y Año Cero, no de la realidad física. Quizá la avalancha de pruebas de habitabilidad ya acumuladas ha abierto boca para que ahora nos apetezca algo más sustancioso. Quizá ya estamos un poco cansados de no hacer otra cosa que recoger setas, y puede que ahora vayamos a Rolex. Mañana lo contamos.