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Sin transporte al espacio, como en 1961

En 1961 un ser humano voló por primera vez al espacio. Cuando Yuri Gagarin completó su única y famosísima órbita a la Tierra, solo las pruebas previas con perros demostraban que un ser vivo podía sobrevivir a un viaje espacial, pero ni siquiera se sabía con certeza cuáles serían los efectos en el organismo humano; tal era la incertidumbre que el vuelo se controló enteramente desde tierra y por sistemas automáticos, ya que los médicos de la misión no descartaban que Gagarin perdiera la consciencia en cualquier momento.

Aquel abril del 61 se abrió una vía al espacio que nunca había vuelto a cerrarse. Hasta ahora. Por primera vez en 57 años, el ser humano no tiene acceso al espacio (de acuerdo, exceptuando el ser humano chino, pero ellos no lo prestan a nadie más). Probablemente no por mucho tiempo, quizá solo unos meses. Pero en este momento se da una extraña situación inédita en décadas, y es que actualmente no existe ninguna nave a disposición de las principales potencias espaciales (una vez más, sin contar a China) capaz de transportar tripulantes.

Durante años convivieron los transbordadores espaciales de la NASA con las viejas y fiables Soyuz rusas. Pero en 2011 EEUU jubiló sus shuttles después de cancelar el programa Constellation que debía haberlos reemplazado, en una serie de decisiones discutidas que finalmente retrasaron el comienzo del sistema que tomará el relevo, llamado anodinamente Space Launch System (SLS).

Imagen del lanzamiento del cohete Soyuz el pasado 11 de octubre, antes del fallo que obligó a abortar la misión. Imagen de NASA.

Imagen del lanzamiento del cohete Soyuz el pasado 11 de octubre, antes del fallo que obligó a abortar la misión. Imagen de NASA.

Así, desde 2011 todos los vuelos tripulados al espacio (insisto, salvo los chinos) han utilizado los cohetes rusos, con un largo historial de éxitos en misiones tripuladas. Que se rompió la semana pasada.

El jueves 11, un cohete Soyuz que llevaba al cosmonauta ruso Alexey Ovchinin y al astronauta estadounidense Nick Hague con destino a la Estación Espacial Internacional (ISS) falló dos minutos después del despegue, cuando el propulsor de la segunda fase no se activó después de desprender los motores de la primera. El fallo, a 48 kilómetros de altura, provocó la expulsión automática de la cápsula, y sus dos tripulantes se vieron sometidos a un incómodo descenso en lo que los ingenieros llaman modo balístico, y los demás llamamos caer a plomo. Finalmente, los paracaídas de la nave se activaron según lo previsto para que la Soyuz se posara suavemente en el suelo.

El momento en que se abortó el lanzamiento de la Soyuz, cuando el propulsor no se encendió tras la separación de los laterales. Imagen de NASA / Bill Ingalls.

El momento en que se abortó el lanzamiento de la Soyuz, cuando el propulsor no se encendió tras la separación de los laterales. Imagen de NASA / Bill Ingalls.

Como consecuencia de esta avería, cuya causa aún no se conoce, el gobierno ruso ha decidido cancelar las misiones tripuladas hasta que la investigación determine qué fue lo que falló. Dado que el SLS estadounidense no estará preparado para transportar tripulaciones hasta dentro de quizá un par de años, y que algo similar ocurre con las futuras naves operadas por empresas como SpaceX, la situación abre una brecha indefinida en el transporte humano al espacio.

Curiosamente, quienes más inquietos deben de estar por esta situación son quienes ya están en el espacio. El alemán Alexander Gerst, la estadounidense Serena Auñón-Chancellor y el ruso Sergey Prokopyev forman la tripulación actual de la ISS, a la que debían haberse unido Ovchinin y Hague. La ISS siempre cuenta con una Soyuz anclada a su estructura para el recambio de tripulaciones y para servir como cápsula de escape en caso de emergencia. Pero estas naves solo tienen una vida útil en el espacio de unos 200 días, para garantizar que ninguno de sus componentes se haya deteriorado por la exposición al ambiente espacial.

Dado que la Soyuz anclada a la ISS fue enviada al espacio en junio, esto implica que los tripulantes de la ISS solo tienen de margen hasta enero para regresar a la Tierra. Y que, si para entonces no se ha lanzado una nueva misión (la siguiente está prevista para diciembre), entonces la ISS quedará vacía por primera vez desde hace 18 años, cuando se instaló la primera tripulación residente.

Esto no supondría un desastre, ya que la estación puede operarse desde tierra al menos durante un tiempo. Pero resulta curioso, y algo descorazonador para quienes defendemos la exploración humana del espacio, que medio siglo después de haber iniciado esta gran aventura de la humanidad, de haber enviado seis misiones a la Luna, de haber puesto en órbita varias estaciones y de haber dispuesto de opciones a elegir para enviar tripulaciones al espacio, nos encontremos de repente con la sensación de que estamos de nuevo varados en tierra. Si esto no es un paso atrás, no sé qué es.

En cuanto a cuándo podrán restablecerse los lanzamientos de las Soyuz, por el momento las autoridades rusas no han concretado detalles. Se da la circunstancia de que esta investigación se une a otra en marcha por un extraño suceso ocurrido a finales de agosto, cuando los tripulantes de la ISS descubrieron en la Soyuz anclada a la estación una perforación en su casco que estaba robando aire del interior, y que parecía haber sido practicada deliberadamente con un taladro. El descubrimiento de este aparente sabotaje creó una cierta tensión entre la NASA y Roscosmos (la agencia rusa). Ahora, a esta última se le acumulan las investigaciones.

 

EEUU anuncia que se marchará de la Estación Espacial Internacional

Se veía venir. El dinero no es elástico; y puestos a decidir en qué gastarlo, hay que elegir: si se quiere viajar a destinos exóticos, no hay presupuesto para mantener ese carísimo chalecito en la órbita terrestre.

La ISS fotografiada desde el transbordador espacial 'Atlantis' el 19 de julio de 2011. Imagen de NASA.

La ISS fotografiada desde el transbordador espacial ‘Atlantis’ el 19 de julio de 2011. Imagen de NASA.

Nunca está de más repetir por qué nadie ha vuelto a la Luna desde el programa Apolo (que, recordemos, llevó gente allí no una, sino seis veces, que habrían sido siete de no haber sido por el «Houston, tenemos un problema» del Apolo 13): la época de las vacas espaciales gordas frenó en seco cuando el dinero se recortó brutalmente, desde más de un 4% del presupuesto federal de EEUU hasta menos del 1%. ¿Usted podría seguir viviendo exactamente igual si su salario se redujera a menos de la cuarta parte? Pues la NASA tampoco.

A esto se unió, como también he comentado aquí alguna vez, un cambio de enfoque. La Luna ya estaba conquistada y Marte quedaba fuera de la provincia. Quienes dirigen la exploración espacial decidieron, y el argumento es innegable, que lanzar naves con personitas dentro era demasiado caro, arriesgado y engorroso, y que los robots podían producir toneladas de ciencia valiosa sin que molestaran llamando a casa con problemas.

Así que desde 1972, la única presencia humana fuera de la Tierra ha estado en la órbita baja. Desde 1998, en la Estación Espacial Internacional (ISS).

Pero los tiempos cambian, los viejos enfoques siempre resucitan, y estaba claro que algún día regresaría la genuina pasión humana por la exploración. El viaje al espacio no solo trata de ciencia. Y la NASA tiene ahora ideas ambiciosas. La de poner humanos en Marte en la década de los 30 ha servido para crear bonitas infografías, pero es poco más que un sueño loco: ni de lejos cuenta hoy con el presupuesto necesario para hacerlo realidad.

En cambio, el proyecto de regresar a la Luna en la próxima década es económicamente viable, siempre que se recorten otros gastos. Y parecía casi obvio de dónde iban a proceder esos fondos. La semana pasada y durante una reunión del comité asesor de la NASA en el Centro Espacial Johnson, el jefe de vuelos tripulados de la agencia, William Gerstenmaier, dijo: «Nos vamos a marchar de la ISS tan pronto como podamos». «No importa si este hueco lo rellenará el sector privado o no; la visión de la NASA es que estamos tratando de marcharnos», añadió.

Actualmente está previsto que la ISS continúe operando hasta 2024. Si EEUU se retira, el futuro de la estación es incierto, dado que es el socio que ha aportado la mayor de las partidas financieras individuales, casi la mitad del total.

Hagamos un poco de repaso. Cinco socios integran el proyecto de la ISS: EEUU, la Agencia Europea del Espacio (ESA), Rusia, Japón y Canadá. Las cuentas de la estación no son precisamente un modelo de transparencia. Según la ESA, el coste total de la ISS es de 100.000 millones de euros; y por si a alguien le interesa, el cálculo revela que a cada europeo nos cuesta un euro al año.

Pero hay quienes consideran que la cifra real es bastante mayor. Según una estimación del periodista de ciencia canadiense Claude Lafleur, el coste hasta 2015 sería de 150.000 millones de dólares, unos 139.000 millones de euros. De este total, EEUU habría aportado 72.400 millones de dólares (67.000 millones de euros). En 2015, la sexta parte del presupuesto de la NASA (3.000 millones de dólares de un total de 18.000) está dedicada a la ISS.

Por situar las cifras en contexto, este coste total de la ISS es superior al Producto Interior Bruto (PIB) de 117 de los 187 países pertenecientes al Fondo Monetario Internacional. Un ejemplo: sumen los PIB de Letonia, Camboya y El Salvador, y obtendrán el coste de la ISS.

No pretendo hacer demagogia con estos datos; como viejo africanista, sé perfectamente que los problemas de los países pobres no dependen del dinero que se gaste en el espacio. Pero estos fondos podrían haberse destinado a que el ser humano no perdiera la presencia en el llamado espacio profundo (aunque podríamos dejarlo simplemente en «espacio») que tuvo en otros tiempos. ¿Saben cuánto costó el programa Apolo? En dólares de hoy, 100.000 millones.

Se me nota que no soy, ni he sido nunca, un gran entusiasta del ganso orbital en el que cada noche de hotel cuesta unos 7,5 millones de dólares. En la ISS se ha hecho mucha ciencia, pero en general no ha sido gran ciencia (lo expliqué con más detalle aquí). Y como presencia humana en el espacio, no nos engañemos: la estación está situada en la órbita baja, a unos ridículos 400 kilómetros de altura; un Madrid-Málaga en línea recta, pero hacia arriba. Las imágenes de sus ocupantes flotando producen la impresión de que la ISS está lejísimos, pero no olviden que en realidad la gravedad en la estación es prácticamente la misma que aquí. Los astronautas flotan porque están cayendo. Lo que hay allí no es microgravedad, sino una simulación de microgravedad provocada por la caída libre orbital. A efectos científicos es lo mismo (como demostró Einstein), pero no es exploración espacial.

Si la insinuación de Gerstenmaier se hace realidad, a muchos no les va a gustar nada. Pero aquí hay uno más que piensa que ya va siendo hora de hacer el petate, dejar el hotelito de lujo más caro del Sistema Solar y viajar un poco por ahí.

15 años de la Estación Espacial Internacional: lo mejor de la ISS en la web

Toda ocasión es buena para recordar que la ciencia existe, y la poderosa maquinaria publicitaria de la NASA no desperdicia ninguna oportunidad para dejarse ver. Esta semana, la primera organización espacial del planeta Tierra celebra el 15º aniversario de la Estación Espacial Internacional (ISS).

En realidad el primer módulo se lanzó al espacio en 1998, pero fue dos años después cuando la estación se convirtió en una avanzada permanente del ser humano en la baja órbita terrestre con la llegada de la primera expedición, el 2 de noviembre de 2000.

Así era, así es. La ISS en 2000 (izquierda) y ahora (derecha). Imágenes de NASA.

Así era, así es. La ISS en 2000 (izquierda) y ahora (derecha). Imágenes de NASA.

Desde entonces, la ISS siempre ha estado habitada, y ha ido creciendo a lo largo de los años gracias a la colaboración de sus cinco socios: EE. UU., Rusia, Japón, Canadá y la Agencia Europea del Espacio (ESA). Esta última agrupa a 22 países del continente, pero solo 10 de ellos participan en la ISS: Alemania, Francia, Italia, España, Bélgica, Holanda, Noruega, Suecia, Dinamarca y Suiza.

Aprovechando esta conmemoración, hoy reúno aquí un puñado de enlaces a algunas de las mejores webs sobre la ISS.

  • Todo sobre la ISS, en la web de la ESA, la de la NASA, y en la página preparada por la NASA para celebrar el 15º aniversario.
  • Visita virtual a la ISS: gracias a la paciencia de la astronauta italiana Samantha Cristoforetti, que se tomó la molestia de fotografiar todos los rincones del interior de la estación, la ESA ha montado este recorrido panorámico virtual que nos permite desplazarnos y curiosear por sus módulos.
  • ¿Dónde está la ISS? Varias webs ofrecen información en tiempo real sobre la situación de la estación. La web de la ESA muestra su trayectoria orbital, una simulación de la vista de la Tierra desde la estación sobre los mapas de Google y un vídeo en streaming de la imagen real captada por una cámara a bordo de la ISS. Para divisar el paso de la estación por nuestros cielos, la web de la NASA dispone de una página titulada Spot the Station (Avistar la Estación), donde el usuario puede introducir su localización y recibir instrucciones sobre cuándo y a dónde mirar. Incluye un servicio de alertas. Además, la web Heavens Above ofrece una vista interactiva de la ubicación real de la ISS y una app disponible para Android que incluye la visualización de la estación. Otras webs que siguen el recorrido de la ISS en tiempo real son ISS Tracker e ISS AstroViewer.
  • Spacewalk, juego de simulación de paseos espaciales: lo más parecido a sentirse como Sandra Bullock y George Clooney en Gravity, pero con la seguridad de vivir para contarlo. El juego plantea varias misiones con distintos grados de dificultad. Está disponible para Windows, Mac y Linux, e incluso hay una versión para jugar con el casco de realidad virtual Oculus Rift. Se accede desde la web del juego o a través de la NASA. El siguiente vídeo da una idea de los gráficos y la dinámica del simulador. Más vídeos aquí.

  • Hablar con la ISS: cualquier radioaficionado que lo desee puede comunicarse con los tripulantes de la estación, que cuenta con un equipo para este fin. No siempre está disponible, ya que depende de que los astronautas quieran conectarse. Para seguir la actividad y saber cómo y cuándo es posible llamar al espacio, dos radioaficionados crearon la web ISS Fan Club.
15 años de la ISS en datos. Imagen de NASA.

15 años de la ISS en datos. Imagen de NASA.

Sí, hay restos de plancton marino en el exterior de la ISS

Ya expliqué ayer los antecedentes de esta curiosa historia, que podría abrir el camino hacia un descubrimiento insospechado: la presencia de restos de bacterias y plancton marino en el exterior de la Estación Espacial Internacional (ISS). Como detallé en el artículo anterior, las declaraciones de Vladimir Soloviov, responsable del sector ruso de la ISS, fueron difundidas en agosto de 2014 por la agencia ITAR-TASS, tratadas de forma confusa por los medios, soslayadas por la NASA y solo corroboradas a medias por la agencia espacial alemana DLR, que habló de ADN bacteriano pero no de microbios vivos ni de plancton marino.

Para tratar de esclarecer qué había de cierto en la historia y cuál era el alcance de los descubrimientos, hace unos meses traté de contactar con los responsables del presunto hallazgo. Vladimir Soloviov, el autor de las declaraciones originales, es un antiguo cosmonauta, científico y doctor en Ciencias Técnicas, dos veces Héroe de la Unión Soviética, y hoy preside el Consejo Asesor Científico y Técnico para los Programas de Investigación Científica y Aplicada en Estaciones Espaciales Tripuladas (STAC), el órgano que gestiona los proyectos de investigación en el sector ruso de la ISS. El STAC pertenece al Instituto Central de Investigación en Construcción de Máquinas (TsNIIMash), un organismo que desarrolla ingeniería aeroespacial militar, como misiles balísticos y sistemas de defensa aérea, y que a su vez depende de la agencia espacial rusa Roscosmos.

Una vez conseguida una fuente en el TsNIIMash, traté de contactar a través de ella con la responsable de los experimentos sobre microorganismos en el exterior de la ISS, Elena Shubralova. Pero dado que el TsNIIMash es un instituto dedicado a la defensa militar, digamos, to cut a long story short, que navegar por la burocracia rusa no ha sido fácil. Finalmente no se me facilitó el acceso a la doctora Shubralova, quien por otra parte no habla inglés. A cambio, fui invitado a la Conferencia Internacional Investigaciones y Experimentos en la Estación Espacial Internacional, que se celebrará del 9 al 11 de abril en el Instituto de Investigación Espacial de la Academia Rusa de Ciencias (IKI RAS) en Moscú y en la que Shubralova expondrá sus resultados. Pero obviamente, mi economía no me permite semejante dispendio.

Al menos, mi fuente me proporcionó un informe escrito por Shubralova en octubre de 2014 y en el que –en ruso, y que traduje con las herramientas automáticas al uso– se repasan los objetivos, los resultados y las conclusiones de las investigaciones sobre la presencia de microorganismos en el exterior de la ISS. A continuación resumo lo más relevante de este documento.

El cosmonauta Oleg Artemyev toma muestras de una ventana de la ISS el 19 de junio de 2014. Imagen de artemjew.ru.

El cosmonauta Oleg Artemyev toma muestras de una ventana de la ISS el 19 de junio de 2014. Imagen de artemjew.ru.

En 2010, un consorcio de instituciones rusas de investigación bajo la dirección del TsNIIMash y la corporación RSC Energia puso en marcha el experimento TEST, estudio experimental de la presencia de condiciones de vida en el exterior de los módulos de la ISS y de la posibilidad de microdestrucción de elementos estructurales bajo la acción de la microflora. Se trataba de investigar si la posible presencia de microorganismos sobre las naves espaciales podría dañar sus estructuras, sobre todo de cara a viajes espaciales de larga duración como una posible misión a Marte.

«La superficie exterior de los módulos de la ISS, en órbita durante 15 años o más, es una base ideal para estudios experimentales sobre la conservación y supervivencia de organismos terrestres en el espacio abierto y las condiciones para asegurar la cuarentena planetaria de las misiones enviadas», escribe Shubralova, añadiendo que la superficie de la ISS es una «trampa cósmica eficaz» para las partículas dispersadas en la baja órbita terrestre, «incluyendo bacterias y esporas de hongos». La científica afirma que la definición del límite superior de la biosfera terrestre y el estudio de la existencia de biosferas extraterrestres y de los mecanismos de dispersión de la microflora hacia el espacio son «la cuestión más importante de la ciencia natural moderna».

Por lo tanto, una primera conclusión es que, al contrario de lo que publicaron algunos medios, los cosmonautas rusos no se encontraron por casualidad con la presencia de depósitos en las ventanas cuando estaban en el exterior de la ISS lanzando nanosatélites, sino que desde el principio ha sido un experimento concebido para estudiar la existencia de microbios en la superficie de la estación. Lo más sorprendente es que, como cité en mi anterior artículo, el portavoz de la NASA Dan Huot se limitara a mencionar a Space.com que los rusos tomaron muestras en busca de «residuos», y que se mostrara tan extrañado ante la posibilidad de que esos restos fueran biológicos, que es precisamente de lo que trataba el experimento.

Dispositivo empleado por los cosmonautas para tomar muestras del exterior de la ISS en el experimento TEST. Se trata de una carcasa que alberga dos cilindros extraíbles con bastoncillos en sus extremos. Imagen de TsNIIMash.

Dispositivo empleado por los cosmonautas para tomar muestras del exterior de la ISS en el experimento TEST. Se trata de una carcasa que alberga dos cilindros extraíbles con bastoncillos en sus extremos. Imagen de TsNIIMash.

Para la toma de muestras en la superficie exterior de la ISS, los cosmonautas rusos emplearon unos dispositivos especialmente diseñados de cara al experimento, consistentes en una carcasa de la que se extraen dos cilindros que llevan bastoncillos en el extremo. Por supuesto, todo ello esterilizado en tierra por autoclave y radiación gamma. Las muestras se tomaron en 2010, 2012, 2013 y 2014 en distintas localizaciones del exterior de la estación, y fueron devueltas a los laboratorios rusos para su análisis microbiológico.

Según detalla Shubralova en su informe, «en cuatro de las once muestras se encontraron bacterias de cuatro especies del género Bacillus, B. licheniformis, B. subtilis, B. sphaericus y B. pumilus«, en un sistema de válvulas y en dos ventanas. La investigadora aclara que se trata de «esporas viables», lo que contradice las declaraciones del DLR alemán afirmando que se trataba solo de ADN bacteriano y que no se podía determinar si los microorganismos estaban vivos.

Los dedos del guante del cosmonauta ruso Oleg Artemyev muestran el polvo depositado en el exterior de la ISS. Imagen de artemjew.ru.

Los dedos del guante del cosmonauta ruso Oleg Artemyev muestran el polvo depositado en el exterior de la ISS. Imagen de artemjew.ru.

Pero además, el documento de Shubralova confirma la detección de «fragmentos de ADN de micobacterias (bacterioplancton marino heterótrofo que vive en el mar de Barents) y de ADN de la bacteria extremófila Delftia«. Las micobacterias son una familia y género de bacterias que se encuentran en el medio ambiente y en los seres vivos y que a menudo son patógenas, como las que causan la tuberculosis y la lepra. En concreto, el informe indica que se hallaron micobacterias propias del mar de Barents, un sector del océano Ártico situado entre el norte de Noruega y Rusia y los archipiélagos de Svalbard, Tierra de Francisco José y Nueva Zembla. Por su parte, Delftia es un género de bacterias cuyo representante tipo, D. acidovorans, es un extremófilo –adaptado a condiciones extremas– conocido como la bacteria de las pepitas de oro, ya que disuelve este metal precioso del suelo que después puede depositarse en vetas más puras.

En resumen: sí, hay plancton marino bacteriano en el exterior de la ISS. Shubralova no precisa si vivo o muerto, aunque es seguro que se trata de restos muertos, ya que tanto las micobacterias como Delftia son aerobios, es decir, necesitan aire para vivir, y no pueden formar esporas resistentes como Bacillus.

Un investigador abre uno de los dispositivos del experimento TEST en un laboratorio ruso. Imagen de TsNIIMash.

Un investigador abre uno de los dispositivos del experimento TEST en un laboratorio ruso. Imagen de TsNIIMash.

En cuanto al origen de estos residuos biológicos, la investigadora concluye que proceden directamente de la Tierra: «Los hechos prueban que es posible que se produzca una transferencia significativa de bacterioplancton marino a la órbita de la ISS», escribe. Según el informe, los resultados «sugieren la existencia de un mecanismo de ascenso ionosférico que transfiere aerosoles troposféricos desde la superficie de la Tierra a la ionosfera superior». Es decir, corrientes de aire que son capaces de elevar gotitas de agua desde el suelo y el mar hasta una altura de 400 kilómetros, algo insospechado hasta ahora.

El informe de Shubralova propone que la contaminación biológica y química en el exterior de la ISS, unida al efecto de la radiación, supone una amenaza de corrosión de los elementos estructurales de la estación, lo que podría afectar a las naves espaciales en misiones de larga duración a la Luna o Marte.

Eso es todo. En abril, cuando Shubralova exponga sus resultados en la conferencia de Moscú, obtendremos respuestas a algunas de las incógnitas pendientes, sobre todo cómo los investigadores pueden descartar otros orígenes de los restos biológicos. No parece razonable que las bacterias pudieran haber contaminado los módulos de la ISS antes de ser lanzados al espacio –¿un ingeniero que regresaba de sus vacaciones en el mar de Barents?–; aunque algunos microorganismos pueden escapar a los procedimientos de esterilización previos al lanzamiento (como ya expliqué aquí), es muy improbable que nada, ni siquiera fragmentos aislados de ADN, pueda aguantar la radiación ultravioleta del espacio durante años. En cambio, es más fácil imaginar una contaminación procedente del propio ambiente interior de la ISS que pensar en bacterias volando desde el mar hasta la órbita terrestre.

Por mi parte, tendré que conformarme con leer las crónicas de los afortunados que puedan viajar a Moscú para cubrir la conferencia.

¿Hubo o no plancton marino en el exterior de la Estación Espacial?

Esta no es una historia del año pasado, sino una historia aún a medias, abierta y por el momento sin final. Pero merece la pena contarse a la espera de que más adelante, quizá a solo un mes vista, lleguemos a conocer los detalles y las explicaciones sobre un hecho la mar (nunca mejor dicho) de extraño que nos ofreció una de las noticias científicas más insólitas de 2014: el presunto hallazgo de restos de plancton marino en el exterior de las ventanas de la Estación Espacial Internacional (ISS), en órbita a unos 400 kilómetros sobre la superficie terrestre.

La ISS fotografiada desde el transbordador espacial 'Atlantis' el 19 de julio de 2011. Imagen de NASA.

La ISS fotografiada desde el transbordador espacial ‘Atlantis’ el 19 de julio de 2011. Imagen de NASA.

Comencemos por el principio. El 19 de agosto de 2014, la agencia rusa de noticias ITAR-TASS publicaba unas declaraciones del director del segmento ruso de la ISS, Vladimir Soloviov, afirmando que en la superficie exterior de las ventanas (o iluminadores) de la estación se habían hallado restos de plancton. «Los resultados del experimento son absolutamente únicos», decía Soloviov. «Hemos encontrado trazas de plancton marino y partículas microscópicas en la superficie del iluminador. Esto debería estudiarse más». El antiguo cosmonauta añadía que no estaba claro cómo tales restos biológicos podían haber llegado hasta allí.

La noticia llamó la atención de los medios de todo el mundo y fue ampliamente comentada y citada. La web especializada Space.com buscó de inmediato la confirmación de la NASA, pero la agencia estadounidense, como decía aquella serie de televisión, negó todo conocimiento: «Hasta donde sabemos, no hemos oído de ningún informe oficial de nuestros colegas de Roscosmos [la agencia espacial rusa] sobre el hallazgo de plancton marino», dijo el portavoz de la NASA, Dan Huot.

«Los rusos tomaron muestras de una de las ventanas del segmento ruso, y lo que en realidad están buscando son residuos que puedan acumularse en los elementos visualmente sensibles, como las ventanas, así como en el propio fuselaje, [restos] que puedan acumularse cuando enciendan los propulsores para cosas como subir la órbita. Para eso tomaban las muestras. No sé de dónde vienen todos esos comentarios sobre el plancton», añadía Huot a Space.com el 20 de agosto.

La siguiente actualización llegó casi un mes después a través de una vía poco ortodoxa, una web alemana llamada GreWi.de (abreviatura de grenzwissenschaft-aktuell.de, literalmente «ciencia de frontera actual») que cubre los territorios habituales en programas como Cuarto Milenio: algunos temas científicos mezclados con fenómenos paranormales y pseudociencias. El 16 de septiembre, esta web informaba de que sus preguntas a la Agencia Europea del Espacio (ESA) sobre el plancton en la ISS no habían encontrado respuesta, pero que en cambio una de sus lectoras, Tanja Wulff, había obtenido contestación de la institución que actúa como agencia espacial alemana, el Centro Aeroespacial Alemán (DLR), a través de su página de Facebook. La respuesta era legítima y estaba firmada por Alisa Wilken, periodista del Departamento de Comunicación de DLR. Decía así:

En una actividad extravehicular, los cosmonautas tomaron muestras del exterior del módulo ruso. Estas muestras fueron después analizadas en un laboratorio en la Tierra. En esta muestra se descubrió ADN bacteriano.

Sin embargo, el método por el que las muestras se analizaron en este caso es discutible, ya que no puede detectar todos los tipos de bacterias ni puede determinar si las bacterias halladas están vivas y proliferando o no.

Asimismo, la biomasa que puede extraerse de tales muestras es muy limitada, así que hasta el momento no se habrían llevado a cabo nuevos exámenes. Para hacer esto se necesitarían más muestras.

Así, la información en poder del DLR omitía toda referencia al plancton marino, dejando el hallazgo reducido a restos de ADN bacteriano y sin posibilidad de concluir si el material genético se había extraído de bacterias vivas o, al menos, de esporas latentes.

El astronauta holandés de la ESA Andre Kuipers junto a una de las ventanas de la ISS, el 21 de abril de 2004. Imagen de NASA.

El astronauta holandés de la ESA Andre Kuipers junto a una de las ventanas de la ISS, el 21 de abril de 2004. Imagen de NASA.

La supervivencia de ciertos organismos en el espacio ha sido materia de estudio en los últimos años. Los líquenes, esa forma de joint-venture entre algas y hongos, son capaces de sobrevivir en el espacio durante 16 días. Hace unos meses repasé algunos estudios que han demostrado cómo ciertos organismos simples son capaces de soportar las condiciones del espacio: las esporas de las bacterias Bacillus subtilis y Bacillus pumilus permanecen viables durante un año y medio, e incluso los tardígrados u osos de agua (animalitos microscópicos) pueden aguantar hasta diez días ahí fuera, secos y un poco maltrechos, pero vivos. En cuanto al material genético aislado, el ADN bacteriano resiste un vuelo al espacio y una reentrada en la atmósfera a 1.000 grados centígrados. Por otra parte, en la atmósfera terrestre se han encontrado microorganismos a una altura de 15 kilómetros e incluso tal vez de hasta 40 kilómetros.

Aquí acaba la información disponible hasta ahora. Pero además de su interés científico, la historia tiene un desarrollo periodístico que merece la pena comentar y que ha contribuido aún más a una confusión que aún no parece aclarada.

En la noticia original difundida por ITAR-TASS, Soloviov solo hablaba de «trazas de plancton», a lo que el redactor añadía una referencia imprecisa a organismos vivos. Sin embargo, fueron muchos los medios –algunos muy prestigiosos– que hablaron de plancton «viviendo» e incluso «creciendo» en el exterior de la ISS. Lo más intrigante del caso es que muchos medios citaron declaraciones entrecomilladas de Soloviov en las que el excosmonauta explicaba que el plancton hallado no es nativo de la región de Kazajistán desde donde se lanzaron los módulos rusos de la ISS, que el plancton en esas fases de desarrollo se encuentra en la superficie de los océanos, y que el fenómeno podía deberse a corrientes de aire ascendentes que alcanzan la órbita de la estación. Hasta donde sé, no he podido encontrar la fuente original de estas informaciones, pero desde luego no figuran en las declaraciones de Soloviov recogidas por la agencia rusa. Algún medio señaló como fuente un artículo en la web neozelandesa de noticias stuff.co.nz, pero una vez más, esta a su vez se refiere solo al teletipo de ITAR-TASS.

Ante toda esta confusión, he tratado de hacer averiguaciones sobre los resultados de los experimentos rusos. Mañana, la solución.

Continuará…

Pasen y vean cómo se fabrica una protocélula con caramelos en gravedad cero

Según la Agencia Europea del Espacio (ESA), mi contribución económica a la Estación Espacial Internacional (ISS) –y la de usted– es aproximadamente de un euro al año. Bueno, de momento puedo permitírmelo. Otra cosa es si preferiría que mi euro se invirtiera en otros proyectos espaciales de mayor calado como, pongamos por caso, la exploración de Marte, en lugar de destinarse a mantener (¡ojo: opinión!) un enorme ganso flotante cuyos verdaderos propósitos son oscuros para la inmensa mayoría de la población de los países que lo sostienen ahí arriba.

Tratándose de la ISS, una cosa debe quedar clara: siempre que hablamos de la actividad relacionada con esta instalación –a saber: lanzamientos de cohetes tripulados o no, expediciones a la estación, paseos espaciales y operaciones a bordo–, la mayoría de ello no es exploración espacial. Una parte se restringe a tareas de mantenimiento (es decir, todo el gasto en el que se incurre, y todo el esfuerzo que se invierte, simplemente para que la estación exista), y otra consiste en investigación científica que aprovecha las condiciones de microgravedad para estudiar procesos que, al menos en el estado actual de las cosas, no tienen nada que ver con la exploración espacial.

La Estación Espacial Internacional en 2011. Imagen de NASA.

La Estación Espacial Internacional en 2011. Imagen de NASA.

Solo una pequeña parte de lo que se hace allí arriba consiste en actividades específicamente relacionadas con lo que entendemos como «el universo» (materia oscura y ese tipo de cosas). Por supuesto, hay un blablablá que siempre postulará los desarrollos tecnológicos motivados por la ISS como fundamentos para exploraciones espaciales más ambiciosas; por ejemplo, cohetes interplanetarios. Pero esto es como decir que el descubrimiento del fuego fue un paso esencial en el proceso que llevaría a la fabricación de los ordenadores portátiles. Desde luego, irrebatible, es.

Respecto a la investigación científica que se lleva a cabo en la ISS, no es que sea inapreciable, y no albergo crítica contra ningún proyecto concreto. Pero cuando un estudio de varios años sobre prevención de la pérdida de masa ósea en microgravedad se publica en la revista Journal of Bone and Mineral Research, con un factor de impacto de 6 (el de The New England Journal of Medicine es de 54), a uno le viene a la mente aquella frase publicitaria de la película Alien: en el espacio nadie puede oír tus gritos.

Por no ceñirnos a un caso aislado, un informe de la NASA enumera un total de 201 publicaciones científicas basadas en experimentos realizados en la ISS entre 2000 y 2008. Es decir, unos 22 al año. El dato no parece impresionante, pero lo es aún menos al entrar en el detalle. La gran mayoría de esas publicaciones son en realidad presentaciones a congresos, que no están sujetas al sistema de revisión por pares de las revistas. Y de los estudios que sí aparecen en publicaciones especializadas, lo más reseñable son un PNAS y tres Physical Review Letters. Ningún Science o Nature. La Jefa Científica de la ISS, Julie Robinson, publicó en 2013 su selección de las diez investigaciones más importantes realizadas en la historia de la estación. Hay un par de PNAS, un Physical Review Letters, un PLOS One, algún Journal of Bone and Mineral Research y Journal of Applied Physiology, un Journal of Neurosurgery y alguna cosa intrincadamente más exótica como Combustion and Flame.

Dicho todo esto, y puesto en común mi recelo respecto al ganso flotante, así como mi suspiro mientras imagino hasta qué rincón del espacio nos habrían llevado esos 100.000.000.000 de euros (sí, cien mil millones) de haberse invertido para otro fin, reconozco que de la ISS a veces nos llegan verdaderas maravillas surgidas de la iniciativa personal de sus tripulantes. Y no me refiero a las gansadas de dar patadas a un baloncito, sino a sus fotografías, a sus blogs o a sus pequeños experimentos domésticos que en ocasiones resultan tremendamente interesantes, pedagógicos y divulgativos.

Hoy traigo aquí uno de esos ejemplos. El astronauta estadounidense Don Pettit se ha distinguido por su empuje innovador, parte del cual ha dedicado a hacer de la ISS un aula de demostración de los principios de la ciencia a los terrícolas del sustrato. En el vídeo que inserto más abajo, Pettit emplea unas golosinas muy populares en EE. UU. llamadas Candy Corn para explicar cómo se organizan y funcionan las moléculas del jabón. El astronauta forma una burbuja de agua y le va introduciendo caramelos, cuya parte plana previamente ha sumergido en aceite para que solo el extremo puntiagudo se sumerja en la burbuja. Así logra crear una esfera compacta de caramelos con sus partes polares (hidrofílicas) hacia dentro y sus porciones apolares (hidrofóbicas) hacia fuera.

El resultado es un modelo a escala de lo que se conoce como una micela, pero justo al revés. Las moléculas del jabón son anfipáticas, es decir, tienen un extremo polar (la cabeza) y otro apolar (la cola). En el agua, se organizan en esferas que dejan hacia fuera la parte hidrofílica, mientras que las colas hidrofóbicas se empaquetan hacia dentro huyendo del medio acuoso. Esto explica por qué el jabón arranca la grasa: cuando lavamos una sartén sucia, estas colas hidrofóbicas se unen al aceite y lo arrastran.

Pero la formación de micelas no solo permite que podamos lavar la ropa y los cacharros, sino que también es responsable de algo bastante más trascendente: la existencia de vida. Si en lugar de jabón empleamos otro tipo de moléculas anfipáticas, como fosfolípidos, y si en lugar de una micela simple con su interior hidrofóbico tenemos una capa de moléculas, a cuyas colas adosamos las de otra segunda capa dispuesta simétricamente, lo que obtenemos es una vesícula delimitada por una membrana que separa el agua del interior del medio externo. Y esto no es otra cosa que una célula. Todas las células están organizadas de esta manera. Y así, la separación del agua y el aceite es lo que permite que exista la vida.

Algunos experimentos de biología sintética, como los del premio Nobel Jack Szostak, tratan de construir células a partir de sus ladrillos básicos para comprender cómo surgió la vida en la Tierra. El primer paso es crear micelas de ácidos grasos y luego transformarlas en vesículas de doble capa para introducir en su interior los componentes moleculares necesarios que permitan obtener una protocélula, una célula rudimentaria capaz de ejecutar los procesos básicos de la vida.

Hace un año, Szostak publicó en Science la creación de protocélulas conteniendo ARN que se replicaba de forma autónoma, sin la intervención de enzimas. Según la hipótesis más aceptada, las primeras células sobre la Tierra debían de emplear ácidos grasos como material de membrana en lugar de los más complejos fosfolípidos, y su material genético era probablemente ARN que además debía replicarse espontáneamente. Es decir, algo muy similar a las protocélulas de Szostak, por lo que este experimento es tal vez el que más nos ha acercado al proceso que originó las primeras formas de vida sobre la Tierra. Y todo gracias a las moléculas anfipáticas, los Candy Corn de la naturaleza.

Y aquí, el vídeo de Pettit:

El viaje espacial de la misteriosa bacteria de las animadoras

"Saludos desde Vulcano". Una versión terrícola de Robonaut 2 posa junto al actor de 'Star Trek' George Takei. NASA/James Blair

«Saludos desde Vulcano». Una versión terrícola de Robonaut 2 posa junto al actor de ‘Star Trek’ George Takei. NASA/James Blair

Estaría mordiéndose las uñas, si las tuviera. Robonaut 2, también llamado R2 con inevitable guiño a una famosa saga, espera con mecánica paciencia a que el tráiler espacial Falcon 9 le entregue sus nuevas piernas. La empresa responsable del porte, SpaceX, la primera compañía privada que ya ha enviado naves a la Estación Espacial Internacional (ISS), ha anunciado que su misión CRS-3 prevista para el domingo 16 de marzo se pospone hasta el 30 por la necesidad de «tiempo adicional para cerrar cuestiones abiertas», según han informado la NASA y la propia SpaceX.

El primer astronauta robótico, que arribó a la ISS en febrero de 2011, hasta ahora carecía de piernas. Como esos autómatas de las antiguas ferias que aseguraban predecir el futuro, el robot solo disponía de cabeza, brazos y un torso fijado a un poste. Las nuevas piernas de R2 están dotadas de siete articulaciones y un pie con un gancho para fijarse a los raíles y puertos de la estación, además de una cámara. Las extremidades permitirán al robot moverse por los habitáculos de la ISS junto con sus compañeros humanos y sustituirlos en los arriesgados paseos espaciales. Será un pequeño paso para un androide, pero un gran salto para los robots.

Además de las piernas de R2, la cápsula Dragon del cohete Falcon 9 entregará a los ocupantes de la ISS una carga de suministros y experimentos. Entre estos últimos, investigadores del Instituto de Ciencias Agrícolas y de Alimentación de la Universidad de Florida (EE. UU.) han empaquetado un lote de plantas para estudiar cómo crecen las raíces en condiciones de microgravedad. Los científicos ya han comprobado anteriormente que la ausencia de gravedad provoca aberraciones en el crecimiento de las raíces, como una orientación más angulada respecto al tallo y la activación de genes que permiten a la planta ver la luz. «Estamos intrigados por los numerosos genes sensores de luz que se expresan específicamente en las raíces en órbita, y el experimento de SpaceX-3 explorará su papel en la orientación y la remodelación celular», dice la investigadora Anna-Lisa Paul en un comunicado de la Universidad. «Es probable que la luz juegue un papel más importante en el crecimiento de las raíces en microgravedad que en la Tierra», sugiere. Su colega Robert Ferl agrega: «Esto nos dice que la vida emplea señales especiales y potencialmente únicas para adaptarse a vivir fuera del planeta, lo que tiene tremendas implicaciones para la expansión de la existencia humana más allá, a otros mundos».

Bacteria misteriosa. Alex Alexiev/MERCCURI.

Bacteria misteriosa. Alex Alexiev/MERCCURI.

Junto a las plantas de Paul y Ferl, la misión CRS-3 transportará a la ISS otro curioso experimento. Se trata del Proyecto MERCCURI, siglas en inglés de Investigación de Ecología Microbiana Combinando Investigadores Ciudadanos y Universitarios en la ISS, una colaboración de la Universidad de California en Davis y de la iniciativa microBEnet, destinada a recoger microbios de los entornos habitados por el ser humano. El proyecto ha puesto en marcha en EE. UU. un esfuerzo de crowdsourcing para recoger, usando bastoncillos de algodón, poblaciones microbianas de los entornos más variados, como el teleprompter y la pantalla del espacio meteorológico de un canal de televisión, la Campana de la Libertad de Filadelfia, el tiranosaurio Sue del Museo Field de Chicago, y varios estadios de baloncesto y fútbol americano.

El propósito del experimento es cultivar los microorganismos en el espacio y comprobar cuáles y cómo crecen. Según David Coil, uno de los investigadores del proyecto, «el objetivo era organizar un proyecto de ciencia ciudadana en el espacio e involucrar al público». «Nuestra esperanza es que estudios como este sean de utilidad para futuras misiones espaciales tripuladas de larga duración, en las que personas y microbios compartirán un espacio sellado durante mucho tiempo».

Para facilitar la divulgación de su experimento, MERCCURI irá transmitiendo sus resultados en directo en las redes sociales bajo el hashtag #spacemicrobes. Además, los científicos han publicado en su web una colección de cromos mostrando las 48 especies microbianas, todas ellas inofensivas para los humanos, que se cultivarán en la ISS. La más curiosa, en opinión de Coil, es la que parece ser una nueva especie de la familia Sphingomonadaceae desconocida hasta ahora y que fue recogida del asiento de un estadio por las Science Cheerleaders, un movimiento de animadoras por la ciencia fundado por mujeres científicas en San Diego (California).

Las animadoras de la ciencia. Science Cheerleaders.

Las animadoras de la ciencia. Science Cheerleaders.