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Esta es la última imagen de Saturno tomada por Cassini

No es una imagen espectacular; para asombrarnos, ya tenemos los miles de fotografías tomadas por Cassini durante su larga misión en Saturno. Pero esta que traigo hoy aquí tiene el valor histórico de ser la última capturada por la cámara de la sonda de la NASA que ayer terminó sus 20 años de travesía espacial con una zambullida a muerte en la atmósfera del planeta anillado.

La imagen muestra el acercamiento de Cassini hacia la región de la atmósfera donde quedaría desintegrada. Lo que se observa, según explica la NASA, es la cara nocturna del planeta iluminada por el reflejo de la luz del Sol en los anillos, a 634.000 kilómetros de distancia. La fotografía original es en blanco y negro, pero los responsables de la misión le han aplicado filtros para obtener un color natural, tal como veríamos la escena con nuestros propios ojos.

Última imagen de Saturno tomada por la sonda Cassini, el 14 de septiembre de 2017. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Última imagen de Saturno tomada por la sonda Cassini, el 14 de septiembre de 2017. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Este otro montaje, tomado al mismo tiempo que la fotografía anterior, muestra imágenes térmicas en infrarrojos, como los visores nocturnos, de las nubes de Saturno. La marca blanca muestra el lugar por el que Cassini penetraría en la atmósfera de Saturno hacia su destrucción.

Imagen térmica de infrarrojos de Saturno tomada por Cassini el 14 de septiembre de 2017. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Imagen térmica de infrarrojos de Saturno tomada por Cassini el 14 de septiembre de 2017. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Finalmente, les dejo este souvenir de Saturno preparado por la NASA, un vídeo de animación que resume la misión de Cassini y su Grand Finale.

Adiós, Cassini

Hoy brillará un meteorito en el cielo de Saturno. Aproximadamente a las 13:54, la sonda Cassini de la NASA comenzará a adentrarse en la atmósfera del planeta anillado a 113.000 kilómetros por hora. Un minuto más tarde, el vínculo de comunicación entre el aparato y el control de la misión en la Tierra se perderá definitivamente, después de que la sonda haya enviado sus últimos y valiosos datos.

En ese momento, Cassini se hallará a unos 1.500 kilómetros sobre las nubes de Saturno, la altura a la cual la presión atmosférica es equivalente a la del nivel del mar en nuestro planeta. Entonces el rozamiento atmosférico empezará a incinerar y desintegrar las piezas de la sonda. Un par de minutos después, Cassini ya solo será un recuerdo, aunque sus últimos datos tardarán casi una hora y media más en llegar hasta las antenas terrestres.

Una de las últimas imágenes de Saturno enviadas por Cassini el día antes de su final. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Una de las últimas imágenes de Saturno enviadas por Cassini el día antes de su final. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Imagino que sobre todo los científicos, y los que alguna vez lo hemos sido, podremos comprender la sensación de vacío y el nudo en la garganta de los responsables de la misión después de un momento como este. Por supuesto, los datos de Cassini, como los de cualquier otra gran misión espacial, continuarán dando mucho trabajo a los científicos durante los años venideros. Pero ya no será lo mismo para quienes la vieron tomar forma primero en el papel, después convertirse en un objeto real, luego despegar hacia el espacio profundo, y desde entonces le han dedicado todo su trabajo durante décadas.

En una de las muchas notas de prensa que han circulado estos días sobre Cassini, la científica del Instituto de Ciencias Planetarias de Tucson (EEUU) Candy Hansen recordaba que comenzó a trabajar con Cassini en 1990, cuando aún era solo un proyecto, siete años antes de su lanzamiento al espacio. Han pasado 27 años, casi toda una vida profesional, y Hansen decía sentir que hoy perderá a un viejo amigo.

He estado revisando algunos datos y, si la información no me falla, Cassini será hasta el momento de su destrucción la sonda aún activa más longeva en el espacio profundo, exceptuando las dos Voyager, lanzadas en 1977 y que continúan operando desde los confines del Sistema Solar. Alguna de las Pioneer de la NASA es aún más antigua, pero no se ha intentado contactar con ellas desde hace años y se desconoce si siguen funcionando.

Pero además de su veteranía, Cassini ha sido una misión favorita de muchos por otros motivos. Al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta Saturno? Desde pequeños, cuando empezamos a aprender que hay otros mundos por ahí fuera, el planeta de los anillos es el más reconocible, el más dibujado, el que nadie confunde con ningún otro.

Y en adelante, gran parte de lo que sabemos y sabremos sobre Saturno deberemos agradecérselo a Cassini. Desde su llegada a su objetivo en 2004, la sonda ha enviado a sus cuidadores terrestres una inmensa cantidad de datos sobre Saturno, sus anillos y sus lunas. Ha descubierto mares de metano y etano en Titán, y un probable océano bajo el hielo de Encélado que podría ser apto para la vida. En sus últimas semanas, ha completado su brillante carrera con una última aproximación a Titán y un total de 22 órbitas enhebrándose en el hueco entre Saturno y sus anillos, una proeza técnica inédita hasta ahora.

Pero además hay otro poderoso motivo que ha prestado un carácter especial a esta misión, y que hoy debemos recordar de nuevo: su otra mitad. Originalmente la misión tuvo un segundo componente, la sonda Huygens de la Agencia Europea del Espacio (ESA). Ambas viajaron juntas hasta 2005, cuando la fase europea se separó de su media naranja americana para aterrizar en Titán, la mayor de las lunas de Saturno.

Huygens fue un completo y rotundo éxito; en mi modesta opinión personal y con permiso de Rosetta, el más espectacular en la historia espacial europea. La imagen de la superficie de Titán enviada por Huygens a Cassini y de ahí a la Tierra es la fotografía más lejana de la superficie de otro mundo que hemos tenido nunca, y que tendremos probablemente durante muchos años más. No me he resistido a publicarla aquí varias veces, y tampoco me resisto hoy.

Imagen de la superficie de Titán tomada por la sonda Huygens. ESA/NASA/JPL/University of Arizona.

Imagen de la superficie de Titán tomada por la sonda Huygens. ESA/NASA/JPL/University of Arizona.

Aunque Huygens dio su misión por concluida solo unos 90 minutos después de su asombrosa conquista de Titán, 12 años después y con ocasión del final definitivo de la misión es obligado rememorar de nuevo la hazaña del aterrizaje más lejano jamás logrado por un artefacto construido por el ser humano.

El final de Cassini puede seguirse ahora en directo en la web de la NASA.

Así es como se ve un eclipse solar… desde la Luna

Adivina adivinanza: ¿cómo se ve un eclipse solar desde la Luna?

Dicen algunos que el eclipse solar del pasado 21 de agosto fue el más observado de la historia. Es difícil probar esta afirmación, pero es de suponer que nunca tantos ojos se habrán vuelto hacia el cielo como cuando un eclipse haya favorecido especialmente a alguna de las regiones más densamente pobladas del planeta, como por ejemplo el subcontinente indio.

Pero algo sí es probable, y es que este último haya sido el más observado científicamente, al haber agraciado con su espectáculo de totalidad a la primera potencia científica del mundo. Desde varios meses antes, todo organismo científico de EEUU con competencias en la materia nos estuvo asaeteando a las partes implicadas con andanadas de correos electrónicos informándonos de toda clase de actividades, reuniones, experimentos, viajes, distribuciones masivas de gafas y otros eventos, hasta un extremo ya ligeramente machacón; sobre todo para quienes no teníamos ninguna posibilidad de desplazarnos hasta allí.

Por mi parte, tuve la fortuna desde el punto de vista personal, pero el infortunio desde el profesional, de hallarme aquella tarde bajo un hosco muletón de nubes que arropaba por completo el cielo escocés, así que no pude presenciar ni ese diminuto mordisco al disco que podía observarse desde allí.

Pero a lo que íbamos. Si conocen el mecanismo básico de un eclipse de sol y han pensado un poco, imaginarán que el juego del escondite solar tiene un aspecto muy diferente desde la Luna. Dado que es ella la que nos oculta la luz, lo que cae sobre la Tierra es su sombra. Por tanto, desde nuestro satélite podríamos apreciar la sombra circular de la Luna moviéndose por la superficie terrestre.

Pero mejor que explicarlo es verlo: así es como lo fotografió la sonda de la NASA Lunar Reconaissance Orbiter (LRO). Este vídeo de la imagen tomada por la LRO varía la exposición de la foto para que pueda apreciarse con más facilidad la sombra de la Luna sobre el territorio continental de EEUU. En ese momento, la sombra lunar se movía sobre la Tierra a una velocidad de 670 metros por segundo, unos 2.400 km/h.

Imagen del eclipse solar del 21 de agosto de 2017 visto desde la Luna por la sonda LRO. Imagen de NASA/GSFC/Arizona State University.

Imagen del eclipse solar del 21 de agosto de 2017 visto desde la Luna por la sonda LRO. Imagen de NASA/GSFC/Arizona State University.

Si lo piensan, este efecto es exactamente el mismo que observamos desde la Tierra durante un eclipse lunar: en este caso es la sombra de nuestro planeta la que cae sobre la Luna. Pero dada la enorme diferencia de tamaño entre nuestro mundo y su satélite, toda la faz de la Luna queda bajo la sombra terrestre; allí el eclipse solar es total desde cualquier lugar en la cara visible.

De hecho, dado que el tamaño aparente de la Tierra desde la Luna es mucho mayor que el del Sol, sería de esperar que el disco solar desapareciera sin dejar rastro bajo la esfera terrestre. Sin embargo, no es así. Curiosamente, el pequeño Sol va ocultándose detrás de la gran Tierra hasta que parece que va a esfumarse por completo, pero entonces se produce una especie de milagro natural: de pronto, la Tierra queda rodeada por un fino anillo rojizo, como muestra esta imagen creada por la NASA (la animación completa está disponible aquí).

Simulación de un eclipse lunar visto desde la Luna. Imagen de NASA's Scientific Visualization Studio.

Simulación de un eclipse lunar visto desde la Luna. Imagen de NASA’s Scientific Visualization Studio.

El anillo rojo no es luz solar directa; es evidente que el disco solar no rebosa por detrás del terrestre. Es la atmósfera de la Tierra encendida por el Sol, y para comprender la razón del color rojizo no hay más que contemplar un amanecer o un atardecer, ya que de eso precisamente se trata: ese filo carmesí marca todos los lugares de nuestro planeta donde en ese momento el Sol está saliendo o poniéndose.

Y obviamente, ese tenue resplandor rojo está bañando la faz de la Luna en ese instante, motivo por el cual durante un eclipse lunar los terrícolas vemos nuestro satélite de ese color; es el brillo de nuestros miles de auroras y ocasos reflejado sobre la cara de la Luna.

Una vez más, los aliens somos nosotros

Recuerdo una aventura de Tintín en la que Hernández y Fernández viajan por el desierto en un jeep, buscando alguna pista para orientarse. Tras mucho vagar sin rumbo, por fin encuentran dos huellas de ruedas, y deciden seguirlas con la esperanza de que les conducirán a algún lugar habitado. Mientras siguen el rastro, descubren otro par de roderas que se unen a las primeras, y luego otras dos, lo que les convence de que han dado con una ruta muy frecuentada. Hasta que finalmente descubren que han estado conduciendo en círculos, y que son sus propias marcas las que están siguiendo.

Cuando se trata de buscar rastros alienígenas, los humanos somos Hernández y Fernández: seguimos huellas para al final descubrir que nos estamos siguiendo a nosotros mismos. Hace unos días, como conté aquí, el imponente radiotelescopio de Arecibo en Puerto Rico (por cierto, uno de los muchos lugares de interés que hacen de la isla un destino viajero muy recomendable) detectó una señal en el cielo cuyo perfil no cuadraba fácilmente con ningún fenómeno astronómico conocido y que parecía proceder de la estrella Ross 128, a unos 11 años luz de la Tierra.

Imagen del Instituto SETI.

Imagen del Instituto SETI.

El responsable del hallazgo, Abel Méndez, que dirige el Laboratorio de Habitabilidad Planetaria en la Universidad de Puerto Rico en Arecibo, difundió la observación a través del blog de su grupo, citando las tres causas más probables de la señal: una fulguración de la estrella, una emisión de algún otro objeto astronómico que casualmente se encontraba en la misma línea visual que Ross 128, o bien una interferencia de algún satélite terrestre en órbita lejana, ya que los más cercanos a la Tierra pasan por el cielo demasiado aprisa como para emitir una señal sostenida.

Por su parte, Méndez confiaba en que la causa de la señal fuera astronómica, ese gran trofeo deseado por los astrofísicos, y decía tener preparada una Piña Colada para celebrarlo. Pero en su breve informe hacía también un guiño inevitable a la posibilidad de que la emisión fuera de origen alienígena, aunque solo fuese para aclarar que esta explicación se encontraba al final de la lista.

Y por muy al final que estuviera, el guiño ya estaba hecho; de inmediato fue recogido por otros dos equipos de investigadores que no se dedican a buscar nuevos tipos de objetos astronómicos, sino a escuchar el cielo en busca de alguna voz entre las estrellas. El Instituto SETI (siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) dirigió entonces su Matriz de Telescopios Allen (ATA, en inglés) hacia Ross 128, y lo mismo hizo el grupo SETI de la Universidad de California en Berkeley con el radiotelescopio de Green Bank en Virginia Occidental. Por su parte, Arecibo también repetía sus observaciones.

Los tres grupos han reunido sus datos y han llegado a un veredicto. “Parece claro ahora que las detecciones de Arecibo fueron debidas a transmisiones desde satélites terrestres en órbita geosincrónica”, dice el Instituto SETI en su web. Lo mismo concluyen el grupo de SETI Berkeley en un breve estudio y Méndez en la web de su laboratorio.

La explicación. Dado que una órbita es una caída libre, para un mismo objeto la trayectoria de esa caída y su velocidad están determinadas por la distancia de la órbita a la Tierra. Los satélites en órbita baja (Low Earth Orbit, o LEO), como la Estación Espacial Internacional (a unos 400 kilómetros), pueden verse cruzando el cielo rápidamente. Pero existe una especie de punto mágico llamado órbita geoestacionaria, a unos 36.000 kilómetros de la Tierra, en el que un satélite situado a la altura del ecuador terrestre queda sincronizado con la rotación del planeta, de modo que su posición en el cielo apenas varía. Esta órbita se utiliza sobre todo para satélites meteorológicos y de comunicaciones.

Precisamente la posición de la estrella Ross 128 en el cielo queda a una declinación de casi cero grados, es decir, a la altura del ecuador celeste, así que su situación aparente coincide con los aparatos que circulan en la órbita geoestacionaria. Según Méndez, las extrañas distorsiones observadas en la señal, que le han llevado a bautizarla como señal Weird! (rara), podrían explicarse por la interferencia entre la telemetría de varios de estos satélites.

La explicación de la señal es finalmente la menos interesante de todas las posibles, aunque en el futuro ayudará a interpretar emisiones similares. Por desgracia para Méndez, no se trata de un objeto astronómico, así que su Piña Colada deberá guardarse para otra ocasión. Por desgracia para los grupos SETI, deberán seguir buscando. Por desgracia para los que practicamos el WETI (de “wait”, esperar), deberemos seguir esperando.

No es la primera vez que los humanos hacemos como Hernández y Fernández buscando huellas de otros seres en el desierto del espacio. De hecho, ocurrió en primer lugar el mismo día en que comenzó la búsqueda SETI, el 8 de abril de 1960; en aquel caso la señal procedía de un avión espía U2. Volvió a ocurrir en 1997; era una sonda de la NASA y la ESA llamada SOHO.

El caso más rocambolesco tuvo lugar en 2015, cuando la señal captada por un radiotelescopio australiano demostró ser, en efecto, de origen inteligente: se producía cuando los investigadores abrían la puerta del microondas con el que calentaban la comida, antes de que el aparato se apagara. Sí, en el siglo XXI, un microondas puede ser el mayor signo de vida inteligente en el universo.

Incluso la famosa señal Wow! de 1977, la única que ha aguantado el tipo durante décadas, ha sido recientemente explicada por el paso de dos cometas, si bien no todos los expertos compran esta explicación. ¿Qué nos queda entonces? De momento, nada. Solo la manía de empeñarnos, contra toda evidencia, en que tiene que haber alguien más en el desierto.

Repito: adiós a la señal alienígena, mientras nadie demuestre lo contrario

Esta semana, el microbiólogo ilicitano Francisco Martínez Mojica, de la Universidad de Alicante, ha recibido el prestigioso y sustancioso premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento por haber descubierto un sistema de defensa de los microbios de las salinas de Santa Pola que, con el correr del tiempo y de las investigaciones, ha permitido crear CRISPR: la mejor herramienta de cortapega genético de la historia de la biología molecular, uno de los mayores hallazgos de este incipiente siglo y una promesa para la corrección de ciertas enfermedades.

¿Qué tendrá esto que ver con el título del artículo? Este Yanes ha perdido el oremus, tal vez estén pensando. Pero aguántenme un momento, que sigo para llegar a donde voy.

Mojica recibió el premio compartido en paridad con Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, las científicas que en la práctica convirtieron esta excentricidad de las bacterias (en realidad arqueas, que no son bacterias) en un valioso instrumental quirúrgico molecular. Mojica fue el descubridor; Charpentier y Doudna, las inventoras.

Hasta ahí, todo correcto. Lo interesante viene al analizar el caso más a fondo, una historia que ya expliqué aquí con detalle. Hasta hace año y medio, nadie sabía quién era Francisco Martínez Mojica. CRISPR ya era una revolución entre la comunidad científica y en los (cada vez más escasos) medios populares que se ocupan de los asuntos de ciencia, pero nadie sabía que su descubridor, y quien le puso el nombre de CRISPR, era un español que trabaja en Alicante. De hecho, nadie sabía quién era su descubridor, y a nadie parecía importarle.

Hasta que, en enero de 2016, a uno de los biólogos más influyentes del mundo, Eric Lander, le dio por investigar la historia de CRISPR para publicar un extenso artículo titulado «Los héroes de CRISPR» en la revista científica de biología número uno del mundo, Cell. Uno de aquellos héroes, especialmente reivindicado en el artículo, era Mojica.

De repente, todo cambió: poco después Mojica aparecía hasta en la Wikipedia, y su nombre comenzó a rumorearse para el Nobel. Pero para entonces, el investigador ya se había perdido los tres millones de dólares del Breakthrough Prize, que recibieron solo Charpentier y Doudna, y lo que es aún más grave, el Princesa de Asturias de Investigación 2015, que recibieron solo Charpentier y Doudna. Aún más grave, dado que el presuntamente muy docto jurado de un premio de tal prestigio no se molestó en hacer lo que después hizo Lander, investigar quién lo merecía, y así un premio español dejó fuera a un español tan acreedor de la distinción como las dos premiadas; una mancha para estos premios que difícilmente podrá repararse.

Y así llego a donde quiero llegar: amigos, por desgracia en muchos casos la ciencia está muy alejada de sus ideales de neutralidad y objetividad. Los científicos están contaminados por los mismos sesgos humanos que de repente convierten en mercancía mediática valiosa a algo como el cocinero ese. Mojica vio cómo su trabajo original era rechazado sucesivamente por la revista Nature y por otras publicaciones de primer nivel sin que siquiera fuera enviado a revisión. Solo consiguió por primera vez colar su firma en una de las revistas filiales de Nature en 2011, diluido entre un bosque de Charpentiers, Koonins, Horvaths y van der Oosts. Cuando su nombre fue descubierto por Lander y comenzó a pronunciarse en las mismas frases que la palabra «Nobel» (que, yo confío, llegará), algunos investigadores extranjeros contactados por varios medios arrugaban la nariz: ¿Nobel? ¿Alicante? ¿Dónde está eso? ¿Cerca de Magaluf?

Ahora tenemos otro posible caso. Se llama Antonio Paris y, como ya expliqué ayer, y como Mojica, no da el perfil ideal: es profesor en una universidad estatal de segunda fila, firma sus investigaciones desde su propio «centro virtual» creado por él mismo, The Center for Planetary Science, suele publicar solo y, sobre todo y para colmo, dedica parte de su tiempo a la investigación científica del fenómeno ovni.

El protagonista de la polémica, el astrónomo Antonio Paris. Imagen de The Center for Planetary Science.

El protagonista de la polémica, el astrónomo Antonio Paris. Imagen de The Center for Planetary Science.

Insisto, posible caso. Entiéndanme, ni mucho menos pretendo comparar a Paris con Mojica, pues el primero no reúne, al menos hasta hoy, los méritos del segundo. Pero como excientífico y veterano periodista de ciencia, me ha parecido que las críticas vertidas a Paris y a su trabajo (repito, no solo a su trabajo, sino a él mismo) recuerdan en cierto modo al caso de Mojica por el insoportable tufillo a contaminación por sesgo y falta de neutralidad.

El trabajo publicado recientemente por Paris, que explica la señal Wow! por el paso de dos cometas (a quien esto le suene a griego clásico, puede encontrar más información aquí), ha recibido ciertas críticas por parte de otros científicos. Esto es normal y habitual, e incluso él mismo señalaba las limitaciones de su estudio y los datos que no encajan con su explicación ni con ninguna otra (por ejemplo, a la crítica de que el radiotelescopio captó la señal con uno de sus receptores, pero no con el otro, Paris ha sugerido la posibilidad, obvia, pero de la que nadie más ha hablado ni por supuesto nadie ha rebatido, de que simplemente el telescopio fallara).

Estas críticas han sido resaltadas por varios medios, que han presentado el asunto desde distintos enfoques, desde el más prudente de la duda, hasta el más arriesgado de afirmar que los resultados de Paris han sido rebatidos por otros científicos. Cuando publiqué ayer mi artículo, algún usuario perezoso en Twitter, de los que leen titulares pero no artículos, señalaba esto último.

Pero no, los resultados de Paris no han sido (aún) rebatidos por otros científicos. Tal vez lo sean mañana, dentro de un mes o de un año. Pero para serlo, deberán serlo por la misma vía que los ha admitido: la publicación científica mediante revisión por pares. Hasta entonces, los resultados de Paris deben considerarse provisionalmente válidos, como todo en ciencia.

Aunque también criticables, como todo en ciencia. El problema en este caso, y de ahí el tufillo que las convierte en sospechosas, es el contenido de estas críticas. No soy astrofísico, y por tanto no estoy cualificado para valorar directamente la calidad de los resultados de Paris. Pero cuando se crea en Reddit un hilo en el que se atacan los resultados de alguien comenzando por cuestionar su heterodoxo perfil y sus credenciales profesionales; cuando se critica el estudio porque la revista en la que se ha publicado no es de las favoritas de los astrónomos; cuando las críticas proceden en parte del descubridor original de la señal, quien de forma más o menos soslayada siempre ha creído en su origen alienígena; cuando, y esto sí que es de chiste, se critica a Paris por hacer «ciencia de nota de prensa», cuando los resultados de Paris no son una nota de prensa sino un estudio científico publicado, y cuando quien profiere tal crítica no ha publicado una refutación científicamente validada y por tanto sí está haciendo ciencia de nota de prensa…

Miren, yo no conozco a Paris más allá de los breves contactos motivados por los reportajes que he escrito sobre su trabajo. No tengo simpatía por él ni lo contrario. Y personalmente, me encantaría que la señal Wow! fuera realmente el primer saludo alienígena de la historia, así que los resultados de Paris no juegan a favor de lo que me gustaría.

Pero seamos neutrales, honestos y objetivos. Los resultados y sus conclusiones merecen el respeto de cualquier otra publicación científica mientras no se demuestren erróneos por la vía oficial, no en prensa, blogs y reddits. Su autor merece el respeto de cualquier otro científico mientras no se demuestre que ha falseado sus datos de mala fe. Estas son las reglas del juego de la ciencia: hoy debemos aceptar que la balanza se inclina oficialmente hacia una explicación natural de la señal. A quien no le guste, que no lo diga, que lo demuestre y lo publique, y aquí lo contaremos con mucho gusto.

Adiós a la única señal de posible origen alienígena

A los que secundamos el I want to believe, pero no nos vale con el “haberlos, haylos”, y no encontramos argumentos biológicos sólidos para defender su existencia, al menos nos quedaba el consuelo de la señal Wow! Por desgracia, ahora, parece que ya no.

Hasta la fecha, no hemos encontrado una sola prueba creíble de la existencia de alienígenas. La fiebre ovni del siglo pasado remitió sin culminar en ninguna revelación extraordinaria, y todos los rastreos de señales de alguien ahí fuera (lo que se conoce como Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre, o SETI) han terminado hasta ahora con las manos vacías.

La estupefacción de los astrónomos ante la llamada paradoja de Fermi (según aquella idea atribuida al físico italiano: si hay tantos por ahí, ¿dónde están?) ha dado lugar a hipótesis de lo más variopinto, rayando casi en lo estrafalario; la última que leí hace unos días, de unos investigadores de Oxford y Belgrado, sugiere que los alienígenas han alcanzado tal nivel tecnológico que se han convertido en máquinas, prescindiendo de sus cuerpos biológicos. Y que como los ordenadores funcionan mejor en frío, están dormidos esperando a que el universo se expanda más y baje la temperatura para activarse de nuevo. O dicho de otro modo, que están echando la siesta hasta que pase la ola de calor. Lo cual convierte en algo muy dudoso que los veamos por la Península estos días.

Pero quedaba un indicio sin explicación, un expediente X real. En 1977, un primitivo radiotelescopio en Ohio captó una fuerte señal de radio del cielo que hasta ahora nadie había podido asignar satisfactoriamente a ningún fenómeno natural. Dado que aquel telescopio no podía moverse a izquierda y derecha (técnicamente, ascensión recta), podía captar un punto determinado del firmamento durante 72 segundos, el tiempo que la propia rotación terrestre hacía pasar ese punto por delante de la ventana de observación del telescopio. Y 72 segundos fue lo que duró la señal; al volver a escuchar posteriormente el mismo punto del cielo, sólo se encontró silencio, y jamás ha vuelto a repetirse.

La señal Wow! Imagen de Wikipedia.

La señal Wow! Imagen de Wikipedia.

El astrónomo que se encontraba aquel día dedicando parte de su tiempo libre a aquella especie de actividad extraescolar de buscar alienígenas era Jerry Ehman. Cuando Ehman descubrió la señal marcada en el papel continuo de la impresora, la rodeó con bolígrafo rojo y escribió “Wow!”. Desde entonces, se ha conocido como la señal Wow!.

La señal Wow! ha permanecido inexplicada durante casi 40 años. Hasta que a finales de 2015, un astrónomo del St. Petersburg College de EEUU llamado Antonio Paris publicó un estudio proponiendo que la presunta transmisión alienígena era en realidad el ruido producido por el paso de dos cometas llamados 266P/Christensen y P/2008 Y2 (Gibbs).

Estos cometas no se descubrieron hasta 2006, y por tanto no eran conocidos en 1977, cuando se captó la señal. Pero el cálculo de sus órbitas reveló que sus posiciones en el cielo el día de la señal Wow! eran compatibles con el lugar del que procedía la emisión. Además, la frecuencia de radio de la señal, 1.420 megahercios, coincide también con la del hidrógeno, y precisamente los cometas están rodeados por una gran nube de hidrógeno.

Paris es un tipo heterodoxo. Además de su trabajo como astrónomo y profesor, dedica parte de su tiempo a la investigación científica del fenómeno ovni. En enero de 2016 cubrí su estudio para otro medio. Cuando contacté con otros expertos para que valoraran su hipótesis, me expusieron algunas pegas; sobre todo, que la señal Wow! parecía demasiado potente para proceder de un cometa, y que estos objetos se mueven despacio en el cielo, y que por tanto la emisión debería haberse detectado otra vez cuando el telescopio de Ohio volvió a observar la misma región. Pero cuando le pregunté a Paris qué le parecían estas objeciones, se limitó a responderme con una frase de Spock en Star Trek: “soy un científico, no tengo emociones”.

La historia ha tenido ahora su continuación. Uno de los dos cometas, el 266P/Christensen, debía pasar a comienzos de este año por la misma región del cielo donde se detectó la señal Wow!. Por tanto, era una ocasión magnífica para estudiar la emisión del cometa y comprobar hasta qué punto se parecía a la señal de 1977. Para complementar sus observaciones, Paris ha estudiado también otros cometas.

Las conclusiones, publicadas hace un par de semanas, parecen confirmar la hipótesis: “Los resultados de esta investigación, por tanto, concluyen que los espectros de los cometas son detectables a 1.420 MHz y, más importante, que la señal Wow! de 1977 fue un fenómeno natural de un cuerpo del Sistema Solar”, escribe Paris.

¿Asunto zanjado? ¿Adiós a los aliens? Las objeciones originales sobre la fuerza de la señal y su rapidez aún persisten; aunque respecto a lo primero, Paris ya me advirtió el año pasado de que sería difícil cuadrar la potencia actual de la señal, dado que los cometas habrán perdido gran parte de su masa desde 1977. Pero por lo demás, algunos expertos han planteado otras nuevas pegas que resultan más bien ridículas, como que Paris ha financiado su investigación por crowdfunding, o que la revista donde ha publicado el estudio, Journal of the Washington Academy of Sciences, no es un foro donde los astrónomos suelen enviar sus trabajos.

Mientras, Ehman, que aún vive pero ya retirado, mantiene la actitud gallega que ha mantenido siempre: puede ser, o puede no ser, no se ha probado una cosa, ni la contraria. En el fondo, Ehman parece seguir albergando la esperanza de que aquel día su boli rojo subrayara el primer y hasta hoy único mensaje recibido de otro mundo. Pero por desgracia, y mientras nadie refute los resultados de Paris, hoy tenemos aún menos razones para confiar en que las pruebas que no han llegado hasta ahora acaben llegando. Bueno, tal vez aún nos queden los radiodestellos rápidos (FRB).

Ya van tres arrugas en el espacio-tiempo: detectada una nueva onda gravitacional

The first cut is the deepest (el primer corte es el más profundo), decía una canción de Cat Stevens. La primera vez siempre deja una huella más honda: el primer amor, la primera experiencia sexual o… la primera detección de ondas gravitacionales.

Cuando el 11 de febrero de 2016 los responsables del experimento LIGO (Laser Interferometer Gravitational-wave Observatory) anunciaban por primera vez la confirmación de las ondas gravitacionales pronosticadas por Einstein hace 100 años, todos los medios del mundo seguían la estela de la que se presentó como la noticia científica más importante del siglo.

Hoy se ha anunciado la tercera detección de este tipo de ondas, y está claro que la noticia no llegará tan lejos. Lo cual podría aprovecharse como un motivo de queja, pero me apetece interpretarlo justo del modo contrario: lo que es una increíble noticia es que la detección de ondas gravitacionales se haya convertido casi en algo rutinario.

Primero, refresquemos la memoria. Hace un siglo, Albert Einstein explicó la gravedad, hasta entonces una influencia misteriosa ejercida a distancia por los cuerpos, por la existencia de un tejido formado por el espacio y el tiempo, que pone en contacto los objetos y se deforma por acción de la masa. Una manera clásica de ilustrarlo es la cama elástica, donde una bola de bolos forma una depresión que atraerá hacia ella cualquier otro objeto que lancemos.

Einstein predijo que una fuerte perturbación de esta especie de alfombra del universo causaría arrugas que se propagarían por el cosmos, como una piedra en un lago. Pero dado que estas ondas son muy débiles, hasta hace muy poco tiempo los científicos no disponían de instrumentos lo suficientemente sensibles como para detectarlas.

Esto ha cambiado gracias a LIGO, un experimento compuesto por dos detectores gemelos en dos lugares distintos de EEUU. Cada uno de ellos está compuesto por dos tubos de cuatro kilómetros dispuestos en direcciones perpendiculares, de modo que es posible medir cómo se acortan cuando estas ondas invisibles llegan a la Tierra procedentes de un gran cataclismo cósmico; por ejemplo, la fusión de dos agujeros negros. Incluso una catástrofe espacial de este calibre hace que los tubos se encojan en una longitud ridícula, mil veces menor que el diámetro de un protón.

Ilustración de un agujero negro binario antes de la fusión. Imagen de LIGO.

Ilustración de un agujero negro binario antes de la fusión. Imagen de LIGO.

LIGO consiguió por primera vez medir una onda de este tipo el 14 de septiembre de 2015, aunque los resultados no se hicieron públicos hasta febrero de 2016. La onda procedía de la fusión de dos agujeros negros para dar lugar a uno solo, tan pesado como 62 soles, a una distancia de 1.300 millones de años luz. El hallazgo sirvió además a los científicos para confirmar la existencia de agujeros negros tan grandes producidos por el colapso de una estrella, algo que hasta entonces no se conocía.

El 26 de diciembre de 2015 se detectó una segunda onda, también provocada por la fusión de dos agujeros negros en uno solo, en este caso de 21 veces la masa del Sol, y a 1.400 millones de años luz. El nuevo hallazgo confirmaba que se abre una nueva era para la astronomía: del mismo modo que puede observarse una estrella por su luz, LIGO es también un telescopio que detecta otro tipo de emisión diferente, antes inaccesible a la observación científica. Este mismo año se sumará un tercer detector en suelo europeo, Virgo, situado en Italia.

La tercera onda gravitacional anunciada hoy, detectada el pasado 4 de enero y designada por su fecha GW170104, es curiosamente la más antigua en el tiempo. Procede también de la fusión de dos agujeros negros, pero en este caso a 3.000 millones de años luz de distancia, lo que implica que tuvo lugar hace 3.000 millones de años. El tamaño rellena un hueco entre las dos detecciones anteriores: los dos agujeros negros de partida tenían 32 y 19 masas solares, dando como resultado uno de 49 masas solares con un diámetro de unos 280 kilómetros; casi 50 veces la masa del Sol concentrada en una bola que cabría entre Madrid y Zaragoza. Las 2 masas solares que se pierden en la suma se transforman en la energía gravitacional que se propaga por el universo.

Comparación de tamaños de agujeros negros fusionados en la primera detección (GW150914), la segunda (GW151226) y la tercera (GW170104), junto con una cuarta no confirmada. A la izquierda, los tamaños de agujeros negros estelares más pequeños observados antes por técnicas de rayos X. Imagen de LIGO.

Comparación de tamaños de agujeros negros fusionados en la primera detección (GW150914), la segunda (GW151226) y la tercera (GW170104), junto con una cuarta no confirmada. A la izquierda, los tamaños de agujeros negros estelares más pequeños observados antes por técnicas de rayos X. Imagen de LIGO.

Esta animación muestra una simulación de las arrugas en el espacio-tiempo detectadas por LIGO:

Ciencia semanal: el «planeta corchopán» y el eslabón perdido de las ballenas

Repasamos algunas noticias científicas que ha dejado esta tercera semana de mayo.

Un planeta ligero como el corchopán

Incluso entre los científicos hay quienes tienen ojo para el marketing, y quienes no. Si este amplio equipo de investigadores de varios países, dirigido por la Universidad Lehigh (EEUU), se hubiese limitado a presentar su hallazgo como el tercer exoplaneta de menor densidad bien caracterizado hasta ahora, nadie les habría prestado atención.

Pero se les ocurrió publicitarlo comparando su densidad con la del poliexpán (más correctamente, poliestireno expandido; el corcho blanco de toda la vida, aunque personalmente me gusta más llamarlo corchopán en homenaje a los geniales Gomaespuma). Y ¡bang!: el estudio se ha comentado esta semana en todos los medios de ciencia, lo que me obliga a mencionarlo también aquí.

El planeta KELT-11b, a 320 años luz de nosotros, es un 40% mayor que Júpiter, pero pesa solo la quinta parte. Los científicos aún tratan de entender qué proceso lleva a algunos de estos gigantes gaseosos a inflarse como globos. La hipótesis de los autores del estudio es que se debe a la alta dosis de radiación que KELT-11b recibe de su estrella, a la que se encuentra muy próximo y que se está expandiendo al convertirse en una gigante roja.

Ilustración del exoplaneta KELT-11b. Imagen de Walter Robinson/Lehigh University.

Ilustración del exoplaneta KELT-11b. Imagen de Walter Robinson/Lehigh University.

La ballena que perdió las patas

Aunque todos los descubrimientos de fósiles revelan datos valiosos para entender qué pasaba en nuestro planeta cuando aún no estábamos aquí, son especialmente preciados los que nos presentan una foto de la evolución en acción; lo que popularmente se conoce como eslabones perdidos, aunque esta expresión no gusta a muchos paleontólogos.

Este es el caso de Mystacodon selenensis, la ballena de hace 36,4 millones de años descrita esta semana por investigadores de Bélgica, Francia, Italia y Perú, y que es ahora la especie más próxima al momento en que los cetáceos se dividieron en dos grupos que perduran hasta hoy: los que tienen dientes (odontocetos), como el cachalote o la orca, y los que filtran su alimento del agua mediante esos filamentos llamados precisamente ballenas (misticetos).

Los científicos estiman que hace 55 millones de años un grupo de mamíferos comenzó a adaptarse a la vida acuática. Unos 14 millones de años después, sus patas delanteras se habían transformado en aletas, mientras las traseras se iban atrofiando. Hace 38 o 39 millones de años comenzaron a diferenciarse dos grupos que 15 millones de años después se definieron como hoy los conocemos, odontocetos y misticetos. Ambos fueron perdiendo las patas traseras al mismo tiempo.

La nueva especie, descubierta en la costa de Perú, se convierte ahora en la más próxima a ese momento en que las dos ramas se separaron, acercándose un par de millones de años más que la especie más antigua conocida hasta ahora. Esta ballena, del tamaño de un delfín, aún tenía patas traseras residuales. También conservaba los dientes, pero según los científicos estaba especializada en alimentarse sorbiendo pequeñas presas del fondo marino, abriendo el camino hacia la alimentación por filtración que se impondría en los misticetos hace unos 23 millones de años.

Ilustración de 'Mystacodon selenensis'. Imagen de Alberto Gennari.

Ilustración de ‘Mystacodon selenensis’. Imagen de Alberto Gennari.

El continente blanco se vuelve verde

A estas alturas los signos del cambio climático ya no deberían ser una sorpresa para nadie, pero cada nuevo estudio es una oportunidad para transmitirnos una llamada de urgencia ante lo que está ocurriendo. En otros lugares del mundo un paisaje que verdea es una buena noticia, pero no en la Antártida, donde la proliferación de musgo observada por investigadores británicos es un hecho preocupante, consecuencia de la desaparición progresiva de los hielos. Y si a esto añadimos que otras regiones del planeta se están calentando a un ritmo mucho más rápido que la Antártida, el panorama es aún más alarmante.

Bancos de musgo en la Antártida. Imagen de Matt Amesbury.

Bancos de musgo en la Antártida. Imagen de Matt Amesbury.

El mordisco catastrófico del T-rex

Con la desaparición de los dinosaurios no aviares perdimos joyas de la naturaleza, pero el mundo sería un lugar mucho más complicado para nosotros si tuviéramos que compartirlo con el tiranosaurio rex. Un nuevo estudio de dos investigadores de EEUU pone cifras a lo incómodo que habría resultado el mordisco de un T-rex: el dinosaurio más mítico ejercía una presión con las mandíbulas de más de 3.600 kilos, más del doble que los cocodrilos, los actuales campeones del bocado. Esta presión transmitía a sus dientes una fuerza de casi 200.000 kilos por pulgada cuadrada. Con tales mordiscos el tiranosaurio era capaz de provocar en sus víctimas lo que los investigadores definen como una «catastrófica explosión de los huesos» para comerse la médula, como hoy hacen las hienas.

Imagen de Florida State University.

Imagen de Florida State University.

Sin rastro de vida inteligente en más de 6.000 estrellas

Será curioso saber qué artículo despierta mayor interés, si el que publiqué ayer, sugiriendo que la búsqueda de signos de vida extraterrestre pronto podría dar frutos, o este de hoy. Las buenas noticias y las malas tienden a atraerse como los polos opuestos, en sentido puramente electromagnético (nunca he creído en esa aplicación metafórica a los seres humanos; o al menos en mi caso, no funciona así).

El sistema triple Alfa Centauri: A, B y Proxima (señalada en rojo). Imagen de Wikipedia.

El sistema triple Alfa Centauri: A, B y Proxima (señalada en rojo). Imagen de Wikipedia.

La mala noticia de hoy es que dos proyectos de búsqueda de señales de vida inteligente, uno en 5.600 estrellas y otro en 692, han concluido con las manos vacías. Nada por aquí, nada por allá. Y les aseguro que no me alegro de ello, pero es otro apoyo más a la hipótesis de que la vida no es un fenómeno común en el universo.

El primero de los proyectos es obra de dos investigadores de la Universidad de California en Berkeley. Nathaniel Tellis y Geoffrey Marcy han emprendido lo que se conoce como SETI óptico; es decir, búsqueda de inteligencia extraterrestre (cuyas iniciales en inglés forman el acrónimo SETI), pero no en forma de señales de radio, sino de pulsos de luz visible.

La idea inspiradora, puramente especulativa, es que una civilización lo suficientemente avanzada podría emplear el láser como un medio de comunicación a grandes distancias, y uno de estos pulsos que cayera en nuestra dirección podría detectarse como un chispazo de luz distinguible del brillo de la estrella.

Los dos investigadores han aplicado un algoritmo a un exhaustivo conjunto de datos recogidos por el telescopio Keck de Hawái entre 2004 y 2016, correspondientes a 5.600 estrellas de la Vía Láctea distribuidas por todo el cielo, en su mayoría hasta una distancia de unos 326 años luz, y de un amplio rango de edades, desde menos de 200 millones de años hasta casi 10.000 millones de años. Para cada estrella, han buscado posibles chispazos en casi todo el espectro de luz visible (todos los colores) y en un radio de hasta decenas de unidades astronómicas (una unidad astronómica, UA, es la distancia media de la Tierra al Sol).

Después de todo ello, esta es la conclusión de los investigadores en su estudio, que se publicará próximamente en la revista The Astronomical Journal: «No hemos encontrado emisiones láser procedentes de las regiones planetarias en torno a ninguna de las 5.600 estrellas». Según los datos actuales disponibles, Tellis y Marcy calculan que este conjunto de estrellas debería albergar unos 2.000 planetas templados de tamaño similar a la Tierra, así que los resultados no son nada alentadores.

El segundo proyecto es el Breakthrough Listen, una de las Iniciativas Breakthrough del programa SETI fundado en 2015 por el físico y magnate ruso Yuri Milner, y que cuenta con la participación del Centro SETI de la Universidad de California en Berkeley. Breakthrough ha celebrado esta semana en la Universidad de Stanford su segunda conferencia anual, donde se han discutido cuestiones como el potencial para la existencia de vida en algunos mundos recientemente descubiertos, por ejemplo Proxima b, el sistema TRAPPIST-1 o el recién llegado LHS 1140b, del que hablé ayer. También se debatió sobre el Breakthrough Starshot, el proyecto de Milner de enviar una flota de minúsculas sondas al sistema Alfa Centauri.

En la conferencia Breakthrough se han presentado las conclusiones del primer año de Listen. El director del SETI en Berkeley, Andrew Siemion, expuso los resultados de la escucha de posibles señales de radio de origen inteligente en 692 estrellas con el radiotelescopio de Green Bank, una instalación histórica para el SETI, ubicada en Virginia Occidental. De todas las señales captadas, los investigadores seleccionaron 11 como las más significativas. Pero el veredicto es claro, o más bien oscuro: «se considera improbable que alguna de estas señales tenga un origen artificial, pero la búsqueda continúa», han declarado los responsables del proyecto.

En resumen, seguimos en blanco, solos y sin compañía. Por supuesto, hay recurso al viejo aforismo: la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Como no podía ser de otra manera, Tellis reconoció a la revista The Atlantic que el hecho de no haber detectado comunicaciones láser no significa que esas 5.600 estrellas estén desprovistas de vida. «Cada una de esas estrellas podría tener un Nueva York, un París o un Londres, y no tendríamos ni idea», dijo. De hecho, nosotros no enviamos comunicaciones por láser al espacio; si alguien nos estudiara desde allí empleando la misma técnica, no encontraría ningún rastro de nuestra presencia.

Pero no olvidemos que el aforismo es de por sí discutible cuando sirve para encubrir una llamada a la ignorancia. Por poner un ejemplo tan ridículo como claro, es indefendible alegar que la ausencia de pruebas de que hay un dragón invisible en la habitación no prueba que el dragón invisible no esté presente, por mucho que uno desee creer en los dragones invisibles. La vida es muy común en el estanque de mi jardín. Si tomo una simple gota al azar, encuentro al primer vistazo esta diminuta maravilla:

Alga verde microscópica Scenedesmus. Imagen de J. Y., tomada acercando la cámara del móvil al ocular de un microscopio.

Alga verde microscópica Scenedesmus. Imagen de J. Y., tomada acercando la cámara del móvil al ocular de un microscopio.

Que, por cierto, es una alga verde Scenedesmus, una clorofícea colonial que suele formar grupos de cuatro u ocho células, llamados cenobios. Pero en el estanque del universo, ninguna gota de las muchas analizadas hasta ahora de una manera u otra ha revelado absolutamente nada. ¿Es la vida realmente tan común en el universo?

La vida extraterrestre, cada vez más cerca

Durante buena parte del siglo pasado cundía la sensación de que la confirmación de la vida extraterrestre era una fruta madura a punto de caer. Eran los años 60, 70 y 80, cuando el fenómeno ovni estaba en su apogeo y parecía que la prueba definitiva llegaría mañana o pasado. Pero después comenzaron a aparecer las cámaras digitales y los móviles con cámara (que, para los recién llegados, en realidad son anteriores a los smartphones).

Ilustración del exoplaneta LHS 1140b. Imagen de M. Weiss/CfA.

Ilustración del exoplaneta LHS 1140b. Imagen de M. Weiss/CfA.

Hoy hasta los maasáis de la sabana keniana llevan en el bolsillo una cámara de fotos de alta definición (no es broma); y en contra de lo que muchos habrían previsto, en lo referente a los ovnis seguimos estancados en la misma coyuntura de los tiempos en que una cámara era un bien escaso y rudimentario. Cada día se suben milles de millones de fotos y vídeos a internet, pero ninguno de los 7.500 millones de humanos dispersos por todos los rincones del planeta nos ha mostrado una entrevista con alienígenas recién bajados de un platillo volante, grabada en Full HD con un iPhone no-sé-cuántos-van-ya.

Ya expliqué aquí hace tiempo mis razones para no creer en los ovnis, mal que me pese; y en algún otro medio he contado cómo la ciencia ha ido desmontando uno por uno los presuntos casos de avistamientos más sonados de los últimos años. Pero si lo que piense alguien que tiende al escepticismo puede mover a otros a un escepticismo hacia el escepticismo, la cuestión es que, como conté en un reportaje hace ya ocho años, incluso algunos ufólogos hace tiempo que tiraron la toalla; claro está, aquellos que han sostenido frente al fenómeno ovni una actitud honesta y racional, no quienes tratan de seguir viviendo del cuento a toda costa.

Rescato algunos ejemplos de lo anterior que cité en aquel reportaje. Jenny Randles, ufóloga, escritora y antigua directora de investigación de la British UFO Research Association (BUFORA), reconocía: «ET no aterrizó y el mundo sigue su camino como siempre». Wendy Connors, ufóloga estadounidense, escribió un artículo sobre la «muerte de la ufología». El español Ricardo Campo, investigador crítico del fenómeno ovni, calificaba la ufología como «ciencia abortada», y me contaba a su vez que muchos ufólogos se habían rendido a la evidencia. El ufólogo Vicente-Juan Ballester Olmos también cerraba el ataúd de la ufología: «Lo que no ha ocurrido ya en estos 60 años no creo que vaya a ocurrir en lo sucesivo; el misterio de los ovnis ya está momificado y es labor para historiadores, antropólogos y sociólogos», decía.

Y a pesar de todo, en ciertos programas de televisión continúan desfilando personajes que no hacen sino confirmar aquella idea del genial Carl Sagan: «los casos fiables no son interesantes, y los casos interesantes no son fiables. Desafortunadamente, no hay casos que sean a la vez fiables e interesantes».

Todo lo cual no significa que la creencia en los ovnis haya desaparecido de la calle. De hecho, algún análisis reciente apunta que esta fe, ya que a tales alturas no cabe otra calificación, puede estar remontando desde sus mínimos históricos, tal vez debido a las corrientes culturales cíclicas, y tal vez enmarcada dentro de un fenómeno más general de auge de las pseudociencias y del movimiento anti-Ilustración, algo de lo que ya he hablado aquí.

Pero una cosa es el fenómeno ovni, y otra muy diferente la confirmación de vida extraterrestre. Y respecto a esto último, sí podría decirse, desde un enfoque científico, que la situación actual tiene un cierto sabor a años 60-70: como entonces, hoy se diría que la noticia de que nuestro planeta no es el único lugar habitado del universo parece a punto de caer, aunque los otros puedan ser simplemente organismos simples como hongos o bacterias.

Ya conté aquí hace unos días que por primera vez se ha logrado detectar una atmósfera en un planeta de tamaño y masa similares a la Tierra. En plenas vacaciones de Semana Santa, la revista Science nos sorprendía con un bombazo: Encélado, una luna de Saturno que se postula como uno de los candidatos del Sistema Solar para albergar vida, puede tener fuentes hidrotermales en el fondo de su océano subglacial. Recordemos que hoy muchos científicos se inclinan por la hipótesis de que fue precisamente en este tipo de fumarolas submarinas donde pudo nacer la vida en la Tierra.

Ahora, esta misma semana, la revista Nature publica el hallazgo de un nuevo exoplaneta que uno de sus descubridores, Jason Dittmann, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian (CfA), califica como «el mejor objetivo para la búsqueda de vida más allá de la Tierra». LHS 1140b, que así se llama, es una superTierra de 6,6 veces la masa terrestre y 1,4 veces su diámetro, probablemente rocosa, situada en la zona templada de su estrella, una enana roja a 40 años luz de nosotros.

Ilustración del exoplaneta LHS 1140b. Imagen de ESO/spaceengine.org.

Ilustración del exoplaneta LHS 1140b. Imagen de ESO/spaceengine.org.

Las palabras de Dittmann no solo se justifican por las condiciones propicias del planeta, sino también por las condiciones propicias para estudiarlo: el nuevo planeta transita ante la cara de su estrella desde nuestro punto de vista, algo que no sucede en todos los casos, como por ejemplo en el muy prometedor Proxima b, descubierto el año pasado. Este paso de LHS 1140b delante de su estrella permitirá estudiar la luz que lo roza para determinar si tiene atmósfera, si su composición es apta para la vida, y si podría mostrar alguna firma biológica.

Por último, LHS 1140b cuenta con dos ventajas interesantes frente a otros exoplanetas recientemente descubiertos. A diferencia de la muy cacareada TRAPPIST-1, la estrella LHS 1140 parece tranquila, sin grandes fulguraciones achicharrantes. Y también a diferencia de TRAPPIST-1, la estrella del nuevo exoplaneta parece tener una edad suficiente (según los autores del estudio, por lo menos 5.000 millones de años) como para haber dado margen a un proceso de desarrollo de vida…

…si es que este proceso ha podido llegar a ocurrir alguna vez fuera de la Tierra. Algo de lo que personalmente también me declaro escéptico, por razones que ya he contado aquí y que se resumen en una: si en 4.540 millones de años de edad de la Tierra, y que sepamos, la vida solo ha surgido aquí una única vez, ¿qué parte de este argumento nos incita a dar por supuesto que la aparición de la vida sea un fenómeno frecuente? Pero de verdad, me encantaría tener que reconocer mi equivocación aquí mañana mismo…