Sin un «segundo génesis», no hay alienígenas

Si les dice algo el nombre del lago Mono, en California, una de dos: o han estado por allí alguna vez, o recuerdan el día en que más cerca estuvimos del «segundo génesis».

Les explico. A finales de noviembre de 2010, la NASA sacudió el ecosistema científico lanzando un teaser previo a una rueda de prensa en la que iba a «discutirse un hallazgo de astrobiología que impactará la búsqueda de pruebas de vida extraterrestre». La conferencia, celebrada el 2 de diciembre, solo decepcionó a quienes esperaban la presentación de un alien, algo siempre extremadamente improbable y que el anuncio tampoco insinuaba, salvo para quien no sepa leer. Para los demás, lo revelado allí era un descubrimiento excepcional en la historia de la ciencia: una bacteria diferente a todos los demás organismos de la Tierra conocidos hasta ahora.

El lago Mono, en California. Imagen de Wikipedia.

El lago Mono, en California. Imagen de Wikipedia.

Coincidiendo con la rueda de prensa, los resultados se publicaron en la web de la revista Science bajo un título breve, simple y atrevido: «Una bacteria que puede crecer usando arsénico en lugar de fósforo». La sinopsis de la trama decía que un equipo de investigadores, dirigidos por la geobióloga Felisa Wolfe-Simon, había encontrado en el lago Mono un microorganismo capaz de emplear arsénico como sustituto del fósforo en su ADN. Lo que para otros seres terrestres es un veneno (su posible papel como elemento traza aún se discute), para aquella bacteria era comida.

Toda la vida en este planeta, desde el virus que infecta a una bacteria hasta la ballena azul, se basa en la misma bioquímica. Uno de sus fundamentos es un material genético (ADN o ARN) formado por tres componentes: una base nitrogenada, un azúcar y un fosfato. Dado que este fue el esquema fundador de la biología terrestre, todos los seres vivos estamos sujetos a él. Encontrar un organismo que empleara un sistema diferente, por ejemplo arseniato en lugar de fosfato, supondría hallar una forma de vida que se originó de modo independiente a la genealogía de la que todos los demás procedemos.

Esto se conoce informalmente como un «segundo génesis», un segundo evento de aparición de vida (que no tiene por qué ser el segundo cronológicamente). Sobre si la bacteria del lago Mono, llamada GFAJ-1, habría llegado a representar o no un segundo génesis, hay opiniones. Hay quienes piensan que no sería así, ya que la existencia de un ADN modificado habría representado más bien una adaptación extrema muy temprana dentro de una misma línea evolutiva.

Para otros, es irrelevante que el origen químico fuera uno solo: dado que la definición actual de cuándo la no-vida se transforma en vida se basa en la acción de la evolución biológica, existiría la posibilidad de que la diversificación del ADN se hubiera producido antes de este paso crucial, y por lo tanto la vida habría arrancado ya con dos líneas independientes y paralelas.

Pero mereciera o no la calificación de segundo génesis, finalmente el hallazgo se desinfló. Desde el primer momento, muchos científicos recibieron el anuncio con escepticismo por razones teóricas, como el hecho de que el ADN con arsénico en lugar de fósforo daría lugar a un compuesto demasiado inestable para la perpetuación genética (este es solo un caso más de por qué muchas de las llamadas bioquímicas alternativas con las que tanto ha jugado la ciencia ficción son en realidad pura fantasía que hace reír a los bioquímicos). La publicación del estudio confirmó las sospechas: los experimentos no demostraban realmente que el ADN contuviera arsénico. Y como después se demostró, no lo contenía.

La bacteria GFAJ-1 del lago Mono resultó ser simplemente una extremófila más, un bicho capaz de crecer en aguas muy salinas, alcalinas y ricas en arsénico. Tenía una tolerancia fuera de lo común a este elemento, pero no lo empaquetaba en su ADN; se limitaba a acumularlo, construyendo su material genético con el fósforo que reciclaba destruyendo otros componentes celulares en tiempos de escasez. Su única utilidad real fue conseguir el propósito expresado en su nombre, GFAJ, formado por las iniciales de Give Felisa A Job («dadle un trabajo a Felisa»): aunque el estudio fuera refutado, le sirvió a Wolfe-Simon como trampolín para su carrera.

Bacterias GFAJ-1. Imagen de Wikipedia.

Bacterias GFAJ-1. Imagen de Wikipedia.

Por algún motivo que desconozco, el estudio nunca ha sido retractado, cuando debería haberlo sido. Me alegro de que a Wolfe-Simon le vaya bien, pero desde el principio el suyo fue un caso de ciencia contaminada: no descubrió el GFAJ-1 por casualidad, sino que estaba previamente convencida de la existencia de bacterias basadas en el arsénico, algo que ya había predicado antes en conferencias y que le hizo ganar cierta notoriedad. El siguiente paso era demostrar que tenía razón, fuera como fuese.

Hoy seguimos sin segundo génesis terrestre. Y su ausencia es una razón que a algunos nos aparta de esa idea tan común sobre la abundancia de la vida alienígena. Afirmar que el hecho de que estemos aquí implica que la vida debe de ser algo muy común en el universo es sencillamente una falacia, porque no lo implica en absoluto. Es solo pensamiento perezoso; una idea que cualquiera puede recitar si le ponen en la boca un micrófono de Antena 3 mientras se compra unos pantalones en Zara, pero que si se piensa detenidamente y sobre argumentos científicos, no tiene sustento racional.

Pensémoslo un momento: si creemos que la vida es omnipresente en el universo, esto equivale a suponer que dado un conjunto de condiciones adecuadas para algún tipo de vida, por diferentes que esas condiciones fueran de las nuestras y que esa vida fuera de la nuestra, esta aparecería con una cierta frecuencia apreciable.

Pero la Tierra es habitable desde hace miles de millones de años. Y sin embargo, esa aparición de la vida solo se ha producido una vez, que sepamos hasta ahora. Si suponemos que los procesos naturales han actuado del mismo modo en todo momento (esto se conoce como uniformismo), debería haber surgido vida en otras ocasiones; debería estar surgiendo vida nueva hoy. Y hasta donde sabemos, no es así. Hasta donde sabemos, solo ha ocurrido una vez en 4.500 millones de años.

¿Por qué? Bien, podemos pensar que el uniformismo no es una regla pura, dado que sí han existido procesos excepcionales, como episodios globales de vulcanismo o impactos de grandes asteroides que han cambiado drásticamente las reglas del juego de la vida. Esto se conoce como catastrofismo, y la situación real se acerca más a un uniformismo salpicado con algunas gotas esporádicas de catastrofismo.

Pero si aceptamos que el catastrofismo fue determinante en el comienzo de la vida en la Tierra, la conclusión continúa siendo la misma: si deben darse unas condiciones muy específicas e inusuales, una especie de tormenta bioquímica perfecta, entonces estamos también ante un fenómeno extremadamente raro, que en 4.500 millones de años no ha vuelto a repetirse. De una manera o de otra, llegamos a la conclusión de que la vida es algo muy improbable. Desde el punto de vista teórico, para que la idea popular tenga algún viso de ser otra cosa que seudociencia debería antes refutarse la hipótesis nula (una explicación sencilla aquí).

A lo anterior hay una salvedad, y es la posibilidad de que la «biosfera en la sombra» (un término ya acuñado en la biología) procedente de un segundo génesis fuera eliminada por selección natural debido a su mayor debilidad, o sea eliminada una y otra vez, por muchos génesis que se produzcan sin siquiera enterarnos.

Esta hipótesis no puede descartarse a la ligera, pero tampoco darse por sentada: si en su día la existencia de algo como la bacteria GFAJ-1 no resultaba descabellada, es porque la idea de una biosfera extremófila en la sombra es razonable; una segunda línea evolutiva surgida en un nicho ecológico muy marginal, como el lago Mono, tendría muchas papeletas para prosperar, quizá más que un invasor del primer génesis pasando por un trabajoso proceso de adaptación frente a un competidor especializado. Y sin embargo, hasta ahora el resultado de la búsqueda en los ambientes más extremos de la Tierra ha sido el mismo: nada. Solo parientes nuestros que comparten nuestro único antepasado común.

Si pasamos de la teoría a la práctica, es aún peor. Hasta hoy no tenemos absolutamente ni siquiera un indicio de que exista vida en otros lugares del universo. En la Tierra la vida es omnipresente, y no se esconde. Nos encontramos con pruebas de su presencia a cada paso. Incluso en el rincón más remoto del planeta hay testigos invisibles de su existencia, porque en el rincón más remoto del planeta uno puede encender un GPS o un Iridium y recibir una señal de radio por satélite. Si el universo bullera de vida, bulliría también de señales. Y sin embargo, si algo sabemos es que el cosmos parece un lugar extremadamente silencioso.

Como respuesta a lo anterior, algunos científicos han aportado la hipótesis de que la vida microbiana sea algo frecuente, pero que a lo largo de su evolución exista un cuello de botella complicado de superar en el que casi inevitablemente fracasa, impidiendo el progreso hacia formas de vida superiores; lo llaman el Gran Filtro. Otros investigadores sugieren que tal vez la Tierra haya llegado demasiado pronto a la fiesta, y que la inmensa mayoría de los planetas habitables todavía no existan. Pero también con estas dos hipótesis llegamos a la misma conclusión: que en este momento no hay nadie más ahí fuera.

Pero esto es ciencia, y eso significa que aquello que nos gustaría no necesariamente coincide con lo que es; y debemos atenernos a lo que es, no a lo que nos gustaría. Personalmente, I want to believe; me encantaría que existiera vida en otros lugares y quisiera vivir para verlo. Pero por el momento, aquello del «sí, claro, si nosotros estamos aquí, ¿por qué no va a haber otros?», mientras alguien rebusca en los colgadores de Zara, no es ciencia, sino lo que en inglés llaman wishful thinking, o pensamiento ilusorio.

Claro que todo esto cambiaría si por fin algún día tuviéramos constancia de ese segundo génesis terrestre. Y aunque seguimos esperando, hay una novedad potencialmente interesante. Un nuevo estudio de la Universidad de Washington, el Instituto de Astrobiología de la NASA y otras instituciones, publicado en la revista PNAS, descubre que en la Tierra existió un episodio de oxigenación frustrado, previo al que después daría lugar a la aparición de la vida compleja.

Hoy sabemos que hace unos 2.300 millones de años la atmósfera terrestre comenzó a llenarse de oxígeno (esto se conoce como Gran Oxidación), gracias al trabajo lento y constante de las cianobacterias fotosintéticas. Los fósiles más antiguos de células eucariotas (la base de los organismos complejos) comienzan a encontrarse en abundancia a partir de unos 1.700 millones de años atrás, aunque aún se discute cuándo surgieron por primera vez. Pero si de algo no hay duda, es de que fue necesaria una oxigenación masiva de la atmósfera para que la carrera de la vida tomara fuerza y se consolidara.

Los investigadores han estudiado rocas de esquisto de entre 2.320 y 2.100 millones de años de edad, la época de la Gran Oxidación, en busca de la huella de la acción del oxígeno sobre los isótopos de selenio. La idea es que la oxidación del selenio actúa como testigo del nivel de oxígeno en la atmósfera presente en aquella época.

Lo que han descubierto es que la historia del oxígeno en la Tierra no fue un «nada, después algo, después mucho», en palabras del coautor del estudio Roger Buick, sino que al principio hubo una Gran Oxidación frustrada: los niveles de oxígeno subieron para después bajar por motivos desconocidos, antes de volver a remontar para quedarse y permitir así el desarrollo de toda la vida que hoy conocemos.

Este fenómeno, llamado «oxygen overshoot«, ya había sido propuesto antes, pero el nuevo estudio ofrece una imagen clara de un episodio en la historia de la Tierra que fue clave para el desarrollo de la vida. Según Buick, «esta investigación muestra que había suficiente oxígeno en el entorno para permitir la evolución de células complejas, y para convertirse en algo ecológicamente importante, antes de lo que nos enseñan las pruebas fósiles».

El interés del estudio reside en que crea un escenario propicio para que hubiera surgido una «segunda» biosfera (primera, en orden cronológico) de la que hoy no tenemos constancia, y que tal vez pudo quedar asfixiada para siempre cuando los niveles de oxígeno se desplomaron por causas desconocidas. Pero Buick deja claro: «esto no quiere decir que ocurriera, sino que pudo ocurrir».

E incluso asumiendo que la propuesta de Buick fuera cierta, en el fondo tampoco estaríamos hablando de un segundo génesis, sino de un primer spin-off frustrado a partir de un único génesis anterior; las bacterias, los primeros habitantes de la Tierra, ya llevaban por aquí cientos de millones de años antes del oxygen overshoot. El estudio podría decirnos algo sobre la evolución de la vida, pero no sobre el origen de la vida a partir de la no-vida, la abiogénesis, ese gran problema pendiente que muchos dan por resuelto, aunque aún no tengamos la menor idea de cómo resolverlo.

10 comentarios

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    ¿Pues no hAbía leído yo SIN UN SEGURO GENESIS NO HAY ALIENÍGENAS? Menos mal que me he dado cuenta a tiempo , porque no entendía el asunto por más que he leido el tema.

    Clica sobre mi nombre

    28 enero 2017 | 14:48

  2. Dice ser .

    Si vamos, que no se ha encontrado nada alienigena.

    28 enero 2017 | 15:32

  3. Dice ser la colonización no tiene por qué ser conocida en base

    Imaginemos que alcanzamos un nivel de conocimiento suficiente para crear naves intergalácticas que puedan viajar por el espacio mientras mantiene principios activos humanos, si no puede ser posible jamás el mantenimiento de un estado vital en freno evolutivo celular (léase similar sistema a la congelación activa) Imaginemos que podemos mantener vida humana, sea del modo que sea, capaz de regenerarse en otros planetas donde la vida sea posible y que sea l apropia nave la que, a travé sde censores, reconozca esa posibilidad de planeta habitable. Imaginemos que la energái que alimente todo lo que lleva la nave y la propia nave, se mantenga casi eterna, que dure miles de años. E imaginemos que esa anve alcanza algún día un planeta. Telecolonización sin posibilidad de retornar información al planeta base. Imaginemos que alcancemos ese nivel de conocimiento y destreza tecnobiológica y que sepamos que la nave que despega de este planeta algún día alcanzará otro habitable.
    Bien. ¿Dónde se encontraría esa nave si hubiera llegado a este planeta y en que condiciones los visitantes? ¿La habrían ocultado si fueran inteligentes al llegar aquí? ¿Qué posibilidad habría de adquirir nuevamente los conocimeintos si aterrizan en una época de atraso total? ¿Serviría de algo tanto avance en el nuevo planeta? ¿Se podría traspasar algún conocimiento? ¿De qué manera sin caer en el peligro de ser destruidos por supersticiones o extrañas brutalidades en el planeta receptor?

    28 enero 2017 | 16:47

  4. Dice ser Gonzalo Calvo Pérez

    El caso de Wolfe-Simon es el ejemplo perfecto de la corrupción científica, voluntad propagandística y nulo rigor que existe actualmente en los «más altos niveles» de los supuestamente respetabilísimos organismos científicos internacionales, así como de la incapacidad de las instituciones públicas a la hora de poner de patitas en la calle a los malos científicos. Excelente artículo.

    28 enero 2017 | 16:54

  5. Dice ser Fran

    Todo es cuestión de probabilidad, aunque sean muy bajas, una vez que descartemos que hay vida en el sistema solar (Europa y Encelado tienen alguna posibilidad) aun nos queda un universo enorme, hay billones de estrellas, trillones de planetas y satélites, puede que sea difícil , pero estoy convencido que hay sitios en el universo donde se dan las condiciones necesarias para que exista la vida, y que en alguno de ellos ya ha ocurrido Otra cosa es que lleguemos a saber de su existencia, y ellos de la nuestra, eso creo que es lo difícil, el universo no está hecho a escala humana, su escala nos sobrepasa, Quizás para encontrar vida en el universo, primero tendremos que conseguir la inmortalidad, o como mínimo la crionización eterna.

    28 enero 2017 | 17:31

  6. Dice ser SLIM WHITE

    El origen de todo lo orgánico se genera bioquimicamente, no importan los elementos que lo compongan en su compuesto.Las posibilidades son infinitas, pero la esencia de todo es la colaboración, en la mezcla, de una parte de energía en la proporción que sea.
    Un ácido es agresivo para un medio alcalino y una sal lo es en un medio ácido. La base en los conceptos orgánicos de la vida puede centrase en el carbono o en cualquier otra bioquímica que emplee otro compuesto oportunista central.
    Las posibilidades de combinaciones diferentes, con bases diferentes, son infinitas. No descartemos vida incluso cuando el compuesto energético supera los 100 grados de temperatura y tal vez incluso las reacciones bioquímicas de alguna manera se pueden dar en el Magma volcánico.
    Si las combinaciones bioquímicas por lo que parece no tienen limite las formas que se pueden haber desarrollado en el cosmos son completamente imprevisibles.Los aspectos bi-simetricos, a los que estamos acostumbrados a ver en nuestro planeta, no lo serán seguramente en otros puntos de vida en el inmenso universo. Debemos estar preparados para sorprendernos.

    29 enero 2017 | 09:03

  7. Dice ser presentes de un futuro en otro espacio

    Un planeta evluiocnado no contempla el trabajo como justificante de adquisición de riqueza. La riqueza también varía una vez conseguidos los avances suficientes como para virtualizar la realidad misma. El trabajo se entenderá com oun plus para algún propósito extra y el dinero también desaparecería como hoy lo entendemos. En primer lugar la robotización dirigida por humanos, luego la total, que haga prescindible totalmente al humano de la cadena de producción de cualquier elemento. La mente global positiva habrá vencido en la evolución antes de que las condiciones provida en el planeta sean incompatibles con la vida misma. Más adelante serán otros mundos, otros soles, otras constelaciones, las que iluminen el alma humana.
    Habría que investigar cuándo es el momento eacto en el que el cerebro toma conciencia del ser en el que habita. Qué es lo que hace que tome conciencia de sí mismo de modo razonado. Tal vez no seamos tan originales y únicos, ni siquiera en un mismo cuerpo por siempre. ¿De qué depende la conciencia? ¿Cuántos seres humanos sienten lo mismo entre mil millones? ¿Qué nos hace ser en nosotrxs mismxs?

    29 enero 2017 | 19:18

  8. Dice ser todoesredondo

    A mí lo que me alucina es comprobar a nivel microscópico , cómo el tejido celular d los seres terrestres (que son los únicos que conocemos) es tan idéntico al tejido cósmico. Neuronas, vasos sanguineos, tumores…asemejándose a nebulosas, galaxias, planetas. No sé si hay ruido ahí arriba, pero se mueve.

    En tu texto repites mucho «lo que sabemos hasta ahora, hasta lo que conocemos ahora, conocido hasta ahora, hasta donde sabemos, hasta hoy no hay indicios, en este momento, sin siquiera enterarnos de que ocurra». Esta última frase tiene toda la razón

    31 enero 2017 | 12:33

  9. Dice ser todoesredondo

    Al ver esas bacterias GFAJ-1, no puedo evitar pensar en la fabada que tengo hoy para comer. Givme Fabada Asturiana Ja-!
    Perdón por salirme del tema.

    31 enero 2017 | 12:58

  10. Dice ser Tarot Pamplona

    Me parece complicado que en otro lugar del universo haya seres que se parezcan mínimamente a los seres humanos. Se deben dar condiciones muy parecidas a lo largo de miles y miles de años.

    08 febrero 2017 | 11:06

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