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Sin transporte al espacio, como en 1961

En 1961 un ser humano voló por primera vez al espacio. Cuando Yuri Gagarin completó su única y famosísima órbita a la Tierra, solo las pruebas previas con perros demostraban que un ser vivo podía sobrevivir a un viaje espacial, pero ni siquiera se sabía con certeza cuáles serían los efectos en el organismo humano; tal era la incertidumbre que el vuelo se controló enteramente desde tierra y por sistemas automáticos, ya que los médicos de la misión no descartaban que Gagarin perdiera la consciencia en cualquier momento.

Aquel abril del 61 se abrió una vía al espacio que nunca había vuelto a cerrarse. Hasta ahora. Por primera vez en 57 años, el ser humano no tiene acceso al espacio (de acuerdo, exceptuando el ser humano chino, pero ellos no lo prestan a nadie más). Probablemente no por mucho tiempo, quizá solo unos meses. Pero en este momento se da una extraña situación inédita en décadas, y es que actualmente no existe ninguna nave a disposición de las principales potencias espaciales (una vez más, sin contar a China) capaz de transportar tripulantes.

Durante años convivieron los transbordadores espaciales de la NASA con las viejas y fiables Soyuz rusas. Pero en 2011 EEUU jubiló sus shuttles después de cancelar el programa Constellation que debía haberlos reemplazado, en una serie de decisiones discutidas que finalmente retrasaron el comienzo del sistema que tomará el relevo, llamado anodinamente Space Launch System (SLS).

Imagen del lanzamiento del cohete Soyuz el pasado 11 de octubre, antes del fallo que obligó a abortar la misión. Imagen de NASA.

Imagen del lanzamiento del cohete Soyuz el pasado 11 de octubre, antes del fallo que obligó a abortar la misión. Imagen de NASA.

Así, desde 2011 todos los vuelos tripulados al espacio (insisto, salvo los chinos) han utilizado los cohetes rusos, con un largo historial de éxitos en misiones tripuladas. Que se rompió la semana pasada.

El jueves 11, un cohete Soyuz que llevaba al cosmonauta ruso Alexey Ovchinin y al astronauta estadounidense Nick Hague con destino a la Estación Espacial Internacional (ISS) falló dos minutos después del despegue, cuando el propulsor de la segunda fase no se activó después de desprender los motores de la primera. El fallo, a 48 kilómetros de altura, provocó la expulsión automática de la cápsula, y sus dos tripulantes se vieron sometidos a un incómodo descenso en lo que los ingenieros llaman modo balístico, y los demás llamamos caer a plomo. Finalmente, los paracaídas de la nave se activaron según lo previsto para que la Soyuz se posara suavemente en el suelo.

El momento en que se abortó el lanzamiento de la Soyuz, cuando el propulsor no se encendió tras la separación de los laterales. Imagen de NASA / Bill Ingalls.

El momento en que se abortó el lanzamiento de la Soyuz, cuando el propulsor no se encendió tras la separación de los laterales. Imagen de NASA / Bill Ingalls.

Como consecuencia de esta avería, cuya causa aún no se conoce, el gobierno ruso ha decidido cancelar las misiones tripuladas hasta que la investigación determine qué fue lo que falló. Dado que el SLS estadounidense no estará preparado para transportar tripulaciones hasta dentro de quizá un par de años, y que algo similar ocurre con las futuras naves operadas por empresas como SpaceX, la situación abre una brecha indefinida en el transporte humano al espacio.

Curiosamente, quienes más inquietos deben de estar por esta situación son quienes ya están en el espacio. El alemán Alexander Gerst, la estadounidense Serena Auñón-Chancellor y el ruso Sergey Prokopyev forman la tripulación actual de la ISS, a la que debían haberse unido Ovchinin y Hague. La ISS siempre cuenta con una Soyuz anclada a su estructura para el recambio de tripulaciones y para servir como cápsula de escape en caso de emergencia. Pero estas naves solo tienen una vida útil en el espacio de unos 200 días, para garantizar que ninguno de sus componentes se haya deteriorado por la exposición al ambiente espacial.

Dado que la Soyuz anclada a la ISS fue enviada al espacio en junio, esto implica que los tripulantes de la ISS solo tienen de margen hasta enero para regresar a la Tierra. Y que, si para entonces no se ha lanzado una nueva misión (la siguiente está prevista para diciembre), entonces la ISS quedará vacía por primera vez desde hace 18 años, cuando se instaló la primera tripulación residente.

Esto no supondría un desastre, ya que la estación puede operarse desde tierra al menos durante un tiempo. Pero resulta curioso, y algo descorazonador para quienes defendemos la exploración humana del espacio, que medio siglo después de haber iniciado esta gran aventura de la humanidad, de haber enviado seis misiones a la Luna, de haber puesto en órbita varias estaciones y de haber dispuesto de opciones a elegir para enviar tripulaciones al espacio, nos encontremos de repente con la sensación de que estamos de nuevo varados en tierra. Si esto no es un paso atrás, no sé qué es.

En cuanto a cuándo podrán restablecerse los lanzamientos de las Soyuz, por el momento las autoridades rusas no han concretado detalles. Se da la circunstancia de que esta investigación se une a otra en marcha por un extraño suceso ocurrido a finales de agosto, cuando los tripulantes de la ISS descubrieron en la Soyuz anclada a la estación una perforación en su casco que estaba robando aire del interior, y que parecía haber sido practicada deliberadamente con un taladro. El descubrimiento de este aparente sabotaje creó una cierta tensión entre la NASA y Roscosmos (la agencia rusa). Ahora, a esta última se le acumulan las investigaciones.

 

El ser humano no busca vida extraterrestre. Parte 3: pero algo está cambiando

El pasado mayo, el Congreso de EEUU aprobó un proyecto de ley de presupuestos que recomendaba a la NASA destinar 10 millones de dólares en los próximos dos años para «buscar firmas tecnológicas como transmisiones de radio para cumplir el objetivo de la NASA de investigar el origen de la vida, su evolución, distribución y futuro en el universo». Traducido, significa que por primera vez desde hace 26 años la búsqueda de inteligencia extraterrestre, lo que se conoce como SETI, podría recibir el apoyo de fondos públicos.

Según comentan en internet quienes entienden cómo funciona esta maquinaria burocrática en EEUU (o esta maquinaria burocrática en general), esto no significa aún que haya un cheque de 10 millones de dólares esperando a que la NASA lo recoja para comenzar a buscar civilizaciones alienígenas; la propuesta debe pasar por un proceso con varios puntos de control, en alguno de los cuales podría desviarse hacia el camino de la papelera.

Un fotograma de la película 2010: Odisea dos (1984) mostrando la evolución de la vida en Europa, la luna de Júpiter. Imagen de MGM / UA.

Un fotograma de la película 2010: Odisea dos (1984) mostrando la evolución de la vida en Europa, la luna de Júpiter. Imagen de MGM / UA.

Pero es un signo de que algo puede estar cambiando. Desde 1993, cuando un senador demócrata logró desmantelar el programa SETI de la NASA proclamando que se había acabado la temporada de caza de marcianos, los científicos que siguen convencidos de que haberlos, haylos, han seguido pegando la oreja al espacio sin desfallecer, sacando el dinero de debajo de las piedras para mantener vivos sus proyectos. Y en los últimos años han encontrado de repente unos aliados inesperados: los multimillonarios de internet.

Personajes como Elon Musk, Jeff Bezos, Paul Allen o Yuri Milner, todos ellos millonarios gracias a sus negocios tecnológicos, han irrumpido con más o menos ímpetu en el que solía ser el terreno de las agencias espaciales públicas y las instituciones de investigación, promoviendo y financiando ese tipo de ideas que antes ni siquiera se llevaban a la discusión por considerarse ilusorias, alocadas, peliculeras, casi infantiles. ¿Fundar una colonia en Marte? ¿Enviar un coche al espacio? ¿Mandar una flotilla de robots a la estrella más próxima?

El dinero manda, y cuando el ruso Milner pone 100 millones de dólares encima de la mesa con los que comprar horas de radiotelescopio para escuchar señales alienígenas, su proyecto Breakthrough Listen no solo se convierte en el programa SETI mejor financiado, sino que al mismo tiempo también contribuye a dar un empujón al resto de proyectos en marcha. Y con ello, a hacer estas investigaciones más presentes en los medios. Y con ello, a que el público sepa que existe un renovado interés en encontrar de una vez por todas a nuestros vecinos galácticos, si existen. Y con ello, a que los políticos empiecen a darse cuenta de que no quieren quedarse atrás.

Pero no todo el mérito es cosa de Milner y sus compañeros de golf. Frente a las anteriores reticencias de los científicos de verse de algún modo manchados por el estigma de los hombrecitos verdes, se diría también, aunque es una impresión personal, que cada vez son más los investigadores que han decidido abrir de nuevo esa oscura y polvorienta cripta de la vida extraterrestre para ver qué hay dentro.

Así, las ideas frescas y audaces crecen: el SETI óptico, que busca posibles señales láser en lugar de ondas de radio; el uso de algoritmos de Inteligencia Artificial para rastrear las estrellas; el intento de identificar firmas biológicas en las atmósferas de los exoplanetas lejanos o de llegar a deducir la existencia de una cubierta vegetal. La comunidad científica reúne a muchas de las mentes más brillantes de esta roca mojada. Y cuando se ponen a pensar, saltan chispas.

Ante todo este empuje de una nueva ciencia de búsqueda de vida alienígena, la primera respuesta de la NASA no se ha hecho esperar: en septiembre la agencia celebraba en Houston una reunión sobre firmas tecnológicas (Technosignatures Workshop), dedicada a debatir las perspectivas sobre posibles señales que puedan detectarse desde la Tierra y que puedan revelar la presencia de civilizaciones alienígenas. La idea es ampliar el enfoque clásico de los proyectos SETI, dedicados a la búsqueda de señales de radio u ópticas, para incluir también otros posibles signos de tecnologías avanzadas, como la construcción de enormes estructuras para cosechar la luz de las estrellas (lo que se conoce como esferas de Dyson) o incluso la existencia de exoplanetas con atmósferas contaminadas por la actividad tecnológica industrial.

Pero aquí no acaba este soplo de aires nuevos. Como ya conté aquí recientemente, en julio un informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EEUU instaba a la NASA a revisar sus políticas de protección planetaria, esa directriz que evita enviar misiones espaciales a lugares del Sistema Solar donde podría haber vida, por miedo a contaminarla con microbios terrestres agazapados en las sondas. Lo cual implica que por fin alguien se está dando cuenta de que, con políticas de protección planetaria tan estrictas, es imposible estudiar la presencia de vida en nuestro vecindario cósmico.

Ilustración artística de la superficie del exoplaneta TRAPPIST-1f. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Ilustración artística de la superficie del exoplaneta TRAPPIST-1f. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

La última y magnífica noticia ha saltado esta semana: un nuevo informe de las Academias, encargado por la NASA a petición del Congreso, insta a la agencia espacial de EEUU a «expandir la búsqueda de vida en el universo y hacer de la astrobiología una parte integral de sus misiones». El organismo que aglutina toda la ciencia de EEUU pide a la NASA que «incorpore el campo de la astrobiología en todas las fases de futuras misiones de exploración», reconociendo que hasta ahora las misiones espaciales, incluso aquellas que incluyen objetivos astrobiológicos, «han tendido a estar más fuertemente definidos por perspectivas geológicas que por estrategias orientadas a la astrobiología».

Para ello, el informe recomienda tanto la búsqueda de firmas biológicas que puedan delatar formas de vida «similares a las terrestres», como también la investigación de «vida potencial que difiera de la vida como la conocemos», y que todo ello se aborde mediante la detección in situ, es decir, sondas espaciales equipadas con tecnologías de detección de vida en entornos como el subsuelo de Marte o los océanos en varias lunas del Sistema Solar.

Por otra parte, el informe recomienda también la puesta a punto de tecnologías que faciliten la investigación de la posible existencia de vida en lugares lejanos del universo a los que no se puede acceder con sondas espaciales, es decir, exoplanetas detectados mediante telescopios terrestres y orbitales.

Evidentemente, todo esto no va a llenar de astrobiología las misiones de la NASA de la noche a la mañana. Las agencias espaciales trabajan con planificaciones a plazos muy largos, y ya está bien definido y en marcha lo que va a ejecutarse en los próximos años, por lo que el cambio, si lo hay, será lento. Pero al menos parece un firme propósito para que la astrobiología deje por fin de ser el patito feo de las misiones espaciales. Y para que por fin podamos decir que el ser humano sí busca vida alienígena. La haya o no.

El ser humano no busca vida extraterrestre. Parte 2: en el espacio, setas y Rolex

En la historia de la exploración espacial se han lanzado más de 550 misiones al espacio, tripuladas o no, sin incluir satélites comerciales, de comunicaciones o aquellos destinados a la observación de la Tierra. De todas estas misiones, ¿saben cuántas han estado dedicadas a la búsqueda de vida extraterrestre?

Una.

En 1976, en pleno furor de la moda alienígena, aterrizaron en Marte las dos sondas gemelas Viking de la NASA, en la primera y hasta ahora única misión diseñada específicamente para buscar vida extraterrestre. Los responsables del proyecto crearon una serie de experimentos increíblemente astutos para determinar de forma indirecta si había microbios en Marte. Por entonces aún no existían las técnicas de secuenciación de ADN, y difícilmente había otra posibilidad más directa que intentar encontrar actividad metabólica en el suelo.

Imagen tomada por la sonda Viking 2 en Marte en 1976. Imagen de NASA.

Imagen tomada por la sonda Viking 2 en Marte en 1976. Imagen de NASA.

El problema es que los resultados de los experimentos de las Viking fueron inconcluyentes: ambas sondas detectaron lo que parecía actividad metabólica, pero en cambio no encontraron moléculas orgánicas, lo cual era contradictorio. Por ello se dejaron los resultados en suspenso, interpretando que la detección de actividad metabólica era un falso positivo.

Curiosamente, las últimas misiones a Marte han confirmado que sí existen moléculas orgánicas, por lo que se ha eliminado el obstáculo que en su día impidió concluir que hay vida marciana. Pero obviamente, nadie va a atreverse a sostener esta afirmación hasta disponer de nuevas pruebas más concluyentes, que con la tecnología actual serían posibles.

¿Por qué diablos entonces no se envían nuevas sondas con aparatos más modernos como amplificadores (PCR) o secuenciadores de ADN? Esta es una pregunta que algunos nos hacemos. Hoy el panorama de las misiones espaciales está dominado por físicos, químicos, geólogos, científicos planetarios… En las sondas que se envían al espacio no hay hueco para los astrobiólogos, que deben quedarse en casa estudiando cosas como los hábitats y microbios terrestres que podrían parecerse a los hábitats y microbios extraterrestres.

Por ejemplo, hace unos meses se produjo una curiosa situación cuando la NASA presentó en una charla nuevos datos sobre penachos de vapor que emergen desde el océano subglacial de Europa, la luna de Júpiter. El interés central del hallazgo era la posibilidad de que la química de estos penachos soporte la existencia de vida. Pero los ponentes responsables del estudio no hacían sino dar vueltas en torno a esta cuestión central, ya que entre ellos no había ningún astrobiólogo.

Una lección aprendida de las Viking es que buscar vida alienígena es una tarea complicada y confusa. Pero no parece suficiente motivo como para que desde entonces no se haya lanzado al espacio ni una sola misión con este propósito. De haberse seguido una línea constante y creciente de ensayo, error y mejora desde los años 70, y con las tecnologías disponibles ahora, probablemente hoy sería una tarea mucho menos complicada y confusa.

Por supuesto, son numerosas las misiones destinadas a buscar condiciones habitables: exoplanetas idóneos, moléculas orgánicas en el Sistema Solar, condiciones compatibles con la vida… Pero habitable no es lo mismo que habitado. Podría tocar un objeto frente a mí y deducir que es una jaula de hámster. Si sigo tocando dentro, podré encontrar un cuenco con comida, un recipiente con agua, una rueda… Llego a la conclusión de que es una jaula perfectamente habitable para un hámster. Pero no tengo la menor idea de si dentro hay realmente un hámster o no. Después de las Viking, ninguna misión ha ido equipada con los instrumentos necesarios para saber si en la jaula hay un hámster.

Pero si las complicaciones de la búsqueda del hámster no justifican el hecho de no intentarlo, en cambio hay otro motivo que sí basta para tirar a la basura cualquier propuesta que llegue a las agencias espaciales con la palabra “vida” en la línea donde dice “objetivos”: la protección planetaria.

La protección planetaria, de la que ya he hablado aquí en varias ocasiones, es una directriz que obliga a las agencias espaciales a evitar deliberadamente la intrusión en aquellos lugares en los que podría haber vida extraterrestre, por temor a contaminarla con los microbios terrestres que viajan camuflados como polizones en las sondas. La NASA ha reconocido explícitamente que evita aquellos lugares de Marte con mayor probabilidad de albergar vida.

Sin duda, la protección planetaria es una política muy juiciosa, responsable y respetuosa con los posibles ecosistemas extraterrestres. Y a la que algún día habrá que renunciar, o al menos matizar, si es que queremos llegar a saber si existe vida más allá de nuestras propias narices.

En resumen, todo esto recuerda a aquel chiste sobre los dos tipos que están buscando setas cuando uno de ellos encuentra un Rolex, a lo que el otro replica: ¿pero estamos a setas o a Rolex? El ser humano lleva ya décadas a setas; y si uno encuentra un Rolex por casualidad, sabemos que probablemente es un chiste.

Sin embargo, se diría que algo está cambiando. En los últimos tiempos parece existir un cierto caldo de cultivo que sugiere un cambio de rumbo, un cambio de aires. Quizá ya se está superando el sonrojo del fenómeno ovni; no es que hoy haya menos creyentes, pero ya ha quedado claro que es territorio de Cuarto Milenio y Año Cero, no de la realidad física. Quizá la avalancha de pruebas de habitabilidad ya acumuladas ha abierto boca para que ahora nos apetezca algo más sustancioso. Quizá ya estamos un poco cansados de no hacer otra cosa que recoger setas, y puede que ahora vayamos a Rolex. Mañana lo contamos.

El ser humano no busca vida extraterrestre. Parte 1: desde la Tierra

No existe ninguna misión espacial, activa ni planificada, dedicada a buscar vida extraterrestre. No ha existido desde 1976.

¿Sorpresa?

Quizá lo sea para aquellos anclados a esa idea de que el dinero derrochado en buscar hombrecitos (y mujercitas) verdes debería emplearse mejor en ayudar a los hombrecitos (y mujercitas) de otros muchos colores que tenemos aquí en la Tierra. Tranquilos: ese dinero del contribuyente terrícola supuestamente despilfarrado en buscar vida no terrícola sencillamente no existe.

Evidentemente, el hecho de que este gasto fuera inaceptable para muchos no es la razón de que no exista, o al menos no la única ni la más importante. Hay tantos gastos públicos en los que unos y otros no estamos de acuerdo que costaría decidir por dónde empezar. Ni siquiera la próxima instalación municipal que van a construir en nuestro pueblo/barrio/ciudad nos pone de acuerdo a todos. Y si existiera una casilla en la declaración de la renta para contribuir a la búsqueda de vida extraterrestre, algunos incluso la marcaríamos.

Suele ocurrir que, a muchos, la revelación de que no hay dinero público para buscar a E.T. les llega de sorpresa, tanto como la de que el ahorro de ese despilfarro no ha arreglado el mundo. Pero a otros, y esto es lo verdaderamente interesante, les resulta difícil aceptar que el ser humano renuncie a lo que es casi una obligación inherente al logro evolutivo de la inteligencia. Y muchos incluso no entienden qué llevan haciendo entonces por ahí durante tanto tiempo tantas misiones de exploración espacial, si no han estado haciendo (lo que ellos consideran) lo más importante.

¿Y qué hace entonces el proyecto SETI (siglas en inglés de, precisamente, Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre)?, tal vez se pregunten (SETI utiliza telescopios terrestres, no misiones espaciales). Pero ¿qué hay de la búsqueda de exoplanetas habitables, que sí emplea telescopios orbitales? ¿Y qué hay de todas esas noticias sobre moléculas orgánicas e indicios de habitabilidad en otros lugares del Sistema Solar? Ahora iremos a todo eso. Pero para encontrar la explicación, que no es simple, debemos comenzar indagando en la historia de la búsqueda de vida extraterrestre.

El complejo de antenas Very Large Array, en Nuevo México (EEUU). Imagen de Hajor / Wikipedia.

El complejo de antenas Very Large Array, en Nuevo México (EEUU). Imagen de Hajor / Wikipedia.

Después de unos tímidos intentos previos (uno de ellos nada menos que de Nikola Tesla, pero esa es otra historia), el 8 de abril de 1960 el astrónomo Frank Drake y un puñado de colaboradores abrieron por primera vez la oreja de un gran radiotelescopio para escuchar si había alguien más ahí fuera. Entonces parecía una buena idea: dado que nunca se había hecho, se podría incluso haber apostado que al abrir el tubo comenzarían a entrar cientos o miles de señales de radio de civilizaciones lejanas.

Por otra parte, entre los años 60 y 80 el fenómeno ovni estaba sólidamente atornillado a la cultura popular, triunfando de tal modo que ni siquiera científicos como Carl Sagan se atrevían a descalificarlo por completo. La apuesta estaba caliente. Parecía cuestión de unos pocos años que el primer contacto acabara llegando por una vía u otra. Los proyectos SETI comenzaban a recibir generosos chorros de dinero público.

Pero no ocurrió nada. Salvo varias falsas alarmas, fenómenos naturales y alguna señal aún dudosa, los proyectos SETI solo encontraron un silencio sepulcral en el cosmos. El globo ovni acabó pinchado, cuando ni las investigaciones de los gobiernos ni las de una legión de aficionados lograron obtener ni una sola prueba concluyente, a pesar de que hoy todo ciudadano de a pie lleva una cámara de alta definición en el bolsillo durante cada momento de su vida. En 1993 el senador de EEUU Richard Bryan declaraba que se había acabado la “temporada de caza de marcianos a costa del contribuyente”; la ley promovida por Bryan cancelaba la financiación del programa SETI de la NASA.

La búsqueda de vida alienígena cayó en descrédito. Actualmente muy pocos científicos, si es que los hay, creen que el fenómeno ovni fuera otra cosa que lo que hoy llamamos un meme. Muchos de ellos continúan creyendo en la existencia de vida extraterrestre, pero ya no es trendy buscar alienígenas, e incluso puede ser un estigma.

Por supuesto, numerosos proyectos SETI continúan vivos y muy activos, pero aquí está el nudo: sostenidos únicamente con fondos privados y donaciones. Las instituciones implicadas compaginan esta especie de actividad extraescolar con otros proyectos más serios, que sí reciben financiación pública. Y muchos de los científicos, junto con numerosos voluntarios, se dedican a ello en sus ratos libres, casi como un hobby. Todo lo cual no puede llamarse precisamente un empeño del ser humano.

Continuará…

¿Microbios peligrosos en el espacio? Sí, pero los enviamos nosotros

Quien haya leído el libro de Michael Crichton La amenaza de Andrómeda (1969), o haya visto la película de Robert Wise (1971) o la más reciente miniserie coproducida por Tony y Ridley Scott (2008), recordará que se trataba de la lucha de un equipo de científicos contra un peligroso microorganismo alienígena que lograba abrirse paso hasta la Tierra a bordo de un satélite.

Un fotograma de 'La amenaza de Andrómeda' (1971). Imagen de Universal Pictures.

Un fotograma de ‘La amenaza de Andrómeda’ (1971). Imagen de Universal Pictures.

Otras muchas obras de ciencia ficción han explotado la misma premisa, sobre todo después del libro de Crichton; pero como obviamente a los productores de cine les aprovecha infinitamente más el aplauso del público que el de los biólogos, muchas de estas películas se llevan un suspenso morrocotudo en verosimilitud científica, e incluso en originalidad (los argumentos suelen ser cansinamente repetitivos).

No es el caso de la novela de Crichton, que se atrevió con el arriesgado planteamiento de basar su suspense en la sorpresa científica, y no en el susto fácil. Debido a ello la película de Wise no tiene precisamente el tipo de ritmo trepidante al gusto de hoy. La miniserie de 2008 trata de repartir algo más de acción, pero quien quiera seguir el hilo científico de la trama deberá añadir un pequeño esfuerzo de atención.

En un momento de la historia (¡atención, spoiler!), el gobierno de EEUU decide arrojar una bomba nuclear sobre el pueblo de Arizona donde comenzó la infección, con el propósito de erradicarla. Mientras el avión se dispone a disparar su carga, los científicos descubren de repente que las muestras de Andrómeda irradiadas en el laboratorio han proliferado en lugar de morir. El microbio es capaz de crecer transformando la energía en materia, y por tanto una explosión atómica no haría sino hacerle más fuerte: le serviría una descomunal dosis de alimento que lo llevaría a multiplicarse sin control. En el último segundo, la alerta de los científicos consigue que la bomba no se lance y logra evitar así un desastre irreversible.

Un fotograma de la miniserie 'La amenaza de Andrómeda' (2008). Imagen de A.S. Films / Scott Free Productions / Traveler's Rest Films.

Un fotograma de la miniserie ‘La amenaza de Andrómeda’ (2008). Imagen de A.S. Films / Scott Free Productions / Traveler’s Rest Films.

¿Simple ficción? Recientemente hemos conocido un caso que guarda un intrigante paralelismo con lo imaginado por Crichton: un microbio que se alimenta de aquello que debería matarlo. Pero lógicamente, no es una forma de vida extraterrestre, sino muy nuestra, tanto que está enormemente extendida por el suelo y el agua de la Tierra. Y es probable que también la hayamos enviado al espacio, y a los planetas y lunas donde nuestras sondas han aterrizado.

La historia comienza con la idea de Rakesh Mogul, profesor de bioquímica de la Universidad Politécnica Estatal de California, de lanzar un proyecto de investigación para que sus estudiantes pudieran curtirse en el trabajo científico y elaborar sus trabajos de graduación con algo que fuera ciencia real. Para ello, Mogul consiguió diversas cepas de la bacteria Acinetobacter que habían sido aisladas no en lugares cualesquiera, sino en algunos de los reductos más estériles de la Tierra: las salas blancas de la NASA donde se habían montado sondas marcianas como Mars Odyssey y Phoenix.

Estas salas funcionan bajo estrictos criterios de limpieza y esterilización. Cualquiera que entre a trabajar en ellas debe pasar por varias esclusas de descontaminación y vestir trajes estériles. Pero a pesar de los exigentes protocolos, un objetivo de cero microbios es imposible, y ciertas bacterias consiguen quedarse a vivir. Una de ellas es Acinetobacter, una bacteria común del medio ambiente y bastante dura que resiste la acción de varios desinfectantes y antibióticos, por lo que es una causa frecuente de infecciones hospitalarias.

Bacterias Acinetobacter al microscopio electrónico. Imagen de CDC / Matthew J. Arduino / Public Health Image Library.

Bacterias Acinetobacter al microscopio electrónico. Imagen de CDC / Matthew J. Arduino / Public Health Image Library.

Mogul y sus estudiantes cultivaron las cepas de Acinetobacter de las salas blancas en medios muy pobres en nutrientes, y observaron algo escalofriante: cuando este bicho no tiene qué comer y se le riega con etanol para matarlo (el alcohol normal de farmacia), ¿adivinan qué hace? Se lo come; lo degrada y lo utiliza como fuente de carbono y energía para seguir creciendo. Los resultados indican que la bacteria también crece en presencia de otro alcohol esterilizante, el isopropanol, y de Kleenol 30, un potente detergente empleado para la limpieza de las salas. Por último, tampoco se inmuta ante el agua oxigenada.

Pero dejando de lado las terribles implicaciones de estos resultados de cara al peligro de nuestras superbacterias aquí en la Tierra (esto ya lo he comentado recientemente aquí y aquí), el hecho de que estos microbios se aislaran en las salas de ensamblaje de sondas espaciales implica que estamos enviando microbios al espacio de forma no intencionada.

De hecho, esto es algo que los científicos conocen muy bien: como he contado aquí, regularmente se vigila el nivel de contaminación microbiológica de las sondas, y en casos como los rovers marcianos Curiosity, Opportunity y Spirit se han detectado más de 300 especies de bacterias; algunas, como las del género Bacillus, capaces de formar esporas resistentes que brotan cuando encuentran condiciones adecuadas.

La NASA trabaja con un límite de 300.000 esporas bacterianas en cualquier sonda dirigida a un lugar sensible como Marte, donde estas esporas podrían brotar, originar poblaciones viables y quizá sobrecrecer a cualquier posible especie microbiana nativa, si es que la hay. Esta cifra podría parecer abultada, pero en realidad refleja el mayor nivel de esterilidad que puede alcanzarse; suele hablarse de que cada centímetro cuadrado de nuestra piel contiene un millón de bacterias.

El rover marciano Curiosity en la sala blanca. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

El rover marciano Curiosity en la sala blanca. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

La protección planetaria, o cómo evitar la contaminación y destrucción de posibles ecosistemas extraterrestres con nuestros propios microbios, forma parte habitual del diseño de las misiones espaciales, pero preocupa cada vez más cuando se está hablando de futuras misiones tripuladas a Marte o de enviar sondas a lugares como Europa, la luna de Júpiter que alberga un gran océano bajo su costra de hielo. En julio, un informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EEUU instaba a la NASA a revisar y actualizar sus políticas de protección planetaria.

Sin embargo, la entrada de nuevos operadores privados complica aún más el panorama. Cuando en febrero Elon Musk lanzó al espacio su deportivo Tesla, algunos científicos ya advirtieron de que una posible colisión del coche con Marte podría contaminar el ambiente marciano; es evidente que el deportivo de Musk no se ensambló en una sala blanca. Pero incluso la contaminación microbiana de un coche es una broma comparada con la nuestra propia. Los humanos somos sacos andantes de bacterias, y cualquier misión tripulada significará la liberación inevitable de infinidad de microbios al medio.

Ante todo esto, ¿qué hacer? Los más estrictos abogan por políticas hiperproteccionistas, y la propia NASA insinúa que el diseño de sus misiones marcianas trata de evitar enclaves con mayor probabilidad de vida. Pero la incongruencia salta a la vista: si evitamos los lugares con mayor probabilidad de vida, ¿cómo vamos a averiguar si hay vida?

Por ello, otros expertos rechazan estas posturas extremas que bloquearían la investigación de posibles formas de vida alienígena. El genetista de Harvard Gary Ruvkun, miembro del comité autor del informe, decía al diario The Washington Post que la idea de que un microbio polizón en una sonda espacial pudiera invadir otro planeta es «como de risa», «como una ideología de los años 50». Lo mismo opina Ruvkun de la posibilidad contraria, un microbio marciano que pudiera llegar a la Tierra en una misión de ida y vuelta y colonizar nuestro planeta.

Sin embargo, y citando a un famoso humorista, ¿y si sí?

Ruvkun basa su argumento en descartar por completo la posibilidad, pero esta es una pequeña trampa; las futuras políticas de protección planetaria no pueden simplemente hacer desaparecer la bolita como los trileros. En algún momento deberá llegarse a un acuerdo que incluya el reconocimiento expreso de los riesgos como un precio que tal vez haya que pagar si queremos seguir explorando el cosmos. Y deberá decidirse si se paga o no. Y si se acepta, quizá haya que desechar la corrección política que hoy tiñe el lenguaje sobre protección planetaria –curiosamente, en esto hay coincidencias en la ciencia y en la anticiencia– para ceñirse a un objetivo más realista y asumible de minimizar la interferencia pero no de eliminarla, si esto supondría renunciar a explicar el origen y el misterio de la vida.

En un lugar de la Mancha hay microbios casi marcianos

La astrobiología es una curiosa ciencia, tanto que algunos incluso llegan a calificarla de pseudociencia. Tiene como objetivo de su estudio algo cuya existencia aún no consta, la vida alienígena. Pero más que esto, se trata de que es imposible demostrar que NO existe vida extraterrestre. Los puristas más tiquismiquis alegan que no cumple el criterio de falsación enunciado por Popper en su definición del método científico, y que por tanto no puede considerarse una ciencia.

Pero es evidente que, mientras no se demuestre lo contrario, en ningún caso la astrobiología podría considerarse una pseudociencia al mismo nivel que la parapsicología o la astrología. Tal vez en todos los casos podamos decir que se trata de disciplinas que están casi en el puesto de aduanas de la ciencia, mirando hacia esa frontera. Pero obviamente, la astrobiología está dentro, mientras que las otras están fuera, y esto marca una diferencia como estar a un lado o al otro de la frontera entre, digamos, Yemen y Omán, o sea, entre un país arrasado por la guerra y otro donde se vive con tranquilidad.

Tal vez esa condición fronteriza es la que tiene un especial atractivo para los que tenemos una mente científico-fantasiosa, o científica mixta, o lo que sea. Pero tampoco hay que dejarse llevar demasiado por las figuraciones: en realidad la astrobiología tampoco está compuesta por un montón de tipos y tipas sentadas con los brazos cruzados y tirando avioncitos de papel a la espera de que alguien descubra algo que les dé tarea.

Mientras llega ese momento, una de las ocupaciones fundamentales de los astrobiólogos (pero ni mucho menos la única) es investigar los límites de la vida terrestre, con la idea de que los seres más inadaptados a lo que entendemos como el hábitat terrícola medio vivirían muy a gusto en otros lugares más raritos del cosmos, y por tanto pueden ser parecidos a los que podrían encontrarse en planetas como Marte. Y por el camino, el estudio de estos bichos llamados extremófilos –o amantes de las condiciones extremas– puede revelar nuevos hallazgos básicos de cómo funciona la biología, o puede también abrir una vía hacia nuevas aplicaciones industriales.

En esta línea es donde encaja un estudio presentado esta semana en el Congreso Europeo de Ciencia Planetaria, que se clausuró ayer en Berlín. En este trabajo, los investigadores indios Rebecca Thombre, Priyanka Kulkarni y Bhalamurugan Sivaraman, junto con el español Felipe Gómez del Centro de Astrobiología (CAB) de Madrid, han descrito ciertos microbios presentes en dos lagunas manchegas que tal vez podrían sobrevivir en ciertos lugares de Marte o en el océano subglacial de Europa, la luna de Júpiter que hoy triunfa en las apuestas sobre la posible existencia de vida en nuestro vecindario solar.

La laguna de Peña Hueca, en Villacañas (Toledo). Imagen de Europlanet / F Gómez / R Thombre.

La laguna de Peña Hueca, en Villacañas (Toledo). Imagen de Europlanet / F Gómez / R Thombre.

Las lagunas de Peña Hueca y Tirez forman parte de los humedales de Villacañas, en la provincia de Toledo, una formación natural junto a una zona industrial que durante años estuvo castigada por la contaminación y abandonada a su suerte, y que en los últimos años se ha rehabilitado para convertirse en un enclave ecológico privilegiado. En aquel paraje sobrevive el grillo cascabel de plata (Gryllodinus kerkennensis), un animalito cuyo sonido dicen que se asemeja al tintineo de una campanilla, y que se creía extinguido en este continente desde 1936. En 2008, investigadores españoles lo descubrieron agazapado en los humedales de Villacañas, que se han convertido en su último bastión europeo conocido.

Pero una faceta de la vida en aquel lugar de la Mancha que está interesando especialmente es la de sus habitantes más pequeños, aquellos que no pueden verse a simple vista, pero cuyos efectos son visibles incluso a gran altura desde el aire, ya que en las estaciones húmedas dan a la laguna de Peña Hueca un color rosa característico. Se trata de una variedad específica del alga unicelular Dunaliella salina que los autores del nuevo estudio han denominado EP-1. Este microorganismo, cuyas células rojas tiñen el agua de un color rojizo, es un extremófilo halófilo, un microbio capaz de crecer a gusto en altísimas concentraciones de sal que serían letales para otros seres vivos. Además, los investigadores han encontrado también en la laguna una bacteria llamada Halomonas gomseomensis PLR-1, igualmente adaptada a aguas extremadamente salinas.

La laguna de Peña Hueca, en Villacañas (Toledo). Imagen de Europlanet / F Gómez / R Thombre.

La laguna de Peña Hueca, en Villacañas (Toledo). Imagen de Europlanet / F Gómez / R Thombre.

El secreto de estos microorganismos para soportar una vida en salazón es producir un compuesto que engaña a las leyes de la física. Otro organismo cualquiera se deshidrata en presencia de dosis de sal tan altas, porque la presión osmótica tiene a hacer fluir el agua de su interior hacia el exterior en un intento (inútil) de equilibrar la concentración de sal a ambos lados de la célula. Para evitar esta pérdida, Dunaliella produce grandes cantidades de compuestos como el glicerol, que imita la concentración externa de sal y así logra que la célula no pierda agua.

Por otra parte, el color rojo del alga se debe a su gran producción de β-caroteno, el mismo compuesto que pinta las zanahorias de naranja, y que permite a Dunaliella protegerse de la nociva luz ultravioleta del sol. Debido a que el β-caroteno es un antioxidante y un precursor de la vitamina A, en todo el mundo se utiliza esta alga como diminuta factoría química para producir carotenoides destinados a la industria cosmética y a la alimentación.

Pero más allá de su importancia en la Tierra, los microbios presentes en Peña Hueca y Tirez pueden revelar pistas sobre cómo podría ser la vida en Marte. Los astrobiólogos estudian múltiples lugares terrestres que se conocen como análogos marcianos, enclaves que por sus condiciones geológicas y químicas son similares a distintas ubicaciones del planeta vecino y cuyos habitantes podrían tal vez sobrevivir allí; y por tanto, si existe vida en Marte, tal vez pueda ser similar a estos microbios extremófilos terrestres.

Muestras rojas del alga Dunaliella salina EP-1 en un cristal de sal. Imagen de Europlanet / F Gómez / R Thombre.

Muestras rojas del alga Dunaliella salina EP-1 en un cristal de sal. Imagen de Europlanet / F Gómez / R Thombre.

Según los autores del nuevo estudio, Peña Hueca es un buen análogo de los depósitos de cloruro en los altiplanos meridionales de Marte, el área más abrupta que ocupa dos terceras partes de la superficie marciana. Pero la laguna manchega también podría reflejar condiciones parecidas a las del gran océano que se extiende bajo el hielo en Europa, una de las muchas lunas de Júpiter.

Según Gómez, el astrobiólogo del CAB, especies como estas algas podrían utilizarse incluso para terraformar Marte, es decir, sembrar aquel planeta con microbios que a lo largo de miles de años vayan convirtiendo lo que hoy es un desierto inhóspito en un lugar apto para una amplia variedad de formas de vida, incluida la nuestra. Así pues, entre los molinos y los talleres artesanos de queso se abre ahora también en la Mancha un lugar de peregrinación para unos nuevos caballeros andantes de la ciencia, los astrobiólogos. A saber cómo habría reaccionado Don Quijote a esto.

¿Nos acerca el lago de Marte al descubrimiento de vida? (Spoiler: no)

En este blog suelo reaccionar con cierta frialdad a los hallazgos de agua en Marte, y no precisamente por falta de interés. Más bien todo lo contrario: Marte es el único material científico del que he tirado en mi actividad extraescolar como novelista (Tulipanes de Marte), así que puede imaginarse mi cariño especial por nuestro vecino planetario del cuarto, al que suelo contemplar en el cielo con un loco e imposible sueño viajero detrás de la mirada; sobre todo en días como estos, cuando físicamente está tan cerca de nosotros.

Entiéndase, el hallazgo de una (probable) gran extensión de agua líquida bajo el hielo del polo sur de Marte es uno de los mayores descubrimientos recientes de la ciencia planetaria. Cuando supe de la noticia, lo primero que quise saber es ¿por qué ahora? ¿Por qué no hasta ahora? Y me maravilló la astucia de los investigadores italianos, que modificaron el manejo de los datos para revelar algo que hasta entonces había pasado inadvertido al radar de la sonda orbital Mars Express debido a que el software del aparato enviaba la media de cada 100 lecturas, lo que anulaba la señal del agua. Al actualizar el software para que enviara los registros individuales, allí apareció la firma del agua líquida; quizá no un lago como tal, sino un estrato de roca porosa mojada. Pero agua.

Casquete de hielo en el polo sur de Marte, bajo el cual puede existir un lago de agua líquida. No todo es hielo de agua, ya que el hielo seco (CO2) también está presente. Imagen de ESA/DLR/FU Berlin/CC BY-SA.

Casquete de hielo en el polo sur de Marte, bajo el cual puede existir un lago de agua líquida. No todo es hielo de agua, ya que el hielo seco (CO2) también está presente. Imagen de ESA/DLR/FU Berlin/CC BY-SA.

Mi tibieza no se debe a que el agua líquida en Marte sea un presunto hallazgo recurrente que ya nos ha decepcionado en ocasiones anteriores. Aquí conté la última de ellas: en 2011 y 2015 se publicaron indicios que apoyaban la existencia de torrentes estacionales de agua, en concreto lo que parecía ser una salmuera muy concentrada que puede permanecer en estado líquido hasta -70 oC. Sin embargo, el pasado noviembre se cortaba el agua en Marte: nuevos datos indicaban que en realidad –y a fecha de hoy; la ciencia de verdad es la única que rectifica cuando se equivoca– aquellos torrentes no contienen otra cosa que polvo y arena.

En el caso del nuevo estudio, los expertos han señalado que los datos del radar son muy sugerentes, pero no definitivos, y que deberán contrastarse con otras lecturas. Pero como voy a explicar, incluso aunque la existencia del lago marciano se confirme, en realidad no añade gran cosa a la posibilidad de vida actual en Marte, ni mejora la posición de este planeta en el ranking de lugares del Sistema Solar que hoy podrían albergar comunidades de microbios.

En realidad, la existencia de agua en Marte la conocemos desde 1963, cuando se confirmó la presencia de vapor de agua. En la enrarecida atmósfera marciana el agua hierve a 10 oC y las temperaturas son de congelación profunda, por lo que el hielo y el vapor son claramente lo que allí más se despacha. Pero dado que la geología marciana conserva pruebas abundantes de un pasado acuoso y una vez demostrado que las moléculas de H2O han resistido durante millones de años a la pérdida de la mayor parte de la atmósfera marciana, el resto es una cuestión de buscar nichos con las condiciones adecuadas de presión y temperatura para encontrar el agua en estado líquido.

Y a priori, es muy probable que estos nichos existan. Sin embargo, sus condiciones son brutales. En 2008 la sonda Phoenix de la NASA, posada en el ártico marciano, analizó el suelo y detectó perclorato, una forma extremadamente oxidada del cloro. Phoenix también confirmó la existencia de hielo de agua fuera de los casquetes polares y quizás incluso de gotitas de agua líquida; también vio nevar en Marte.

En lo que se refiere al perclorato, este anión –o esta sal, si lo prefieren– actúa como un potente anticongelante y puede facilitar la presencia de agua líquida en el gélido ambiente marciano. Pero el descubrimiento de este compuesto complicaba las cábalas sobre la posible existencia de microbios marcianos, porque el perclorato es un arma de doble filo: por un lado, es tóxico para la vida en general. Pero por otro, en la Tierra existen microbios que se alimentan de perclorato en lugares como el desierto chileno de Atacama, el enclave más seco de la Tierra.

Pero… como siempre suelo subrayar, los microbios extremófilos terrestres (aquellos que viven en condiciones casi imposibles, como los volcanes, los polos o Chernóbil) son parte de una enorme masa de biodiversidad que se ha expandido para colonizar todos los hábitats a su alcance. Que sepamos, esto no se aplica a Marte. Algunos estudios sugieren que los microbios terrícolas que comen perclorato pudieron ser pioneros evolutivos de nacimiento muy temprano, antes de que la atmósfera terrestre se llenara de oxígeno, lo que sería un argumento a favor de la posible aparición de seres similares en Marte cuando aquel planeta y el nuestro seguían vidas paralelas, al comienzo de su existencia. Pero en el fondo, no lo sabemos, y los astrobiólogos aún discuten si la presencia de esta sal es una buena o una mala noticia para la posibilidad de vida marciana (ver, por ejemplo, aquí y aquí).

En resumen, el perclorato y las temperaturas ambientales son factores que condicionan la posibilidad de agua líquida en Marte, pero también son los principales factores limitantes para la vida en Marte, incluso una vez demostrada la existencia de agua líquida. Así, el hallazgo de un lago probablemente perclórico deja las cosas más o menos como ya estaban respecto a las especulaciones sobre la vida marciana.

Por otra parte, desde hace tiempo se conoce la existencia de cuerpos del Sistema Solar que tienen no un posible lago subglacial, sino todo un inmenso océano global. Dos ejemplos son Encélado, luna de Saturno, y Europa, satélite de Júpiter. Es más, en estas lunas se cree que el agua se mantiene líquida bajo el hielo por un calentamiento debido a la fricción de las mareas causadas por el tirón gravitatorio de los grandes planetas, por lo que estos océanos no necesitarían grandes cantidades de sales tóxicas y serían por tanto más hospitalarios para la vida que un posible lago en Marte.

En resumen, Marte continúa siendo una incógnita, pero en principio sigue pareciendo un objetivo mucho menos prometedor para la búsqueda de vida que otros lugares del Sistema Solar como Europa o Encélado, o incluso Titán (Saturno) o Ganímedes (Júpiter).

En cualquier caso, el argumento final es sin duda el más desolador. Y es que, si alguien espera que de inmediato se prepare una misión para comprobar si hay algo vivo en ese presunto lago marciano, que abandone toda esperanza: los actuales protocolos de protección planetaria, a los que se adhieren organismos como la NASA y la ESA, recomiendan evitar el envío de sondas a enclaves extraterrestres donde los microbios terrícolas polizones podrían contaminar la vida nativa. O sea, que si hay sospecha de vida no pueden enviarse sondas, y si no se envían sondas nunca sabremos si hay vida. Un bonito ejemplo de lo que aquella novela de Joseph Heller acuñó como una trampa 22.

¿Importa que Iker Casillas crea en la conspiración lunar? Sí, por esto

Ya tenemos la nueva tontería en internet: el futbolista Iker Casillas publica en su cuenta de Twitter (copio literalmente): “El año que viene se cumplen 50 años (supuestamente) que el hombre pisó la Luna. Estoy en una cena con amigos… discutiendo sobre ello. Elevo la tertulia a público! Creéis que se pisó? Yo no!”. Seguidamente, el deportista lanza una encuesta para que sean sus seguidores quienes escriban la verdad histórica sobre la misión Apolo 11.

Como no me interesan los deportes, ni tampoco otros espectáculos relacionados como el fútbol, nunca habría dejado caer el cursor de mi pantalla sobre el epígrafe “Iker Casillas” en las tendencias de Twitter, pero me llega la noticia por otra vía indirecta y casi me obliga a comentar; mejor dicho, me viene que ni pintado para comentar. No con el fin malicioso de ridiculizar al personaje, que ni fu ni fa; creo que este futbolista concreto es de los que suelen caer simpáticos, pero personalmente tanto me da. En cambio y como voy a explicar, la anécdota de Casillas y la conspiranoia lunar me viene al pelo para introducir algo que quería dejar aquí dicho sobre la ciencia y las pseudociencias en un próximo artículo, antes de poner Ciencias Mixtas en “off” hasta la vuelta de las vacaciones.

Iker Casillas en 2012. Imagen de Майоров Владимир / Wikipedia.

Iker Casillas en 2012. Imagen de Майоров Владимир / Wikipedia.

No pretendo insultar al decir que Casillas es un ignorante, dado que no se trata de “ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones”, sino solo describir, dado que evidentemente “ignora o desconoce algo” y “carece de conocimientos” sobre esta materia concreta. Como no sería un insulto decir que yo soy un pésimo futbolista, sino una realidad (supongo, dado que realmente no lo he probado). Además y para quienes defendemos que la ciencia también es cultura, a Casillas se le puede aplicar también el último pedacito definitorio del diccionario, que “carece de cultura”. Científica, al menos.

Porque obviamente, Casillas –como muchos conspiranoicos lunáticos lunares– ignora no ya que Armstrong y Aldrin pisaran la Luna, algo que él no diría ignorar, sino cuestionar; lo que realmente ignora es que en los años posteriores otras cinco misiones más también se posaron en la Luna; que de allí se trajeron casi 400 kilos de suelo y roca que se repartieron por el mundo y se han estudiado extensamente; que estas investigaciones han modelado en gran parte lo que la ciencia hoy sabe sobre el origen de la Luna; que los restos de aquellas expediciones se han fotografiado desde la órbita lunar en misiones posteriores no tripuladas; que una buena parte de lo que ahora se hace en el espacio sigue lo aprendido de los éxitos y fracasos del programa Apolo; y que algunos tipos, como los tres tripulantes del Apolo 1, dieron sus vidas para hacer posible todo aquello de lo que hoy cualquiera se permite frivolizar sin el menor conocimiento (y en mi sola opinión, es este coste en vidas humanas lo que a menudo convierte la negación en negacionismo).

Pero como ya comenté aquí a propósito del presentador y locutor Javier Cárdenas y su creencia en el timo que relaciona las vacunas y el autismo, ¿importa algo lo que piense Iker Casillas sobre la ciencia o su historia?

Objetivamente, podría pensarse que importa tanto como lo que un ignorante sobre fútbol (yo) pueda decir sobre este espectáculo de masas. Un motivo para unas risas y algún comentario sardónico, como los que ya han aparecido en Twitter sobre el Real Madrid y los montajes de Franco, o sobre la asesoría legal de la que cobra el deportista por prestar su recomendación.

Pero también objetivamente, lo cierto es que lo que alguien como yo opine sobre fútbol solo importa a mis amigos, familiares y algún seguidor o lector despistado, mientras que el menor sonido corporal de un futbolista suscita el interés, y probablemente influye en la opinión, de millones de personas.

Y aunque evidentemente el bulo vacunas-autismo es enormemente dañino, mientras que el de la conspiración lunar parece inofensivo, en el fondo ambos son muestras del mismo fenómeno: según lo detallado más arriba, el “poner el pie en la Luna” no es solo “poner el pie en la Luna”; no es un hecho anecdótico aislado, sino una parte (pequeño paso, gran salto, para quien no lo entendiera) de un proceso continuo de trabajo y progreso científico que sigue un método y que va rindiendo infinidad de resultados parciales, que son los que se difunden al gran público.

Así, problemas como el de Casillas surgen cuando se conocen los resultados (el pie de Armstrong en la Luna), pero no el método (el proceso seguido para llegar a ese momento). Como explicaré mañana, en este conocimiento de los resultados científicos que no va acompañado por un conocimiento del proceso científico es donde radica en buena medida la creencia no solo en el bulo vacunas-autismo o en la conspiración lunar, sino en las pseudociencias en general. Y por tanto, donde puede estar la clave para erradicarlas.

¿Existen los «pilares de la creación» en la nebulosa del Águila?

Lo que ven en esta foto podría no existir:

Los pilares de la creación, imagen tomada por el telescopio espacial Hubble en 2014. Imagen de NASA, ESA y Hubble Heritage Team (STScI/AURA).

Los pilares de la creación, imagen tomada por el telescopio espacial Hubble en 2014. Imagen de NASA, ESA y Hubble Heritage Team (STScI/AURA).

Pero no, no se trata de una manipulación digital como la falsa imagen de las puertas del Cielo que les traje aquí ayer.

En este caso se trata de una fotografía real llamada «los pilares de la creación», una de las más famosas tomadas por el telescopio espacial Hubble. Se obtuvo en 1995 y muestra las nubes de polvo y gas en la nebulosa del Águila, a 7.000 años luz de nosotros, talladas por la luz de las nuevas estrellas hasta formar esos rascacielos cósmicos de 4 años luz. En realidad la que pueden ver arriba es una nueva versión, obtenida por el Hubble en 2014 en homenaje a la imagen original, esta que sigue, y que acompaño con un panorama más amplio de la nebulosa mostrando la ubicación de esta estructura.

Los pilares de la creación, imagen tomada por el telescopio espacial Hubble en 1995. Imagen de NASA, Jeff Hester y Paul Scowen (Arizona State University).

Los pilares de la creación, imagen tomada por el telescopio espacial Hubble en 1995. Imagen de NASA, Jeff Hester y Paul Scowen (Arizona State University).

Imagen del telescopio espacial Spitzer de la nebulosa del Águila, con la ubicación y el detalle de los "pilares de la creación". Imagen de NASA/JPL-Caltech/N. Flagey/MIPSGAL Science Team.

Imagen del telescopio espacial Spitzer de la nebulosa del Águila, con la ubicación y el detalle de los «pilares de la creación». Imagen de NASA/JPL-Caltech/N. Flagey/MIPSGAL Science Team.

Pero lo que ven en estas fotos podría no existir porque quizá fue destruido hace unos 6.000 años. Lo que están viendo es el pasado, una estructura cósmica tal como era hace 7.000 años, el tiempo que ha tardado en llegarnos la luz de la nebulosa a través del universo. En 2007 un equipo de científicos dirigido por el francés Nicolas Flagey analizó las imágenes del Águila tomadas por el telescopio espacial Spitzer, capaz de ver la luz infrarroja que entonces era invisible para el Hubble. Flagey y sus colaboradores observaron lo que parecía una inmensa burbuja de gas y polvo calientes causada por la explosión de una supernova, acercándose a toda velocidad hacia los pilares. Esta burbuja es la masa roja que se observa en la imagen anterior de infrarrojos.

Dado que aquella región es una de las incubadoras de estrellas más activas y mejor estudiadas, los astrónomos consideran que varias de las estrellas masivas formadas cumplen las condiciones para estallar como supernovas, por lo que una hecatombe estelar allí es casi un desastre anunciado.

Según calculaban los investigadores en su estudio, publicado en 2009, las imágenes del Spitzer sugerían que, en aquella foto fija del Águila, a la onda expansiva de la supernova le faltaban unos 1.000 años para arrasar los pilares, por lo que la humanidad tendría que esperar unos 1.000 años para ver cómo aquellas torres quedaban deshilachadas como quien sopla un pompón de diente de león. Pero dado que nuestro retraso en recibir noticias de la nebulosa del Águila es de 7.000 años, esto implicaría que los pilares habrían dejado de existir cuando los humanos aún íbamos por el Neolítico.

Flagey calculaba que la explosión de la supernova se produjo hace entre 8.000 y 9.000 años, lo que significa que el fogonazo de este cataclismo debería haber llegado a la Tierra hace 1.000 o 2.000 años. El astrofísico, por entonces estudiante de doctorado, dijo que había identificado algunos posibles eventos candidatos en las crónicas históricas de la antigua China.

Claro que he comenzado diciendo que los pilares podrían no existir, y no que no existen. Porque no todos los expertos están de acuerdo con Flagey. En el momento de la publicación de su estudio ya hubo alguna opinión que cuestionaba la interpretación de la supernova, alegando que lo observado en las imágenes de infrarrojos podría deberse al calentamiento de la nube por estrellas masivas de la propia estructura, y no a un fenómeno que debería producir una huella de radiación mucho mayor.

Hace unos meses, el astrofísico y divulgador Ethan Siegel publicaba en su blog Starts With a Bang un artículo en el que rebatía la hipótesis de Flagey. Siegel ha analizado las nuevas imágenes tomadas por el Hubble en 2014, las ha comparado con las de 1995 y ha añadido las tomas en infrarrojo aportadas por una nueva cámara de este telescopio, concluyendo que no hay rastro de supernova y que la dinámica de las estructuras de la región se debe exclusivamente a las estrellas presentes.

Así, Siegel considera refutada la teoría de la destrucción de los pilares, que seguirán existiendo durante eras cósmicas hasta que el material de incubación de las estrellas acabe evaporado por la luz de las que ya se han formado. Pero en otro estudio publicado en 2011, Flagey admitía que la hipótesis de la supernova era algo especulativa.

Lo cual simplemente debería advertirnos contra los titulares periodísticos del estilo “los pilares de la creación ya no existen”, tanto como contra los del estilo “los pilares de la creación continúan existiendo”. El periodismo clásico odia los titulares interrogativos tanto como los condicionales. Pero la ciencia siempre está en construcción, y a veces todo lo que tiene son preguntas y condicionales. ¿Existen los pilares de la creación? Podría ser. Y podría ser que no.

La foto del Hubble de las puertas del Cielo: ni Cielo, ni Hubble, ni foto

En este mundo traidor sí hay verdad y mentira, aunque en muchos casos lo segundo parezca lo primero cuando se mira a través de ese cristal que es internet y, sobre todo, las redes sociales. Posiblemente a Ramón de Campoamor le habría costado un rato más rimar esta versión actualizada de su famoso poema que obviamente contradice su visión relativista.

Hoy ningún ámbito informativo se libra de la plaga de las fake news. Tampoco la ciencia. Y en contra de lo que podría parecer, también en este campo las noticias falsas pueden ser peligrosamente tóxicas: un claro ejemplo lo tenemos en los bulos de las pseudomedicinas o de los presuntos riesgos de las vacunas. De hecho, desinformaciones de este tipo pueden contarse entre las más dañinas imaginables, porque no ponen en juego la reputación o la carrera de un político, sino que cuestan vidas.

Hoy traigo un caso mucho más amable e inocuo, que confirma además una regla de las fake news: van y vienen en oleadas recurrentes, sin que los desmentidos como este que estoy escribiendo sirvan en el menor grado para desbancarlas.

En los días pasados me ha llegado por círculos familiares un notición de incalculables proporciones: el telescopio espacial Hubble ha fotografiado en el espacio profundo una increíble estructura que ha dejado estupefactos a los astrónomos de la NASA, y que ciertas fuentes han identificado como las puertas del Cielo; el Cielo con mayúscula. Ese mismo. Esta es la foto:

Imagen retocada digitalmente de la nebulosa Omega o del Cisne. Creación de Adam Ferriss sobre imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Imagen retocada digitalmente de la nebulosa Omega o del Cisne. Creación de Adam Ferriss sobre imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Cuentan que, cuando el cosmonauta Yuri Gagarin regresó de su histórico vuelo espacial, dijo que no había visto a Dios allí arriba. Cuentan, pero no es cierto, ya que no existe ninguna fuente acreditada y fiable de esta presunta anécdota (internet no ha inventado las fake news). Pero no se trata de una cuestión de creencias; de hecho cuentan, y esto sí parece contrastado, que Gagarin bautizó a su hija Yelena poco antes de su viaje. Pero la cuestión es más bien que alguien con la formación, la madurez y el buen juicio de Gagarin nunca habría creído en serio que uno podía darse una vuelta por el espacio y ver por allí a un Dios sentado en un trono flotante; o apuntar un telescopio muy potente a la profundidad del cosmos y divisar las puertas de un Cielo.

Como todos somos víctimas del fondo cultural de nuestra infancia, debo confesar que, más que las puertas del Cielo, el primer vistazo a la foto me sugirió aquel chalecito que Supermán tenía en el polo. Y si se trata de puertas, desde luego que así es como uno podría imaginarse la puerta de Tannhäuser.

De hecho, para los no creyentes en un Dios pero sí en cualquier fake news que se les pone a tiro, la imagen ha circulado también con un pie de foto alternativo según el cual lo mostrado son esculturas cósmicas de hielo en la nebulosa de la Quilla (también llamada Carina).

Pero lo que era de todo punto evidente al primer golpe de vista es que la imagen es falsa. ¿Un castillo de hielo de varios años luz de altura flotando en el espacio? Sencillamente, la naturaleza no funciona así. Y cuando los cazadores de fakes han indagado en el origen de la imagen, han descubierto que no solo es, como cabía esperar, una manipulación digital, sino que nada de lo dicho es cierto: ni astrónomos estupefactos, ni nebulosa de la Quilla, y ni siquiera el telescopio Hubble.

La web sobre leyendas urbanas Snopes.com y el astrónomo Phil Plait, autor del blog Bad Astronomy, se ocuparon de rastrear en detalle el origen de la imagen… hace más de dos años. Y como ya he dicho, de poco sirve que fuentes tan inquisitivas y autorizadas como Plait o Snopes zanjen el asunto; nunca queda zanjado. Los bulos vienen y van, pero siempre vuelven.

Esta es la historia de la imagen. La foto original fue obtenida en 2011 no por el Hubble desde el espacio, sino por el VLT Survey Telescope (VST) del Observatorio Europeo Austral (ESO) en el desierto de Atacama, en Chile. Lo que muestra no es la nebulosa de la Quilla, sino la Omega o del Cisne. Y por supuesto, aunque la imagen es de por sí sobrecogedora, no muestra nada que se parezca a unas presuntas puertas del Cielo o a esculturas cósmicas de hielo. Esta es la foto tomada por el VST:

La nebulosa Omega o del Cisne. Imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

La nebulosa Omega o del Cisne. Imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Y esta es la misma, girada y recortada por Phil Plait para ajustarse al encuadre de la versión manipulada:

La nebulosa Omega o del Cisne. Imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

La nebulosa Omega o del Cisne. Imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Y así llegamos a la versión manipulada:

Imagen retocada digitalmente de la nebulosa Omega o del Cisne. Creación de Adam Ferriss sobre imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

Imagen retocada digitalmente de la nebulosa Omega o del Cisne. Creación de Adam Ferriss sobre imagen de ESO/INAF-VST/OmegaCAM. Acknowledgement: OmegaCen/Astro-WISE/Kapteyn Institute.

La modificación es obra del artista digital Adam Ferriss, que aplicó en la parte central un filtro llamado pixel sorting para reordenar los píxeles por columnas en función de su brillo. Al reagrupar los trocitos de la imagen verticalmente por su nivel de luz, el resultado son esas agujas de aspecto sólido. Ferriss nunca pretendió engañar a nadie haciendo creer que la imagen era real, sino que aplica la manipulación digital para crear visiones ficticias.

Lo más curioso es que, según descubrió Plait, las referencias a la NASA, al Hubble y a las esculturas cósmicas de hielo en la nebulosa de la Quilla tienen un origen fidedigno, aunque sin ninguna relación con la imagen anterior. En 2010, la NASA publicó esta otra fotografía de la Quilla obtenida por el Hubble, que muestra cómo la radiación de estrellas masivas empuja sobre las nubes de polvo y gas helado, tallando huecos en la nebulosa. La imagen se publicó bajo el título “esculturas cósmicas de hielo”. Cómo llegó este texto real a mezclarse con la obra de Ferriss, solo internet lo sabe.

La nebulosa de la Quilla o Carina. Imagen de NASA, ESA, and the Hubble Heritage Project (STScI/AURA).

La nebulosa de la Quilla o Carina. Imagen de NASA, ESA, and the Hubble Heritage Project (STScI/AURA).