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¿Que vivimos en un zoo galáctico gestionado por alienígenas? ¿En serio?

Hubo un tiempo en que hasta los científicos más sesudos reconocían la posibilidad de que algunos casos de ovnis fueran avistamientos reales de naves alienígenas. Por entonces tenía sentido: tal vez aquellos rumores habían existido siempre –ahí estaba la visión bíblica de Ezequiel–, pero solo a mediados del siglo XX empezó a extenderse la tecnología necesaria para documentar correctamente aquellos sucesos y para que las noticias sobre ellos llegaran a todos los rincones del mundo. Desde los foo fighters, misteriosos aparatos que reportaban los pilotos en la Segunda Guerra Mundial, hasta que comenzaron a proliferar los avistamientos civiles, el fenómeno parecía seguir una evolución lógica que culminaría con la confirmación definitiva de que nos estaban visitando.

Pero la confirmación definitiva jamás llegó. Mirando retrospectivamente, quizá se pasaron por alto ciertos indicios de que en realidad todo aquello podía ser simplemente un meme –término que ya existía antes de internet, y que se refiere a un rasgo cultural que se transmite por imitación–: todos los avistamientos de platillos volantes tienen su origen en un primer caso de 1947, pero el protagonista de aquel incidente, Kenneth Arnold, nunca dijo haber visto platillos, sino “nueve objetos con forma de media luna” que se movían “como un platillo saltando sobre el agua”. Fue el periodista Bill Bequette quien entendió mal la explicación e inventó los “platillos volantes”. También un análisis más riguroso habría destapado ya entonces, por ejemplo, que el Triángulo de las Bermudas era solo un mito inventado y explotado comercialmente por un par de escritores sensacionalistas.

Quizá eran tiempos más ingenuos. Hoy las tornas han cambiado. Y aunque el fenómeno ovni continúa congregando una legión de adeptos –se habla incluso de un renacimiento en los últimos años–, raros son los científicos que lo defienden. Los que sí lo hacen acusan a la comunidad científica de haberlo ignorado por considerarse un tema tabú, pero lo cierto es que no han faltado los científicos que se han acercado a este fenómeno con la imprescindible mezcla de escepticismo y honestidad. Con los medios y la tecnología actuales es aún más fácil documentar estos casos, pero la documentación no ha mejorado. Con los medios y la tecnología actuales también es más fácil fabricar estos casos, pero también destapar esas fabricaciones. Expertos como el exingeniero de la NASA e historiador de la carrera espacial Jim Oberg han desmontado la práctica totalidad de los avistamientos de ovnis publicados online.

Lo cual deja un problema pendiente. La creencia extendida de que el universo es un lugar rebosante de vida cuadraba a la perfección con el fenómeno ovni. Pero ¿cómo se compadece esa hipótesis de la vida rebosante con una realidad que hasta ahora nos ha mostrado todo lo contrario?

Imagen de Max Pixel.

Imagen de Max Pixel.

En 1950 el físico Enrico Fermi se preguntó: “¿Dónde está todo el mundo?”, dando lugar a lo que desde entonces se conoce como la paradoja de Fermi: tantísimas civilizaciones desperdigadas por todo el cosmos, y nosotros aquí, sin saber absolutamente nada de nadie más. Por entonces se creía que esa paradoja tenía los días contados. Pero con el pasar de los años se ha convertido en lo que ahora llaman el Gran Silencio: no es solo que nadie haya venido aquí, sino que tampoco las intensas búsquedas de señales alienígenas durante casi 60 años han obtenido otro resultado que ese silencio.

A pesar de todo, el ser humano es obstinado. Todavía hoy, muchos de los científicos más sesudos creen que el universo debe de ser un lugar rebosante de vida, incluso sin prueba alguna. Tal vez algún día las tornas vuelvan a cambiar, y la realidad imponga la idea de que la vida es un fenómeno extremadamente raro. Pero mientras tanto, a los defensores de la vida rebosante les urge encontrar una solución a la paradoja de Fermi y al Gran Silencio.

A lo largo de los años se han propuesto diferentes soluciones a la paradoja, con mayores o menores pretensiones científicas, pero sin ninguna prueba.

Y luego está la del zoo galáctico.

¿Saben aquel que dice que la Tierra es una especie de reserva natural gestionada por una raza de alienígenas superavanzados, y que no sabemos nada de ellos porque nos mantienen en la ignorancia para no trastornarnos, o porque somos demasiado tontos para sus estándares?

No, en serio: hay quienes no solamente creen en esto, sino que además financian un congreso destinado a que científicos de todo el mundo crucen océanos y se reúnan para discutirlo. Ocurrió el mes pasado en París, donde investigadores del METI (algo parecido al SETI, pero que trata de comunicarse activamente con posibles alienígenas) se congregaron para debatir sobre la paradoja de Fermi. Uno de los argumentos estelares de la cita, sobre el que versaron varias de las charlas, fue la llamada hipótesis del zoo.

La copresidenta del congreso y miembro de la dirección del METI, Florence Raulin Cerceau, calificó la hipótesis del zoo de “explicación controvertida”. Por su parte, el también copresidente de la conferencia Jean-Pierre Rospars dijo que “parece probable que los extraterrestres estén imponiendo una cuarentena galáctica porque son conscientes de que sería culturalmente perturbador para nosotros saber de su existencia».

¿Explicación controvertida? ¿Cuarentena galáctica? ¿Parece probable? Si se trata de opiniones, aquí va otra: no es que sea imposible; pero se trata de una hipótesis tan descabellada que necesita más pruebas para cruzar el umbral de la credibilidad que otra mucho más plausible. Como decía Carl Sagan, y otros antes que él, afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias (he rescatado estas palabras de una ocasión en la que escribí sobre el principio de Wang, aquel personaje de la película Un cadáver a los postres que definía una hipótesis de un colega como «teoría más estúpida jamás oída»).

La idea del zoo galáctico no es nueva; fue propuesta formalmente por primera vez en 1973 por el radioastrónomo John Ball, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, aunque ya había aparecido antes en la ciencia ficción. Y desde luego, como argumento de ciencia ficción puede dar pie a historias muy jugosas.

Pero el propio Ball sabía que estaba jugando a la especulación loca; en su artículo reconocía que su hipótesis era «probablemente fallida e incompleta», alegando que los alienígenas se asegurarían de que nunca los encontráramos y que por tanto se trataba de una idea indemostrable. Para la cual no solamente no hay pruebas, sino ni siquiera una manera imaginable de obtenerlas. E incluso cuando algún investigador ha seguido el juego tratando de echar unos cuantos números, ha llegado a la conclusión de que lo del zoo galáctico es difícilmente compatible con el mundo real.

Imagen de Max Pixel.

Imagen de Max Pixel.

Y sin embargo, este delirio sigue cautivando. Con motivo de la reunión del METI, el presidente de esta organización, Douglas Vakoch, comparaba nuestra situación y la de esos presuntos alienígenas guardabosques con la de las cebras del zoo y sus cuidadores. “Si fuéramos a un zoo y de repente una cebra se volviera hacia nosotros, nos mirara a los ojos y comenzara a recitar una serie de números primos con su pezuña, eso establecería una relación radicalmente diferente entre nosotros y la cebra, y nos sentiríamos obligados a responder”, decía Vakoch. “Podemos hacer lo mismo con los extraterrestres trasmitiendo señales de radio potentes, intencionadas y ricas en información hacia las estrellas cercanas”.

Claro está, Vakoch olvidaba mencionar que nuestra existencia es totalmente evidente para la cognición cebril. Incluso en las reservas naturales, aunque las cebras no tengan la menor idea de su estatus como animales protegidos ni del nuestro como sus protectores, saben que estamos ahí y reaccionan a nuestra presencia. Por el contrario, los defensores de la hipótesis del zoo arguyen que los alienígenas, además de encontrarse en un nivel cognitivo infinitamente superior al nuestro, disponen de la tecnología necesaria para evitar que tengamos la menor pista de su existencia.

O sea, que si sumamos un ente sobrehumano muy superior a nosotros, invisible, intangible y todopoderoso, que nos observa y mueve los hilos de nuestro mundo, cuyas decisiones no comprendemos ni podemos objetar, con el cual no podemos establecer un contacto directo y cuya existencia no podemos demostrar… ¿No nos da algo muy parecido a lo que tradicionalmente se ha venido llamando… Dios?

Pero antes de caer en la tentación de asignar a la hipótesis del zoo galáctico el estatus de religión New Age, por supuesto que es imprescindible aclarar la diferencia esencial entre los defensores de esta idea y los raelianos o los practicantes de otros cultos, ufológicos o no; y es que los primeros no creen ciegamente sin más.

Lo realmente incomprensible es que ese pensamiento crítico propio de todo científico no les haya llevado a interesarse por aquello de la navaja de Ockham. ¿Qué es más plausible? ¿Que exista un Club Galáctico de especies alienígenas inteligentes a nuestro alrededor, pero que no tengamos constancia de ellos porque nos mantienen en una reserva, ocultándose de nosotros mediante tecnologías avanzadas? ¿O… que sencillamente no haya nadie ahí?

Y es que asumir sin más, como hacía Ball en su artículo, que “donde quiera que haya condiciones para que la vida exista y evolucione, lo hará”, es ir demasiado lejos saltándose demasiados pasos. En el fondo, la solución más sencilla a la paradoja de Fermi es simplemente que no exista tal paradoja.

La radiación estelar, un arma de doble filo para la vida en otros planetas

La semana pasada, dos científicos del Instituto Carl Sagan de la Universidad de Cornell publicaban un interesante estudio con una conclusión sugerente: la alta irradiación estelar que reciben algunos de los exoplanetas descubiertos no sería un obstáculo para la supervivencia, ya que la Tierra logró engendrar vida a pesar de que en sus comienzos también estaba sometida a un elevado nivel de radiación del Sol.

En su estudio, publicado en Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, Lisa Kaltenegger y Jack O’Malley-James cuentan que Proxima-b, un planeta rocoso en la zona habitable de Proxima Centauri (una de las estrellas del sistema estelar más cercano a nosotros, Alfa Centauri), recibe 30 veces más radiación ultravioleta (UV) que la Tierra actual y 250 veces más bombardeo de rayos X.

En su día, estos datos desinflaron las expectativas de encontrar vida allí, ya que estos niveles de radiación se consideraban demasiado hostiles. Algo similar ocurre con otros exoplanetas potencialmente habitables que también orbitan en torno a enanas rojas, estrellas pequeñas, poco brillantes y templadas que suelen tener un comportamiento temperamental.

Kaltenegger y O’Malley-James han construido modelos de simulación computacional del ambiente de radiación UV en los cuatro exoplanetas habitables más próximos, Proxima-b, TRAPPIST-1e, Ross-128b y LHS-1140b, y con distintas composiciones atmosféricas para imponer diferentes grados de protección frente a los embates de sus estrellas, todas ellas enanas rojas. Al mismo tiempo, los dos investigadores simularon también las condiciones a lo largo de la historia de la Tierra, desde hace 3.900 millones de años hasta hoy.

Ilustración de un planeta habitable en la órbita de una estrella enana roja. Imagen de Jack O’Malley-James/Cornell University.

Ilustración de un planeta habitable en la órbita de una estrella enana roja. Imagen de Jack O’Malley-James/Cornell University.

Los resultados muestran que incluso en las peores condiciones atmosféricas y de irradiación, los exoplanetas analizados soportarían niveles de UV inferiores a los que experimentaba nuestro planeta hace 3.900 millones de años, cuando posiblemente la vida comenzaba a dar sus primeros pasos; unos primeros pasos que llegaron increíblemente lejos. «Dado que la Tierra temprana estaba habitada, mostramos que la radiación UV no debería ser un factor limitante para la habitabilidad de los planetas», escriben los investigadores. «Nuestros mundos vecinos más cercanos permanecen como objetivos interesantes para la búsqueda de vida más allá de nuestro Sistema Solar».

El estudio de Kaltenegger y O’Malley-James es sin duda un argumento a favor de que la vida pueda progresar en entornos más hostiles de lo que solemos imaginar (aunque no aborda otras agresiones como los rayos X). De hecho, sus implicaciones van aún más allá de lo que los autores contemplan, porque la radiación es una causa de variabilidad genética, el sustrato sobre el que actúa la evolución. La radiación mata, pero también muta: puede generar esporádicamente ciertas variantes genéticas que casualmente resulten en individuos mejor adaptados y en el primer paso hacia nuevas especies. Otro estudio reciente muestra que el sistema TRAPPIST-1 puede estar sometido a un intenso bombardeo de protones de alta energía; y una vez más, esto puede ser tan dañino para la vida como generador de diversidad.

Sin embargo, al leer el estudio es inevitable regresar al viejo problema, el principal: sí, la vida puede perdurar, pero para ello antes tiene que haber surgido. ¿Y cómo?

Hasta que un experimento logre reproducir a escala acelerada el fenómeno de la abiogénesis –un término elegante para referirse a la generación espontánea en tiempo geológico, la aparición de vida a partir de la no-vida–, o hasta que un algoritmo de Inteligencia Artificial sea capaz de simular el proceso, seguimos completamente a oscuras.

La especiación es un fenómeno continuo y abundante. La eclosión de seres complejos a partir de otros más sencillos es algo que ha ocurrido infinidad de veces a lo largo de la evolución, incluso cuando se ha hecho borrón y cuenta nueva, como pudo ser el caso de la biota ediacárica hace 542 millones de años. Pero todas las pruebas apuntan a que en 4.500 millones de años la vida solo ha surgido una única vez. Y lo cierto es que aún no tenemos la menor idea de cómo ocurrió.

Lo cual nos lleva una vez más a la misma idea planteada a menudo en este blog, y es que si la abiogénesis ha sido un fenómeno tan inconcebiblemente extraordinario y excepcional en un planeta también inusualmente raro —como conté recientemente aquí–, defender la abundancia de la vida en el universo es más un deseo pedido a una estrella fugaz que un argumento basado en ciencia. Al menos, con las pruebas que tenemos hasta ahora.

Esta ausencia de pruebas obliga a los defensores de la profusión de la vida en el universo a explicar por qué no tenemos absolutamente ninguna constancia de ello. Y a veces les empuja a esgrimir teorías que llegan a rayar en lo delirante. Como les contaré el próximo día.

¿Un universo rebosante de vida? ¿O la Tierra sí es un lugar especial?

La vida es un fenómeno bastante improbable. Sí, ya sé, ya sé. Se preguntarán de dónde sale esta afirmación. Realmente no es tal, sino solo una hipótesis. Pero una que hasta ahora tiene más apoyos a favor que la contraria.

Es lógico que la visión humana al respecto esté normalmente sesgada hacia el lado contrario, dado que nosotros estamos aquí y apenas conocemos otro lugar. Ningún ser humano ha pisado jamás otro planeta, y solo 12 han caminado sobre otro cuerpo celeste. Así que nos guiamos intuitivamente por lo único que conocemos: un planeta rebosante de vida.

Pensemos en alguien que ha vivido su existencia alejado de la civilización, que un día viaja a la ciudad, compra un billete de lotería y le toca el gran premio. Sin duda pensaría que es enormemente fácil, dado que desconoce las reglas del sorteo y las posibilidades de ganar. En términos de la lotería galáctica de la vida, nosotros, los agraciados, solemos pensar que los planetas habitados deben de ser inmensamente comunes en el universo, aunque en realidad no tengamos la menor idea de cuáles son las reglas concretas de la aparición de la vida ni la probabilidad real de que ocurra.

A esta idea común de que la vida debe de ser tan omnipresente en el cosmos como lo es en nuestro planeta –donde se encuentra incluso en los entornos más hostiles, desde los polos a los desiertos, pasando por los volcanes y las fosas oceánicas– han contribuido los astrofísicos, quienes durante décadas nos han hecho calar la idea de que la Tierra no es un lugar especial.

De hecho, esta visión empezó a incubarse cuando Copérnico se cargó el geocentrismo, y ha venido expandiéndose con las evidencias de que ni nuestro planeta, ni nuestro sistema solar, ni nuestra galaxia tienen esencialmente nada especial que los distinga de otros muchos millones, desde el punto de vista puramente astrofísico. A menudo se dice que la Tierra es solo un suburbio más de un sistema solar suburbial más en una galaxia suburbial más. Todo lo cual ha llevado a muchos físicos a encogerse de hombros: si en la Tierra hay vida, ¿por qué no en cualquier otro lugar?

Imagen de la Tierra desde el espacio tomada por la misión Apolo 17 en 1972. Imagen de NASA.

Imagen de la Tierra desde el espacio tomada por la misión Apolo 17 en 1972. Imagen de NASA.

Solo que esta visión es simplista. Y espero que se me entienda, no es un «simplista» con ánimo peyorativo. Es que la física es simplista por obligación. Había un viejo chiste sobre dos caballos de carreras, y un físico al que se le preguntaba cuál de los dos tenía más posibilidades de llegar primero a la meta. El físico decía: supongamos dos caballos totalmente esféricos y sin rozamiento…

Solo cuando los físicos comienzan a hundir los pies en el sucio cenagal de la química y la biología es cuando son realmente conscientes de que los caballos no son esféricos y sin rozamiento. O, como decía Carl Sagan, que «la biología es más parecida a la historia que a la física» porque «no hay predicciones en la biología, igual que no hay predicciones en la historia». Y de que tal vez la Tierra después de todo sí sea un lugar más especial de lo que predice la astrofísica.

Sagan era astrofísico, pero hundió los pies. Otro ejemplo es el australiano Charley Lineweaver, astrofísico reconvertido en astro-bio-geólogo. En realidad, no crean que los astrobiólogos tienen más respuestas. Los astrobiólogos son un poco como un equipo de bomberos forestales en el desierto, siempre esperando a poder entrar en acción. A la espera de ese momento, exploran las posibilidades teóricas analizando las condiciones más raras y extremas en las que puede llegar a surgir un incendio.

Pero cuando un físico como Lineweaver comienza a añadir capas de complejidad a esa noción simplista que aplica a la Tierra el principio de mediocridad, descubre que quizá nuestro planeta no sea realmente un suburbio tan mediocre. Lineweaver suele ilustrar sus planteamientos con lo que llama la falacia del planeta de los simios, en alusión a la idea de que el universo debe de estar lleno de especies inteligentes porque la evolución conduce a eso; en la saga clásica, el declive de los humanos dejaba el hueco para que los simios dieran ese salto evolutivo.

Pero para Lineweaver, existe un experimento natural que prueba cómo la evolución no conduce necesariamente a la aparición de una especie tecnológica inteligente. Es su propio país, Australia; un continente separado del resto durante 100 millones de años y en el que todo lo que logró la evolución, según sus propias palabras, fueron los canguros.

Lineweaver propone que existe un «cuello de botella gaiano» (según la idea de Gaia, la Tierra como un sistema vivo autorregulado), un momento de crisis en el que todo planeta con vida naciente deriva hacia la catástrofe climática cuando la propia biología no consigue modificar el ciclo de carbonatos-silicatos para imponer unas condiciones de habitabilidad estables. Es posible que esto sucediera en Venus y Marte, y según Lineweaver la Tierra podría ser un caso insólito que consiguió superar ese cuello de botella. Con lo cual este planeta no sería un ejemplo mediocre de lo que es la norma en el universo, sino una excepción, una anomalía, un raro caso de éxito donde todos los demás fallan.

Por supuesto, la idea de Lineweaver no deja de ser otra hipótesis sin demostración. Pero quien defienda esa visión del universo rebosante de vida debe enfrentarse a la incómoda realidad de que los datos disponibles apoyan más bien lo contrario: aquí no ha venido nadie más, y en los miles de mundos ya confirmados aún no hay nada que invite fuertemente a sospechar la existencia de vida.

Cierto es que tampoco hay nada que lo excluya. Pero aunque el descubrimiento de nuevos exoplanetas ha estado afectado por un sesgo impuesto por los propios métodos de observación –por ejemplo, es más fácil descubrir planetas supergigantes gaseosos, poco aptos para la vida–, la realidad es que una vez más la Tierra sí parece ser un lugar algo especial; entre miles de mundos ya descubiertos, no parece haber tantos similares al nuestro como en un principio podría pensarse.

Lineweaver ha aportado ahora un nuevo dato más en contra de esa percepción de la Tierra como un planeta mediocre, y por tanto en contra de la idea del universo rebosante de vida. El científico australiano y sus colaboradores, los astrofísicos Sarah McIntyre y Michael Ireland, han analizado la posibilidad de que los exoplanetas rocosos conocidos hasta ahora posean un campo magnético similar al de la Tierra. El motivo, escriben los investigadores en su estudio, es que «las evidencias del Sistema Solar sugieren que, a diferencia de Venus y Marte, la presencia de un potente dipolo magnético en la Tierra ha ayudado a mantener agua líquida en su superficie», y por tanto la vida.

Los investigadores no sostienen que la existencia de un campo magnético sea un requisito mínimo obligatorio para la vida, pero sí que aumenta sus posibilidades, al proteger el agua y la atmósfera del viento y la radiación estelar.

El resultado del estudio es que solo uno de los exoplanetas analizados, Kepler-186f, tiene un campo magnético mayor que el terrestre, «mientras que aproximadamente la mitad de los exoplanetas rocosos detectados en la región habitable de sus estrellas tienen un dipolo magnético insignificante», escriben los investigadores.

Representación artística de Kepler-186f. Imagen de NASA Ames/SETI Institute/JPL-Caltech.

Representación artística de Kepler-186f. Imagen de NASA Ames/SETI Institute/JPL-Caltech.

Lineweaver y sus colaboradores se abstienen de concluir que sus datos descarten la posibilidad de vida en esos planetas, pero sí sugieren que la mayoría de los que se han descubierto en otros sistemas solares son probablemente menos hospitalarios para la vida que la Tierra. Y quien crea que hablar solo de vida basada en el agua y el carbono es reduccionista debería saber que, en realidad, es igualmente reduccionista proponer otras bioquímicas alternativas sin considerar sus numerosos e inmensos obstáculos, conocidos o no. En un futuro tal vez no lejano, es posible que los sistemas de Inteligencia Artificial puedan modelizar estas bioquímicas alternativas para tratar de obtener un veredicto sobre su plausibilidad real. Hasta entonces, son solo fantasías.

Pero en fin, al menos hay una buena noticia: Kepler-186f. Solo que, hasta ahora, ni siquiera los responsables del Instituto SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) albergan demasiadas esperanzas de que allí exista vida inteligente…

Un panorama marciano para morir

La bomba de mi estanque y los rovers marcianos son, ya lo he dicho aquí, las máquinas más fiables de la galaxia. Olvídense de aquella famosa bombilla de un parque de bomberos de California que lleva luciendo desde 1901; solo se limita a arder lentamente. En cambio, la humilde bomba de mi estanque lleva empujando litros y litros de agua cada día durante más de 20 años, casi sin interrupción; imagino que tal vez la obsolescencia programada aún no ha llegado al sector de la jardinería. Denle tiempo.

En cuanto a los rovers marcianos, todas las sondas espaciales se diseñan con un objetivo de duración que se supone muy por debajo de su capacidad real. Pero una cosa es foguearse contra el vacío del espacio y su radiación, y otra muy diferente sobrevivir en el clima de Marte. El frío del espacio es más bien simbólico, por la baja densidad molecular, pero el marciano es muy real. Y a él se unen también la radiación, las tormentas, el polvo, los accidentes del terreno…

Spirit y Opportunity –más familiarmente, Oppy– fueron gemelos separados al nacer, sin posibilidad de reencontrarse jamás. Los dos rovers se lanzaron al espacio en 2003 en dos cohetes distintos para apostarse en sendas coordenadas muy distantes de la región ecuatorial marciana. Cuando llegaron a sus respectivos destinos en enero de 2004, su misión estaba prevista para una duración de 90 días. Y sin embargo, Spirit estuvo activo hasta marzo de 2010, mientras que Opportunity vivió hasta junio de 2018; más de 14 años, recorriendo un total de más de 45 kilómetros sobre el suelo de Marte.

La sombra del Opportunity, capturada por el rover en 2004. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

La sombra del Opportunity, capturada por el rover en 2004. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Y aún más: lo que finalmente mató a ambos rovers no fueron las averías –aunque también las sufrieron–, sino una causa perfectamente previsible y prevenible, que se previó pero no se previno, porque hasta el último centavo del proyecto debía ir destinado a otros fines: las baterías murieron porque el polvo cubrió los paneles solares.

Autorretrato del rover Opportunity (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares limpios tras un viento favorable. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Opportunity (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares limpios tras un viento favorable. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Spirit (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares cubiertos de polvo. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Spirit (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares cubiertos de polvo. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Según contaba el astrofísico y bloguero Ethan Siegel, un simple soplador de aire comprimido habría hecho a los rovers prácticamente inmortales. O para el caso, un astronauta que hubiera pasado un paño. Pero respecto a esto último y a fecha de hoy, la relación entre coste y ciencia obtenida continúa decantándose masivamente a favor de las sondas robóticas frente a las misiones tripuladas, y no parece que esto vaya a cambiar.

Pero nada se les puede reprochar a los dos cochecitos marcianos ni a sus ingenieros: el proyecto MER (Mars Exploration Rovers) ha sido uno de los más fructíferos de la historia de la exploración extraterrestre. Entre otros hallazgos, Spirit y Oppy demostraron sin género de duda que el agua fue un día abundante en Marte, y que por tanto aquel planeta y el nuestro fueron también gemelos separados al nacer que se enfrentaron a destinos muy diferentes.

Mientras en la Tierra (atención, abro tag de hipótesis) una serie de improbabilísimas carambolas químicas daban lugar a un afortunado equilibrio dinámico y cambiante en el ciclo de carbonatos y silicatos que permitía a la vida fabricarse un planeta apto para ella, Marte no conseguía ese punto dulce, dando bandazos que le hicieron entrar en una espiral catastrófica, perdiendo la mayor parte de su atmósfera y, por tanto, su agua (cierro tag de hipótesis).

El año pasado, Marte sufrió otro de esos calamitosos bandazos. Lo que comenzó el 1 de junio como una pequeña tormenta local, a unos 1.000 kilómetros de Oppy, en pocos días se extendió hasta cubrir de polvo todo el planeta, alterando drásticamente la faz de Marte.

Imágenes de Marte tomadas por la sonda Mars Reconnaissance Orbiter, antes y después de la gran tormenta de polvo de junio de 2018. Imágenes de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

Imágenes de Marte tomadas por la sonda Mars Reconnaissance Orbiter, antes y después de la gran tormenta de polvo de junio de 2018. Imágenes de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

El 10 de junio, el rover suspendió sus comunicaciones, probablemente con sus paneles solares cubiertos de polvo. En ocasiones anteriores, alguna racha afortunada de viento había limpiado la superficie del robot, pero en este caso no ocurrió. El día 12, Oppy entró en hibernación. Desde entonces, los técnicos de la misión le han enviado más de mil señales en busca de una respuesta, sin éxito. El 13 de febrero de este año, la NASA dio por finalizada la misión del rover.

Esta semana, la NASA ha publicado el último panorama que Oppy vio antes de morir y donde reposará, en principio, para siempre. Desde el 13 de mayo hasta el 10 de junio, cuando falló definitivamente, el rover tomó 354 imágenes para construir una vista de 360° de su entorno, en el lecho del cráter Endeavour (la imagen completa con zoom y movimiento puede verse aquí). Abajo a la izquierda queda el testimonio de los últimos momentos de Oppy; las imágenes en blanco y negro que no tuvo tiempo de fotografiar con sus tres filtros de colores distintos. Un bello panorama para morir en Marte.

Mosaico de 354 imágenes tomadas por el Opportunity en el cráter Endeavour antes de desactivarse. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Mosaico de 354 imágenes tomadas por el Opportunity en el cráter Endeavour antes de desactivarse. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Recorte del último panorama capturado por el Opportunity. La elevación es el borde del cráter Endeavour, y bajo él se aprecian las huellas del propio rover. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Recorte del último panorama capturado por el Opportunity. La elevación es el borde del cráter Endeavour, y bajo él se aprecian las huellas del propio rover. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Las dos últimas imágenes qie el Opportunity tomó antes de desactivarse. El punto brillante es el sol. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Las dos últimas imágenes que el Opportunity tomó antes de desactivarse. El punto brillante es el sol. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

…Y eso fue todo con el fiasco del experimento biológico lunar de China

Hace unos días conté aquí que la sonda china Chang’e 4, el primer aparato posado en la cara oculta de la Luna, llevaba el primer experimento de crecimiento de vida en otro cuerpo celeste distinto de la Tierra: un bote de aluminio de unos 3,6 litros con tierra, agua y nutrientes para crear una minibiosfera con unas pocas especies de plantas y animales.

Pese al enorme interés del experimento, sobre todo para la comunidad de biólogos, nos quedamos con hambre de conocer los detalles, debido a la escasez de información que facilitan las autoridades chinas. Pudimos saber que lo difundido en numerosos medios sobre la presencia de huevos de gusanos de seda en la minibiosfera era falso. El bulo nació de unas declaraciones publicadas meses antes del experimento, pero era evidente que de ningún modo los gusanitos podrían sobrevivir sin… la morera de toda la vida. Finalmente la agencia estatal Xinhua publicó la lista de las especies presentes en el contenedor: algodón, colza, patata, arabidopsis, levadura y mosca de la fruta.

Pero poco más pudimos saber, por no decir nada más. Dado que, según lo publicado, 28 universidades chinas participaban en la minibiosfera lunar, parecía tratarse de un experimento de gran envergadura y complejo diseño, que podría revelar innumerables pistas sobre la posibilidad de crear hábitats autosuficientes fuera de la Tierra. ¿Qué datos iban a recogerse? ¿Cuándo podríamos conocer los resultados del experimento? Estábamos en ascuas.

Hasta que el globo lunar se nos ha pinchado. El pasado martes, Xinhua publicaba un bombazo: «La Luna ve el primer brote de una semilla de algodón». Por primera vez en la historia de la humanidad un organismo crecía sobre otra superficie distinta de la terrestre, un momento histórico para la ciencia. La noticia se acompañaba con una foto en la que, según nos decían, se observaba ese bebé de planta de algodón naciendo sobre la tierra de la maceta lunar.

El brote de algodón en el experimento lunar. Imagen de Chongqing University.

El brote de algodón en el experimento lunar. Imagen de Chongqing University.

Las campanas repicaron en los medios del planeta: ¡un hito de la exploración espacial! ¡La primera vez que un organismo crece en la Luna!

Pero… espera. Resulta que si se leía la noticia completa publicada por Xinhua, hacia la mitad del texto uno se encontraba con esto:

La sonda Chang’e 4 ha entrado en «modo dormido» el domingo, a medida que caía la primera noche lunar tras el aterrizaje de la sonda. La temperatura podría descender hasta -170 °C.

«La vida en el contenedor no sobrevivirá a la noche lunar», dijo el diseñador jefe del experimento, Xie Gengxin, de la Universidad de Chongqing.

El experimento ha terminado. Los organismos se descompondrán gradualmente en el contenedor sellado y no afectarán al medio ambiente lunar, ha dicho la Administración Nacional Espacial de China (CNSA).

¿Cómo? ¿En serio? ¿Veintiocho universidades participando en el experimento, y no se ha tenido en cuenta que la noche lunar iba a caer a los pocos días del alunizaje de la sonda? ¿Qué hay de las semillas de colza, patata y arabidopsis, de las levaduras y de los huevos de mosca? ¿No se ha previsto un sistema de calefacción que se mantuviera activo durante la noche lunar para mantener la minibiosfera a una temperatura compatible con la vida? ¿De verdad eso ha sido todo?

Minibiosfera lunar de la sonda Chang'e 4. Imagen de Chongqing University.

Minibiosfera lunar de la sonda Chang’e 4. Imagen de Chongqing University.

Es más, luego se supo que las primeras imágenes circuladas por los medios chinos, en las que se veía claramente un vigoroso brote verde creciendo sobre la tierra de la minibiosfera y que se publicaron en un primer momento como prueba del éxito del experimento, en realidad no correspondían a la minibiosfera lunar, sino a una réplica en tierra… Más confusión a añadir a este estrambótico episodio que comenzó como el experimento biológico del siglo para saldarse con el primer cubo de basura en la Luna, y que es realmente díficil no calificar como gran fiasco.

Brote de algodón en una réplica del experimento lunar en tierra. Imagen de Chongqing University.

Brote de algodón en una réplica del experimento lunar en tierra. Imagen de Chongqing University.

No, China no ha enviado gusanos de seda a la Luna, por una razón muy simple

Entre los diversos experimentos que la sonda china Chang’e 4 está llevando a cabo en la cara oculta de la Luna, los medios han mencionado la presencia de una minibiosfera, un pequeño contenedor sellado cuyo propósito es estudiar el desarrollo de ciertas especies terrestres en un hábitat de condiciones controladas sobre la superficie lunar. Según contaron la mayoría de los medios, la minibiosfera contiene semillas de algunas plantas como la patata, además de huevos de gusanos de seda. Lo cual resulta muy apropiado para una misión china, aparte de dar un buen titular.

Pero ¿realmente la Chang’e 4 lleva huevos de gusanos de seda?

No, no los lleva. Y la razón principal por la que esto no es posible es la más simple que pueda imaginarse: ¿qué iban a comer?

Gusanos de seda. Imagen de Fastily / Wikipedia.

Gusanos de seda. Imagen de Fastily / Wikipedia.

Entre los muchos logros científicos y tecnológicos del ser humano, no se cuenta el haber convencido a los gusanos de seda para que coman otro alimento diferente de las hojas de morera y otro puñado de especies relacionadas. Dado que la minibiosfera lunar de la Chang’e 4 solo lleva semillas de plantas, difícilmente sería viable conseguir una producción de hojas con la suficiente rapidez para abastecer a los voraces gusanitos una vez que los huevos eclosionaran. Morirían sin remedio.

Pero si es imposible que la Chang’e 4 lleve huevos de gusanos de seda, ¿por qué prácticamente todos los medios han contado esta historia? La explicación hay que buscarla en lo que ayer comenté sobre la escasa transparencia de la ciencia china.

En el campo de la exploración espacial, EEUU lleva una clara delantera en lo referente a información y comunicación; cualquier misión cuenta con una o varias miniwebs dedicadas, además de las páginas de las instituciones implicadas donde los científicos e ingenieros cuentan los proyectos y experimentos con todo lujo de detalles. A esto se añaden equipos de comunicación formados por verdaderos profesionales (debería ser siempre así, pero no lo es) que mantienen una intensa actividad en los distintos canales informativos. Incluso a nuestra Agencia Europea del Espacio (ESA) le cuesta alcanzar ese listón, que para otros países como Rusia o China está a una altura estratosférica.

En concreto, la versión en inglés de la web de la Adminsitración Nacional Espacial de China (CNSA) resulta muy escasa, sin detalles sobre misiones y con informaciones demasiado escuetas firmadas por la todopoderosa Xinhua, la agencia de prensa oficial del gobierno. Incluso la versión original en chino (el traductor de Google no hace milagros, pero sí apaños) parece más institucional que informativa.

Entonces, ¿dónde podemos encontrar información detallada y fiable sobre el proyecto de la minibiosfera lunar? Es posible que la historia original sobre los gusanos de seda proceda de una noticia publicada por Xinhua en abril de 2018, ocho meses antes del lanzamiento de la misión Chang’e 4. En aquella historia se decía que la CNSA había seleccionado el proyecto de entre más de 200 propuestas, y que contaba con la participación de 28 universidades chinas bajo la dirección de la Universidad de Chongqing.

Según la información de Xinhua, la minibiosfera constaría de un recipiente cilíndrico de aleación de aluminio de 18 cm de altura y 16 cm de diámetro, con un volumen neto de 0,8 litros (lo cual invita a suponer que el resto hasta los 3,6 litros estará ocupado por los equipos) y un peso de 3 kilos. Contendría agua, nutrientes y aire, además de instrumentos como una cámara y un transmisor de datos. La luz solar entraría a través de un tubo. En cuanto a las especies que vivirían en este pequeño mundo, Xinhua mencionaba semillas de patata y arabidopsis (una planta empleada como modelo vegetal en los laboratorios), y “probablemente algunos huevos de gusanos de seda”.

El esquema parecía más o menos claro: las plantas mantendrían el nivel de oxígeno en la minibiosfera mediante la fotosíntesis, que reconvertiría en oxígeno el CO2 producido por la respiración de los gusanos mientras crecen comiendo… espera, ¿comiendo… qué?

Parece que este pequeño detalle no estaba contemplado en aquella explicación del experimento, que Xinhua atribuía a “una conferencia sobre innovación científica y tecnológica de la Municipalidad de Chongqing”; no exactamente el tipo de fuente oficial que uno esperaría. Pero parece que aquella idea sobre los gusanos de seda fue recogida por algunos medios occidentales, y luego rebotada de unos a otros, hasta que los gusanos espaciales llegaron a servir de titular en los telediarios e incluso a colarse en la Wikipedia.

Salvo que jamás han existido. La lista (presuntamente) real de las especies presentes en la minibiosfera lunar de la Chang’e 4 la facilitaba Xinhua después del alunizaje de la sonda, el 3 de enero: algodón, colza, patata, arabidopsis, levadura y mosca de la fruta. Esto ya tiene bastante más sentido: las plantas requieren luz, agua y nutrientes, la levadura produce unos nutrientes a partir de otros sin necesidad de luz y las moscas de la fruta son poco exigentes en su alimentación, bastándose con caldos de cultivo como los que se utilizan para criarlas en los laboratorios.

Así pues, nada de gusanos de seda. Pero más allá de aclarar este falso dato, ¿cuáles son los detalles del experimento? Gusanos o no, es la primera vez que especies terrestres van a vivir y crecer en la Luna; si todo funciona según lo previsto, incluso habrá flores, las de arabidopsis. Pero aparte de la webcam que retransmitirá el devenir de aquel minúsculo jardín lunar, ¿con qué sensores cuenta el recipiente? ¿Qué datos van a recogerse? ¿Cuáles son los resultados esperados? A pesar de tratarse del primer experimento de vida en otro cuerpo celeste distinto de la Tierra (que sepamos, el primero en todo el universo), parece que con la ciencia china vamos a quedarnos, una vez más, a oscuras.

La reconquista de la Luna, la gran carrera del siglo

La sonda china Chang’e 4 ha sido la primera en posarse sana y salva en la cara oculta de la Luna, la que permanece siempre invisible para nosotros debido al llamado acoplamiento de marea, que sincroniza la rotación lunar con su tránsito alrededor de la Tierra. En esta cara lunar solo existe otro artefacto humano, la Ranger 4 estadounidense, que en 1962 se estrelló según lo previsto, pero sin enviar datos a causa de una avería durante el descenso.

No es la primera vez que China conquista la Luna. En 2009 la Chang’e 1 fue estrellada deliberadamente contra la superficie lunar después de 16 meses en órbita. Su sucesora, la Chang’e 2, orbitó la Luna antes de partir para explorar el asteroide Tutatis. En 2013 la Chang’e 3 se posó en la cara lunar visible con su rover Yutu, siendo la primera misión en operar sobre la superficie del satélite terrestre desde la sovietica Luna 24 en 1976.

El rover Yutu 2, tras su descenso al suelo desde la sonda Chang'e 4. Imagen de CNSA.

El rover Yutu 2, tras su descenso al suelo desde la sonda Chang’e 4. Imagen de CNSA.

Sin embargo y a pesar de la novedad que supone pisar la cara oculta de la Luna –este hemisferio ya había sido fotografiado numerosas veces por sondas orbitales rusas y estadounidenses–, en realidad la Chang’e 4 es una repetición de la Chang’e 3, una misión de transición hacia el siguiente paso del programa lunar chino: traer muestras lunares a la Tierra, algo que hizo por última vez la Luna 24 y que será el objetivo de la Chang’e 5 en diciembre de este año y de la Chang’e 6 en 2020. Más adelante, en la década de los 30, llegará el gran salto de China a la Luna con las misiones tripuladas y la posible construcción de una estación lunar.

Desde que EEUU y la antigua URSS abandonaron la Luna como objetivo de sus landers (sondas aterrizadoras), el satélite terrestre se ha convertido en la meta de otras potencias emergentes. El próximo mes está previsto que India e Israel lancen sus respectivas misiones lunares no tripuladas, Chandrayaan 2 y Beresheet. Tras el retraso de la misión india, cuyo despegue estaba previsto para comienzos de este mes, ambas naciones compiten ahora por ser la cuarta del mundo que posa un aparato en la superficie lunar.

Otro país que quiere unirse al club lunar es Japón; después de la cancelación de la misión SELENE/Kaguya 2, la agencia nipona JAXA ha revitalizado el programa lunar con la intención de enviar una sonda robótica en un par de años y con la aspiración de plantear quizá más adelante misiones tripuladas.

Primera imagen de la superficie lunar enviada por la sonda china Chang'e 4. Imagen de CNSA.

Primera imagen de la superficie lunar enviada por la sonda china Chang’e 4. Imagen de CNSA.

Así, parece que para la próxima década se abre una nueva carrera lunar; pero a diferencia de la que EEUU y la URSS libraron en el siglo pasado, esta vez el motivo de conquistar la Luna no es meramente plantar una bandera, sino que también hay dinero en juego, el que puede rendir la explotación de los recursos lunares para el primero que se haga con ellos. Obviamente, este no es un objetivo inmediato, pero en el camino se abren grandes oportunidades de negocio para quienes aporten la tecnología necesaria. Es el viejo dicho: si hay fiebre del oro, vende palas.

Todo ello ha llevado a las potencias tradicionales a desempolvar sus programas lunares. EEUU, la Unión Europea y Rusia han reaccionado con nuevos planes y alianzas para no perder la posición de cabeza en la que promete ser, por ahora, la gran carrera espacial de este siglo.

Pero para quienes seguimos esta carrera desde las sillas de la grada, no será indiferente quién se lleve los triunfos. Según reflejaba esta semana el South China Morning Post, el diario de referencia de Hong Kong en lengua inglesa, algunos observadores chinos ven en esta nueva carrera una extensión de la actual guerra comercial entre China y EEUU. Y como contaré mañana, la ciencia y la exploración espacial pueden ser las víctimas inocentes de la opacidad informativa que envuelve toda guerra.

Año nuevo, mundo nuevo: 2019 se abre con la conquista más lejana del ser humano

El próximo 1 de enero, exactamente a las 6:33 de la mañana (hora peninsular), cuando muchos estén durmiendo la mona en el rincón de algún garito con un hilillo de baba colgando del matasuegras, otros arrastrando los pies en busca de un taxi, y algunos simplemente descansando plácidamente en su cama, tendrá lugar la visita de un artefacto de fabricación humana a la frontera física más lejana en toda la historia de la humanidad.

Cuidado, que vienen cifras: a unos 6.600 millones de kilómetros de nosotros, la sonda de la NASA New Horizons volará a 62.764 km/h (más o menos de Madrid a Barcelona en menos de medio minuto) para acercarse a 3.540 km de un pedrusco de unos 30 km de largo llamado (486958) 2014 MU69, alias Ultima Thule; en la literatura clásica y medieval, Thule designaba la tierra más lejana de las fronteras del norte, ya fuera Noruega, Islandia o Groenlandia, y Ultima Thule se aplicaba metafóricamente a cualquier lugar ignoto más allá de los límites del mundo conocido.

A la izquierda, imagen de Ultima Thule (en el círculo amarillo) tomada por New Horizons el 2 de diciembre de 2018, a 38,7 millones de kilómetros. A la derecha, el detalle del recuadro amarillo, en el que se ha eliminado el brillo de las estrellas del fondo. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

A la izquierda, imagen de Ultima Thule (en el círculo amarillo) tomada por New Horizons el 2 de diciembre de 2018, a 38,7 millones de kilómetros. A la derecha, el detalle del recuadro amarillo, en el que se ha eliminado el brillo de las estrellas del fondo. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

El objeto transneptuniano (más allá del planeta Neptuno) Ultima Thule es ese lugar: aunque las dos sondas gemelas Voyager han llegado aún más lejos, traspasando los límites del Sistema Solar, lo han hecho en mitad del inmenso vacío del espacio, sin una referencia geográfica cercana. New Horizons se acercará por primera vez en la historia a un objeto del cinturón de Kuiper, el disperso anillo de asteroides que abraza el Sistema Solar.

El aparato recogerá datos científicos y tomará imágenes con una resolución de 30 metros, para después enviar todos estos paquetes de información a las antenas terrestres, que los recibirán seis horas después de su emisión (ya, ya, y nuestra wifi apenas llega del salón al dormitorio…). Casos como este nos recuerdan que la velocidad de la luz es en realidad una magnitud de caracol si la contemplamos contra las inabarcables distancias del cosmos.

La historia de New Horizons y Ultima Thule es también una primicia en la exploración espacial por otros motivos. La sonda ya disfrutó de su momento de gloria en 2015, cuando nos reveló por primera vez cómo es en realidad el explaneta Plutón. Una vez completada la que era la misión primaria de New Horizons, los responsables de la misión se encontraron con la posibilidad de emplear su flamante y potente aparato para conquistar nuevas metas. Con este fin, el telescopio espacial Hubble emprendió una búsqueda de objetos lejanos a los que New Horizons pudiera dirigirse, y allí apareció Ultima Thule, que aún no se conocía cuando la sonda despegó de la Tierra.

Ilustración de la sonda New Horizons acercándose a Ultima Thule. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

Ilustración de la sonda New Horizons acercándose a Ultima Thule. Imagen de NASA/JHUAPL/SwRI.

Los terrícolas tendremos que esperar quizá a los primeros días de 2019 para empezar a conocer los datos y el aspecto de este lejano asteroide. Y los científicos confían en que esas primeras observaciones logren resolver el primer misterio sobre este distante objeto. La forma concreta de Ultima Thule aún se desconoce, aunque se sabe que no es esférico. Pero durante su acercamiento, las imágenes tomadas por New Horizons han revelado un patrón luminoso inusual.

Mientras que un objeto irregular reflejando la tenue luz solar debería comportarse como un faro, emitiendo un pulso luminoso periódico debido a la rotación, en cambio las fotos muestran una luz muy uniforme, como la que se esperaría de una esfera. Para explicarlo, los investigadores han propuesto varias hipótesis: tal vez el eje de rotación esté dirigido precisamente hacia la trayectoria de la nave, lo que sería una improbable casualidad; o bien quizá Ultima Thule esté rodeado por una nube de polvo como la cabellera de un cometa, pero para esto se necesitaría que el Sol lo calentara lo suficiente como para provocar esta emisión, lo que no parece posible a tal distancia. Por último, se ha apuntado la posibilidad de que el asteroide esté rodeado por varias lunas diminutas, con patrones luminosos diferentes que se suman. Sin embargo, según los científicos, este sería un caso único entre los objetos conocidos del Sistema Solar.

La respuesta, que podremos conocer a través de los canales de la NASA y del Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins, será probablemente el primer hallazgo científico destacable de 2019, pero no será el único descubrimiento que nos revelará este histórico encuentro de la tecnología humana con las lejanías del Sistema Solar. Según el investigador principal de New Horizons, Alan Stern, Ultima Thule «es una cápsula del tiempo que nunca antes hemos visto y que nos llevará en un viaje en el tiempo hasta 4.500 millones de años atrás, al nacimiento del Sistema Solar».

El objeto interestelar ‘Oumuamua no parece ser una nave alienígena

Si algún día un destructor imperial decidiera dejarse caer por nuestro Sistema Solar, ¿cómo lo reconoceríamos?

En primer lugar, los telescopios descubrirían un objeto inédito en la pantalla del firmamento. Las observaciones permitirían estimar su tamaño, pero sin la suficiente resolución como para poder determinar su aspecto detallado. Después, los cálculos mostrarían que su trayectoria y velocidad no se corresponden con las de un objeto en órbita alrededor del Sol o de otro cuerpo del sistema, lo que sugeriría que no se trata de un asteroide al uso. Tampoco se detectaría la coma típica de los cometas, e incluso tal vez los datos indicarían que su forma no es la habitual más o menos redondeada de un asteroide, sino una más extraña; por ejemplo, fina y alargada.

Así es precisamente la historia que arrancó el 19 de octubre de 2017, cuando el telescopio Pan-STARRS 1 de Hawái descubrió un objeto que pronto se reveló como algo fuera de lo común. Reuniendo las observaciones de otros telescopios, los astrónomos concluyeron que estaban ante el primer objeto interestelar jamás confirmado, un viajero procedente de fuera del Sistema Solar que casualmente atraviesa nuestro vecindario cósmico.

Para su nominación formal se inauguró una nueva categoría de objetos designados con la letra I, de «interestelar»: 1I/2017 U1. Para su nombre común se recurrió a la lengua hawaiana: ‘Oumuamua viene a significar algo así como «el primer mensajero de la lejanía». Los detalles se publicaron en la revista Nature en diciembre de 2017. Respecto a su extraña forma alargada, los investigadores escribían: «Ningún objeto conocido en el Sistema Solar tiene dimensiones tan extremas».

A la izquierda, ilustración de 'Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

A la izquierda, ilustración de ‘Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

La historia tiene un ilustre precedente en la ficción. Más o menos de este mismo modo comenzaba Cita con Rama, publicada por Arthur C. Clarke en 1973. En la novela, lo que inicialmente se detectaba como un asteroide resultaba ser una nave alienígena de forma cilíndrica. Con estos antecedentes, ¿cómo no pensar en la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser en realidad un objeto de fabricación artificial?

Esta posibilidad movilizó a los investigadores que trabajan en proyectos SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. En diciembre de 2017 el proyecto Breakthrough Listen, liderado por el magnate ruso Yuri Milner, anunció que se disponía a utilizar el observatorio de Green Bank, el lugar donde comenzó la exploración SETI en 1960, para tratar de captar alguna señal de radio procedente de ‘Oumuamua. Así lo anunciaban:

Los investigadores que trabajan en el transporte espacial a larga distancia han sugerido previamente que una forma de aguja o de cigarro es la arquitectura más probable para una nave interestelar, ya que minimizaría la fricción y el daño debido al gas y el polvo interestelar. Aunque un origen natural es lo más probable, actualmente no hay consenso sobre cuál puede ser ese origen, y Breakthrough Listen está bien posicionado para explorar la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser un artefacto.

Pero como era de temer, el rastreo terminó con las manos vacías. En enero los investigadores de Breakthrough Listen comunicaron sus conclusiones: si ‘Oumuamua emitía alguna señal de radio, debía ser con una potencia inferior a 0,08 vatios, lo cual sería 3.000 veces más débil que la emisión de la sonda de la NASA Dawn, como ejemplo elegido.

Pese a los resultados negativos del Breakthrough Listen, el Instituto SETI, en California, emprendió su propia búsqueda utilizando su instalación dedicada, la matriz de telescopios Allen. Los investigadores del SETI se apoyaban además en un intrigante estudio publicado el mes pasado por dos astrofísicos de Harvard, según el cual ‘Oumamua podía ser un objeto artificial. De acuerdo con los autores, la ligera aceleración inesperada del presunto asteroide sugería que podía tratarse de una nave impulsada por una vela solar. Los científicos aventuraban también que la trayectoria de ‘Oumuamua es demasiado rara para ser un objeto errante, y que en cambio se explicaría más fácilmente si alguien lo hubiera enviado intencionadamente a nuestro Sistema Solar.

Pero una vez más, la realidad ha pinchado el globo: esta semana el Instituto SETI ha informado del fracaso en la búsqueda de señales de radio. Según ha declarado Gerry Harp, el director del estudio: «No hemos encontrado tales emisiones, a pesar de una búsqueda muy sensible. Aunque nuestras observaciones no descartan de forma concluyente un origen no natural para ‘Oumuamua, son datos importantes de cara a evaluar su posible composición». El estudio completo se publicará el próximo febrero.

Por el momento, la cita con Rama deberá seguir esperando.

Marte y la tarta de manzana: una nueva misión que tampoco buscará vida

Alfredo y Bárbara regresan a su casa al salir del colegio. Mientras cruzan el umbral, Bárbara le pregunta a su hermano: ¿crees que mamá habrá hecho tarta de manzana? ¡Vamos a averiguarlo!, responde él. Alfredo corre a la despensa, mira dentro del cesto de manzanas y descubre que está vacío. Dado que el día anterior había bastantes manzanas en el cesto, y que es dudoso que alguien se las haya comido todas de una sentada, esta observación sugiere que tal vez su madre las haya utilizado para elaborar una tarta.

A continuación, Alfredo comprueba el cubo de la basura, en el que encuentra abundantes mondas y corazones de manzana. Este dato refuerza su hipótesis de que probablemente su madre haya cocinado una tarta, una idea avalada también por el hecho de que junto al fregadero hay un cuchillo húmedo con restos de lo que parece pulpa de manzana, y que es pulpa de manzana, como puede verificar Alfredo al pasar la lengua por la hoja.

Finalmente, Alfredo se acerca al horno, cuya puerta aún está caliente. Cuando la abre, surge de su interior un inconfudible aroma a tarta de manzana, lo cual parece confirmar definitivamente su hipótesis. Alborozado por su descubrimiento, Alfredo corre a buscar a su hermana, y la encuentra sentada tranquilamente frente a la mesa del comedor, degustando un pedazo de tarta de manzana.

Pero ¿qué diablos tiene esto que ver con Marte?, tal vez se pregunten. El ser humano lleva décadas haciendo lo mismo que Alfredo con respecto a la posible vida marciana: en lugar de intentar comprobar directamente si existe o no, envía misiones destinadas a estudiar si el cesto de manzanas está lleno o vacío, si hay mondas en la basura o si la puerta del horno está caliente. No si hay una tarta de manzanas sobre la mesa del comedor.

Como recordé aquí recientemente, desde las sondas gemelas Viking en 1976 no ha vuelto a enviarse ninguna misión a Marte destinada a analizar la presencia de vida, sino como máximo de posibles condiciones de habitabilidad. Pero si el objetivo final es dilucidar si hay vida, y si hoy existen tecnologías aplicables a este fin que hace 40 años eran inimaginables, ¿por qué no se llevan a Marte?

Ilustración de la sonda InSight en la superficie de Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración de la sonda InSight en la superficie de Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Los científicos planetarios, geólogos y climatólogos podrán acusarme de biocentrismo, y con razón. Obviamente, conocer la historia de la formación de Marte y su composición actual o su clima son objetivos científicos valiosos por sí mismos, y no simples hitos en el camino hacia la búsqueda de vida. Pero tampoco ellos podrán negar que durante décadas la biología ha permanecido castigada en el rincón, en lo que se refiere a la instrumentación y los objetivos de las misiones interplanetarias. Como también conté aquí recientemente, incluso los organismos científicos en EEUU lo han reconocido y han instado a la NASA a dar un golpe de timón para incluir objetivos biológicos en sus misiones.

Sin embargo, esto no va a ocurrir de la noche a la mañana. Precisamente hoy está previsto que toque suelo marciano una nueva misión de la NASA, la única agencia espacial que hasta ahora ha logrado explorar la superficie del planeta vecino. InSight (de Interior Exploration using Seismic Investigations, Geodesy and Heat Transport, o Exploración Interior usando Investigaciones Sísmicas, Geodesia y Transporte de Calor), que terminará su viaje hacia las 9 de esta noche –hora peninsular española– en la región volcánica ecuatorial de Elysium Planitia, tiene un aspecto que resultará familiar a quienes siguen la exploración de Marte, ya que para economizar el coste de la misión se ha construido sobre la misma plataforma que ya se empleó hace años para la sonda Phoenix.

Ilustración del descenso de InSight en Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración del descenso de InSight en Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Por medio de sus instrumentos, que incluyen un sismómetro y una sonda de calor, InSight estudiará la estructura del interior de Marte. De hecho, es la primera misión dedicada a la investigación de las profundidades del suelo marciano. Según sus responsables, los datos que esta nueva estación robótica recogerá durante dos años aportarán nuevas pistas sobre el proceso de formación de aquel planeta, y por lo tanto sobre las diferencias en su evolución respecto a la Tierra, Venus o Mercurio.

Sin duda los resultados de InSight, si todo funciona como se espera, serán de enorme valor para la ciencia planetaria –y justificarán la cuantiosa inversión, mayor de lo inicialmente previsto a causa de ciertos problemas técnicos que retrasaron dos años el lanzamiento. Pero por si alguien se lo está preguntando: no, tampoco es esta la misión que nos desvelará si hay vida allí. Por desgracia, parece que la única forma de que InSight detectara vida sería que algún alienígena de tamaño natural se paseara frente a su cámara.

El aterrizaje de InSight podrá seguirse hoy en directo a partir de las 8 de la tarde (hora peninsular española) en la web de la NASA.