Entradas etiquetadas como ‘Energía nuclear’

La oportunidad de cerrar las centrales nucleares

Por José Luis García – Área de Energía y Cambio Climático de Greenpeace España

Puede resultar chocante hablar de cerrar centrales nucleares justo cuando Mariano Rajoy vuelve a formar gobierno. Pero voy a hacerlo porque hay datos tan contundentes que cualquier gobierno que busque el bienestar de la ciudadanía y la sostenibilidad económica del país debería tenerlos muy en cuenta.

Para decidirse a cerrar centrales nucleares no hace falta ser un apasionado ecologista. Hasta el país adalid de esta energía, Francia, acaba de aprobar un plan de transición energética en el que prevé cerrar hasta una docena de centrales para 2023.

Las centrales nucleares no son eternas (otra cosa son los residuos radiactivos que generan, cuya duración es tan larga que se asemeja más al concepto de eternidad), de manera que tendrán que cerrar tarde o temprano. La cuestión es, por tanto, cuándo es el mejor momento de hacerlo.

Cualquiera puede entender que una instalación de este tipo no se puede dejar que se muera de vieja, hay que planificar su cierre para antes de que el envejecimiento amenace la seguridad. Y tanto por seguridad como por economía, el mejor momento es aquel en que caduquen las licencias de operación que tiene cada central, lo que sucederá entre 2020 y 2024 para los siete reactores que aún funcionan en España (para el de Garoña se pasó ese plazo, y solo a un gobierno “descerebradamente” pronuclear se le puede ocurrir que vuelva a abrirse).

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¿Será que en España ya no hace sol?

Por Jorge Morales – Director de Geoatlanter

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No pasa un mes sin que caiga —por abajo— el récord mundial de precio de la electricidad producida con paneles solares. EEUU, India, Perú, México, Dubái, Chile… nos muestran a través de contratos a largo plazo que la evolución tecnológica, esta vez sí, nos va a permitir desengancharnos de esa loca carrera por quemar todo lo que hay en nuestro subsuelo en la que llevamos inmersos cerca de 200 años.

Es la consecuencia inmediata de que producir electricidad valiéndonos tan solo del sol cueste ya menos de la mitad que hacerlo quemando carbón y casi tres veces menos que embarcarnos en el faraónico proyecto de construcción de una nueva central nuclear. Y eso, sin contar los efectos de la contaminación. Que por algo a las eléctricas nunca les ha interesado contabilizarlos.

En este contexto acabamos de conocer que nuestra querida España instaló durante el año pasado menos paneles solares que la ciudad de Bruselas. Es notorio y sobradamente conocido que Bruselas tiene una extensión y una ubicación geográfica envidiables desde el punto de vista del aprovechamiento solar. Igual que España no ha tenido tanta suerte.

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La gestión de los residuos radiactivos, cuestión sin resolver

Por Carlos Bravo – Coordinador del Secretariado técnico de la Alianza Mar Blava

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En Extremadura ha surgido estos últimos días una acalorada polémica tras la decisión del Pleno del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) de informar favorablemente la solicitud del titular de la central nuclear de Almaraz (Cáceres) para la instalación de un Almacén Temporal Individualizado (ATI) para el combustible nuclear gastado producido por los reactores I y II de esta instalación atómica. El ATI tendrá que estar operativo en 2018.

La Junta de Extremadura ha manifestado su contrariedad con el informe del CSN, aunque su verdadera posición con respecto al futuro de la central nuclear y su posible continuidad en el largo plazo ha sido siempre una especie de misterio insondable. Los ecologistas también han protestado porque consideran que esta instalación es parte de una estrategia para facilitar la prolongación de la vida operativa de la central más allá de los 40 años y llegar hasta los 60.

La central nuclear de Almaraz consta de dos unidades. Según datos oficiales del CSN, Almaraz-1 obtuvo la autorización de puesta en marcha el 13 de octubre de 1980 y Almaraz-2 logró la suya el 15 de junio de 1983. Ambos reactores fueron diseñados para una vida útil de 30 años, pero el 7 de junio de 2010, el CSN les otorgó un nuevo permiso de explotación provisional por 10 años más, esto es hasta junio de 2020. Llegada esa fecha, Almaraz-1 tendría casi 40 años de vida operativa y Almaraz-2, 37. Por lo tanto, ambas unidades han obtenido ya, de facto, una extensión de su vida útil más allá de su inicial vida de diseño.

A los ecologistas no les falta cierta razón al desconfiar, puesto que, según el CSN, en su reciente “Informe del Consejo de Seguridad Nuclear al Congreso de los Diputados y al Senado”, correspondiente al año 2015, el año de saturación de las piscinas de combustible gastado, será el 2020 para Almaraz-1 y el 2022 para Almaraz-2.

Es decir, si los permisos de autorización vigentes para estas dos centrales acaba en junio de 2020, está claro que no necesitan construir ahora el ATI, para tenerlo listo en 2018, salvo para utilizarlo como argumento para lograr una ampliación de su vida operativa más allá de esa fecha. Es sabido que, dentro de unos meses, la empresa titular de Almaraz presentará ante el CSN una solicitud para la renovación de su permiso de explotación por 10 o más años, a contar desde junio de 2020.

Para justificar su informe favorable al ATI de Almaraz, el CSN argumenta que «en caso de que no estuviera disponible el Almacén Temporal Centralizado (ATC) en las fechas de necesidad de almacenamiento del combustible gastado de cualquier central española, se contempla la posibilidad de un ATI, como solución transitoria». En este ATI se alojaría el combustible gastado por los reactores I y II de Almaraz hasta que fuera posible su traslado al ATC, cuya construcción está prevista en el municipio conquense de Villar de Cañas.

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Alberto Nadal debe revisar sus datos sobre las renovables

Carlos Bravo – Coordinador del Secretariado Técnico de la Alianza Mar Blava

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Hace unos días leí que el actual Secretario de Estado de Energía en funciones, Alberto Nadal, quiere ser ministro de Energía y Cambio Climático, la nueva cartera que el Partido Popular parece estar perfilando de cara a un posible futuro gobierno en esta legislatura.

La noticia tiene una parte buena y una mala. La buena es que el PP parece haber asumido ya algunos de los planteamientos de la Fundación Renovables, la cual reclamó públicamente, el pasado mes de abril, la necesidad de que en esta legislatura se creara un ministerio de Energía y Cambio Climático. Ese ministerio, si estuviera dotado con todas las competencias en la materia, permitiría acoplar la política energética con el desafío del cambio climático, cosa que hasta ahora no se ha hecho en España. Su primera misión debería ser la de elaborar una eficaz Ley de Transición Energética, que permita eliminar los obstáculos de todo tipo que se interponen en la meta de alcanzar un sistema energético eficiente y 100% renovable.

La parte mala es que, si ese ministerio recayese finalmente en Alberto Nadal, sería poco menos que inservible, porque, conociendo los planteamientos energéticos que defiende el Sr. Nadal, es seguro que no se avanzaría hacia esa meta, sino todo lo contrario. No en vano, Alberto Nadal ha sido uno de los principales artífices de la nefasta política energética desarrollada por el gobierno de Rajoy en estos últimos años, caracterizada por ignorar el potencial del ahorro y la eficiencia energética, torpedear el desarrollo de las renovables y favorecer la permanencia de los combustibles fósiles y la energía nuclear en el mix energético español y, de paso, lograr que España haya aumentado sus emisiones de CO2 en 2015.

Hace unos días, en este mismo blog, Domingo Jiménez Beltrán lamentaba que Alberto Nadal, pudiera seguir mintiendo, impunemente, sobre las energías renovables, al mantener, en un foro energético recientemente celebrado, su habitual mantra de que las renovables siguen siendo más caras que las energías convencionales y que habrá que esperar hasta 20 años para revertir la situación.

Como afirmaba Jiménez Beltrán, todos los informes de situación y tendencias del sector energético contradicen esa afirmación del Sr. Nadal, puesto que en ellos se puede comprobar que en 2015 ya se han realizado más inversiones en generación eléctrica de fuentes renovables que en cualquier tipo de fuente energética convencional.

En efecto, también en el riguroso informe “The World Nuclear Industry Status Report 2016”, de Mycle Schneider, Antony Froggatt y colaboradores, recientemente publicado, se puede comprobar, otra vez más, que las renovables son las fuentes de energías más pujantes, las que más están creciendo y las que tienen un futuro más prometedor.

Así, como destaca este informe, en 2015 la inversión mundial en energías renovables alcanzó un récord histórico de 286.000 millones de US$, superando el máximo anterior de 2011 en un 2,7%. China invirtió el año pasado en renovables más de 100.000 millones de US$, casi el doble que en 2013. Chile y México entraron por primera vez en el Top Ten de inversores en renovables, duplicando ambos su inversión en estas energías con respecto al año anterior. Un importante impulso a la inversión energías renovables también se dio en la India (con un crecimiento del 44%), en el Reino Unido (en su caso, aumento del 60%) y en los Estados Unidos (incremento del 21,5%). En comparación, las decisiones de inversión en nuevas plantas de energía nuclear a nivel mundial fue un orden de magnitud inferior al de las inversiones en energías renovables.

Siguiendo la comparación entre las renovables y la energía nuclear, en cuanto a potencia instalada, los 147 GW de energía renovable instalados en 2015 representaron más del 60% de las adiciones netas de capacidad mundial de generación de energía. La energía eólica y la solar fotovoltaica tuvieron aumentos récord por segundo año consecutivo, lo que representa alrededor del 77% de toda la capacidad de energía renovable añadida, con 63 nuevos GW en energía eólica y 50 GW en energía solar, en comparación con un aumento de 11 GW en energía nuclear.

China continuó la aceleración de su despliegue de energía eólica con 31 GW añadidos en 2015, casi el doble de la cantidad que instaló en 2013, y alcanzó en 2015 un total de 146 GW de capacidad eólica instalada, excediendo así significativamente su objetivo inicial de 100 GW eólicos para 2015. China añadió también 14 GW de energía solar y logró superar a Alemania como el mayor operador solar mundial, aunque, lamentablemente, comenzó hasta 7,6 GW de nueva capacidad nuclear, lo que supone más del 68% del aumento global, que el país asiático acapara casi en solitario.

Desde el año 2000, se han añadido 417 GW de energía eólica y 229 GW de energía solar a las redes eléctricas de todo el mundo. Paralelamente, teniendo en cuenta el hecho de que 37 GW nucleares se encuentran actualmente en parada de muy larga duración (LTO), la capacidad nuclear operativa mundial cayó en 8 GW.

En cuanto a producción de electricidad, el crecimiento anual en 2015 de la generación mundial de energía solar fue de más del 33% y la de energía eólica se incrementó en más del 17%, mientras que la de energía nuclear aumentó tan sólo un 1,3%, y ello debido exclusivamente a China.

Desde 1997, cuando se firmó el Protocolo de Kioto sobre el cambio climático, al año 2015, a nivel mundial, la producción eléctrica con energía eólica se ha incrementado en 829 TWh, con energía solar fotovoltaica en 252 TWh, y, en comparación, con energía nuclear, sólo en 178 TWh.

En el país que más está apostando en los últimos tiempos por la energía nuclear, es decir China, en 2015 (al igual que en los tres años anteriores) la producción de electricidad a partir del viento (185 TWh) superó a la de la energía nuclear (161 TWh). El mismo fenómeno se observa en la India, donde la energía eólica (41 TWh) superó a la nuclear (35 TWh) por cuarto año consecutivo. Del consumo total de electricidad de Estados Unidos, el 8% fue generada por energías renovables no hidráulicas en 2015, frente a un 2,7% en 2007.

Las cifras de la Unión Europea ilustran el rápido declive del papel de la energía nuclear: durante el periodo 1997-2014, el viento produjo 303 TWh adicionales y la solar 109 TWh, mientras que la generación de energía nuclear se redujo en 65 TWh.

En resumen, los datos de 2015 muestran que la generación de energía a base de energías renovables está disfrutando de un rápido y continuado crecimiento, mientras que la producción de energía nuclear, con exclusión de China, se está reduciendo en todo el mundo.

De acuerdo con los autores del citado informe, los plazos de entrega cortos, su fácil fabricación e instalación y la producción en masa rápidamente escalable, son factores clave que explican el acelerado ritmo de implantación de las energías renovables. Su alto nivel de aceptación y la rápida caída de los costes del sistema acelerarán aún más su desarrollo en los próximos años.

No sabemos si Alberto Nadal será ministro de Energía y Cambio Climático, pero, si quisiera serlo sin hacer el ridículo internacional, por lo menos debería actualizar sus datos sobre energías renovables y ponerse a la altura de los nuevos tiempos, más aún después de la firma del Acuerdo de París.

Estrategia nuclear fracasada

Carlos Bravo – Coordinador del Secretariado Técnico de la Alianza Mar Blava

Pancarta antinuclear

En el ámbito de la energía (como en tantos otros), las estrategias mal paridas, pergeñadas sin consenso social y sin adecuados criterios técnicos, no resisten el paso del tiempo. Este es el caso de la política de gestión de los residuos radiactivos de las centrales nucleares españolas, que se ha demostrado, otra vez más, como un absoluto fiasco.

Los 10 años transcurridos desde que, el 23 junio de 2006, el Consejo de Ministros aprobara el Sexto Plan General de Residuos Radiactivos (PGRR) presentado por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio (MITyC), han sido suficientes para comprobar el estrepitoso fracaso de la estrategia propuesta en dicho plan por la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (ENRESA), a través del MITyC, del que depende.

En el citado PGRR, aun en vigor, se planteaba como hito principal la construcción de un Almacén Temporal Centralizado (ATC) de combustible nuclear gastado y residuos radiactivos de alta actividad de las centrales nucleares españolas, al que se otorgaba prioridad absoluta. En el PGRR se plasmaba que “en virtud de los análisis efectuados desde los puntos de vista técnico, estratégico y económico”, resultaba “un objetivo básico prioritario” el poderdisponer de un Almacén Temporal Centralizado (ATC) tipo bóvedas en el entorno del año 2010, cuyo periodo operativo sería del orden de unos 60 años”.

El lobby nuclear, y los sucesivos ministros de Industria de esos años, en especial Miguel Sebastián, defendieron el ATC como la panacea para el complejo problema de los residuos nucleares y pusieron gran empeño en conseguir que fuera una realidad en la fecha prevista, en 2010. Para ellos era la piedra angular para conseguir prorrogar la vida de las centrales nucleares hasta los 60 años. Pero han fracasado.

Ya en esas fechas, 2006 en adelante, diversos expertos y grupos ecologistas, alertaron de lo desacertado de esos, supuestamente rigurosos, análisis “técnicos, estratégicos y económicos” de ENRESA, y denunciaron que el Gobierno central había prescindido absolutamente de la búsqueda previa de consenso social al respecto, condición necesaria para sentar las bases con las que poder avanzar de forma eficaz en esta peliaguda materia que es la gestión de los residuos radiactivos.

Estamos en 2016, han pasado 10 años, y el proyecto del ATC, al que, por diversas razones, entre ellas técnicas, se augura ya poco futuro, se ha convertido en otro de los casos que reflejan todos los síntomas de nuestro depauperado y corrupto sistema político.

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Los estados ya no compiten por la nuclear sino por las renovables

 

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Joan Herrera – Abogado

Treinta años desde el accidente de Chernóbil, cinco desde el de Fukushima, y aún hoy podemos escuchar aquello de “temer la energía nuclear es como temer un eclipse de sol, no se puede encarar el debate sin apriorismo, el debate nuclear se tiene que hacer sin ideología de por medio”. Frases como estas se han dicho desde todos los rincones, especialmente antes de prorrogar la vida útil de las centrales.

Pero Fukushima, como Harrisburg en 1979, como Chernóbil en 1986 o Tokaimura en 1999, demuestran que un imprevisto puede alterar todas las previsiones. A punto estuvo de pasar en Vandellós en 1989 cuando estuvimos a muy poco de sufrir un grave accidente nuclear. En todos los casos, un imprevisto, en forma de error humano o de circunstancia extraordinaria y no prevista, hizo que la delgada línea roja decidiese entre rozar la tragedia o tocarla con la palma de las manos.

Central nuclear

Y así, por un escenario no previsto, se ha dejado todo un territorio y miles de vidas hipotecadas para centenares de años. Este es el problema de la energía nuclear. Una energía cara –no explican que los costes sólo son asumidos por un privado cuando la administración paga la construcción, el desmantelamiento de la planta, se hace cargo del seguro o se encarga de la gestión de los residuos–; una tecnología que no sabe qué hacer con los residuos peligrosísimos que genera; y, lo que es más grave, una opción que supone asumir riesgos extraordinarios, riesgos absolutos en caso de accidente.

Pero la seguridad es un coste que nadie parece querer tener en cuenta y que no está internalizado en los costes de generación nuclear: costes de los planes e infraestructuras de emergencias, costes de desmantelamiento, costes de gestión de residuos, costes de cultura de seguridad. Frente a ello, la política de los propietarios de las centrales ha sido la optimización de la producción ahorrando costes de gestión, porque las centrales nucleares, una vez amortizadas, como es el caso de España, son una hucha de hacer dinero. En nuestro país, las nucleares se amortizaron ya hace años, primero gracias al mecanismo del Marco Legal Estable antes de la liberalización del sector eléctrico y luego gracias a diversas ayudas del Estado –como los costes de transición a la competencia (CTC)-  y a unos beneficios desorbitados por el perverso sistema de formación marginalista de precios en el pool.

Más allá de incidentes, accidentes e historias para no dormir, hay que decir que la energía nuclear lleva tiempo en situación de freno y marcha atrás. En EEUU, desde 1979 (accidente de Harrisburg) no se ha construido ninguna nueva central y en España, desde 1991, año en el que el Ministro Claudio Aranzadi terminó con la moratoria nuclear, nadie ha querido hacer ninguna otra nueva. Esta tendencia también se constata en el análisis de los 15 últimos años. En este período, el 56,2% de la nueva capacidad eléctrica instalada corresponde a las fuentes renovables (y el 29,4% a la eólica). A lo largo de estos 15 años, desde el 2000, el balance de incrementos y descensos de capacidad arroja este saldo: la eólica gana 116.759 MW; el gas 101.277 MW y la fotovoltaica 86.926 MW. Por el contrario, en el furgón de cola están el fuel oil (que pierde 25.293 MW), el carbón (se reduce en 24.745 MW) y la energía nuclear (baja 13.190 MW). Y cuando se pregunta por qué Estados Unidos lleva tres décadas sin nueva inversión nuclear, la respuesta que dan los economistas americanos es su elevado coste y la necesidad de fuertes ayudas públicas para las nuevas centrales.

Los estados no compiten por la nuclear sino por las renovables y esa es la clave de fondo en la competencia económica entre EEUU y China que, no por casualidad, son ya las primeras potencias del mundo en tecnologías limpias, después de haber desbancado a la Unión Europea en ese liderazgo.

El modelo energético mundial está cambiando hacia lo que Jeremy Rifkin define como “Tercera Revolución Industrial” a través de las energías renovables. Y la clave que determina que el modelo sea nuevo o reproduzca los errores de los modelos existentes es si es un modelo de generación distribuida, en manos de más gente, más democrático y con menos pérdidas.

Y mientras esto pasa, en España no somos capaces de encarar un debate sobre el futuro de la energía nuclear, mientras la industria va ganando sus absurdos pulsos a la sociedad. Entre ellos las prórrogas a la central de Garoña, una central ruinosa y cuyas mejoras no le van a salir nada a cuenta al propietario, pero que sirven al conjunto de las centrales nucleares para mantener la expectativa de que plantas que deberían cerrar continúen en funcionamiento.

Lejos de esa realidad, encarar el debate de cómo afrontar el cierre de las plantas abriría la oportunidad de afrontar también el debate energético. Para España las consecuencias de un parón nuclear pueden ser positivas debido al exceso de generación en el sistema, muy superior a los 7.000 MW nucleares. Esa sobrecapacidad permitiría elevar mucho más los objetivos de renovables en generación distribuida para mejorar los malos ratios de dependencia energética y de eficiencia energética. Se trata de hacer lo que han hecho otros. Una vez las plantas están amortizadas, lo que ganan de más debe servir no para repartir dividendos entre accionistas, sino para invertir en renovables, eficiencia y alternativas económicas en los entornos de las plantas. Se trata pues de hacer de un problema, el cierre de las plantas, una oportunidad: la oportunidad de avanzar hacia un sistema energético menos dependiente del exterior, que incentive el ahorro de energía y la reducción de las emisiones de CO2.

Las renovables constituyen el cambio tecnológico más importante del siglo XXI por su rápida maduración, por ser la fuente de aplicación más rápida y más eficaz para reducir las importaciones de petróleo y las emisiones de CO2 y porque son un instrumento de innovación tecnológica imprescindible para cambiar nuestro patrón de crecimiento y crear empleo.

Tenemos de nuevo nuevas elecciones y estas serían una magnífica oportunidad para que cada uno de los actores políticos se comprometiese con un horizonte sin nucleares. Deberíamos romper la hucha que representan las nucleares para las eléctricas y con ello aplicar la ética de la energía que consiste, sencillamente, en no derivar los problemas a las futuras generaciones.

  • Imagen: Blatant World

Un Consejo de Seguridad Nuclear de república bananera

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Carlos Bravo – Director de la Fundación Renovables 

No creo que en ningún país del mundo que se precie de ser una verdadera democracia pueda pasar lo que está ocurriendo en España con el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN).

El desprecio reiterado, la burla, del Presidente del CSN Fernando Martí Scharfhausen hacia el Congreso de los Diputados, amparándose en ridículas excusas y penosas maniobras y tejemanejes para evitar comparecer ante las Cortes Generales (que, recordemos, son la más alta representación del pueblo español) ha llegado ya a lo esperpéntico, y, junto con otras lamentables acciones del CSN en los últimos meses, ha devaluado la categoría de este organismo a la de una república bananera.

La Ley 15/1980, de 22 de abril, de creación del Consejo de Seguridad Nuclear, obliga al Presidente del CSN a mantener puntualmente informado al Congreso de los Diputados y al Senado. Sin embargo, el señor Martí no comparece ante las Cortes Generales desde diciembre de 2014, a pesar de haber sido solicitada su comparecencia en varias ocasiones por parte de la Comisión de Industria, Energía y Turismo del Congreso para explicar su gestión.

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La aversión del Señor Martí Scharfhausen a dar cuenta de sus actuaciones, su desprecio a su obligación de transparencia hacia el público, va incluso más allá del habitual oscurantismo del que lleva haciendo gala el CSN desde su creación en 1980. De hecho, el secretismo es algo consustancial a la industria nuclear. Esta industria, que, pese a accidentes como Fukushima, Chernóbil, Harrisburg, Vandellós-1, y otros muchos, insiste aún en presentarse a sí misma como segura, no puede reconocer al tiempo la intrínseca peligrosidad de su tecnología, pues su única prioridad es mantener su negocio, sea como sea.

En consecuencia, la industria nuclear (donde se insertan las grandes compañías eléctricas que operan centrales nucleares) hace todo lo posible por ocultar a la opinión pública sus continuos problemas de seguridad, y en algunos países, como en España, cuenta  para ello, lamentablemente con la ayuda del órgano regulador, el CSN, el cual, en teoría, debería ser independiente tanto con respecto a la industria nuclear (a la que se supone debe regular y controlar) como del Gobierno de turno. De acuerdo con nuestra normativa, sólo las Cortes Generales pueden ejercer control sobre el CSN.

En los últimos meses hemos sido testigos de los intentos del Presidente del CSN, y de la mayoría de los Consejeros (salvo la honrosa excepción de la consejera Cristina Narbona), de autorizar la operación por 17 años más de la obsoleta central nuclear de Garoña (gemela del siniestrado reactor 1 de Fukushima) saltándose sus propios procedimientos internos, o de tratar de sacar adelante el proyecto del cementerio nuclear de residuos radiactivos de alta actividad (ATC) en Villar de Cañas (Cuenca) a pesar de las advertencias de los propios técnicos del CSN sobre la falta de idoneidad del terreno desde el punto de vista hidrogeológico.

La opacidad con la que se ha llevado a cabo el proceso de evaluación de la solicitud de emplazamiento del ATC obligó a la ONG ‘Transparencia Internacional’ a tener que acudir al Consejo de Transparencia y Buen Gobierno para que se obligara al CSN a hacer públicos una serie de documentos clave sobre este proceso, como finalmente ha sucedido tras Resolución de citado organismo. 

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¿Es la energía nuclear un tema para el futuro nuevo gobierno de España?

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Mercedes Pardo – Directora del Grupo de Investigación Sociología del

Cambio Climático y Desarrollo Sostenible, de la Universidad Carlos III 

 

El ambiente caliente sobre el futuro gobierno de España es probable que haya mejorado el homo politicus, en la medida que ha desencadenado discusiones políticas en virtualmente todos los segmentos sociales que componen la ciudadanía. Más dudoso es si dichos debates han permitido profundizar en los temas relevantes. Uno de ellos es la energía, que, aunque está de alguna manera en los programas políticos, ni tan siquiera ha salido a la palestra de los debates públicos.

Rodrigo Gomenz Sanz

Y, sin embargo, no es baladí recordar que la energía es un área clave de las sociedades, ya que la política energética atraviesa la totalidad de los patrones de la cultura. El modelo energético, es decir el tipo de energía por el que se opta, el cómo se produce, dónde, para qué se produce y para quién, determinan hoy más que nunca el tipo de sociedad (en este caso la Sociedad del Petróleo, con el apoyo de la energía nuclear), y de ahí la importancia del tema, que supera ampliamente los meros aspectos técnicos. Los problemas de la energía solamente pueden ser entendidos -y por tanto resueltos- en términos de las interacciones de los factores tecnológicos, medioambientales, económicos y sociopolíticos.

Centrándonos en el tema propuesto, la energía nuclear, recordemos su corta pero intensa historia: su utilización por la industria militar en forma de bombas en 1945; el optimismo de su uso masivo para la producción de electricidad en el mundo a partir de los años 60; los accidentes nucleares de Three Mile Island en Estados Unidos y de Chernóbil en la actual Ucrania; el reciente accidente de Fukushima en Japón; la construcción de nuevas plantas en países en vías de desarrollo y las moratorias o cierre nuclear en muchos países de Europa.

De todos los tipos de energía, la nuclear ha suscitado desde sus comienzos -1955, Russell y Einstein-, una fuerte controversia científica, política y social. Los estudios de análisis de opinión llevados a cabo muestran que se ha mantenido el rechazo a la energía nuclear por una parte significativa de la población de los países económicamente desarrollados, con alguna excepción (Francia, por ejemplo, hasta recientemente). De poco han servido los argumentos esgrimidos de que los accidentes han sido casos aislados, de que la tecnología moderna ha disminuido los riesgos, de que es una energía más barata…

El cambio climático está dando oportunidad a una nueva narrativa para que los partidarios de la energía nuclear pasen de la defensiva a la ofensiva, con el argumentario sobre la no emisión de Gases de Efecto Invernadero.

Como se ve, la centralidad del tema de la energía nuclear sigue vigente, aunque, en Europa y Norteamérica lo que realmente está en juego no es tanto la construcción de nuevas centrales nucleares (muy caras si no están subvencionadas y con una conflictividad social asegurada) como la ampliación del plazo de vida de las plantas actuales.

A pesar de ello, en contraste con Alemania, en España, como decíamos, la energía nuclear no ha aparecido en la enconada controversia política que se está produciendo. Dicha centralidad en Alemania ha sido tal, que llevó en 2011 a la coalición centro-derecha que preside Angela Merkel a decidir la desconexión de todas las centrales nucleares del país antes del 2022.

La opinión favorable/desfavorable sobre la energía nuclear históricamente se ha correspondido políticamente, grosso modo, con izquierda/derecha. Pero la combinación de una sociedad con una fuerte conciencia ecológica, el accidente de la central de Fukushima y unas elecciones próximas terminaron con esa dicotomía.

Entonces cabría preguntarse ¿por qué ni Fukushima ni las elecciones otorgan a la energía nuclear en España un papel, ya no protagonista como ha ocurrido en Alemania, sino, al menos, entre los relevantes? Dejando aparte la alternativa ya real de las energías renovables, que, en cualquier caso, sería un argumento válido para ambos países, la respuesta está en las diferencias entre ambas sociedades. Alemania, con una larga historia desde finales de los 60 de movimiento ecologista y pacifista organizado, con fuerza numérica y programática hasta el punto de llegar a formar parte del gobierno federal, con una fuerte potencia económica y de liderazgo político en Europa. En España, aunque el movimiento antinuclear fue uno de los pilares del incipiente movimiento ecologista, concretamente de su corriente más eco política, de manera que llegaron a producirse movilizaciones muy notables (contra la central de Valdecaballeros, en Badajoz, por ejemplo) lo cierto es que la sociedad civil organizada es mucho más débil, el desarrollo económico y social ya en democracia se preocupaba de cuestiones básicas como el sistema de bienestar social y de libertades políticas y derechos civiles, y, en última instancia, de la europeización (sin política propia) medioambiental.

Es la diferencia entre una sociedad que tiene “resueltas” sus necesidades materiales cuantitativas y a lo que aspira entonces es a conseguir sus necesidades post-materiales cualitativas (calidad de vida y sin riesgos -como el nuclear, por ejemplo-) y una sociedad que todavía está en un estadio anterior (desde una perspectiva evolucionista optimista) de resolver sus necesidades materiales cuantitativas como puede ser el empleo.

A pesar de ello, los análisis de opinión pública de España dan resultados similares a los países de nuestro entorno de rechazo de la energía nuclear, aunque probablemente eso no se llegue todavía a materializar en un voto político, por razones que quedan para explicar en otro trabajo. De ahí la falta de centralidad de la energía nuclear en el debate político español actual.

En suma, de lo que estamos hablando es de la base social necesaria para cualquier política, de cómo es la sociedad, de cuáles son las barreras, pero también de las oportunidades para el cambio social hacia un nuevo modelo energético emergente, del cual Alemania está dando muchos ejemplos.

  • Imagen: Rodrigo Gómez Sanz

 

 

 

El lado oscuro de Iberdrola

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José Luis García – Responsable del Área de Energía y Cambio Climático

 de Greenpeace España

Iberdrola, la mayor eléctrica de España se esfuerza  por proyectar su mejor imagen pública en estos días en que celebra su Junta General de Accionistas. Para ello, no ha dudado en hacer gestos tan esforzados como el del pedaleo de su presidente para generar electricidad de una manera “alternativa”. ¿Pero es tan luminosa la realidad como la presentan?

Si observamos la historia de la compañía, producto de la fusión de algunas de las mayores eléctricas españolas, allá por los años 90, hubo un momento en que Iberdrola trató de hacer algo diferente. Cuando en 1997 se liberalizó (parcialmente) el sector eléctrico, esta compañía trató de distinguirse de sus compañeras del oligopolio y, habiendo observado cómo otras empresas estaban desarrollando con éxito la implantación de parques eólicos, se subió con tal fuerza a este carro que, en pocos años, llegó a ser líder eólico en España e incluso a nivel mundial. Esa incursión en el mundo renovable vino acompañada de un discurso de preocupación por el cambio climático que hacía pensar en un interés ambiental encomiable para una empresa de estas características. Al resto de renovables las trataba con mucho más desdén, todo hay que decirlo.

Miembros de Greenpeace despliegan una pancarta en la sede de Iberdrola de Madrid (Greenpeace)

Miembros de Greenpeace despliegan una pancarta en la sede de Iberdrola de Madrid (Greenpeace)

Pero cuando las renovables, y no sólo la eólica, crecieron más de lo esperado, y sobre todo, aparecieron nuevas tecnologías renovables y nuevas empresas, Iberdrola decidió cambiar de estrategia. De impulsor de las renovables pasó a ganarse el título de “enemigo de las renovables” que Greenpeace le concedió. ¿Por qué? Porque durante muchos años estuvo invirtiendo no sólo en energía eólica sino en centrales térmicas de gas, mientras que mantenía íntegras todas sus actividades nucleares. Y resultó que unas competían con otras. Y ahí apareció el verdadero rostro de Iberdrola, donde con tal de defender sus intereses en energía sucia, era capaz, como Saturno, de devorar a sus hijos renovables.

Esto no es ninguna hipérbole, pues gracias al inmenso poder que otorgan las puertas giratorias y al patrocinio que alimenta medios de comunicación, el sector eléctrico, de nuevo unido en su oligopolio y liderado en la sombra por la compañía de las tres hojitas, puso en marcha una demoledora campaña para demonizar a las energías renovables hasta la muerte. Fue de hecho esa campaña, en la que se acusaba a las renovables de todos los males imaginables, uno de los motivos por los que un grupo de personas decidimos poner en marcha la Fundación Renovables, para defender estas energías de tan furibundo e injustificable ataque.

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