Europa no está preparada para una nueva crisis de precios de la electricidad

Coincidiendo con la publicación el pasado 26 de junio de la Directiva (UE) 2024/1711 y el Reglamento (UE) 2024/1747, sobre la mejora de la configuración del mercado de la electricidad, como respuesta a una nueva crisis por los altos precios de la electricidad, el Tribunal de Cuentas de la UE ha publicado un informe en el que destaca que Europa sigue siendo vulnerable ante una futura crisis energética, como la de los precios del gas de 2022. ¿Serán suficientes las medidas que ahora se proponen en la nueva directiva del mercado eléctrico para proteger los hogares y las industrias de los altos precios de la energía?

De la reforma del mercado eléctrico que presentó la presidencia de España, rechazada por el sector eléctrico tradicional, y después del cambio de opinión de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que pasó de afirmar que el mercado había fallado a que había funcionado a la perfección, se ha pasado a aprobar un texto que solo intenta responder a los impactos de la agresión militar de Rusia a Ucrania por los elevados precios del gas y la luz.

El diseño del mercado eléctrico no se toca

Se ha renunciado a cambiar la metodología de conformación de precios de la electricidad, a pesar de corresponder a un sistema dominado por los combustibles fósiles y la generación centralizada. Además, se anula el compromiso de eliminar los pagos por capacidad del Reglamento (UE) 2019/943. El injustificado retorno de los pagos por capacidad significa un paso atrás en la descarbonización y la transición energética y apuntala la metodología actual que garantiza el precio más alto, que marca el gas, en los mercados mayoristas.


Según los considerandos del Reglamento (UE) 2024/1747, el objetivo es la adaptación del mercado eléctrico a los nuevos productos de energías renovables, eficiencia energética, almacenamiento, generación a pequeña escala, contratación, gestión de la demanda y participación activa de los consumidores para proteger a los hogares y las industrias de los elevados precios de la electricidad en periodos de crisis energéticas, ya que la configuración actual del mercado los ha dejado abandonados a la volatilidad de los precios de los combustibles fósiles.

Las energías renovables y la flexibilidad es la forma más sostenible y rentable de reducir el consumo de combustibles fósiles, pues pueden repercutir en un abaratamiento de los precios de la electricidad por sus bajos costes operativos y atenuar los precios más elevados de los combustibles fósiles, en particular los del gas. Se trata de mejorar la configuración del mercado de la electricidad para asegurar precios asequibles a todos los consumidores y facilitar la transición hacia cero emisiones apoyando la industria de las tecnologías limpias.

En coherencia con estos considerandos, la directiva y el reglamento deberían haber planteado una reforma del mercado y no una “mejora”, ambigua e insuficiente, para afrontar la amenaza de una futura escalada de los precios de la electricidad.

¿Cómo se protegerán los hogares y las industrias de los altos precios de la electricidad?

La Directiva (UE) 2024/1711, completa los derechos de ciudadanía que establecen la Directiva (UE) 2018/2001, de energías renovables, y la Directiva (UE) 2019/944, del mercado interior de la electricidad. La definición de “consumo de energía compartida” es el reconocimiento del derecho a consumir energía compartida. Las definiciones de “contrato de suministro de electricidad de duración determinada a precio fijo” y “acuerdo de conexión flexible” mejoran el derecho a la contratación de energía renovable para acelerar su crecimiento en la red.

Dentro de las obligaciones y competencias de la autoridad regulatoria se incluye el control de la eliminación de obstáculos injustificados al desarrollo del autoconsumo, de la energía compartida, comunidades de energías renovables y comunidades ciudadanas de energía y la conexión de energía distribuida flexible.

Se establece el derecho de acceso a una energía asequible en el caso de una crisis de precios de la electricidad cuando se den precios muy elevados en los mercados mayoristas y en los precios minoristas; así como la protección de los clientes vulnerables frente a las desconexiones. El Consejo Europeo deberá declarar la crisis y los Estados miembros intervendrán la fijación de precios de la electricidad.

El Reglamento (UE) 2024/1747 modifica el Reglamento (UE) 2019/943, del mercado de la electricidad. Plantea un funcionamiento correcto del mercado eléctrico contra el riesgo de una volatilidad futura de los precios de la electricidad mediante la gestión de la demanda, el almacenamiento, la agregación de la demanda y la oferta distribuida, apoyando la inversión en renovables, en flexibilidad y en redes para que las facturas de los consumidores sean asequibles y menos dependientes de los precios de los combustibles fósiles.

Se definen conceptos para hacer frente a una crisis de precios, como los “productos de aplanamiento de picos de consumo”, para que los participantes en el mercado puedan reducir el consumo de electricidad desde la red en horas punta a petición del gestor de la red. El “contrato bidireccional por diferencias” prevé tanto una protección de la remuneración mínima como un límite a la remuneración excesiva. El concepto de “flexibilidad” se define como la capacidad del sistema eléctrico para ajustar las pautas de generación y consumo en los horizontes temporales del mercado.

Estos nuevos conceptos son instrumentos de eficiencia para reducir la demanda en horas punta en los que cobra gran importancia el almacenamiento, la agregación, las pequeñas instalaciones renovables y la participación directa de los consumidores. Sin embargo, falta la definición de “flexibilidad desde el lado de la demanda” y al ser los gestores de las redes de transporte los que deben activar el producto de aplanamiento de picos de consumo para reducir y desplazar el consumo de electricidad, la participación activa de los consumidores se limita a los contadores inteligentes.

Se trata de instrumentos diseñados para un sistema energético centralizado, en el que se antepone la oferta y los ingresos suficientes de los grandes generadores frente a la capacidad flexible desde el lado de la demanda, es decir, la que puede ajustar la generación y la demanda de energía en tiempo real en cada centro de consumo con la participación de los clientes activos. Para anticiparse a futuras crisis energéticas hubiera sido más eficaz acelerar el desarrollo de los recursos energéticos distribuidos, pero para eso habría que cambiar el diseño del mercado.

El regreso de los pagos por capacidad encarecerá las facturas de electricidad

No solo no se toca la metodología de conformación de precios, sino que han desaparecido las restricciones a los pagos por capacidad. El Reglamento (UE) 2024/1747 ha suprimido el carácter temporal y la eliminación progresiva de los “mecanismos de capacidad” que estableció el Reglamento (UE) 2019/943 para remunerar los recursos por su disponibilidad y garantizar la cobertura de la demanda. A partir de ahora los pagos por capacidad se aprobarán por diez años y se reducirán según los planes de cobertura.

Los mecanismos de capacidad están abiertos a todos los recursos, fósiles y no fósiles; pero en los considerandos del reglamento se incluyen expresamente las centrales eléctricas alimentadas con gas, siempre que cumplan el límite de emisiones establecido en 2019.

Si el objetivo era alcanzar precios asequibles para los consumidores en tiempo de crisis, lo que se hace es recuperar la nefasta práctica de los “costes reconocidos” a las grandes energéticas y encarecer las facturas de la electricidad a los consumidores con la energía fósil más cara, responsable de la mayor crisis de altos precios de la electricidad en Europa.

No se han valorado las distorsiones que los pagos por capacidad introducen en la competencia y en los precios, al tratarse de una subvención que pagan los consumidores para hacer rentables infraestructuras energéticas infrautilizadas o sobredimensionadas, no justificadas por análisis de demanda o de costes y beneficios. Son sobrecostes del sistema eléctrico y gasista que se trasladan a los peajes automáticamente.

Objetivo nacional indicativo de flexibilidad no fósil

Según el Reglamento (UE) 2019/943, del mercado interior de la electricidad, y el Reglamento (UE) 2018/1999, de la gobernanza de energía y clima, cualquier inversión en nuevas infraestructuras energéticas, incluido el despliegue de energías renovables, deberá tener en cuenta previamente otras alternativas de eficiencia energética y justificarse en análisis de demanda y de costes y beneficios que aseguren que los ingresos superan a los gastos. Igualmente, los planes de cobertura deberán ser coherentes con la evolución de la demanda prevista para evitar déficits en el sistema eléctrico, gasista y de hidrógeno que se trasladarán a las facturas de los consumidores.

El apoyo a los contratos de compra de electricidad y los contratos bidireccionales por diferencias se contemplan como incentivos a la descarbonización a través de la aceleración de las inversiones en energías renovables. Pero como la descarbonización no consiste en llenar el sistema de potencia renovable, se deberían haber incluido el cumplimiento del principio de “primero, la eficiencia energética” y la coherencia de las inversiones con las previsiones sobre la evolución de la demanda. También se debería haber justificado el anacronismo de incluir las nuevas inversiones en energía nuclear en los contratos bidireccionales por diferencias.

El Reglamento (UE) 2024/1747 establece la “evaluación de las necesidades de flexibilidad” y el “objetivo nacional indicativo de flexibilidad no fósil”. A partir de 2025 se aprobará la metodología para que cada gobierno haga su propia evaluación a través de los gestores de redes de transporte y distribución, de gas e hidrógeno. Deberán analizar todas las fuentes de flexibilidad, las inversiones en interconexión y flexibilidad en transporte y distribución y la necesidad de descarbonizar el sistema eléctrico.

Al no concretarse cuáles son las distintas fuentes de flexibilidad ni definir la flexibilidad energética desde el lado de la demanda, el potencial de flexibilidad a evaluar se centra en los mercados y en las redes; mientras que los objetivos nacionales de flexibilidad se refieren exclusivamente al potencial de respuesta de la demanda y de almacenamiento de energía como recursos de flexibilidad no fósiles.

La flexibilidad se desarrolla por los gestores de las redes y por las autoridades regulatorias como flexibilidad del sistema energético centralizado y vertical. Se prescinde del potencial de capacidad flexible de los consumidores y clientes activos y de su participación en los mercados a través de los instrumentos de eficiencia energética y flexibilidad desde la demanda que contemplan las directivas del “paquete de invierno”. Que el único instrumento dirigido a los consumidores sean los contadores inteligentes es desalentador.

¿Está Europa preparada para una futura crisis por la dependencia del gas natural licuado?

Si se han necesitado catorce paquetes de sanciones a Rusia para que la UE prohíba el suministro de gas licuado de Rusia, ¿cuántas crisis energéticas han de sufrir los consumidores europeos para que se reforme el mercado eléctrico y la conformación de precios? Pasar de depender del gas ruso a depender del GNL de EEUU y Qatar mantiene el riesgo de futuras crisis energéticas.

En la crisis de precios de 2022 no existían pagos por capacidad y es fácil imaginar lo que pasará en una futura crisis con pagos por capacidad para todos los recursos energéticos. Lejos de facilitar el acceso a precios asequibles, los hogares e industrias serán penalizados injustamente por erróneas decisiones políticas y empresariales que retrasarán la descarbonización.

La negativa a reformar el mercado eléctrico deja más desprotegidos a los consumidores ante la volatilidad de precios de los combustibles fósiles y supone un retroceso en el desarrollo de las directivas del “paquete de invierno” de 2018 y 2019. Se pone freno al camino hacia un mercado abierto a la competencia y la participación de los consumidores activos a través de los recursos energéticos distribuidos como garantía para abaratar la electricidad en tiempos de crisis y de avances acelerados en la reducción de emisiones, la dependencia energética y la electrificación de la edificación y el transporte.

Proteger al gas antes que a los consumidores con la vuelta a los costes reconocidos incrementará los precios, porque el diseño de mercado es el mismo que en el pasado ha protegido los ingresos suficientes del sistema energético. Por el contrario, la integración en los mercados de la capacidad flexible de los recursos distribuidos y la participación de los consumidores activos, es decir, de la flexibilidad desde el lado de la demanda, es la forma más eficaz para alcanzar precios asequibles, proteger a los consumidores de los combustibles fósiles y acelerar la electrificación y la descarbonización. Con la no reforma del mercado eléctrico se ha creado un riesgo mayor.

 

Por Javier García Breva– Patrono de la Fundación Renovables

Claves para entender las directivas del Pacto Verde Europeo

Al calor de la COP25 de Madrid, el Consejo Europeo aprobó el Pacto Verde en 2019. Abrió también la puerta a que el gas fósil y la energía nuclear pudieran considerarse actividades sostenibles, con una ambigüedad premeditada en la que nada es lo que parece, para reducir el 55% de las emisiones en 2030. En 2020 se publicó el Reglamento (UE) 2020/852, sobre el marco para facilitar las inversiones sostenibles. Supone una corrección de las directivas del “paquete de invierno”, que Francia y Alemania confirmaron en la COP26 de Glasgow de 2021.Bandera con estrellas amarillas

Según el reglamento sobre inversiones sostenibles, las actividades que emitan gases de efecto invernadero o contaminen podrán etiquetarse como verdes si contribuyen a algún objetivo de sostenibilidad. Las directivas del paquete “Fit for 55” deberán atenerse a la taxonomía de Bruselas, lo que permitirá inversiones sostenibles para seguir contaminando. La presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen, justificó la etiqueta verde al gas y la nuclear “a falta de otras alternativas viables”.

Esta incoherencia es posible por el Reglamento (UE) 2020/852, sobre el marco para facilitar las inversiones sostenibles, que entró en vigor el 12 de julio de 2020. Establece los criterios para determinar qué actividad económica se considera sostenible a efectos de determinar la sostenibilidad de una inversión. Sin una comprensión de lo que significa esta nueva taxonomía es difícil entender las directivas de eficiencia energética y renovables de 2023 y 2024 y cómo sus avances y mejoras se mezclan con la ambigüedad y la confusión climática para alargar el uso de los combustibles fósiles y la energía nuclear.

La taxonomía europea prioriza la neutralidad tecnológica

La nueva taxonomía europea ha sustituido la prioridad del principio de “neutralidad en carbono” o neutralidad climática, que permite avanzar en la descarbonización excluyendo las actividades que utilicen combustibles fósiles o que dañen la biodiversidad, los ecosistemas y la salud de las personas, por la prioridad del principio de “neutralidad tecnológica, por el que todas las actividades sirven para luchar contra el cambio climático y habrán de ser tratadas en igualdad de condiciones, aunque emitan gases de efecto invernadero.

Este cambio es el que exigían los lobbies gasistas, petroleros, nucleares, del automóvil o los países más carboneros de la UE. Por eso el Reglamento no excluye ninguna actividad y hace que la ambigüedad se extienda por todo su articulado. El artículo 9 establece los seis objetivos para calificar el grado de sostenibilidad medioambiental: mitigación, adaptación, recursos hídricos y marinos, economía circular, control de la contaminación y protección de la biodiversidad y los ecosistemas.

La etiqueta verde se obtendrá solo con contribuir sustancialmente a uno de los seis objetivos, si no se perjudica significativamente a alguno del resto o si se trata de actividades sin otra alternativa viable, aunque emitan gases de efecto invernadero. El coladero para las actividades insostenibles medioambientalmente, como el gas, el petróleo y hasta el carbón o la nuclear, se abre a todas las tecnologías.

El artículo 10 concreta cómo una actividad económica contribuye sustancialmente a mitigar el cambio climático y a “estabilizar la concentración de gases de efecto invernadero” mediante una relación de medios, renovables y eficiencia energética principalmente, sin ninguna excepción para los combustibles fósiles y la energía nuclear. Sin embargo, para las actividades que no dispongan de alternativa de bajas emisiones, tecnológica y económicamente viable para limitar el aumento de la temperatura a 1,5ºC, la Comisión deberá evaluar “todas las tecnologías actuales pertinentes”, denominadas “actividades de transición” en el artículo 19.

El artículo 16 define las “actividades facilitadoras” como aquellas actividades económicas que permitan a otras actividades distintas realizar una contribución sustancial a uno o varios de los objetivos, teniendo en cuenta el ciclo de vida. Es la mejor descripción de a qué conduce el principio de neutralidad tecnológica y cómo lo insostenible puede convertirse en sostenible.

La mención al ciclo de vida es el mismo argumento utilizado hace décadas contra las energías renovables y hoy contra el vehículo eléctrico para acusarlos de ser actividades más contaminantes que las fuentes fósiles. Es como dar credibilidad a los informes pagados por los monopolios de los combustibles fósiles contra las tecnologías limpias de carbono o a la actividad consultora de parte sin ninguna transparencia.

El artículo 19 establece los criterios técnicos para determinar en qué condiciones se considerará que una actividad contribuye de forma sustancial a cada uno de los objetivos. Entre los criterios destacan el de respetar la neutralidad tecnológica, basarse en pruebas científicas concluyentes (sin expresar por quién serán elaboradas), el principio de precaución, tener en cuenta el ciclo de vida, si se trata de una actividad facilitadora, si son coherentes con un plan para limitar la temperatura a 1,5ºC o su impacto en el mercado. Los criterios garantizarán que la generación de electricidad con combustibles fósiles sólidos no se considere actividad sostenible.

Son criterios tan ambiguos y contradictorios entre sí que abren el paso a todo tipo de actividades que retrasarán la transición energética, la descarbonización de la economía y los objetivos climáticos de la UE.

Un reglamento climático de 350 páginas

El Reglamento delegado (UE) 2021/2139, sobre criterios técnicos de selección de actividades sostenibles, publicado en diciembre de 2021, desarrolló el citado artículo 19 para cada una de las actividades económicas. Los criterios están determinados por los conceptos de “actividades facilitadoras” y “actividades de transición”, pero no citan actividades relacionadas con el gas fósil ni la energía nuclear. Sin embargo, estas actividades se citan en los considerandos como “energía sin efectos sobre el clima”.

Con respecto a las “actividades de transición”, de elevadas emisiones y con potencial para reducirlas, pero sin alternativa técnica y económica viable de bajas emisiones, deben considerarse por su aportación a la mitigación del cambio climático sobre pruebas científicas, incluyendo expresamente en los considerandos (27) y (28) las actividades de energía nuclear y de gas natural.

Cómo afecta a las directivas del paquete “Fit for 55”

Las sutilezas de estos dos reglamentos climáticos se han trasladado a las directivas del paquete “Fit for 55”.

La Directiva (UE) 2023/2413, de energías renovables, establece que se considerarán renovables los combustibles renovables de origen no biológico y de carbono reciclado si reducen las emisiones al menos un 70%, impulsa la combinación del uso de “energías no fósiles” en circunstancias nacionales específicas, combustibles renovables de origen no biológico o hidrógeno producido con combustibles fósiles y normaliza la relajación de la evaluación ambiental que con carácter “temporal y extraordinario” aprobó el Reglamento (UE) 2022/2577.

La Directiva (UE) 2023/1791, de eficiencia energética, establece para los sistemas de calefacción y refrigeración la eliminación del uso de los combustibles fósiles “a excepción del gas natural”.

La Directiva (UE) 2024/1275, de eficiencia energética de edificios, traslada el criterio del Reglamento delegado (UE) 2021/2139, que considera la renovación de edificios como actividad sostenible si logra un ahorro de energía del 30% como mínimo.

Existe la posibilidad de que el mercado sea más inteligente

La importancia del Reglamento (UE) 2020/852 es que la etiqueta verde para una inversión que se califique como sostenible dará acceso a fondos europeos, créditos del Banco Europeo de Inversiones y ayudas nacionales. Los recursos destinados a actividades dudosamente sostenibles, como el gas fósil, el autogas, la nuclear o captura de CO2, se detraerán de los apoyos a las inversiones en eficiencia energética, renovables, almacenamiento, vehículo eléctrico, generación distribuida o gestión de la demanda. La confusión generada servirá para justificar inversiones contaminantes o que emitan gases de efecto invernadero, alargando así el consumo de combustibles fósiles.

Si el Reglamento se aplicara al pie de la letra, todas las actividades de combustibles fósiles, fracking, energía nuclear, captura de CO2 o cualquier energía alternativa quedarían excluidas. Pero su ambigüedad y sus contradicciones permitirán que los gobiernos lo conviertan en el Reglamento europeo del “greenwashing” para dar un paso atrás en la transición energética, apoyando una recuperación más gris que verde de la economía europea.

Existe la posibilidad de que el mercado sea más inteligente e imponga la mayor demanda de inversiones limpias sobre las que ensucian el planeta, por su mayor competitividad y accesibilidad; pero el Reglamento de la taxonomía va a facilitar a la vez las inversiones sostenibles y las insostenibles, lo que es una incoherencia continental, una falta de liderazgo y una decepción.

El Pacto Verde Europeo nació mal y empeora con su desarrollo porque no ha dejado de ser desde el inicio un ejercicio de engaño climático para tapar las trampas de la regla de la unanimidad en las instituciones europeas.

 

*Artículo original publicado Energías Renovables

Por Javier García Breva– Patrono de la Fundación Renovables

¿Es España un líder en la lucha contra el cambio climático?

Para saberlo, hay que analizar datos objetivos. Y es lo que ha hecho este informe de Greenpeace.

El informe explica la importancia de no sobrepasar el límite físico de calentamiento de 1,5ºC,  y compara el objetivo de reducción de emisiones en 2030 con respecto a 1990, tanto entre los países de la Unión Europea como entre comunidades autónomas. El informe demuestra que España no lidera estos objetivos climáticos; al contrario, se encuentra entre los países con menor ambición (¡el 3º por la cola en toda la UE!).

¿Por qué es esto relevante ahora? Porque acaba el plazo para que cada país de la UE presente a la Comisión Europea su versión actualizada del Plan Nacional de Energía y Clima (PNIEC). Este plan se va a discutir en el Consejo Nacional del Clima, que se acaba de convocar para la semana que viene, y en él estarán presentes muchos de los responsables de los ministerios y comunidades autónomas que no han hecho los deberes, y que si los hicieran debidamente, España podría presentar un plan con mayor ambición.

Según el análisis comparativo, de las 17 comunidades autónomas, 15 cuentan con planes climáticos que no evitarían un calentamiento global superior a 1,5 grados y 10 de ellas tienen un objetivo menos ambicioso que el propuesto por el Gobierno central (dos de ellas incluso planean que sus emisiones en 2030 sean todavía mayores que las de 1990 y otra ni siquiera ha fijado un objetivo de reducción de emisiones).

Estamos en una verdadera emergencia climática y se siguen presentando planes como si esto fuera un problema secundario. Todas las Administraciones públicas tienen que ser conscientes de la urgencia y los beneficios de la transición ecológica para el conjunto de la sociedad y el planeta y hacer lo que les corresponde para que el plan que presente España esté a la altura.

En su informe, Greenpeace propone seis medidas nuevas que permitirían aumentar el objetivo de reducción de emisiones y mejorar la vida de la población:

  1. Abono único de transporte para todo el territorio: facilitará que el transporte público sea más asequible, accesible y atractivo que los vehículos privados. Responsable: Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible.
  2. Establecer un calendario de cierre de las centrales de ciclo combinado de gas, que son las que encarecen la factura de la luz y generan grandes emisiones. Responsable: Ministerio de Transición Ecológica.
  3. Declaración de interés público de las comunidades energéticas renovables promovidas por los ayuntamientos para favorecer que todos los municipios dispongan de al menos una comunidad energética lo antes posible. Responsable: Ministerio de Transición Ecológica.
  4. Concesión de ayudas a las explotaciones ganaderas más contaminantes para la reducción de la densidad de animales o cese voluntario de la actividad, de forma que se reduzca la cabaña ganadera en intensivo en un 50 % para 2030. Responsable: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
  5. Creación de un monedero virtual para costear la rehabilitación energética de edificios residenciales y acelerar la descarbonización de los hogares de forma justa. Responsable: Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana.
  6. Establecer un impuesto verde sobre el combustible fósil tanto refinado como almacenado, para que la transición sea financiada por quienes más contaminan. Responsable: Ministerio de Hacienda.

Las propuestas de Greenpeace son concretas, realistas, beneficiarían a toda la sociedad y permitirían presentar un plan más ambicioso que el actual. La acción climática hecha con justicia social proporciona beneficios, es urgente hacer lo máximo desde ya.

Por José Luis García Ortega– Patrono de la Fundación Renovables y responsable del Programa de Cambio Climático de Greenpeace España

El futuro de los pequeños municipios también es verde

La transición ecológica implica cambiar nuestra forma de producir, vivir y de consumir, abandonando la sobreexplotación de los recursos naturales que disponemos. Con este cambio, pese a que parezca complicado, crearemos un entorno más sostenible, no solo para nosotros, sino también para las generaciones futuras, mitigando las emisiones que realizamos a la atmósfera y adaptándonos a los efectos del cambio climático, que ya estamos notando en nuestra vida diaria.

En esta transición, los municipios medianos y pequeños, que ocupan el 94% del territorio nacional, desempeñan un papel crucial, pero debe ser la administración pública la que lidere con ellos el proceso. Porque, muchas veces no pueden avanzar tanto como quisieran por causas como la falta de recursos humanos, formativos o económicos. Debido a esto, la transición ecológica en lugar de ser una oportunidad para crecer y ser más sostenibles, se vuelve un desafío inabarcable y lejano, que acaba por generar mucha frustración y oposición social.

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¿Cómo revolucionar la rehabilitación en España? La clave es unir la fotovoltaica a la bomba de calor

Europa se encuentra en la encrucijada de un cambio climático acelerado, experimentando un calentamiento que duplica la tasa global, con una temperatura media que ha aumentado en 2,2°C desde inicios del siglo pasado. España, debido a su ubicación geográfica, se sitúa entre los países más vulnerables a estos cambios, enfrentándose a olas de calor, sequías prolongadas, lluvias torrenciales y mega-incendios de manera cada vez más frecuente. 

En este contexto adverso, nuestras viviendas se convierten en refugios climáticos, pero la realidad actual en España es que muchas no están preparadas para afrontar estos desafíos. El parque edificatorio, en su mayoría antiguo e ineficiente, contribuye al 30% del consumo energético y al 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel nacional. El objetivo que nos han marcado desde Europa es ambicioso, pero muy necesario: tener un parque de edificios plenamente rehabilitado en 2050, aspirando a que todos estén totalmente descarbonizados, a que el consumo de energía que demanden sea muy bajo y a que esa pequeña demanda pueda ser suplida generando su propia energía. Para dar una perspectiva de la magnitud, en 2030 debemos rehabilitar en España casi 1.400.000 viviendas.  

Pero es que, gracias a la rehabilitación, además de conseguir adaptar nuestros edificios a la problemática del cambio climático, es la herramienta clave para eliminar la pobreza energética en nuestro país, una “enfermedad” que impide vivir a muchas familias con un confort térmico adecuado dentro de sus casas, pasando frío en invierno y calor en verano. Al disminuir las necesidades de calefacción y refrigeración de nuestros edificios con medidas de rehabilitación, y electrificar nuestros consumos, nuestro bolsillo también se beneficiará de facturas mucho más baratas. 

En este contexto, la Fundación Renovables ha publicado hoy un estudio que identifica cuáles son las medidas y tecnologías con un mejor balance entre el coste que suponen y el impacto en la reducción de consumos y emisiones. La implementación de estas medidas se ha analizado para un mismo edificio plurifamiliar en los tres tipos de climas más comunes de España (Atlántico, Continental y Mediterráneo). Las medidas analizadas incluyen las aplicadas en la envolvente (fachadas SATE, vegetales y ventiladas, sustitución de ventanas, trasdosado por el interior, ruptura de puentes térmicos y revoco de mortero y cal), la protección solar (toldos y lamas), la climatización (bomba de calor) y el autoconsumo fotovoltaico. 

Tras realizar el análisis costo-eficiente, el informe concluye que la bomba de calor es la medida que consigue una mayor eficacia respecto a la inversión económica necesaria en todos los climas. La segunda más eficiente es la ruptura de puentes térmicos, una medida pasiva de fácil y rápida implantación en todos los edificios españoles. El tercer lugar lo ocupa la hibridación entre autoconsumo y bomba de calor que, además, consigue reducir las emisiones de la vivienda un 90% respecto al valor inicial, pudiendo convertir un edificio con una calificación energética “E” en los 3 climas analizados en un edificio “A” 

Ante el desafío climático en el que ya nos encontramos, y la necesidad apremiante de abordar la eficiencia energética en la edificación, desde la Fundación Renovables al Gobierno y a la administración, tanto a nivel nacional como regional, que tomen medidas concretas con urgencia. Es imperativo implementar políticas y programas que fomenten la rehabilitación energética de los edificios, priorizando soluciones costo-eficientes como la bomba de calor, la ruptura de puentes térmicos o el autoconsumo fotovoltaico. La inversión en estas medidas no solo mitigará los impactos del cambio climático, sino que también generará empleo a escala local, disminuirá la pobreza energética de familias vulnerables y adaptará nuestros edificios al aumento de la temperatura y la frecuencia de olas de calor. La acción decisiva de los gobiernos hoy marcará la diferencia en la construcción de un futuro sostenible y resiliente al cambio climático. 

Puedes encontrar el informe aquí.

Por Juan Fernando Martín– Responsable de cambio climático de la Fundación Renovables

Continuamos con el legado de Domingo

Hablar de Domingo Jiménez Beltrán es hablar de la dedicación y de la devoción por mejorar, no solo el mundo y el medio ambiente, si no la sociedad al completo. Fue un visionario y trabajó para materializar el mundo que promovía, de eso no queda ninguna duda, pero la revolución energética por la que tanto luchó todavía no está completa; falta mucho camino por recorrer y necesitamos a cuanta más gente comprometida, mejor. 

Esta es una de las razones por la que La Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT) y la Fundación Renovables han creado la convocatoria de la I Edición del Premio «Domingo Jiménez Beltrán». Este galardón, más que un simple reconocimiento, es un abrazo a la excelencia, la mejora en el desarrollo y al compromiso en el ámbito de las energías renovables. 

Imagina por un momento el mundo donde el ingenio, esfuerzo y la dedicación convergen para conseguir el futuro sostenible que todos anhelamos. Ese es precisamente el espíritu que impulsa este premio, destinado a destacar y premiar el excepcional trabajo de estudiantes en sus «Trabajos de Estudios Fin de Master» (TFM) en el Máster Universitario de Energías Renovables de la UPCT. La idea es apoyar a aquellos que se atreven a trabajar por construir un mañana más sostenible, en recuerdo a la extensa dedicación de Domingo durante toda su vida. 

Ahora, expliquemos en qué consiste el Premio «Domingo Jiménez Beltrán». Dotado con 2.000€, este premio no solo es un impulso financiero, sino un gesto simbólico que busca fomentar la excelencia y la creatividad laboral en el sector de las energías renovables. La convocatoria es para el periodo comprendido del 1 de mayo de 2023 al 20 de diciembre de 2024. 

Para los que no le conozcan, ¿Y quién fue Domingo Jiménez Beltrán? Pues bien, este premio rinde homenaje a un visionario dedicado, un ingeniero industrial y defensor apasionado del medio ambiente. Domingo no solo dejó una huella imborrable como patrono fundador de la Fundación Renovables y presidente entre 2014 y 2017, sino que también desempeñó un papel crucial a nivel europeo como el primer director ejecutivo de la Agencia Europea del Medio Ambiente. 

Su legado es un faro que guía a aquellos comprometidos con el desarrollo de un mundo más sostenible, justo y conectado. Domingo creía en la «autosuficiencia conectada», una visión de un mundo interconectado donde la autosuficiencia y la sostenibilidad se entrelazan para construir un futuro mejor.  

Pero lo más especial de Domingo no eran solo sus logros profesionales, sino su energía contagiosa, su entrega inquebrantable y su habilidad para motivar a otros con una sonrisa siempre presente. Su influencia perdura en aquellos que comparten su preocupación por el medio ambiente y buscan contribuir a un mundo más sostenible, siendo uno de los mentores de grandes figuras del ecologismo actual. 

Entonces, por concluir, si eres estudiante del Máster Universitario de Energías Renovables de la UPCT, este premio es más que un reconocimiento; es una invitación a destacar en vuestros trabajos finales y a seguir el ejemplo eterno de Domingo. Busquen soluciones innovadoras, abracen la sostenibilidad y construyan un futuro donde cada acción cuenta. En resumen, el Premio «Domingo Jiménez Beltrán» es un recordatorio de que, a través del conocimiento y la dedicación, cada uno de nosotros puede ser un eje del cambio que la sociedad reclama y el medio ambiente necesita. 

Fernando Ferrando – Presidente de la Fundación Renovables

Camiones eléctricos: ¿mito o realidad?

Las carreteras son las arterias a través de las cuales la sociedad actual se nutre de los bienes más básicos e indispensables para la vida. Agua, pasta, arroz, verduras, frutas, papel, absolutamente todo. En un mundo globalizado, en el que las dinámicas importadoras y exportadoras implican toneladas de productos y miles de kilómetros de rutas, a través de la transición ecológica también hay que electrificar estas arterias. Solo así, junto con la mejora del raquítico 4% de transporte de mercancías por ferrocarril y la potenciación de la producción local y estacional, consumir bienes no implicará un aumento de las emisiones de CO2 y, por tanto, podremos contribuir a mitigar los peores efectos de la crisis climática que padecemos.

En el sector de transporte de mercancías el modo predominante es el que se realiza por carretera y que absorbe casi el 94% del consumo final de energía del transporte (excluido el aéreo internacional) en la Unión Europea (UE). Este sector es, a día de hoy, lamentablemente, un sumidero de combustibles fósiles, en especial de los derivados del petróleo (gasolina y gasoil). Todos los combustibles alternativos, junto con la electricidad, utilizados en el transporte por carretera tienen una presencia marginal en forma de experiencias piloto o en pruebas.

Cada día podemos comprobar que las autovías están atestadas de camiones de mercancías. Si el transporte supone una quinta parte de las emisiones totales de Gases de Efecto Invernadero (GEI) de la UE, los camiones y autobuses de corta y larga distancia representan un 6% del total (un 25% de las emisiones sectoriales). Y es una tendencia que no decrece ni en Europa ni en España, sino que aumenta debido al incremento de la movilidad tras la pandemia.

Ahora bien, se ha iniciado una cuenta atrás para su transformación. La nueva Directiva de Camiones de la UE ha puesto coto a las emisiones de CO2, de manera que en enero de 2030 se habrán tenido que reducir un 45%, un 65% en 2035 y un 90% para 2040. Además, todas las flotas de autobuses adquiridas deberán ser eléctricas 100% para 2035. Más o menos ambicioso, la realidad es que supone una oportunidad histórica para comenzar a electrificar la cadena logística del transporte por carretera que la industria debe aprovechar.

Es cierto que se ha dejado un “buffet libre” de combustibles cero emisiones al permitir el uso de electro y biocombustibles en los vehículos pesados. Un coladero de pérdidas energéticas, ya que el proceso de síntesis de los electro combustibles tiene pérdidas del 70% de energía y los biocombustibles se generan gracias a productos alimenticios básicos, por lo que la electrificación directa de esos vehículos es la opción más factible y rentable en términos energéticos, laborales y medioambientales.

¿Qué aporta un camión eléctrico? Menos emisiones, más ahorro y más empleo. Sencillo, si se coge la delantera y se aprieta el acelerador cuanto antes. Según los propios cálculos de la Comisión Europea (CE), esta nueva norma reducirá 2.000 millones de barriles de petróleo durante el período 2031 – 2040. Además, una reducción de CO2 del 45 % para 2030 significa que más de 400.000 camiones cero emisiones tendrían que estar en las carreteras y al menos 100.000 nuevos matriculados anualmente. Según el propio Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), la electrificación del sector energético va a requerir de 47.000 a 53.000 nuevos empleos anuales hasta 2030.

A modo de ejemplo, un autobús que recorre una ruta de 900 km, necesitando alrededor de 790 euros en gasolina, solo precisará de 87 euros al recargar electricidad. Esto es extrapolable a los camiones, de forma que las empresas logísticas percibirán  una mejora en sus cuentas que que podrá repercutir en el precio de los productos y, por tanto, de forma favorable en el bolsillo de todas las familias. Es decir, electrificar las flotas puede llegar a reducir, teniendo en cuenta otros factores, el precio de la cesta de la compra.

Acompasando esta electrificación, el Gobierno de España ya viene impulsando la reconversión del sector gracias a algunos paquetes de ayudas. Por ejemplo, el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana tiene activada una transferencia de 400 M€ de los Fondos Europeos de Recuperación a las comunidades y ciudades autónomas. Un autónomo o una pequeña empresa puede lograr una ayuda máxima de 200.000 € por vehículo si adquiere un autobús o un camión cien por cien eléctrico o de hidrógeno de clase I de más de 15 metros. Para empresas medianas o grandes, la subvención unitaria se sitúa en los 175.000 y 150.000 €, respectivamente.

Por tanto, la nueva norma comunitaria supone la oportunidad de apretar el acelerador en la descarbonización del transporte pesado por carretera, aunque haya excepciones como ambulancias y vehículos o camiones de bomberos y de servicios públicos. No obstante, la ventaja de comenzar ex ante permitirá a algunas empresas una mejora en su posición en el mercado, siendo pioneras tanto en descarbonizar como en dar ejemplo a los consumidores para que tengan un rol activo para cambiar sus hábitos de consumo y de elección. El camión eléctrico dejará de ser un mito y convertirse en realidad y convertirse en parte del nuevo paisaje de las carreteras más pronto que tarde.

Ismael Morales – Responsable de Comunicación de la Fundación Renovables

 

Rehabilitación energética o cómo podemos ahorrar miles de millones de euros

La crisis energética europea de 2022, alimentada por la invasión de Rusia a Ucrania, aumentó enormemente el gasto económico que la ciudadanía y las empresas tienen que destinar a los costes energéticos, llegando a suponer una parte importante de sus ingresos. Durante los dos últimos  años, el gobierno español adoptó medidas inusuales para facilitar el pago de las facturas energéticas de los ciudadanos y ciudadanas y las empresas. Aunque estas soluciones, entre las que destacan la rebaja de impuestos de la electricidad y los descuentos del bono social eléctrico, fueron clave para paliar esta crisis, no dejan de ser medidas cortoplacistas que, probablemente, a partir del 1 de enero de 2024 dejen de estar vigentes.

En nuestro país, el 16,7% de los hogares no pueden afrontar el pago de las facturas y el 7,6% de la población no puede mantener sus viviendas a una temperatura adecuada y saludable durante el invierno, como indica el IDAE. Ambas son situaciones de pobreza energética, uno de los grandes problemas al que, tanto Europa como España, pueden hacer frente gracias a la rehabilitación energética del parque inmobiliario.

La mitad de nuestras viviendas tienen más de 45 años, por lo que no se consideró ninguna norma sobre la utilización eficaz de la energía y su ahorro, ya que la primera normativa sobre las condiciones térmicas en los edificios data de 1980 y hasta 1998 no se realiza ninguna regulación en torno a la eficiencia energética. Debido a esto, las construcciones son responsables del 30% del consumo energético y del 40% de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en España. Que hoy en día nuestros hogares no se encuentren preparados para protegernos de las inclemencias del tiempo es realmente preocupante y más teniendo en cuenta que si no frenamos el cambio climático, las condiciones meteorológicas serán cada vez más extremas.

La gran parte de la energía de una edificación se desprende por la envolvente, es decir, todo lo que separa nuestras viviendas del exterior. Por tanto, debemos focalizar la rehabilitación en proteger nuestras fachadas con un buen aislamiento térmico, sustituir las ventanas por otras con mejores prestaciones y evitar las humedades. Por otro lado, es imprescindible sustituir los sistemas de calefacción por unos cuya fuente de energía sea renovable, como son las bombas de calor, que, si además funcionan simultáneamente con una instalación de autoconsumo, nos permiten calentar y enfriar nuestros hogares de forma mucho más económica y sin depender de los combustibles fósiles.

Según una nueva investigación realizada por Öko-Institut, con la colaboración de la Fundación Renovables, el gobierno español debería asignar alrededor de 1.500 millones € anuales para ayudar a todos los hogares y, aun así, solo lograría cubrir el 30% de los precios de la energía durante el invierno.

Si seguimos poniendo parches con medidas puntuales y no estructurales, no sólo nos va a salir mucho más caro, sino que no solucionamos el problema de raíz que no es otro que el mal estado de nuestro parque inmobiliario y lo mal adaptado que se encuentra frente a las consecuencias del cambio climático.

En la Fundación Renovables consideramos que el destino eficaz de los recursos públicos, mediante los fondos europeos, no solo aliviará la pobreza energética, sino que también acelerará la descarbonización de los edificios y disminuirá las importaciones de energía. Con la implantación de medidas de rehabilitación energética en las viviendas de los hogares más vulnerables, solo sería necesario invertir del presupuesto nacional 150 millones €, llegando a ahorrar 8.700 millones € en gastos energéticos. Además, cada vivienda ahorraría 2.400 € al año o vería sus costes energéticos reducidos en un 15,3%. Estas soluciones de eficiencia energética en la rehabilitación incluyen tanto medidas de arquitectura pasiva como soluciones activas. Algunas de las soluciones propuestas se pueden encontrar en la siguiente imagen.

Fuente: elaboración propia. Fundación Renovables.

Los fondos europeos son una gran oportunidad para que todas y todos vivamos mejor, y por ello debemos exigir que se distribuyan correctamente poniendo el foco en las personas que más los necesitan. No debemos aplicar soluciones a corto plazo, sino realizar acciones transformadoras que nos ayuden a mitigar el cambio climático y a facilitar que la población viva en condiciones mucho más dignas.

Carmen Crespo – Analista energética de la Fundación Renovables

 

¿Por qué no estamos volcados en conseguir una movilidad sostenible sin emisiones?

En el contexto de emergencia climática en el que nos encontramos, son de vital importancia las acciones de reducción de emisiones en relación con el uso de combustibles fósiles que, en España, en 2020 fueron responsables del 73% de las emisiones brutas de Gases de Efecto Invernadero (GEI). En particular, el sector del transporte y la movilidad urbana es el principal emisor de dichos contaminantes, siendo responsable, en el mismo año, de más del 36% del consumo energético final y del 27% de las emisiones brutas de GEI en España -muy por encima de sectores como el de la producción energética (15,9%), el de la industria de manufacturas y construcción (14,6%) o el de la agricultura (14%)[1].

Los datos concretos de las ciudades son incluso más preocupantes; en el caso de la ciudad de Málaga, por poner un ejemplo, las cifras por sectores que recoge la Agenda Urbana en 2020 reflejan que sólo el del transporte privado y comercial emitió 819.029 toneladas de CO2 equivalente, frente a las 238.735 toneladas de CO2 equivalente del sector residencial. Es, decir, que el desplazamiento en vehículos privados en Málaga supone un foco de emisiones 3,4 veces superior al de la vivienda.

Si el objetivo principal de las políticas de mitigación del cambio climático es la reducción de emisiones de GEI, es obvio que se tendría que priorizar el desarrollo de políticas para la movilidad descarbonizada. Pero esto no es así.

Es indiscutible que el uso masivo del automóvil en las ciudades provoca altos niveles de contaminación atmosférica y acústica, emisiones de GEI y los llamados efectos de islas de calor –además de otros efectos indirectos como la falta de actividad física de la ciudadanía y la escasez de espacios verdes en los entornos urbanos-. Si observamos el espacio público de nuestras ciudades veremos que, en su mayor parte, está reservado al tráfico rodado, incluso en los casos en los que este no es el modo predominante de transporte. Un ejemplo significativo es el caso de Barcelona, ciudad en la que el 60% del espacio público es para el tráfico motorizado, aunque en el reparto modal del transporte no ocupa más del 25% del total, según el estudio de Nieuwenhuijsen (2020)[2].

En España, la Ley 7/2021 de Cambio Climático y Transición Energética (LCCTE), introduce dos medidas que están íntimamente relacionadas con la descarbonización de las ciudades a través de acciones de movilidad. En concreto, el artículo 14 recoge que los municipios de más de 50.000 habitantes y los territorios insulares deben adoptar antes de 2023 planes de movilidad urbana sostenible que incluyan al menos los siguientes puntos:

  • Establecer zonas de bajas emisiones (ZBE) antes de 2023.
  • Facilitar los desplazamientos activos (a pie, bicicleta), así como corredores verdes intraurbanos que se conecten con grandes áreas verdes periurbanas.
  • Mejorar del uso de la red de transporte público, con medidas de integración multimodal.
  • Electrificar la red de transporte público e introducir otros combustibles sin emisiones de GEI.
  • Fomentar el uso de medios de transporte eléctricos privados.
  • Impulsar la movilidad eléctrica compartida.
  • Fomentar el reparto de mercancías y la movilidad al trabajo sostenibles.
  • Mejorar la calidad del aire alrededor de centros escolares, sanitarios u otros de especial sensibilidad.
  • Integrar los planes específicos de electrificación de última milla con las zonas de bajas emisiones municipales.

En muchos casos, los plazos de actuación exigidos por la ley han obligado a los municipios que no tenían una planificación de movilidad sostenible a actuar de manera precipitada, proceso que se ha visto a su vez acelerado más aún por el acceso a los fondos Next Generation destinados a financiar estas acciones. La consecuencia de esto es en muchos casos la delimitación de zonas de bajas emisiones de manera improvisada y sin una reflexión profunda sobre el funcionamiento global de la ciudad y sus repercusiones a largo plazo.

Ahora que el final de 2023 se ve cerca, cabría plantearse confeccionar un listado de Ayuntamientos de más de 50.000 habitantes que estén cumpliendo las exigencias del artículo 14 antes indicado. Desgraciadamente, la realidad es que son muy pocas las ciudades que están cumpliendo esta batería de medidas incluidas en la Ley de Cambio Climático e, incluso, en muchas de las ellas, lamentablemente, se están dando numerosos pasos atrás en materia de movilidad sostenible.

Curiosamente, todo el foco de atención mediática y social se ha centrado en la delimitación de Zonas de Bajas emisiones (ZBE), una sola de entre muchas de las medidas propuestas, como hemos visto. El esquema seguido por las autoridades locales para la delimitación de estas zonas se suele basar únicamente en la restricción de acceso al centro de las ciudades para determinadas clases de vehículos en una primera zona de poca superficie, con idea de que esta área se incrementará en sucesivos anillos en futuras fases con diferentes horizontes temporales. Este criterio provoca un primer nivel de desigualdad, ya que se interviene de manera parcial en áreas de las ciudades habitadas generalmente por ciudadanos de rentas altas o por no residentes –con frecuencia se trata de zonas sometidas a fuertes procesos de turistificación-.

Un segundo factor de desigualdad asociado a la creación de ZBEs deriva de la poca sensibilidad que, por lo general, muestran las políticas de implantación frente a las necesidades, las experiencias y los puntos de vista de los grupos vulnerables, puesto que este tipo de intervenciones se centran fundamentalmente en la restricción de la circulación de vehículos contaminantes. En las fases de trabajo previas a la implantación de las ZBEs los sujetos objeto de estudio suelen ser exclusivamente los relacionados con la tenencia o uso de vehículos motorizados, dejando al margen a grupos de población que en general no se desplazan mediante vehículo motorizado propio, como es el caso de personas mayores, niños y jóvenes.

Por todo ello, independientemente de los indiscutibles beneficios que se puedan obtener en cuanto a emisiones y contaminantes, existe un claro problema de exclusión al limitar las áreas de ZBE a zonas concretas de la ciudad, por lo general sin un criterio claro de calidad ambiental, de estudios sociales o de accesibilidad a los equipamientos, infraestructuras de ocio o centros de trabajo.

Pero, hemos llegado a un punto en el que, si no lo estábamos haciéndolo del todo bien en las delimitaciones de las ZBEs con criterios excesivamente “simplones”, peor aún lo estamos haciendo en la actualidad, cuando asistimos, sin que nadie se alarme, al desmantelamiento de carriles bicis en ciudades emblemáticas como Valladolid, a la “reconquista” de los centros de las ciudades por parte de los vehículos contaminantes, al incumplimiento generalizado de plazos de las ZBEs y a tantas medidas que parecen hacernos retroceder a los primeros años de la década de 1990.

Ahora más que nunca deberíamos preocuparnos por estos pasos atrás, porque está en grave riesgo la salud de quienes vivimos en las ciudades, porque la pérdida de calidad ambiental urbana es cada vez más evidente y por los graves desequilibrios sociales y económicos a los que nos enfrentamos.

Por eso, una planificación para la movilidad descarbonizada que sea capaz de incorporar factores medioambientales, de justicia social y de equidad, es imprescindible para afrontar la emergencia climática de manera eficaz. Todos los agentes que intervenimos en el desarrollo urbanístico deberíamos trabajar en la planificación que recupera el espacio público para las personas, plantea la renaturalización de los entornos urbanos y promueve el transporte público, compartido y activo. Todo esto sin olvidar la necesidad de concienciar y divulgar una idea que, por dramática que nos pueda parecer, resulta cada vez más obvia: que antes o después tenemos que comprender que el planeta ha sobrepasado sus límites y que el modelo actual de movilidad va a desaparecer. En especial, en las ciudades, se debe preparar este escenario futuro desde la planificación y la intervención en el espacio público y no dando pasos atrás que perpetúan un modelo que tiene sus días contados.

Volviendo a la pregunta que encabeza este texto, ¿por qué se hace poco en materia de movilidad? La respuesta es que la mayor parte de culpa es de las administraciones locales, que, con su falta de visión a largo plazo, sólo contemplan medidas que no les supongan problemas de aceptación popular, en parte porque la mayoría de la población no es consciente de la magnitud y gravedad del problema y en parte porque la ciudad actual solamente está preparada para que el vehículo privado siempre sea la primera opción.

[1] Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (2023). Inventario nacional de emisiones a la atmósfera. https://www.miteco.gob.es/es/calidad-y-evaluacion-ambiental/temas/sistema-espanol-de-inventario-sei-/inventario-gases-efecto-invernadero/

[2] Nieuwenhuijsen, M.J., (2020). Urban and transport planning pathways to carbon neutral, liveable and healthy cities; A review of the current evidence. Environment International 140, 1-9.

Por María José Márquez Ballesteros – Doctora arquitecta. Patrona de la Fundación Renovables."

Unir el autoconsumo y el coche eléctrico, la revolución energética personal

El mundo de la energía está cambiando a un ritmo vertiginoso. Pero, en algunos casos, las resistencias tradicionales al cambio evitan que podamos valorar con perspectiva lo que se está consiguiendo y los retos de una transición energética que tiene como base la eficiencia energética y las energías renovables.

Dentro de este proceso, la electrificación de la demanda energética (sustituir equipamiento y consumir electricidad en lugar de quemar petróleo, carbón y gas) es una de las líneas más importantes para democratizar la energía y luchar contra el cambio climático. Otro beneficio es que electrificación es una medida de eficiencia en sí misma porque los motores eléctricos son mucho más eficientes (pierden menos energía en el proceso) que los térmicos. Por ejemplo, en los coches de combustión solo se aprovecha un 25%-30% de toda la energía para ponerse en movimiento, mientras que en los eléctricos ese porcentaje está en torno al 75%. Si a esta eficiencia le sumamos una electricidad generada con energías renovables, la forma de generación eléctrica más barata a día de hoy, tenemos la base para la transición energética (eficiencia y renovables) a la vez que ahorramos dinero.

El sistema eléctrico está perfectamente orientado a su descarbonización, incluso ya hemos alcanzado hitos de 100% renovable durante algunas horas. Pero, para que el hito se convierta en una cotidianidad, es necesario aplicar nuevos mecanismos, tecnologías y figuras innovadoras que permitan no solo actuar por el lado de la oferta (empresas generadoras), sino también por el de la demanda (ciudadanía).

Actuar por el lado de la ciudadanía implica descarbonizar sus consumos directos: el de los hogares y la movilidad, algo que es completamente factible gracias a dos herramientas que se acoplan y cumplen el cometido perfectamente, llegando a proporcionar a las familias una autosuficiencia energética que hasta ahora estaba fuera de su alcance.

El estudio recientemente publicado por la Fundación Renovables avala y demuestra el potencial del binomio autoconsumo/coche eléctrico para los diferentes usos de los hogares. El informe diferencia dos escenarios: uno con un coche eléctrico de carga unidireccional, es decir, que sólo se carga, y otro con cargador bidireccional, que nos permite utilizar libremente la electricidad almacenada en la batería del coche para abastecer los consumos eléctricos de casa. Para cada uno de esos dos casos se ha supuesto un autoconsumo individual y una comunidad energética, en la que los socios generan, gestionan y consumen su propia energía, pudiendo compartirla o distribuirla entre otros asociados.

En el estudio se ha supuesto que el autoconsumo primero suministra energía al hogar y lo que este no consume se deriva a la carga del vehículo eléctrico. Los resultados son magníficos porque se logra abastecer, cómo mínimo, la mitad del consumo semanal del coche eléctrico con la electricidad generada con el autoconsumo individual, llegando, en algunos tipos de usos, a más del 90%. Pero, es más, si la ciudadanía decidiera ir un paso más allá y se asociara en una comunidad energética, el mínimo subiría hasta el 75% del consumo de los coches eléctricos, llegando, en algunos casos, al 100%. Es decir, no necesitaría coger energía de la red para cargar el vehículo. Estas cifras permiten promover la “independencia y descarbonización energética de nuestra movilidad”, pues gran cantidad de la energía que consumimos para movernos la producimos con autoconsumo. Una solución totalmente viable a día de hoy a nivel tecnológico, económico y regulatorio, que posibilita dejar de depender completamente de las gasolineras y los precios tan elevados del combustible.

Pero, además, el vehículo eléctrico tiene un valor añadido que no tienen el resto de las tecnologías y es que puede servir como sistema de almacenamiento para los hogares. Gracias a los cargadores bidireccionales podemos gestionar nuestra propia electricidad, pues nos permite utilizar la electricidad almacenada en el coche para cubrir las necesidades de nuestras casas cuando el autoconsumo no genera energia, una función que recibe el nombre, en inglés, de Vehicle to Home (V2H).  Así, con un autoconsumo individual, el 80% de todas nuestras necesidades energéticas, vehículo eléctrico más hogar, pueden estar cubiertas por la electricidad que generamos. Y en el máximo exponente, en una comunidad energética, no necesitaríamos utilizar electricidad de la red. Es decir, toda la electricidad que consumiéramos en la comunidad sería producida y consumida por sus miembros, sin necesidad de terceros.

Los resultados beneficiosos que arroja este estudio solo se conseguirán activando a la ciudadanía para que sea una parte central del sistema eléctrico distribuido y deje de ser un sujeto pasivo. Es perfectamente posible incluir las necesidades energéticas de nuestra propia movilidad como un consumo energético más del hogar y cubrir toda esa demanda con la propia instalación de autoconsumo, un proceso válido para gran parte de los estilos de vida de la población.

En el proceso de la transición energética, una vez más, la tecnología ha cumplido y está disponible para emplearla en beneficio de la ciudadanía y del medio ambiente. Ahora falta trabajar para su integración y asunción por parte de toda la sociedad. Es primordial establecer una nueva cultura energética y que las administraciones públicas actualicen y elaboren el marco regulatorio necesario para conseguir implantar ambas herramientas con su máximo potencial. Solo así podremos conseguir nuestra propia revolución energética personal y ser parte de la solución frente al cambio climático.

Por Ladislao Montiel – Analista energético de la Fundación Renovables